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Primera edición digital: septiembre 2017
Imagen de la cubierta: Susana Gómez Castiñeira
Diseño de la colección: Jorge Chamorro
Corrección: Alexandra Jiménez
Revisión: Laura Vera

Versión digital realizada por Libros.com

© 2017 Susana Gómez Castiñeira
© 2017 Libros.com

editorial@libros.com

ISBN digital: 978-84-17023-61-4

Susana Gómez Castiñeira

565 kilómetros

El sueño de Alaska

Como el aleteo de la mariposa que engendra un tsunami,
apareció ella transformando mi mundo.
Desde entonces, sólo vivo para mostrarle la libertad del ser,
luchando, a cada instante, por conseguir mis sueños.
Nuestros sueños.
Sus sueños.
Y poder verla crecer libre, es mi mayor anhelo.

A mi hija, el sol en el que orbito.

Índice

 

  1. Portada
  2. Créditos
  3. Título y autor
  4. Cita y dedicatoria
  5. Prólogo
  6. Introducción
  7. Anteriormente, más nieve
  8. Alaska, la preparación de un sueño
  9. En la nada, en el todo
  10. Rematando la historia
  11. Blografía
  12. Anexo fotográfico
  13. Mecenas
  14. Contraportada

Prólogo

 

Érase una vez un camino entre soñar y transformar lo soñado, invisible para muchas personas y que sólo unas pocas percibían. Tan sólo había que tener la actitud adecuada para verlo y la intención clara de querer atravesarlo.

Cada cual vive su vida mezclando deberes y apetencias. Y, a veces, vivirla con pasión es la manera más certera de hacerlo para que cobre todo su sentido. Al menos para tomar conciencia y disfrutar realmente de lo que se hace, aun sabiendo que si las alegrías así se celebran, otras cuestiones menos alegres lo harán de igual manera. Y puede que ese sea el secreto peor guardado de Susana.

Hace unos años, pocos, tuve la fortuna de coincidir con ella en un sendero de montaña, en una isla redonda. En ese instante, por alguna razón, nuestros pasos decidieron acompasarse, para inventar caminos y atravesarlos. Muy poco tardaría en comprobar con qué facilidad se puede convencer a alguien para acometer aventuras, a priori, disparatadas.

Hacerse una composición de un personaje, para transformarlo en una persona, en la que creemos que es, suele llevar a diferir en mayor o en menor medida con la que realmente es, acercándolo más a quién queremos que sea. De manera completamente subjetiva, permítanme esbozar ahora a la autora del libro que están a punto de leer y junto a la que he tenido el lujo y el enorme placer de pisar «terra incógnita» tantas veces como oportunidades hemos ido provocando.

Podría ser esa persona que te saluda a diario camino del trabajo aunque sólo la conozcas por esa circunstancia, o aquella a la que ves muy temprano paseando a su perro y luego te la encuentras otra vez, dejando a su hija en el colegio. Una persona, eso es, y por lo tanto, con su collage de virtudes y defectos.

De esas con una envidiable facilidad para asombrarse con las pequeñas cosas, convirtiéndolas por tanto en algo grande; de las que disfrutan de las gotas de sudor, al producirse y al evaporarse; de las que sonríen al imaginar el horizonte oculto tras aquella curva y se ilusionan sólo con pensar que detrás de este hay otro y otro más, o se estremecen al sentir crujir la nieve bajos sus pies, concentrándose para avanzar junto a sus miedos. Casi siempre actuando en comunión con su silencio. Queriendo comerse al mundo a bocados y recibiendo algún mordisco por el camino; con altos índices de pasión, y bajo porcentaje de técnica; cuerda para decidirse y loca para aventurarse. Puedes encontrarla concentrada en su trabajo, o con la mirada perdida bien lejos frente al ventanal de su casa junto al mar, o asomada a una torre de su castillo de marfil. Obstinada en querer sacar del día, como por arte de alquimia, más horas de las que tiene, convencida además de poder hacerlo. Un alma mesteña gobernada por las riendas de las responsabilidades.

