1. EL ADIÓS DEL REY

Bilbao, 12 de noviembre de 2016

—¡El último asalto de tu vida, Javi! —Me gritan desde la esquina.

El Chato está frito, pero ha aguantado el castigo con bravura. Respeto mucho su capacidad de sufrimiento. Pero conozco este negocio, y si vamos a las cartulinas no me darán ganador. He de noquearlo. Mi sueño de ser campeón de España está cerca, casi puedo tocarlo. He de noquearlo. No hay otra. Los tres últimos minutos de mi vida. Quiero despedirme del boxeo a lo grande. Tres minutos y ya está. Después de haber quemado nueve, el décimo y último asalto puede decidir hacia qué lado se inclinará la balanza. Escucho las instrucciones de mi equipo mientras me recupero del esfuerzo. Los hombros y los codos me arden. Tengo las manos hinchadas, la garganta seca. Pero nada va a frenar mi ímpetu. Bebo un poco de agua y agradezco el minuto de descanso.

—Javi, por lo que más quieras, mete tus manos, presiona. Lo tienes tocado, ya no puede más. Achica el ring. Presión, presión. No tengas prisa al salir, quítate manos, llévalo a las cuerdas y trabaja abajo y arriba. Vamos, campeón. No lo dejes escapar.

Emiliano intenta evitar que me salga del plan establecido. Me recuerda la estrategia. Fue muy claro en el vestuario. «Presión, presión. Mete manos arriba y abajo. Si es necesario, te agarras para descansar y así evitas el contragolpeo. Entra en la distancia corta, no lo dejes pensar, que esté todo el rato incómodo. Tú eres más fuerte, pero también debes ser más inteligente». Son directrices sencillas, pero soy de sangre caliente y a veces me ciego y no hago caso. Hoy, en cambio, he seguido al pie de la letra el plan de pelea. Algo poco habitual en mí. Entre bocanada y bocanada de aire, le guiño un ojo. Me gusta transmitir confianza, que parezca que todo lo tengo controlado.

—Vamos, Javi. Saca toda la chatarra que llevas dentro. Lo tienes cerca, lo tienes cerca. Vas a lograrlo. Dios ha querido que hoy sea el día. Vamos, Javi, piensa en todo lo que has sufrido, campeón. O le ganamos por KO o no ganamos. Saca la artillería y pega con todo.

El Pollo siempre sabe decir las palabras adecuadas en el momento adecuado. Me conoce perfectamente y sabe que soy un deportista muy emocional. Necesito tenerlo cerca. Necesito escuchar eso.

El combate está siendo duro, agónico. Los últimos tres minutos se pelean con la cabeza y se ganan con el corazón. Aprieto los dientes con rabia. De todo lo que me han dicho en el minuto de descanso, solo una frase se repite en mi interior como un eco cada vez más fuerte. Dios ha querido que hoy sea el día. Dios ha querido que hoy sea el día. Dios ha querido que hoy sea el día.

chatarrero9

Foto de David Bueno ©

Las luces, el griterío ensordecedor de un pabellón repleto, el olor de la sangre y la adrenalina que silencia el dolor. Todo se mezcla, son muchas sensaciones a la vez. Los rostros se difuminan, las voces se tapan unas a otras, pero el eco interior sigue multiplicando las palabras. Dios ha querido que hoy sea el día. Mucha gente no me daba posibilidades. «Está viejo, ya no sirve para el boxeo», decían. «Es un paquete y le van a dar una buena paliza», escribían en las redes sociales. Pero mi gente siempre creyó en mí. Yo creí en mí. La preparación ha sido deficiente, pero donde no llegan los pulmones, llega el corazón. Veo cerca la victoria y eso me da alas. He aguantado nueve asaltos extenuantes y sé que todavía tengo gasolina para uno más. El último asalto de mi vida. Me colocan el protector bucal y un poco de vaselina en pómulos y cejas. Respiro hondo, como queriendo coger un océano de oxígeno. Alguien de mi esquina da unas últimas indicaciones que se pierden entre el sonido ensordecedor. Nada puede sacarme de mi estado de concentración. Miro al frente con decisión. Sé lo que debo hacer. Hoy es el día. Hoy es mi día.

