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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2010 Lori Karayianni & Tony Karayianni. Todos los derechos reservados.

SESIONES PRIVADAS, Nº 43 - julio 2011

Título original: Private Sessions

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises Ltd.

© 2010 Lori Karayianni & Tony Karayianni. Todos los derechos reservados.

ASUNTOS PRIVADOS, Nº 43 - julio 2011

Título original: Private Affairs

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises Ltd.

© 2010 Lori Karayianni & Tony Karayianni. Todos los derechos reservados.

NEGOCIACIONES PRIVADAS, Nº 43 - julio 2011

Título original: Private Parts

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Harlequin Pasión son marcas registradas por Harlequin Books S.A

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-653-5

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Sesiones privadas

Tori Carrington

Dedicamos este libro a las mujeres de todo el mundo que aman a los chicos malos…

Y a Julie Chivers y a la extraordinaria editora Brenda Chin: ¡Sois estupendas!

Inhalt

Prólogo

Kapitel 1

Kapitel 2

Kapitel 3

Kapitel 4

Kapitel 5

Kapitel 6

Kapitel 7

Kapitel 8

Kapitel 9

Kapitel 10

Kapitel 11

Kapitel 12

Kapitel 13

Kapitel 14

Kapitel 15

Kapitel 16

Kapitel 17

Kapitel 18

Kapitel 19

Kapitel 20

Kapitel 21

Kapitel 22

Epílogo

Asuntos privados

Dedicatoria

Kapitel 1

Kapitel 2

Kapitel 3

Kapitel 4

Kapitel 5

Kapitel 6

Kapitel 7

Kapitel 8

Kapitel 9

Kapitel 10

Kapitel 11

Kapitel 12

Kapitel 13

Kapitel 14

Kapitel 15

Kapitel 16

Kapitel 17

Kapitel 18

Kapitel 19

Kapitel 20

Kapitel 21

Kapitel 22

Negociaciones privadas

Dedicatoria

Kapitel 1

Kapitel 2

Kapitel 3

Kapitel 4

Kapitel 5

Kapitel 6

Kapitel 7

Kapitel 8

Kapitel 9

Kapitel 10

Kapitel 11

Kapitel 12

Kapitel 13

Kapitel 14

Kapitel 15

Kapitel 16

Kapitel 17

Kapitel 18

Kapitel 19

Kapitel 20

Kapitel 21

Epílogo

Promoción

Prólogo

—Las relaciones sexuales magníficas ya no son suficientes para mí, Caleb. Ya no.

Demonios. Lo de siempre…

Caleb Payne estaba frente al ventanal de su ático, con la vista fija no en la bella mujer que había pronunciado aquellas palabras, sino en la vista que había más allá del cristal. Los contornos de la ciudad de Seattle brillaban contra el cielo nocturno. Él apretó el vaso de whiskey y lo apuró de un trago. Después, lentamente, se secó los labios con el dorso de la mano mientras observaba, por fin, la imagen de Cissy en el cristal.

¿Cómo era posible que una mujer tan atractiva le resultara indiferente? Pese al vestido rojo, escotado y ajustado que llevaba, y pese a su cabello rubio que le caía suavemente hasta los hombros, él quería mirar a cualquier sitio salvo a ella.

Sus ojos se posaron en su busto. Corrección: quería mirarla a ella en cualquier otra parte que no fuera su rostro suplicante.

Instintivamente, ella se cruzó de brazos para impedirle la visión.

—Lo único que puedo darte es sexo —respondió Caleb, volviéndose hacia ella lentamente—. Te lo dije desde el principio.

Había visto llegar aquello desde el principio de la noche cuando había ido a buscarla en la limusina a su apartamento del centro para ir al baile de beneficencia al que habían asistido.

En realidad, si era sincero, había visto llegar aquello desde que se conocieron.

No le agradaba saber que había dado en el clavo al pronosticar el calendario de su relación desde que la había conocido. Al tercer mes, ella había empezado a hablar de exclusividad. Eso no era un problema, porque Caleb era cauteloso y prefería mantener una relación a cada vez. Al cuarto mes, ella había empezado a hablar de vivir juntos, conversación que él había evitado habilidosamente.

Y aquella noche, una semana antes de cumplir seis meses, ella había expuesto su plan para ir más allá.

—Yo nunca te he mentido, Cissy —le dijo él—. Desde el principio sabías cómo iban a ser las cosas.

—Pero las cosas cambian. La gente cambia.

—Yo no. Nunca.

El dolor se reflejó en el rostro de la muchacha, pero él permaneció impasible. Se preguntó si Cissy iba a decir lo mismo que habían dicho tantas mujeres antes que ella, e iba a llamarlo desgraciado y cruel.

Si lo hacía, tendría razón. A él lo había criado una madre soltera y no había conocido a su padre, aunque el hombre siempre había estado cerca, presente, aunque sin ser una presencia. Pero Caleb nunca había querido nada material… bueno, una terapeuta con la que había salido le había dicho que se había quedado emocionalmente atrofiado por cómo había sido educado.

Había sido un niño ilegítimo en una época en que no se toleraban aquellas cosas. Y sus iguales no habían permitido que lo olvidara.

Allí era donde entraba la parte cruel.

En realidad, tal vez Cissy quisiera algo más en aquel momento, pero dentro de una semana, o tal vez dos, se sentiría aliviada por no haber tenido éxito con sus esfuerzos. En otro lugar habría un hombre que podría darle lo que quería.

Se acercó al bar y se sirvió otro dedo de whiskey mientras esperaba la pregunta siguiente.

—¿Casarse no entra en tus planes? —susurró Cissy.

Él se encogió por dentro.

Por una vez, le gustaría equivocarse. Le gustaría salir con alguna mujer que fuera impredecible, que lo sorprendiera. Alguien que disfrutara de los momentos que pudieran pasar juntos, sin planes, sin estratagemas para conseguir algo más.

Alguien que no quisiera algo que él era incapaz de dar.

Negó con la cabeza.

—No.

Oyó que ella se movía. La imaginó recogiendo su abrigo. Mirando en el interior de su bolso. Tal vez sacando un pañuelo de papel para sonarse la nariz. Y después, caminando hacia la puerta.

—Bueno, entonces supongo que esto es un adiós —dijo ella con un tono a medias acusador, a medias esperanzado.

