cover.jpg
portadilla.jpg

 

 

Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2012 Kimberly Kerr. Todos los derechos reservados.

LA CONQUISTA DE UNA ESTRELLA, Nº 1973 - marzo 2013

Título original: Redemption of a Hollywood Starlet

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-2704-2

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

 

Solo había estado fuera tres semanas. Cuando salió de viaje, todo lo relacionado con la película había marchado perfectamente, pero no habían transcurrido más de veintiún días y había regresado para encontrarse con que el proyecto se estaba yendo al garete.

Finn Marshall se recostó en su sillón de la caravana que le servía de oficina provisional mientras se hallaban en aquella localización de Maryland y se pasó una mano por los ojos. Sufría de jet lag y había esperado poder dormir un par de horas antes de tener que estar en Washington D.C. para la gala benéfica de aquella noche, pero no iba a tener esa suerte. Tendría que resolver primero aquel desastre, y cuanto más iba sabiendo del mismo, menos probable parecía que fuera a tener incluso tiempo para tomar una ducha en casa de su hermano.

Y sin embargo Dolby Martin, su socio en Filmes Dolfinn, se mostraba curiosamente optimista para alguien que justo acababa de chocar el Titanic contra un iceberg.

—Llevamos ya una semana filmando, y práticamente hemos vuelto a ponernos al día con el programa.

Finn inspiró hondo mientras se esforzaba por recordar que no serviría de nada propinarle un puñetazo a su socio.

—¿Y no viste razón alguna para informarme de todo esto mientras estaba ocurriendo?

—Necesitabas concentrarte en conseguir esos permisos para el rodaje y, de todas formas, desde Mónaco no habrías podido hacer nada.

—Pude haber intentado convencer a Cindy.

—¿Después de que Farrell le dijera que había visto mejores actuaciones en pornos de bajo presupuesto? —Dolby se encogió de hombros—. Personalmente, sin embargo, no puedo decir que me entristeciera verla marchar. Me apuesto lo que quieras a que Cindy entra en una clínica de rehabilitación antes de la gala de estreno. Seguro que no te gustaría esa clase de publicidad.

Dolby tenía razón, por mucho que Finn detestara admitirlo. Cindy había sido la actriz perfecta para el papel de Rebecca. El día que firmó el contrato había jurado que estaba limpia de drogas, pero esa era una historia que había visto repetirse demasiadas veces. Quizá hubiera sido mejor así. Técnicamente, Dolby y el director habían hecho lo más adecuado encontrando rápidamente una sustituta y montándola en el siguiente avión para Baltimore, de manera que la producción no permaneciera paralizada durante demasiado tiempo. A un nivel profesional, Finn debería sentirse contento. ¿Pero Cait Reese? Sacudió la cabeza.

—Caitlyn ha resultado ser nuestra salvación. Y se ha comportado como una gran profesional. Espera a ver lo que llevamos rodado. Es la actriz perfecta para Rebecca. Mejor que Cindy, incluso.

Finn no estaba necesariamente de acuerdo con aquello. La Cait que él recordaba era demasiado primaria y salvaje. Había logrado canalizar esa energía en personajes ligeros y frívolos, pero la serena y terrenal fortaleza de Rebecca era otra cosa. Habían pasado tres años, pero...

—Confía en mí, Finn. Te va a encantar.

—Si hubieras pensado eso de verdad, no la habrías contratado a mis espaldas —recogió su móvil y revisó sus mensajes de voz—. Naomi está como loca. ¿Quieres oírla?

—Ya he oído suficiente, gracias. Naomi no quiere compartir su protagonismo con nadie. Es una auténtica diva.

—Es un privilegio que ella se ha ganado, y que además tendré que tolerar para mantenerla contenta en esta película.

Naomi Harte era en ese momento uno de los nombres que más sonaban en Hollywood, con lo que no tenía razón alguna para preocuparse de que alguien pudiera hacerle sombra. Pero, en aquel caso, se trataba también de algo personal. Cait y ella habían empezado en el mundo del cine al mismo tiempo, y su rivalidad se remontaba a los años en que habían actuado en comedias románticas de adolescentes y películas de terror de serie B. Cait siempre se las había arreglado para estar un peldaño por encima de Naomi, hasta que acabó quemándose de manera espectacular. Mucha gente mantenía con no poca razón que Naomi no estaría donde estaba en ese momento si Cait no se hubiera retirado cuando lo hizo... y la propia Naomi lo sabía.

