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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2008 Metsy Hingle. Todos los derechos reservados.

UNA APUESTA ESCABROSA, N.º 1588 - julio 2011

Título original: What the Millionaire Wants…

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicada en español en 2008

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-661-0

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Inhalt

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Promoción

Capítulo Uno

–No vendo, señor Hawke.

Jackson Hawke contuvo una sonrisa al mirar a la mujer que tenía al otro lado de la mesa.

–No quiero comprar, señorita Spencer. Tan sólo le estoy ofreciendo empleo.

–Ya tengo un empleo –le informó con el frío desdén del sur–. Soy la directora general del hotel Contessa.

Tenía que reconocerle su mérito por mostrarse tan decidida, pensó Jack. Había esperado toda clase de reacciones cuando se supiera que había adquirido la deuda hipotecaria del pequeño hotel de Nueva Orleans. Se había forjado una carrera haciéndose con compañías que atravesaban problemas financieros, renovándolas y convirtiéndolas en empresas prósperas. En ningún caso, su presencia era bienvenida. Por lo general, a su llegada se encontraba resistencia y mucha ira y no había esperado menos de los propietarios del hotel Contessa. Lo que no había imaginado era encontrarse con un desafío y la mujer que tenía sentada enfrente lo estaba desafiando. Por desgracia para la señorita Laura Jordan Spencer, ese desafío no cambiaba el hecho de que ahora él fuera el propietario del hotel de su familia.

–Cierto. Pero teniendo en cuenta las circunstancias, su puesto aquí puede ser provisional.

–No hay nada de provisional en mi puesto, señor Hawke –lo advirtió–. Mi bisabuelo construyó este hotel hace casi cien años y desde entonces ha sido propiedad de la familia Jordan. Siento que haya creído que queríamos venderlo, pero puedo asegurarle que el Contessa no está en venta.

–Tengo un recibo por quince millones de dólares que dice lo contrario –dijo él.

–Estoy segura de que el banco se lo devolverá una vez se arregle todo este malentendido.

Él se inclinó hacia delante, encontrándose con su mirada.

–Échele un vistazo más a estos documentos, señorita Spencer –dijo empujando un montón de papeles que justificaban la adquisición del hotel por falta de pago del préstamo–. No hay ningún malentendido. Industrias Hawke es ahora la propietaria de este hotel.

La ira asomó a sus ojos verdes.

–Me da igual lo que digan esos papeles. Le estoy diciendo que tiene que haber un error –insistió ella y apretó el botón del intercomunicador–. Penny, trata de localizar otra vez al señor Benton del banco.

–Está perdiendo el tiempo.

Sabía por su reunión con el director del banco que había abandonado la ciudad esa misma mañana.

–El único que está perdiendo el tiempo aquí es usted, señor Hawke –replicó ella.

Mientras Laura esperaba que su secretaria le pasara la llamada, Jack aprovechó para estudiarla más detenidamente. Tenía ojos almendrados, barbilla firme, piel delicada y unos labios prominentes. No era una belleza clásica ni resultaba especialmente sexy, pero había algo en ella a pesar de su comportamiento profesional. Por las miradas que le lanzaba, se había dado cuenta de que la estaba observando y no parecía gustarle.

Al sonar el intercomunicador, descolgó el teléfono.

–Sí, entiendo –dijo–. Gracias, Penny.

–Presiento que sigue sin estar disponible –comentó él al verla colgar el auricular.

–Se ha ido con su familia para pasar la fiesta de Acción de Gracias. Están intentando localizarle desde su oficina. Cuando lo hagan, aclararé todo este lío.

–Aunque hable con Benton, los hechos no van a cambiar, señorita Spencer. Su madre garantizó el préstamo con este hotel. Industrias Hawke se hizo con algunos créditos del banco y, puesto que su madre no ha atendido los pagos, el hotel Contessa pertenece ahora a Industrias Hawke.

–Se lo estoy diciendo, está equivocado –insistió ella–. De ninguna manera mi madre se arriesgaría a perder el Contessa.

Cansado de su negativa a aceptar lo evidente, Jack tomó el montón de papeles, sacó el documento de la hipoteca firmado por su madre y lo agitó.

–Mírelo –le ordenó–. Es un contrato firmado por su madre, garantizando la hipoteca con el Contessa. ¿Va a negar que ésa sea su firma?

Algo asomó a sus ojos mientras leía el documento. Por primera vez desde que llegara y se presentara como el nuevo propietario del hotel, la mujer pareció dudar. Pero enseguida desapareció y volvió a comportarse de manera desafiante.

