Encontraste un alma
Poesía completa
Edición bilingüe
Prólogo de Elena Medel
Edith Södergran
Título original: Samlade dikter
La traducción de esta obra se hizo posible gracias al apoyo de
FILI — Finnish Literature Exchange
© Del prólogo: Elena Medel
© De la traducción: Neila García Salgado
Edición en ebook: diciembre de 2017
© Nórdica Libros, S.L.
C/ Fuerte de Navidad, 11, 1.º B 28044 Madrid (España)
www.nordicalibros.com
ISBN DIGITAL: 978-84-16830-79-4
Diseño de colección: Filo Estudio
Corrección ortotipográfica: Victoria Parra y Ana Patrón
Maquetación ebook: Mandala Estudio - emicaurina@gmail.com
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Índice
PORTADA
ENCONTRASTE UN ALMA
CRÉDITOS
ÍNDICE
BUSCABAS UNA FLOR Y ENCONTRASTE UN FRUTO
ENCONTRASTE UN ALMA
Poemas (1916)
VI UN ÁRBOL
EL DÍA REFRESCA
LA VIEJA CASA
NOCTURNO
UN DESEO
DÍAS DE OTOÑO
TÚ, QUE JAMÁS HAS SALIDO DE TU JARDÍN
YO
UNA FRANJA DE MAR
DIOS
ATARDECERES VIOLETA
SUEÑOS INQUIETANTES
VIERGE MODERNE
EL DESEO DE LOS COLORES
HACIA CADA UNO DE LOS CUATRO VIENTOS
NUESTRAS HERMANAS LLEVAN ROPA ABIGARRADA
LA ÚLTIMA FLOR DEL OTOÑO
LAGO PÁLIDO DEL OTOÑO
BLANCO O NEGRO
OTOÑO
LAS ESTRELLAS
DOS POEMAS DE PLAYA
EN LA VENTANA UNA VELA
NUBES ERRANTES
EL LAGO DEL BOSQUE
LA NOCHE ESTRELLADA
PALABRAS
EL CAMINO HACIA LA FELICIDAD
OSCURIDAD DEL BOSQUE
EN LOS VASTOS BOSQUES
GATO DE LA FORTUNA
RADIANTE HIJA DEL BOSQUE
NOSOTRAS LAS MUJERES
AMANECER TEMPRANO
PRIMAVERA NÓRDICA
EL JARDÍN DE LAS PENAS
EL MAR EXTRAÑO
AL PIE DE LA ORILLA
EL CANTO EN LA MONTAÑA
ATARDECER
LAS TIERRAS EXTRAÑAS
NO DEJES QUE CAIGA TU ORGULLO
DOS DIOSAS
UN PÁJARO PRESO
DESPEDIDA
UN CONSEJO
PENAS
MI ALMA
AMOR
EL ESPEJO DEL POZO
LA CANCIÓN DE LAS TRES TUMBAS
EL ÁRBOL EXTRAÑO
DOS CAMINOS
TRES HERMANAS
CREDO CRISTIANO
BELLEZA
LA PENA DEL REY
LA HERMANA DE LA VIDA
DEL CUENTO DE LILLIPUT
A LA ORILLA
LA VIDA
EL INFIERNO
EL ALMA QUE ESPERA
EL DOLOR
La lira de septiembre (1918)
NOTA INTRODUCTORIA
EL TRIUNFO DE EXISTIR
A UNA MUJER JOVEN
ATARDECER
JACINTOS FUERTES
HALLAZGO
¿QUÉ ES MAÑANA?
LA MUERTE DE LA DONCELLA
EL VIEJECILLO
EL ÁRBOL EN EL BOSQUE
GRIMACE D'ARTISTE
EL TORO
ORACIÓN
OH, CUMBRES MÍAS ROJAS COMO UN ATARDECER EN LLAMAS...
