Pautas para ser feliz

 

 

 

 

 

Vicente Barberá Albalat

 

 

 

 

 

 

© Vicente Barberá Albalat

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ISBN: 978-84-17003-60-9

 

 

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AGRADECIMIENTOS

 

 

Este libro ha sido posible gracias a los consejos y correcciones de numerosas personas a las que agradezco su colaboración.

A Antonio Mayor, Bernardo Gargallo, Blas Muñoz, Carmen Meca, Clara Inés Corredor, Clemente Herrero, Joaquín Riñón, José Luís Prieto, Juan Escámez, María Antonia Casanova, Pilar Casares, que tuvieron la paciencia de leer y aportar sugerencias a algún capítulo del libro.

A mis hijos Geli, Vicente y Yolanda que entre bromas y veras fueron soportando mis intromisiones en sus quehaceres y me supieron dar el punto de vista y de referencia para equilibrar algunas de mis anotaciones.

A mis alumnos, especialmente, a los que debo la idea de publicar el libro y la seguridad de que su contenido puede ayudar a otros como ellos.

 

 

 

 

 

 

A todos mis alumnos, de los que tanto he aprendido.

 

 

 

 

JUSTIFICACIÓN

 

 

Está claro que todo no se puede conseguir en esta vida.

Si preguntamos a los alumnos de una clase de EP sobre lo que les gustaría ser de mayores, seguro que contestarían algo así como: Alonso, Raúl, Shakira, Gasol…: cualquiera de los triunfadores que continuamente son instrumento de publicidad; el mundo de los deportes, cine, farándula en el que parece que la gente vive muy bien y gana mucho dinero. Las personas mayores hubiéramos firmado por ser grandes y ricos empresarios.

Pero no se puede ser todo en la vida; no se puede ser lo que uno desearía, sobre todo si no se ajustan los deseos a las posibilidades. Para ser estos personajes citados hay que reunir ciertas facultades y habilidades que sólo ellos poseen.

En cambio, sí hay otras cosas que podemos hacer: una de ellas es intentar alcanzar la felicidad. La suma de momentos felices en detrimento del sufrimiento está en nuestras manos. La pena es que no sepamos cómo lograrlo.

 

 

Un profesor tranquilo

 

En cierta ocasión había un profesor duro, responsable y serio, pero comprensivo y justo con sus alumnos.

Al acabar el curso y preparar las notas, una vez entregadas, al salir, en el pasillo, se le acercó un alumno y en voz baja, lleno de rabia, arrogancia y coraje, le dijo:

- No sabe cuánto me alegro de acabar el curso para perderle de vista a usted y a sus aburridas clases. ¡Por fin, dejaré de escuchar tantas tonterías!

Quedó a la espera de una respuesta. El profesor lo miró a los ojos unos segundos y, tranquilamente, le preguntó:

- ¿Cuándo te regalan algo que no te gusta, lo aceptas o lo rechazas?

Desconcertado el alumno, contestó inmediatamente:

- Por supuesto que lo rechazo.

- Pues bien –añadió el profesor observando el desprecio en la cara de su alumno-. Tú me acabas de ofrecer algo. Estás rabioso y me odias. Yo me tomo la libertad de no aceptar tu ofrecimiento.

- ¿De qué va? – contestó airadamente el alumno.

- Si te contesto en el mismo tono que tú, con la misma rabia y odio, habré aceptado tu regalo, pero como no me interesa, prefiero permanecer tranquilo. ¿No te das cuenta de que la vida nos da la libertad necesaria para ser felices o para amargarnos? Tu malhumor y resentimiento pasarán, pero no intentes colgármelo a mí: no me interesa. Tú puedes escoger en cada momento de tu vida los sentimientos que prefieras ir almacenando dentro de ti. Eres libre para hacerlo, tanto que puedes elegir entre almacenar amargura o felicidad.

