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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Miranda Lee

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

De nuevo el amor, n.º 1246 - febrero 2016

Título original: The Playboy in Pursuit

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2001

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones sonproducto de la imaginación del autor o son utilizadosficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filialess, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N: 978-84-687-8035-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

LUCILLE, ¿cuándo vas a empezar a salir de nuevo? –preguntó Michele mientras se tomaba su cappuccino.

Oh, oh, pensó Lucille. Ya empezamos de nuevo.

–No querrás permanecer soltera y célibe el resto de tu vida –continuó Michele–. Solo porque has tenido un mal matrimonio. No dudo que tu Roger fuera un canalla, pero no todos los hombres son como él. Tomemos por ejemplo a mi querido Tyler...

–No, gracias –dijo Lucille riendo–. Es todo tuyo.

Michele suspiró exasperada.

–¿Cuándo te vas a creer que Tyler me ama de verdad? ¿Que realmente ha cambiado? ¿Que sus días de playboy han pasado de una vez para siempre?

Lucille se sintió tentada de decirle que eso sería dentro de unos treinta años o así, pero eso habría sido demasiado cruel. Hacía solo tres semanas que Michele había vuelto de su luna de miel y Lucille no tenía corazón para destruir las románticas ilusiones que su mejor amiga tenía acerca de su reciente marido.

Pero sinceramente, ¿qué posibilidades tenía ese matrimonio de durar? Cierto que Tyler parecía estar locamente enamorado de Lucille en esos momentos. ¿Pero seguiría sintiendo lo mismo al cabo de seis meses, cuando el calor de la luna de miel se hubiera enfriado y las viejas costumbres surgieran de nuevo?

El heredero del imperio Garrison de los medios de comunicación tenía una larga lista de ex novias y Lucille no creía que una alianza fuera a cambiar eso. Había advertido a su amiga de que no se enamorara de semejante hombre, que solo tuviera una aventura con él y disfrutara del sexo, que, probablemente, debía de ser fantástico, sin involucrarse emocionalmente.

Pero, por supuesto, fue un consejo en vano para alguien como Michele. La chica era demasiado buena para su propio bien. Incluso le había sido fiel a su primer novio durante diez años. Y él había sido un canalla. ¿Qué posibilidades tenía Michele contra el chico de oro de la sociedad de Sidney?

Sí, en su opinión, el matrimonio de Michele estaba condenado. Pero no se lo iba a decir. Se arrepentía de no ser suficientemente inteligente como para hacer ver que creía que se trataba de un caso de amor verdadero.

–No me hagas caso –le dijo–. Solo soy una cínica. Si alguien puede hacer cambiar a un hombre, esa eres tú.

Michele podía tener veintiocho años y ser una brillante ejecutiva en una empresa de publicidad, pero la fachada de sofisticación escondía un alma dulce y suave. La vida no la había hecho dura y cínica, como a ella.

Tal vez fuera por eso por lo que le caía tan bien. Porque, por una vez, se podía dejar empapar de su dulzura.

Echaba de menos el que Michele ya no fuera su vecina y no le gustaba nada ver el cartel de Se Vende en su puerta. Ahora sí que iba a vivir realmente sola, sin más amigos de verdad, solo conocidos. Por suerte, sus respectivos lugares de trabajo estaban en la parte norte de Sidney, así que podían almorzar juntas de vez en cuando, además de ir de compras.

Pero, aun así, su amistad nunca sería la misma ahora que Michele estaba casada.

–No creas que vas a poder evitar responder a mi primera pregunta –insistió Michele–. Solo tienes treinta años, Lucille. Y eres una mujer muy atractiva. Quiero saber cuándo vas a superar lo de Roger y seguir con tu vida.

A Lucille no le hubiera gustado que otra persona le dijera esas cosas, pero sabía que Michele tenía buenas intenciones y no estaba siendo una metomentodo.