EL MUNDO SE BAÑA DE SANGRE
LA TORMENTA
PASEO AL ATARDECER
EL SECRETO DE LA LUNA
LA CANCIÓN DE LA NUBE
LA VORÁGINE DEL DELIRIO
PAISAJE EN EL OCASO
REVANCHA
EL CASTILLO DEL HADA
LAS HUELLAS DE LOS DIOSES
LA ROSA DE LA MADRE DE DIOS
LA LIRA DE LOS DIOSES
LA CONDICIÓN
DIOS AÚN ESTÁ DESPIERTO
EL ESPÍRITU DEL APOCALIPSIS
EL TREN BLINDADO
DESPREOCUPADA
LOS TRENES DEL FUTURO
ESPUMA
CAMPOS DE LUZ
JUNTO A LA TUMBA DE NIETZSCHE
EL DIOS MÁS BELLO
NO COLECCIONÉIS ORO Y PIEDRAS PRECIOSAS
EL AMANECER
SI SOY UNA MENTIROSA
EL DISTINTIVO
EL CANTO DEL TROVADOR
MI LIRA
¿POR QUÉ SE ME DIO LA VIDA?
FRAGMENTO
ORFEO
ESPERANZA
El altar de la rosa (1919)
I
EL CAMINO HASTA LOS CAMPOS ELÍSEOS Y EL HADES
PRIMERO QUIERO ESCALAR EL CHIMBORAZO
EN LA HAMACA DE LAS HADAS
MIS FLORES ARTIFICIALES
LA TORMENTA
LA MARCHA DEL TERROR
SISTEMAS SOLARES TUVE QUE CRUZAR A PIE
LOS PENITENTES
A LOS FUERTES
EL CÁLIZ DEL SUFRIMIENTO
LA TIERRA SE VOLVIÓ UN MONTÓN DE CENIZ
CASTILLOS DE CUENTO MÍOS
¿DÓNDE HABITAN LOS DIOSES?
EL LAMENTO DE LA HERRAMIENT
QUE VIENEN LOS DIOSES
METAMORFOSIS
EL HECHIZO
EN LAS ESCALERAS DEL HIMALAYA
LA CANCIÓN DEL OCÉANO
PREGUNTA
LAS ANTORCHAS
LA ESTATUA DE LA BELLEZA
EL CÍRCULO
EL MÁRTIR
II. FANTASTIQUE
CARTAS DE MI HERMANA
EN LA OSCURIDAD
CREO EN MI HERMANA
TODOS LOS ECOS DEL BOSQUE
LA HERMANA
LO INDECIBLE VIENE DE CAMINO HACIA NOSOTRAS
LA HIJA DE DIOS
HERMANA, HERMANA MÍA
III
FRAGMENTOS DE UN ESTADO DE ÁNIMO
LA HORA DEL SACRIFICIO
SCHERZO
ROSAS
Observaciones diversas (1919)
La sombra del futuro (1920)
SE ALZAN LOS PLANETA
EL MISTERIO
TOLERANCIA
PODER
UN VIEJO SOBERANO
ESTRELLAS HOSTILES
FIGURAS DEL CREADOR
PERFIL DE WALLENSTEIN
PULULAN LAS ESTRELLAS
LOS PLANETAS
La sombre del futuro
LA SOMBRA DEL FUTURO
TÚ, EL GRAN EROS
¿QUÉ ES MI PATRIA?
