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Diseño interior y cubierta: RAG

Título original: Gustav Mahler (en un volume) de Henry-Louis de La Grange y Joël Richard

© Librairie Arthème Fayard, 2007

© Ediciones Akal, S. A., 2014

para lengua española

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Henry-Louis de la Grange

GustaV MAHLER

Traducción: Francisco López Martín

 

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Este libro no sólo cuenta la maravillosa trayectoria de un músico que, nacido en una oscura ciudad de Bohemia, llegó a ser director de la Orquesta Filarmónica de Nueva York. Además, relata una página fundamental de la historia de la cultura, la de la música a comienzos del siglo xx en Europa central. Durante sus diez años como director artístico de la Ópera de la capital austríaca, Mahler suscitó entusiasmo y controversias apasionadas. Su matrimonio con Alma Schindler y los dramas de su vida familiar contribuyeron a su celebridad. Su obra –arraigada en las postrimerías del romanticismo, pero destinada a desbrozar el camino de un nuevo lenguaje musical– y el prestigio de su persona lo convirtieron en una figura mayor de una ciudad como Viena, auténtico crisol de unas transformaciones artísticas e intelectuales que todavía hoy nos fascinan.

La publicación, entre 1979 y 1984, de los tres volúmenes que constituyen la gran biografía dedicada por Henry-Louis de La Grange a Gustav Mahler, supuso un auténtico acontecimiento, que contribuyó a revelar a un genio creador con una vida fascinante y conmovedora, que aspiraba a que su obra reflejara «la creación entera» y que se convirtió en «un instrumento del universo». La necesidad de facilitar el acceso del mayor número posible de personas a tan magna empresa llevó a realizar una edición más breve que, sin ser esquemática, resumiera lo esencial de las casi cuatro mil páginas originales. El resultado lo tiene el lector entre sus manos: sin lugar a dudas, la biografía definitiva de uno de los compositores fundamentales de la historia de la música.

 

Henry-Louis de La Grange, musicólogo nacido en París en 1924, es reconocido como uno de los grandes especialistas mundiales en la figura y la obra de Gustav Mahler, a cuyo estudio ha dedicado toda su vida. Apoyándose en una minuciosa investigación sobre el terreno, en la búsqueda de documentación y en la recogida de testimonios como los de la esposa de Mahler, Alma, y su hija, Anna, ha conseguido penetrar en la intimidad de un compositor al que ha consagrado su trabajo desde hace más de sesenta años.

 

 

La presente obra ha sido realizada en colaboración con Joël Richard.

 

Preámbulo

 

La vida y la obra de Gustav Mahler en un volumen? ¿Resumir en un espacio tan limitado la crónica de una vida hiperactiva y la agitada carrera de un gran compositor que fue al mismo tiempo un director de orquesta prodigioso y el primer reformador del teatro musical? Semejante intento parecía estar condenado al fracaso. El autor de los tres grandes volúmenes que se publicaron en la misma editorial, la francesa Fayard, hace una veintena de años –y que, afortunadamente, aún están disponibles– nunca habría corrido ese riesgo si la creciente popularidad de Mahler no hubiese multiplicado por diez el número de sus fieles, cada vez más ávidos de conocerlo. Así pues, se empezó a notar la clara necesidad de una obra más breve y sintética, pero que en ningún caso fuese esquemática. Fayard, que había publicado los primeros volúmenes, tuvo la afortunada idea de ofrecerme un colaborador con talento, sin el cual, indudablemente, yo no habría tenido la energía y el coraje necesarios para llevar a cabo esta tarea.

Por tanto, este libro debe mucho a Joël Richard, que ha ejecutado perfectamente la arriesgada operación de resumir tres mil ochocientas páginas en unas quinientas, sin omitir en ningún momento nada esencial. El presente volumen debe también mucho a mi amistad con Jacques Lonchampt, el crítico musical de Le Monde; él, que había acogido tan positivamente la edición original, desde el principio se apasionó por este nuevo proyecto, lo cual hizo que, de repente, me resultase mucho más estimulante y gratificante. Sus consejos me han facilitado mucho la tarea y han contribuido enormemente a la calidad de esta sorprendente aventura.

