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LA ENTREVISTA, EL SUBLIME ARTE DE ESCUCHAR

POR JUAN GOSSAÍN

Si no me falla la memoria, que a esta edad es lo primero que le falla a uno y lo segundo que lo traiciona, fue en algún cuento de Las mil noches y una noche, compendio magnífico de la sabiduría árabe, donde leí que un viejo derviche le dice a su secretario: «No olvides nunca que el hombre tiene dos oídos y una sola boca para que escuche el doble de lo que habla».

Sabía lo que estaba diciendo aquel anciano sacerdote. De hecho, siempre he creído que deberían escribirlo con letras doradas, como una consigna, en las salas de redacción, para que no lo olvide nadie. Esa es, sin duda, la mejor definición que conozco sobre el género periodístico de la entrevista.

Contra lo que piensa le gente, y contra lo que se imaginan los mismos reporteros, la entrevista no consiste tanto en saber preguntar, sino en saber oír. Es el arte sublime de escuchar, de poner atención, de saber cuál es el momento de soltar una contrapregunta, porque la liebre de las noticias salta siempre donde uno menos la espera.

Por eso es que, en el fondo, la entrevista consiste realmente en un acto de humildad y de paciencia, casi de resistencia atlética, porque la tentación de parecer erudito es muy grande y asedia siempre a los entrevistadores como una víbora al acecho. Conozco varios casos de periodistas que, mientras hacen una entrevista, empiezan por darle al entrevistado la respuesta y luego le sueltan la pregunta, con la intención vanidosa de oír que el otro se limite a confirmar lo que ellos, tan eruditos, habían dicho de antemano. No saben que, después de todo, cuando te sientas a hacer una entrevista, eres simplemente el vocero de los que no saben, pero quieren saber.

Los buenos entrevistadores, en cambio, dejan hablar a la gente y a veces dan la impresión de que se estuvieran quedando dormidos. De repente sorprenden al otro en un desliz y entonces saltan con las garras abiertas, directo a la yugular, que es el sitio donde se esconden las primicias.

Durante largos años los medios impresos de Colombia -diarios y revistas- renunciaron a la entrevista como género periodístico y, sobre todo, como material de trabajo, porque alguien les metió en la cabeza la idea descabellada de que la entrevista estaba reservada para los medios electrónicos -radio y televisión- ya que, según ellos, lo importante en una entrevista es el sonido de las respuestas y la imagen del entrevistado. Se trata de una falsa impresión, por supuesto, como suele suceder con todas esas afirmaciones rotundas y arbitrarias.

La revista Bocas, por el contrario, inició la reconquista de ese territorio al anunciar que aparecía para dedicarse a las grandes entrevistas. Enhorabuena. Por eso hemos visto pasar por sus páginas a los personajes de la actualidad, los protagonistas de la historia cotidiana, con las chifladuras que dicen, las cosas sabias que se les ocurren o las tonterías más sublimes que son anunciadas con apariencia de filosofía aristotélica, y quedan retratados de cuerpo entero, porque una entrevista bien hecha, al fin y al cabo, no es más que una radiografía del alma humana.

Ahora se recogen, en este libro, algunas de las entrevistas que Mauricio Silva ha hecho para Bocas con esos nuevos héroes de la sociedad moderna, los deportistas. No es para menos que tengan su libro propio, si la rodilla lesionada de Falcao García mereció más espacio en la prensa colombiana que la campaña electoral.

Yo sé lo complejo que resulta hacer un reportaje con algún deportista. Los futbolistas, por ejemplo, son desconfiados y huraños, más que los políticos. Siempre sospechan que el periodista va a terminar burlándose de ellos o tratando de averiguar por su vida privada. La verdad es que, para un futbolista, el periodista es el enemigo natural. Todavía recuerdo la entrevista incomparable que Gay Talese le hizo a Floy Patterson después de su derrota en el campeonato mundial de boxeo.