–No me importa lo que diga ahí. Aunque mi madre quisiera haber usado el hotel como garantía para el préstamo, no podía hacerlo.

–¿Por qué?

–Porque mi hermana y yo somos propietarias de un diez por ciento cada una y ninguna de nosotras dio su consentimiento para que lo hiciera.

–No necesitaba su consentimiento para hipotecar su parte, como así hizo –señaló.

–Mi madre nunca haría una cosa así sin decírmelo antes.

Había un cierto tono de duda en sus palabras y un brillo de temor en sus ojos. Era ese miedo lo que hizo que algo en su interior se conmoviera.

–¿No me dijo antes que su madre estaba de viaje por negocios en el extranjero?

–Su marido y ella van a inaugurar un club nocturno en Francia.

–Bueno, quizá quiso decírselo, pero no tuvo tiempo –dijo sorprendido por aquel repentino impulso de empatía.

Frunció el ceño. Los sentimientos eran algo que nunca permitía que interfirieran en los negocios. Era su primera regla. En las docenas de fusiones de compañías que había llevado a cabo, ni los ruegos, ni las lágrimas ni los ofrecimientos sexuales le habían impedido llevar a cabo sus planes.

–Ha estado ocupada organizando la inauguración.

Podía adivinar por la falta de convicción en la voz de Laura que no veía posible que a su madre se le olvidara hablarle del préstamo. Había aprendido que en lo que a dinero y sexo se refería, la sangre no era más espesa que el agua. Al parecer, Deirdre Jordan Spencer Vincenzo Spencer Baxter Arnaud había vendido el legado de su hija y no se lo había dicho.

–Si mi madre hipotecó su parte del Contessa, si es que lo hizo, estoy segura de que no sabía exactamente lo que ello implicaba.

Su persistente negativa lo asombraba. Tratando de ignorar la compasión que sentía, Jack se recordó que aquello eran negocios. Los sentimientos no tenían cabida en los negocios. No quería que un bonito rostro, ni un buen par de piernas le impidiera llevar a cabo su plan.

–O quizá su madre comprendió perfectamente lo que suponía garantizar un préstamo hipotecando el hotel.

Ella se enderezó.

–¿Qué está insinuando, señor Hawke?

–No estoy insinuando nada, señorita Spencer. Tan sólo estoy diciendo que si su madre pretendía vender el hotel y sabía que usted se opondría, al hipotecarlo y dejar de pagar las cuotas conseguiría su objetivo.

–¡Cómo se atreve!

–Dejemos los enfados a un lado, señorita Spencer. La tengo por una mujer lista. ¿No me diga que no se le había pasado por la cabeza? Su madre no tiene ningún interés por este sitio. ¿Por qué si no iba a dejarle su madre esta carga e irse del país? Aunque no la culpo. El hotel apenas daba beneficios cuando su padre vivía. Desde su muerte, no ha dejado de perder dinero.

Ella entrecerró los ojos con recelo.

–No perderé aliento preguntándole de dónde ha sacado esa información. Pero se ve que su fuente no tiene todos los datos. Si no, le hubieran informado de que el hotel ha ido mejorando en los últimos cuatro meses. Cualesquiera dificultades que el Contessa tuviera en el pasado, ya se han acabado. El hotel va muy bien ahora.

–El escaso beneficio que aparece en el balance del último mes no significa que vaya tan bien.

–Yo…

Él levantó la mano.

–Soy consciente de lo que ha hecho en los últimos seis meses desde que se hiciera cargo de la dirección. Pero ambos sabemos que este hotel necesita unas mejoras. No sólo quiero que este hotel sobreviva, sino que se convierta en un pequeño hotel de lujo –dijo e hizo una pausa–. Puesto que es propietaria del diez por ciento y conoce su operativa, estoy dispuesto a dejar que tome parte en el proyecto, si es que quiere. En cualquier caso, estoy dispuesto a hacerle a usted y a su hermana una buena oferta.

–No estoy interesada en vender mi parte. Y tampoco mi hermana.

–No se precipite, señorita Spencer. Después de todo, aún no ha escuchado mi oferta. Y su hermana tampoco.

–No necesito saberla. No quiero…

–Les daré diez millones a cada una por su parte. Y…

–No estoy interesada.

–Por favor, déjeme acabar –dijo él reparando en que se había sonrojado–. Además, estoy dispuesto a ofrecerle un contrato para dirigir el Contessa con un sustancial incremento salarial. Un salario mucho más interesante que el que tenía cuando trabajaba para la cadena de hoteles Stratton o la Windsor –añadió, mencionando los dos hoteles para los que había trabajado antes, según había averiguado.

