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© Carlos Florido Florido

© Guadalquivir

 

ISBN digital: 978-84-686-4662-6

 

Impreso en España

Editado por Bubok Publishing S.L.

PREÁMBULO

El invierno había sido excepcionalmente lluvioso y el río Guadalquivir estaba desbordado sobre la marisma inundándola por completo y formando un inmenso lago en el que tan solo sobresalían algunas suaves alturas coronadas de maleza. Las primeras lluvias de primavera habían limpiado el cielo de nubes y el ambiente era extremadamente sereno.

Amanecía en la marisma aquella mañana resplandeciente de abril cuando se oyeron dos disparos de escopeta procedentes de la casa situada sobre la loma y rodeada de pinos y abundante vegetación. A esa hora y en aquella zona no resultaba extraño el sonido de unos disparos, pues los cazadores furtivos utilizan el vedado para conseguir algunos ánsares sin llamar demasiado la atención de la Guardia Civil. Pero la desenfrenada carrera de aquel hombre hasta alcanzar el todo-terreno, que arrancó velozmente por el camino enfangado en dirección a la carretera comarcal, hubiera cambiado la opinión de cualquier observador sobre la finalidad de ambas detonaciones.

El vehículo enfiló la desviación hacia Villamanrique, dejó a la izquierda Pilas, bordeó Aznalcázar y alcanzó la general Huelva-Sevilla a la altura de Benacazón. Hasta ese momento no se había cruzado con vehículo alguno y las pequeñas poblaciones aparecían desiertas, por lo que su ocupante confiaba que nadie se hubiese fijado en él. Respiró hondo y tomó la dirección a Sevilla.

CAPITULO II

Reyes Marín abrió la puerta de su casa, bajó los tres escalones que la separaban de la acera y salió radiante a la calle Alfonso XII de Sevilla. Era una preciosa joven que parecía satisfecha de vivir, siempre amable y sonriente, orgullosa de su familia y feliz de verse querida y mimada por sus padres y hermanos. Por algo era la más pequeña y todos la consentían. Con paso ligero se dirigió hacia el utilitario en el que, con la puerta abierta , la esperaba Rafael, compañero de curso en la Facultad de Derecho y al que le parecía un golpe de fortuna poder llevarla diariamente a clase.

- ¡Hola!, ¿recibiste mi nota? – Preguntó ella alegremente.

- Sí, ya sabes que estoy pendiente de que me llames o me avises. Estuve en la biblioteca y me hice con una copia de los apuntes que necesitabas.

Su voz denotaba satisfacción. Prosiguió:

- También estuve preparando la excursión por el río para la próxima semana. Será un éxito, ya lo verás.

- Bueno, repasemos lo que vamos a necesitar en el barco y así estoy segura de que todo irá estupendamente. Pero piensa que aún nos faltan dos exámenes, precisamente los más duros y los que llevo peor preparados. Tengo que estudiar muchísimo si quiero aprobar el segundo trimestral completo.

Reyes había heredado la personalidad y el temperamento de su padre y la tenacidad y los rasgos físicos de su madre. Sentía una gran simpatía y un fraternal cariño por Rafael Manzano. Y es que Rafael con su apariencia de niño grande, su entusiasmo y buen corazón se hace querer por todos y es el alma de todas las fiestas y correrías que organizan entre ellos. De las pocas cosas que no le causan ilusión ni entusiasmo es el estudio, pero su padre le impuso ante todo que terminara Derecho porque estaba temiendo que dejara pasar el tiempo sin estudiar nada. Su padre se dedica a la agricultura y en el campo don Rafael Manzano se mueve como pez en el agua. Había intentado aficionar a su hijo desde pequeño al campo y a sus labores, le había comprado caballos cuando tuvo edad, le acondicionó el caserío de un campo cercano a Sevilla para que fuera allí con sus amigos y disfrutaran de la vida al aire libre lejos de las calles de la ciudad, le hablaba seriamente de su porvenir que estaba ligado irremediablemente al campo como hijo único que era. No lo convenció. Accedió a estudiar en la Facultad y ante la sorpresa de todos a los pocos días el joven desinteresado por los estudios se convirtió de repente en un asiduo de las clases, de la biblioteca, de todo lo que oliera a libros. La explicación a este misterio la tuvo su padre días después: había conocido a Reyes Marín.

Con la alegría que tan solo unos jóvenes con buena salud y sin problemas puede demostrar, se dirigieron a la Facultad con el tiempo justo para llegar a la primera clase. Allí estaban citados con la inseparable Carmen Vila, compañera de curso y amiga íntima de ambos, de familia con profundas raíces sevillanas, su padre funcionario de Hacienda y la madre farmacéutica en la farmacia de sus abuelos.