DICHA
TÁNTALO, LLENA TU CÁLIZ
LA CORONA PERDIDA
EL TEMPLO DE EROS
EL SOL
LA RED
EL MISTERIO DE LA RESURRECCIÓN
El cetro de la reina de las hadas y otros poemas
EL CETRO DE LA REINA DE LAS HADAS
LA CASCADA
EL SECRETO DE EROS
EROS RECREA EL MUNDO
EL RAYO
INSTINTO
SOLEDAD
EL CUERPO DEL FUERTE
NOCIÓN
AL SALIR EL SOL
OH, TÚ, AMPLITUD DE MI CORAZÓN
MATERIALISMO
ÉXTASIS
HAMLET
EL JACINTO
CUATRO POEMAS PEQUEÑOS
HIMNO ANIMAL
SOL
DETERMINACIÓN
EL ANSIA DEL RELÁMPAGO
EL GRAN JARDÍN
LA ESTRELLA
PENSAMIENTOS SOBRE LA NATURALEZA
La tierra que no es (1925)
I. Poemas tempranos
VERANO EN LAS MONTAÑAS
LA ROSA
VISITA A UNA ENFERMA
EL RETRATO
UN ENCUENTRO
MADONA NOCTURNA
SOBRE EL OTOÑO
SUEÑOS PELIGROSOS
LA NOVIA
A EROS
LA PRINCESA
MI FUTURO
DÍAS ENFERMOS
NADA
UNA VIDA
EL MILAGRO
II. Poemas de 1919 a 1920
CAUTIVERIO
NOCHE DE CORAZÓN PÁLIDO
VIDA, MUERTE Y DESTINO MÍO
III. Últimos poemas
LA CÍNGARA
LOS ÁRBOLES DE MI INFANCIA
LA FANTASÍA DEL CEMENTERIO
OH, CLARIDAD CELESTIAL
VUELTA A CASA
LA LUNA
MAÑANA DE NOVIEMBRE
POEMA
LA TIERRA QUE NO ES
LLEGADA AL HADES
NOTA DE LA TRADUCTORA
Contraportada
Elena Medel
Un árbol es un árbol es un árbol; de esta forma, replicando la estructura célebre de Gertrude Stein, acotaríamos la poética de Edith Södergran. En ella un árbol es un árbol es un árbol, y un árbol —o un gato o una estrella, por fijarnos en varias presencias constantes libro a libro— se nombra «árbol» con la voz directa y con la voz clara, pero ensancha la imagen que se nos dibuja al pronunciarla. Porque el árbol de Södergran significa «el árbol», el gato significa «el gato» y la estrella significa «la estrella», y, sin embargo, al escribirlos ella y pronunciarlos nosotros el lugar que ocupan se amplía, y el árbol significa «el árbol» y al mismo tiempo «la felicidad», al mismo tiempo «la poesía», al mismo tiempo «Edith Södergran». Su propia escritura la resumiría esa vista primera: un tronco común —su propia biografía— desde el que se bifurcan las ramas de la identidad, del origen o del lenguaje. Una propuesta que crece hacia la luz, aunque en ocasiones —un árbol es un árbol es un árbol— una sombra la oscurezca.
Los dos aspectos más poderosos de cuantos aúpan su obra se vinculan con intensidad a la propia biografía de la autora. Pese al tono íntimo de su discurso, pese a la agudeza de Edith Södergran en la reivindicación de lo pequeño —«De todo nuestro mundo bañado de sol / no deseo más que un banco de jardín / con un gato tomando el sol»—, la capacidad para el análisis y la voluntad para la reflexión terminan orillando al factor confesional, y presentan el decir de la experiencia como herramienta, y no como objetivo. Las circunstancias de Södergran —que Neila García explica en su nota, tan iluminadora como su traducción: exilio geográfico y lingüístico, enfermedad, condición y conciencia femeninas— se reflejan en los poemas, sin contarse ni cantarse. La escritura genera identidad, y desde esta certeza se forja su poesía.
Esos conflictos entre la identidad propia y las actitudes impuestas, esa necesidad de subrayar los rasgos de la individualidad frente a la masa social, los aborda Södergran con sutileza aunque desde actitudes diferentes. «¿Dónde está mi sonora risa de soltera, / mi libertad de mujer con la cabeza bien alta?», se pregunta. El más llamativo —por su modernidad— revela cierto discurso no sé si ya feminista, sí desde luego interesado en el poder de la sororidad. Sus poemas los guía una voz femenina que no oculta su género —pese a ese inquietante «No soy una mujer. Soy un neutro», que leemos en «Vierge moderne»— y que asume que, si en todo caso pertenece a un grupo, y si en todo caso renuncia a sí misma para integrarse en la sociedad, lo hará con y por las mujeres. «Bellas hermanas, venid hasta las rocas más abruptas,/ somos todas guerreras, heroínas, amazonas (...)», escribe en el poema «Atardeceres violeta», que anticipa las posteriores alusiones a las «hermanas» «nuestras» «mías» o a «nosotras las mujeres», e incluso la declaración «no quiero alejarme de vosotras» ante la disyuntiva —en un poema de amor— de marchar junto al hombre o permanecer junto a las mujeres. Södergran vive y escribe en las primeras décadas del siglo xx, las de las grandes conquistas sobre las que se asentará la independencia femenina, y en sus poemas —en especial en los de su primera obra, salvo «Un encuentro» en La sombra que no es— late esa necesidad de afrontar los días junto a quienes deben callar como ella, pero anhelan que su voz suene más alto.