 

Este libro es el resultado de varios años de investigación sobre la felicidad y los motivos de sufrimiento y amargura. A través de mis charlas y talleres he ido comprobando cómo los alumnos sacaban provecho de mis enseñanzas. A mis lectores potenciales les deseo también que saquen provecho de mis conocimientos y, estando seguro de ello, les animo para que recuerden que la mejor manera de ayudarse a sí mismos y a los demás es con la sonrisa en los labios, que es el reflejo de la felicidad interior. Con este libro lo vais a conseguir, pero os anticipo que no es fácil.

 

 

 

 

1. LA FELICIDAD

 

 

Finjamos que soy feliz,
triste Pensamiento, un rato;
quizá podréis persuadirme,
aunque yo sé lo contrario…

 

Sor Juana Inés de la Cruz

 

Concepto

 

El maestro budista

 

En cierta ocasión se hallaba un maestro budista meditando en una cueva del Tíbet. En el pueblo todos lo consideraban un santo, le pedían consejo y le obsequiaban con limosnas.

Al cabo de unos años apareció un joven atraído por la popularidad que había adquirido el maestro en la región y solicitó hablar con él. Le acompañaron y una vez en su presencia, le dijo: “Maestro he venido a meditar con usted”. “Para qué, hijo mío”, le respondió el maestro que se hallaba sentado en la posición de loto, con las palmas de las manos apoyadas en sus rodillas. “Porque soy muy desgraciado y quiero ser feliz”, le respondió el aprendiz. Entonces, el maestro, mirándole compasivamente a los ojos, le contestó: “¿Y quién te ha dicho que yo lo soy?”

 

No existe una definición universal sobre la felicidad. Para Kant se trataba de un estado subjetivo, anhelo de todo ser humano, centrado en el amor a sí mismo. Es como una sensación pasajera de satisfacción sobre la autopercepción de uno mismo en relación con los problemas que le plantea el entorno. Es sentirse bien en compañía de “sus circunstancias”. Entender y superar los conflictos. Observando con optimismo la vida, se facilita el acceso al estado de felicidad.

Se trata de vivir en armonía consigo mismo. Ingredientes físicos y espirituales, el cuerpo y el alma, deben buscar el equilibrio.

 

 

Existen numerosas encuestas y estudios sobre los países más felices. A juzgar por las investigaciones realizadas por Word Values Surveys, de la Universidad americana de Michigan, en 2004, y por la Universidad inglesa de Leicester, en 2006, España no es un país de personas infelices. Los países menos felices son Congo, Zimbawe, Burundi, Moldavia, Ucrania y Armenia, y los más felices, Nigeria, México, Venezuela, Malta, Dinamarca y Suiza. En 2015, según la ONU, España ocupa el lugar 36. Los diez primeros son: Suiza, Islandia, Dinamarca, Noruega, Canadá, Finlandia, Holanda, Nueva Zelanda y Australia.

 

 

Tomados estos datos con el correspondiente guiño y sin entrar en más detalles, podemos estar bastante satisfechos. La familia, la salud y el dinero son los valores más apreciados y, en el primer caso, en el de la familia, las mujeres la valoran significativamente más que los varones.

Pero ¿qué quiere decir que somos más felices que los franceses o menos que los italianos? Está claro que no vamos aquí a discutir estas cuestiones.

Según la muy manida frase atribuida a Shakespeare, en Hamlet y que nosotros subrayamos copiando aquellos famosos versos de Campoamor, “En este mundo traidor, nada es verdad ni mentira. Todo es según el color del cristal con que se mira”. La felicidad depende más de nuestra percepción de los hechos que de los hechos en sí y está muy limitada por las circunstancias ambientales y culturales. Imagínate qué sería la felicidad para los griegos, romanos, hombres de las cavernas, pobladores de las tribus africanas o amazónicas…

 

 

El lago Bunyony

 

