portada

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Título original: Peace - and Where to Find it

Traducido del inglés por Vicente Merlo

Diseño de portada: Editorial Sirio S.A.

Composición ePub por Editorial Sirio S.A.

Para mi padre

(1939-2007)

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Reconocimientos

Aunque él no ha visto el nacimiento de este libro, la amabilidad, sabiduría y aceptación incondicional de mi padre fue lo que lo ha hecho posible. Estoy agradecido a mi madre, por su amor y por recibirme tan bien siempre que vuelvo a casa, acogiéndome, sin preguntar.

Mi aprecio y gratitud hacia mis hermanos, Peter y Philip, por su humor y por constituir un valioso espejo en el que mirarme y ver cómo he ido creciendo y evolucionando.

Quiero agradecer a Veronica Lehner y Kahler Newsom por su feedback y su estímulo al comienzo del proceso de la escritura. Estoy agradecido también a Suzanne Lord, Bernard Gloster y Victoria Ritchie por su ayuda en el intento de llevar mis palabras al mundo.

Un agradecimiento especial, de todo corazón, a todo el equipo de la editorial Namaste, por su profesionalidad y su amabilidad. Estoy especialmente en deuda con Constance Kellough, por creer en el mensaje de este libro y ser una presencia amorosa y una guía durante todo este viaje editorial. Gracias a Lucinda Beacham por su ayuda y atención al más pequeño detalle durante el proceso de edición. Ha sido un honor y un placer trabajar con David Robert Ord, un maestro-editor que ha transformado mis palabras en un libro eminentemente legible.

Me gustaría agradecer también a Eckhart Tolle por su apoyo y su guía, y por ser la inspiración que ha planeado pacíficamente sobre todo este proyecto.

Finalmente, quiero expresar mi más profunda gratitud a Emma Pradel, por el amor incondicional y el apoyo, y por animarme en cada paso del camino.

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Prólogo

Si ya has vivido bastante tiempo, puede que en algún momento se te haya ocurrido el desconcertante pensamiento de que la paz o la felicidad duradera se te puedan escapar para siempre. Es cierto que hay momentos, o incluso períodos, de satisfacción, quizás cuando estás comprometido con algún esfuerzo creativo, cuando acabas de satisfacer algún deseo o lograr algún objetivo, o cuando algún placer sensorial te produce una satisfacción momentánea. Sin embargo, no suele pasar mucho tiempo sin que algo conseguido se convierta en una pérdida, un logro deje de ser satisfactorio o se generen nuevos problemas totalmente imprevistos. O quizás un éxito en un área de tu vida se ve empañado por el fracaso en otra área, o después de enamorarte te desenamoras, que a menudo significa que la misma persona que te hizo feliz pasa a hacerte infeliz. Parece, pues, que la mayor parte del tiempo hay algún problema o algún trastorno, de un tipo u otro, que interfiere en nuestra situación vital.

Relaciones, familia, trabajo, dinero, salud: estos son los principales factores que constituyen tu situación vital, y muy probablemente, en este momento, al menos uno de estos factores no solo es problemático, sino también una fuente de sufrimiento e infelicidad en tu vida. Si tu situación vital es totalmente satisfactoria ahora, ¡simplemente espera! ¡No tardará mucho en ocurrir algo que haga que todo vaya mal otra vez!

Fue una de las grandes intuiciones del Buda hace unos dos mil quinientos años que todas las condiciones que constituyen la existencia humana están en constante fluir, son impermanentes e inherentemente inestables. Y por eso la vida es siempre problemática, siempre conflictiva. Unas veces los problemas llegan desde el exterior; otras, proceden del interior, en forma de pensamiento disfuncional, ¡y puede que ni siquiera nos demos cuenta! Tal vez tú también tengas que enfrentarte con el desafío de tener que vivir con los residuos, acomodados en tu interior, de sufrimiento emocional del pasado, lo que llamo el cuerpo del dolor. ¡Es obvio que el mundo no está diseñado para hacernos felices!