—Sabes que hay mucha mala sangre entre Naomi y Cait. ¿Pretendes acaso convertir los estudios en un campo de batalla?

—Pues hasta ahora todo está resultando muy bien —repuso Dolby—. Los verdaderos problemas de Naomi con Caitlyn están consiguiendo que la animosidad de sus personajes en pantalla sea todavía más realista.

—¿Y Cait? —sabía que no era mujer que mantuviera la boca cerrada.

—Se está comportando de una manera muy adulta. Caitlyn está decidida a reinventarse y a relanzar su carrera. Locura es la película perfecta para su retorno a las pantallas.

Locura podría ser perfecta para Cait, pero Cait podría no ser perfecta para Locura, reflexionó Finn. Él no estaba en aquel negocio para regalar segundas oportunidades a estrellas de cine. Especialmente con un proyecto en el que había invertido tanto.

—Sigo sin estar convencido de que Cait sea la elección más inteligente.

—Le di a Farrell plenos poderes para que localizara a la persona perfecta para el papel. Fue él quien eligió a Caitlyn, y a no ser que ella decida rescindir el contrato, tenemos las manos atadas —Dolby sacudió la cabeza con expresión recriminatoria—. Y no pienso atraerme la ira de sus padres solo porque tú no quieras ver a tu ex en los estudios. Me gusta mi trabajo, muchas gracias: no quiero perderlo.

Era como si se hubieran invertido los papeles. Durante toda su vida, Finn había disfrutado de una especie de bula: nadie se había atrevido a rechazar proyecto alguno suyo por miedo a sufrir las represalias de su familia. Era simplemente una de las ventajas de ser un Marshall. Pero los Marshall mandaban en la Costa Este. En Los Ángeles, John Reese y Margaret Fields-Reese venían a ser como monarcas absolutos.

—En todo caso —continuó Dolby—, todos los informes indican que Caitlyn está sobria y estable.

Caitlyn nunca había tenido ningún problema, más allá de haber salido demasiado de juerga, y él no era quien para condenarla por ello. La prensa no había dejado de hostigarla hasta convertirla en una buena candidata para la clínica de rehabilitación, todo con tal de vender periódicos. Y volvería a hundirla si cometía el menor desliz.

—No lo dudo, pero eso no impedirá que la prensa se cebe con ella.

—La expectación es tremenda —sonrió Dolby—. Entre la vuelta de la princesa exilada y la posibilidad de una pelea de gatas Naomi-Caitlyn, todo el mundo está empezando ya a hablar de Locura.

—No era eso lo que quería decir, y lo sabes.

Dolby se echó a reír.

—Tendrás que reconocer que la posibilidad de una reconciliación entre Finn y Caitlyn alimentará todo tipo de titulares.

—Razón por la cual debiste haber hablado conmigo antes de contratarla.

—Si tenemos que evitar contratar a una ex tuya cada vez que rodamos una película, muy pronto no nos quedará una sola actriz mayor de treinta disponible.

«Pero Cait no es una ex cualquiera», respondió Finn para sus adentros. Era precisamente la que había hecho que todas sus otras ex parecieran buenas a su lado.

—Quiero vender mi proyecto, no mi vida personal.

—La película se venderá por sí misma —repuso Dolby, muy serio.

—Lo sé, pero dado que esto corre el peligro de convertirse en un culebrón, quiero que todo el mundo tenga claro una cosa: el melodrama se quedará en la película.

—De acuerdo.

Finn esperaba de todo corazón que fuera así de sencillo.

 

 

Caitlyn Reese se llenó los pulmones del húmedo aire de la noche en cuanto la puerta se hubo cerrado a su espalda y el ruido y las luces de la fiesta desaparecieron de golpe. Sabía que lo había hecho bien, pero necesitaba unos momentos de descanso después del estrés de la velada. Atravesando la terraza desierta, se apoyó en la barandilla con un suspiro de alivio.

