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LITERATURA Y ESPIRITUALIDAD

Juan Antonio Monroy

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Editorial CLIE

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(Barcelona) ESPAÑA

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© 2017 por Juan Antonio Monroy

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© 2017 Editorial CLIE, para esta edición en castellano.

LITERATURA Y ESPIRITUALIDAD

ISBN: 978-84-16845-98-9
eISBN: 978-84-16845-99-6
Depósito Legal: B 12619-2017
Biografía y Autobiografía
General
Referencia: 225055

CONTENIDO GENERAL

Explicación

Capítulo I. Gabriela Mistral. Poetisa de América

Capítulo II. Enriqueta Ochoa. Poetisa de extremo a extremo

Capítulo III. Octavio Paz. Más allá de sí mismo

Capítulo IV. Carlos Fuentes. Pensamiento y creencias

Capítulo V. Don Juan Tenorio ante el más allá o la salvación por amor

Capítulo VI. Giovanni Papini: del ateísmo a Cristo

Capítulo VII. Dante y la Divina Comedia

Capítulo VIII. Alberto Camus. Existencialismo y fe

Capítulo IX. Alberto Camus y el Protestantismo

Capítulo X. José Martí y la religión

Capítulo XI. José Martí. Dios y la Biblia.

Juan Antonio Monroy Martínez ha escrito gran número de libros, alguno de los cuales ha sido traducido al inglés, portugués y francés. Ha viajado por 54 países del mundo y es ciudadano honorario de Texas, Oklahoma y de la ciudad de Houston. Doctor Honoris Causa por el Defender Theological Seminary de Puerto Rico, así como por la Universidad Pepperdine de Los Angeles (California) y un Award en Comunicación por la Universidad de Abilene (Texas). Ha escrito y publicado más de tres mil artículos recogidos en distin-tos volúmenes. Habla francés, inglés y árabe, además del español.

Su obra escrita es básicamente periodística, apologética y de ensayo. Cervantista, erudito, sus obras están cuajadas de referencias a autores seculares y religiosos. Prosista admirable escribe con la elegancia y frescura de uno de los mejores literatos de la lengua castellana. Siempre alerta al fenómeno cultural y religioso, es uno de los estudiosos más agudos del catolicismo actual en su relación al protestantismo. Teísta convencido, concede un lugar principal a las pruebas racionales de la existencia de Dios y de las doctrinas cristianas. Conferenciante y evangelista internacional.

EXPLICACIÓN

Con LITERATURA Y ESPIRITUALIDAD cierro la trilogía que inicié sobre el pensamiento religioso de destacados novelistas, ensayistas y poetas. La literatura que nos parece más bella es la que ejerce en nosotros el dulce atractivo que le presta la espiritualidad. Nunca debe confundirse espiritualidad con religiosidad. Escritores como el norteamericano John Steinbeck, el inglés Aldous Huxley, la francesa Simone Weil, el mismo Ernest Hemingway y otros muchos cuya enumeración sería inacabable, tuvieron éxito internacional porque aún viviendo ajenos a toda religión nos dijeron que sólo lo trascendente, es decir, el Espíritu, puede salvar al mundo.

El primero de los tres libros mencionados lo publiqué en 2007 con el título EL SUEÑO DE LA RAZÓN. Aquí dediqué largos capítulos a Gabriel García Márquez, Federico García Lorca, Juan Ramón Jiménez, Gerardo Diego y capítulos más cortos a otros 24 escritores españoles y extranjeros.

El segundo volumen, LOS INTELECTUALES Y LA RELIGIÓN, vio la luz en 2012. Los capítulos breves, que iban desde Blasco Ibáñez a Milán Kundera, fueron 22. El mayor volumen de páginas estuvo dedicado a otros ocho autores: Antonio Machado, Miguel de Unamuno, Ortega y Gasset, Jorge Luis Borges, Rubén Darío, Amado Nervo, Juan de Dios Peza y William Shakespeare. Además se incluía un amplio estudio sobre el tema de Dios en la poesía española contemporánea, donde se analizaban las creencias y vivencias de poetas que pertenecieron a cinco generaciones: 1868, 1898, 1927, 1936 y 1950.

En este tercer volumen que hoy entrego al público lector, LITERATURA Y ESPIRITUALIDAD, prescindo de los análisis breves y destino todas las páginas a nueve autores: Gabriela Mistral, Enriqueta Ochoa, Octavio Paz, Carlos Fuentes, Zorrilla y su Don Juan Tenorio, Giovanni Papini, Dante y la Divina Comedia, Alberto Camus y el escritor y político cubano José Martí.