–He superado lo de Roger –respondió–. Y he seguido con mi vida. Tengo un buen trabajo, una buena casa, que está cerca de mi oficina, y una gran amiga con la que puedo salir cuando quiero. Saldría con hombres si quisiera, pero la verdad es que ya no me interesa el sexo opuesto. Estoy muy contenta sola y célibe.

–¡Vaya tontería! No eres feliz así. Estás muy sola. Y sí que te interesa el sexo opuesto. Las mujeres a las que no les interesa no se visten como tú. Solo echa un vistazo a lo que llevas puesto hoy.

Lucille parpadeó sorprendida.

–¿Esto tan viejo? Tienes que estar de broma. De acuerdo, la falda es corta, pero la chaqueta no y no es nada ajustada. Yo no diría que es provocativo. La verdad es que es de lo más conservador que tengo en el armario.

Muy opuesto a la ropa verdaderamente sexy que se había comprado cuando había dejado a Roger en un gesto de desafío.

En ese momento, había decidido conquistar al mayor número posible de hombres, pero había descubierto que aquello no iba con ella.

–Pero enseñas tus piernas –dijo Michele–. Y son bastante provocativas con esos tacones. ¿Es que no has notado cómo te miraban cuando entraste?

Estaban sentadas en una terraza de la calle principal de la zona norte de Sidney, uno de los mejores barrios de la ciudad y conocida zona de negocios.

Lucille estaba acostumbrada a despertar el interés de los hombres, como suelen hacer las rubias voluptuosas y de ojos verdes, así que no se había dado cuenta. Ni le importaba.

–Que miren –dijo fríamente–. Porque es lo único que van a poder hacer. Mirar.

–Cielos, Lucille, ¿qué pasó en tu matrimonio que te hizo ser tan retorcida y amargada?

Lucille se encogió de hombros.

–No te lo podría explicar. Tienes que vivir algunas cosas para entenderlas.

Michele la miró alarmada.

–¿Tu marido te maltrataba?

–¿Maltratarme?

Lucille nunca lo había pensado de esa manera. Pero por supuesto eso era lo que había sido. Maltrato emocional. Era por eso por lo que había tardado tanto tiempo en escapar. Pero eso era ya cosa del pasado y no veía la razón para ponerse a analizarlo ahora. Su matrimonio con Roger era algo de lo que más le valía olvidarse.

–No, por supuesto que no –dijo–. Solo era un mentiroso y un tramposo, ¿de acuerdo?

–De acuerdo. Mira, lamento habértelo mencionado. Sé que no te gusta nada hablar de él. Yo solo quiero que seas feliz.

–La felicidad no siempre viene con forma de hombre, Michele.

–Estoy de acuerdo. Pero la infelicidad tampoco. Todo depende del hombre en cuestión. Y no me puedo creer que hayas dejado de tener esperanzas en ese aspecto. Hace algunos meses, tú misma me describiste a tu hombre perfecto. Si no recuerdo mal, aparte de ser alto, moreno y atractivo, dijiste que debía tener sangre caliente corriéndole por las venas, no cerveza fría. Que le tenían que gustar las mujeres de verdad y que debía anteponerte a sus amigos, al golf y a su coche.

Lucille se rio.

–¿Dije eso? Debía de estar soñando despierta. Esa clase de hombre no existe. Por lo menos, no en Australia.

–Sí, existe. Yo me he casado con uno.

–Tyler es rubio.

–Pasemos por alto lo del cabello. Estoy segura de que hay morenos fantásticos por ahí. ¿Pero quién sabe? Puede que el hombre de tus sueños no sea australiano. En tu trabajo tú tratas con un montón de extranjeros, ¿no?

–Bueno, sí...

El trabajo de Lucille consistía en solventar las necesidades de los ejecutivos de empresas que tenían que irse a vivir a Sidney desde el extranjero.

Y con respecto a los hombres que conocía por su trabajo...

Si quisiera tener una relación con alguien, tendría muchos candidatos. No pasaba una semana sin que alguien tratara de ligar con ella. El hecho de que la mayoría de esos hombres estuvieran casados no decía nada en favor de la opinión que le merecía el sexo masculino.