Una vez finalizada la clase se tomaron un bocadillo en el bar y sin más preámbulos se marcharon a toda prisa al Club Náutico donde les esperaba la pequeña embarcación que les iba a conducir por el río hasta Sanlúcar en una excursión que ellos imaginaban como un sueño prodigioso. Desde que en septiembre le regaló a Rafael su padre, por haber terminado el segundo curso completo, un pequeño barco a motor de poco más de seis metros y medio de eslora pero con capacidad para siete personas a las que un motor de ciento veinte caballos puede trasladar a gran velocidad, los tres amigos maduraban su viaje inaugural.

El río bajaba caudaloso y sus aguas turbias formaban peligrosos remolinos. El nivel del río era muy superior a lo normal al comenzar la primavera y casi cubría los pantalanes de amarre. Imponía verlo tan cerca, pues parece que sus rápidas y sucias aguas te pueden devorar al menor descuido, que si caes en ellas difícilmente saldrás con vida. Solo la luminosidad del abril sevillano aminoraba tan amenazadoras sensaciones.

Cada uno de lo excursionistas tenía asignado su trabajo de antemano: Rafael comprobaba los niveles de combustible en los tanques y de agua dulce en los circuitos; Reyes transportaba a bordo los víveres que tenían almacenados en un pañol del Club; y Carmen organizaba y distribuía los víveres. La embarcación la habían puesto a flote, amarrada lo más cerca posible del pañol, facilitando así la carga de los víveres. Rafael estuvo baldeando el casco y la cubierta con agua dulce y como todo el barco está construido de material plástico reforzado la superficie resultante es sumamente resbaladiza.

Reyes venía con más paquetes de los que podía abarcar, casi le impedían ver donde pisaba. La prisa por terminar, sin saber para qué, la impericia o un deslumbramiento inoportuno provocó la tragedia: al subir al barco tropezó con el pasamanos, resbaló al pisar, se golpeó con la cubierta y cayó al río.

II

Raúl Crespo tuvo desde su infancia la suerte de cara. Todo le salía bien aunque los pronósticos le fueran contrarios. Nacido en una familia numerosa, era el cuarto de siete hermanos, siempre destacó por su fuerte personalidad y el inmenso deseo de aventajar a todos en todo, ser el primero, hacerse notar y salir de la mediocridad de la clase social en la que estaba inmerso. El hecho de vivir con sus padres en el barrio madrileño de Argüelles, de ambiente estudiantil, le había inculcado desde pequeño la idea de que él formaría parte de ese mundo universitario, idea que se hizo irrenunciable pese al proyecto paterno de que se ganase la vida trabajando en la fábrica de jabones y perfumes donde él mismo trabajaba. Su obstinación, tenacidad e inteligencia consiguieron cambiar las intenciones de su padre y después de terminar brillantemente los estudios preuniversitarios se graduó en Derecho.

Pero una vez conseguido su propósito no encontraba solución a la necesidad apremiante de ganar dinero e independizarse, por lo que buscó un trabajo ajeno a su preparación universitaria y comenzó a trabajar de agente comercial en una empresa dedicada a la explotación de máquinas de juego. A ello se dedicó en cuerpo y alma y en pocos meses se ganó con su entusiasmo el aprecio de sus jefes. A los dos años tenía a su cargo la provincia de Madrid y un año después había doblado el volumen de facturación y sus jefes lo admitieron como socio.

Ya tenía dinero y una sólida posición, pero Raúl no se conformaba, quería más, mucho más. Por medio de sus contactos comerciales se introdujo como socio en un “bingo” que acabó comprando totalmente después de vender sus acciones en la empresa de máquinas de juego. Con el bingo ganó mucho dinero en poco tiempo, como él soñaba. Reinvirtió sus ganancias y abrió otros dos locales de juego que tuvieron gran éxito social y económico. En sus lujosas salas se reunía lo más granado de Madrid y con sus dotes naturales para relacionarse con todas las clases sociales consiguió convertirse en un personaje de referencia al que muchos acudían pidiendo favores. A todos atendía con eficacia y cortesía, lo que amplió notablemente su cadena de amigos agradecidos y admiradores a la expectativa.

Tanta fortuna en sus negocios empezó a levantar recelos y temores en el mundo del juego, círculo cerrado donde no son bien vistos los advenedizos y menos si les acompaña el éxito. Primero recibió consejos no solicitados, luego advertencias y por fin claras amenazas. A las amenazas siguió una serie de ofertas por parte de la competencia que en principio no atendió, pero que poco a poco le hicieron pensar que ya había exprimido el limón del juego y ahora debía emplear su inteligencia en sacar el mejor partido posible de su envidiada posición. Investigó, sonsacó, preguntó y después se entrevistó con quien mejor ofertaba y más garantías le ofrecía. Pronto llegaron a un acuerdo para la compraventa aunque hubo que esperar algún tiempo para realizar el contrato dado que exigía el pago en efectivo y no era fácil reunir tan importante suma. Cumplida la condición Raúl se encontró en posesión de una fortuna mayor que la soñada, obtenida siendo joven y solo con su esfuerzo. Ahora tenía que tomarse tiempo para estudiar en que iba a invertir tanto dinero en efectivo y que iba hacer con tanta vida por delante.