Espero que los lectores disfruten de estas páginas como disfruté yo al releer las pruebas que me mandaron de la imprenta. Porque, en resumidas cuentas, vale la pena leer a un hombre que es capaz de elogiar los «trancones» insoportables de Bogotá solo porque le dieron más tiempo, a bordo de un automóvil, para entrevistar a pierna suelta al «Pibe» Valderrama.

LAS VERDADES DEL CAPITÁN

CARLOS «PIBE» VALDERRAMA

NOVIEMBRE DE 2011

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Después de meses de acoso, el Pibe me dijo que, definitivamente, no iba a tener tanto tiempo para una entrevista en Bogotá. Aclaró que solo le alcanzaba para unas engorrosas vueltas personales en la ciudad. Entonces le propuse acompañarlo a hacerlas, con la oferta de ponerle un buen auto a su servicio. La verdad es que, días antes, un concesionario le había ofrecido a Bocas un carro de última generación para una prueba. Así las cosas, con un conductor que también hizo un par de preguntas (las mejores), se pudo hacer esta entrevista. Los agobiantes «trancones» de Bogotá fueron definitivos para una charla de un día y medio; cálida, sabrosa y repleta de historia. Diez puntos para el auto y otros tantos para el «10» de todos los tiempos.

Siempre se enfrentaban. Cuando tenían ocho años, eran los mejores en las calles destapadas de Pescaíto. De las veinticuatro horas del día, veinticinco estaban con el «coco» puesto en la pelota. Los «picaditos» que jugaban, con dos piedras a cada lado de la cuadra, y representantes de la calle Quinta contra lo mejorcito de la calle Cuarta -cuatro contra cuatro, o tres contra tres, o dos contra dos-, siempre terminaban en el duelo personal entre Carlitos y Juanito. Los dos samarios batallaban en un torneo aparte, uno contra uno, que consistía en hacer la mayor cantidad de toques en «la pinola» -lo que en el centro del país se llama «la veintiuna»-. Y por uno o dos puntos, el Pibe siempre perdía. Se jugaban el honor tratando de meterla de un arco al otro con el pie izquierdo. Y el «Mono» volvía a perder.

Carlitos, un niño flaco, altivo y orgulloso, regresaba a su casa tan encabronado que no se sentaba a comer y se ponía a ensayar frente a la pared del patio de su casa el arte de «la pinola», la caricia con la zurda, la dormida en pecho y la pisada (todo para superar a Juanito), hasta que el grito de su mamá le ponía punto final a su obsesión.

De esta manera, Carlos Alberto Valderrama Palacio (Santa Marta, septiembre 2 de 1961) depuró una técnica que con el tiempo le valdría para ser reconocido como el «10» de la Selección del Magdalena, de los clubes Unión Magdalena, Millonarios, Cali, Montpellier, Valladolid, DIM (Deportivo Independiente Medellín), Junior, Tampa, Miami, Colorado y Selección Colombia, así como para ser elegido dos veces el Mejor Jugador de América. (Juanito, por su parte, el gran Juan Olivar, es hoy un funcionario de carga en el puerto de Santa Marta. ¡Grande Juan!).

Todo empezó allí, en Pescaíto, el barrio de los pescadores en Santa Marta, en el seno de dos familias futboleras: los Valderrama y los Palacio, donde o eran cracks, o eran «patas-brava». «Mi papá, “Jaricho” Valderrama, era un back central más bien pegador y mi tío, “Toto” Valderrama, un “calidoso” puntero izquierdo. De esa rama vienen Roland y Alan, mis hermanos, también pegadorcitos, y yo, que fui el fino... De ahí también vienen mis primos Didí, un verdadero crack, y Pablo, más bien bueno para dar zapato. Luego están mis tíos maternos, los Palacio: Justo, un volante ofensivo muy técnico, y Aurelio, un marcador derecho “con sangre en el ojo”. De esa rama salen los hermanos González Palacios: Miguel, al que le decían el “Fercho”, Edison el “Robapollos” y Julián, todos defensas “de buen pegar”», anota el Pibe, de media distancia.