Al borde del lago Bunyony, con 29 islas y una profundidad máxima de 900 metros –el segundo más hondo de África-, en Uganda, hay una reserva de pigmeos. En uno de mis viajes fuimos a visitarlos. Más de 80 niños en edad escolar nos esperaban en el borde del lago cantando y dándonos la bienvenida. Empeñados en cogernos de la mano nos rodeaban y prendían de todas partes de una manera casi agobiante. Subimos un repecho tropezando con sus pies, descalzos, y una vez en el territorio de los pigmeos, con unas chozas en donde carecían de lo más elemental y vivían amontonados, con una alegría inusitada comenzaron a bailar al ritmo desenfrenado de unos cánticos y con la sola ayuda de un pequeño timbal que una mujer aporreaba con un palo al mismo tiempo que levantaba los brazos. Ritmo enloquecido y enloquecedor que contagiaba al momento. Sin darme cuenta me encontré metido en el grupo dando saltos al compás, aunque torpemente, de los pigmeos. Con los pies descalzos, al golpear el suelo de tierra resonaban unos ecos profundos y todos al mismo tiempo marcaban compases unísonos y perfectos. Sus rostros reflejaban una felicidad resplandeciente y nos invitaban a participar. No recuerdo tanta energía positiva e inocencia.

El intérprete, a petición mía, les preguntó si eran felices. ¡No supieron contestar!

 

Esos pigmeos son ajenos a las tribulaciones del mundo moderno y civilizado de nuestra cultura occidental: estrés, ansiedad, prisas, ambición, violencia,.. Tenemos más formación que nunca, más comodidades, más medios para vivir, más esperanza de vida… más psicólogos. ¿Qué está pasando? ¿El hombre del siglo XXI es incapaz de ser feliz? Tenemos más medios y tecnología que nunca y cada vez somos más incapaces de disfrutar de la vida.

Desde los tiempos más remotos mucha gente se ha preocupado por esta cuestión. En Internet encontrarás múltiples e interesantes referencias. Por otra parte, en el momento de definir un concepto te has de colocar dentro de la cultura correspondiente, como se dice, dentro del contexto, ya que las costumbres y los valores imperantes influyen en las concepciones y en la epistemología.

Sócrates, maestro de Platón, nos dice, en Gorgias, que los bienes de la vida son: disfrutar de buena salud, ser hermoso y ser rico sin injusticia. Los enumera en este orden, frente a la retórica que defiende Gorgias, como primer bien en tanto que puede persuadir o manipular, como hoy diríamos, al médico, al maestro y al economista en orden a la libertad y a la autoridad.

Para Platón la felicidad es como un estado contemplativo del alma.

 

 

El mito de la caverna (libro VII de La República)

 

Había unos hombres que vivían presos en una caverna, atados y obligados a mirar hacia delante en donde se veían las sombras de otras personas que caminaban cargados con diversos objetos de distintas formas. La luz del fuego proyectaba tales figuras sobre un muro y esa era la única información que recibían los presos.

Platón, por boca de Sócrates, plantea a su amigo Glaucón la hipótesis de qué pasaría cuando uno de aquellos prisioneros lograse subir a la superficie y ver la realidad bajo la luz del sol. Entonces, le preguntó “¿se consideraría feliz y se acordaría de los que habían quedado en la caverna?”. “Efectivamente”, contestó Glaucón, “la luz de la hoguera y la del sol permiten conocer las cosas, pero no es la misma información la que facilita una sombra que el objeto en sí.

Platón plantea la siguiente cuestión: ¿Qué pasaría en el caso de que el fugitivo volviera a la caverna y contara a todos loo que había visto? ¿No le tratarían de ignorante?

 

Aristóteles, discípulo de Platón, considera que la felicidad consiste en la realización de las virtudes positivas: el bien, la sencillez,... El ser humano, además de los fines inmediatos (comer, trabajar,…), tiene un fin último que viene a ser la felicidad (eudaimonia o plenitud del ser). En la Ética a Nicomaco considera la felicidad como la vida buena, virtuosa, en consonancia con la recta razón.

Las religiones aspiran a la consecución de morales específicas con recompensa de felicidad en otros mundos o vidas.

En los prolegómenos de La Revolución Francesa, los enciclopedistas participan de las concepciones materialistas de la época, buscando la felicidad en la realización de obras terrenas.

No vamos a discutir con Simon de Beauvoir si la felicidad es un asunto demasiado inespecífico o evasivo, que nos impida su definición.