De hecho, hay amplia evidencia que apoya el presupuesto de que el mundo está aquí para retarte, ya que eso es lo que hace todo el tiempo –a menos que el mundo no sea más que una acumulación de átomos y moléculas, «un chiste contado por un idiota, lleno de artificio, sin ningún sentido», lo cual no es, a pesar de que la ciencia y la cultura dominante todavía mantengas esa creencia–. No son solo los humanos quienes son desafiados aquí. Les sucede a todas las formas. Todas las formas de vida están en un viaje evolutivo, y todas ellas evolucionan mediante el desafío, al encontrar ­obstáculos y ­superarlos, manifestando así su potencial evolutivo. A través de los retos se genera más consciencia.

¿Significa esto que en el mundo es imposible la paz? ¿Es la paz incluso deseable, teniendo en cuenta que crecemos gracias a las dificultades y del sufrimiento?

La buena noticia es que hay una paz trascendente, cuyo surgimiento no depende de que las cosas estén fluyendo con suavidad en nuestra vida. Esa paz no es de este mundo y no depende de condiciones externas. El Buda se refería a ella cuando hablaba del «fin del sufrimiento» como un estado de conciencia que el ser humano puede alcanzar, y Jesús predicó sobre «la paz que trasciende toda comprensión». ¿Cómo encontrarla?

La respuesta a esto se aborda en este libro, pero permíteme que plantee brevemente su esencia. Una vez nos damos cuenta de que el mundo no está hecho para hacernos felices, sino para plantearnos retos, puede que nos resulte más fácil no solo reconocer nuestros patrones de resistencia habituales, que surgen cuando las cosas «van mal», sino también abandonar los pensamientos subyacentes que presuponen que «esto no debería estar pasándome a mí». También podemos descubrir que la mayor parte de nuestra infelicidad no está provocada por situaciones problemáticas, sino por los pensamientos que nuestra mente teje alrededor de ellas, la historia que nos contamos a nosotros mismos sobre ello. Cuando seamos conscientes de ello, podremos abandonar los pensamientos que crean infelicidad de una u otra forma.

Esto es lo que el Dhammapada, una antigua escritura budista, tiene que decir sobre ello:

«Él me insultó, me hirió, me rechazó, me robó».
Los que piensan así no estarán libres de odio
«Él me insultó, me hirió, me rechazó, me robó».
Los que no piensan así estarán libres de odio.

Por supuesto, el odio es una de las muchas formas que la infelicidad puede adoptar. Obtenemos los primeros destellos de la paz trascendente cuando evitamos imponer tales pensamientos disfuncionales a las situaciones que vivimos o a las personas que nos rodean. Cuando nos hacemos amigos del instante presente, cuando dejamos que las cosas sean, sin importar la forma que adopten, lo que sucede lo hace sobre el trasfondo del «ser», que es paz. Entonces no solo emanamos paz, sino que la paz también cambia el modo como nos relacionamos con cualquier acción que realicemos, con cualquier palabra que pronunciemos. Cómo respondemos a una situación o a una persona en el presente configurará la forma que adoptará el momento siguiente y tendrá infinitas repercusiones en el futuro. Este es el único modo en que el mundo puede cambiar y cambiará.

Una vez hemos vislumbrado esa paz trascendente, podemos invitarla a nuestra vida, por así decirlo. Cuando se ha alcanzado un cierto nivel de conciencia, la paz se convierte en una elección siempre posible. Desde luego, a veces podemos olvidar que tenemos elección, o nuestros antiguos patrones reactivos del ego pueden reafirmarse tan intensamente que eliminan de forma temporal la posibilidad de elección. Pero luego vuelve a emerger la luz de la conciencia y disipa la oscuridad de la inconsciencia.

Invitar a la paz trascendente a tu vida implica necesariamente hacerte consciente de ti mismo como Presencia, la consciencia sin forma y sin tiempo que subyace a todo pensamiento, a todo sentimiento, a toda percepción. En El poder del ahora describo la simplicidad de esa realización, que está más allá del tiempo porque es sinónimo de conciencia del momento presente. Para hacerte consciente de esa Presencia –las palabras que forman este libro emergieron de ella y por eso tienen un gran poder tansformador– no solo tienes que percatarte de los breves espacios vacíos que se dan de manera espontánea, a veces, entre pensamiento y pensamiento, sino crear espacios más largos de «no pensamiento» en lo que de otro modo es una corriente incesante de pensamiento involuntario.