H.-L. de La Grange

 

 

Primera parte

Hacia la gloria (1860-1897)

 

 

Los años de formación

(1860-1878)

 

Mahler era judío y austriaco. Como tal, enseguida tuvo que asumir en su infancia –presta siempre a aflorar en una vida en la que el mártir y el tirano nunca dejaron de codearse– un duro pasado. Siglo tras siglo, los judíos del Imperio austriaco fueron, como en toda Europa, víctimas de nuevas coacciones, que los escasísimos periodos de tolerancia no llegaron a compensar. Sin embargo, cuando el 7 de julio de 1860 nació Mahler en Kalischt (Kalištè), cerca de Iglau (Jihlava), el reino de Francisco José pasaba por una etapa de relativa libertad. Mahler tenía ya siete años cuando se proclamó la emancipación definitiva de los judíos. Su infancia austriaca en los confines de Bohemia y de Moravia, cuna de la agitación nacionalista checa, no estuvo libre de conflictos, pues los judíos defendieron fervorosamente la lengua y la cultura alemanas. Por tanto, esa infancia constituyó, en sí, un aislamiento y una soledad que más tarde le harían decir: «Soy apátrida por triplicado: bohemio entre los austriacos, austriaco entre los alemanes, judío en todo el mundo».

En aquella época, el apellido Mahler era muy común y lo llevaban muchas familias en la región. En 1826, el abuelo, Simon Mahler (1793-1865), se libró de su condición de judío errante al legalizarse su matrimonio con Maria Bondy, hija del dueño de una taberna y una destilería en Kalischt. Eso le permitió formar parte del reducido número de familias judías aceptadas en todos los distritos y ejercer el oficio de «destilador». Dado que los judíos tenían prohibido el acceso a las grandes ciudades, todos los hijos de Simon se instalaron en ciudades más pequeñas y en pueblos. El comercio y las tabernas eran algunas de las pocas profesiones que podían ejercer, de manera que abrían tiendas de ultramarinos, perfumerías, bodegas o mercerías, como la que montó Simon en Deutschbrod (Nˇemecký Brod) después de irse de Kalischt en 1860. Bernhard, el padre de Mah­ler, nacido en 1827, fue ascendiendo poco a poco en una jerarquía social necesariamente limitada: de carretero pasó a ser empleado de un comercio, luego artesano, preceptor y, finalmente, propietario de una modesta cafetería. A la hora de pensar en casarse, aquel pequeño burgués optó por un buen partido, una de las hijas de un jabonero de Ledetsch (Ledeˇc), Abraham Hermann (1807-1868). La ceremonia se celebró el 18 de febrero de 1857; después, los cónyuges volvieron a Kalischt y se instalaron en la confortable residencia que alojaba la cafetería de Bernhard. Por una parte, Marie, que dio a luz catorce veces, era «una mater dolorosa a la que el destino convirtió en un modelo de resignación silenciosa» –según Adolf Fidelly, uno de los sobrinos de la pareja–; en cambio, Bernhard era «un verdadero tirano doméstico, siempre negativo, que discutía a menudo y siempre era difícil de satisfacer», como indica un artículo publicado en 1923 en un periódico vienés. Bernhard era tan difícil de satisfacer, que hizo todo lo posible para abandonar Kalischt, con sus sesenta casas y sus quinientos habitantes: a finales de 1860 consiguió finalmente el derecho a cambiar de domicilio y toda la familia se instaló a treinta y cinco kilómetros de allí, en Iglau, la tercera ciudad de Moravia, que en aquella época contaba con 25.000 almas.