El comunismo busca la felicidad colectiva y la democracia persigue proporcionar medios de bienestar –sobre todo económico-, a sus ciudadanos a veces olvidando la importancia del logro de los valores de libertad, igualdad, fraternidad, solidaridad, etc.

En realidad nadie se atreve a definir la felicidad aunque todo el mundo tiene sensación de cuando es feliz o desgraciado. Hay casi tantas definiciones como definidores. Haz la prueba y verás. Pregunta a tus amigos y conocidos qué es la felicidad.

Está claro que es un término polisémico. Puede entenderse bajo el punto de vista político, cívico, religioso, moral, etc. En cada uno de estos casos la característica es que el logro de la felicidad se supedita al logro de determinados fines. Nosotros nos vamos a circunscribir a la persona. A la felicidad individual, de la persona que vive con unas circunstancias cambiantes y específicas de una cultura y dentro de un medio sociomoral determinado. Cada uno, libremente, dentro de sus convicciones, anhela ser feliz. En esa aspiración individual vamos a intentar dar pautas para su logro.

 

 

El camino de la felicidad

 

El niño y el mago

 

Érase una vez un niño que se presentó ante un mago y le preguntó qué era la felicidad y cuál era el camino para encontrarla. El mago estaba muy ocupado y no le hacía caso. Viendo, no obstante, la insistencia del niño, le dijo: “Ahora estoy muy ocupado, pero mientras acabo de atender a esta gente, coge una vela encendida y paséate por este castillo. Cuando lo hayas recorrido todo, ven a verme”. Así lo hizo el chaval. Cogió una palmatoria, colocó un cirio en su interior y empezó a recorrer el castillo: las torres, las almenas, las puertas levadizas… hasta que volvió de nuevo al mago y le dijo: “Ya estoy aquí, ya he recorrido todo el castillo”. A lo que el mago contestó: “Bien, es posible que hayas recorrido todo el castillo, pero en el camino se te ha apagado la vela” (Adaptación de una narración de P. Cohelo en “El alquimista”).

 

El niño se había olvidado de cuidar la luz con la que podía alumbrar las cosas pequeñas.

Para algunos, la autonomía es el camino de la felicidad porque permite equilibrar lo que se percibe con lo que se piensa, permitiendo que la realidad se vea de modo que no dañe. Las personas inseguras atribuyen a la gente de su alrededor el éxito o fracaso en la búsqueda de la propia felicidad. No se sienten protagonistas y afrontan la realidad con miedo.

Pero ¿cuál es el camino?

No hay ningún camino que nos lleve a la felicidad. La felicidad no es algo a donde se puede llegar o algún lugar del que se pueda salir. Está en nosotros mismos. En sentido figurado, si hablamos de caminos, éstos son verdaderamente complicados, llenos de obstáculos y en formas de laberinto. Pero qué aburrida sería nuestra vida si todo fuera fácil. ¿Qué harían nuestra inteligencia y nuestros sentidos?

No existe ninguna fórmula matemática para ser feliz. Los pensadores de todos los tiempos le han dedicado numerosas páginas sin ponerse de acuerdo.

Resulta fácil decir que el hombre feliz es el equilibrado, aquel en el que sus apetencias y motivaciones están equilibradas. Suponemos que con ese equilibrio, los sentimientos y pensamientos se comunican entre sí correcta y diáfanamente.

Pero aunque no podamos hablar de caminos, sí podemos referirnos a los medios o técnicas para lograr la felicidad. El ser humano no puede permanecer siempre en equilibrio ni en el terreno físico ni en el psíquico. Tiene que tropezar y caer alguna vez. Se tiene que desequilibrar, aunque sólo sea para evitar la monotonía. Claro está que algunos desequilibrios pueden comportar malas consecuencias, pero, siempre que esos desequilibrios no conduzcan a la muerte, se puede uno levantar y reanudar su camino, interpretando su papel en este gran teatro del mundo que es la vida.

 

 

Camino del templo

 

Se cuenta que, en cierta ocasión, había un maestro acompañado de un discípulo, que se dirigía a un templo situado en la ladera nevada de una montaña. El tiempo pasaba, el frío arreciaba y el discípulo empezaba a alarmarse al ver que iban dejando las huellas sobre la nieve y sabiendo que poco después se borrarían, si volviera a nevar. No pudiendo aguantar su miedo por más tiempo, le preguntó al maestro.

