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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Sophie Weston

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La heredera rebelde, n.º 1873 - octubre 2016

Título original: The Independent Bride

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2004

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-9021-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

El Último de los vuelos nocturnos desde Nueva York a Londres pronto iba a despegar. La sala de embarque estaba llena y un periodista miraba las caras de los pasajeros con atención. Al fin su esfuerzo se vio recompensado y entonces propinó un codazo en las costillas de su compañero.

–¿Lo has visto?

El compañero era bastante mayor que el joven periodista y productor de televisión. No se impresionaba con facilidad.

–Si te refieres a Steven Konig, lo he visto entre la concurrencia.

–¿De veras? ¿Konig, el tipo de los alimentos para aliviar las hambrunas? ¿Está aquí? ¿Dónde?

–Ya lo han embarcado –dijo el otro, aburrido.

–Claro, es de los que tienen preferencia. ¿Sabes si lo escoltaba el jefazo?

–Si te refieres a David Guber, debo decirte que son amigos. Estudiaron juntos en Oxford –respondió el otro, aún más aburrido.

Esa información tendría que silenciar al principiante, pensó.

Pero no fue así. Sorprendentemente, al cabo de unos minutos volvió junto a él con el ansia reflejada en la cara.

–No pude ver a Konig, pero sí a alguien mucho más interesante –anunció. El otro se limitó a bostezar–. He visto a la Pequeña Tigresa.

Habría sido una exageración decir que el otro se sintió impresionado, pero de alguna manera el joven y prometedor periodista captó su interés.

–¿Te refieres a la chica Calhoun?–preguntó finalmente.

–Sí, Pepper Calhoun –contestó el joven, un tanto desilusionado.

Por lo menos sabía que a Penelope Anne Calhoun sus íntimos la llamaban Pepper.

–Sí, eso es interesante –dijo el compañero al tiempo que miraba a su alrededor con los ojos entornados.

–Sí, es lo que pensé. ¿Crees que la Calhoun Carter tiene intenciones de adquirir otra empresa en Inglaterra? Sé que hay un par de compañías disponibles –comentó mientras pensaba que podría ser el primero en llegar a Londres con la noticia. Tal vez podría, si Sandy Franks era tan indiferente como parecía.

–Lo último que he sabido es que la chica ya no trabaja para la Calhoun Carter. Mary Ellen Calhoun ha difundido la noticia de que su nieta va a al extranjero para ganar experiencia antes de incorporarse definitivamente a la empresa de los Calhoun –informó Franks.

–¿Tú lo crees?

–Es posible. Quizá Pepper Calhoun haya decidido montar su propio negocio. O hacer turismo. O tal vez visitar a un novio. ¿Cuántos años tiene? ¿Veinticinco? ¿Veintiséis? Tiene derecho a divertirse un poco antes de entregarse profesionalmente al mundo de la avaricia corporativa.

–¿La Pequeña Tigresa? Esa no se divierte. Pasarlo bien para ella consiste en trabajar dieciocho horas diarias y pasar la noche en conferencias telefónicas. Y no ha tenido novio desde que estudiaba en la Escuela de Negocios.

–Entonces un episodio romántico le vendría muy bien.

El joven no quedó convencido.

–Lo único absolutamente cierto acerca de Pepper Calhoun es que el romance no es lo suyo. Nunca lo ha sido ni lo será.

–¿Cómo puedes estar tan seguro?

–Va a heredar una empresa gigantesca. Tengo un archivo completo sobre su vida. Créeme, es la heredera de su abuela en todo el sentido de la palabra. Tiene un cerebro diseñado como un ordenador, una lengua como una navaja y un corazón como el espacio exterior –comentó el joven.

Sandy Franks parpadeó.

–¿Qué tiene que ver el espacio exterior con el corazón de Pepper Calhoun?

–Ambos son fríos y vacíos. Y totalmente inaccesibles.

Capítulo 1

 

Penelope Anne Calhoun apoyó la cansada cabeza pelirroja contra una pared de la sala de embarque.

Hacía exactamente una semana que había pensado que su vida iba por buen camino. Tenía amigos de confianza, un nuevo proyecto en el que creía y la mejor casa en Nueva York.

Sólo había un pequeña nube en el horizonte y Pepper estaba segura de que podría disiparla. Bueno, cuando concluyeran los trámites de financiación de su proyecto En el desván y pudiera decir a su abuela: «Esto es lo que voy a hacer»

Y no era que no hubieran intentado advertirle.