Esa tensión entre la imagen de una misma que se refleja en los demás, y la imagen a la que los demás nos obligan, alcanza una complejidad deliciosa —gracias a la inteligencia de los poemas de Södergran, siempre hábil en el silencio y el espacio para el lector— en la cuestión lingüística. Después de ensayar en otros idiomas —existen tanteos poéticos de adolescencia en alemán, francés y ruso—, Edith Södergran elige el sueco para su escritura. No se trata de su lengua de educación, sino de la de familia, por lo que carece de rudimentos para expresarse con corrección. Con esta decisión casi política se dirige a una minoría lectora en Finlandia, de la que se reconoce parte, y se dirige no a los lectores de su tiempo, sino a los de generaciones posteriores. Lo admite en la «Nota introductoria» a La lira de septiembre: «La seguridad que tengo en mí misma se debe a que [he] descubierto mis dimensiones. No me conviene hacerme menos de lo que soy».
Este breve texto funciona como poética y revela la conciencia del discurso propio en la obra de una autora que, por otra parte, elude el tema de la escritura misma. Frente a la relevancia de la lengua —y su dimensión ideológica— en sus poemas, la expresión de pertenencia a una tradición determinada guarda más relación con la del lugar propio en la historia —como integrante de una familia adinerada que lo perdió todo en la Revolución rusa: un hecho que transforma su biografía, pero que se trata de puntillas en su poesía, despojada de nombres, fechas y recuerdos sin literaturizar— que con la del lugar propio en la historia de la literatura. Plantea —y contesta— en uno de los poemas de La sombra del futuro: «¿Qué es mi patria? ¿Es la lejana Finlandia, salpicada de estrellas? / Qué más da». Quizá por la horma que escoge para sus textos, quizá por el choque entre la influencia posromántica —en el uso de los elementos de la naturaleza, en la visión de las relaciones— y el contacto con las vanguardias —en el dominio del símbolo como gran recurso formal de su poesía—, Edith Södergran no escribe ignorando a quienes la precedieron, no escribe desdeñando a quienes la acompañaban —pese a su relación difícil con sus coetáneos, autores y lectores—, pero desde sus textos iniciales asume que el diálogo con los lectores no prenderá hasta próximas generaciones.
¿Cómo recibirían sus coetáneos unos textos que se alejan de los temas populares del momento, y en cierto modo abren camino mirando atrás? A Edith Södergran le preocupan la búsqueda de la felicidad y el logro de la belleza, el tono agridulce de los gestos; desde La lira de septiembre la presencia religiosa en el día a día, con referencias constantes a Dios y su figura redentora y sanadora. Desliza su misantropía —y su confianza divina— en La lira de septiembre: «No creo en las personas. / Y si no creyera en Dios / habría partido mi lira en pedazos». Más cercana a la filosofía que a la poesía, la autora traza un círculo y plantea al lector una escapatoria difícil. «Cuando viste el rostro de la felicidad te sentiste decepcionado», y lo advierte en uno de sus primeros poemas a quienes la persiguen, aunque en La sombra del futuro matiza su consejo: «¿Cómo puede caber tanta felicidad en un pecho? / es el único interrogante en mi filosofía».
Södergran escribe, pese a todo. Unas veces «retales, migajas, / trozos de papel del día a día», y otras textos surgidos de un cuerpo como «un misterio. / Mientras esta cosa frágil viva / habréis de conocer su poder. / Habré de salvar el mundo». No se trata la suya —libro a libro, cada uno de ellos con una vocación unitaria— de una escritura urgente y visceral, como digo, sino que la poética de Södergran se teje a campo abierto: sin dogmas, brindándonos impulsos para reflexionar, priorizando la impresión frente a la certeza. «Árbol» significa «árbol», significa «estado del alma», significa «conversación entre la autora, con sus coordenadas, y el lector, con las suyas propias». Sin alusiones explícitas, toda su escritura constituye una invitación a que respondamos a sus indagaciones. Y se teje —una vez más— aprovechando distintas vetas formales. En su escritura domina el texto breve, en piezas que califica de «poemas pequeños» o «cancioncillas», quizá provocando con sus diminutivos la complicidad al otro lado de la página; en ellos rehúsa el desahogo y en muchas ocasiones ensaya la narración moral. Llaman la atención —por su ambición distinta— los extensos poemas narrativos, y también la respiración aforística de conjuntos como Observaciones diversas o Pensamientos sobre la naturaleza, de fuerte vínculo entre poesía y pensamiento: «El sonámbulo va a la lotería para llevarse el gordo», brilla en uno de ellos.