Se rio para sí misma cuando se dio cuenta de que no tenía las manos muy firmes. Había frecuentado ese tipo de fiestas desde que era pequeña, así que no había razón alguna para que una simple velada benéfica la alterara tanto. Y la gente había sido muy amable. Pensaran lo que pensaran de ella, nadie era lo bastante estúpido como para hacer algo que pudiera enemistarlo con sus poderosos padres.

Quizá una gala benéfica en Washington D.C., con tantos y tan selectos invitados, fuera efectivamente el escenario más adecuado para su primera reaparición pública. Su plan estaba funcionando todavía mejor de lo que había esperado. Tenía ganas de telefonear a alguien para compartir su éxito, pero en América no conocía a nadie de la suficiente confianza, y en Londres era ya muy tarde, de madrugada. Sus padres estaban de viaje. Pero incluso aunque hubiera tenido a alguien a quien llamar, no estaba segura de lo que le habría dicho. ¿Que era todavía posible que su carrera no estuviera acabada? Se encogió de hombros, sonriéndose. De todas formas, ella seguía sintiéndose orgullosa de sí misma.

—¿Señorita Reese?

Caitlyn se volvió para descubrir que no se encontraba sola. El rubio alto con quien había estado hablando antes se acercaba a ella con una prudente sonrisa. Tuvo que estrujarse el cerebro para intentar recordar su nombre. Trabajaba para uno de los congresistas y era un gran admirador del trabajo de sus padres, había visto todas sus películas... «Sé amable, pero no demasiado», se aconsejó.

—Hola otra vez.

—La vi cuando se retiraba —un ceño de preocupación se dibujó en su frente—. ¿Se encuentra bien?

—Sí. Solo necesitaba respirar un poco de aire fresco. Hay mucha gente allí.

—Sí, ha sido todo un éxito de convocatoria, lo cual es bueno para recaudar fondos. Pero es verdad que es muy difícil hablar con alguien... —se acercó demasiado, con lo que Caitlyn tuvo que retroceder un paso—. Y yo he disfrutado enormemente hablando con usted.

Asintió ligeramente, nada deseosa de darle ánimos.

—De hecho —continuó él—, me gustaría invitarla a cenar. Así podríamos llegar a conoceros mejor.

Caitlyn se mantuvo inexpresiva mientras campanas de alarma empezaban a sonar levemente en su cabeza. «Tranquilízate. Concédele el beneficio de la duda», se aconsejó. De todas formas, retrocedió otro paso.

—Me temo que mi agenda es bastante apretada.

—¿Qué tal esta noche entonces, aprovechando que ya estamos aquí? Hay un bonito restaurante cerca...

Caitlyn estaba sacudiendo la cabeza. «Esto no debería estar sucediendo». La lista de invitados era muy selecta y supuestamente no debían darse situaciones de ese tipo.

—Lo siento, pero no puedo.

El tipo, sin embargo, no parecía dispuesto a aceptar aquel discreto rechazo. Incluso continuó acercándose, con el aliento apestando a alcohol.

—Hablemos pues aquí.

—Precisamente estaba a punto de volver a entrar cuando apareció usted —recogiendo su bolso, lo urgió a moverse—. ¿Vamos dentro?

—Señorita Reese... —no se movió, con lo que ella pasó de largo a su lado—. Caitlyn, espera, maldita sea...

Había dado ya dos pasos cuando el hombre la agarró de un brazo e intentó detenerla con demasiada fuerza. Justo en aquel instante, el tipo traspasó la línea. Un segundo después estaba de rodillas, gimiendo de dolor mientras Caitlyn le retorcía los dedos.

No me toque. No nos conocemos usted y yo, de modo que eso ha sido una grosería.

—Yo solo quería hablar con usted...

Le retorció los dedos con mayor fuerza, lo suficiente como para que entendiera que estaba hablando en serio.

—Eso no va a suceder. Va a volver dentro para que yo no tenga que denunciarlo por acoso y montemos una escena delante de todo el mundo.

Al ver que asentía con la cabeza, le soltó los dedos.

—No había necesidad de ponerse así...

—Váyase. Estoy harta de hablar con usted —Caitlyn se apartó al tiempo que le lanzaba una mirada que esperaba resultara lo suficientemente convincente. La adrenalina que había estado bombeando por sus venas la dejó temblando, pero llena de energía.

—Caitlyn...