Él asintió de nuevo sin volverse.

—Adiós, Cissy.

Silencio. Unos momentos después, la puerta se cerró tras ella. Caleb se bebió el whiskey. Una pena. Le gustaba Cissy. Había sido agradable ser su amante.

Suspiró, y se dirigió hacia el despacho, hacia la única cosa que nunca le pedía nada más, que nunca se quejaba ni cuestionaba ni exigía, ni dejaba de fascinarle: el trabajo.

1

Cuanto más cambiaban las cosas, más iguales permanecían.

Bryna Metaxas se sentía exasperada por su trabajo y por el estado actual de su vida amorosa, o más bien por la falta de ella, y frustrada por todo en general.

Estaba sentada en su pequeño despacho del viejo aserradero donde se encontraba Metaxas Limited, en Earnest, Washington, sin ver las colinas verdes y cubiertas de pinos que se extendían más allá de la ventana que tenía detrás.

Estaba demasiado ocupada intentado no pensar en la reunión semanal de los martes a la que había asistido aquella mañana, y en la que habían vuelto a marginarla. Se preguntaba por qué la incluía en aquellas reuniones su primo mayor, Troy, si no iba a dejar que hiciera nada más importante que tomar notas y hacer seguimiento de detalles insignificantes. Le sorprendía que no le hubiera pedido que les sirviera el café a los doce asistentes mientras daban sus ideas sobre la dirección que debía tomar la empresa, después de que el trato con el que habían estado trabajando con el millonario griego Manolis Philippidis hubiera quedado en nada.

Quedar en nada. Aquélla era una descripción eufemística de lo que había sucedido. Sería más apropiado decir que todo había acabado en un desastre.

Bryna respiró profundamente. ¿Cuánto tiempo llevaba trabajando en la empresa? Casi dos años. Y aunque cada seis meses recibía un informe positivo sobre su labor y un aumento salarial, estaba haciendo las mismas cosas sin importancia que comenzó haciendo el día que la contrataron.

En cualquier otra empresa, se habría despedido ya hacía tiempo. Pero aquélla era una operación familiar… y ella era parte de la familia.

Además, era residente de Earnest, y tenía interés en que su plan funcionara para beneficiar a la comunidad. Una de las asignaturas secundarias de Bryna en la universidad había sido Energías Limpias, y ella tenía un mejor conocimiento de aquellas tecnologías emergentes que cualquiera de sus dos primos.

Bryna suspiró y se apartó el pelo de la cara. Tenía sobre el escritorio tres versiones diferentes de su proposición. Eran variaciones sobre la proposición original, que ella había preparado meses antes, pero por la que su primo no había mostrado interés. Bryna pensó que, después de que sucediera la debacle Philippidis, tendría una oportunidad. Pero no. En realidad, Troy estaba incluso menos interesado en echarle un vistazo a sus ideas, por muchos muros con los que él se topara por el camino.

Al final, había decidido que tendría que intentarlo por sí misma.

Eran poco más de las once, y Bryna llevaba en las viejas oficinas del aserradero desde las seis de la mañana, con un cosquilleo en el estómago al pensar en que iba a hacer aquello sola. Y si algo de aquel cosquilleo se debía a quién era la muy atractiva persona a la que había decidido aproximarse en primer lugar… bueno, no iba a admitirlo, aunque reconocía que hacía mucho tiempo que no disfrutaba de la atención masculina. Y aquel hombre atractivo y soltero, en concreto, no era precisamente alguien falto de habilidades en aquel sentido.

En cualquier caso, si su plan funcionaba tal y como ella había pensado, se convertiría en alguien importante en el negocio, en vez de desempeñar un papel secundario como hasta entonces.

Por supuesto, si sus primos Troy y Ari averiguaban lo que se proponía, seguramente la despedirían instantáneamente sin tener en cuenta los lazos familiares.

Oyó la voz de Troy en el pasillo, junto a la puerta de su oficina. Rápidamente, Bryna puso una carpeta sobre las proposiciones y tomó un bolígrafo para fingir que estaba concentrada en su trabajo de contabilidad.

—Hola, Bry —dijo Troy, apoyándose contra el quicio de la puerta, como hacía siempre.

Todo lo que se decía de sus primos era cierto. Eran poderosos e increíblemente guapos, como dioses griegos en carne y hueso, y capaces de dejar sin habla a cualquier mujer que hubiera a su alrededor.

Ari ya no era libre, claro, pero Troy…

—Tienes un aspecto deplorable —le dijo Bryna.

Era verdad. Estaban en pleno verano, y su primo estaba pálido como un fantasma. Y muy cansado.

El motivo de aquello estaba relacionado con el cambio en el estado civil de Ari. Un mes antes, los dos hermanos habían ido a Grecia para asistir a la boda de Philippidis y a cerrar un trato con el novio, un trato que pondría a la empresa en el buen camino. Y que salvaría a Earnest, el antiguo pueblo donde estaba el aserradero y que era el hogar de todos ellos, y que recientemente había alcanzado una tasa de paro del veinticinco por ciento, la más alta de sus ciento veinticinco años de historia.

Sin embargo, el trato no había cristalizado, y no por culpa de Troy. Más bien, había sido el enamoramiento de Ari con la novia de Manolis Philippidis lo que había dado al traste con el trato, y además, había empeorado la situación de la empresa.

Y aquello le rompía el corazón a Bryna. Metaxas Limited era un negocio familiar. Troy… ¿Qué iba a hacer Troy sin la empresa que habían construido su abuelo y su padre? Troy vivía, comía y respiraba por Metaxas Limited.

Tanto Troy como Ari eran mucho más que primos para ella: eran sus hermanos. Cuando sus padres murieron en un accidente de avioneta, Bryna no era más que una niña, y su tío la había acogido generosamente en su casa, con sus dos hijos. Su esposa también había muerto hacía mucho tiempo.

No fue fácil ser la única mujer en una casa llena de hombres Pero había sido interesante. Bryna recordaba la primera vez que había llevado a un chico a estudiar con ella a casa, cuando tenía quince años. Troy y Ari habían invitado a Dale Whitman a salir con ellos fuera para charlar un momento, después de haberlos pillado a su prima y a él dándose un beso por encima de los libros de química. Al ver que Dale no volvía al salón después de quince minutos, Bryna había salido a buscarlo. Y se lo había encontrado atado por los tobillos a una rama del viejo roble del jardín trasero.

