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Título: No me rindo contigo.

 

© 2018 Clara Álbori.

© Portada y diseño gráfico: nouTy.

 

Colección: Noweame.

Director de colección: JJ Weber.

Editora: Mónica Berciano.

 

 

Primera edición febrero 2018.

Derechos exclusivos de la edición.

© nou editorial 2018

 

ISBN: 9788417268220

Edición digital abril 2018

 

Esta obra no podrá ser reproducida, ni total ni parcialmente en ningún medio o soporte, ya sea impreso o digital, sin la expresa notificación por escrito del editor.

Todos los derechos reservados.

 

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Título: Eraclea

 

© 2017 Blanca Mira

© Ilustración de portada

e ilustraciones interiores: Adrià Inglés

© Diseño Gráfico: Nouty.

 

Colección: Volution.

Director de colección: JJ Weber.

 

Primera edición diciembre 2017

Derechos exclusivos de la edición.

© nowevolution 2017

 

ISBN: 978-84-

Depósito Legal: GU XX - 2017

 

Esta obra no podrá ser reproducida, ni total ni parcialmente en ningún medio o soporte, ya sea impreso o digital, sin la expresa notificación por escrito del editor. Todos los derechos reservados.

 

 

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Para las personas luchadoras que,

aunque la vida se lo ponga difícil,

el destino siempre hará que nos encontremos

con personas que nos hagan sonreír.


 

 

 

Prólogo

 

 

Y ahí estaba su pequeña bailarina. Aunque ya no era tan pequeña. José aún recordaba a su niña con su conjunto rosa de ballet y su graciosa coleta en lo alto de la cabeza cuando, siendo apenas una muñequita de tres años, iba a recogerla a la academia donde comenzó su pasión por la danza. Pero su hija había crecido y cada día la miraba con más orgullo. De lunes a viernes ensayaba durante tres horas, sin parar, dispuesta a conseguir una beca para hacer su sueño realidad: estudiar en París y dedicarse al baile por completo.

Hacía unos meses que Amy había mandado solicitud a una de las escuelas más importantes de París para formarse como bailarina profesional y no paró de sonreír durante semanas cuando le llegó una carta para que realizara una prueba. Un equipo de profesionales llegaría desde la capital francesa en apenas dos meses para examinarla y decidir si le condecían o no esa oportunidad. Amy ansiaba que llegara ese día, a pesar de que los nervios comenzaran a formarse en su estómago. Sin embargo, era una oportunidad única y no pensaba desperdiciarla. Con veintidós años, se convertiría en una de las bailarinas más jóvenes en formar parte de una escuela profesional en la ciudad del amor y las luces. Y pensaba conseguirlo

Aunque Amy sabía que era un sueño muy complicado, por lo que debía compaginar su pasión con los estudios que estaban a punto de acabar. En unos meses se licenciaría en Derecho, a pesar de que su sueño no era ser abogada, pero José quería que tuviera una carrera. El futuro era impredecible y jamás se sabía lo que podía suceder.

Como cada tarde, Amy salió con su habitual coleta alta, algo despeinada, que recogía sus rizos chocolate y enmarcaban una gran sonrisa. Se la veía cansada y unos cercos oscuros comenzaban a formarse bajo sus ojos grisáceos, a pesar de que intentaba ocultarlas con maquillaje, algo corrido debido al sudor de los ensayos. Lo que más le gustaba a su padre, era que Amy siempre estaba contenta y su preciosa sonrisa no abandonaba su rostro

—Nos vemos mañana, Amy —se despidió una compañera.

—Laura, acuérdate de traer la tela para los trajes.

—Sí, pesadita. —Le dio un beso en la mejilla—. Así decidimos cuál nos gusta más. ¡Adiós!

Dando pequeños saltitos, Amy llegó a la puerta del copiloto del Opel Astra blanco de su padre. Dejó la pequeña mochila con la ropa sucia que llevaba en el suelo del asiento y, retirándose los rizos castaños que el viento colocaba en su cara, entró. Antes de colocarse el cinturón, se inclinó un poco hacia su padre para darle un beso en la mejilla, como siempre hacía cuando iba a buscarla desde que era pequeña.