—Creo que Cait ha sido muy clara con usted. Le sugiero que haga lo que le dice.

La voz la golpeó como si hubiera recibido un puñetazo. Se le encogió el estómago al tiempo que una corriente eléctrica le subía por la espalda. Maldijo para sus adentros. No era aquella la manera en que había planeado volver a verlo. Quizá no fuera él. Habían pasado tres años; probablemente había confundido su voz con la de algún desconocido. Se había sentido muy nerviosa ante la perspectiva de volver a verlo, con lo que su imaginación bien podía haberle jugado una mala pasada. Aferrándose a esa esperanza, se volvió justo cuando el dueño de aquella voz salía de entre las sombras.

Era Finn. «Estupendo». ¿Qué era lo que había hecho para merecer aquello? Simplemente parecía haber sido condenada a que Finn Marshall formara parte de todas y cada una de las etapas de su vida que habría preferido olvidar. Vio que el tipo, de cuyo nombre seguía sin acordarse, lo había reconocido. Lo cual no era de sorprender dado que Finn atraía casi a tanta prensa como las estrellas de las películas que producía. Por lo demás, ningún individuo medianamente listo se enemistaba con un Marshall. Sobre todo si aspiraba a tener algún futuro en política. Simplemente se trataba de una familia demasiado poderosa.

Pero aquel individuo, demostrando una vez más su poco cerebro, se mostró agresivo:

—Esta es una conversación privada, si no le importa.

—Oh, claro que me importa —el desdén tiñó cada una de las palabras de Finn.

Los dos hombres se midieron con la mirada, y Caitlyn no pudo evitar hacer lo mismo. No podía decirse que se hubiera olvidado de Finn, algo por otra parte imposible, pero la realidad la impactó como una bofetada en la cara. Finn era un verdadero rompecorazones. Tenía unos rasgos fuertes y duros, algo suavizados por el intenso bronceado fruto de su afición a la vida a la intemperie. Su cabello rubio oscuro tenía mechas doradas, decoloradas por el sol, con aquel natural punto de desaliño que a los hombres que no eran Finn les costaba tanto adquirir. Resultaba difícil distinguir el color exacto de sus ojos debido a la penumbra, pero ella sabía bien hasta qué punto aquel verde intenso podía tragarse a una chica y derretirla por dentro.

Finn sacaba sus buenos diez centímetros a su oponente y, aunque ambos eran esbeltos, tenía un aspecto fuerte y atlético incluso vestido de traje. Por mucha sangre azul que tuviera, poseía un aire de ferocidad que desmentía su pedigrí. Eso hacía que el joven de cara colorada pareciera sencillamente ridículo en su intento de desafiarlo.

—He oído perfectamente a Cait decirle que estaba harta de hablar con usted. ¿Tan desesperado está como para recurrir a la agresión?

El individuo se indignó visiblemente. Cait podía ver que era demasiado estúpido para percibir el peligro que acechaba tras el controlado tono de Finn. Ella, en cambio, lo conocía bien, y se apresuró a intervenir antes de que la situación empeorara.

—Solo era...

—Sé lo que era, Cait —le espetó Finn. Tomándola del brazo, la apartó unos pasos con la intención de colocarse entre el individuo y ella. La miró de arriba abajo—. ¿Te encuentras bien?

—Está perfectamente —contestó el hombre, malhumorado—. No ha sido más que un malentendido.

Los ojos verdes de Finn volaron en su dirección.

—No le he preguntado a usted.

El hombre se hinchó como un pez globo y Finn cuadró los hombros. Con el aire oliendo a testosterona, aquello iba a ponerse muy feo. Caitlyn se aclaró la garganta.

—Estoy bien, Finn, gracias. Y ahora me gustaría que cada uno siguiera su propio camino en paz. Hay mucha prensa por aquí, y también mucha gente dentro que no necesita tomar parte en esto.

Finn la miró con ojos entrecerrados.

—¿Estás segura? —al ver que asentía, relajó un tanto los hombros y le soltó el brazo—. Está bien. Abochornarte innecesariamente no tiene ningún sentido.

—Te lo agradezco.

Finn se volvió hacia el otro hombre, que parecía empequeñecerse a cada momento.

—Váyase.