—¡Segundoooos fuera!

chatarrero21
chatarrero12

Foto de David Bueno ©

chatarrero4

Foto de David Bueno ©

2. UN BOXEADOR CON NOMBRE DE GRAFITERO

Tres meses y medio antes.

Mientras busco aparcamiento, el altavoz del equipo de música escupe rimas urbanas. Somos duros, hombres de ley, todos un poco locos como Cassius Clay. No quiero princesas, ¿no lo entendéis? No quiero ser tu príncipe, yo quiero ser el rey. En mi coche nunca falta el hip hop de Rosa Rosario. Pase lo que pase estaré siempre aquí, el boxeo me sacó de ahí. El barrio está presente en su música, el mismo barrio de L´Hospitalet que estoy recorriendo. Chaca, uno de los vocalistas de Rosa Rosario, me espera en el Gallego Prada para una sesión de sparring. Se proclamó campeón de Europa del peso superwélter en el año 2014 y está buscando una nueva oportunidad. Fue en Italia, salía de una lesión grave y tuvo los santos cojones de ganar por KO, con casi toda la afición en contra y avisado a última hora. Lo llamaron el lunes ofreciéndole combatir por el título ese mismo fin de semana. Al parecer, se había caído uno de los contendientes por problemas de papeleo. Chaca firmó el contrato al día siguiente y fue con lo puesto, sin poder preparar el combate más importante de su carrera. Pero hay trenes que no puedes dejar escapar. Da igual lo que pueda pasar, con quien me vaya a enfrentar, solo quiero luchar en el ring. Es un hombre de ley, de los que quedan pocos. La vida, y no la sangre, nos ha hecho hermanos.

A Chaca lo conocía de la calle, aunque no teníamos un trato directo. Por entonces aún le llamaban por su nombre de pila: Isaac. Crecimos en barrios vecinos, lo que significa que teníamos amigos en común. Yo tiré más por el rollo pandillero, mientras que él se decantó por el arte urbano. Isaac empezó a ser muy activo a finales de los noventa y su tag o firma de grafitero apareció en muros y vagones de tren. Una mano adolescente sacaba un spray y trazaba cinco letras —«Chaca»— mientras la noche cerrada amortiguaba el siseo. Al amanecer, todo dios sabía que había sido Isaac. El tag aún olía a pintura fresca. Chaca, como empezó a ser conocido en el barrio, no tuvo una adolescencia fácil, y eso es algo que yo respeto mucho. Me quito el sombrero ante los chicos que salen adelante a pesar de las dificultades. Podría haber sido un maleante, un drogadicto o vete tú a saber, pero descubrió en el deporte una vía de canalización y todo su odio lo transformó en energía positiva. Empezó a destacar en el boxeo amateur, donde cosechó muchas victorias. Fue campeón de España en varias ocasiones y a punto de cumplir los treinta, movido por la necesidad económica y la búsqueda de nuevos retos, decidió pasar al profesionalismo. Antes de dar el salto al boxeo rentado, empezó a dejarse ver por el Gallego Prada. Intentaba sacar lo mejor de los entrenamientos con la selección catalana y lo mejor de las sesiones de sparring con boxeadores profesionales. Siempre serio, perfeccionista, ya apuntaba maneras de campeón cuando empecé a verlo de manera habitual en el gimnasio. Yo sabía que Chaca tenía talento y buenas condiciones físicas, lo había visto pelear en varias veladas. Pero el salto al profesionalismo es otro rollo. Cambia el vendaje, el sistema de puntuación, el número de asaltos, las estrategias… y los golpes que se reciben hacen más daño. Mucho más daño. No todos se adaptan bien. Por eso, la mejor prueba de fuego para un chaval que está pensando en ser profesional es hacer unos asaltos con el Chatarrero. Si me aguantan, entonces están preparados. Esto se lo digo a los chavales, un poco en broma, para que se quiten el miedo. Todos tenemos dudas acerca de si aguantaremos los golpes con el vendaje profesional cuando debutamos.