Por aquel entonces, los Mahler ya tenían dos hijos (Isidor y Gustav), pero hasta el año 1879 aún nacerían doce más: en total, tres hembras y once varones, de los que siete murieron antes de cumplir los dos años. Los que sobrevivieron, además de Gustav, fueron Ernst (1861-1874), Leopoldine (1863-1889), Louis o Alois (1867-192?), Justine (1868-1938), Otto (1873-1895) y Emma (1875-1933).

Descubrir el mundo y descubrirse a sí mismo

La primera casa que Bernhard Mahler alquiló al llegar era de un tamaño relativamente modesto. En cambio, la segunda, la que compró en 1872 (en el núm. 264 de la Pirnitzergasse), era una residencia espaciosa y cómoda. Fue allí donde Gustav –que muy rápidamente revelaría su talento musical– pasaría toda la infancia, mientras prosperaba la cafetería-destilería paterna. La situación geográfica de Iglau, una ciudad industrial y comercial entonces de habla alemana pero rodeada de pueblos checos, explica que el joven Mahler oyera y memorizara pronto una gran cantidad de cuentos, canciones de cuna, cantos y danzas populares procedentes de las dos culturas, como la historia de Das klagende Lied (La canción del lamento), que le contaba la niñera de Theodor Fi­scher, un vecino suyo. Más tarde, su primera obra importante se basaría en aquella historia. Aquellas «impresiones de juventud» –en palabras de Richard Specht, su primer biógrafo– también estuvieron marcadas por los Böhmische Musikanten (grupos de músicos itinerantes), por las danzas populares escuchadas en bodas, por los toques y las canciones militares del cercano cuartel y por las bandas que actuaban tanto en fiestas como en entierros. Toda aquella música, grave y ligera, nostálgica y militar, resurgiría del inconsciente y reaparecería tanto en las primeras canciones, influenciadas por el folclore bohemio, como en las sinfonías y las canciones de madurez.

Cuando Gustav tenía unos cuatro años, pasó unos días en casa de sus abuelos; en el desván encontró un piano que su abuelo se apresuró a llevar a Iglau, impresionado por la manera en que el niño había tocado unas melodías. Aunque Gustav era evidentemente un niño soñador y reservado, muy pronto revelaría una asombrosa capacidad a la hora de concentrarse en los estudios de música, que sin duda emprendió por influencia de su tía Franziska Mahler. A los seis años, el joven Mahler dio su primer concierto. En espacio de pocos años, al menos cinco profesores le impartieron clases de piano, teoría y armonía. Mah­ler, animado y recompensado por sus padres, empezó a componer a los seis años. Pronto (a los siete u ocho años, al parecer) se le confiaron unos niños como alumnos. Sus métodos pedagógicos, especialmente las bofetadas que le gustaba repartir, no le granjearon mucha popularidad entre los padres.

Sus primeros contactos con la música «seria» proceden sobre todo de la amistad que le unía a Theodor Fischer, el hijo del Musikdirektor de Iglau. Este último dirigía una orquesta y un coro parroquial de los que Mahler muy pronto empezó a formar parte, y a los que más tarde acompañaría al piano durante los ensayos. Así fue como descubriría diversas obras maestras clásicas, como, por ejemplo, el Réquiem de Mozart, que cantó en 1872. Al mismo tiempo descubrió la lectura, a la que se dedicó con una pasión semejante, tanto respecto a la literatura como a las partituras que cada semana cogía de la biblioteca y que descifraba al piano durante horas. Hasta que se marchó a Viena, también frecuentó el teatro de Iglau, donde sin duda escuchó una parte del repertorio lírico.