Lo que persigo con esta trilogía es presentar un cuadro de la literatura visto a una luz cristiana. Analizar las ideas religiosas y el mensaje espiritual que aportaron algunos de los grandes escritores de ayer y de hoy. Cada autor es estudiado según su propia perspectiva vital, sus creencias o increencias, su acercamiento a Dios o su alejamiento de Él, su aceptación de los principios cristianos o su negación de los mismos. Con ayuda de las obras literarias pretendo encarnar las grandes verdades del Cristianismo de Cristo, tan eternas que, según sus propias palabras, el cielo y la tierra pasarán, pero esas verdades permanecerán.

Juan Antonio Monroy
San Fernando de Henares,
Madrid, invierno del 2015.

Para José Luis Arredondo, abogado ilustre,
lector incansable de la literatura universal,
amigo fiel a lo largo de nuestros años.

CAPÍTULO I

Gabriela Mistral. Poetisa de América

Inicio este trabajo con una pregunta: ¿cómo hemos de llamar a Gabriela Mistral, poeta o poetisa? Las opiniones de quienes escriben sobre poesía están divididas. Modernamente se está llamando a la mujer que compone versos simplemente poeta, conservando el sustantivo masculino. Otros dicen que las dos voces son igualmente valederas. Sin embargo, una mayoría de críticos literarios prefiere utilizar el sustantivo femenino y emplear el término poetisa. Así consta en las mejores enciclopedias. Las prestigiosas Espasa y Larousse ofrecen definiciones escuetas y directas: “Poetisa, mujer que compone poesía”. En consecuencia, siempre que me refiera a esta figura indiscutible de las letras hispanas la llamaré poetisa.

Gabriela Mistral fue conocida en su tiempo como “la poetisa de América”, “la voz más pura y auténtica del espíritu americano”.

Perfil biográfico

Nació el 7 de abril de 1889 en Vicuña, una población del valle de Elqui, en el norte de Chile. Su nombre real era Lucila Godoy. El nombre de Gabriela Mistral se ha considerado como un tributo hacia dos de sus autores más venerados, el intelectual y político italiano Gabriel D´Annunzio y el poeta francés Federico Mistral, al igual que la chilena, Premio Nobel de Literatura.

De niña tuvo una vida difícil en uno de los parajes más desolados de Chile.

A los quince años publicó sus primeros versos en la prensa local y empezó a estudiar para maestra, título que obtuvo en 1910.

Cuatro años más tarde irrumpe en el panorama literario. La Sociedad de Artistas y Escritores de Chile promociona unos Juegos Florales. Gabriela Mistral se presenta a la convocatoria y obtiene el primer premio con un libro de poesía titulado SONETOS DE MUERTE. Consagrada ya a la literatura, escribe y publica en verso y en prosa. Sus libros más destacados son DESOLACIÓN, LECTURAS PARA MUJERES, TERNURA, TALA, LAGAR, POEMAS DE LAS MADRES, entre otros. Después de su muerte se publicaron EPISTOLARIO Y RECADOS CONTANDO A CHILE, este último compuesto de artículos periodísticos en prosa recogidos en varias publicaciones desde 1925. Cedomil Goig, uno de los participantes en la ANTOLOGÍA publicada por la Real Academia Española en el 2010 afirma que existen sin catalogar “múltiples manuscritos, variantes, modificaciones de poemas, versos, palabras y grafías. Gabriela Mistral –añade- dejó en su legado un número gigantesco de poemas dispersos e inéditos en borrador, con múltiples versiones sin forma final de un mismo proyecto”.

La intensa labor educativa y humanística en la que tenía volcada el alma motivó que el político e intelectual mexicano José Vasconcelos, por entonces secretario de Educación Pública, la llamara a México para colaborar en la reorganización de la enseñanza.

Dotada para las difíciles labores diplomáticas, el Gobierno de Chile le encomendó diversas misiones. Fue Cónsul de su país en Lisboa, Madrid, Nápoles, Petrópolis (Brasil) y Los Ángeles. También ejerció cargos representativos en la Sociedad de Naciones y en las Naciones Unidas. En Los Ángeles estaba en 1945 cuando recibió la noticia de que la Academia sueca le había concedido el Premio Nobel de Literatura. Años después, en 1951, Chile la distinguió con el Premio Nacional de Literatura.

La poesía de Gabriela Mistral ha sido traducida al inglés, italiano, francés, alemán y sueco. Su obra influyó en escritores de Hispanoamérica tales como el chileno Pablo Neruda y el mexicano Octavio Paz.