Pero pensó que era mejor que no le contara eso a Michele en esos momentos.

–Desafortunadamente, Michele, la mayor parte de los hombres extranjeros con los que trato, están casados. Vienen con sus esposas e hijos. Es por eso por lo que estamos en el negocio. Las empresas internacionales se han dado cuenta por fin de que mandar por todo el mundo a unos padres de familia solos causaba que la gente dejara los trabajos antes de tiempo. Y no querrás que salga con un casado, ¿verdad?

–Por supuesto que no. Pero algunos de esos ejecutivos deben ser solteros. O por lo menos divorciados.

–Es cierto. Algunos lo son. Y créeme, unos cuantos han tratado de ligar conmigo. Incluso algunos eran muy atractivos.

–¿Y?

–No ha habido chispa.

–¿Nunca?

–Nunca.

–Lo encuentro difícil de creer, Lucille. ¿Me estás diciendo que nunca te has sentido atraída por un hombre?

Lucille decidió que tenía que ser sincera o Michele no la iba a dejar en paz.

–Después de dejar a Roger, solía pensar que no tendría ningún problema en tener una aventura. Me gusta el sexo. O me gustaba, hace mucho, mucho tiempo. Pero ahora ni el hombre más atractivo me afecta. Esa parte de mí ha muerto, Michele. Mi matrimonio la mató.

–No me lo creo. Ni por un momento. Solo has sido terriblemente herida. Tu libido volverá algún día. Solo llevas un año divorciada, por Dios. Es solo cuestión de tiempo.

Lucille no creía que ese milagro le fuera a suceder en toda su vida.

–Mientras tanto, salir con hombres no tiene por qué llevar al sexo –continuó Michele–. ¿Qué tiene de malo salir con algún tipo de vez en cuando? No tienes que acostarte con él si no quieres.

–Te aseguro que, definitivamente, no querré hacerlo.

–Me parece bien. Así que deja de buscar esa chispa antes de que digas que sí. La próxima vez que un tipo agradable te pida salir, sal con él. ¿Quién sabe? Tal vez solo suceda que tengas las hormonas desentrenadas. Puede que se enciendan en el entorno adecuado. No ha nada como una cena a la luz de las velas para poner a tono a una chica.

Lucille sonrió.

–Eres una optimista. Y una romántica de nacimiento.

–Ya sé que crees eso, pero no lo soy realmente. La verdad es que soy una realista con los pies en la tierra. Y también estoy muy agobiada de trabajo, así que tendré que dejarte pronto. Solo tengo esta semana para completar la campaña de la nueva línea de perfumes de Femme Fatale. ¿Te he hablado de eso?

–No. ¿De qué se trata?

–¿Recuerdas a la chica que mi jefe llevó a mi boda?

Lucille asintió. ¿Quién podría olvidar a la impresionante criatura que llevó del brazo Harry Wilde ese día? Tenía un precioso cabello negro, ojos violetas y llevaba un vestido tremendamente sexy.

–Se llama Tanya –le estaba diciendo Michele–. Y es la misteriosa heredera que ha heredado Femme Fatale. ¿Sabes? La empresa de lencería sexy. ¿No lo sabías?

–Había oído hablar de Femme Fatale, pero no sabía nada de esa misteriosa heredera.

–Creía que te lo había contado. Una historia sorprendente. La cosa es así. La dueña anterior se mató en un accidente de coche y le dejó las acciones de la empresa a su más próxima pariente femenina, que resulta ser la tal Tanya y ella era la chica que Harry quería que fuera al salón de belleza hace un tiempo. ¿Recuerdas que te pregunté por un sitio donde entraras como un saco de patatas y salieras como una supermodelo?

Lucille lo recordaba. Le había recomendado Janine’s, un salón de belleza local y muy caro donde le podían hacer de todo a una mujer.

–Pues vaya un saco de patatas resultó ser –dijo Lucille–. Esa chica era una supermodelo desde que nació.