La violencia del pequeño profesor era quizá reflejo de la intransigencia y la brutalidad que demostraba en casa Bernhard Mahler. El compositor contaría mucho más tarde a Sigmund Freud cómo le había traumatizado una violenta pelea que había estallado entre sus padres. Cuando se refugió en la calle, oyó a un músico tocar una melodía popular, y así explicaba a Freud la irrupción de las canciones callejeras en su música, en momentos intensos y cargados de emoción. Bernhard Mahler prestaba mucha atención a los estudios generales de su hijo: le inscribió en la escuela primaria, luego en el instituto alemán de Iglau, donde Gustav asistió al curso de música y a las clases particulares de Franz Sturm. En octubre de 1870, con apenas diez años, el joven Mahler dio su primer verdadero concierto, sobre el cual el diario local, Der Vermittler, escribió en estos términos: «El éxito que el futuro virtuoso obtuvo del público fue grande, y lo habría sido más aún si se hubiera proporcionado a su gran talento un instrumento de la misma calidad».

Poco después, su padre le matriculó en el Neustädter Gymnasium de Praga. Sin embargo, Gustav se quejaría más adelante de que su familia de acogida, los Grünfeld, lo había tratado bastante mal, aunque su casa era uno de los centros de la vida musical de Praga, gracias, sobre todo, a sus dos hijos, Alfred y Heinrich, que organizaban en ella conciertos de música de cámara. Los malos resultados escolares de Gustav terminaron por preocupar a Bernhard, que no tardó en hacerlo volver a Iglau, donde el joven reanudó sus estudios y dio nuevos conciertos. Después de participar en las ceremonias en homenaje a Schiller celebradas en noviembre de 1872, y tras las ovaciones que recibió, Gustav actuó en 1873 durante una velada de gala en el teatro de Iglau, y luego, el mismo año, en la sala de un hotel donde se celebraba el aniversario de la creación del coro masculino de la ciudad. En las dos ocasiones recibió calurosos aplausos. Sin embargo, la tristeza y el dolor que experimentó a la muerte de su hermano menor, Ernst, solamente un año más joven que él, hicieron que en la primavera de 1875 Mahler abandonase el mundo de la infancia. Poco después de aquel primer desgarramiento partió a Viena, donde empezaría su época de Conservatorio, el primer peldaño en su escarpado camino hacia la gloria.

Los años de conservatorio en Viena

En el instituto de Iglau, Gustav encontró en Josef Steiner a un camarada apasionado por la literatura. Pasó el verano de 1875 en casa de un familiar de Steiner, Gustav Schwarz, administrador de una propiedad, que lo oyó al piano mientras descifraba manuscritos inéditos de Thalberg y quedó cautivado por sus dones musicales. Los dos jóvenes trabajaban en un proyecto de ópera. Al cabo de poco tiempo, Gustav Schwarz, impresionado por las aptitudes de Mah­ler, desempeñaría un papel decisivo ante Bernhard Mahler, convenciéndolo de que llevara a su hijo a Viena, en septiembre de 1875, para presentarlo al famoso pianista Julius Epstein (1832-1926). El veredicto no se hizo esperar: «Señor Mahler, su hijo es un músico nato. Tiene un espíritu inspirado, aunque nunca se dedicará al espirituoso negocio de su padre». Gracias a una carta de recomendación del pianista, Gustav, que aún estudiaba en el instituto de Iglau, fue inscrito el 10 de septiembre de 1875 en los registros del prestigioso Conservatorio de Viena. Al frente del Conservatorio, fundado en 1812 por Salieri, estaba en aquella época Josef Hellmesberger padre, personaje legendario de la capital. También gracias a Epstein, Mahler se incorporó de inmediato, bajo su dirección, al penúltimo grado de los estudios de piano, en primer curso de perfeccionamiento. Los otros profesores de Gustav fueron Robert Fuchs –amigo de Brahms y compositor fecundo–, que le enseñó armonía, y Franz Krenn, que le enseñó composición. Mahler conoció a dos jóvenes músicos, Rudolf Krzyzanowski y Hugo Wolf (1860-1903).