—¿Qué tal todo, cielo?

—Agotador. Como siempre, aunque la coreografía está quedando bastante bien. Espero conseguir la beca.

—Estoy seguro que lo conseguirás, muñequita —le dijo cariñosamente su padre arrancando el coche.

—Pero… he estado pensando y… me separaría de mamá y de ti. Y un piso en París es muy caro, papá.

Amy era consciente de que el sueldo de su padre como informático no iba a ser suficiente para poder independizarse. Y más en otra ciudad. Su madre llevaba mucho tiempo en paro debido a que carecía de estudios y subsistían con el salario de su padre.

—Por eso no te preocupes. Hace tiempo me encargaron un proyecto y no lo acabé, lo bueno es que me pagaron… esa parte.

Amy frunció el ceño. Su padre parecía dudar con esa repuesta que le había dado. ¿Acaso le estaba mintiendo? Ahora que se fijaba, parecía tenso, e incluso nervioso, y apretaba con fuerza el volante mientras conducía haciendo que sus nudillos se volvieran completamente blancos. Presionaba los labios con fuerza y miraba preocupado a todos los lados de la carretera. Algo ocurría.

—Papá, ¿estás bien?

—Claro, muñequita. No te preocupes.

Su voz sonaba demasiado ahogada, sin embargo prefirió no presionarle. Cansada tras esas tres horas de ensayo, Amy reposó la espalda y la cabeza en el asiento y poniendo la radio giró el rostro hacia la ventanilla para cerrar los ojos. Estaba deseando llegar a su casa y meterse en la cama para poner fin a ese día. Su cuerpo menudo notaba cada vez más el cansancio, pero debía luchar para conseguir su objetivo.

De repente oyó el sonido brusco y chirriante de un frenazo y poco después su cuerpo era despedido hacia el parabrisas. De no haber sido por el cinturón, se habría dado un fuerte golpe en la cabeza. Su padre había dado un fuerte frenazo cuando un Mercedes negro con las ventanas tintadas se había interpuesto en mitad de la carretera.

—Amy, escóndete. Quítate el cinturón y agáchate.

—Pero, papá, ¿qué ocur…?

—¡¡Escóndete!! —le ordenó con voz nerviosa y Amy obedeció—. Pase lo que pase, no te muevas de ahí y…te quiero muñequita.

Amy, asustada, le miró a los ojos. Estaban humedecidos y llenos de miedo. Algo pasaba. Y su padre se lo estaba ocultando.

Tras echar todo el aire retenido en sus pulmones, José se quitó el cinturón y salió del coche. Amy, nerviosa y notando cómo las manos y el cuerpo entero no dejaban de temblarle, bajó un poco la ventanilla para ver si escuchaba algo.

—Vaya, vaya, José… Al fin te encontramos —oyó Amy la voz grave de un hombre—. Creo que te repetí varias veces que conmigo, no se juega. Tienes que llegar hasta el final.

—Lo siento —dijo José con voz quebrada—. Solo os entregaré los datos que necesitáis para hacer lo que queréis. No os seré de más utilidad.

—Te equivocas… debes llevar a cabo esos datos. Lo que se conoce como ponerlos en práctica. Ya sabes José… hasta el final. Para eso te pagamos.

Amy se incorporó un poco para ver que ocurría, pero enseguida se escondió de nuevo al ver en manos de un hombre con el pelo negro como el carbón y algunas canas una pistola. Notó cómo comenzaba a hiperventilar y se tapó la boca. No debía hacer ruido. No podía delatar su presencia.

—No lo haré.

Se oyó una risa irónica y el leve sonido del arma al cargarse.

—Entonces si tú no llegas hasta el final… yo te daré a ti tu final.