Sus primos lo habían asustado tanto, que no sólo no había vuelto, sino que ningún otro novio se había atrevido a ir a la finca Metaxas nunca más, puesto que la historia había tomado vida propia y había crecido hasta alcanzar unas proporciones mitológicas, de las que los mismos griegos habrían estado orgullosos.

Y aquella empresa era su Monte Olimpo.

Por eso, Bryna había decidido que ya era hora de ponerse a defenderla.

Su primo se rió suavemente al oír el comentario, y se frotó la barbilla recién afeitada.

—Vaya, gracias. Justo lo que necesitaba oír esta mañana.

Bryna hizo un mohín.

—Sólo digo lo que veo.

—Sí, bueno, tal vez ésa sea una de las razones por las que no has conseguido el ascenso que querías.

—Eso es injusto. Ahora te estoy hablando de prima a primo, no de empleada a jefe.

—¿Y cuál es la diferencia?

Ella sonrió.

—Yo sería mucho más agradable si no fuéramos familia.

Consiguió ocultar su verdadera reacción a la negativa de su primo a ascenderla. Quería que la incluyeran al mismo nivel, demonios. ¿Era demasiado pedir? Sólo tenía veinticuatro años, de acuerdo, pero se había graduado con sobresaliente cum laude en la universidad, y tenía un máster en administración de empresas. Y estaba a la altura del trabajo.

Además, ni siquiera había pedido un aumento de sueldo. Sólo había pedido que le dieran algo superior a asociada junior, que no era más que una secretaria con pretensiones.

Troy le había dicho que no. Otra vez. Que la empresa iba a suspender todos los ascensos por el momento.

Ella frunció los labios y bajó los ojos hasta su mesa. En concreto, miró las propuestas que tenía que entregarle al principal consultor de Manolis Philippidis, nada menos.

—Oh, Dios mío, ¿es ésa la hora? —preguntó de repente, y se levantó de la silla.

Troy la miró con desconcierto.

—¿Es que tienes alguna cita?

—Sí —respondió Bryna de repente mientras se ponía la chaqueta del traje y se la abotonaba.

—¿Puedo preguntarte con quién?

Ella mintió.

—Tengo hora en la peluquería, en Seattle. ¿Te gustaría venir en calidad de ayudante?

Él se rió.

—Gracias, pero creo que no.

—Tal vez debieras venir. Te vendrían bien unos rayos uva.

Discretamente, Bryna metió las propuestas en su maletín, y se dirigió hacia la salida, pasando por delante de su primo.

—Muy graciosa.

—Hasta luego, entonces.

—Como ya es martes, ¿por qué no te quedas allí, y vuelves el domingo?

Su horario normal era marcharse a su pequeño apartamento de Seattle todos los miércoles por la noche, pasar dos días trabajando desde allí, y después volver a casa, a la finca Metaxas, los domingos por la mañana, para comer allí y comenzar el ciclo de nuevo.

—No, volveré esta tarde —dijo ella.

Mientras Bryna se dirigía a las viejas escaleras de metal y al aparcamiento, más allá de las puertas del aserradero, no sabía lo que le molestaba más: que estuviera nerviosísima, o que Troy ni siquiera le hubiera dado importancia al hecho de que ella se marchara a media mañana.

Aquello hablaba de lo bien que pensaba su primo de ella y de su ética laboral.

Sonrió. Si todo iba tal y como había planeado, las cosas iban a cambiar muy pronto…

2

El vencedor se llevaba el botín.

Caleb sabía quién era Bryna Metaxas. Era familia del hombre indirectamente responsable del fracaso de su último negocio. Pero dado que ni su posición ni su fortuna personal se habían visto afectadas, él seguía siendo el vencedor.

Y ella, claramente, era el botín. Porque él no tenía ningún interés en hacer tratos empresariales con ella.

Se habían visto una vez, durante una reunión en Metaxas Limited. Mientras Manolis Philippidis hablaba de una trampa del contrato con voz monótona, Caleb apreciaba la notable belleza de Bryna. Era el tipo de mujer que quedaría perfecta en la cubierta de uno de los yates de Philippidis, con un bikini blanco y pequeño y unas gafas de sol sobre la nariz pequeña y con el pelo largo, oscuro, peinado hacia atrás, mientras un camarero le servía un martini. Caleb recordó que había pensado que era tan sexy como una diosa griega. Lo que no entendía era por qué querría estar asociada con los perdedores de sus primos. Sobre todo, teniendo en cuenta que Troy desechaba inmediatamente todas las ideas que ella proponía. Su forma de fruncir el ceño la hacía más atractiva.

Y estaba incluso mejor en aquel momento, mirándolo con una amplia sonrisa.

Aunque él hubiera preferido verla en bikini, y no con aquel traje severo, de color azul marino.

Estudió sin disimulo a la joven que acababa de entrar en su oficina, después de que él la hubiera hecho esperar durante media hora. Era un poco joven. Tal vez tuviera diez años menos que él. Sin embargo, las mujeres que tenían una edad más parecida a la suya llevaban un bagaje con el que Caleb no quería cargar. Llevaban el reloj biológico en el bolso de lujo, y eso siempre dictaba sus acciones.

Bryna era joven, y el tictac todavía sonaba lejos para ella. Y no llevaba un bolso de diseño, sino un maletín.

Además, el hecho de que fuera de la familia Metaxas le añadía más atractivo aún, una cierta atracción ilícita. Había sido Ari Metaxas quien había hundido uno de sus tratos más provechosos. No se trataba de la propuesta que se había echado a perder con los planes matrimoniales de Philippidis, sino de un contrato en el que Caleb había estado trabajando durante dos años, con una compañía de Dubai, y que habría creado uno de los conglomerados empresariales más grandes de su tiempo.

El mismo contrato que Philippidis, con su sed de venganza hacia los Metaxas, y hacia su prometida infiel, había arruinado sin remedio.

—Gracias por recibirme —dijo Bryna, mientras se cambiaba el maletín de una mano a otra para tenderle la mano derecha a modo de saludo.

—De nada —dijo él.