La vida no siempre era fácil para aquellos jóvenes, que durante un tiempo compartieron habitación. Mahler daba clases de piano, pero aquellos ingresos, sumados a la escasa ayuda que recibía de su padre, apenas le bastaban para sobrevivir. En 1875 solicitó al Conservatorio la reducción de matrícula, que se le concedió al año siguiente. Por otra parte, en 1876 obtuvo un primer premio de excelencia en composición por el movimiento inicial de un Quinteto con piano. De sus composiciones de aquella época sólo se ha conservado un movimiento del Cuarteto con piano, seguido de un Scherzo inacabado. El resto –una Sonata para violín y piano, un Nocturno para violonchelo y algunas piezas más– ha desaparecido. Aquel mismo año, como resultado del concurso de piano, Mahler obtuvo por unanimidad uno de los cinco primeros premios de excelencia por su interpretación del primer movimiento de una de las tres Sonata en la menor de Schubert (sin duda, la D 845). Pasó las vacaciones siguientes entre Iglau y la casa de Gustav Schwarz, donde volvió a encontrarse con Steiner. Tras las vacaciones participó en un concierto en Iglau junto a Krzyzanowski. Allí interpretó, entre otras piezas, una balada de Chopin, como «infatigable concertista, digno de su maestro Epstein», y su Quinteto con piano, en el que el periodista del Mährischer Grenzbote vio la huella de un «compositor genial». A la vuelta al Conservatorio, Mahler abandonó la armonía y se matriculó en las clases de contrapunto de Franz Krenn. La ausencia de su apellido en los registros de finales del curso, en 1877, hace suponer que no aprobó la asignatura con un resultado superior a la media, sin duda porque a su espíritu turbulento le costaba someterse a la disciplina impuesta por sus maestros.

 

Amigos e ídolos

Las relaciones del joven con sus profesores estuvieron plagadas de incidentes más o menos serios, hasta el punto de que en marzo de 1876 Mahler se dio de baja del Conservatorio, antes de disculparse ante la dirección en una carta en la que afirmaba lamentar su «decisión precipitada». Varios testigos de la época confirman su carácter iracundo y apasionado: la señora Marie Lorenz, la cuñada de Krzyzanowski (e íntima de Bruckner), decía que era «tiránico hasta no tener corazón», mientras que Robert Fischhof, uno de sus condiscípulos del Conservatorio, observaba que «sus excentricidades de compositor ya le hacían padecer arrebatos de cólera por parte de los profesores». Sin embargo, testimonios menos parciales como el de Theodor Fischer, su vecino de Iglau, insisten en su paciencia y su buen corazón.

Durante sus años del Conservatorio, Mahler participó sin duda, como todos los alumnos, en numerosos conciertos, pero poco se sabe sobre las obras que descubrió entonces. El diario íntimo de Hugo Wolf menciona óperas de Wagner, de Mozart, de Donizetti, el oratorio Die Legende von der heiligen Elisabeth (La leyenda de santa Isabel) de Liszt, conciertos sinfónicos. En cuanto a Mahler, sabemos solamente que asistió al último concierto vienés de Liszt y siguió el ciclo íntegro de las sonatas para piano de Beethoven interpretadas por Anton Rubin­stein. Esta última experiencia reforzó en él la convicción de no estar hecho para la carrera de pianista: así pues, al concluir el curso académico 1876-1877, abandonó las clases de piano. Aunque asistía a los ensayos de la orquesta estudiantil y a las representaciones líricas de los alumnos de clases de canto, su situación económica le obligaba a descubrir muchas óperas y obras sinfónicas por medio de la lectura de las partituras. Sin duda, ésa es la razón por la que Richard Specht señalaría en 1905 (en una pequeña monografía escrita al dictado de Mahler) que «ni su creación ni su interpretación muestran el sello de la menor influencia». La obra de Wagner la descubrió por su cuenta en Iglau. En Viena no tardó en apuntarse, junto a Hugo Wolf, a la Akademischer Wagner-Verein, fundada por el futuro director de orquesta Felix Mottl, que entre 1875 y 1876 organizó una serie de conferencias sobre Der Ring des Nibelungen (El anillo del nibelungo) durante la estancia de Wagner en Viena para dirigir en la Ópera Tannhäuser y Lohengrin en marzo de 1876. Mahler, más tímido que Wolf, no se atrevió a acercarse al Maestro, lo que no le impidió tocar al piano su música. Un día, los dos amigos, acompañados por Krzyzanowski, interpretaron con tanto entusiasmo el trío de Gunther, Brunilda y Hagen del segundo acto de Götterdämmerung (El crepúsculo de los dioses), ¡que la casera los echó inmediatamente!