Tres disparos fuertes y seguidos se oyeron en mitad de la calle y Amy, aún escondida, ahogó un gritó que luchaba por salir. Lloraba con fuerza pero en silencio, preocupada porque a su padre le hubiera pasado algo. Se escuchó el motor de un coche arrancar y vio unas luces pasar por su lado. Al comprobar que el coche negro se había ido, Amy salió y gritó:

—¡¡Papá!! —Corrió hacia el cuerpo ensangrentado de su padre tendido en el suelo. Los tres disparos que había oído habían impactado contra su pecho y comenzaba a respirar con mucha dificultad—. No, papá, no… ¡no me dejes! —Lloró más fuerte poniéndose de rodillas junto a él.

Sin pensarlo, Amy colocó las manos en su pecho para presionar las heridas y evitar que se desangrara. Sus pequeñas manos comenzaron a mancharse de ese líquido rojo mientras las lágrimas se deslizaban por su rostro. Notaba cómo los ojos escocían a causa del intenso llanto, pero le dio igual. Lo único que le importaba en ese momento era que el leve latido del corazón de su padre, que sentía bajo la palma de su mano, no se detuviera. Temblaba muerta de miedo y unas intensas nauseas empezaron a invadir su cuerpo. Sorbió por la nariz y apretó los ojos para que la humedad desapareciera en forma de lágrimas al notar que su visión se volvía borrosa por culpa de estas. Su padre no podía morir.

—Amy… —consiguió decir—. Muñequita… bailarina… —Tosió—. Regalo… destrúyelo…

—No, no hables… Te… te pondrás bien.

Sacó corriendo su móvil y con sus manos temblorosas consiguió marcar el 112, aunque ya era tarde. Su padre la había dejado. Destrozada, dolida e impotente, Amy gritó y se abrazó al cuerpo sin vida de su progenitor. Hundió el rostro en su cuello mientras le llamaba con voz ahogada para que volviera. Para que despertara. Balanceó su inerte cuerpo gritando que regresara con ella, sin embargo, se detuvo al comprobar que era inútil. Apretó los dientes y miró en la dirección por donde se había ido el Mercedes negro. Desde ese día, Amy Jiménez, no volvió a ser la misma.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo 01

 

 

2 años y cuatro meses después…

 

Silencio. Era lo que inundaba el estrecho espacio del habitáculo donde Amy se encontraba. Con los ojos cerrados y la cabeza apoyada sobre los brazos que reposaban en el filo de la bañera, la joven oía el clop de algunas gotas que caían del grifo para reunirse con la inmensidad del agua que había dentro de la pila, en la cual Amy se encontraba sumergida. Su pelo castaño, ahora húmedo, reposaba pegado en su espalda desnuda y algunos mechones más cortos caían por su rostro escondiéndoselo casi por completo. Su mirada grisácea estaba completamente perdida y tenía la boca apoyada sobre una de sus manos.

Era increíble lo que podía cambiar una persona en apenas unos minutos. Y fue lo que le ocurrió a ella. Tras presenciar la muerte de su padre, pasó de ser una chica sonriente y alegre a una mujer seria que apenas sonreía. Se había convertido en una persona solitaria, llena de odio hacia el mundo, cerrada y apática. Solo había una persona en el mundo que le importaba: su madre, lo único que le quedaba.

Esa fatídica noche en una solitaria carretera de Logroño, Amy presenció cómo un tipo sin escrúpulos mataba a su padre de tres disparos en el pecho. Nadie sabía el porqué. Nadie conocía en qué demonios estaba José metido. Cuando los servicios de emergencia llegaron, Amy estaba pálida. No contestó al interrogatorio al que le sometieron los agentes. Se negó en rotundo a hablar de lo sucedido. No hubo más testigos, por lo que al cabo de dos años la investigación se suspendió. Ese día, Amy llegó a casa con las manos ensangrentadas. Isabel, su madre, al verla se llevó las manos a la boca y, cayendo de rodillas, lloró desconsoladamente al enterarse de la fatídica noticia.

Al cabo de los meses, Isabel volvió a ser la misma, pero Amy jamás se recuperó. Dejó su carrera de bailarina y, a pesar de conseguir licenciarse en Derecho, jamás quiso ejercer. Lo único que quería era ayudar a su madre.