–Quizá tenga que revisarse el oído, señor Hawke. Como ya le he dicho el Contessa no está en venta.

Antes de que pudiera decir que ya era dueño de la mayor parte del hotel, llamaron a la puerta.

–Siento interrumpir, Laura –dijo desde la puerta la alegre secretaria que lo había recibido al llegar a la oficina.

–Está bien, Penny. ¿Qué pasa?

–Te necesitan abajo. Ya sabes, para esa reunión con el personal de cocina.

–Gracias, Penny. Diles que enseguida bajo.

A Jack no se le pasó la mirada que las dos mujeres se intercambiaron antes de que la secretaria se fuera. Sospechaba que era una reunión que no requería la presencia inmediata de Laura Spencer. Más bien debía de ser otra crisis, una de las tantas que en los últimos años había tenido el hotel. A pesar de lo bonito que era el hotel Contessa y del beneficio potencial que podía reportar a Industrias Hawke, el paso del tiempo había afectado su estructura. El hotel continuaría deteriorándose a menos que se llevaran a cabo las obras y mejoras necesarias. Él quería que el hotel volviera a tener su viejo esplendor y volviera a ser rentable, con o sin la ayuda de Laura Spencer.

–Como ha escuchado, llego tarde a una reunión, señor Hawke –dijo ella poniéndose de pie–. Así que esta conversación se ha acabado.

No era frecuente que fuera despedido y menos por alguien que no tuviera la última palabra. A pesar de su asombro, no podía evitar admirar su coraje.

–Le sugiero que llame a sus abogados, señorita Spencer –dijo él poniéndose de pie y ajustándose el traje–, y que revisen los documentos que le he entregado.

–Pienso hacerlo.

–Una vez le confirmen que Industrias Hawke es el mayor accionista del hotel Contesta, quiero que nos veamos para hablar de las operaciones del hotel. Me gustaría que fuera mañana mismo.

–No puedo por la mañana.

–Entonces, más tarde. ¿Cómo le viene a eso de las dos?

–Estaré ocupada.

Jack se quedó mirándola. Una vez más, estaba sorprendido por su tenacidad. Su nombre había sido sinónimo de terror para los presidentes de muchas compañías, pero al parecer ése no era el caso de Laura Spencer. Le gustaba que no se sintiera intimidada por él. Lo cierto es que le agradaba todo en ella. En otras circunstancias, le habría seducido la idea de tener algo más personal con ella. Aunque no le gustaba un tipo en concreto, disfrutaba de la compañía de mujeres inteligentes y atractivas. Laura Spencer era lista. Con sus enormes ojos, su piel delicada y su pelo entre castaño y pelirrojo, era una mujer atractiva. Era perfecta, sino fuera por el asunto del hotel. Esa conexión era el problema. A pesar de lo atractiva que le parecía, no tenía intención de que lo personal interfiriera en los negocios.

–Entonces, mañana por la noche. Podemos hablar de los planes que tengo para el hotel mientras cenamos.

–Ya tengo planes –dijo ella. El intercomunicador sonó.

–Laura, te están esperando en la reunión.

–Ya voy –dijo–. Tengo que irme.

–Supongo que no tiene sentido sugerir otra fecha porque estará ocupada también –comentó él, sabiendo lo que estaba haciendo.

Si aceptaba reunirse con él, acabaría admitiendo que todo lo que él le había contado era verdad. Su familia había dejado de ser la dueña del hotel Contesta.

–Qué perspicaz, señor Hawke. De hecho, estaré ocupada toda la semana y no puedo perder un minuto.

–Entonces le sugiero que busque el momento, señorita Spencer. Porque le guste o no, tendrá que tratar conmigo.

Y sin esperar respuesta, Jack se dio la vuelta y salió de la oficina.

Al salir de la cocina del hotel, Laura se presionó las sienes. El dolor de cabeza que se le había levantado con la llegada de Jackson Hawke se estaba convirtiendo en migraña. Saludando con la cabeza a varios empleados, atravesó el vestíbulo hacia los ascensores. Al menos el último capricho del temperamental chef había sido resuelto de manera relativamente sencilla. Quería sustituir la sal de mesa por sal gorda. Así que ella misma había pedido sal gorda al restaurante vecino para que el chef André pudiera terminar su obra maestra. A pesar de que contratar al famoso chef le había causado algunos inconvenientes, los beneficios que generaba compensaban los dolores de cabeza. Además, en aquel momento, el tratar con aquel chef tan temperamental era la menor de sus preocupaciones. Su principal preocupación era Jackson Hawke. Sólo de pensar en él se le aceleraba el corazón.