Pensó que era un buen momento para olvidarse de toda preocupación y nada mejor para ello que un largo viaje recorriendo la península sin fijarse metas, ir a cualquier parte y quedarse por tiempo indeterminado. Llamó a su agencia de viajes y le encargó un coche-cama para cualquier ciudad con buen clima y buenos hoteles. En la agencia le consiguieron un billete para Sevilla. El primer día hizo el mismo recorrido que miles de turistas, visitando los muchos monumentos que tiene la ciudad y disfrutando del bullicio alegre y ordenado de sus barrios típicos. Estaba contento y felicitaba mentalmente a la agencia por su atinada elección.

Se levantó con buen ánimo, dispuesto a seguir conociendo lo mejor de la ciudad. En el hotel le dijeron que en estos días estaban instalando las casetas para la Feria de Abril que empezaba en una semana y deseoso de ver cosas nuevas hacia el ferial se dirigió. El taxi lo dejó a la espalda del Club Náutico y él se acercó con curiosidad al río. El cielo estaba completamente azul, el viento en calma y se respiraba la primavera, un domingo magnífico para vivirlo.

Distraídamente dirigió la mirada al puente que cruza al Parque de María Luisa y a las pequeñas embarcaciones amarradas en el Náutico, cuando de pronto vió algo que le erizó la raíz del cabello: una joven cargada de paquetes acababa de caer al río. No lo pensó y sin desprenderse de ropa ni zapatos se lanzó a las aguas turbulentas en las que ya no veía más que paquetes desplazándose a gran velocidad. Nadó con todas sus fuerzas a favor de la corriente y al instante vio emerger unos metros mas allá la cabeza de la joven para volver a hundirse. Raúl metió la cabeza en el agua barrosa y aprovechando la inercia se impulsó con brazos y piernas en un intento desesperado por alcanzarla. En los pocos segundos transcurridos Reyes había recorrido casi cincuenta metros, el agua fría eliminó parcialmente la nube que el golpe contra la cubierta del barco puso en su cerebro tomando conciencia de su situación. Sacó la cabeza sin saber cómo y sintió una mano que la agarraba por los pelos con un doloroso tirón. Ahora ya sabía el peligro que estaba corriendo, que alguien la ayudaba y tenía que poner todo de su parte. Raúl consiguió acercarla hasta poder abrazarla por la cintura y reposar la cabeza en su pecho y nadando de espalda consiguió formar un bloque con los dos cuerpos. Reyes sabía nadar y ya no era un peso muerto para su salvador, ella cooperaba moviendo las piernas acompasadamente y la situación perdió gravedad. Mientras estos dramáticos sucesos acaecían unos jóvenes remeros del contiguo Círculo Mercantil que preparaban su piragua se percataron de lo ocurrido y rápidamente lanzaron la embarcación al agua. Solo necesitaron varias paladas para que la veloz piragua se pusiera a la altura de la pareja y, cruzándola a la corriente, consiguieron detenerlos primero para luego remolcarlos hasta la orilla, donde con gran dificultad lograron subir.

En aquellos momentos Reyes era consciente pero experimentaba una mezcla de emociones que la aturdían: alegría, miedo, agradecimiento y un estado de excitación que le hacía sentir los latidos del corazón en las sienes. Estaba viva, por encima de todo estaba viva, cuando uno segundos antes se veía morir ahogada en las aguas cenagosas. Miró a Raúl, miró a los jóvenes remeros y sin poderlo evitar se abrazó a ellos llorando entrecortadamente. Los dos náufragos tenían un aspecto lamentable, empapados, las ropas manchadas de barro, ambos habían perdido los zapatos y Reyes tosía convulsivamente intentando sacar de sus pulmones los últimos restos de agua, luciendo en la frente, sobre el ojo izquierdo, un voluminoso chichón.

Rafael y Carmen que asistieron impotentes a casi todo el salvamento, llegaron corriendo hasta el grupo temiéndose un desastre y con la ansiedad en el rostro. Algo más tranquilos al verlos en pié y relativamente serenos, decidieron llevarlos a la urgencia médica más cercana. Por indicación de los remeros se dirigieron a la recién instalada en el ferial y tras un breve examen le dieron el alta a Raúl y aconsejaron unas radiografías a Reyes. Se despidieron calurosamente de los dos jóvenes a quienes probablemente debían la vida y prometieron visitarlos otro día con más calma.