Jaricho, su viejo, fue su primer director técnico en el colegio Celedón y el maestro que le dio la gran lección de su vida: «Para llegar hay que ser disciplinado, no hay de otra». Y llegó muy lejos.

Usted también se inició con la «bola e’ trapo». ¿Oué tanto sirve para la carrera de un futbolista profesional?

Mucho, ayuda a la técnica. El asunto va así: la bola se hace con papel periódico, se amarra fuertemente con cabuya para que no pierda la forma, se le echa pegamento para fijar los trapos, hasta que quede la forma redondita, y «pa’lante». Al principio es difícil de manejar, pero uno le va cogiendo el tiro; y como no rebota, uno tiene que hacer todo el esfuerzo para levantarla, para dominarla: ahí está «la vuelta». Dominio y técnica.

¿Cuál fue su primer balón?

Mi papá arreglaba balones en el barrio y los que llegaban destrozados se quedaban en la casa. A punta de aguja e hilo, mi papá hizo aparecer mi primera pelota, eso sí, más cocida (sic) que un sancocho.

¿Después de tantos años, la cancha de La Castellana, en Pescaíto, por fin estrena gramilla. Ya era hora, ¿no?

Cuando yo jugué allá, era un peladero. Luego, cuando me hice grande, siguió siendo un peladero. Este año decidí, con el apoyo de varias empresas, arreglar la casa. Espero que los muchachos tengan mejores condiciones que las que yo tuve.

¿Siempre fue «10»?

Siempre, desde niño. Eso fue innato.

¿Por qué no terminó su carrera en el Unión Magdalena?

La gente cree que no quise, pero la verdad es que, cuando volví del fútbol «gringo», en 2003, ningún equipo me llamó. Ninguno ¿Puede creer? Y yo no estaba para hacer llamadas. Tampoco...

¿A usted le parece que le hace justicia la estatua que le hicieron en el estadio Eduardo Santos?

No hicieron la estatua del Pibe con las medias abajo y con la actitud bacana que siempre me caracterizó. La del man relajado. Nada de eso, quedé estresado...

¿Cuál fue la piedra más grande que le sacó el fútbol?

El día que, siendo manager del Junior, le saqué el billete al «Cacharrito Ruiz». El cuento es así: en un tiro de esquina -ojo, un tiro de esquina donde todo pasa, donde a mí hasta me cogieron los huevos, hablo de un tiro de esquina tan alto que la pelota todavía no ha aterrizado en Pescaíto-, al man le da por pitar penalti a favor del América porque, dizque, empujaron a cualquiera. Todos saben que esa jugada se la inventó Ruiz y, claro, yo le dije de todo. Me clavaron once fechas. Pero no me arrepiento, ni por el putas.

Los hinchas de Millonarios todavía nos preguntamos por qué Jorge Luis Pinto no lo puso a jugar lo suficiente en 1984. ¿Oué pasó?

Los primeros seis meses sí jugué, hasta que llegó un «10» con cartel: Silvano Espíndola. Me tocó salir. Yo quería jugar y estaba chévere en Bogotá, pero apareció el Cali y entendí que era la oportunidad.

Cuando usted hizo parte de ese histórico Cali de 1985, 86y 87, ese equipo que la movía tan sabroso, ¿cómo era enfrentar al América de Falcioni, Cabañas, Gareca, Battaglia, Willington Ortizy, lo peor, de los Rodríguez Orejuela?

Yo llegué y formé un combo que siempre recito de memoria: «Gato» Fernández, el «Jet» Polo, el «Flaco» Murillo, el «Polaco» Escobar, Jorge Ambuila, el «Cenizo» Núñez, Bernardo Redín, mi persona, «Piripi» Osma, «Gambeta» Estrada y «Checho» Angulo. Luego llegó Buenaventura Ferreira y luego Miguel González, un equipazo. Y respondo así, lo más lindo es que la gente todavía recuerda ese Cali porque jugábamos bien en casa y por fuera. Ese es nuestro título de honor, más allá de que todo era para el América. Porque nosotros jugábamos mejor. Luego se vino a saber todo lo del «Diablo».