En la actualidad, tenemos una pizarra en el gimnasio donde nos apuntamos y acordamos la hora para hacer guanteo. Por aquel entonces, no estaba tan organizado y tú ibas cuando podías, sin saber si encontrarías pareja de baile. Recuerdo que mientras me colocaba el vendaje, Chaca ya estaba por ahí haciendo trabajo de saco. Lo de salir a correr lo he llevado siempre fatal, así que el trabajo físico en las preparaciones lo enfocaba sobre todo en hacer muchísimos asaltos. Con boxeadores de todo tipo. De mi peso o más grandes, nunca me ha importado notar manos pesadas. Creo que eso te obliga a sacar lo mejor de ti mismo. Al principio, llegaba yo muy vacilón al gimnasio y pipeaba quién había. Yo sabía que me tocaría hacer sparring con Chaca pero, aun así, me hacía el gallito:

—Oye, ¿A quién voy a pegar hoy? ¿Hay algún voluntario? ¿No? Joder, chacho. No seáis rancios.

Me gustaba recrearme en el silencio que se hacía. Algunos evitaban mirarme y disimulaban. Sabían que no estaban preparados para subirse conmigo. Emiliano tampoco permitía que un chaval hiciera asaltos si no tenía nivel. Al final, a esa hora, siempre le tocaba a Chaca. No es sencillo encontrar un buen púgil que te haga trabajar al límite. Antes de empezar, yo me acercaba a él y, en tono jocoso, le hacía guerra psicológica:

—No veas, chaval, te ha tocado la lotería. Madre mía la que te voy a dar. He tenido un día de mierda y necesito desahogarme. La que te va a caer, chaval.

Él me conocía y sabía que esas bravatas eran parte de mi sentido del humor. Se sonreía, pero el cabrón no perdía la concentración. Luego, nos dábamos estopa y, al finalizar, tan amigos. La gente no sabe el rollo que hay en un gimnasio de boxeo. El sufrimiento compartido une mucho, y cuanto más te pegas con un compañero, más amigos os hacéis. El abrazo cuando se acaba el último asalto es sincero, mezcla de satisfacción personal y respeto por el rival. Poco a poco, Chaca y yo fuimos estrechando lazos hasta hacernos muy buenos amigos. En las peleas importantes yo he estado en su esquina y él en la mía. Es mi hermano, y para mí es un gran honor tenerlo cerca. Incluso los Rosa Rosario me hicieron una canción con videoclip chanante. Se grabó en la chatarrería y la liamos mazo. Me gusta que suene de fondo cuando salgo a pelear. A todo volumen, como abriendo camino entre el griterío. No quiero princesas, ¿no lo entendéis? No quiero ser tu príncipe, yo quiero ser el rey.

Poco podía imaginarme que, en aquella tediosa tarde, justo antes de abrir la puerta del gimnasio, una llamada de mi amigo Marcos iba a cambiar mi destino.

—¿Si?

—Javi, soy Marcos. Tengo buenas noticias.

—Habla, compadre.

—Ya tenemos fecha para la pelea contra el Chato Benítez.

—¿En serio? ¿Cuándo?

—Doce de noviembre. En Bilbao. Lo tengo todo atado, tan solo faltan unas firmas. Tendrás la despedida soñada, tal y como te mereces. Será el combate de fondo. Haremos una buena promoción.

—Joder, chacho. Con esta noticia acabas de darme un subidón que flipas. Poder chatarrero a full. Me pillas en el gimnasio, a punto de empezar el entrenamiento. Luego te llamo y me comentas los detalles. ¿Doce de noviembre, dices?

—Ese día dormirás con el cinturón de campeón de España. Ya verás. Te vas a retirar a lo grande.

—Yeeeeeeeaaaa.