–Pepper, ¿estás segura de que es una buena idea? –preguntó su antiguo tutor de la Escuela de Negocios–. Me refiero a tu proyecto de abrir un negocio basado en la compra temática, como podríamos llamarlo. La idea me encanta. ¿Pero qué sucederá cuando tu abuela lo sepa?

–No pasará nada –contestó ella, muy confiada.

–¿Estás segura? –preguntó el profesor, dudoso.

–Totalmente –dijo ella con toda seguridad.

–¿No pensará la señora Calhoun que tu empresa va a rivalizar con la Calhoun Carter?

Pepper se echó a reír de buena gana.

–La Calhoun Carter tiene filiales en todas la ciudades importantes de Estados Unidos y en otros cinco países. En comparación con la Calhoun, En el desván no es nada.

–No me refería a eso. Pensaba más en un pretendiente rival.

–De acuerdo. Puede que se enfade un poco al principio. Pero después lo entenderá. Ella sabe que tengo que probarme a mí misma.

–¿Lo sabe?

–Sí –dijo Pepper con la confianza de una mujer que desde los ocho años había sido la pequeña princesa de Mary Ellen Calhoun–. Mi abuela desea lo mejor para mí. Ella me quiere mucho.

El profesor no había dicho nada más.

¡Qué equivocada había estado!

 

 

El día que Ed la secuestró, empezó a darse cuenta de que las cosas no iban a resultar como había pensado.

No estaba asustada. Conocía a Ed Ivanov desde siempre. Por otra parte, los Calhoun no se asustaban fácilmente.

–¿De qué va esto, Ed?

Él negó con la cabeza. El ruido del helicóptero era una buena excusa.

Ed la había hecho subir al aparato tras decirle que unos posibles inversores querían reunirse con ella. Ed formaba parte de su reducido grupo de amigos de confianza que sabían lo de su proyecto. Así que lo había acompañado confiadamente.

Sin embargo, cuando estuvieron fuera de la zona metropolitana, ella empezó a inquietarse.

–Hay tres razones para hacer esto, Ed. Un rescate, una pasión incontrolada o que te has vuelto loco.

Pero él no contestó. Se limitó a indicar las ruidosas paletas del rotor.

Ed no necesitaba dinero. Tenía mucho éxito como analista de Wall Street. Y la idea de una pasión era cómica. Habían salido un corto tiempo cuando eran compañeros en la Escuela de Negocios, pero la relación había acabado pacíficamente, sin dejar corazones destrozados.

Pepper lo miró por debajo de las largas pestañas. Eran sorprendentemente oscuras comparadas con el cabello rojo. Uno de sus puntos buenos, solía decir. Era muy realista en cuanto a su falta de atractivo físico.

De pronto, el helicóptero empezó a descender en medio de un claro.

–Esta es la cabaña de pesca de mi padre –explicó Ed al tiempo que la ayudaba a bajar.

–¿Desde cuándo me dedico a la pesca, Ed?

Él le dirigió una sonrisa preocupada.

–Te dije que vendríamos a una reunión.

Fue en ese momento cuando Pepper empezó a tener un mal presentimiento, pero lo ocultó.

–De acuerdo. Vamos.

El camino hacia la puerta de la cabaña estaba lleno de charcos. Sus carísimos y relucientes zapatos negros nunca volverían a ser los mismos.

La lluvia caía a través de los árboles. Muy pronto la ondulada melena quedó empapada, se volvió lisa y oscura y mojó los hombros de la chaqueta de diseño de color azul marino. Sintió un desagradable goteo bajo el cuello de la blusa de seda en tono perla. Pero no era la lluvia primaveral la causa de los escalofríos en la espalda.

Alguien se asomaba a la rústica galería. Era su abuela.

Pepper se paró en seco. Luego lanzó una furiosa mirada a Ed.

–No es necesario hacer un drama. Sólo son negocios –dijo él con displicencia culpable.

–No, Ed. Es mi vida –replicó antes de volverse para mirar hacia la cabaña.

Mary Ellen Calhoun los observaba atentamente. Incluso en el bosque, bajo la lluvia primaveral, iba vestida con un diseño de París y diamantes. Pepper miró su cabello reluciente. La señora Calhoun tenía setenta y tres años, pero iría a la tumba con el pelo negro.

–¿Qué te prometió mi abuela para que me trajeras aquí?

Ed la miró con expresión de auténtica sorpresa.

–Nada. Sólo quería que te impidiera cometer un gran error.

–¿Es un error respaldar mi proyecto?

–Mira, Pepper –dijo Ed con paciencia–. En el desván es una empresa de distribución de nueva creación. Como poco vas a desperdiciar cinco años de tu vida. Mary Ellen no quiere esperar cinco años para que vuelvas a la Calhoun Carter.