En los clásicos, siempre lo persiguió el paraguayo González Aquino, ¿era tan bravo como decían?

Peor. Me puyaba con agujas, me metía trompadas, me cogía el culo, me decía: «Tu mujer te pega cachos», «tú eres marica», «tu mamá no sé qué...», de todo...

¿Sí fue Redín el socio histórico de su juego?

Sí, no hay duda. Después, seguramente, Freddy Rincón, dos lindas sociedades.

En el 88, finalmente se fue a Europa. ¿Por qué al Montpellier?

Porque fue el club que se interesó.

Pagaron 2,5 millones de dólares. ¿Hoy sería otra la historia, otro el monto?

En su época fue un billete largo. Todo bien...

¿Se deprimió por estar en la banca?

No. Julio César, el brasileño que jugaba allá, me dijo: «No te desesperes que te va a llegar la oportunidad».

¿Y qué hacía sin jugar?

Pasear. Cogía el carro, un Renault 21, creo, y me iba a conocer lugares preciosos. La Costa Azul, y la playa y el paseo. «mamando gallo», esperando el chance. Y comí rico. Había una pasta con mariscos, bien bacana. No sé si era el aceite o qué, pero tenía magia.

¿Y quién le enseñó a manejar?

El «Piripi» Osma, en el Cali. Andábamos por la vía de la U. del Valle y, aun cuando el man era tranquilo, me hacía parar para refrescarnos con un champús. Por eso me quedé de conductor «lentejo», voy suave y tranquilo. Y por eso siempre salgo temprano...

¿Cuál fue el mejor momento en Francia?

Cuando ganamos la Copa Francia. En la semifinal hice un partido increíble contra el Saint-Étienne, en su cancha: cayó un aguacero histórico y esa tarde, lo juro, no me la quitaban ni con soga. En el partido de vuelta me expulsaron faltando cinco minutos para terminar, por una plancha lo más de tonta que tiré. Así que no pude jugar la final en París, que ganamos tres a uno. Eso siempre me dolió. Ha sido el único título del Montpellier en su historia.

Del período del Real Valladolid con Maturana, Leonel e Higuita (1991) quedó una imagen para siempre: la tocada de huevos que le aplicó Michel.

En el Valladolid nos decían los «pelucones», por el pelo de los tres colombianos. No nos fue bien en ningún aspecto: ni deportivo, ni económico. La tocada de Michel fue en un tiro de esquina. La primera vez que me tocó, literalmente, no le paré bolas. La segunda, pensé: «Estas son “maricadas” de este “güevón”». La tercera, me le paré y le dije: «¿Tú eres “maricona”...?, si quieres yo te meto aquí la ver...». Y el man apenas me miraba. Y ya. Por la noche íbamos en bus de vuelta a Valladolid y, cuando paramos a comer, vimos en el restaurante el programa Estudio Fútbol en el que el tema era ese. Maturana me dijo: «¿Y ahí qué pasó?». Hoy es el día en el que todavía me joden con eso.

¿Es una «joda» normal en el fútbol?

La gran mayoría de los defensas tienen esa bendita maña.

¿Quién fue el peor?

El peor está entre Ricardo el «Chicho» Pérez y Eduardo Pimentel. No, mentiras, Pimentel fue el más «h.p.» de todos los «h.p.s».

¿Por qué no se quedó en Europa?

Tuve la oportunidad de ir al Valencia F.C. pero yo tomé la decisión de volver a Colombia por que me «emputé» con lo del pago en el Valladolid. Y cuando me «emputo», me «emputo». Me arrepiento porque tenía para jugar más, porque estaba en mi momento. Mi mujer sí me decía: «Quedémonos», y yo le respondía: «Yo me voy de esta “mondá”».

Cuando llegó al DIM (1992), sus calificaciones siempre fueron de ocho para arriba en cada partido... La rompió, ¿no?