Juicios sobre su obra

La bibliografía en torno a la obra de Gabriela Mistral es abultada. Los críticos han elevado a esta mujer mestiza, mitad española mitad india, hasta el areópago de la literatura. Su obra poética surge del modernismo, más concretamente del mexicano Amado Nervo. En sus libros se aprecia la influencia del francés Federico Mistral y mucho de la Biblia. De Rubén Darío tomó la ausencia de retórica y el gusto por el lenguaje coloquial. Su prosa, menos conocida, tiene momentos de brillantez insuperable, como lo demuestran sus artículos periodísticos, el libro ORACIÓN DE LA MAESTRA y sus RECADOS, verdaderos ensayos sobre personalidades literarias de su tiempo. Dice Domingo Ródenas en 100 ESCRITORES DEL SIGLO XX que el estilo de Gabriela Mistral “se sitúa en la estirpe de José Martí, al que profesaba una explícita admiración”. La poetisa chilena enlaza, “en una síntesis desconcertante, la materia y el espíritu, la palabra y el silencio, la hosquedad y la ternura, la desesperación y la esperanza”. Ella, que no tuvo hijos propios, volcó en sus versos el amor por los niños. En el poema LOS CABELLOS DE LOS NIÑOS, la ilustre lírica entona esta canción:

Cabellos suaves, cabellos que

son toda la suavidad del mundo,

¿qué seda gozaría yo si no os

tuviera sobre el regazo? Dulce

por ellos el día que pasa, dulce

el sustento, sólo por unas

horas que ellos resbalan entre

mis manos.

Cuando yo sea con Dios, que

no me dé el ala de un

ángel para refrescar la

magulladura de mi

corazón; extienda sobre el

azul las cabelleras de los

niños que amé, y pasen

ellos en el viento sobre

mi rostro eternamente.

Dos suicidios

Quitarse la vida con medios propios, por las razones que fueran, es una vieja práctica de la que tratan la Biblia y antiguos filósofos griegos. De hecho, existe una filosofía del suicidio y abundan los libros en torno al tema. Las verdaderas causas que llevan al suicidio sólo las conoce el muerto. Para el vivo, el suicidio es uno más de los muchos misterios que encierra la vida.

Gabriela Mistral vivió la dolorosa experiencia de ver como se quitaban la vida dos hombres, ambos jóvenes, íntimamente ligados a su corazón. Uno de ellos fue Romelio Ureta. Era ferroviario. Gabriela solía acudir todas las tardes a la estación del tren en busca de la correspondencia para el Liceo de la Serena, donde daba clases a niños. Ella tenía 17 años. Él 23. Los dos jóvenes conversaban sin medir el tiempo y daban largos paseos entre los callados árboles del pueblo.

Florecía el amor. La poetisa expresó sus sentimientos en estrofas sutiles:

Si tú me miras, yo me vuelvo hermosa

como la hierba a que bajó el rocío.

A medida que pasa el tiempo, algo íntimo se transforma más y más. El cielo de la joven es más azul y el canto de sus versos más ligero.

Su madre le prohíbe terminantemente salir con Romelio, algo que no podía entender la novia ilusionada. Las relaciones se rompen cuando, pasado un tiempo, Gabriela lo ve pasear por las calles del pueblo del brazo de otra joven. Los celos, el fuego, el torbellino salen de su corazón en forma de balada:

El pasó con otra

yo le vi pasar.

Siempre dulce el viento

y el camino en paz…

¡Y estos ojos míseros

lo vieron pasar!

El va amando a otra

por la tierra en flor.

Rompieron relaciones. Él se desvió hacia una vida de vicio. Gastaba más de lo que ganaba. Llegó a robar. Desesperado, se disparó un tiro en la sien y murió en el acto. En el bolsillo interior de la chaqueta encontraron una de las dos tarjetas que Gabriela le había enviado.

Aquella historia pasional con ribetes de imaginación llegaría a ser fundamental en la obra futura de Gabriela Mistral. La leyenda de amor de una maestrita rural cuyo corazón quedó sangrado y dolorido dio como resultado uno de sus mejores libros: LOS SONETOS DE LA MUERTE. En el titulado INTERROGACIONES, escribe:

¿Cómo quedan, Señor, durmiendo los suicidas?

¿Un cuajo entre la boca, las dos sienes vaciadas,

las lunas de los ojos albas y engrandecidas,

hacia un ancla invisible las manos orientadas?