–Bueno, ya te advertí que Harry no se conformaría con un saco de patatas de verdad. De todas formas, al parecer, lo cierto era que la chica no debía de tener mucha idea de cómo arreglarse y vestirse. Harry se ocupó de ella y voilà.

–Resultó suficientemente buena como para que se la llevara a la cama el rey de los anuncios de la ciudad, supongo.

–Es más que solo sexo. Ninguno de los dos ha dicho nada todavía, pero Tanya lleva un anillo con un zafiro enorme. Y también he visto a Harry con ella y no es como antes. Es diferente. Más cariñoso. Más amable...

–¿Otro playboy cambiando de costumbres, Michele?

Michele le dedicó una mirada asesina.

–Lo siento –dijo Lucille.

–Y deberías sentirlo de verdad. Ese cinismo tuyo te va a meter en problemas algún día, Lucille. ¿Y qué tienes tú contra los playboys? Por lo que me has dicho, tu ex era un australiano de lo más normal y corriente. ¿Qué tienes contra los hombres como Tyler y Harry? ¿Por qué los odias tanto?

Lucille parpadeó sorprendida. ¿Odiarlos? No los odiaba. Simplemente no confiaba en ellos y creía que utilizaban a las mujeres. No estaba segura de si Tyler estaría utilizando inconscientemente a Michele, y la preocupaba que fuera así, pero no se lo podía decir a su amiga.

–Yo no odio a Tyler –dijo–. Es solo que creo que a los hombres como él les resulta difícil sentar la cabeza y ser padres y esposos. Tú eres mi mejor amiga, Michele y quiero que seas feliz.

–Pero es que lo soy. Y con respecto a que Tyler siente la cabeza... Por favor, no te preocupes por eso. Es un marido maravilloso y será un padre igual de maravilloso. ¿Sabes? Bajo la piel, los playboys son gente normal, como tú y yo. Tienen corazón y sentimientos. Se pueden enamorar. Y pueden cambiar. El amor los cambia.

–Sí, claro, seguro que tienes razón. Trataré de tener la mente más abierta en el futuro. Y te prometo pensarme decirle que sí al próximo hombre disponible que me pida salir.

Pensárselo y luego rechazarlo, pensó. Estaba segura de que no había un solo hombre en el planeta que pudiera tentarla para salir con él, por muy alto, moreno y atractivo que fuera.

–Lo dices por decir –dijo Michele al tiempo que se levantaba–. No me cabe la menor duda de que, estas navidades, seguirás sin tener un hombre.

–Bueno, Navidad es dentro de solo dos meses y los hombres atractivos y extranjeros no aparecen todos los días, ¿sabes?

–Supongo que no. Bueno, lo he intentado. Nos veremos.

–Ya te llamaré si aparece alguno.

Michele la miró por encima del hombro y sonrió.

–Será mejor que lo hagas. O date por muerta.

Lucille vio alejarse a su amiga. Era la viva imagen de la confianza y la felicidad.

Era difícil no admitir que el matrimonio con Tyler Garrison le sentaba bien.

¿O era el sexo?

Se levantó de la mesa. No iba a pensar en el matrimonio ni el sexo. Ni en nada que la hiciera sentirse deprimida. Le había costado mucho recuperar su autoestima y no estaba dispuesta a caer en viejas formas de conducta, sintiéndose mal por todos los años que había desperdiciado con Roger o preocupándose por el hecho de que había terminado siendo frígida.

¿Quién sabía? Tal vez Michele tuviera razón. Tal vez sus hormonas solo estuvieran durmiendo. Tal vez un día aparecería un hombre que la haría cambiar lo que sentía por el sexo opuesto y despertaría su, aparentemente, perdida libido.

Mientras tanto, no iba a contener la respiración esperando a que eso sucediera. Se dirigió a su oficina decididamente.

Esta vez sí que se dio cuenta de cómo la miraban los hombres, pero su reacción ahora fue de pura satisfacción.

No era que Michele tuviera razón. No se vestía para los hombres, sino para sí misma. Para sentirse bien. Y para proyectar la persona que era ahora.