Reyes y Rafael tenían en el Náutico bañadores y ropa de verano en sus taquillas. Reyes vistió las suyas y Raúl las de Rafael. Y así adecentados se fueron los cuatro a la cercana Residencia Sanitaria García Morato donde, entrando por Urgencias, le hicieron a Reyes un examen completo y radiografías del cerebro y tórax, con buenas noticias porque su juventud salió triunfante del envite. La alegría se desbordó en el grupo, se abrazaban y reían y lloraban a la vez dando rienda suelta a los nervios contenidos.

De pronto se dieron cuenta que no se conocían todos entre si, que el verdadero salvador de Reyes, el que expuso su vida por ella, era un desconocido para los tres amigos. Callaron unos segundos y Carmen tomó la palabra:

- No sabemos como darte las gracias por lo que acabas de hacer por nuestra amiga. Te debemos su vida, esto no lo podremos olvidar nunca ni permitiremos que nadie lo olvide. Gracias, con toda nuestra alma muchísimas gracias.

Las lágrimas pugnaban por salir aunque trataba de impedirlo. No quería llorar en aquel momento de felicidad. Continuó:

- Yo soy Carmen, ella es Reyes y él Rafael, ¿y tu como te llamas?

Reyes no dejó contestar a Raúl, interrumpiéndole con voz afectada por la emoción

- Es a mi a quien has salvado exponiendo tu vida por conseguirlo. Te lanzaste al río sin saber quien era y sin pensar las consecuencias. Te doy las gracias por salvarme la vida y por el valor y la generosidad que has demostrado. Yo no te olvidaré nunca.

Raúl estaba impresionado por el calor de sus palabras. Hasta entonces no había visto a la preciosa chica que salvó del río, solo entendió que el destino puso en su camino una vida en peligro, que el podía salvarla y la salvó sin apenas verla. Estaba un poco incómodo ante tanto agradecimiento y no sabía que decirles. Contestó a la pregunta de Carmen.

- Yo me llamo Raúl Crespo y estoy en Sevilla de paso. Ha sido una casualidad que viera la caída de Reyes y que estuviera en ese momento tan cerca del río. Si os digo la verdad casi no me he dado cuenta de lo que ha pasado, actué por instinto y todo ha salido bien. Vamos a celebrar que podemos contarlo. Y para mi el mejor premio es ver como te recuperas rápidamente y que este incidente pronto será para ti un mal recuerdo, algo para contar a tus nietos.

- Por supuesto que no lo olvidaré jamás, pero dejando de lado el miedo y la angustia que he sufrido, también recordaré siempre que un desconocido arriesgó su vida por salvar la mía. Y conocer alguien capaz de hacerlo es una satisfacción inolvidable.

Rafael dio el punto de sentido común tan característico en él.

- Bien, Reyes vamos acompañarte a tu casa, descansa un rato y llama a tus padres no sea que se enteren por otro medio y se lleven un susto de campeonato. ¿Vienes, Raúl?. La acompañamos y luego te dejamos donde quieras. Pero antes de separarnos me gustaría intercambiar nuestros teléfonos y direcciones y, si te parece bien, quedamos para comer o tomar unas copas antes de que te marches. No podemos separarnos como si nada hubiese ocurrido.

Raúl se debatía en la duda. Comprendía las razones de Rafael, pero no quería perder tan pronto la autonomía y libertad de actuación con que salió de Madrid. No quería compromisos ni complicaciones, bastantes había tenido ya. Por otra parte algo en su interior, su famoso instinto, le decía que cometería una torpeza imperdonable si dejaba escapar la posibilidad de volver a ver a Reyes.

- De acuerdo, tomemos nota de direcciones y teléfonos. Mañana te llamo, Rafael, y quedamos para dar una vuelta y tomar unas copas. Ahora os agradecería que me dejaseis en el hotel para cambiarme.

Se encontraban todavía en los jardines de la Residencia Sanitaria. Tomaron sus notas respectivas y subieron al coche. Rafael, al volante, preguntó:

- ¿En que hotel estás, Raúl?

- En el Alfonso XIII.

- Bien, como Reyes vive en el centro a ti te dejamos de camino.

Delante del hotel se bajaron todos y acompañaron a Raúl hasta la entrada. Se abrazaron repetidas veces, aunque Raúl no era muy dado a las manifestaciones emocionales. Cuando ya tenía el coche en marcha, le dijo con sorna Rafael:

- No te olvides devolverme mi camisa y pantalón.

Y entre risas partieron los tres amigos, poniendo en evidencia el tesoro de sus veinte años.