Si has leído El poder del ahora, estarás familiarizado con el concepto de «conciencia corporal interna» y, lo que es más importante, con su práctica. Es un modo potente y fácil de salir de la corriente del pensar compulsivo y conectar con la esencia de quien eres. Solo cuando sabes quién eres, puedes estar en paz, y de ese modo no te resentirás más ni los desafíos de la vida te arrollarán cuando surjan.

Al integrar el mensaje de El poder del ahora y responder a él profundamente, se obtienen los mayores beneficios de la paz –que te ayuda a profundizar en la práctica de la conciencia corporal interna, hasta que deja de constituir una práctica y se convierte en un modo de ser–. Su principal mensaje es que la paz es posible, incluso en medio del torbellino de la vida. Es posible porque es inseparable de lo que eres en tu esencia.

ECKHART TOLLE,

autor de El poder del ahora, Un nuevo mundo ahora
y El silencio habla

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Capítulo
1

La búsqueda de la paz

Una mañana del otoño de 2003, me dirigí a la cocina y le dije a mi madre:

—¿Sabes qué? Mi búsqueda ha cesado.

Una claridad impregnada de paz se había trasladado desde el trasfondo de mi conciencia hasta el primer plano. De pronto, sentirse en paz parecía muy normal. Sentía algo muy distinto a los recuerdos que tenía de una existencia vivida casi siempre perdido en mis pensamientos o reaccionando a todo emocionalmente, como si la paz hubiese sido siempre mi estado natural.

Era como si hubiera llegado a casa.

Solo entonces me percaté de lo arraigado que había estado en mí el yo «buscador». No tenía ni idea del alcance de mi ansiedad, ni de lo desesperadamente que había deseado encontrar la paz. Hasta que, tras años de búsqueda, finalmente mi angustia había cesado.

Todo el mundo quiere sentir paz, ¿no es así? La gente se aparta de su camino para evitar situaciones angustiosas o para convertir sus sueños en realidad, esperando encontrar la paz.

¿Te sorprendería si te dijera que el sentimiento de paz no tiene nada que ver con tu situación personal habitual, sino con dónde está tu atención?

Para ilustrar lo que estoy afirmando puedes plantearte, si ahora estás en una habitación, si hay más objetos en ella o hay más espacio. Quizás no te hayas dado cuenta hasta ahora, pero en la mayoría de las habitaciones hay mucho más espacio que objetos. La habitación corriente consta, fundamentalmente, de espacio. De hecho, el mundo mismo consta fundamentalmente de espacio vacío –la atmósfera–, con formas en algunos lugares. ¿No es esto cierto también del propio universo?

Y si nos desplazamos de mundo macroscópico al de los átomos, comprobamos que el núcleo y los electrones constituyen una infinitésima parte de estos. El espacio entre los átomos individuales es incluso mayor, independientemente del material de que se trate. Podríamos quitar el techo de una casa y llenarla de hormigón desde el suelo hasta el techo, y aun así el bloque sólido resultante todavía sería en más de un 99,99% espacio vacío. ¿Todo ese espacio estaba allí antes de que apareciésemos nosotros o acaba de llegar? Sin lugar a dudas, ha estado ahí desde hace mucho tiempo. Simplemente no éramos conscientes de ello.

Todo esto nos lleva a la conclusión de que la aparente solidez de todo lo material es una ilusión de los sentidos.

¿Dónde debería buscar la paz?

Puedes pensar que has buscado la paz en todas partes. Quizás te sientas frustrado, incluso irritado, porque crees que has buscado en todas partes y lo has intentado todo, pero sin éxito. Ahora bien, te he mostrado ya que hay una realidad a tu alrededor a la que probablemente no has prestado atención hasta ahora. Puede que ni siquiera te hayas percatado de su existencia.

El hecho de que hayas buscado la paz en tantos lugares y no la hayas encontrado en realidad es una buena noticia. Aunque creas que has mirado en todas partes, acabas de descubrir lo fácil que es no darse cuenta de algo que, de hecho, resulta muy obvio. Igual que no te habías fijado en lo vacío que está todo, tampoco te habías percatado de que la paz que anhelas está, en verdad, ya aquí.

De hecho, la paz que has estado buscando emana de la vacuidad del espacio del que hemos estado hablando hace un momento, el espacio en el que tú existes. La paz siempre ha estado aquí, y desde luego en todas partes, sin que lo supieras. Una vez aprendas cómo sintonizar con ella, tendrás toda la paz que desees. Si no estás en paz contigo mismo, eso indica que no has buscado allí donde tú te encuentras. ¿Cómo lo sé? Porque para mirar aquí, hay que estar aquí.

