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ÍNDICE

PRÓLOGO. Kenneth Rexroth.

CAP. XXVIII.—Que trata de la nueva y agradable aventura que al Cura y al Barbero sucedió en esta mesma Sierra.

CAP. XXIX.—Que trata del gracioso artificio y orden que se tuvo en sacar a nuestro enamorado caballero de la asperísima penitencia en que se había puesto.

CAP. XXX.—Que trata de la discreción de la hermosa Dorotea, con otras cosas de mucho gusto y pasatiempo.

CAP. XXXI.—De los sabrosos razonamientos que pasaron entre Don Quijote y Sancho Panza, su escudero, con otros sucesos.

CAP. XXXII.—Que trata de lo que sucedió en la venta a toda la cuadrilla de Don Quijote.

Plan de la obra.

MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

El ingenioso hidalgo
Don Quijote de la Mancha
6

Fondo de Cultura Económica

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

Primera edición FONDO 2000, 1999
Primera edición electrónica, 2017

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Esta lágrima se la hemos puesto nosotros, porque creemos que le sienta mejor.

SAINTE-BEUVE (1864)

PRÓLOGO

KENNETH REXROTH

Se sabe que muchas personas, no todas ellas españolas, consideran que Don Quijote es la ficción en prosa más grande que se haya producido en Occidente. Sin duda es uno de los pocos libros que un crítico auténticamente universal se atrevería a agrupar junto con El sueño de la alcoba roja, El cuento de Genji o el Mahabarata. Resume el mundo espiritual del hombre europeo que se encuentra a la mitad del camino, así como la Odisea y la Ilíada compendian el inicio o Los hermanos Karamazov el final. La novela resulta tan vasta y ecuménica que sólo inadecuadamente puede servir como epopeya de España: papel que desempeña mejor el Poema del Mío Cid, de carácter más nacional. Don Quijote representa sólo una parte de España, pero una parte que es mucho más grande que el todo.

Mucho se afirma en los libros de texto acerca de la intención de Cervantes de satirizar y destruir las novelas populares de caballerías. Lo que de hecho realizó Cervantes fue transustanciarlas. Don Quijote es el romance de Búsqueda de la Edad Media, que adquiere mayor poder y un nivel existencial por completo nuevo. Los países mediterráneos nunca aceptaron favorablemente la leyenda del Grial, mito que espiritualmente se encontraba más cerca del paganismo septentrional que del cristianismo. Pese a toda esta condición seudosacramental, la leyenda del Grial es, a su vez, mucho más protestante que católica. La doctrina del cuerpo y la sangre de Cristo, la cual comparten todas las novelas del Grial, no tiene nada que ver con los dogmas católicos del Santísimo Sacramento. La búsqueda del romance septentrional era la Búsqueda de la Otredad Absoluta: lo cual es verdadero desde Los Mabinogion hasta Franz Kafka.

Don Quijote emprende la búsqueda con la cabeza llena de fantasmas. Lo que encuentra es su propia identidad, pero llega hasta ella en comunión con otros. Descubre cómo es en verdad Don Quijote al darse cuenta de que los demás son como él mismo y que él se asemeja a ellos. El misterio que se revela lentamente en el desarrollo de las complicadas aventuras a las que se enfrenta don Quijote de la Mancha es el misterio de los actos de la vida. Sus encuentros son lo opuesto de los juicios gnósticos y las cuestiones del alma.

En el Libro de los muertos del antiguo Egipto, el fantasma de un difunto debe resolver los acertijos del Misterio con Fórmulas de lo Incomprehensible. En Don Quijote, el hombre que aún vive se acerca, paso a paso, a la realidad gracias al enigma de lo hechos. Sancho Panza y las empresas mismas comparten el escepticismo y el ingenio de Ulises. Estas sirenas y cíclopes son parte de la corrupción subjetiva que hay en la cabeza de Don Quijote. En ambas epopeyas, el mismo hombre mediterráneo que tiene innumerables recursos y una miríada de trayectos por recorrer busca la misma redención. ¿En qué consiste esta redención? Sólo se trata de la existencia vivida.