CAPITULO III

Al día siguiente, lunes, la entrevista en Sevilla con el director del Banco resultó fructífera. Don Eduardo y su hijo Miguel consiguieron el crédito solicitado sin excesivos problemas. Las garantías ofrecidas resultaron suficientes, aunque revisables en el plazo de un año, tiempo suficiente para salir de la coyuntura y superar las actuales circunstancias adversas. Ya tenían el dinero que necesitaban con urgencia y estaban satisfechos. Se dirigieron a su casa para ver a Reyes y la encontraron estudiando. Su aspecto era normal excepto el enorme chichón sobre su frente que hoy estaba más llamativo si cabe. Cuando Reyes los oyó entrar se arrepintió de no haberles comunicado a sus padres el accidente en el barco. Pensó llamarlos, pero lo fue dejando y al final se iban a enterar por vía directa y eso podía causarles serios problemas, el primero una negativa paterna al viaje por el río. Bajó corriendo las escaleras con su mejor sonrisa hasta abrazar a su padre y a su hermano que corrían hacia ella.

- ¿Pero que te ha pasado en la frente? – Le dijo su padre cuando pudo verla .

- Nada importante papá, que resbalé en el barco y me di un golpe con la cubierta, pero ya ni duele......bueno, me noto el golpe.

- Pudiste lastimarte, no es para tomarlo a broma. Cuéntame como fue.

- Pues, como te digo, resbalé al subir, caí y me golpeé en la frente. Pero papá, no le des más importancia. Anda Miguel, vamos a llamar a mamá y luego nos vamos a dar una vuelta

 

Miguel había estado observando a su hermana y estaba seguro que no les había contado todo. La quería tanto y la conocía tan bien que difícilmente podía engañarlo con su aire ligero y despreocupado.

- ¿Y que más te pasó, Reyes? – Le espetó medio en serio medio en broma.

Ella no quería engañarles y ante una pregunta tan directa se vino abajo y, sin dramatizar, les contó punto por punto todo lo sucedido. La cara de don Eduardo era un espejo de la narración y cuando su hija terminó la preocupación la ensombrecía.

- Pudiste haberte ahogado, no quiero ni pensarlo. Gracias a Dios que todo ha quedado en un chichón y una experiencia que confío no desaproveches. Quisiera saludar a este chico que te salvó, darle personalmente las gracias y también a los otros dos que intervinieron en tu salvamento.

- Mira papá, Raúl anda por ahí descubriendo Sevilla y no lo puedo localizar. Si quieres, llégate a su hotel y déjale una nota. El te lo agradecerá igual que si se lo dices en persona. Y a los piragüistas iremos nosotros a verlos, como ya les dijimos ayer. Ha sido un accidente que no tiene por qué repetirse. Y confío en que me permitirás el viaje que tenemos programado a Sanlúcar y que si no me dejas ir le reventamos a Carmen y a Rafael la excursión que llevamos tanto tiempo preparando. Tu sabes que el río no es peligroso normalmente, han sido las ultimas lluvias que lo han convertido en un Amazonas, pero ese peligro le dura al Guadalquivir un par de días. Dos días más y vuelve a ser el corderito de siempre. El barco es nuevo y Rafael sabe manejarlo. Y yo voy a tener muchísimo cuidado, tenlo por seguro.

Don Eduardo no quería discutir con su hija, ni llevarle la contraria, casi nunca lo hacía. Habló con su mujer brevemente y se fueron los tres a dejar en el hotel de Raúl la nota de agradecimiento que parsimoniosamente le había escrito. Tenía la esperanza de que estuviese allí, pero como vaticinó Reyes ya había salido. Miguel, para contentar a su padre, propuso conocer a los dos compañeros de viaje a los que solo conocían de oídas. Reyes aceptó la propuesta, llamó a los dos y quedaron en un bar del centro. En media hora estaban los cinco charlando animadamente y, sobre todo Rafael, con la vista puesta en quitar cualquier resabio para la excursión y aprovechó el buen momento para anunciarles que saldrían para Sanlúcar el sábado temprano para volver el domingo por la tarde. Padre y hermano pudieron apreciar la calidad humana de los dos amigos y el cariño y compañerismo existente entre los tres.
Fueron invitados a comer, pero se excusaron educadamente.

Una vez en privado don Eduardo llamó al bufete de su hijo Luis y le comunicaron que estaba en Madrid, así que se fueron los tres a un restaurante próximo. Entre platos comentaron padre e hijo la buena impresión causada por los amigos y que la mañana fue intensa con buenas y malas noticias, pero al final la impresión era positiva. Dejaron a Reyes en casa y se despidieron de ella con el cariño y el punto de tristeza con el que siempre despedían a su queridísima niña. Todavía antes de marcharse intentaron hablar con Raúl sin resultado.