–¿Desde cuándo la llamas Mary Ellen? ¿Has estado con ella hace poco, Ed?

–Realmente no. Nosotros… bueno, hace un par de semanas nos encontramos casualmente en una recepción con fines benéficos.

–Mi abuela no asiste a ese tipo de recepciones por puro placer. Y tampoco se encuentra con nadie casualmente. De acuerdo, supongo que alguna vez tenía que suceder. Espera aquí. Esto no va a ser agradable.

Pepper cuadró los hombros.

En el mismo instante en que se enfrentó a su abuela, supo lo que iba a ocurrir. Le bastó una mirada.

Estaba allí, en los ojos negros de Mary Ellen. Ella quería al último de los Calhoun de vuelta en la empresa.

Y no lo supo por su modo de conducirse. Mary Ellen se adelantó, con las manos extendidas, sonriente, como siempre. Pegajosamente inocente. Pepper había aprendido a desconfiar de esa inocencia del mismo modo que desconfiaba de una serpiente.

Además, Mary Ellen no era una abuela corriente. Era presidente de la Calhoun Carter desde la muerte de su marido hacía ya treinta años. Pepper desconfiaba de ella, pero también la respetaba.

–Hola, abuela –dijo con calma, sin tomarle las manos.

Mary Ellen quedó desconcertada. No reconoció ese tono de voz, como tampoco lo hizo la misma Pepper.

–Es un placer verte, cariño –dijo Mary Ellen con su suave y engañoso tono bien educado.

–No es cierto. Se trata de negocios, así que vamos al grano.

Las dos mujeres se miraron fijamente.

Luego Mary Ellen dejó escapar la risa cantarina que había perfeccionado en sus días de joven y popular debutante, la risa que prodigó antes de casarse para más tarde asaltar la empresa de su marido convirtiéndose en un implacable magnate con faldas.

–Entonces será mejor que entres para que no te mojes –dijo en un tono encantador.

–¿Y Ed? ¿Quieres que se quede bajo la lluvia? –preguntó en tono de burla.

–Es hombre. Un poco de lluvia no le hará daño.

–Cierto, no quieres testigos –acusó Pepper. Mary Ellen no se dignó a responder. Se dirigió al interior de la casa como una emperatriz. Cuando la puerta se cerró tras ella, abandonó la inocencia y el fino encanto. Repentinamente se mostró tal cual era. Una mujer mala, pensó Pepper respirando a fondo–. De acuerdo. Veo que te has enterado de mi proyecto. ¿Qué piensas que puedes hacer para detenerme?

–Ya lo he hecho –dijo ella con una sonrisa–. Realmente eres una niña. He dicho al departamento de finanzas que haga saber que todo aquel que te preste dinero puede renunciar a hacer negocios con la Calhoun Carter. Para siempre.

–Siempre juegas sucio. ¿Cómo he podido olvidarlo?

Mary Ellen estaba impaciente.

–Quiero que vuelvas a la empresa. Lo sabes. Esa idea tuya es una pérdida de tiempo. ¿Digamos a mediados de la próxima semana? Tendrás tiempo para trasladarte de ese horrible apartamento y volver a casa, donde perteneces. Le diré a Jim que te organice un despacho.

–No –dijo Pepper, con calma.

–El miércoles a las ocho menos cuarto. Ve a la planta y habla con Connie. Ahora es la directora de Recursos Humanos. Ella encontrará…

Pepper alzó la voz.

–He dicho que no.

El interior de la cabaña estaba lleno de polvo. Mary Ellen se sentó en la mejor silla de la habitación.

–No tienes opción –dijo tranquilamente–. Tu pequeño negocio es una insensatez. ¿Quién más que yo te daría un empleo? –preguntó.

«Creí que me quería, pero no es así. Lo único que quiere es que todo el mundo la obedezca. ¿Cómo no me di cuenta antes?», pensó Pepper con dolor.

–Míralo de esta manera –continuó diciendo su abuela–. Eres la última de los Calhoun. Cualquier dirigente de la pequeña empresa va a pensar que eres una espía. Organizar un negocio en otro sector les hará pensar que tienes que ser un lastre, de lo contrario estarías en la empresa familiar donde perteneces. Tu idea no es nada inteligente.

Pepper temblaba.

–Nada inteligente –convino con gran ironía.

Mary Ellen le dedicó su encantadora y traviesa sonrisa.