¿Su piel era verdaderamente tan suave? Caleb se quedó aferrado a sus dedos sin reparo, acariciándole el dorso de la mano con el pulgar.

A Bryna se le dilataron las pupilas en los iris verdes al notar las libertades que él se estaba tomando. Sin embargo, en vez de retirar la mano inmediatamente, ella mantuvo su mirada y permitió que la chispa que había entre ellos estallara y pasara de su piel a la de él. Caleb notó el calor extendiéndose por todo su cuerpo, hasta sus ingles.

Se tomó un momento para imaginársela quitándose aquel bikini blanco, quedándose totalmente desnuda…

Bryna carraspeó y apartó suavemente la mano, acabando así con la imagen sexual.

—Tengo tres propuestas que me gustaría mostrarle —dijo entonces, mientras se sentaba en una de las sillas que había frente al escritorio, y puso el maletín junto a sus tobillos esbeltos y delicados.

Ella sacó unos documentos del maletín y se los tendió a Caleb.

Él no hizo ademán de tomarlos. En vez de eso, miró las piernas de Bryna desde los tobillos, pasando por las pantorrillas, llegando hasta donde se había situado el bajo de su falda, un poco más arriba de las rodillas.

Bryna puso las propuestas en el escritorio.

—Estoy segura de que, cuando haya tenido tiempo de revisarlas, comprobará que asociarse con Metaxas Limited sería muy beneficioso para todos.

—¿Sabe Troy que ha venido?

Caleb había estado varias veces con sus primos, y se había hecho la idea de que era Troy, el mayor, quien estaba a cargo de los negocios. Y de que era un maníaco del control. Muy parecido a él mismo, en realidad.

Bryna desvió la mirada, y él se sintió intrigado.

Tuvo la sensación de que nadie sabía que ella había ido a hablar con él.

Caleb se sintió más atraído por aquella mujer. A juzgar por su reacción cuando se habían tocado, supo que sería muy fácil iniciar una aventura con ella. Unas cuantas caricias sutiles, unos susurros, y ella se derretiría como la mantequilla sobre una tostada caliente.

Sonó el interfono.

Su secretaria. Él le había pedido que interrumpiera la reunión en cinco minutos.

El problema era que no sabía si quería que terminara aquella reunión con Bryna Metaxas.

—Discúlpeme —dijo él.

—Claro. Adelante.

Él descolgó el auricular y escuchó durante un momento, sin apartar la vista de las curvas de Bryna. Después, colgó.

—Disculpe —dijo entonces, aunque sentía una extraña reticencia que le sorprendía—, pero parece que debo atender una conferencia.

Ella asintió.

—Por supuesto —dijo, y se levantó—. Le agradezco el tiempo que me ha dedicado. Por favor, llámeme a la oficina cuando haya tenido tiempo para revisar esas propuestas —añadió, y comenzó a darse la vuelta para marcharse.

Sin embargo, él preguntó de repente:

—¿Por qué me ha elegido a mí, señorita Metaxas? Ella tragó saliva.

—No entiendo la pregunta.

—¿Por qué no ha ido directamente a ver a Philippidis?

Entonces, Bryna sonrió con ironía.

—Me pareció que tenía más oportunidades de conseguir algo con usted, teniendo en cuenta las circunstancias. Usted es un consultor independiente, ¿no? Aunque esté asociado con Philippidis, no es su empleado —dijo, encogiéndose de hombros—. No podemos contar con Philippidis, pero tal vez usted y yo, trabajando juntos, pudiéramos conseguir otro socio para esta idea.

A él le gustó su seguridad, y admiró su aplomo. Era obvio que había pensado mucho en ello, aunque supiera que sus posibilidades de que él aceptara la propuesta eran escasas.

Él recogió las carpetas, miró la superior y se las tendió.

—Aunque me siento halagado, señorita Metaxas, me temo que no estoy interesado.

Inexacto. El problema era que estaba muy interesado en ella, pero en un sentido mucho más personal.

Ella tomó las carpetas con ademán vacilante, pero por su mirada, Caleb supo que le leía el pensamiento.

Él arqueó una ceja.

—¿Está seguro de que no hay nada que yo pueda hacer para convencerlo de lo contrario? —le preguntó Bryna.

Él sonrió.

—Estoy seguro.

Entonces, se acercó a ella, pensando que le sacaba más de diez centímetros de altura y más años de experiencia. Aunque la señorita Metaxas hacía gala de un buen instinto, no era rival para él en ningún sentido.

Entonces, ¿por qué quería averiguar hasta qué punto era un desafío?

Estaban a muy poca distancia, pero ella ni siquiera pestañeó. No se movió. No dio a entender, de ningún modo, que él la intimidara. Por el contrario, parecía tan cautivada como él por la química que existía entre los dos.

—Me parece que debería advertirle de que ésta no será la última vez que tenga noticias mías —dijo Bryna en un susurro.

Caleb miró sus labios, y después sus ojos.

—Espero que no, señorita Metaxas.

Él la observó mientras ella sonreía por última vez y se volvía para marcharse. Se quedó inmóvil durante varios segundos después de que la puerta se hubiera cerrado.

Fascinante.

Se situó tras el escritorio y llamó a su secretaria para pedirle que hiciera una llamada por él. Entonces, notó que la muy astuta de la señorita Metaxas había dejado las propuestas en su mesa, pese a que él se las hubiera devuelto.

Sonrió, y le concedió puntos extra por lista…

3

Bryna estaba sentada en el coche, dentro del aparcamiento de Metaxas Limited. Pese a que acaba de recorrer el trayecto de cuarenta y cinco minutos que había desde la ciudad a Earnest, todavía se sentía agitada.

Ya había oído decir que Caleb Payne no era un hombre con quien se pudiera jugar. Y, cuando se habían cruzado antes, ella había comprobado de primera mano que podía ser muy sexy. Sin embargo, aquella mañana… vaya. Él la había afectado mucho. Y, aunque sus palabras hubieran sido directas y desdeñosas, sus ojos oscuros le habían hecho una invitación subida de tono. Bryna quería aceptarla, pese a que todas las alarmas la advertían que no lo hiciera. No era muy buena idea pensar en seducir al hombre con el que quería hacer un trato para salvar Metaxas Limited. Ella nunca había mezclado el placer con los negocios, y no debería estar pensando en hacerlo.