Desmotivado es la palabra que mejor define el estado anímico de los últimos meses. Entrenaba con los nudillos inflamados, agobiado de muchos problemas —propios y ajenos—, sin un combate ilusionante en el horizonte y con lesiones crónicas adheridas a mi vida como una segunda piel. Imaginad una punzante voz que, cada vez que te pones los guantes, te chilla que lo dejes, que te retires, que tu cuerpo no quiere que lo sigas maltratando con la dureza que conlleva el boxeo a nivel profesional. No podía golpear el saco en condiciones, así que hacía mucha sombra y algo de manoplas. Demasiadas guerras en mi historial, y al final todo pasa factura. ¿Tiene sentido aguantar tanto sufrimiento? Lo vi claro, si es para pelear con jornaleros, no. Mejor retírate, Javi, me dije. Es el momento de pedir la cuenta. Mi gente me lo decía a menudo, me repetía que ya había hecho mucho en el boxeo, que había soportado demasiado castigo, que tenía una vida por delante y que no tenía sentido hipotecar la salud y perder calidad de vida. «¿Quién se acordará de ti cuando tengas cincuenta años?» «¿Quién te lo agradecerá cuando estés tan jodido que no puedas dormir bien por las noches?» Y tenían razón, pero algo dentro de mí me impedía dejarlo sin más. Después de tantos años, de tantas experiencias vividas, buenas y malas, no me parecía correcto colgar los guantes sin regalar un último combate a la afición. Fue por este motivo que contacté con mi amigo Marcos, promotor de Master Series, y le pedí que me buscara una pelea con el Chato Benítez, actual campeón de España. Yo quería recuperar la ilusión perdida, volver a entrenar con hambre de victoria, marcarme un reto atractivo, despedirme donde un boxeador desea despedirse: en un ring. Y ante un rival de categoría. Mi primera opción siempre fue Rubén Varón. Es un boxeador que me encanta, un referente que admiro desde que yo era amateur. Busqué enfrentarme con él, pero las negociaciones no cuajaron. Una pena. En cambio, el equipo del Chato sí aceptó las condiciones de Marcos. Yo también. Y se cerró el combate. Se acordó que sería mi despedida y que estaría en juego el título de campeón de España que poseía el malacitano.

A Marcos lo conocí unos años antes en Bilbao. Me encanta esa ciudad, y allí siempre me he sentido como en casa. Tengo muchos amigos en el norte, mucha gente que ama, como yo, el boxeo y los animales. Siempre que puedo, me dejo ver por allí. Marcos, por entonces, me comentó que quería organizar un gran evento de deportes de contacto y que tenía a un chaval muy peligroso, tanto que los rivales lo evitaban. Un chico de Morga llamado Kerman Lejarraga.

—Pega como un animal —dijo—. Es espectacular. Pero claro, cuesta encontrar un tío con cojones que le plante batalla. Casi todos los boxeadores de su categoría lo esquivan, ponen excusas para no subirse al ring con él. Y ya estamos cansados de jornaleros que se caen con la primera mano que les llega limpia.

—Oye, si me pagas la bolsa y pactas la pelea en 71 kilos, yo me planto frente a tu chaval y nos pegamos hasta que uno aguante en pie.

—¿Lo dices en serio?

—Claro. Somos chatarreros, nos gusta pegarnos con los mejores. Yo no voy a rehuir los palos, no es mi estilo. Monta la pelea y tendrás una guerra de las que hacen afición. Además, me motiva Bilbao. Es un lugar bonito. Y la gente siempre responde.

—Hablaré con Txutxi, el entrenador de Kerman. ¿Estás completamente seguro?

—Tienes mi palabra.

—Estás muy loco, Javi. Me gustas.