En esos dos años que habían pasado, madre e hija abrieron un bar cerca de la Universidad de La Rioja gracias a una gran suma de dinero que ingresaron en su cuenta al poco de morir José. Ambas se extrañaron, pues aquella gran cantidad no podía corresponder solo al seguro de vida, pero no le dieron mayor importancia. Madre e hija sabían de un trabajo que realizó por el que le pagaron bastante dinero, así que lo más probable sería que esa cantidad correspondiera a aquello.

Cientos de estudiantes acudían a su negocio para comprar uno de los pequeños y baratos bocadillos que servían o comer algún pincho rápido en los descansos de las clases. El café London, nombre del establecimiento que madre e hija llevaban, había tenido éxito enseguida y gracias a él pagaban las facturas además del alquiler del piso de Amy. Desde la muerte de su padre no quiso volver a pisar la que fue su casa. Y no lo había hecho en esos dos años. No quería ver aquellas paredes y recordar todo lo vivido con él. Le dolía demasiado y no podía soportarlo. Ella no quería volver a sentir.

Echando el aire retenido tras estar varios minutos sumergida en sus pensamientos, Amy salió de la bañera de su pequeño piso y, anudándose una toalla al pecho, quitó el tapón para que el agua mezclada con el jabón fuera marchándose por el desagüe. Colocándose frente al espejo comenzó a secarse sus rizos chocolate antes de vestirse para irse a trabajar. Al darse la vuelta para guardar el secador en el armarito que tenía colgado en la pared del baño, giró la cabeza para contemplar la zona de la espalda que dejaba al descubierto la toalla. Se recreó en el tatuaje que llevaba en el omóplato izquierdo: un ave fénix renaciendo de sus cenizas. Se lo hizo poco después de la muerte de su padre. Una marca en su piel que siempre le recordaría que, hasta en los peores momentos, se debía seguir mirando al frente.

«Menuda ironía», pensó Amy. Se engañaba a sí misma, pues había encerrado su pasado en ella. Aún no había resurgido de esas cenizas…y no tenía pensado hacerlo.

Mientras se aplicaba un poco de maquillaje, oyó la vibración de su móvil chocar contra la mesa del salón. Terminando de hacerse la raya del ojo, dejó el lápiz en su estuche y miró el WhatsApp que le acababa de enviar su madre. Le pedía que pasara por la panadería de Carmen para recoger las barras que tenía encargadas para ese día. Pulsando el botón de los iconos, le envió el de la mano con el dedo pulgar en alto simulando el O.K.

Hacía un frío horrible en Logroño ese día para ser principios de octubre, pero si algo odiaba Amy, eran los abrigos que cubrían hasta el cuello. La agobiaba de tal manera, que prefería pasar frío. Se puso su chaqueta de cuero negra y salió de casa para coger el encargo de su madre antes de ir al bar.

—Buenos días, guapa —la saludó Carmen con una sonrisa—. ¿Vienes a por el pedido de tu madre?

—Sí. Supongo que me estará esperando para ir preparando algunos de los bocadillos —dijo Amy rebuscando en el bolso su cartera.

—Tu madre ya me pagó el encargo. No busques la cartera. —La sonrió.

—¿Cómo sabías que la estaba buscando?

—Porque te conozco desde que llevabas pañales.

—Cierto. —Suspiró.

Carmen le entregó en una caja las barras de pan, y dándole las gracias Amy se fue hacia su coche, un Peugeot 208 rojo rubí que le encantaba. Lo consiguió de segunda mano a un buen precio y no iba a ningún sitio sin él. Abrió las puertas traseras para poner la caja en los asientos antes de colocarse ella frente al volante. Arrancó y condujo hasta la Universidad. Como cada vez que conducía, se puso la radio durante los veinte minutos que duraba el trayecto. Su lugar de trabajo estaba en la otra punta de la ciudad.

Al llegar a la circunvalación, maldijo al ver que había congestión y, golpeando el volante, encendió las luces correspondientes para avisar a los demás usuarios de la vía que iba a frenar considerablemente, pero no sirvió de nada. Un Renault Megane Coupé blanco impactó contra la parte trasera de su Peugeot.