Rafael también llamó repetidas veces a Raúl para concertar la cita acordada el día anterior y no lograba localizarlo. En realidad fue Raúl quien insistió en llamarlo, pero parecía que lo había olvidado. No lo olvidó ni por un momento, pero se debatía en un mar de incertidumbres y recelos, el siempre tan osado, pues sentía una timidez desconocida cada vez que pensaba en el encuentro con sus nuevos amigos. Quería atribuir estas sensaciones a lo precipitado del compromiso, pero sospechaba que era

Reyes el compromiso que le acobardaba. No quiso quedar en evidencia y a última hora de la tarde llamó a Rafael.

- Pensaste que me olvidé de vosotros ¿no?. Estuve todo el día de un lado para otro y ahora cuando llego al hotel, entre otros avisos, tengo un compromiso para esta noche. Me pregunto si os da lo mismo que nos veamos mañana.

- No hay ningún problema, Raúl. Nosotros estamos estudiando sin parar y solo nos fastidia por las ganas que tenemos de verte, pero nos viene bien no perder un minuto de estudio. El viernes tenemos dos exámenes.

- Mira, pues hacemos una cosa: nos vemos el lunes que han pasado los exámenes y además me enseñáis la Feria, ¿te parece bien?.

- De acuerdo, espero tu llamada el lunes, no muy temprano porque vendremos cansados de nuestro viaje. Le comentaré a Carmen y Reyes tu llamada. Un abrazo y hasta el lunes. Diviértete mientras tanto.

Quedó más tranquilo después de la llamada. Tenía unos días para aclimatarse y para pensar en su nueva situación. Porque el incidente del río era un punto de inflexión en su vida, estaba convencido. Le había conmovido la nota de agradecimiento de don Eduardo, translucía el enorme cariño por su hija y el terrible dolor que hubiera sido su pérdida, algo que no podía ni pensar. Y por ello la veracidad de su gratitud. Se prometió que no se iría de Sevilla sin saludarlo personalmente.

Desde la tarde del lunes y durante el resto de la semana los tres amigos estudiaron sin pausa, día y noche e indistintamente en cualquiera de los tres domicilios, y el viernes sufrieron un duro examen por la mañana y otro por la tarde. Terminaron extenuados, sin ganas ni fuerzas para celebrarlo, por lo que se fueron cada uno a su casa y quedaron en verse a primera hora.

CAPITULO IV

Eran las nueve de la mañana cuando el barco abandonaba su amarre y se deslizaba lentamente por las calmadas aguas del río. A esa hora empezaba a bajar la marea, es decir, a retirarse al océano las aguas que seis horas antes el océano había enviado hasta Sevilla, más allá hasta Alcalá del Río. Este aporte oceánico es lo que permite que el Guadalquivir sea navegable hasta el mismo Sevilla, por supuesto practicando un dragado casi continuo de su cauce. Cada veinticuatro horas la marea sube dos veces entrando por Sanlúcar de Barrameda y aprovechando su impulso por la inmensa planicie por la que discurre el río llega hasta las compuertas de Alcalá del Río. Y baja otras dos: aproximadamente a las seis horas ese impulso, provocado por la posición de la luna respecto de la tierra, desaparece y el río sigue su camino natural en busca del mar. Y así indefinidamente alrededor de cada seis horas, minutos más unas veces y menos otras. Rafael , provisto de un libro de mareas, esperó la marea baja para aprovechar su fuerza, obteniendo más velocidad con menor gasto de combustible y mientras esperaban terminaron los trabajos que realizaban cuando ocurrió el accidente de Reyes.

La superficie del río parecía un espejo y el agua, reflejando el cielo, se veía azul apareciendo limpia cuando nunca lo está del todo porque siempre lleva barro en disolución. En el cielo no había nube alguna y corría un ligero viento de poniente que disipaba la humedad que el sol levanta del río. Un día estupendo para navegar, con muy buena visibilidad y temperatura agradable.

Los tripulantes estaban felices como niños, disfrutando ellas de la novedad de un viaje en barco y él de pilotar un barco tan manejable y moderno. Mientras abandonaban las instalaciones portuarias Rafael iba con precaución ya que surcan el río pequeñas embarcaciones de recreo, que se multiplican los fines de semana, y “golondrinas” de mayor envergadura dedicadas a paseos turísticos. Una vez salvados estos obstáculos aceleró ligeramente y el barquito alcanzó su velocidad de crucero, aumentando si cabe el optimismo de los tripulantes y acrecentando la impresión de libertad que siempre produce un barco desplazándose velozmente.