Carlos Castro y el Ferry Zambrano corriendo arriba, y yo en mi salsa metiendo balones... Esa fue una de las temporadas más lindas de mi carrera. Pero todos se empezaron a lesionar y no llegamos.

Y llegó al Junior de Barranquilla. Ni mandado a hacer, ¿no?

Amor incondicional. Más que un combo bacano -el «Niche» Guerrero, el «Gordo» Valenciano, «Pachequito», el «Nene» Mackenzie y todos volando-, éramos una gran familia. Y campeones. Y dos veces. El ambiente que logramos crear en la ciudad es algo que nunca vi. Por eso el aficionado quiso tanto a ese equipo.

Y la mayoría de jugadores más costeños que la empanada de huevo... Hermano, si hasta íbamos a comer todos, cada vez que podíamos, a El Tremendo Guandú, a gozar del propio golpe «costeñol». Luego, en el entreno, a bajar la grasita.

Con ese Junior estuvo cerca de coronar la Copa Libertadores. ¿Oué pasó?

Accidentes del fútbol. Botamos el penalti decisivo contra el Vélez de Chilavert. Era el último penal, el que nos llevaba a la final y Méndez, que nunca pelaba uno, ese día lo botó. Y ellos fueron campeones.

Viene Estados Unidos en Tampa, Miamiy Tampa otra vez. Todo muy relajado y hasta cómodo. ¿Cómo Pescaíto en el agua?

¡Cheverísimo! Hice historia: tres veces el mejor jugador de la liga, récord de asistencias en un torneo (ciento catorce), calorcito, latinos, todo bien.

Hasta que llegó el frío en las montañas de Colorado con los Rapids. ¿Le afectó el clima?

Un día hacía un sol como el de Pescaíto y me fui con mi familia al centro comercial a pasar el día, a comer helado y nos dio por entrar a cine. Cuando salimos, ¡no jooooda!, la nieve tapaba a todos los carros en el parqueadero. Duramos como dos horas para encontrar el auto. No lo podía creer.

¿Cuándo se formó realmente la gran Selección de los 90?

La nueva generación comenzó con la base de Nacional: René Higuita, Luis Carlos Perea, el «Chonto» Herrera, el Chicho Pérez, Alexis García, Leonel Álvarez, el «Andino» Galeano; los de Millos: Norberto Molina, la Gambeta Estrada, el «Guájaro» Iguarán y «Rubencho» Hernández; los del Cali: Bernardo Redín, el «Flaco» Hoyos y yo, más el «Pitufo» de Ávila, el aporte del América. Para la Copa América del 87, donde nos fue muy bien y jugamos bacano, se empezó a armar ese combo bravo.

Para el 88, usted lideró la Selección que viajó a Europa a participar en la Copa Sir Stanley Rous junto a Inglaterra y Escocia. Allí se hizo visible ante el mundo. ¿Cómo sacó a relucir el genio?

Maturana me dijo algo importantísimo en Wembley: «Como si estuvieras en Pescaíto, igualito juega aquí, que así le ganamos a cualquiera. No vayas a cambiar nada, tira un túnel o un taco, lo que quieras. Este es el templo del fútbol y puedes ver que este es un tapete y no hay ni un solo hueco. Si tú saliste de La Castellana, que tiene veinte mil huecos; me imagino que aquí no te vas a dejar quitar la pelota, ¿no?». Y así fue.

¿Algún técnico le cortó esas alas?

Pierre Mosca, en el Montpellier.

¿Cuál técnico fue el «gran motivador»?

El «Profe» Comesaña me decía: «A usted no le dieron esa banda de capitán por la pinta, se la dieron porque es tremendo jugador. Así que organice ese equipo como usted sabe. Pero no de pinta, no sea “güevón”».

¿Qué pasó en la Copa América de 1989, realizada en Brasil, donde quedamos eliminados en primera ronda?

Allá renunciaron el «Checho» Angulo y Alexis García porque no jugaban. Luego todo se jodió.

¿Qué debería hacérsele al jugador que renuncia a la Selección?

