Anabela Neves Rodrigues
La luz
que nos ilumina
NARCEA, S.A. DE EDICIONES
Índice
Cita de san Basilio de Cesarea
INTRODUCCIÓN
La luz en la experiencia mística de Oriente
La luz inaccesible
La luz increada
Cita de san Agustín
La luz en la experiencia mística de Occidente
La luz inmutable
La luz viviente
Cita de santa Teresa de Jesús
La luz trinitaria
CONCLUSIÓN
Cita
Si lo que he dicho te basta, San Basilio de Cesarea |
INTRODUCCIÓN
Algunos hombres y mujeres vivieron y supieron expresar la experiencia mística de la luz convirtiéndose para nosotros, en testigos vivos de la experiencia de Dios.
Los místicos nos enseñan que tenemos un gran tesoro en el interior, una “mina de oro”, una “fuente de oro”, una “luz divina”, de la que ignoramos su existencia porque tenemos un conocimiento superficial de nosotros mismos, vivimos desterrados de nuestra interioridad. El místico nos da la posibilidad de ponernos ante el misterio que somos. Hemos sido creados a “imagen y semejanza” de Dios (Gn 1,26-27).
Según Thomas Špidlík hay dos clases de mística: la mística de la luz y la mística de la oscuridad.1 La mística de la luz es parte de la tradición oriental y la mística de la oscuridad forma parte de la tradición occidental.
En primer lugar, vamos a desarrollar la experiencia mística de Oriente. En la mística cristiana de Oriente, el símbolo de la luz tiene una riqueza impresionante, desde los Padres de Capadocia, san Simeón el Nuevo Teólogo, hasta san Gregorio Palamas. A su vez, la mística de la luz se ve representada en la “oración de Jesús” que en Occidente es más conocida como “oración del corazón”.
Posteriormente, vamos a ver el tema de la luz vivido en Occidente por algunos místicos cristianos como san Agustín, santa Hildegarda de Bingen y santa Teresa de Jesús, que hicieron este camino entrando en lo más profundo de su interior, llegando a contemplar la luz misma en su totalidad. Cada uno hizo esta experiencia a su manera, con sus características propias. En estos místicos podremos ver que el fondo del alma esconde su verdadera belleza, la luz divina. Para que el orante pueda ver la luz, el intelecto debe purificarse de todo lo que tiene en sí de sombra, de oscuridad. Para llegar a la contemplación de la Trinidad, debemos “despojarnos” de cualquier forma y figura de Dios. Todos estamos invitados a hacer este viaje interior y a progresar hasta llegar al encuentro más profundo e íntimo con Dios.
1 Cf. T. Špidlík, La oración según la tradición del Oriente cristiano, Burgos: Monte Carmelo, 2004, p. 301-310.
La luz en la
experiencia mística
de Oriente
Para la mística de la Iglesia de Oriente, decir que Dios es luz no es una metáfora sino una palabra que expresa un aspecto real de la divinidad1 como lo expresa el Salmo 36: “En tu luz vemos la luz” (v.10). A partir de la revelación joánica, “Dios es luz”, los Padres griegos desarrollaron una teología trinitaria de la luz, demostrando que las tres hipóstasis divinas son luz: la luz del Espíritu en la que vemos la luz de Cristo, nacida de la luz paterna.
1 Cf. V. Lossky, Teología mística de la Iglesia de Oriente, Barcelona: Her-der, 1982, p. 162.