¿Qué quiero decir con «estar aquí»?

Para estar aquí, tienes que estar en el instante presente, prestándole toda tu atención. Por desgracia, en la mayoría de los casos, nuestras mentes están en otra parte.

Cuando no estamos completamente aquí, en este momento, no experimentamos la realidad tal como es. En lugar de eso, la vemos a través de un pesado filtro de creencias, pensamientos y emociones. Esta es una característica de la mente, que podríamos entender como un mecanismo de interpretación y medida. Si prestas atención a tus pensamientos, te darás cuenta de que están constantemente juzgándolo todo, comentándolo todo, extrayendo conclusiones de todo.

El problema es que este constante interpretar y valorar, que tiene lugar cuando la mente está activa, tiende a desconectarnos de la parte viva de la realidad. Dicho de otro modo, los pensamientos que utilizamos para tratar de entender la realidad nos apartan de la verdadera experiencia de la realidad.

Centrémonos en el pensamiento por un momento. ¿Eres consciente de que hay un monólogo casi constante en tu cabeza? Lo hay, aunque muchos de nosotros no nos percatemos de ello a menos que nos detengamos y prestemos atención a nuestros pensamientos.

Esta «voz en la cabeza» 1 mantiene una conversación consigo misma durante la mayor parte de nuestras horas de vigilia. Es como si estuviésemos hablando con nosotros mismos todo el tiempo. Pero esta voz no es nuestra propia voz –no es la voz de nuestro verdadero yo–. Es una voz ajena.

Incluso si, a diferencia de la mayoría de la gente, eres consciente de su existencia, puede que nunca hayas pensado en ella como una voz extraña. Estás tan completamente identificado con ella que te parece que son tus propios pensamientos. Hasta que te apartas de ellos, y de pronto te haces consciente de que todos esos pensamientos y esas diversas emociones surgen sin que tú hagas nada para producirlos. ¡No son tú, en absoluto! Es algo que ocurre dentro de tu cabeza, y tú eres quien los escucha, se da cuenta de ellos y los observa.

Quizás sea útil pensar en la voz de tu cabeza como un software que te han programado y ahora funciona en tu cableado, los circuitos neuronales de tu cerebro. Este software tiene varios nombres. El que yo suelo utilizar fue acuñado por Eckhart Tolle en su libro El poder del ahora. Él lo llama «ego».

¿Estás diciendo que mi ego es distinto de quien realmente soy?

Ego es un término que ha estado circulando desde hace miles de años. Sin embargo, a lo largo de los siglos, su significado ha cambiado. Se ha utilizado para referirse a todo, desde nuestro auténtico yo hasta un falso sentido del yo, e incluso, como lo empleaba Freud, a aspectos específicos de nosotros mismos.

Cuando yo hablo del ego, no me estoy refiriendo a quien realmente somos, sino a un falso sentido de nosotros mismos –una idea, una imagen, un retrato de nosotros que llevamos en nuestra cabeza.

Comprenderás lo que quiero expresar si alguien te dice: «Necesito mejorar la imagen de mí mismo». Hay un observador que ve la imagen y concluye que necesita una mejora. O alguien dice algo así como: «Yo no me veo de ese modo». Su interpretación y la tuya de cómo han llegado a tal imagen son muy distintas.

Como ya te he indicado, el software que está casi constantemente funcionando por nuestros circuitos neuronales deja caer un pesado filtro de creencias, pensamientos y emociones sobre la realidad. Este filtro conceptual apenas es percibido. Es tan sutil que permanece sobre nuestra percepción de la realidad durante vidas y vidas a menos que algo haga que despertemos y descubramos su presencia. El resultado es que los procesos mentales asociados con este software consumen la mayor parte de nuestra atención, dejando poco espacio para ver las cosas tal como realmente son –incluyendo quién es nuestro auténtico yo.

La mayoría de los seres humanos sufre de identidad equivocada. Creemos que somos nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestra conducta, cuando todos ellos son productos de nuestra mente. Nos pensamos como «yo», con una historia acerca de lo que me gusta y lo que no, lo que nos sucedió en el pasado y lo que queremos que nos suceda en el futuro. De hecho, a menudo asociamos la vida con «lo que nos está ocurriendo».