Las cómicas quimeras de Don Quijote —las ovejas y los molinos de viento— se desvanecen en cuanto la narración progresa, pero están lejos de ser meros disparates. Al ir leyendo comprendemos que no constituyen en lo absoluto ilusiones o, si lo fuesen, se trata de ilusiones que conforman un contexto. Son errores en la interpretación de un intento, errores en la comprensión del poderoso mana, la fuerza secreta con la cual los molinos de viento, las ovejas y la vida cotidiana de las posadas y las granjas de las serranías de España están sobrecargados. Sancho Panza siempre socava este misterio, mientras Don Quijote va más allá de él. Para Sancho lo habitual es sólo un lugar común; para Don Quijote lo habitual revela de continuo su propia trascendencia.

Es posible que todas las grandes obras de ficción aborden la conciencia de sí, la integración de la personalidad. De algún modo, éste es el tema de Don Quijote. Aún más que en las sabias ensoñaciones de Montaigne, Cervantes nos ofrece, en este dorado libro, la expresión más pura del humanismo; no sólo su mensaje, sino la peculiar sabiduría que sólo puede encontrarse en la aventura en los innumerables caminos del hombre.

Semejante sabiduría humana es difícil de hallar en el temperamento español que asociamos con San Juan de la Cruz, El Greco, Unamuno o García Lorca. La España Negra —la España de sangre y arena, de la noche oscura del alma, de la unidad del amor y la muerte— es atribuida a menudo a la herencia del Islam. Nada puede ser más falso. La noción de la vida en sí en tanto auto de fe surge como reacción específica en contra del humanismo sensual del califato de Córdoba.

Al igual que La canción de Roldán, el Poema del Mío Cid o el romance bizantino de Digenis Akrita, Don Quijote es una Epopeya del Límite, una resolución artística del enfrentamiento cultural del Islam y el cristianismo. Cervantes pasó la mayor parte de su vida en batallas o en cautividad con los musulmanes que poco antes habían sido sus compatriotas. Si alguna vez el cautiverio tomó en prenda al cautiverio, Don Quijote es justamente esa clase de novela que pudo haber sido escrita en Córdoba en la época de su esplendor, en El Cairo Fatimida o en el Bagdad de Harún al-Raschid: para el público inmemorialmente civilizado de Las mil y una noches.

Hay una diferencia importantísima de tono. Se trata de una diferencia evangélica. Don Quijote y Sancho Panza deambulan a lo largo de las llanuras polvorientas de La Mancha como Cristo y sus Apóstoles recorrieron un paisaje similar, mientras hollan espigas de trigo y mascan granos de cereal en la mañana de un Sábado; Don Quijote aprende “por la vía difícil” —como dicen algunos— que el Sábado fue hecho para el hombre, y no el hombre para el Sábado. Ésta es una enseñanza que la mitad de la cultura española se ha negado violenta y constantemente a aceptar: una visión de esplendores verdaderos que sobrepasan todos los imaginados, afirma Cervantes, y que sólo está al alcance de la nobleza de un loco, el loco más noble de la literatura.

¡Cuán urbano es todo esto!, a pesar de que las aventuras de Don Quijote tienen lugar entre campesinos y castillos, entre miseria y esplendor. La inteligencia que opera sobre este material es la inteligencia de un ciudadano que no habita un pueblo miserable; habita antes bien esa república mediterránea universal que se remonta hasta la Jericó de la Edad de Piedra con sus calles de arena, sus buenas acequias, sus casas de adobe rodeadas de jardines, sus foros en que los hombres iban a escuchar y a charlar acerca de cada una de las novedades, su vida de decencia y orden. Iberia responde a los visigodos.

Nada muestra mejor la dimensión humana omnienvolvente de Don Quijote que la inmensa literatura a la que ha dado origen. Hay tantas interpretaciones del héroe de Cervantes como las hay del hombre mismo. Teósofos, miembros de la Iglesia de la ciencia de Cristo, bautistas, católicos, así como apóstoles del oficio con una sonrisa: todos ellos se encuentran en la Biblia, y también pueden hallarse en Don Quijote. Hay tantas interpretaciones como intérpretes, y, a decir verdad, la mayoría de las interpretaciones son en extremo antagónicas a la mía propia.