Ya no era la despreciada señora de Roger Swanson, sino Lucille Jordan, una mujer adulta con una mente propia, segura en su estado de soltería, su trabajo y su persona. Y si su sexualidad estaba en el limbo, no lo iba a demostrar vistiéndose como una ratoncita tímida. Quería que su apariencia le gritara al mundo entero que ella era un éxito como mujer en toda la extensión de la palabra.

De acuerdo, eso era una mentira. Pero el mundo estaba lleno de mentiras. Y de mentirosos.

Si no les puedes ganar, únete a ellos.

Para Lucille ese era el nombre del juego en esos días.

Supervivencia.

Capítulo 2

 

EL LUGAR de trabajo de Lucille estaba situado sobre una floristería. Una empinada escalera daba a una pequeña zona de recepción, detrás de la que estaban las funcionales oficinas.

No era necesario que el sitio tuviera que impresionar, ya que recibían a la mayoría de los clientes en los aeropuertos o en los hoteles, y los negocios se hacían por teléfono, fax o correo electrónico. Tenían una excelente reputación y se enorgullecían de su profesionalidad. Todas las ejecutivas eran mujeres y la jefa se llamaba Erica Palmer, una ex esposa de ejecutivo de más de cuarenta años que había experimentado en persona lo que se necesitaba en aquel negocio. Erica era atractiva más que hermosa, esbelta y rubia, tenía unos duros ojos azules y una bien ganada reputación de despiadada en los negocios. Había empezado con la empresa varios años antes, con la pequeña fortuna que consiguió al divorciarse, y ahora supervisaba su floreciente negocio desde su carísima casa junto al mar.

Lucille era su empleada más reciente y venía de una empresa inmobiliaria. Cuando Erica le ofreció un trabajo, ella lo aceptó inmediatamente, ya que ganaba más dinero y el trabajo era mucho más satisfactorio.

No había nada como la sonrisa de alivio y el agradecimiento sincero de una esposa cuando descubría que le acababa de encontrar el lugar adecuado para vivir, le había instalado a los niños en buenos colegios y le había llenado el frigorífico con víveres suficientes como para sobrevivir unos días a la diferencia horaria, además de proporcionarle las direcciones y números de teléfono de todo lo que podía necesitar, desde médicos y dentistas hasta tiendas de vídeo, cines y demás locales de entretenimiento.

El lema de la empresa era Atención al Detalle y Perfección en Todo.

Y esa era una de las razones por las que Lucille solía vestir bien, porque el trabajo lo exigía.

No era que Erica le dijera que se pusiera los tacones altos que llevaba, por supuesto, pero a ella le gustaba llevarlos, a pesar de lo que su madre le había dicho siempre de que a los hombres no les gustaba salir con chicas más altas que ellos y Lucille ya era bastante alta sin tacones.

Pero ella ya no seguía los consejos de su madre ni lo que le decía acerca del comportamiento femenino. Para ella y su padre, el divorcio había sido un fallo por parte de Lucille y se sentían decepcionados por ello, así que apenas se veían a pesar de vivir relativamente cerca.

–Tienes que llamar inmediatamente a la señora Palmer –le dijo la recepcionista cuando llegó–. Ha dicho que es una emergencia.

Lucille se apresuró a entrar en su despacho, tomó el teléfono y se sentó en su sillón.

Erica respondió al segundo timbrazo.

–Soy Lucille, Erica. Jody me ha dicho que era una emergencia.

–Y lo es. Tengo a un irritado Val Seymour paseando arriba y abajo por mi salón como si fuera a explotar, insistiendo en que le encuentre un sitio para alquilar durante los próximos cuatro meses a partir de esta misma noche. Al parecer, ha tenido una gran pelea con su padre y se niega a hablar siquiera de una reconciliación. Le he sugerido que se quede aquí conmigo unos días hasta que se calmen las cosas, pero ya conoces a Val.

–La verdad es que no. No lo conozco, pero sé lo que quieres decir.