La modernidad de Edith Södergran, con ella su vigencia y su interés hoy, se plasma en esa correspondencia entre discurso temático y discurso formal: qué dice, cómo dice. Dice también la manera en la que se oscurece su escritura, cada vez más áspera y siempre libre de rima y de métrica, y la forma obvia en la que sus temas se empañan conforme el tiempo transcurre sin esperanza, mientras su salud se agrava. ¿Buscaba esa esperanza, la buscábamos? ¿Qué buscábamos al acercarnos a la poesía de Edith Södergran, y qué hemos encontrado tras leerla? Ella misma nos responde en «El día refresca», uno de los poemas iniciales de su primer libro: «Buscabas una flor / y encontraste un fruto. / Buscabas una fuente/ y encontraste un mar. / Buscabas una mujer / y encontraste un alma / estás decepcionado». Quizá los prejuicios nos forjaran una imagen equivocada de una escritora de principios del siglo xx, quizá al identificar ciertas recurrencias —árbol, gato, estrella— erigiéramos un cliché. Buscábamos una flor a la que admirar, frágil y por ello incómoda para el roce, y encontramos un fruto maduro: el de una escritora inteligente, conocedora de su oficio, que en menos de una década no rechazó temas incómodos e inéditos en su lengua, que estrechó lazos entre lo personal y lo político, que levantó su propio discurso y lo reivindicó en años hostiles. Fruto y mar, alma y árbol, Edith Södergran fue Edith Södergran fue Edith Södergran.
(1916)
Vi un árbol más grande que todos los demás
y repleto de piñas inalcanzables;
vi una iglesia grande y con las puertas abiertas
de la que todos salían fuertes y pálidos
y listos para morir;
vi a una mujer que sonriente y maquillada
jugaba su suerte a los dados
y vi que perdía.
En torno a aquello se dibujaba un círculo
que nadie traspasa.
I
El día refresca hacia el atardecer…
Bebe el calor de mi mano,
mi mano tiene la misma sangre que la primavera.
Toma mi mano, mi pálido brazo,
toma el deseo de mis hombros menudos…
Sería asombroso sentir,
una sola noche, una noche como ésta,
el peso de tu cabeza contra mi pecho.
II
Lanzaste la rosa roja de tu amor
a mi pálido vientre —
y entre mis manos ardientes estrecho
la rosa roja de tu amor que pronto se marchita…
Oh, soberano de ojos gélidos,
tomo la corona que me alcanzas,
que me dobla la cabeza hacia el corazón…
III
Hoy vi a mi señor por vez primera,
temblorosa lo reconocí al instante.
Ya siento su pesada mano en mi delicado brazo…
¿Dónde está mi sonora risa de soltera,
mi libertad de mujer con la cabeza bien alta?
Ya siento cómo agarra con firmeza mi cuerpo estremecido,
ya oigo el estruendo de la realidad
contra mis frágiles frágiles sueños.
IV
Buscabas una flor
y encontraste un fruto.
Buscabas una fuente
y encontraste un mar.
Buscabas una mujer
y encontraste un alma —
estás decepcionado.
Así ve una mirada nueva los viejos tiempos
como extraños sin corazón…
Ansío mis viejas tumbas lejanas,
mi triste grandeza llora lágrimas amargas
que nadie ve.
Sobrevivo en la dulzura de los viejos tiempos
entre extraños que levantan ciudades nuevas
en colinas azules que se alzan hasta el borde del cielo,
hablo en voz baja con los árboles cautivos
y a veces los consuelo.