El individuo les lanzó una mirada resentida antes de alejarse a buen paso. Caitlyn oyó el rumor de la multitud del interior durante el breve instante en que permaneció abierta la puerta, y luego silencio. Un bendito silencio. Fue a sentarse al banco que había junto a la barandilla y se apartó el cabello de la cara con un suspiro. Necesitaba unos segundos para recuperarse. Primero aquel tipo, y luego Finn... Eran demasiadas cosas para procesarlas en tan poco tiempo.

—¿En qué diablos estabas pensando, Cait?

La ira de su voz le produjo el mismo efecto que una bofetada.

—¿Perdón?

Se plantó frente a ella, con los brazos cruzados sobre el pecho. Cait podía ver el músculo que latía en su mandíbula.

—¿Qué estabas haciendo aquí fuera totalmente sola? ¿Dónde está el servicio de seguridad?

¿Cómo se atrevía a abordarla así? Apretó los dientes para contenerse.

—Supongo que estará dentro, con todo el mundo. Que es precisamente de lo que se trataba, ya que yo quería estar un momento a solas.

—¿Has perdido el juicio? No puedes decidir quedarte «a solas» en un lugar así.

—¿Un lugar así? Es una fiesta elegante, Finn, no un antro de mala muerte.

Pero Finn no parecía escucharla. Estaba demasiado ocupado fulminándola con la mirada.

—Ya. ¿Y cuando un tipo te agrede, le retuerces el brazo en lugar de gritar pidiendo ayuda?

—Como si hubieran podido oírme, si se me hubiera ocurrido hacerlo... —vio que Finn entrecerraba los ojos y el frágil hilo que mantenía refrenada su ira se rompió de golpe—. No quería montar ninguna escena. Y seguramente habrás advertido que tenía la situación bajo control justo antes de que tú aparecieras. Si quieres jugar al héroe, deberías escoger mejor la ocasión.

—Debiste haber previsto que ocurriría algo así —repuso él, frunciendo el ceño.

—¿Por qué te importa tanto?

Finn arqueó las cejas, pero antes de que pudiera responder, se abrió una puerta y tres personas salieron a la terraza. Pasaron al lado sin hablar, pero Caitlyn se ruborizó de todas formas. No necesitaba que la vieran discutiendo a gritos con Finn. Quizá lo de firmar aquel proyecto no había sido una idea tan buena, después de todo.

«No», se dijo. «Locura es la película perfecta. Todo un regalo, así que no lo estropees». Y, dado que se trataba de un proyecto de Finn, tendría que tragarse su furia y su orgullo y comportarse como una profesional. Así que se obligó a sonreír.

—Agradezco, sin embargo, tu preocupación, y tendré presente tus advertencias en el futuro.

Ya estaba. Era la frase adecuada con el tono exacto que debería presidir su futura relación de trabajo. Se alegró de haber hecho el esfuerzo. La expresión que vio en el rostro de Finn vino a ser como una recompensa. Pensó que iba a decir algo más, pero vio que se limitaba a encogerse de hombros, como si no mereciera la pena seguir perdiendo el tiempo con aquello.

—¿Quién era el tipo, por cierto?

Caitlyn miró a su alrededor. Aunque más gente había salido a la terraza, nadie parecía prestarles mayor atención. Tenía que dejar de preocuparse por eso. Que Finn y ella estuvieran hablando no tenía nada de llamativo, al contrario: eran colaboradores, compañeros de trabajo en Locura. No había nada escandaloso en que ambos estuvieran simplemente hablando. A una respetable distancia el uno de la otra, por supuesto.

—No conozco su nombre. Lo único que sé es que es fan del clan Reese y que trabaja para alguien del Congreso. Estuvimos hablando unos minutos dentro. Evidentemente le supo a poco.

—Evidentemente.

—Creo que había tomado un par de copas. Ya sabes que todos solemos cometer estupideces cuando tomamos un par de copas.

Finn pareció darle la razón a juzgar por su casi imperceptible inclinación de cabeza, y ella soltó el aliento en un largo suspiro.

—¿Seguro que te encuentras bien?

—Estoy perfectamente, Finn, de verdad. Me he llevado una sorpresa, eso ha sido todo. Te agradezco que hayas acudido en mi ayuda, pero dudo que ese tipo me hubiera presionado mucho más. Probablemente exageré mi reacción. En cualquier caso, creo que lo convencí de que iba en serio.