Meterlo preso y dejarlo preso. Tanto que se jodió uno para ponerse la bandera y después botarla por «maricadas». ¡No jooooda!

El «Tino» Asprilla renunció en pleno Mundial del 98. ¿Mereció la cárcel?

Sí, yo sé lo dije tiempo después, y no ahí, porque él se voló de allá sin decir nada. Recuerdo que el «Bolillo» nos hizo una reunión y nos dijo: «Asprilla está fuera de la Selección» y punto. Con «Fausto» siempre fuimos buenos amigos y alguna vez él me dijo: «Nadie sabe ni sabrá por qué hice eso». ¿Y ahí qué puede decir uno?

¿Qué significa ir a una Copa del Mundo?

La graduación del futbolista.

Cuando saltó de la boca del camerino para enfrentar el primer partido en Italia 90, contra Emiratos Árabes, ¿qué se le pasó por la cabeza?

Yo pensé en Colombia. Después de tanto sacrificio, yo solo pensé en Colombia.

Y ahí usted hizo su primer y único gol en un mundial.

De larga distancia, papá. Si uno mete un gol en La Castellana (la cancha de su niñez) y se vuelve loco, ¿cómo cree que se vuelve uno en un mundial.? De verdad que uno piensa en Colombia, en la bandera, en tirarla para adelante, en que sople duro.

¿Qué faltó en el Mundial del 90?

Arnoldo Iguarán. Se jodió en un entreno, jugando al «bobito». ¿Quién sabe a dónde hubiéramos llegado... ?

¿Usted le recriminó a Higuita la célebre embarrada contra Camerún?

Nunca. Doloroso y triste es morir, pero lindo morir en la de uno. ¿Cuántas veces nos motivó René?, ¿cuántas veces nos agrandó?, ¿cuántos balones sacó? ¿Ah.?

¿Lloró?

No.

¿Ha llorado por el fútbol?

Dos veces, una vez con la Selección del Magdalena, cuando nos eliminó Cesar (1979) y la otra cuando clasifiqué al primer Mundial en Tel Aviv (1989). Lloré del bus al hotel como un niño. Todavía me emociono porque sabía que había pasado el examen, que estaba graduado.

5 de septiembre de 1993. ¿Cuál es la pregunta que no le han hecho del cinco a cero y siempre ha querido contestar?

¿Qué pasó antes del cinco a cero? La respuesta: nos reventaron los vidrios del bus y luego nadie durmió. ¿Por qué? Las barras bravas nos jodieron toda la noche, hasta que el sol salió, con una bulla increíble. Al otro día estábamos todos amanecidos.

¿Usted le dijo algo al grupo antes de salir al campo?

Por la mañana dije: «¿Nos vamos a devolver porque no pudimos dormir? No seamos tan maricas». Luego, en la cancha, todos dijimos: «¡Hoy ganamos!, ¡hoy clasificamos!».

¿Cuál es el gol que más le gusta del cinco a cero?

El primero. Por el enganche corto hacia afuera de Freddy Rincón. Es increíble. De ese gol quedó la foto histórica de Freddy, el Tino y el Pibe, uno encima del otro. Pura poesía... Es la foto más linda de mi carrera. El que no guardó esa foto, se jodió. Una imagen que representa, en sí, la cumbre del fútbol colombiano.

¿No se cansa de hablar del cinco a cero?

¿Y quién se va a cansar de eso?

¿Llegaron reventados de la «rasca» a Bogotá?

Y sí. En el hotel hasta el amanecer, y en el avión que venía a Bogotá, el Gordo Valenciano nos levantó a whisky puro. Luego, ¿cuánto nos demoramos del aeropuerto a El Campín? Una eternidad... todos «piados...» y secos... Entonces yo le dije a Maturana: «¿Y qué, profe?, ¿nos vas a dejar morir? ¡Manda aunque sea por una botella, hey...!».

¿Si tuviera que escoger entre el equipo de Colombia del 90 y del 94, con cuál se quedaría?