Alguien llamó a la ventanilla del coche, y ella se sobresaltó y se golpeó la cabeza contra el techo del Mustang a causa del respingo. Seguramente se lo merecía, pensó irónicamente al ver a Ari junto a su coche.

Sacó las llaves del arranque y abrió la puerta rápidamente, golpeándole las piernas a su primo.

—Ay —dijo Ari con una sonrisa, mientras retrocedía—. Lo siento. No quería asustarte.

Bryna cerró el coche con el mando a distancia.

—Por eso has dado con los nudillos en la ventanilla y me has provocado un chichón del tamaño de un huevo.

—¿De un huevo? —preguntó Ari, y alzó la mano para tocarle el pelo. Ella, se lo impidió.

—Ni se te ocurra.

La sonrisa de su primo era cien por cien Ari.

En lo referente al encanto y a la belleza, la familia bromeaba diciendo que Ari había ganado toda la lotería. Si Ari sonreía, era imposible no devolverle la sonrisa.

Aquél encanto irresistible era lo que había puesto a la empresa familiar en una situación tan difícil.

—¿De dónde vienes? —preguntó Ari, mientras se dirigían a las oficinas.

—Yo debería preguntarte lo mismo.

—Pero yo te lo he preguntado primero.

Ella se frotó distraídamente el golpe de la cabeza, y entonces se acordó. Tenía hora en la peluquería. Sí, eso era.

—De la peluquería. ¿Y tú?

—De comer con mi prometida.

Bryna intentó disimular su reacción, pero Ari debió de notarlo.

—Oh, oh —dijo él en voz baja, y su sonrisa desapareció—. ¿Todavía te cuesta aceptar que Elena y yo estemos juntos?

Bryna abrió la puerta y le cedió el paso.

—¿Acaso he dicho algo?

—No era necesario. Lo tienes escrito en la cara.

De acuerdo. Tal vez hubiera perdonado a su primo. Era algo de la familia. Pero a la mujer que tenía la mitad de la culpa de lo que había ocurrido en Grecia un mes antes… Bueno, en ningún sitio decía que no pudiera sentir resentimiento hacia ella durante toda la vida.

—Está embarazada de un hijo mío. Tu sobrino o sobrina.

Bryna se suavizó. Ari no había dicho primo segundo, que era exactamente lo que sería aquel niño, sino sobrino o sobrina. Su corazón se llenó de afecto.

Aquélla era exactamente la razón por la que resultaba tan fácil perdonar a Ari.

—¿Qué tal la visita al médico? —le preguntó. Ari volvió a sonreír de oreja a oreja.

—He oído los latidos del corazón de mi bebé. Tiene que ser el segundo mejor sonido que he oído en mi vida.

—¿El segundo?

—El primero son los suaves gemidos de Elena.

Bryna alzó la palma de la mano.

—Ahórrate los detalles.

—No pienses mal, Bry.

Subieron las escaleras hacia el segundo piso de las oficinas y recorrieron el pasillo.

—¿Quién dice que he pensado mal?

—Para tu información, también tenemos momentos sentimentales y dulces.

—Me alegro.

Bryna entró en su despacho y se volvió hacia él.

—¿No tienes que trabajar?

Él se metió las manos a los bolsillos y abrió la boca para decir algo, pero ella cerró la puerta y se quedó mirándolo a través del cristal.

Ari se echó a reír, y se marchó a su despacho por el pasillo.

Bryna puso el maletín en la mesa, volvió a abrir la puerta y miró hacia ambos lados del pasillo. No vio ni a una de las doce personas que trabajaban allí.

Bien. Necesitaba estar unos momentos a solas para aclararse la cabeza.

Y para pensar cómo se las iba a arreglar para escabullirse y tener otra reunión con Caleb Payne… Una reunión que tal vez incluyera el hecho de permitirse las fantasías que le estaban llenando la mente con sólo pensar en hacer algo al respecto de la atracción intensa que había entre los dos…

Por muy solitario que fuera, Caleb odiaba comer solo.

Se quedó en su despacho hasta las cinco de la tarde el viernes, mirando el reloj y preguntándose a quién podría invitar a cenar con tan poca antelación. Alguien que no esperara más que una buena comida, porque él no quería nada más.

Tenía un par de buenos amigos, compañeros de profesión, a quien podría llamar, pero ambos estaban casados. Y aunque no le agradaba la idea de comer solo, menos le agradaba la idea de comer con una pareja recién casada cuyos miembros pensaban que estaban enamorados.

—¿Señor Payne?

Su secretaria abrió la puerta después de llamar brevemente.

—Su abogado de Nueva York está al teléfono.

Caleb miró el reloj de nuevo. En el este serían las ocho de la tarde. Era lo habitual para sus conversaciones. Él no contrataba a nadie que no estuviera completamente dedicado a su carrera.

—Gracias, Nancy. ¿Se ha sabido algo de Manolis?

—No, señor. Estoy intentándolo todavía.

—Gracias.

Ella salió del despacho y cerró la puerta, y Caleb se concentró en la llamada en espera de su abogado.

¿Cuánto duraba ya aquel caso? ¿Dos años? Y la última vez que había tenido noticias, no estaba mucho más cerca de resolverse que al principio.

Claro que lo extraño de su petición era parte de la causa. La mayoría de los tribunales no sabían qué hacer cuando un hombre de treinta y dos años pedía una prueba de ADN. Sobre todo, teniendo en cuenta que el padre en cuestión estaba muerto.

—Harry —dijo Caleb, descolgando el auricular.

—Caleb.

Se sentó en la silla y cerró los ojos. Por el tono de la voz del abogado, supo que no iba a darle buenas noticias.

—He recibido una oferta.

Caleb escuchó una cantidad de siete cifras.

—¿Sigues ahí? —preguntó Harry.

—No.

Hubo una ligera pausa.

—¿No estás ahí? ¿O no aceptas la oferta?

Caleb suspiró y se irguió.

—Esto nunca ha sido una cuestión de dinero.

Él tenía dinero. Mucho. Había ganado tres veces más que su padre a los treinta años. Y la familia Payne era una familia de Nueva Inglaterra, tan antigua y acaudalada como los Winstead.