-¿Dónde está el camino y cómo volveremos atrás sin perdernos cuando comience a nevar?

-No hay camino. El camino lo haces a medida que avanzas –le contestó el maestro-.

 

La felicidad es algo que se alcanza con el esfuerzo individual. Nadie puede hacerte feliz si tú no colaboras. Debes mirar hacia tu interior. Cada uno debe construir su propio camino y trazar los lindes oportunos para no perderse.

En tu mente está el camino de tu felicidad: no es la felicidad, sino tu felicidad. Y es sinuoso, lleno de altibajos con metas inesperadas que tan pronto alcanzas como desaparecen y te dejan tirado sin saber por dónde seguir.

No hay camino: hay tu camino y sólo tú puedes recorrerlo. Nadie puede recorrerlo por ti. Puedes encontrar ayudas (información, planos, orientaciones,…), pero al final, serás tú quien tendrás que recorrerlo, buscar atajos, subir o bajar pendientes…

El camino de nuestra felicidad está lleno de trampas, de dragones malvados, de brujas y de abismos, pero también de hadas, puestas de sol, luces, jardines. Siempre encontrarás una fuente para beber agua clara o una barca para atravesar el río, pero debes saber buscarlos. Tus pensamientos te pueden desviar: debes controlarlos. No consientas que bloqueen o cierren el camino. Apártalos con energía cuando se interpongan y se empeñen en colocar obstáculos: desgracias, amarguras, odios, envidias…

Pero tampoco hemos de aferrarnos al placer cuando aparece, como si quisiéramos atraparlo para que no se escape, lo mismo que hacemos cuando pretendemos levantar muros para que el dolor no nos invada. Olvidamos que la vida fluye y que esos momentos son pasajeros. Hemos de prepararnos para que nuestra mente los deje pasar, porque lo único seguro es que volverán situaciones semejantes mientras dure el flujo de la vida. Las penas y las alegrías son parte de un todo que es la vida y se hallan integrados en ella, pero en cada rayo de luz hay una sombra, lo mismo que en cada sombra hay un rayo de luz, como podemos apreciar en el símbolo del yin y yang. Más allá de las nubes, veleidosas y volubles, está el cielo con su serenidad e inmanencia.

Los autores clásicos de tragedias, Esquilo, Sófocles y Eurípides, ponían a su personajes en situaciones dramáticas y conflictivas enfrentándoles a los dioses con temor y osadía, a la vez, debatiendo sobre cuestiones tales como el amor-odio, esclavitud-libertad, culpabilidad-inocencia, felicidad-infelicidad... Al final de las representaciones, los actores –llamados sátiros-, lograban la catarsis o purificación. Con la comedias de Aristófanes y Menandro se busca la sonrisa del espectador, a veces mofándose de personajes populares. Se persigue la complicidad del público para hacerle pasar un buen rato y la vida más agradable. Incluso en las comedias moralizadoras, cuando se presentan ejemplos de la vida, los mensajes facilitan ejemplos de vidas y conductas que ayudan a analizar las situaciones personales con la posibilidad de extraer, si no caminos, sí pequeñas rutas para continuar el recorrido y desembarazarse de los problemas que angustian nuestra existencia.

Pero el camino, lo hemos dicho, está sembrado de peligros. Debe recorrerse serenamente. Si corres demasiado y desesperadamente puedes cometer numerosos errores:

 

 

-La felicidad no es un lugar al que se llega y se consigue, como si fuera un objeto que se compra y se posee.

-La felicidad no es fácil. Su logro está lleno de dificultades y complicaciones. Requiere un esfuerzo.

-La felicidad no tiene una forma definida.

-La felicidad depende de uno mismo. Nadie la puede regalar a otro aunque sí ayudar a alcanzarla.

-La felicidad es veleidosa y fugaz. Se desliza sutilmente y puede escaparse por cualquier ventana si no tomas precauciones.