Si prestas atención de verdad, verás que todos nuestros pensamientos, emociones y conducta –junto con aquello que nos ocurre– se producen en la superficie de la realidad. Oculta tras las bambalinas hay una inteligencia silenciosa, invisible, que observa esto. Esta inteligencia invisible es conciencia pura. No tiene tamaño ni forma, simplemente es. Podemos pensar en ella como «ser» puro, eso que existe antes de que las cosas y los acontecimientos lleguen a ser. En otras palabras, es la fuente de todas las formas y de todo lo que ocurre. Es allí donde se originan los objetos, la naturaleza, las personas, los lugares, los pensamientos y las emociones.

Este ser puro –esta inteligencia de donde todo ha surgido– no puede conocerse por medio de palabras o pensamientos. Es imposible describirlo, ni siquiera imaginarlo. Ha de experimentarse.

Lo compararía con un pomelo. Si nunca hubieras visto fruta de ningún tipo y comenzase a describirte un pomelo, por mucho que lo intentase, apenas te harías una idea de lo que es el pomelo. La única manera que tendrías de saber de qué estoy hablando sería verlo, tenerlo en tus manos, pelarlo, saborearlo y comértelo. Dicho de otro modo, has de experimentarlo para conocerlo. En efecto, solo cuando nos hacemos uno con el pomelo, de manera que absorbamos sus nutrientes, captamos verdaderamente lo que es.

En nuestro ser esencial, cada uno de nosotros es pura consciencia. De modo que mientras nos identifiquemos con la voz en nuestra cabeza, estamos viviendo un caso de identidad equivocada. Identificarnos con el contenido de nuestra mente es habitar en un mundo virtual, lo cual significa vivir en el mundo abstracto del pensamiento.

Para descubrir quién somos realmente, tenemos que apartarnos del pensador que cree ser nosotros, incluyendo las imágenes que tenemos de nosotros mismos. Hemos de mirar por debajo de nuestra confusión mental para hallar su fuente, la espaciosidad de la conciencia pura. Solo entonces podremos reconocer esta consciencia siempre presente como nuestra verdadera naturaleza, que es ser puro. Quiero ser muy claro en lo que significa conciencia pura. Cuando decimos: «Soy consciente de la situación», nos estamos refiriendo a que estamos al tanto de nuestros pensamientos acerca de una situación. Así es como generalmente describimos la conciencia. Pero detrás de nuestro contenido mental, de nuestro cuerpo y del universo hay una fuente sin forma, eternamente despierta, presente, origen de todo lo que existe. Esta conciencia pura ha existido siempre y siempre existirá. Esto es lo que verdaderamente somos.

Cuando redirigimos nuestra atención para hacernos conscientes de la propia consciencia, no nos identificamos con ningún pensamiento, objeto, emoción ni suceso. No somos «esto» ni «aquello». Como expresión de la conciencia que precede a la emergencia de todas las formas, somos simplemente ser. Somos uno con la fuente de todo lo que puede concebirse y percibirse y que constituye su testigo silencioso.

Oigo decir a mucha gente que es importante estar «aquí y ahora». ¿Por qué?

Todos hemos oído expresiones como «estar aquí y ahora», «estar en el momento», «permanecer en el ahora», «vivir el momento presente». Así que, cuando hablo de «ser» puro, es probable que te preguntes: «¿No he oído todo esto antes?». Sí, millones de personas han hablado de la necesidad de vivir en el presente. Sin embargo, aquí estamos, la mayoría de nosotros luchando, hiriéndonos mutuamente, año tras año. Como resulta obvio, no basta con haber oído que hay que vivir el presente y que todo el mundo, desde deportistas famosos hasta estrellas de cine hablen de ello actualmente –de otro modo la gente no sufriría como lo hace–. Ha de convertirse en una experiencia verdadera de la que ya no hablemos o ni siquiera intentemos tener. Ha de experimentarse como nuestro estado de ser.

A veces la gente piensa que ya está bien de toda esta charla acerca del momento presente. Creen que saben acerca del aquí y ahora porque han leído muchos libros y realizado muchos retiros para profundizar su comprensión del tema. Después de algunos años intentando estar en el presente, se han cansado de ello.