Pensó en su madre. Él era hijo único, y su madre y él estaban muy unidos. Sus lazos eran especiales, y Caleb sospechaba que eso se debía a los detalles de su nacimiento.

Todavía no le había dicho que había presentado aquella demanda, pero seguramente ella ya estaba al tanto. Sin embargo, no le había dicho nada, y Caleb pensaba que ella estaba esperando a que él fuera a contárselo, y dejándole hacer lo que él necesitara hacer.

A su modo de ver, Caleb estaba haciendo aquello tanto por él como por ella. Su madre había hecho muchos sacrificios por él, y se merecía, por lo menos, recuperar su buena reputación.

—Están impacientes por solucionar esto.

Claro. Los Winstead no querían que un hijo ilegítimo manchara el nombre del difunto y gran Theodore Winstead.

Se dio cuenta de que estaba apretando los dientes, y se obligó a dejar de hacerlo.

—No tienes por qué tomar la decisión en este momento. Consúltalo con la almohada. Te llamaré el lunes otra vez.

—No es necesario —respondió Caleb—. Rechaza la oferta y da el paso siguiente.

—Lo haré —dijo el abogado sin titubear.

Caleb colgó el auricular y se apoyó de nuevo en el respaldo, con todos los músculos tensos.

No se dio cuenta del tiempo que permanecía así, sentado, hasta que Nancy volvió a llamar a la puerta y entró en el despacho.

—¿Ha habido suerte con Philippidis?

—No, señor. Pero estos mensajes han llegado mientras estaba al teléfono.

Él se frotó la cara y tomó los cinco papeles. Los miró y se detuvo en uno en particular.

—¿Es éste el número de su oficina?

—Su número de móvil.

Mejor, incluso.

—Gracias, Nancy. Nos veremos el lunes.

—Muy bien, señor. Buenas noches.

Caleb rodeó el escritorio y esperó hasta que su secretaria se hubo marchado antes de descolgar nuevamente el teléfono.

Ella respondió al segundo tono.

—Nuestra reunión se interrumpió el otro día. Me gustaría continuarla.

Esperó a que Bryna Metaxas respondiera.

—A mí también —dijo—. ¿La semana que viene?

—Dentro de media hora. En Giorgio.

Media hora no era tiempo suficiente para que una chica se arreglara para salir de noche, pero una vez que hubo aceptado la invitación, tenía que cumplir las condiciones. Aunque cuando su taxi se detuvo delante de la puerta de Giorgio, cuarenta minutos después, Bryna sabía que los negocios no tenían nada que ver con el hecho de haber aceptado la invitación de Caleb Payne.

Se ajustó la hebilla de las sandalias de estilo griego que Ari le había comprado en Santorini, pagó al taxista y salió del coche. Se llevó una agradable sorpresa al ver a Caleb esperándola en la puerta. Pensaba que él ya estaría sentado a una de las mesas, disfrutando de una copa, y que tal vez ya habría pedido la cena.

Sin embargo, la estaba esperando fuera.

Volvió a experimentar todas las sensaciones que había notado durante su reunión anterior… multiplicadas por diez. Notó que le faltaba el aliento, como si él ya la estuviera acariciándola como ella quería que la acariciara… y ella le estuviera respondiendo desinhibidamente…

Durante los dos días anteriores, Bryna había intentando convencerse de que estaba exagerando lo que había ocurrido, de que se había imaginado que él sentía atracción por ella. Pero en aquel momento supo que no había exagerado nada; en todo caso, lo había atenuado.

Caminó hacia él, mirándolo. Pese a que se había dicho que hacía aquello por los negocios, Bryna se había vestido para el placer. Su vestido negro no tenía nada de inocente. La tela tenía una caída íntima que se le ajustaba a las curvas del cuerpo, y llevaba un hombro al aire, suave y terso y perfumado. Llevaba el pelo suelto y rizado alrededor del rostro.

Bryna vaciló ligeramente mientras se acercaba lo suficiente como para hablar con él. A la luz débil del anochecer, él parecía una figura negra y peligrosa, más sombra que luz. Y por razones que no sabía descifrar, ella se sintió como si caminara hacia una trampa. Una trampa muy agradable, pero que el hombre que tenía ante sí había diseñado para ventaja suya, y una trampa a la que Bryna pensaba entrar, y al diablo con las consecuencias.

Finalmente se detuvo ante él, agarrando con fuerza el bolso de mano. Fuera lo que fuera lo que iba a decir, las palabras se le quedaron en la garganta al ver que él recorría su figura con la mirada, de pies a cabeza, hasta llegar a sus ojos. Bryna alzó ligeramente la barbilla y sonrió de manera sugerente, esperando que él compartiera sus pensamientos.

—Fascinante.

Bryna se estremeció. Nunca le habían dicho algo así, y pensó que le gustaba. Y decidió que iba a demostrarle que era eso, exactamente.

Entonces, le preguntó, con una voz que apenas podía reconocer:

—¿Vamos?

Él sonrió.

—Por supuesto.

4

Caleb había conocido a muchas mujeres. Y se enorgullecía de poder catalogarlas en cinco minutos. De saber quiénes eran, lo que querían, y cuánto duraría su relación.

Sin embargo, Bryna Metaxas era un enigma encantador.

Durante la cena se mostró abiertamente coqueta e inteligentemente seria, dependiendo de adónde dirigiera él la conversación.

Incluso parecía que se daba cuenta de lo que ocurría, y que lo aceptaba con una pequeña sonrisa, dándole a entender que no siempre podría salirse con la suya.

Ella no sabía que sí, que siempre lo conseguía, pensó Caleb mientras tomaba el café, después de la cena.

—Y dígame, señor Payne. Como es obvio que no estamos aquí para hablar de negocios, porque estoy segura de que ni siquiera ha mirado las tres propuestas que le dejé en el despacho, ¿por qué me ha invitado a cenar?

Directa. Refrescante. Cualquier otra mujer habría considerado intrascendente el motivo de aquella invitación y se habría concentrado en lo que podría obtener de él. Pero Bryna no.

—¿Acaso es un pecado querer disfrutar de la compañía de una mujer bella?

—Me parece que usted tiene, por lo menos, otra docena de mujeres bellas a las que podría llamar.