Finn se echó entonces a reír, y el sonido la asaltó como el recuerdo de una caricia.

—Buena llave la que le hiciste, por cierto.

—Gracias. Después de aquel episodio de agresión que sufrió mi madre hace dos años, papá y ella me obligaron a recibir clases de defensa personal y a trabajar con un preparador. Esta es la primera vez que he tenido ocasión de poner en práctica esas técnicas. En Londres era distinto. Era poca la gente que me conocía, así que las posibilidades de toparme con bichos raros eran mínimas. Probablemente necesitaba una llamada de atención como esta.

—¡Bienvenida a casa! —murmuró, irónico.

Tragó saliva cuando Finn se sentó a su lado. Seguían separados por una respetable distancia, pero eso no evitó que se le acelerara el pulso. «Hablando de bienvenidas...». Había imaginado mil veces aquel momento, el del reencuentro. Había imaginado que le diría un millón de cosas ingeniosas e inteligentes para demostrarle que había superado el pasado, que había seguido adelante con su vida y rectificado su carrera. Maldijo para sus adentros, porque todas aquellas cosas parecían eludirla en aquel momento. Pero tenía que decir algo si no quería quedar como una estúpida. Miró a su alrededor, agradecida de la tranquilidad que se respiraba en aquella terraza con la hermosa vista del D.C. al fondo. La luna llena colgaba sobre el monumento a Washington como la llama de una vela.

—Preciosa vista —«no ha sido precisamente una frase muy inspirada», pronunció para sus adentros.

—Y que lo digas —convino Finn.

—Aunque no te lo creas, esta es mi primera visita al D.C. Esperaba sacar algo de tiempo para hacer un poco de turismo.

—Si quieres conocer el Capitolio o la Casa Blanca, díselo a Liz. Ella podrá llamar al despacho de mi padre y conseguirte una visita guiada.

Caitlyn tuvo que reprimir su sorpresa. Finn rara vez mencionaba a su padre. Quizá estuviera en ese momento en mejores términos con él. Las cosas podían haber cambiado.

—Te lo agradezco.

Todo aquello parecía tan normal... Dos personas sentadas en una terraza, charlando. Pero no era normal. Se trataba de Finn, con todo lo que había ocurrido entre ellos, de manera que la situación la ponía muy nerviosa. Él, sin embargo, parecía deseoso de ignorar el pasado, o al menos fingir que eran dos cordiales desconocidos, así que se dijo que era lo suficiente adulta para hacer lo mismo. Si Finn no quería sacar el tema, entonces ella debería sentirse agradecida por su buena suerte e imitarlo.

—No esperaba encontrarte aquí esta noche —era una verdad a medias. Había sido consciente de la posibilidad de que acudiera a la fiesta. Dolfinn Filmes financiaba un programa de campamentos infantiles de verano, al fin y a cabo. Por ello, el equipo de Locura había acudido al acto benéfico al objeto de recaudar fondos. Pero Finn normalmente evitaba el D.C. como a la peste, y había estado en Mónaco las tres últimas semanas.

—Bueno, de vez en cuando tengo que hacer acto de presencia para tener a los abuelos contentos.

La abuela de Finn figuraba entre los patrocinadores del acto, y tanto ella como su marido, el legendario senador Marshall, estaban presentes esa noche. Porter Marshall había ejercido de senador durante décadas antes de jubilarse para ceder el puesto a su hijo, el padre de Finn.

El antiguo senador era mucho más afable y simpático de lo que Caitlyn había esperado, y cuando ella se enteró aquella misma tarde de que La locura de la furia era su libro favorito, habían mantenido una amena conversación sobre la importancia de la novela. La señora Marshall, sin embargo... Ese sí que había sido un momento algo incómodo. Aunque no se conocían personalmente, obviamente Regina Marshall la había reconocido de antes. Y aunque su trato había sido cordial, Caitlyn no había podido sacudirse la sensación de que, a ojos de la majestuosa matrona de la poderosa familia, estaba pasando por una especie de prueba.

Algo de lo cual no se quejaba, ya que no tenía intención alguna de estropear las cosas. Era demasiado lo que estaba en juego.