Sin embargo, el verdadero instante presente nunca cansa ni irrita. Muy al contrario, es la verdadera definición de algo vibrante, de la alegría, la claridad y la paz. El hermoso misterio del presente te llena de asombro al mismo tiempo que se experimenta alivio y liberación.

De lo que «tienes bastante» es del concepto del momento presente, que parece burlarse de ti con sus esperanzadoras posibilidades, que siempre permanecen fuera de tu alcance. Cuando piensas de este modo es porque tu mente se está forzando, yendo en contra de la realidad, tratando de extraer una comprensión de ello a través exclusivamente de una interpretación mental. De este modo, tu mente actúa como una barrera invisible entre tú y la realidad. Como dos imanes cuyos polos del mismo signo se hallan uno frente al otro, cualquier cosa que intentes alcanzar, cualquier cosa que quieras comprender, se aleja por el acto mismo de intentar apresarla mentalmente.

Lo maravilloso es que la vida está programada para traernos experiencias que nos inviten a saltar al momento presente. De hecho, seguirá trayéndonos tales experiencias, repitiéndonos una y otra vez el mensaje de que debemos vivir en el instante, hasta que todo el mundo comience a encarnar aquello a lo que apuntan las palabras.

Cuando pasamos a vivir en el presente, experimentamos una paz profunda y vibrante, que es amplia e inteligente –una paz que no tiene nada que ver con todos los intentos que podamos hacer de reorganizar nuestras vidas o alterar lo que nos está ocurriendo, con la esperanza de hacer que las cosas nos sean más fáciles.

Descubrimos la paz como nuestra característica primordial, que siempre ha estado ahí.

Por lo que parece, sugieres que la gente tiene una comprensión equivocada de lo que la paz es.

En su gran éxito Imagine, John Lennon canta las palabras: «Imagina a todo el mundo viviendo la vida en paz». Es una bella imagen.

Sin embargo, la palabra paz supone un reto interesante. Se ha utilizado de modos tan distintos que se ha perdido buena parte de su significado. Reducida a una serie de tópicos en multitud de discursos y a un símbolo en camisetas y pegatinas, es poco más que una idea en la cabeza de la gente –una idea que es diferente para cada uno.

Pensemos en algunas de las maneras en que la gente imagina en qué consistiría que todo el planeta viviese en paz. Para un musulmán, un cristiano o un judío fundamentalista, el único modo de que alguna vez hubiese paz en la Tierra sería que todo el mundo se adhiriese a creencias idénticas y a las mismas prácticas inflexibles que ellos abrazan. Para muchos de ellos, la estricta adherencia a la Ley islámica, una interpretación literal de la Biblia o una rigurosa práctica de la Torá son esenciales para que haya paz. Por el contrario, para alguien que no cree en ningún tipo de Dios, que cada uno «haga lo que quiera» sin perjudicar a los demás constituiría un estado de paz. Nadie controlaría a nadie.

El mundo está plagado de violencia y de una indecible crueldad. Para muchos, paz significa simplemente ausencia de violencia –el fin de la barbarie, la tortura, los malos tratos y, especialmente, la guerra–. Para ellos, el mundo estaría en paz si los individuos y las naciones cesaran de estar en conflicto los unos con los otros.

Yo sugiero que nuestros conceptos de paz, que inevitablemente entran en conflicto con los de otras personas, no señalan en la dirección de la verdadera paz. De hecho, nos conducen en la dirección opuesta, pues nos llevan a imaginar que la paz es algo que puede hallarse externamente –practicando un código moral estricto, siguiendo el estilo de vida que prefiramos o simplemente no participando en las luchas.

Veo cómo nada de esto aporta una profunda sensación de paz, alegría y felicidad a la gente. Las personas no se sienten en paz consigo mismas.

Un número cada vez mayor de personas se están dando cuenta de que anhelan algo más que una pseudopaz que es superficial. Quieren un tipo de paz que calme sus nervios, disminuya su ansiedad y acalle su turbulencia emocional. De ahí que muchos se sientan atraídos por el tipo de filosofía expuesta por el influyente autor y conferenciante inspirador Dale Carnegie, quien afirmó: «Nada puede proporcionarte paz, excepto tú mismo».

Carnegie estaba en lo cierto. Solo nosotros podemos experimentar la paz –es algo que nadie puede legarnos–. Sin embargo, incluso este concepto puede alejarnos de la paz, si la imaginamos como algo sobre lo que tenemos que trabajar.