Entre Brahms y Bruckner

El mundo musical vienés de aquella época estaba dividido en dos facciones constantemente enfrentadas. La primera, conservadora e incluso reaccionaria, estaba representada por Johannes Brahms, que, sin embargo, rechazaba aquel papel de jefe de partido. La segunda, progresista, avanzaba bajo el estandarte de Bruckner, un adorador de Wagner que por aquel entonces era un compositor marginal. El wagneriano Mahler siguió instintivamente a la segunda facción. Entre Brahms y el compositor de Der Ring se encontraba el crítico y polemista Eduard Hanslick (1825-1904), que oponía la severa grandeza del primero a la «desmesura» del segundo y denigraba sin cesar a Bruckner, que había sido nombrado profesor de armonía y contrapunto en el Conservatorio en 1868. A pesar de la oposición de Hanslick a su nombramiento en 1875, Bruckner se convirtió también en «profesor adjunto» de armonía y contrapunto en la Universidad. Mahler, que no era su alumno en el Conservatorio, asistió en 1877 a algunos de sus cursos universitarios. El mismo año fue uno de los pocos que descubrieron la Tercera sinfonía de Bruckner dirigida por el compositor y presenciaron el fracaso total de aquella primera audición. Por otra parte, Mahler realizó la muy escrupulosa transcripción para piano a cuatro manos de la obra, encargada por el editor Rättig, para gran satisfacción de Bruckner. En lo sucesivo, siempre conservaría el respeto y la estima por el maestro, el pedagogo y el sinfonista, aunque con serias dudas respecto a la forma y la estructura de sus sinfonías. Mahler se acordaría durante mucho tiempo de su «alegría inalterable, juvenil y casi infantil» y de su «naturaleza dichosa y confiada». De modo que lo que vinculaba a los dos hombres era, ante todo, una relación de simpatía recíproca; como subraya Richard Specht en 1905 (aunque es arriesgado no señalar ninguna «verdadera influencia» entre ellos): «Mahler nunca aprovechó las enseñanzas de Bruckner, y sería difícil descubrir la menor verdadera influencia del mayor en el más joven de los maestros de la sinfonía». En efecto, quien realmente fue discípulo de Bruckner era Hans Rott, un amigo y compañero de Conservatorio de Mahler. Pero la carrera de Rott –que, por otra parte, era un prodigioso improvisador y a los veinte años compuso una notable sinfonía– fue muy corta y trágica: después de abandonar el Conservatorio sin ningún premio, se convirtió, primero, en organista de un monasterio vienés y, luego, en director de coro en Mulhouse, antes de acabar sus días en un psiquiátrico, donde fue destruyendo poco a poco sus manuscritos utilizándolos como papel higiénico. Mahler diría más adelante, tras la muerte del amigo, sobrevenida en 1884: «Lo que la música ha perdido con él es inconmensurable».