–Claro que sí. Me alegro de que lo veas con claridad. Tu idea no tiene futuro. Nadie financiará tu proyecto en Norteamérica. Nos vemos el miércoles.

Pepper tomó aire. «Pierde la paciencia y ella ganará. Esta es tu última oportunidad», pensó.

–No –dijo con toda tranquilidad.

Tenía razón. Mary Ellen había creído ganar la partida. Sorprendida, incrédula y furiosa, arremetió contra la joven.

Pepper tuvo que soportar una lluvia de palabras, como una granizada. Al final todas convergían en el mismo punto. Pepper era propiedad de las industrias Calhoun Carter, comprada y pagada durante años. Había recibido la mejor educación que el dinero podía comprar para ese fin. Junto con la casa en el sur de Francia, el apartamento en Nueva York, el refugio en la montaña en South Sea Island, su habitación en la mansión Calhoun…

–Pero no me pertenecen.

–Por fin lo has entendido –dijo la abuela con una sonrisa de tiburón.

Pepper lo entendió. Lentamente, a disgusto, con incredulidad.

–Quieres decir que lo que me has dado durante todos estos años…

–Invertido –corrigió Mary Ellen con frialdad–. Eres una inversión. Nada más –añadió. La palidez de Pepper se acentuó. ¿Esa era la mujer que la presentaba en las fiestas como «mi princesita»?–. Piénsalo. Los colegios europeos, el año en París… Incluso te hice ingresar en la Escuela de Negocios cinco años más joven que el resto de tus compañeros para que tuvieras la edad adecuada cuando la compañía te necesitara.

–La Escuela me aceptó por mis propios méritos. Incluso gané un premio.

–¿Pero cuándo has resuelto tus asuntos? Todos han sido comprados con el dinero de la Calhoun.

Mary Ellen empezó a recitar su lista. No sólo los colegios adecuados, los apartamentos adecuados, los amigos adecuados. Los ejecutivos mayores que la habían tratado como a una igual. Los ejecutivos más jóvenes que habían salido con ella…

–¿Qué quieres decir? ¿Qué tienen que ver mis citas con esto?

Mary Ellen se dio cuenta de que había dado en el blanco. Sus ojos brillaron.

–No tienes idea de lo que me costó introducirte en sociedad. No eres más que una patata. ¿Quién se molestaría en interesarse por ti si no fueras mi nieta?

De pronto esas crueles palabras fueron horriblemente creíbles.

Pepper era la primera en admitir que no era tan esbelta como dictaban los cánones, pero siempre había creído que era una buena compañía. Que sus amigos la estimaban por eso.

–Yo…

–Y supongo que piensas que un día encontrarás tu príncipe azul y te casarás, ¿no es así? Tienes una sola oportunidad de llegar a ser una novia, y sólo será si te compro un marido. Después de todas esas citas que tuve que pagar, ahora dispongo de una larga lista de candidatos adecuados –dijo Mary Ellen con frialdad.

En ese instante Pepper supo que no podría soportar más. Con un esfuerzo sobrehumano ordenó a sus músculos que dejaran de temblar y que se pusieran en movimiento. Entonces salió de la habitación.

Mary Ellen no esperaba esa reacción.

–¿Dónde vas? ¡Vuelve inmediatamente! –chilló perdiendo la compostura y olvidando por un momento su distinguido tono de voz.

Pepper no se detuvo. Siguió corriendo por el camino mojado hasta el lugar donde Ed esperaba. No le importó tropezar, caer de rodillas y desgarrarse los panties. No le importaba nada sino alejarse de esa abuela cuyo afecto había sido una mentira desde el comienzo.

–Llévame a Nueva York. Ahora –dijo jadeando cuando llegó junto a Ed.

Él vaciló, pero sólo un segundo. Luego tomó el brazo de Pepper y corrió con ella al claro donde esperaba el helicóptero.

–Nunca lo lograrás por ti misma, Penelope Anne Calhoun, ¿me oyes? Tú me perteneces.

Fueron las últimas palabras que Pepper escuchó.

 

 

Una semana después, Pepper supo exactamente cuán ciertas fueron las palabras de la abuela. Se encontraba apoyada contra la pared acechando al grupo de VIPs que embarcaban antes que los demás. No le importaba, pero alguien podía reconocerla. Después de todo, Mary Ellen era una VIP. Como Pepper, la heredera de los Calhoun, que lo había sido toda su vida.

Bueno, eso había acabado. «También es bueno», se dijo a sí misma.

Llegaría a Londres. Emprendería una nueva vida. Y sobreviviría.

 

 

Era obvio que la auxiliar de vuelo los estaba esperando.