¿O Tú llegas después que los hombres se han ido

y les bajas el párpado sobre el ojo cegado,

acomodas las vísceras sin dolor y sin ruido;

y entrecruzas las manos sobre el pecho callado?

El rosal que los vivos riegan sobre su huesa

¿no le pinta a sus rosas unas formas de heridas?

¿No tiene acre el olor, sombría la belleza

y las frondas menguadas de serpientes tejidas?

Y responde, Señor: Cuando se fuga el alma,

por la mojada puerta de las largas heridas,

¿entra en la zona tuya hendiendo el aire en calma

O se oye un crepitar de alas enloquecidas?

El otro suicidio le afectó más hondamente, la trastornó. Gabriela Mistral nunca tuvo hijos. Escritores de su vida dicen que practicaba una sexualidad “convencional”. Un hermanastro suyo por parte de padre le pide que adopte a un niño de pocos meses. La madre, española, había muerto de tuberculosis en Barcelona. La poetisa se hace cargo del niño y se propone educarlo en las mejores escuelas posibles, bajo la tutela de profesores brillantes. El niño, llamado Juan Miguel Godoy Mendoza, era de físico algo contrahecho, lo que motivaba burlas por compañeros de escuela.

Desde ese momento Gabriela Mistral se transforma en madre. Ella se desvive por el pequeño Juan Miguel y éste la adora. En muchas páginas escritas por Gabriela puede palparse la gran ternura que el niño inspiraba, entre alegrías y risas infantiles. Debido a los continuos desplazamientos de la madre, Juan Miguel comparte viajes y países, siempre de paso por distintos colegios. En 1940, al estallar la guerra mundial, la escritora abandona Europa y se instala en Brasil, en Petrópolis, un lugar pintoresco y montañoso.

La niebla de los suicidas se cierne de nuevo sobre ella, como antes.

Juan Miguel ha cumplido 17 años. Es un adolescente un tanto extraño. Volvía de la escuela lleno de moratones. Peleaba con otros alumnos a causa de la pequeña jorobita con la que nació. Comienza a perderse en la realidad de las cosas. Se enamora y no es correspondido. No se adapta al ambiente de Brasil. Este cúmulo de circunstancias le llevan a una decisión fatal. Busca una escapatoria tomando una fuerte dosis de arsénico. Dicen que el día que murió Yin-Yin, como ella lo llamaba, empezó a morirse Gabriela Mistral.

Después del suceso queda postrada en cama durante varios días. No quiere ver a nadie, no quiere hablar con nadie. En carta a su amiga Matilde León de Guevara, le dice:

“Mi niñito se mató. Nunca la poesía fue para mí algo tan fuerte como para reemplazar a este niño precioso, con una conversación de niño, de mozo y de viejo… Otro no me puede encandilar como él, no hay compañía que me cubra el costado derecho como él, cuando yo iba por esas calles de las extranjerías heladas y duras, no hay tampoco don de olvido en mí para semejante experiencia. La tengo trenzada conmigo en cada cinco minutos. Y voy viviendo en dos planos, de manera peligrosa. Recen por él alguna vez”.

Religiones orientales

Cuando muere Juan Miguel, al que había dedicado los años que van desde el nacimiento a la muerte, Gabriela Mistral, desesperada, atormentada, al borde de la locura, abandona la religión católica que había profesado desde niña y busca consuelo en religiones orientales. Entra primero en el Induísmo, la religiosidad de la India, recargada y aplastante como muchos de sus grandes templos. El Induísmo no es propiamente una religión, sino un “cocktail” de religiones, un amasijo en que todo ha sido aceptado e integrado. Se ha escrito que en el Induísmo Gabriela Mistral buscaba la reencarnación de su niño. Le atrae Buda, pero no se integra. En carta a Carlos Dorihiac en pleno 1924 le dice: “En nuestros países nuevos quien se hace budista no halla un grupo formado que le reciba”. Del Budismo le queda su creencia en la reencarnación, que mantendría aún después de regresar al Cristianismo.

Practica Yoga, conjunto de disciplinas y técnicas ascéticas de la India. Quiere llegar a la dominación del cuerpo y de la mente. Dedica días y horas al estudio de la Teosofía, doctrina religiosa que pretende elevar el espíritu hasta la unión con la Divinidad. Asiste a reuniones de los Rosacruces, una especie de mística literaria en la que sus fundadores deliberaban sobre los medios de reformar el mundo. La idea, también contenida en los principios del Cristianismo, atrae particularmente a Gabriela Mistral.