- ¿ Que os parece “El Rocío”? Mi padre no me pudo hacer mejor regalo y nosotros vamos a disfrutarlo. Cuando lleguemos a la esclusa vamos a desayunar porque yo tengo un hambre de tiburón. Anoche no cené y no me encuentro el estómago. – Dijo Rafael y tuvo el aplauso de sus escoltas, tan hambrientas como él.

Para salvar el escaso desnivel existente entre la desembocadura y el puerto de Sevilla, se ha fabricado una esclusa en las cercanías de éste, funcionando de distinta manera según la dirección sea hacia Sevilla o, como en este caso, hacia Sanlúcar donde el nivel del río es el nivel del mar. La esclusa tiene una gran eslora de forma que entran a la vez varios barcos, dependiendo el número de las esloras de cada uno. Para bajar a Sanlúcar se cierra la compuerta más cercana a la desembocadura (sur) y entran todos los barcos, se cierra también la compuerta norte y se vacía la esclusa hasta conseguir el nivel del mar. Entonces se abre la compuerta sur y los barcos parten hacia Sanlúcar. Toda esta maniobra lleva su tiempo que nuestros excursionistas piensan dedicar a desayunar como jóvenes hambrientos que son. Abrieron el canasto donde tenían preparado el desayuno y acabaron en pocos minutos con su contenido, seguramente el mejor desayuno de sus vidas y no exclusivamente por la calidad de los alimentos sino más bien por la compañía y el ambiente que los rodeaba. Terminaron el desayuno casi al mismo tiempo que abrían la compuerta sur.

Eran cuatro los barcos que salieron de la esclusa rumbo a Sanlúcar y por este orden: un petrolero, dos cargueros y el de nuestros amigos, el más pequeño con gran diferencia. El ancho del río en esta zona y hasta cerca de la desembocadura no permite adelantamientos, por lo que Rafael prefirió salir el último y ganar en tranquilidad lo que podía perder en velocidad. No tenían prisa y de cualquier forma se tarda cinco horas y pico en llegar a Bonanza, así que estarían atracados sobre las tres de la tarde, con tiempo suficiente para comer en algún restaurante de Bajo-Guía, el antiguo puerto pesquero de Sanlúcar ahora trasladado a Bonanza.

Siguiendo la estela del segundo de los cargueros y cómodamente instalado en la timonera, Rafael estaba atento en mantener la distancia con el convoy mientras sus camaradas tomaban el sol en la bañera de popa disfrutando del paisaje. Llevaban cerca de una hora de navegación y la mañana cada vez estaba más agradable. Ahora se acercaban a los últimos pueblos de la margen derecha, Coria del Río y La Puebla del Río, tan próximos que parecen uno solo, y en veinte minutos llegarían a los dos grandes ramales que salen del caudal principal del río, uno hacia la derecha, el Brazo de la Torre, que se vuelve a unir al caudal principal cerca de Bonanza y da lugar a la Isla Mayor; y otro hacia la izquierda, el Brazo del Este, que cuando se vuelve a unir al caudal principal forma la Isla Menor. Ambas islas y toda la zona adyacente forma parte de la marisma, cruzada por multitud de canales que dan lugar a su vez a multitud de pequeñas islas, lagunas de todos los tamaños, antiguos cauces inundados y caños más o menos profundos que distribuyen el agua durante la inundación. El espectáculo desde el río es impresionante y las viajeras no paraban de comentarlo.

- Mira, mira, un ciervo detrás de aquel árbol.

- No mujer, es un gamo, fíjate en la cornamenta.

En el río también tenían donde mirar, pues en vísperas de Feria son muchos los yates de gran calado que suben hasta Sevilla y el cruce con ellos es una fuente de comentarios antes del cruce, al verlos venir, y después por los alegres saludos que les regalaban sus tripulantes. Los meandros, alguno de consideración, mantenían la atención de Rafael que trataba de evitar el cruce en el centro de la curva, pero no le impedía participar en las bromas y risas de sus compañeras sin dejar de mirar siempre adelante, observando la distancia a la orilla cercana y la popa del carguero para no salirse del canal dragado, aunque el poco calado de su barco le daba un margen amplio de seguridad.

Conforme avanzaban el río se iba convirtiendo, al disminuir progresivamente el aporte de agua de mar, en el “río de barro salobre” que le llamó algo despectivamente el gran Antonio Machado, tan magnífico poeta como desagradable personaje. En realidad cuando baja la marea el río tiene menos sal y más barro. Una vez superado el cruce con ambos ramales en algo más de una milla aparecen por la izquierda las plantaciones de arroz de la Isla Menor y por orilla derecha se pueden ver en grandes manadas los toros bravos pertenecientes a las famosas ganaderías sevillanas. En verdad pocos animales tan bellos como el toro bravo y en libertad en el campo acrecienta su belleza y señorío.