 

 

Es, pues, difícil, alcanzarla. Disfrutemos de los pequeños placeres. Sepamos apreciarlos, riamos y sonriamos para expandir sus efectos. Busquémosla y sepamos aprovechar cada parada del camino para coger fuerza y ánimo disfrutando de las cosas que nos depara la vida, contagiando siempre que podamos a los demás.

No existen caminos ni recetas para la felicidad. Mihaly Csikszentmihalyi dice que para ser feliz es preciso conocer los mecanismos que se relacionan contigo mismo y con los demás. Se trata de una experiencia singular y propia de cada uno Así se da que mientras unas personas disfrutan con una puesta de sol o un amanecer, para otros la superación de dificultades es motivo de felicidad. Hasta hay personas que disfrutan con el dolor, sobre todo cuando lo estiman como medio de logro de metas superiores.

Cada persona se distingue por la manera de vivir los sucesos que escriben su vida. Todas las personas pueden ser felices. La posibilidad está en sí mismas, aunque cada uno tiene que desarrollarse y vivir con unas circunstancias que inciden en su calidad y forma de vida, pero todas las personas pueden encontrar la felicidad, si no han perdido la posibilidad de incidir sobre sus pensamientos. Las personas cuyos pensamientos caminan por senderos incontrolables necesitan de la ayuda psiquiátrica y fármacos, para recuperar su funcionamiento equilibrado, pero el resto, las personas que controlan su mente, pueden alcanzar la felicidad si son capaces de adquirir pautas de control y olvidarse de su ego que dificultará el razonamiento equilibrado y objetivo. El ego nos está dando una información que, muchas veces, obstaculizará nuestra capacidad de objetivar las causas del sufrimiento.

Mientras el hombre se encierre pensando en sus desgracias, no será capaz de salir de ellas. Hay que desterrar el sentimiento de culpa cuando no permite avanzar. Las culpas se pagan pero una vez pagadas no han de seguir atormentando nuestro cerebro. El sufrimiento es de cada uno, es individual y las causas son vistas de diferente manera según el sujeto que las observa o padece. Un mismo suceso puede originar reacciones muy diversas. Muchas personas se sienten desgraciadas, y otras, sin razones aparentes, muy felices y, aunque el estado de felicidad no es continuo ni permanente sino que obedece a un gráfico con crestas en torno a la línea horizontal que representa la felicidad, se consigue según las propias percepciones y exigencias.

El pensamiento de la humanidad siempre ha mantenido unos constantes deseos de justicia que garantice el bienestar y la felicidad. Desde lo más profundo de nuestras almas hemos clamado con voz de trueno este deseo y así lo tenemos escrito, como una regla de oro, en todas las religiones:

 

 

Budismo (Udana-Varga, 500 a. C.): Actuaré con los otros exactamente como actuaría conmigo mismo.

Hinduismo (El Mahabharata, 150 a. C.): Esto es el resumen del deber: No hagas a otros lo que si te lo hicieran a ti, te causaría dolor.

Cristianismo (Lucas, 90 d. C.): Trata al prójimo como te gustaría que te trataran a ti.

Judaísmo (Hillet, El Talmud, 100 d. C.): Lo que es dañino para ti no lo hagas a tus semejantes. Esto es el total de la Ley y lo demás no es sino comentario.

Islam (Al Bukari, siglo VII d. C.): dice el Profeta Mahoma: Nadie cree de verdad hasta que desea para sus hermanos lo mismo que para él.

Sikismo (Gurú Granth Sabih, 1604 d. C.): Como te estimas a ti mismo, estima a los demás. No causes sufrimiento a los otros, y así vuelve a tu verdadero hogar con honor.

Fe Bahaí (Bahá ‘u’lláh, 1870 d. C.): Nadie debe desear para los otros lo que no desea para él.

 

 

Alcanzar la felicidad completa es un privilegio reservado a unos pocos. Lo abarca todo, no tiene fragmentos ni tiempos: no se es feliz en relación a unos y no en relación a otros, ni hoy sí y mañana no. Permanece en el presente. Es su fuente.