En esta escala de religiones y creencias orientales, a la poetisa chilena siempre mueve la imagen de su niño suicidado, busca un contacto, cualquier contacto que la acerque a él. Es el motivo que la lleva al Espiritismo, aunque lo niega en carta a Carlos Dorihiac en 1945. “Yo no soy espiritista ni cosa parecida”, le dice. Sin embargo, puesto que la muerte, o los muertos, es lo que más le inquieta, teniendo siempre presente al niño atormentado que se quitó la vida, escribe estas experiencias en carta dirigida a una amiga que había perdido a un familiar cercano: “Yo voy pareciéndome algo a los japoneses. Su culto de los idos es maravilloso. Es crearse una vida con ellos; pero con ellos como si estuvieran en una presencia constante y familiar, sin nada de espantoso, de tremendo. Es aquello un trato inefable y real. Yo lo tengo con Yin, con mi madre. Esto es bastante difícil para un católico de tipo español. Nos han envenenado la imagen de los idos; han hecho de eso un espanto puro. Es preciso luchar contra 2.000 años de superstición y de venenos mortales”.

Hay que entender a Gabriela Mistral en su exploración y a veces identificación con las religiones orientales. Ella vivía atormentada por la trágica muerte del adolescente Juan Miguel. En ocasiones se culpaba de haberla provocado. Cada una a su manera, estas religiones y filosofías le aseguraban que el contacto con el muerto desde la vida o la reencarnación eran posibles. Las ofertas eran sumamente tentadoras. Nada atrae tanto como lo secreto. El más allá es un mundo cerrado al conocimiento humano. Religiones y filosofías pretenden tener la llave de ese secreto y abrir puertas y ventanas para entrar en él y descubrir sus misterios. Estas religiones decían a la mujer atormentada que era posible comunicarse con el niño suicida, que algún día, con otro cuerpo, podía regresar al mundo de los vivos. Esto le auguraban y a ellos fue. Si le hubieran dicho que el suicida estaba en el infierno habría ido en su busca, como hizo Orfeo para rescatar a Eurípides del tormento.

Retorno al cristianismo

Hacia 1924, cumplidos 35 años, Gabriela Mistral abandona la búsqueda de lo imposible en religiones orientales y regresa al cristianismo. Siempre le quedará un enamoramiento místico de Buda. En carta a su amigo Eugenio Labarca, le dice: “Una amiga mejicana, católica absoluta, me ayudó mucho a pasar de aquél semibudismo –nunca fue total, nunca perdí a mi Señor Jesucristo- a mi estado de hoy. Nunca le recé a Buda; sólo medité con seriedad”. Según el resumen que la poetisa hace de su peregrinación religiosa fue evolucionando de la teosofía y el budismo al cristianismo con judaísmo, es decir, a la Biblia. En el artículo A MI EXPERIENCIA CON LA BIBLIA, escribe: “Devoraba yo el budismo a grandes sorbos; lo aspiraba con la misma avidez que el viento en mi montaña andina de esos años. Eso era para mí el budismo: un aire de filo helado que a la vez me excitaba y me enfriaba la vida interna. Pero al regresar a mi vieja Biblia de tapas resobadas, yo tenía que reconocer que en ella estaba, no más, el suelo seguro de mis pies de mujer”.

Con todo, desde 1924 hasta su muerte en 1957 nunca la abandonó su inquietud por la vida en el más allá. Del budismo le quedó su creencia en la reencarnación. Junto a la puerta de su casa o en cualquier lugar en los confines de la tierra esperaba encontrarse un día con su niño reencarnado.

En su retorno a las fuentes de sus creencias Gabriela Mistral se integra en un Cristianismo con profundo sentido social, volcado en los más desvalidos. “Soy cristiana de democracia cabal -escribe en la Revista de Educación Argentina- Creo que el Cristianismo puede salvar a los pueblos”. Al sacerdote Méndez Plancarte, director de la revista mejicana ABSIDE, le confiesa: “Su amiga no es una católica cabal; es sólo una especie de cristiana libre”.

Por cristiana libre Mistral entiende un Cristianismo libre de jerarquías y de dogmas, de celebraciones e imposiciones. El Cristianismo del Nuevo Testamento, el Cristianismo de Cristo.

Canto a la Biblia

Dice Gabriela Mistral que en su travesía por los desiertos de religiones orientales siempre le acompañaron tres libros: LOS POEMAS DE RABINDRANAZ TAGORE, LA DIVINA COMEDIA de Dante y LA BIBLIA.