—Yo también podría preguntarle por qué estaba libre la noche del viernes —replicó Caleb, arqueando una ceja—. ¿O ha cancelado algo?

—Está desviando la conversación. Otra vez.

Caleb se echó a reír y la observó con los ojos entrecerrados.

—De acuerdo —dijo mientras se inclinaba hacia delante. Puso las manos sobre la mesa, entre ellos, y explicó—: Hace poco terminé una relación de seis meses y no había pensado en que este fin de semana no tendría compañía. Y la verdad es que no me gusta cenar solo.

Ella se quedó sorprendida por su franqueza, y también se inclinó hacia delante; sus manos casi se tocaron por encima de la mesa.

—Le agradezco la sinceridad, pero con eso no explica por qué me ha llamado.

—La he llamado porque estaba razonablemente seguro de que no se acostaría conmigo esta noche.

Aquello la sorprendió también, tanto que Bryna se echó hacia atrás y se apoyó en el respaldo de la silla. Pero se recuperó inmediatamente.

No parecía que tuviera prisa por responder. Y a él le gustó eso. De hecho, le gustaba mirarla a la cara mientras ella le daba vueltas a aquella explicación, mientras miraba su cara preciosa, sus ojos oscureciéndose, su sonrisa provocativamente sexy.

Seguro que se estaba frotando la pantorrilla con el empeine del pie por debajo de la mesa.

—¿Estaba razonablemente seguro? —le preguntó ella, en voz baja y llena de sugerencias.

Agradable.

—Umm.

—¿Por qué?

—Porque no querría que yo me llevara una mala impresión.

Bryna sonrió.

—Ah, por la relación empresarial.

—No hay relación empresarial.

—Todavía.

Él sonrió.

—Todavía.

—Así que piensa que no me acostaría con alguien por conseguir una ganancia en los negocios —dijo Bryna.

—Creo que no lo haría.

—¿Y si lo invitara a mi casa?

—Tendría que insistir en que fuéramos a la mía…

De acuerdo. Él la había puesto en evidencia.

Y Bryna temblaba de pies a cabeza al pensar en lo que iba a hacer.

Estar sentada frente a él había sido una tortura dulce. Quería saber más, pero no encontraba las palabras con las que preguntarle.

Habían hablado, sí, pero ella estaba demasiado distraída con la línea de su mandíbula, con la fuerza de sus manos y la seguridad de su mirada oscura, demasiado como para desafiarlo con un duelo verbal.

Y en aquel momento, tenía la oportunidad de un duelo físico…

Sentía el calor de su mano en el brazo mientras caminaban desde el restaurante hacia la carretera. Al instante apareció una limusina, y su chófer bajo para abrirles la puerta.

Bryna sabía que, si entraba en aquella limusina, estaba perdida. No podría evitar llegar tan lejos como él quería que llegaran. Y aunque su lado más elemental y salvaje estaba dispuesto, la mente le gritaba que era demasiado pronto, que iba demasiado rápidamente. Acostarse con él sería darle ventaja.

En vez de entrar en el coche, Bryna se volvió hacia Caleb y posó la mano en su pecho.

—Por muy tentadora que sea la invitación —susurró—, me temo que tiene razón. No hay posibilidad de que me acueste con usted esta noche.

Vio que él sonreía levemente.

—Es una pena —respondió Caleb, pasándole los dedos, suavemente, por la cadera, y atrayéndola hacia él.

—Sí —dijo ella, asintiendo, con el corazón acelerado.

Se inclinó hacia él como si fuera a besarlo, mirándolo a los ojos y a los labios. Pero no lo besó. Retrocedió y le hizo una señal a un taxi.

—Gracias por la invitación —murmuró.

—Gracias por su compañía —respondió él.

—Cuando quiera.

A él le brillaron los ojos peligrosamente.

—Tal vez le tome la palabra —dijo.

Y ella esperaba que lo hiciera.

Tan suave… tan cálido…

El cuerpo le vibraba de deseo. Arqueó la espalda e intentó abrazar a Caleb mientras él se inclinaba hacia ella. Sin embargo, parecía que siempre estaba fuera de su alcance, con aquella sonrisa de picardía…

Su propio gemido la despertó.

Bryna se apoyó en los codos y se incorporó. Se apartó el pelo enredado de los ojos y pestañeó mirando a su alrededor. Estaba en su dormitorio de la finca Metaxas. El dosel de cortinas blancas. El papel de la pared, blanco y rosa. Una chimenea de mármol blanco. Animales de peluche en un rincón.

Dejó escapar un largo suspiro. Habían pasado dos días desde que había cenado con Caleb, y desde entonces, no dejaba de soñar con él. Siempre estaba allí, siempre a su alcance, siempre fuera de su alcance.

Bryna apartó las sábanas y bajó de la cama. Tomó su teléfono móvil y lo abrió. No había llamadas. No tenía mensajes. Lo cerró de nuevo y lo puso en la mesilla. Después fue al baño.

El viernes por la noche había tenido que hacer un gran esfuerzo para no subir a la limusina, y eso seguía causándole sorpresa. Nunca había conocido a un hombre que la atrajera tanto, y tan rápidamente. Quería que la acariciara, y quería posar la boca en su piel. Quería pasar toda la noche explorando las semillas de sensaciones que aquella cena había plantado en ella. Tanto, que para no ir en busca de Caleb Payne al día siguiente, se había marchado a Earnest a pasar la noche, cuando normalmente iba a la finca los domingos por la mañana para el desayuno familiar.

En veinte minutos estaba duchada. Se vistió con unos pantalones blancos y una camisa de manga corta de color granate, y se puso las sandalias. Seguía igual de excitada que cuando se había despertado, pero decidió quitarse de la cabeza aquella sensación tan extraña.

Bajó las escaleras; eran las nueve de la mañana y el desayuno no se serviría hasta las diez y media, pero su tío Percy y Troy ya estaban levantados, tomando un café en el porche trasero.

—Buenos días —dijo ella.

Le dio un beso a su tío y le apretó el hombro a su primo al pasar por detrás de él hacia su silla.

—Buenos días —respondió su tío Percy mientras doblaba el periódico—. Me alegro de verte aquí tan pronto.

—Vine anoche, en realidad —explicó Bryna, y se sirvió una taza de café.

—¿De veras? ¿Por algún motivo en particular?

