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Actitud-E

© 2015, Felipe Gómez Arbeláez

© 2015, Intermedio Editores S.A.S.

Edición y diseño

Equipo editorial Intermedio Editores

Diagramación

Claudia Milena Vargas López

Diseño de portada

Lisandro Moreno Rojas

Intermedio Editores S.A.S.

Av Jiménez No. 6A-29, piso sexto

www.circulodelectores.com.co

www.circulodigital.com.co

Bogotá, Colombia

Primera edición, marzo de 2015

Este libro no podrá ser reproducido

sin permiso escrito del editor.

ISBN: 978-958-757-487-6

Para contactar al autor o reservar una conferencia:

www.felipegomez.co

Twitter: @ActitudE

ePub por Hipertexto / www.hipertexto.com.co

ABCDEFGHIJ

Para Pili, el amor de mi vida.

Gracias infinitas por:

Enfocar mis sueños.

Darme energía a través de tu amor, dedicación y apoyo.

Tu empeño por amar a Dios.

Ser la mejor compañera de equipo para la vida.

La elasticidad de tu mente, que siempre cuestiona, indaga, propone y sube la vara.

Tu entrega incondicional con nuestra familia y, en especial, con nuestros hijos.

Ser mi estrella y por el brillo de tu presencia.

Introducción

En este momento me siento realmente honrado de saber que tiene mi libro en sus manos. No sé si capturó su atención la portada, si alguien se lo regaló o si un amigo, familiar o colega se lo recomendó. Cualquiera que sea el caso, quisiera agradecerle su interés y su confianza. Este es mi primer libro y debo reconocer que escribirlo ha sido más difícil de lo que pensé, pero, a la vez, fue un ejercicio edificante y lleno de aprendizajes. Resultó ser un viaje fascinante. Un verdadero emprendimiento.

La idea de escribirlo surgió a partir de la reacción de muchas personas que, luego de escucharme en alguna de mis conferencias sobre el tema, me preguntaban: «¿Tiene un libro?». Ante mi respuesta negativa, con una extraña mezcla de frustración y entusiasmo, me manifestaban: «¡Tiene que escribirlo!». Sin embargo, algunas situaciones personales y profesionales me llevaron a posponer cada vez más la tarea de sentarme a escribir. Pero al fin tuve el coraje de comenzar a redactar las páginas que vienen a continuación.

Este es el resultado de ese esfuerzo que, con todo cariño y humildad, les comparto. Sinceramente espero que les sirva para reflexionar sobre sus vidas y para que entiendan la importancia del inmenso poder de emprender.

Sé con certeza que en sus mentes y sus almas hay muchos sueños por cumplir. Algunos de ellos se proyectan para el crecimiento personal; otros, para formar, fortalecer o salvar una familia. Por otra parte, están los sueños que nos pueden ayudar a progresar en actividades laborales o iniciar una empresa propia. También habrá anhelos enfocados en fortalecer la capacidad de ayudar a los demás o para crecer en espiritualidad (cualquiera que sea su convicción o credo).

También intuyo que existe una constante lucha interna entre la ilusión de cumplir esos sueños y el miedo a arriesgarse a trabajar por ellos, lo cual determina qué tantos de estos se podrán realizar y cuántos se quedarán en el pensamiento de lo que pudieron llegar a ser.

Este libro está fundamentado en mi experiencia de vida y en el análisis y estudio de grandes hombres y mujeres que fueron capaces de convertir sus sueños en realidad. Espero que esos ejemplos les sirvan como inspiración para que puedan lograr lo mismo con los suyos. Como autor, busco acompañarlos en esos procesos para que logren vencer el miedo y así puedan emprender sus sueños y cumplirlos. En otras palabras, este libro busca encender y expandir el fuego emprendedor que hay en ustedes. Es más grande y poderoso de lo que creen; por lo tanto, es su deber —y también el mío— despertarlo y usarlo, pues solo a través de este podrán maximizar su inmenso potencial para ser, para crecer, para hacer y para amar.

En su famoso discurso en la Universidad de Stanford, Steve Jobs (fundador de Apple) explicó cómo podemos entender mejor los sucesos —buenos o malos— de nuestras vidas en la medida en la que el tiempo avanza, también expuso cómo podemos «conectar los puntos» de esos momentos para entender el porqué de lo que nos sucede. En mi caso, conectando los puntos, llegué a dos momentos sucedidos siendo aún un niño, donde descubrí el poder de soñar y de volver esos sueños realidad. Si bien fueron sueños infantiles, y hasta quizás triviales o menores, me dejaron una gran enseñanza que hoy, viéndolo en perspectiva, ha sido determinante en mi vida.

El primero sucedió mientras estaba cursando séptimo grado en el colegio y como tarea nos pusieron a leer Relato de un náufrago de Gabriel García Márquez: un reportaje periodístico que narra la historia real de Luis Alejandro Velazco, quien logró sobrevivir durante diez días en alta mar, después del naufragio del buque en el que viajaba —el ARC Caldas—, que colapsó en el océano Atlántico en febrero de 1955. Recuerdo el profundo interés que me despertó esa obra, el deseo y las ganas de leer más y la emoción que cada página me causaba.