En el artículo RELIGIOSO POÉTICO, de su obra en prosa, escribe: “Mi primer contacto con la Biblia tuvo lugar en la Escuela Primaria, la muy particular Escuela Primaria que yo tuve, mi propia casa, pues mi hermana era maestra en la aldea elquina de Montegrande”. En carta a Eugenio Labarca añade: “Una abuela paterna me leía los Salmos de David y ellos se apegaron a mí para siempre con su doble poder de idea y de lirismo maravilloso…. La Biblia había pasado por mí y su gran aliento recorría visible e invisiblemente mis huesos…Entre los 23 y los 25 años, yo me releí la Biblia muchas veces”.

El texto más conocido de la escritora en torno a las excelencias del Libro Sagrado es el largo poema en prosa que Luis Vargas Saavedra recoge en su libro PROSA RELIGIOSA DE GABRIELA MISTRAL. De su amplio contenido cito aquí el segundo párrafo. Después de una breve relación de nombres bíblicos, la poetisa agrega:

¿Cuántas veces me habéis confortado? Tantas como estuve con la cara en la tierra. ¿Cuándo acudí a ti en vano, libro de los hombres, único libro de los hombres? Por David amé el canto mecedor de la amargura humana. En el ECLESIASTÉS hallé mi viejo gemido de la vanidad de la vida, y tan mío ha llegado a ser vuestro acento, que ya no sé cuándo digo mi queja y cuándo repito solamente la de vuestros varones de dolor y arrepentimiento. Nunca me fatigaste, como los poemas de los hombres. Siempre me eres fresco, recién conocido, como la hierba de julio, y tu sinceridad es la única en que no hallo cualquier día pliegue, mancha disimulada de mentira. Tu desnudez asusta a los hipócritas y tu pureza es odiosa a los libertinos, y yo te amo todo, desde el nardo de la parábola hasta el adjetivo crudo de los números”.

Mujer creyente

Distintos biógrafos de Gabriela Mistral coinciden en que la chilena fue una fervorosa creyente en Dios desde niña. Las enseñanzas de la abuela, basadas principalmente en la Biblia, lograron que su vida religiosa y espiritual aumentara a medida que aumentaban los años. Así se expresan estudiosos de su obra como el americano Martín Taylor en LA SENSIBILIDAD RELIGIOSA DE GABRIELA MISTRAL, el chileno Luis Vargas Saavedra en PROSA RELIGIOSA DE GABRIELA MISTRAL y el colombiano Ciro Alegría en GABRIELA MISTRAL ÍNTIMA, entre otros autores. Bruno Rosario Candelier, quien en la Antología dedicada por la Real Academia Española a la autora chilena escribe un capítulo titulado LA VETA MÍSTICA EN LA LÍRICA DE GABRIELA MISTRAL, dice de ella: “La grandiosa veta creadora de la lírica de Gabriela Mistral fue el amor a Dios que destilan sus versos”. En página a continuación Candelier añade: “Nuestra poeta concebía la creación del mundo como la magna obra de Dios, que contemplaba extasiada y desde la cual acopiaba la lumbre de su inspiración”.

José Olivio Jiménez, citado por Candelier en su ensayo sobre la mística en Gabriela Mistral, insiste que a la chilena “le sostiene en todo momento una profunda religiosidad y una vocación por penetrar los enigmas que rodean la existencia”. Aquí se advierte la influencia de Miguel de Unamuno, un autor al que leía constantemente y al que conoció en España.

En el poema CREDO, del libro DESOLACIÓN, Gabriela Mistral hace en cuatro versos una declaración de fe en la que fundamenta su creencia en Dios:

“Creo en mi corazón, ramo de arones,

que mi Señor como una fronda agita,

perfumando de amor toda la vida

y haciéndola bendita.

Cuando muere suicidado su niño Yin-Yin, la mujer atormentada busca refugio en Dios:

“En esta hora, amarga como un sorbo de mares,

Tú sostenme, Señor.

¡Todo se me ha llenado de sombras el camino

y el grito de pavor!

Amor iba en el viento como abeja de fuego,

y en el agua ardía.

Me socarró la boca, me acibaró la trova,

Y me aventó los días.

Profesora en el Liceo de Niñas en los Andes de 1912 a 1918, Gabriela Mistral ve a aquellas alumnas como almas tiernas y puras. Sobre ellas invoca la protección de Dios en la serie de poemas titulada CASI ESCOLARES.

¡Oh Creador, bajo tu luz cantamos,

porque otra vez nos vuelves la esperanza!

¡Como los surcos de la tierra alzamos

la exhalación de nuestras alabanzas!