Decidida y atrevida. Porque quien deja de soñar, deja de creer. Y así, mientras unos son felices leyendo «érase una vez…», ella lo es escribiendo «érase una vez, y dos y tres…».

Susana ha querido escribir su historia, habiendo dictado sus pasos antes de dictar sus letras. Lejos de seguir estelas va tejiendo su propio camino, y eso la hace distinta y digna de respeto, más allá de su condición o de su afición.

El viaje va a comenzar, pónganse cómodos. Desde el momento en que comiencen a leer, la imaginación irá añadiendo sus propios ingredientes personales (expectativas, miedos, esperanzas…), y será entonces cuando el libro dejará de ser de su autora para ser de cada una y cada uno de ustedes.

Ahora, pasen y vean.

Pasen y lean.

Ultreia finisterrae et suseia stellae
Sergio Espinosa

Introducción

 

Me paro, mis pies se frenan ante el mandato repentino de mi corazón. La pulka deja de deslizarse por el hielo, pulka que mal llamo trineo, consecuencia inequívoca de mi poca experiencia en temas nevados. Una pulka que deja de emitir ese constante ruido al rozar con el blanco y descansa sobre su propio peso, demasiado elevado, innecesariamente voluminoso.

Suspiro, mis tobillos se quejan del frenazo, mis caderas respiran al dejar el arnés de ejercer presión sobre ellas y mis ojos apenas logran abrirse pues acarrean tanto sueño que no quieren ni pensar, ni ver, todo lo que queda por delante.

Es la milla 120, estoy en Alaska. Mi compañero de aventura, al que llamo Sombra, hace rato que ha desaparecido de mi vista. Estoy sola y me duermo.

Llevo más de dos días atravesando esta inhóspita tierra nevada y tras una primera jornada a todo tren, corriendo mucho y llevando el ritmo como si arrastrásemos el mismo peso que el resto de participantes (algo que no es cierto, pues llevamos más del doble), el dolor, las inflamaciones musculares y el sueño, sobre todo el sueño, se han adentrado en mí y no van a dejarme en mucho tiempo. Estoy derretida del esfuerzo y me queda más de la mitad del recorrido.

¿Les he dicho que estoy en Alaska? ¡Pues llevo sesenta horas avanzando en ella y me he dado cuenta ahora! ¡En la milla 120! Me retuerzo del cansancio e intento espabilarme hablando sola. Enciendo la cámara y le cuento al mundo cómo estoy: estoy jodidamente cansada. Apago la cámara y levanto la mirada. Ahora sí.

Ante mí, un lago en medio de dos macizos montañosos. Delante, un bosque a modo de puerta hacia otro espacio por descubrir. Blanco. Increíblemente blanco. Mi pulka, el blanco y yo. El lago blanco. Las montañas blancas. Mi mente en blanco.

Esta imagen, esta es la fotografía que guardo de mi aventura en Alaska.

Vuelvo constantemente a ella, no sé por qué. Quizás porque necesite volver a vivir una aventura de ese estilo, quizás porque la inmensidad de esta tierra americana es abrumadora, quizás porque tenga que plasmarla en algún sitio para que así mi mente me deje descansar. Esta es la historia de una aventura a la que una inconsciente, en este caso yo, dijo sí desde el segundo uno. Historia que narraré en detalles, sin un aparente nexo con la rutina diaria pero enraizada con la vida misma y sin ser narrada cual novela épica, porque no hay nada de épico en perseguir sueños. Luchar por los sueños debería ser lo normal, lo lógico. ¿Qué le dejaremos, si no, a las futuras generaciones? ¿Unos progenitores que se levantan a las seis de la mañana para comenzar a trabajar y que se acuestan a las doce para levantarse al día siguiente a continuar trabajando? Me niego, a eso rotundamente me niego.

Mi nombre es Susana y tengo 42 años. Vivo en tierras cálidas los trescientos sesenta y cinco días del año y he viajado a tierras polares persiguiendo un sueño blanco.