Por desgracia, cuanto más profundamente estamos inmersos en el mundo mental, más se convierten en clichés y en frases sin sentido las palabras de John Lennon o Dale Carnegie. Separados de nuestros verdaderos yoes, confundimos la realidad de la paz con algún ideal abstracto. Esto es lo que la mente, la conceptualizadora, hace con toda la realidad. Aparta nuestra atención de la experiencia real de algo y crea una copia virtual para que la veamos y nos identifiquemos con ella. Cuanto más tiempo permanecemos fascinados por nuestras imágenes mentales y nuestros pensamientos, más nos alejamos de la realidad que queremos experimentar.

Yo creo que Lennon y Carnegie describían una verdad más profunda que aquello que generalmente se entiende a través de sus palabras. Sin duda, tuvieron un destello de la paz inherente al ser mismo.

Un término frecuente para el fenómeno al que se refirió Carnegie es el de paz interior. No obstante, es importante reconocer que interior no significa «dentro». Más bien se refiere a la dimensión interior de lo sin forma, el sustrato primordial del que surgen todas las formas que constituyen el mundo.

Ya es hora de liberar la paz de la cárcel de la mente, el mundo abstracto. La clave para ello es darse cuenta de que la paz que anhelamos es la realidad viva, vibrante, de quien realmente somos. Nunca puede entenderse de manera conceptual, pues posee una profundidad y una permanencia que están mucho más allá de la calma superficial y pasajera de lo que generalmente denominamos paz.

Estas páginas te mostrarán cómo vivir desde tu verdadera naturaleza, que siempre está en paz. Es tu derecho de nacimiento experimentar la paz como un trasfondo constante a todo lo que sucede en tu vida. En cierto sentido, es un mapa de carreteras que te lleva a casa, de vuelta a tu verdadero yo. Yendo en la dirección que este libro señala, entrarás en tu propia experiencia directa de estar en casa contigo mismo. Serás la evidencia de que la paz está disponible justo ahora, más allá de lo que esté ocurriendo en tu mundo externo. Las implicaciones de tal descubrimiento constituyen literalmente un salto evolutivo en la conciencia.

¿Está relacionada, de algún modo, la paz personal con la paz del planeta?

Sí, y de hecho nunca experimentaremos la paz planetaria sin profundizar en este momento para experimentar la fuente de toda paz. La mayoría de la humanidad ha estado buscando la paz, durante miles de años, en el lugar equivocado.

Nunca ha habido una época, a lo largo de toda la historia, en que los seres humanos hayan alcanzado la paz. Lo que se afirmaba que era paz, era solo algo superficial y pasajero. Un alto el fuego entre dos naciones en guerra no es más que una declaración de menor violencia durante un período limitado –una promesa de abstenerse de actuar, que el ego encuentra irresistible–. Esto no es paz.

Aunque una calma pasajera ciertamente es preferible a la violencia y los conflictos, desaparece poco después de llegar, porque el ego –la imagen de nosotros mismos que llevamos en nuestra cabeza– siempre está, por naturaleza, insatisfecho, y su pensamiento y su reactividad compulsiva lo hacen propenso a nuevas rondas de negatividad. En consecuencia, igual que las naciones no han sido capaces de traer la paz en el pasado, a través de ceses de hostilidades, negociaciones y tratados, también los futuros intentos de crear la paz están destinados a fracasar.

La paz no consiste en dos líderes dándose la mano frente a los flashes de las cámaras fotográficas y ruidosos aplausos.

La paz no es una ceremonia en la que se firman documentos en una mesa.

La paz no es una vista panorámica de una ciudad durmiente allá abajo.

La paz no es una tarde en la cama leyendo, una mañana en el sótano arreglando una silla o una noche viendo la televisión.

La paz no es la imagen de alguien levantando dos dedos en forma de V, haciendo la señal de la victoria.

Esta lista podría ser muy larga, si intentamos pensar en todas las situaciones que representen calma, sosiego, tranquilidad, inactividad o una conducta que lo simbolice todo en conjunto. Pero nada de eso es a lo que me refiero cuando hablo de paz.

¿Entonces, una ciudad silenciosa no necesariamente es evidencia de una serenidad profunda o duradera?