Gracias a Ti por el glorioso día

en el que van a erguirse las acciones;

por la alborada llena de alegría

que baja al valle y a los corazones.

¡Oh Creador de manos soberanas,

sube el futuro en la canción ansiosa,

que ahora somos el plantel de hermanas,

pero seremos el plantel de esposas!

Cuando mueren por muerte suicida su primer amor, el ferroviario Romelio Ureta y el niño que había criado desde meses hasta los 17 años, Juan Miguel Godoy, la Mistral entra en profunda depresión que la lleva a un proceso de duda, pero no de increencia. Continúa creyendo en Dios, sólo que trata de llegar a Él por otros caminos, contrarios a los del Cristianismo que había profesado desde niña. Vargas Saavedra, varias veces citado aquí, hace esta pregunta: “¿Cómo habría escrito Gabriela Mistral en caso de ser atea?” El propio autor responde a su interrogante: “La pregunta se estrella contra el bloque mismo de su intrínseca religiosidad, tan suya, tanto, que no podemos imaginarla atea. Sus ojos llevan dogma en el iris mismo. Ve las criaturas y los objetos desde Dios a Dios, o desde Cristo y rumbo a Cristo: las personifica, les proyecta ansias humanas, memorias angélicas”.

Gabriela Mistral ante la muerte

Pensando en el suicidio, San Agustín escribió estas palabras a principios del siglo V. “Cuando uno se mata mata a otros”.

Esto fue lo que ocurrió a Gabriela Mistral. Cuando a los 17 años se suicida con una dosis de arsénico el niño que había criado desde la cuna, algo muere también en ella. Rousseau decía que el suicidio es un robo al género humano. Con su muerte, Juan Miguel Godoy mató a Gabriela Mistral. Mató sus deseos de vivir, mató la paz de su alma, mató sus ilusiones, sus proyectos. Mató su alegría. Hasta tal punto que cuando poco después le conceden el Premio Nobel, comenta: “Ahora para qué lo quiero”.

Los momentos pasados junto al lecho del moribundo en el hospital al que fue llevado, destrozaron su espíritu. Cuando vuelve a tomar la pluma escribe LOS SONETOS DE LA MUERTE, cuyas estrofas están dedicadas al niño de su corazón.

Inicia el poema con un lamento a los mortales despojos, el frío de la sepultura, el destino al que todos somos llamados, el sueño con la muerte sobre la almohada blanda:

“Del nicho helado en que los hombres te pusieron,

te bajaré a la tierra humilde y soleada.

Que he de dormirme en ella los hombres no supieron,

Y que hemos de soñar sobre la misma almohada.

Su cuerpo dormirá sobre la madre tierra, de la que Abel fue el primer propietario. La tierra será su cuna, como el barro del que Adán fue creado. Como aquél grito de Unamuno: tierra, tierra, tierra.

Te acostaré en la tierra soleada con una

dulcedumbre de madre para el hijo dormido,

y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna

al recibir tu cuerpo de niño dolorido.

Luego iré espolvoreando tierra y polvo de rosas,

y en la azulada y leve polvareda de luna,

los despojos livianos irán quedando presos.

Me alejaré cantando mis venganzas hermosas,

¡porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna

bajará a disputarme tu puñado de huesos!

Del cuerpo dolorido de Gabriela Mistral, de todo su cuerpo, alma, corazón y mente emana un deseo de eternidad. Más que deseo, una leve esperanza de inmortalidad. El niño amado no está muerto. Simplemente tomó el camino que conduce a la vida eterna antes que ella. Dios nos creó inmortales y el arsénico no anula esta gracia. Sigue el poema:

“Malas manos tomaron tu vida desde el día

en que, a una señal de astros, dejara su plantel

nevado de azucenas. En gozo florecía.

Malas manos entraron trágicamente en él…

Y yo dije al Señor: “Por las sendas mortales

le llevan. ¡Sombra amada que no saben guiar!

¡Arráncalo, Señor, a esas manos fatales

o le hundes en el largo sueño que sabes dar!

¡No le puedo gritar, no le puedo seguir!

Su barca empuja un negro viento de tempestad.

Retómalo a mis brazos o le siegas en flor”.

Este largo cansancio se hará mayor un día,

y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguir

arrastrando su masa por la rosada vía,

por donde van los hombres, contentos de vivir…

Sentirás que a tu lado cavan briosamente,

que otra dormida llega a la quieta ciudad.

Esperaré que me hayan cubierto totalmente…

¡y después hablaremos por una eternidad!