Laura entró en el ascensor y apretó el botón de la planta de oficinas. Si al menos el problema que Jackson Hawke le había creado pudiera resolverse fácilmente… Siempre cabía la posibilidad de que estuviera equivocado y que su madre no hubiera hipotecado el hotel. Laura trajo a su memoria la imagen de aquel hombre y recordó el modo en que la había mirado con sus ojos azules, la seguridad en su porte y la firmeza de su mentón. Suspiró. Seguro que estaba equivocado, se dijo Laura, aunque no le había dado la impresión de que fuera un hombre que se equivocara. Salió del ascensor y recorrió el pasillo hasta las oficinas. Al entrar en la recepción y ver a su secretaria hablando por teléfono, tomó los mensajes y empezó a leerlos.

Penny cubrió el micrófono con la mano.

–¿Todo bien? –le preguntó en voz baja.

Laura asintió y le hizo una señal a Penny para que fuera a verla cuando terminara la llamada. Una vez en su oficina, Laura sacó una botella de agua de la nevera y un bote de aspirinas de un cajón. Se tomó un par de ellas y se sentó en su mesa. Pero cinco minutos más tarde, su vista comenzó a nublarse y supo que las aspirinas no iban a ser de ayuda. Iba a necesitar las pastillas que le había recetado el médico para las migrañas. Odiaba tomar medicinas. A pesar de aliviarle el dolor, la dejaban mareada y sin fuerzas el resto del día. Y ese día más que nunca, necesitaba tener la cabeza despejada y toda la energía posible.

Laura desvió la vista hacia los marcos con las fotografías de la reciente boda de su madre, en las que aparecía con sus hermanastros. Se quedó mirando a su medio hermana Chloe, una sonriente rubia de ojos verdes. Con veintidós años, Chloe era cuatro años más joven y fruto del cuarto matrimonio de su madre con el actor de televisión, Jeffrey Baxter. Su hermana, que vivía en la Costa Oeste y era actriz, estaba interesada en los remedios naturales como alternativas a los medicamentos.

Decidida a dar una oportunidad a los métodos de Chloe antes de recurrir a las pastillas, Laura comenzó a llevar a cabo las técnicas de respiración que su hermana le había enseñado.

Cerró los ojos para concentrarse y en su mente apareció la imagen de Jackson Hawke. Recordó con todo lujo de detalles el traje gris que llevaba y cómo el azul de su corbata era del mismo tono que sus ojos. Incluso sentado, mientras le había contado que ahora era el nuevo propietario del Contesta, se le veía alto e imponente. Sólo de pensar en Hawke, le dolía aún más la cabeza.

–Ya está bien de métodos naturales –murmuró y abrió los ojos.

Todavía reticente a tomarse algo más fuerte que una aspirina, Laura bajó la mirada hacia el último cajón del escritorio.

«No lo hagas».

Ignorando la voz de su interior, Laura abrió el cajón y se quedó mirando el puñado de caramelos. Dos semanas atrás, había apartado de su vista aquellos dulces en un intento por controlar la ingesta de azúcar y perder los tres kilos que había acumulado en sus caderas desde Halloween. Mordiéndose el labio, recordó la promesa que se había hecho tres días antes: no más comida basura. Ni galletas, ni golosinas, ni helado, ni chocolate…

«No lo hagas, Laura».

Confundida, Laura se quedó mirando aquellas tentaciones. La boca se le hacía agua, pero aun así dudaba. Se había prometido no tomar dulces a menos que fuera una urgencia. ¿Acaso no eran Jackson Hawke y aquel monstruoso dolor de cabeza una urgencia?

Por supuesto que lo eran, así que sacó una chocolatina, retiró el envoltorio y le dio un bocado.

Laura abrió los ojos y vio a Penny observándola desde la puerta. A pesar de las calorías, ya se encontraba mejor.

Penny se sentó frente a ella al otro lado del escritorio y miró el envoltorio de la chocolatina.

–Puesto que el chef André no se ha marchado como amenazaba hacer, me temo que es ese Hawke la razón por la que has roto tu dieta. ¿Quién es ese hombre y qué quiere?

Laura explicó brevemente a su secretaria la situación y la expresión de sorpresa en su rostro igualó la impresión que se había llevado una hora antes cuando Jackson Hawke le había dejado caer la bomba. Pero ahora que la sorpresa inicial iba desapareciendo, tenía que pensar un plan para detener a Hawke.