Y con un apretón de manos se gestó la llamada «Pelea del año». La verdad es que hubo una buena ensalada de hostias. El árbitro me paró el combate en el noveno asalto. Perdí. Pero fue una batalla que puso en pie a los espectadores. El público me felicitó, a pesar de la derrota. Hasta entonces nadie se había puesto a intercambiar metralla con esa fuerza de la naturaleza que es Kerman. Cuando prometí durante la promoción pararme y cambiar palo por palo con el vasco me llamaron suicida. Cumplí con mi palabra. Se impuso su juventud, su pegada, su preparación. Pero vendí cara la piel. Y me gané la admiración de muchos. Marcos quedó satisfecho con mi actitud y profesionalidad. El evento consiguió un lleno absoluto, incluso hubo gente que se quedó afuera. A raíz de ahí, Marcos y yo fuimos conservando y cultivando la relación hasta convertirnos en buenos amigos. Por eso, cuando le pedí que me buscara el combate con el Chato, sabía que, si un hombre podía conseguirlo, ese hombre era Marcos. Txutxi, el entrenador de Kerman, también llevaba al Chato. Y eso facilitaba las negociaciones.

Me estaba vendando cuando se acercó Javi Gallego.

—¿Cómo estás de las manos, Javi? —preguntó con preocupación.

—Jodido como siempre, pero ya sabes que intento no quejarme mucho.

—Lo sé, lo sé. Chaca te está esperando. ¿Cuántos asaltos crees que podrás hacer?

—No sé, estoy fundido, pero siempre saco gasolina de dónde no hay. Haremos un buen guanteo. Quiero comentarte una cosa.

—Dime.

—Me ha llamado Marcos. Ya es casi oficial. En noviembre nos vamos a Bilbao. Campeonato de España.

—Genial. Vamos a llegar bien, tenemos tiempo. Ese cinturón será tuyo. Si estás al cien por cien, el Chato no te aguanta los diez asaltos.

—Hay otra cosa.

—¿Si?

—No podré prepararme bien.

A pesar de la juventud, Javi Gallego desprende calma y confianza, se expresa con facilidad de palabra. Tiene don de gentes, que dicen. Detrás de esos ojos de lobo astuto se adivina un hombre con olfato para los negocios y conocimientos sobre todas las facetas del boxeo. Es alto y tiene el perfil suavizado por un aire juvenil. Nada que ver con su padre Emiliano Gallego Prada, cuyas facciones duras y marcadas recuerdan a los protagonistas de las viejas películas del Far West, esas donde destacan las miradas inquisidoras y los silencios inquietantes. Junto al Pollo Ramírez, Emiliano ha estado siempre en mi esquina, padeciendo y tratando de que le hiciera caso de una puta vez. Emiliano y el Pollo son totalmente distintos, pero se complementan a la perfección. A mí me recuerdan a Clint Eastwood y Morgan Freeman en Million Dollar Baby. Si les hubiese escuchado más, creo que me hubiera ido mejor en el boxeo. Pero siempre he sido un rebelde, de hacer las cosas a mi manera. Para bien o para mal. Ahora, siendo más maduro y tratando con los cachorros que entrenan en el Chatarras, me doy cuenta de lo importante que es tener una buena esquina y, sobre todo, hacer caso a los consejos que te dan. Ellos tienen más experiencia y otra perspectiva del combate. Aun así, y a pesar de los errores del pasado, la vida me brindaba una nueva oportunidad, justo cuando las lesiones me empujaban a la retirada.

Me imaginaba consiguiendo el título de campeón de España ante miles de aficionados en el día de mi retirada y juro por lo más sagrado que se me ponían los pelos de punta. Este cuerpo dolorido y agotado aún tiene power para una noche, me decía frente al espejo. Ya no tengo la misma ilusión, cierto, pero el boxeo me debe una. Todo pasa por algo. En el pasado soñé con ser campeón de España. Y los sueños, sueños son [1]… hasta que dejan de serlo. Voy a ser campeón de España. ¡Por mis cojones!

chatarrero1

Foto de David Bueno ©


1 Cita de «La vida es sueño», de Pedro Calderón de la Barca.

3. UN GRAN PODER

No podré prepararme bien. Nada más colgar el teléfono, respiré hondo y volví a repetirlo en voz alta. No podré prepararme bien. Fue lo primero que me vino a la mente. Acababan de informarme de que había gustado el programa piloto y que era inminente la grabación de la primera temporada. La idea, en esto coincidíamos la productora y yo, era denunciar el maltrato animal, dar voz a los sin voz