Sólo entonces sabrás el por qué no madura,

para las hondas huesas tu carne todavía,

tuviste que bajar, sin fatiga, a dormir.

La vida golpeó a Gabriela Mistral con dolores de muerte. Su primer y único novio. Su hermana. Su madre. Su niño. Su propia muerte. En noviembre de 1955, sintiéndose morir, redacta su testamento. Gran parte de sus bienes los lega a los niños pobres de Montegrande, en el Valle de Elqui, en su Chile natal.

Durante varios meses permanece internada en el hospital de Hamstead, muy cerca de Nueva York. Durante su permanencia en el centro médico recibe numerosas visitas. La central telefónica del hospital registra hasta quinientas llamadas diarias preguntando por la salud de la poetisa. Su vida se fue apagando víctima de un cáncer de páncreas. Luego de seis días de agonía muere en la madrugada del 11 de enero de 1957. Había cumplido 68 años. Muy joven para dejar la tierra camino de las estrellas.

La noticia de su muerte dio rápidamente la vuelta al mundo. Numerosas ciudades de ambos lados del Atlántico le rindieron homenaje póstumo. El Gobierno de Chile decretó tres días de luto nacional.

En cumplimiento a su expresada voluntad sus restos mortales fueron trasladados a Montegrande, en su querido Valle de Elqui. En una piedra negra se esculpieron estos versos que ella misma dejó escritos:

“Quiero ser polvo con que juguéis en los caminos del

campo.

Oprimidme, he sido vuestra, deshacedme, porque os

hice;

pisadme, porque os di toda la verdad y toda la

belleza.

O, simplemente, cantad y corred sobre mí, para

besaros las plantas.

Biografía elemental

Real Academia Española. Gabriela Mistral en verso y en prosa. Madrid 2010.

Editorial Planeta-De Agostini. Director general Carlos Fernández. Gabriela Mistral. Barcelona 1995.

Editorial Aguilar. Gabriela Mistral. Edición de Margaret Bates. Madrid 1968.

Federico Sainz de Robles, Escritores españoles e hispanoamericanos. Ediciones Aguilar. Madrid 1953.

Silva Castro. Estudios sobre Gabriela Mistral. Santiago de Chile. Editorial Zig-Zag, 1935.

Susana Münniche, Gabriela Mistral, soberbiamente transgresora. Ediciones LOM, Santiago de Chile, 2005.

Rose Aquín Caimano. Mysticism in Gabriela Mistral. Ediciones Pageant, Nueva York 1969.

Protagonistas de la Historia. Rafael de Arana y Méndez Núñez. Olimpo Ediciones. Barcelona 1993.

Selena Millares. Gabriela Mistral. En Cien escritores del siglo XX, Tomo I, Editorial Ariel, Madrid 2008.

CAPÍTULO II

Enriqueta Ochoa. Poetisa de extremo a extremo

Cuando Amado Nervo publicó en 1910 el libro JUANA DE ASBAJE, verdadero nombre de Sor Juana Inés de la Cruz, dijo que México es tierra de poetas. En el país azteca se han dado, desde sus orígenes hasta el día de hoy, tendencias y movimientos poéticos que han dominado el panorama literario de este gran país. Nervo, como otros autores, trazan la historia de la poesía mexicana a partir de la independencia. Menéndez Pelayo va más lejos. Se remonta a la época colonial y afirma que el primer poeta nacido en estas tierras fue Francisco Cervantes de Salazar, quien en 1560 publicó un pequeño libro que tituló TÚMULO IMPERIAL DE LA GRAN CIUDAD DE MÉXICO.

La poesía mexicana se desarrollaría a lo largo de los siglos en tres épocas significativas: la de la independencia, la romántica y la moderna.

Nombrar aquí a los poetas, hombres y mujeres, que desde aquél Francisco Cervantes a éste Octavio Paz, premio Nobel de Literatura 1990, han cubierto de gloria la bandera mexicana, sería tarea monumental. Habría que escribir una nueva enciclopedia.

El propósito de este capítulo es presentar a la excelente poetisa nacida en la ciudad de Torreón: Enriqueta Ochoa. Salió del vientre de la madre el 2 de mayo de 1928. La hundieron en el vientre de la tierra el lunes 1 de diciembre del 2008 en la ciudad de México. La muerte la persiguió hasta cumplidos 80 años y cargó con ella hacia la ciudad de la niebla valiéndose de una trombosis intestinal.

He titulado este capítulo ENRIQUETA OCHOA, POETISA DE EXTREMO A EXTREMO, inspirado en palabras de la propia autora: