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TEODORICO

EL TIPO QUE NUNCA HABÍA SUBIDO A UN PICO

Fernando Romero Caballero

TEODORICO

EL TIPO QUE NUNCA HABÍA SUBIDO A UN PICO

Ilustrado por

Agata Lech-Sobczak

{COLECCIÓN LIBÉLULA}

Primera edición, octubre 2017

© Fernando Romero Caballero, por el texto y los mapas, 2017

© Agata Lech-Sobczak, por las ilustraciones, 2017

© Esdrújula Ediciones, 2017

ESDRÚJULA EDICIONES

Calle Martín Bohórquez 23. Local 5, 18005 Granada

www.esdrujula.es
info@esdrujula.es

Edición a cargo de

Víctor Miguel Gallardo Barragán y Mariana Lozano Ortiz

Impresión: Ulzama

«Reservados todos los derechos. De conformidad con lo dispuesto en el
Código Penal vigente del Estado Español, podrán ser castigados con penas
de multa y privación de libertad quienes reprodujeren o plagiaren, en todo
o en parte, una obra literaria, artística, o científica, fijada en cualquier
tipo de soporte sin la preceptiva autorización.»

Depósito legal : GR 1229-2017

ISBN: 978-84-17042-36-3

Impreso en España· Printed in Spain

A Charo, por animarme a ser una cabra. A Jaime, por aceptarme en su rebaño. A todas la cabras de «Al Borde de lo Inconcebible». Y por supuesto, a Jesús y Carmen, mis dos cabrillas.

Y el caracol, pacífico

burgués de la vereda,

ignorado y humilde

el paisaje contempla.

La divina quietud

de la naturaleza

le dio valor y fe,

y olvidando las penas

de su hogar, deseó

ver el fin de la senda.

Federico García Lorca

1
Teodorico

Teodorico Canto de Soslayo vivía sin trabajar, pues su sustento le provenía de sus rentas y posesiones. Era descendiente de los Cantos, pero no de los de un lado, sino de los del otro, y eso era lo que le hacía ser el heredero de una generosa fortuna. Del apellido Soslayo no recibía nada, en cuanto a capital se refiere, pero se sentía orgulloso de ser el único portador de dicho apellido. Al ser hijo único, no tenía que compartir su patrimonio con nadie.

Teodorico vino al mundo tras un embarazo tardío, tan tardío que duró once meses. Sus padres, más que padres parecían sus abuelos, y por eso al fallecer éstos se quedó huérfano a temprana edad.

Teodorico nació con un don, que no era sino el de saber leer desde muy joven. Con tan sólo dos añitos se había leído el Quijote, y creo que desde ese momento adquirió la misma afición que el ingenioso hidalgo, leer, leer y siempre leer. Si investigáis, leéis o preguntáis a vuestro profesor de literatura, os daréis cuenta de que Don Quijote enloqueció leyendo novelas de caballería. A Teodorico le pasaba más o menos lo mismo, aunque más que loco diremos que estaba obsesionado por recopilar datos, leer muchos libros y hacer acopio de enciclopedias.

—¡Lo qué debería hacer usted es comprarse un ordenador! —le recomendaba Hortensia, el ama de llaves de nuestro protagonista, de la cual hablaremos inevitablemente más tarde— ¡En un ordenador puede usted guardar datos sin ocupar sitio!

—Me gusta el olor a libro —contestó Teodorico ajustándose sus enormes lentes, que ya alcanzaban la punta de su nariz—. No me distraiga, doña Hortensia, no me distraiga. ¿Sabía usted que Amenhotep IV proclamó la abolición de los dioses en favor de uno solo llamado Atón, pero sin éxito? Curioso el dato, muy curioso, ¿no le parece?

Teodorico Canto de Soslayo vivía encerrado en su mansión, situada en la periferia, al sur de su ciudad, en los límites de un barrio llamado Zaidín, en Granada. La vivienda estaba rodeada en su totalidad por jardines meticulosamente cuidados por Hortensia y, a su vez, estos jardines estaban rodeados por enormes edificios modernos. Los aledaños de la ciudad habían sido devorados por la construcción de torres de pisos y a Teodorico le llovieron generosas ofertas para que vendiese su palacete, a las que hizo oídos sordos. Solo le interesaba leer y leer, y le importaba un pimiento que construyeran alrededor de su casa. Con su herencia podía vivir muchas vidas sin trabajar y, como tampoco tenía pensado tener hijos, más que nada porque no tenía mujer, no hizo caso a esas ofertas.

Su enlace con el mundo exterior era Hortensia, que era la encargada de todo lo referente a la vida de Teodorico, salvo la lectura.

—¡Teodorico, hoy toca lavado! —le gritaba a su jefe el día que tocaba ducha.

—¡Leches! ¡Mientras me ducho no puedo leer! —protestaba el hombre.

Hortensia era una mujer de edad considerable, peso considerable y estatura considerable, pero sobre todo era una mujer a tener en consideración. Su pelo era rubio y largo, aunque siempre lo llevaba recogido bajo una cofia, y su cara era rechoncha, con unos mofletes enrojecidos destacando sobre su piel pálida. Su tono de voz era alto y agudo, y cuando hablaba parecía estar gritando.

—¡Pues léase las etiquetas de los botes de champú! —le propuso la mujer.

Al término de su aseo personal, Teodorico comentó a su ama de llaves:

—¿Sabía usted que las instrucciones de uso de mi champú vienen en cuatro idiomas? Además, está compuesto por agua, sodio…

—¡No lo sabía! ¡Pero ya sé que es un dato interesante!

—Debería leer usted un poco más.

Pues eso, que ella era la encargada de gestionarlo todo, y cuando digo todo, es todo. Salía al exterior para comprar la escasa comida que ingería su jefe y, sobre todo, era el enlace entre librería y lector.

—¡Corra, corra ligera como el viento y tráigame mis nuevos libros! —exigió cierto día Teodorico a Hortensia.

—¿Pero usted ha visto mi cuerpo serrano? ¡Estos kilos no están preparados para correr! ¡Qué sea la última vez que me agobia de ese modo! ¡Yo en estas condiciones no puedo continuar trabajando! —alegó la mujer con muy malas pulgas.

—Pero… si le he hablado con delicadeza y dulzura.

—¡Me ha dicho «ligera» y eso no se puede tolerar!

Al final de las discusiones, Hortensia siempre obedecía.

Dentro del hogar, la función más importante de Hortensia era limpiar todos los libros propiedad de Teodorico. No había manera de saber el número exacto de libros que convivían con esta curiosa pareja. Eran tantos, que cuando Hortensia cogía el plumero y comenzaba a limpiar, al llegar al último libro, este se había quedado desplumado. Había libros hasta en la cocina y en el baño, y, por descontado y como es lógico, también los había en la biblioteca. Todas las estanterías tenían escaleras y taburetes para poder alcanzar los que estaban más arriba.

—Ya sé que los libros no son míos —se quejaba Hortensia—, pero ya se podría usted desprender de unos cuantos.

—Todos los libros son necesarios y útiles. No me distraiga —contestó Teodorico, que estaba investigando unos datos sobre el sistema solar.

—Pero no entiendo, ¿para qué quiere este libro de cocina hindú? —preguntó la mujer cogiendo un libro al azar.

—¡Ay, mi querida Hortensia! —Teodorico cerró su libro sobre los planetas— Cuánta ignorancia hay en ese cuerpo tan grande.

—¡Como lo de la ignorancia sea más que tonta, la vamos a tener!

—Deje que le explique. La cocina hindú está relacionada con los indios de la India. ¿Dónde está el Taj Mahal? No me lo digas tú que ya te lo digo yo, en la India. ¿Y por qué se construyó? Por amor. ¿Cuál es la pareja de enamorados más famosa de la literatura? Romeo y Julieta. ¿Y qué comía esta parejita? Seguro que comida hindú no, pero nunca se sabe. Guarde el libro y no me distraiga, que voy muy bien encaminado con los satélites de Júpiter.

—A Júpiter lo voy a mandar yo de una patada —susurró la mujer, que perdía fácilmente la paciencia ante tan absurdos razonamientos.

A todo esto, sin darme cuenta aún no he descrito al protagonista de la historia. ¿Cómo os lo imagináis?

Al no salir jamás de casa y no practicar deporte alguno, invita a pensar que debe de ser una persona gorda, pero era todo lo contrario. Teodorico era flaquito como un fideo, pues se le olvidaba comer en multitud de ocasiones con tal de seguir leyendo. La piel la tenía blanca de no tomar el sol y Hortensia siempre lo achuchaba para que saliese o comiese.

—¡Aquí tiene la comida!

—Déjela por ahí, ahora le iré pegando bocados, que estoy inmerso en el estudio del criamiento aparejado del Pediculus humanus (piojo común y molesto como ninguno).

Luego, al rato, cuando Hortensia se pasaba para recoger las cosas de la comida, era frecuente oírla protestar:

—¡Hoy no ha comido nada! ¡Algún día le va a dar un penterre!

—Deje, deje. Ya comeré algo después —le decía Teodorico ignorándola.

Pues eso, que además de ser un ratón de biblioteca, el protagonista de la historia era bajito, flaquito y con poco pelo en la cabeza. Bigote y barba hacía tiempo que no se los cortaba, evidentemente para no perder tiempo y seguir buscando datos. Dormir, lo que se dice dormir, lo hacía poco y mal, pues se acostaba pensando en lo que iba a leer al día siguiente.

Su vestimenta se limitaba a un camisón remendado y unas zapatillas de paño, por eso de que vistiéndose perdería tiempo para sumergirse en sus libros.

Un dato importante es que el más feliz ante esta situación era el librero encargado de suministrar a Teodorico todo su material de lectura. Solo con lo que le vendía tenía suficiente para vivir.