Por fútbol, el que ganó las eliminatorias del 94. Ese equipo no se vuelve a repetir «más nunca».

Entre muchas cosas, se dijo que ustedes se vendieron en U.S.A. 94 y que las apuestas acabaron con toda la ilusión. ¿Qué tanto hubo de verdad en todo eso?

 Y cómo para qué nos íbamos a vender. La única verdad es que, queriendo ganar, no pudimos. Nada nos salió.

¿De qué se trata ser ícono?

El amor de la gente y el reconocimiento a haber jugado bien al fútbol. Luego, que lo reconozcan a uno por la pinta. Pero para sostenerla hay que ser «calidoso», je.

¿Quién fue más, Pelé o Maradona?

Diego. Me identifico más con él.

¿Qué le impresiona del fenómeno Maradona?

Que la gente se tatúe su rostro en el cuerpo. El día de su despedida, en la Bombonera, vi a miles tatuados y eso, solo eso, me pareció impresionante.

¿Y entre Messiy Maradona?

Maradona, porque solito hizo grande al Nápoles, mientras que Messi está rodeado de unos tigres. Además, técnicamente fue más Maradona porque también tenía gol con el tiro libre. Y Messi, no. Ahí gana el «Pelusa».

¿Cuál es el equipo más impresionante que usted vio en su vida?

Brasil de 1982 y el Barcelona de hoy.

Si fuera técnico, ¿qué haría para enfrentar al Barca de hoy?

Ir al hotel antes del partido y amarrarlos a todos para que no se presenten. Nadie le ha encontrado la vuelta.

Hablemos de los históricos: ¿René Higuita?

El mejor loco que conocí en el fútbol. Cuando hizo el escorpión en el Wembley me di cuenta de que era realmente distinto. Yo siempre digo, la «verga» ser un man distinto y él hacía todo distinto. Un genio.

¿Leonel Álvarez?

Uno de los grandes amigos del fútbol. En Escocia (1988), «Leo» vio que me estaban levantando a zapato y me dijo: «Mono, no te vayas a hacer expulsar nunca, “h.p.”. El que te joda, tú me dices que yo respondo. ¡Pilas pues.!». Luego me dijo: «Ya le cogí las placas al “h.p.”». A los cinco minutos vi al escocés tirado en el suelo. Leo ya lo había atendido. Siempre me sentí respaldado.

¿Arnoldo Iguarán?

La «Joya». Creo que es el delantero que mejor me entendió. Yo me moría de la risa con él... se la tiraba allá, y allá llegaba; se la tiraba arriba y le pegaba más duro con la cabeza que con el pie... ¡Qué grande! Me hubiera gustado haberlo tenido mucho más tiempo a mi lado. Calladito, trabajador, sin problemas. Hasta le decíamos el «mudo». Un bacán.

¿Adolfo Valencia?

El «Trencho» era especial. Noble, sencillo, querido, vacilador, tremendo mamador de gallo... Tenía una apuesta eterna con el Tino a ver cuál era el que más goles hacía con la Selección. Nunca supimos quién ganó porque eso fue muy parejo. De hecho, el día del cinco a cero, el Tino ya llevaba dos y el Tren le rogaba a Freddy: «Paisano, falta el mío, no sea así». Luego me miraba a mí y me decía: «Falta el mío, Monito». Y mire cómo son las cosas, el que se lo puso fue el mismísimo Tino y anotó.

¿Albeiro Usuriaga?

El «Palomín» era un niño bacano. Nunca hizo caso táctico. Era de los que le decía al profe: «No me complique con órdenes; que me den la pelota que yo solito arreglo esta recocha». Uno de los grandes delanteros de la historia del fútbol colombiano. Su enganche, su freno, su remate... Un crack.

¿Freddy Rincón?

Mi gran hermano, pero como los buenos hermanos, nos peleábamos mucho en la cancha. Yo lo «putiaba» y él me «putiaba». Luego, el agua de la ducha le bajaba el volumen a todo y éramos los más «llaves». De hecho, había un problema en el grupo, y éramos los dos los que hablábamos. Además, él era el que velaba por el billete de todos, siempre decía: «Hay que cobrar ahora porque los directivos luego se roban la plata y esos “h.p.s” nunca juegan».