Al terminarlo quedé impactado. Tenía muchos interrogantes que el libro no me había resuelto y entonces, impulsado por el deseo de conocer mejor la historia, se me ocurrió buscar a su protagonista, Luis Alejandro Velazco, quien «fue proclamado héroe de la patria, besado por las reinas de la belleza y hecho rico por la publicidad, y luego aborrecido por el gobierno y olvidado para siempre»1.

Habían pasado casi treinta años desde la fecha del naufragio y como quince de la publicación del libro. No sabía si aún vivía ni en qué país o ciudad estaba, pero soñaba con encontrarme con él para charlar y así conocer de primera mano su impactante testimonio.

Por supuesto, comencé mi búsqueda sin la ayuda de Google o Facebook, solamente armado de un directorio telefónico de páginas blancas. Con curiosidad fui a la letra V para encontrar el apellido Velazco y, refinando la búsqueda, encontré unos veinticinco Luis Alejandro Velazco residentes en Bogotá.

Tomé el teléfono y comencé a llamar uno a uno, preguntando, con la inocente voz de un niño, si el Luis Alejandro Velazco que allí vivía era al héroe que buscaba. Las primeras veinte llamadas fueron un fracaso. Se burlaban de mí, me colgaban o simplemente me decían que en ese lugar no vivía quien buscaba. Seguí intentándolo sin perder la esperanza. Y en una de las últimas llamadas —no recuerdo si en la llamada veintidós o en la veinticuatro—, me contestó una mujer que guardó un silencio corto luego de mi pregunta —aunque para mí fue como una eternidad—. Luego me respondió: «Sí, acá vive Luis Alejandro Velazco, el del libro. Pero no se encuentra en el momento. ¿Quién lo llama?». Se me fue la respiración y sentí un vacío en la boca del estómago. Le conté la historia y mi interés en conocerlo. Por último, quedé en llamar después de una hora.

Volví a llamar y esta vez contestó él. Me escuchó con amabilidad y humildad. Recuerdo con gratitud que además se emocionó por mi llamada. Hablamos un buen rato y decidí invitarlo para que fuera al colegio a contarnos de primera mano su historia. Aceptó amablemente. Al otro día, le conté con entusiasmo lo sucedido a mi profesora de español quien, pese a mi energía e intensidad, no me creyó ni una palabra de mi relato. Íbamos caminando y yo le aseguraba: «¡Te lo juro, Miss! Es verdad… ¡te lo juro!». Como la iba mirando mientras intentaba convencerla, sin darme cuenta me estrellé con una columna y se me abrió la frente. Al ver la sangre sobre mi cara, ella me dijo: «Esta bien, Felipe… ¡te creo!».

Luego de definir algunos detalles y hacer los arreglos correspondientes, Luis Alejandro Velazco fue al colegio. Durante una gran sesión compartió sus experiencias ante un grupo de estudiantes y profesores que lo siguió con interés y fascinación. Así pudimos conocer mejor al protagonista, descubrir detalles que el libro omitía y gozar de la magia de una gran historia relatada por la persona que la vivió.

Aprendí que, así sea a punta de sangre, ¡los sueños se pueden volver realidad!

El segundo suceso ocurrió unos años después, cuando mis padres me llevaron a un Festival de magia en un teatro pequeño del barrio Teusaquillo de Bogotá, llamado La casa de España. El evento, organizado por el mago colombiano Gustavo Lorgia, reunía a varios magos extraordinarios. Recuerdo que sus presentaciones me dejaron fascinado con el arte de la magia. Al terminar el espectáculo quedé con la mente deslumbrada, la boca abierta y el corazón lleno de ganas de aprender todos sus secretos.

Llegué a mi casa esa noche. Ya era tarde y me acosté. Pero no me podía dormir porque no paraba de pensar en cómo José Luis Ballesteros había logrado predecir la carta que yo estaba pensando, en cómo hizo Juan Tamariz para restaurar un pañuelo que, antes, un espectador había cortado con una tijera o en cómo consiguió Pepe Carrol ordenar la baraja con su mente. Ante la imposibilidad de conciliar el sueño, me levanté y acudí de nuevo a mi gran amigo —el directorio telefónico de páginas blancas— para buscar el teléfono de Gustavo Lorgia. Esta vez, solo encontré uno.

Al otro día, después de llegar del colegio, lo llamé y me contestó él mismo. Le conté que había estado en La casa de España el día anterior y que quería aprender magia. También aproveché para pedirle que me diera clases. Con amabilidad, pero con prisa, me dijo que él no daba clases, que me recomendaba buscar en otro sitio. Se despidió y colgó. Quedé frustrado y aburrido. Al día siguiente —también luego de llegar del colegio— intenté de nuevo y lo volví a llamar, pero me dio la misma respuesta.