Qué despacio desgasta el tiempo la esencia de las cosas,
y qué callados pisan los firmes talones del destino.
¡He de esperar a la muerte apacible
que traerá libertad a mi alma!
Claro de luna, brillo de plata,
oleaje azul de la noche,
olas refulgentes, incontables
una detrás de otra.
Las sombras caen sobre el camino,
en la playa lloran en voz baja los juncos
y gigantes negros custodian su plata.
Silencio profundo en mitad del verano,
duerme y sueña, —
la luna resbala sobre el mar
blanca y tierna.
De todo nuestro mundo bañado de sol
no deseo más que un banco de jardín
con un gato tomando el sol…
Ahí estaría sentada
con una carta sobre el pecho,
una única carta breve.
Así es mi sueño…
Los días de otoño se dibujan transparentes
sobre el manto dorado del bosque…
Los días de otoño sonríen al mundo entero.
Qué agradable conciliar el sueño sin deseo,
saciado de flores y fatigado de verdor,
y que en el cabecero luzca una guirnalda de vid roja…
El día de otoño carece ya de anhelo,
sus dedos son de un frío implacable,
y en sus sueños se ve por todas partes
cómo caen copos blancos incesantes…
Tú, que jamás has salido de tu jardín,
¿alguna vez te has quedado anhelante ante la verja
mirando cómo por senderos soñadores
la tarde se desteñía azulada?
¿No era el sabor incipiente de lágrimas contenidas
el que te abrasaba la lengua como si fuera fuego,
cuando por caminos que jamás habías andado
se ponía un sol rojo como la sangre?
Soy forastera en esta tierra que yace
bajo las profundidades del mar apremiante,
el sol se asoma con rayos rizados
y el aire flota entre mis manos.
Me dijeron que nací en cautividad —
que ninguna cara aquí me sería conocida.
¿Soy una piedra que lanzaron hasta el fondo?
¿Soy un fruto demasiado pesado para su rama?
Merodeo a los pies del árbol murmurante,
¿cómo he de trepar por su tronco escurridizo?
En la cima donde tambaleando las copas se unen
quisiera sentarme y otear el humo
que expulsan las chimeneas de mi tierra…
Es en una franja de mar
reluciente y gris
al borde del cielo,
cuya pared azul oscuro
parece tierra,
donde mi anhelo reposa
antes de volar a casa.
Dios es un lecho en el que descansar y estirarnos hacia el universo
puros como ángeles, los ojos de un azul sagrado y respondiendo
al saludo de las estrellas;
Dios es una almohada en la que apoyar la cabeza, Dios es un soporte para nuestros pies;
Dios es un suministro de fuerza y una oscuridad virginal;
Dios es el alma inmaculada de lo inadvertido y el cuerpo ya
decrépito de lo inimaginado;
Dios es el agua estancada de la eternidad;
Dios es la semilla fértil de la nada y el puñado de cenizas de los
mundos calcinados;
Dios es las miríadas de insectos y el éxtasis de las rosas;
Dios es un columpio vacío entre la nada y el todo;
Dios es una cárcel para todas las almas libres;
Dios es un arpa para la mano más colérica;
¡Dios es lo que el deseo puede hacer bajar a la tierra!
Llevo en mí atardeceres violeta desde mis orígenes,
doncellas desnudas jugando con centauros galopantes…
Días de sol amarillos de finas miradas,
sólo los rayos del sol condecoran dignamente el dulce cuerpo de
una mujer…
El hombre no ha venido, jamás ha sido, jamás será…
El hombre es un espejo embustero que la hija del sol lanza
iracunda contra el barranco,
el hombre es una mentira que los blancos niños no entienden,
el hombre es una fruta podrida que los labios orgullosos repudian.
Bellas hermanas, venid hasta las rocas más abruptas,
somos todas guerreras, heroínas, amazonas,
ojos inocentes, frentes celestiales, larvas de rosas,
fuertes marejadas y pájaros revoloteantes,
somos el rojo más inesperado y más profundo,
rayas de tigre, tensas sogas, estrellas sin vértigo.
Lejos de la felicidad duermo acostada en una isla marina.
La bruma se alza y vuela y los vientos cambian,