–Sé que es una sorpresa, Penny. Para mí también lo ha sido, pero necesito que guardes el secreto al menos hasta que averigüe exactamente cuál es nuestra posición. Si alguien se entera, puede cundir la alarma entre los empleados y no puedo permitírmelo. Ha sido muy difícil encontrar trabajadores desde el huracán Katrina –dijo refiriéndose a la tormenta que destrozó Nueva Orleans en 2005–. Y si el mercado se enterara de que ha habido cambios en la dirección, podría producirse un montón de cancelaciones, por no mencionar que perderíamos algunos contratos.

–No diré una palabra –le aseguró Penny–. ¿Pero y si ese Hawke dice la verdad? ¿Y si de veras es el dueño del hotel? ¿Tengo que empezar a buscarme otro trabajo?

–Hawke no me ha parecido tonto. A pesar de lo que pase, necesitará a alguien que conozca el funcionamiento diario del hotel, dónde y a quién acudir en caso de que surja alguna emergencia. Y esa persona eres tú, Penny. Yo no me preocuparía por tu trabajo.

Pero la preocupación de su secretaria la hizo darse cuenta de que si Hawke se hacía con el hotel, tendría que hacer todo lo posible por asegurar los puestos de trabajo de sus empleados. Eso era lo que su abuelo habría hecho y lo que le habría gustado que ella hiciera.

–¿Y qué hay de ti? Si Hawke dice la verdad, ¿qué será de ti?

–No lo sé –respondió Laura.

Recordó su infancia y cómo había tenido que mudarse cada vez que su madre se había casado. Pero cada vez que llegaba el verano, siempre había regresado a Nueva Orleans, junto a su abuelo y el Contessa. Incluso al marcharse a la universidad e incluso trabajando en otros estados, siempre había sabido que el Contessa seguiría allí a la espera de que regresara a casa para quedarse. Y ahora, allí estaba Jackson Hawke, tratando de arrebatarle el Contessa, aunque no estaba dispuesta a permitírselo.

–Pero sí puedo decirte que no estoy dispuesta a darme por vencida. Llama a la oficina de Benton otra vez y luego llama a mi abogado, a mi madre y a mi hermana.

Si Jackson Hawke quería el hotel, iba a tener que luchar con ella para conseguirlo.

Capítulo Dos

Laura dejó el bolígrafo a un lado y estiró los brazos por encima de la cabeza. Aún no había hablado con su abogado ni con su hermana. Además, su conversación con Benton no había ido nada bien. Todavía no podía creerse que su madre hubiera usado el Contessa para garantizar un préstamo sin habérselo dicho. Benton no le había dado detalles, sino que la había remitido a su madre. Pero ponerse en contacto con ella era difícil por la diferencia horaria entre Nueva Orleans y Francia. Laura miró el reloj y calculó que serían más de las dos de la mañana en Francia. Aunque teniendo en cuenta que su madre amaba la noche, Laura la llamó una vez más.

¿Oui? –respondió su madre al cuarto tono del teléfono, casi sin aliento.

–Mamá, soy Laura –dijo ella.

–Laura, cariño. Philippe, es Laura, llamando desde los Estados Unidos –dijo su madre con evidente alegría en su voz.

Laura pudo escuchar el saludo de Philippe de fondo y pidió a su madre que se lo devolviera.

–Mamá… ¿Mamá? –dijo Laura, al oír que su madre conversaba con Philippe en francés.

–Lo siento, cariño. Philippe quería que te contara lo bien que está saliendo todo aquí con el nuevo club. También quiere saber cuándo vendrás a visitarnos. Está ansioso por enseñároslo a ti y a Chloe. ¿Crees que podréis venir las dos? Hace casi un año que no nos vemos. Me gustaría tanto que vinierais… –dijo su madre antes de que la interrumpieran de nuevo.

–Mamá, por favor. Esto es importante. Quería saber si usaste tus acciones del Contessa como aval para un préstamo bancario –dijo Laura.

Su madre se quedó en silencio.

–Fue sólo una formalidad. Una garantía, hasta devolver el préstamo –dijo su madre rompiendo el silencio.

–¿Cuánto te queda de ese dinero? –preguntó Laura, tratando de convencerse de que era imposible que su madre se hubiera gastado todo ese dinero tan rápidamente.

Ante el silencio de su madre, el nudo que se le había hecho en el estómago cuando Jackson Hawke entró a su oficina se hizo más tenso.