Sólo para quitarse a aquel hombre tan molesto del pensamiento, eso era todo.

—No. Decidí que quería despertarme en casa esta mañana.

Y eso era aquella enorme finca, ¿no? Trescientas hectáreas de terreno y dos mil trescientos metros cuadrados de casa. Mucho espacio para que todos pudieran vivir sin molestarse.

Su hogar. Algunas veces le resultaba extraño pensar que una vez para ella fue simplemente un lugar como otro cualquiera. Durante los doce años que habían pasado desde la muerte de sus padres, allí era donde habían ido a parar sus notas, las fotografías de la escuela y las medallas de natación. Aquella enorme mansión que estaba situada en la ladera de una colina con vistas a la ciudad de Earnest. Y, por mucho que ella dijera que era independiente, allí era donde acudía cuando necesitaba encontrar la paz. Cuando necesitaba estar en su refugio.

Y su familia eran su tío Percy y sus primos Troy y Ari. Siempre podía contar con ellos.

—¿Ya le has echado azúcar suficiente? —le preguntó Troy en aquel momento.

Bryna miró el café y se dio cuenta de que estaba removiendo otra cucharada. Tomó un sorbito y puso cara de repugnancia.

—Oh, oh. A mí me parece que eso son problemas de hombres.

Todos se dieron la vuelta y vieron que Ari había salido al porche.

Bryna sonrió, y luego hizo un mohín.

—Corrígeme si me equivoco, pero normalmente tiene que haber un hombre para que haya cualquier clase de problema, ¿no crees?

—No necesariamente —respondió Ari, mientras alcanzaba una uva de un racimo por encima de la cabeza de su prima—. El problema se produce cuando quieres a un hombre al que no puedes conseguir.

Troy alisó su sección del Seattle Times.

—Mira quién es el experto de repente.

Bryna miró a Ari. ¿Podría ser que aquella semana hubiera ido al desayuno solo? Ella sintió esperanza.

Entonces, Elena salió también, disculpándose por su retraso.

—Ni siquiera me he duchado todavía, pero de veras, tengo la vejiga del tamaño de un guisante.

Bryna frunció el ceño al ver a la otra mujer saludando a su tío igual que había hecho ella, y después dándole los buenos días a Troy, que sonrió de verdad.

¿Dónde estaba la animosidad? ¿Y la ira?

Muy bien, parecía que la tarea había recaído en ella. Cuando la otra mujer se sentó a su lado, Bryna se concentró sólo en su café.

Aunque en realidad, ella misma se sorprendió de su reacción hacia la prometida de su primo, sobre todo teniendo en cuenta que Elena estaba embarazada del primero de los miembros de la siguiente generación Metaxas. Pero aquel trato con Philippidis significaba tanto para la empresa… El hecho de tirarlo todo por la borda por una mujer era impensable para ella.

Frunció el ceño. Si Elena hubiera mantenido las piernas cerradas, y la mano en el brazo de su ex novio, en aquel momento la primera línea de producción ya estaría funcionando, y la segunda estaría en construcción, y habrían dado empleo al menos a doscientas personas del pueblo.

Aquel pensamiento le recordó nuevamente a Caleb, y los sentimientos encontrados que tenía hacia él.

Por supuesto, la diferencia era que ella no estaba comprometida para casarse con otro, así que nadie saldría herido si las cosas salían mal.

Tragó saliva.

Aparte de ella misma, claro.

5

¿Ya era la hora?

Caleb miró su reloj mientras la presentación continuaba. Eran diez hombres en la reunión semanal del miércoles, que se había fijado para aquella mañana, pero que después se había pospuesto para la tarde debido a que el avión de Manolis Philippidis llegaba con retraso.

Miró a aquel magnate griego que presidía la mesa de juntas. Manolis sujetaba una taza de café con los dedos regordetes, y tenía los ojos fijos en el director de ventas, que estaba hablando sobre las ventajas y desventajas de adquirir un pequeño negocio de Minnesota que fabricaba autobuses impulsados por gas natural.

El nuevo negocio era ecológico.

Caleb miró otra vez el reloj.

—¿Te estamos impidiendo que atiendas algún asunto importante, Caleb? —le preguntó Manolis, interrumpiendo a su director.

Él se apoyó en el respaldo de la silla con una sonrisa.

—No, en absoluto.

—Entonces, ¿tal vez te aburrimos?

La sonrisa de Caleb se hizo tensa.

Era bien sabido que no había ninguna afinidad entre los dos hombres. Por ese motivo, Caleb nunca había trabajado directamente para él. Nunca le habría concedido aquel poder a un hombre que podía despedir a un trabajador con sólo mirarlo.

No. A Caleb le gustaba ser un consultor bien pagado de aquella empresa. Muy bien pagado. Lo cual, a veces, requería asistir a reuniones pesadas que no tenían nada que ver con él. Y sufrir a un hombre que era insufrible.

—Al contrario. Estaba pensando en las tres compañías fabricantes de autobuses propulsados por gas natural que han cerrado un acuerdo comercial y que buscan inversores. Creo que sería más beneficioso que una compra inmediata —dijo, y arqueó una ceja—. ¿Le gustaría que continuara, o volvemos al orden del día de la reunión?

Como era de esperar, Manolis le lanzó una mirada fulminante, apuró el café y miró su reloj.

—Creo que esta reunión ha terminado.

Si había un hombre que odiara perder el tiempo tanto como Caleb era Philippidis.

El magnate se puso en pie y el resto de los presentes lo imitó apresuradamente. Todos salvo Caleb, que se levantó tranquilamente. Le tendió la mano a Manolis, que se la estrechó.

—¿Tienes información sobre esa operación?

—Le envié propuestas al director hace un mes.

Manolis asintió.

—Dile que quiero saber más sobre este asunto en la reunión del mes que viene.

—Muy bien.

El magnate se estiró la chaqueta del traje, como si acabara de tomar una decisión importantísima, y se despidió antes de marcharse.

Caleb salió tras él y fue directamente a su despacho.

—¿Ha… —empezó a preguntarle a Nancy.

Ella lo interrumpió.

—La señorita Metaxas lo está esperando en su despacho, señor, tal y como usted indicó.

El sol acababa de salir de entre las nubes plomizas.