Ante este panorama se habían quedado los tres silenciosos y ensimismados, por lo que Rafael las llamó y se reunieron en la timonera.

- Bueno, parece que llegaremos a Sanlúcar un poco antes de lo previsto. Estos de delante deben tener prisa o la tiene el Práctico que lleva el petrolero, pero calculo que estaremos en Bajo-Guía antes de las tres. Nos tomamos unas copas y unas tapas y luego comemos si aún tenemos hambre. – Les informó Rafael.

- Y después nos podemos ir a mi casa a descansar y lavarnos un poco y luego por la noche nos dedicamos a recorrer el pueblo.

- Querrás decir los bares del pueblo. – Corrigió Carmen.

- Últimamente con tanto estudio y tanto examen no hemos tenido tiempo para divertirnos, así que esta noche me tomo la revancha y cuento con vuestras sugerencias y colaboración. Y a ti, Reyes, que tan bien conoces el pueblo te nombramos nuestra guía , ¿estamos de acuerdo?.

Un murmullo de aprobación y risas acogió las palabras de Rafael.

CAPITULO V

El contrabando entre Marruecos y España se ha venido realizando desde tiempo inmemorial a través, principalmente, de los puertos situados en la bahía de Algeciras que ofrecen playas protegidas para el desembarco y cercanía a los puertos de salida. En los años cincuenta el hachís se había convertido en el más rentable de los bienes alijados. Pero al final de los años sesenta se perfeccionó la vigilancia con nuevos equipos y personal especializado de tal manera que los traficantes buscaron otros puntos en la costa cercana menos vigilados. Pronto observaron que el Guadalquivir ofrecía muchos kilómetros de ribera desprovista de vigilancia organizada y que introducía la droga en el corazón de Andalucía. Al principio empleaban como medio de transporte tanto lanchas rápidas como buques de carga o barcos pesqueros, pero eran estos últimos los más numerosos y que con más frecuencia tocaban puerto. Cuando cerraron los caladeros del banco sahariano cientos de barcos quedaron amarrados a los puertos gaditanos y el negocio que los narcotraficantes ofrecían era mucho más rentable que la pesca aunque tenía sus riesgos, pero no encontraban otra salida. Muchos aceptaron y llenaron sus bodegas de sacos de hachís en vez de cajas de pescado con destino a Sanlúcar, sin embargo el pesquero no atracaba en Bonanza sino que continuaba subiendo por el río, siempre de noche, y cuando llegaba al punto convenido se acercaba a la orilla y arrojaba los sacos impermeabilizados que eran recogidos por pescadores de coquinas contratados al efecto y trasladaban la droga a cortijos o caseríos donde se almacenaba para su posterior distribución. Este negocio sucio dio lugar en Sanlúcar a los llamados “coquinas de oro”, humilde gente de mar que de la noche a la mañana se construían carísimas y aparatosas viviendas, sin que esta demostración de enriquecimiento repentino llamara la atención de las autoridades.

El productivo negocio ganaba adeptos cada día e iba extendiendo sus ramificaciones por toda la zona, convirtiendo a parte de la población en poco menos que cómplice de estos delincuentes. Se comentaba la complicidad de personas influyentes, autoridades, funcionarios, comerciantes y casi todo el mundo podía aparecer, al menos, como sospechoso y esta situación envenenaba la convivencia. Forzados por las críticas se reforzó la vigilancia y poco a poco se obligó a que traficantes y mercancía se disgregaran por la zona dispersando los puntos de recogida y almacenamiento.

II

Sin apenas darse cuenta llevaban tres horas navegando y por la orilla derecha aparecía ya el Parque Nacional de Doñana, en esta primavera inundado casi por completo en su zona de marismas. Se veían enormes lagunas, algunas cubiertas de miles de patos y ánsares que tienen en estas aguas su cuartel de invierno y aún no lo han abandonado. También se ven flamencos que están llegando a pasar el verano y que en próximos días multiplicarán su número. Las dos viajeras, sentadas a estribor en la bañera de popa, distraían al piloto continuamente con sus comentarios.

- Fíjate Rafael en esa familia de jabalíes. El padre es enorme y son más de diez.

- Aquellos son dos ciervos, no me dirás que son gamos con esas cuernas.

- No, los gamos están más al fondo y pastando con ellos hay otra familia de jabalíes.

Por la margen izquierda se veía Lebrija, último pueblo de Sevilla y en pocos minutos llegarían al punto donde el Brazo de la Torre se vuelve a unir con el caudal principal a la altura de Trebujena, ya en provincia de Cádiz. A partir de aquí el cauce se ensancha apreciablemente hasta el próximo meandro, el último antes de Bonanza.