De momento, en julio de 1877, Mahler acabó en compañía de Rott su segundo curso en el Conservatorio con el primer premio de piano, lo que no le impidió, sin embargo, abandonar las clases de Epstein en otoño del curso siguiente. Por otro lado, sus resultados en clase de composición eran tan poco brillantes que no le permitieron presentarse al concurso de esta materia. Sin duda, estaba demasiado absorto en la preparación de su Matura (bachillerato), a la que iba a presentarse en mayo en Iglau. Sus notas, excepto en literatura y, sobre todo, en religión, eran bastante mediocres, de manera que tuvo que hacer el examen oral en septiembre. La obtención del título le permitió matricularse en la Universidad. La decisión puede resultar sorprendente, dado que su agenda ya estaba llena con las obligaciones en el Conservatorio, y más aún porque sus estudios en el instituto eran cualquier cosa menos brillantes. La decisión se puede atribuir, en parte, a la influencia de su familia, para la que los estudios universitarios eran seguramente una forma de asenso social, y, en parte, a la de sus amigos, cuya cultura le impulsaba a querer aumentar sus conocimientos en el ámbito de la filosofía, la literatura y las artes plásticas. En todo caso, durante el primer semestre de invierno se matriculó en diversas asignaturas: literatura antigua, análisis filosófico del alemán de la Edad Media, historia del arte griego y «Ejercicios prácticos de definición y explicación de las obras de arte». También se matriculó en un curso de historia general y un curso gratuito de armonía impartido por Bruckner, tachados, más adelante, de los documentos del expediente académico de Mahler. Al mismo tiempo, en el Conservatorio estudiaba sólo composición e historia de la música. Con el paso del tiempo, se rebelaría contra las carencias de aquella institución, en la que «se aprendía de todo, menos lo más difícil, es decir, la dirección de orquesta, de manera que el aprendiz de director tenía que lanzarse al agua para ver qué pasaba».

El Opus 1: Das klagende Lied, nada menos…

En octubre de 1877, Mahler interpretó en el Conservatorio el primer movimiento del Concierto para piano núm. 1 del pianista y compositor Xaver Scharwenka, una obra reciente y de factura virtuosa, que debió de exigir un serio esfuerzo de preparación. Pero, a partir de aquel invierno de 1877-1878, una primera composición de dimensiones épicas fue tomando forma poco a poco en la imaginación del compositor de diecisiete años. Más adelante, afirmaría haberla destinado en un principio a la escena. La obra se basa en la antigua y siniestra leyenda del «hueso que canta», que antaño le había contado la niñera de los Fischer. Mahler terminó el poema en marzo de 1878 y durante dos años estuvo trabajando en la partitura, que se convertiría, como dijo él mismo, en su verdadero «Opus 1». Mientras tanto, aunque durante el «semestre de verano» asistió a nuevos cursos en la Universidad –en particular, de literatura alemana, escultura antigua, pintura germano-holandesa y «Filosofía de la historia de la filosofía» [sic]–, todo indica que la energía que le dedicaba era más bien reducida: en el otoño siguiente ni siquiera se volvió a matricular, y su nombre no vuelve a figurar en los registros hasta abril de 1880, cuando aparece por última vez. El 2 de julio de 1878, Mahler volvió a recibir el primer premio de composición por el Scherzo de un Quinteto con piano, así como el diploma del Conservatorio de Viena. ¿Por qué no fue distinguido en aquella ocasión con un premio por unanimidad? ¿Contendría el Scherzo en cuestión «excentricidades» capaces de despertar la indignación de los miembros del jurado, aquellas mismas excentricidades que poco antes habían hecho que prefiriesen a un tal Ernst Ludwig en el concurso de composición de canciones convocado por el Conservatorio? Veinte años más tarde, Mahler, por aquel entonces director artístico de la Ópera de Viena, aún se acordaba de aquel fracaso, lo que demuestra que se había sentido profundamente herido y que, aunque todavía era muy joven, intentaba hacerse respetar como compositor. Durante los dos años siguientes, solamente la certeza de que Das klagende Lied (La canción del lamento) pronto sería reconocida le permitió soportar la pobreza, la inseguridad y los desengaños amorosos.