A partir de ese día, de manera rutinaria, siempre lo llamaba al regresar del colegio, hasta que un par de semanas después de ese ritual diario me pidió que le pasara a alguno de mis padres. Me llené de emoción al pensar que sería para coordinar la logística y el costo de las clases. Mi padre pasó al teléfono y se encontró con la voz de alguien que le decía —o acaso suplicaba—: «¡Por favor, dígale a su hijo que no me llame más, que yo no doy clases de magia!». Esa noche, antes de acostarme a dormir, lo volví a llamar y le expliqué lo que me producía la magia y por qué quería aprender. Me dijo: «Te espero en mi casa el sábado a las ocho de la mañana».

Tuve la fortuna de aprender magia del más grande mago colombiano y, gracias a él, también pude aprender de otros grandes del país como Richard Sarmiento y José Simhon. Pero eso no es todo, como si fuera poco, también de Tamariz, Carrol y Ballesteros —los mismos que me deslumbraron aquella noche en ese pequeño teatro— se volvieron maestros que me enseñaron grandes cosas en ese momento de mi vida. Quizás, la más importante me la ratificó, muchos años después, mi amigo y colega Juan Pablo Neira, con quien comparto el gusto por la magia, cuando me decía que «la vida es una ilusión, producto de la imaginación».

Estas dos experiencias definieron algunos elementos de mi esencia, de la personalidad que, hasta hoy, ha determinado el camino que he vivido.

Hay que lanzarse al vacío para perseguir los sueños aunque nunca sean fáciles de conseguir. Tuve la suerte de vivir estas experiencias aún siendo un niño y, como ya lo comenté, lograron un gran impacto en mí. Hoy, desde la óptica de padre de cuatro hijos, veo con preocupación cómo nuestros niños y jóvenes están siendo educados —tanto en hogares como en sistemas educativos— con una visión enfocada a la sobreprotección, la cual no les permite descubrir la importancia de arriesgarse. Es algo que debemos aprender temprano en la vida. Desde nuestra primera infancia debemos descubrir la gratificación que nos ofrece el poder de soñar y lo debemos descubrir sabiendo que, durante todo el camino de la vida, van a aparecer obstáculos y dificultades que nos permitirán aprender que los tropiezos y las caídas hacen parte del camino. Debemos entender que aquello a lo que denominamos «fracaso» es determinante en el proceso de crecimiento, pues gracias a ello logramos reponernos ante la adversidad y superar esas pruebas que nos depara la vida, frente a las cuales hay que pararse y seguir luchando. Solo así vamos a aprender cómo levantarnos.

Tenemos que preparar a nuestros niños para que no caigan en este letargo que nos impide reponernos frente a la adversidad. Es como un estado donde entramos colectivamente en un modo de «piloto automático» que nos lleva a vivir rutinas repetitivas en todas las esferas de nuestras vidas: la casa, el trabajo, la vida social… Sabemos que tenemos una capacidad infinita de crecer, de crear y de transformar. Sin embargo, no sabemos utilizarla y no estamos enfocados en realizar nuestros sueños. Nuestra llama emprendedora se ha apagado.

Necesitamos niños y jóvenes soñadores que también sean valientes y entiendan la importancia de saber cuánto se aprende del fracaso. Como dice el refrán popular: «Lo importante no es no fracasar, sino aprender del fracaso». En este momento necesitamos una fuerza laboral que proponga, que sea capaz de romper paradigmas y de poner sobre la mesa ideas disruptivas y generadoras de progreso. Nuestra sociedad también requiere familias con resiliencia, políticos dispuestos a emprender grandes proyectos con honestidad y buscar el bien común. Es de vital importancia entender que todos tenemos un enorme potencial y estamos llamados a dejar una huella en el mundo.

¿Será que sí estamos aprovechando todas nuestras capacidades? ¿Tenemos el deseo de emprender proyectos orientados a dejarles un mejor mundo a nuestros hijos y las generaciones futuras?

Es muy importante reconocer que hay un gigante dormido en cada uno de nosotros e interiorizar que, cuando ese gigante se despierta, suceden milagros, pues tiene la facultad de activar el poder de volvernos emprendedores. A través de este libro pretendo darle una mano a ese gigante para que se despierte. Quizá así logre ser coautor de sus sueños.

Las páginas que vienen a continuación estarán divididas en tres grandes bloques: el primero, constituido por los capítulos I y II, da un contexto general de los conceptos de emprendimiento y actitud emprendedora; el segundo, con el capítulo III, relato mi experiencia personal —la misma que me ha permitido desarrollar el modelo de Actitud-E—, a la vez que ilustra la montaña rusa del emprendimiento; el tercero, por su parte, que va desde el capítulo IV al X, presenta a profundidad y en detalle el modelo de Actitud-E.

Espero que disfruten la lectura de estas páginas tanto como yo he disfrutado escribiéndolas y que les permitan descubrir y potenciar su capacidad emprendedora.

De nuevo y una vez más: ¡Gracias por su confianza!

CAPÍTULO I

EL PODER DE EMPRENDER