¿Faustino Asprilla?

Pudo ser el mejor del mundo y no quiso, siempre lo digo. El más grande de nosotros. Era distinto, pateaba con las dos, la gambeta era increíble, saltaba más que Michael Jordan, ¡no jooooda!, era un fuera de serie... Cuando él estaba en Italia, yo me desvelaba por verlo jugar en el Parma. Con eso lo digo todo.

¿Quién fue el mejor bailarín de la Selección histórica?

¡Uyyyy!, de lejos, Harold el «Betún» Lozano... Ese man sí sabía de eso.

¿Y el peor?

El Bolillo Gómez, también de lejos. ¡Qué tronco!

¿Usted quiere ser técnico de la Selección?

No... yo ya cogí mi camino. Con lo del Junior me bastó. Uno trabaja toda una semana y un árbitro le puede cambiar a uno todo en un segundo. Así que, para evitarme problemas y sufrimientos, decidí irme de esta vaina. Quiero vivir bacano.

¿Está podrido el fútbol?

Sí. Siempre ha estado. De hecho antes era peor. Cuando empecé estábamos llenos de mafia. Hoy es más disimulado.

¿Qué opina de Leonel Álvarez como técnico de la Selección?

Un tipo lleno de carácter para dirigir. Además, su fútbol es directo, profundo y juega sabroso. Yo personalmente estoy entusiasmado.

¿Giovanni Moreno o James Rodríguez?

Ambos, pero no juntos. El que esté mejor.

¿Cuál fue su partido más bello?

Contra Israel. Jugué sabroso. La pedí mil veces y la entregué dos mil.

¿El más triste?

Contra los gringos en U.S.A. 94, por todo lo que significó: la salida del Mundial y luego la muerte de Andrés Escobar.

¿Si volviera a nacer, volvería a ser futbolista?

¡No jooooda...! Veinte veces. Una carrera deliciosa.

¿Ustedya es un clásico en la publicidad?

Me volví un producto.

Usted se casó desde muy joven y ha tenido un matrimonio muy estable. ¿Eso es fundamental?

Clara Iveth Galván, una guajira que conocí en Pescaíto desde «pelao», ha sido mi mano derecha y mi estabilidad. Y ojo que ella es tres años mayor que yo. Me ayudó a la disciplina, a hacer las cosas bien. Logré hacer un buen «matri» del que quedaron seis pelaos chéveres: Alan (veintiséis años), Jenny (veintidós), Carlos (diecisiete), otro Carlos (quince), Stefi (catorce) y Carla (trece).

¿Recomienda el matrimonio... Por ejemplo, le ha dicho al Tino: «Cásese»?

Noooo... Yo no me meto en eso ni de vainas.

¿Terminó la dinastía Valderrama Palacio, o sus hijos traen lo suyo?

El mayor se lesionó, el otro está en el equipo de la Autónoma y los otros, pues ahí van. Uno nunca sabe. Si a mí se me dio...

VIVO FELIZ VIVIENDO

LUIS FERNANDO MONTOYA

ABRIL DE 2012

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Más allá de consignar aquí un impresionante testimonio de vida -que incluyó la minuciosa narración de cómo un balazo le destrozó las vértebras C3 y C4, la médula espinal y su vida profesional-, esta entrevista sirvió para que el «Profe» Luis Fernando Montoya cobrara una absurda promesa incumplida. El campeón de la Copa Libertadores reveló en este espacio cómo un director de Coldeportes, en plena campaña política, le ofreció un automóvil acondicionado (y hasta tuvo la osadía de entregarle unas llaves simbólicas), pero nunca se lo entregó. Después de la publicación de Bocas, y la correspondiente denuncia, el nuevo director de la entidad gestionó el automóvil y el Profe, finalmente, se pudo movilizar por sus propios medios.

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