—¡¡Gilipollas!! —bufó Amy poniendo el intermitente derecho para desplazarse al arcén comprobando por el retrovisor que el Renault hacía lo mismo.

Furiosa bajó del coche, y dando un portazo comprobó la abolladura que tenía su vehículo en la parte trasera. Con la mirada encendida, anduvo hasta colocarse frente al otro conductor que en esos momentos salía de su vehículo.

—¡¿Tú eres imbécil?! —Le empujó Amy haciendo que la espalda del chico impactara contra su coche—. ¡¿A ti no te enseñaron las señales luminosas?! ¡¡Gilipollas!!

—Eh… eh… eh cálmate. No me ha dado tiempo —dijo el desconocido con los brazos en alto en señal de paz.

Amy se separó de él y puso los brazos en jarras. Lo observó. Tendría como unos veintisiete años. Era alto y se notaba que bajo la ropa se escondía un cuerpo fuerte. Llevaba unos vaqueros claros desgastados y una camiseta verdosa que resaltaba la chaqueta de cuero que llevaba. Tenía unos ojos azul oscuro impresionantes y una mirada pícara y desconcertante. Su pelo era castaño, algo más claro que el de ella y el flequillo lo tenía peinado hacia arriba haciendo su aspecto más informal y atractivo.

—No me ha dado tiempo, no me ha dado tiempo —dijo Amy en tono de burla—. Más vale que tengas seguro.

—¡Claro que lo tengo! ¿Quién te crees que soy, Angelillo?

Amy parpadeó varias veces.

—¿Cómo–me–has–llamado?

—An–ge–li–llo —respondió él imitando su tono burlón y sacando de quicio a la joven—. Mira, tengo que ir a una entrevista de curro y por tu culpa llego tarde, ¿por qué no hacemos de una vez la declaración amistosa y nos piramos de aquí?

Sin contestar, Amy se dirigió a su coche y sacó de la guantera los papeles que necesitaba mientras el joven ponía los triángulos de emergencia y se colocaba el chaleco. Al verlo, ella sacó el suyo de la guantera y se lo colocó antes de reunirse con el chico quien apoyó la carpeta con los papeles necesarios sobre el maletero para comenzar a rellenarlos.

—Por cierto, Angelillo. Me llamo Álex

—¿Y a mí que me importa? —bramó posando de nuevo la mirada en el papeleo.

Aprovechando que la chica estaba absorta y no le miraba, Álex paseó la vista por el cuerpo de la joven. Era alta y delgada. El pitillo rosa que llevaba se ceñía a unas piernas perfectamente torneadas y le realzaba un culo fantástico. Su pecho era normalito y estaba convencido de que le abarcarían toda la mano. Lo que definía él como unos pechos perfectos. El viento hacía volar sus definidos rizos que le cubrían el rostro y unos ojos, que Álex descifró de un color grisáceo. Parecidos a los suyos, pero los de ella eran más claros.

—¿Qué miras?

Álex volvió a pisar tierra. Se había quedado absorto mirándola.

—Nada. ¿No vas a decirme cómo te llamas? —le preguntó comenzando ambos a rellenar la declaración.

—Está claro que no.

—No cuesta nada ser amable, Angelillo.

—¡¡Que dejes de llamarme así!! —le espetó fulminándole con la mirada.

—¿Y cómo te llamo si no me dices tu nombre? —Ella guardó silencio—. Te seguiré llamando Angelillo.

—Llámame como te salga de la polla. Total, después de esto no nos volveremos a ver.

—Qué pena. Y yo que pensaba pedirte una cita… Podríamos haber arreglado este desencuentro con un buen polvo —dijo irónico y ella plantó delante de él los papeles ya rellenados.

—Sí, una pena. Mira, yo sí que llego tarde a trabajar así que o acabas o me encargaré de que no llegues a tu puñetera entrevista.

Sin decir una palabra más por fin acabaron el papeleo, y volviéndose a montar en sus abollados coches reanudaron la marcha.

Amy no dejaba de ver por el espejo retrovisor que él iba detrás suyo, aunque por suerte se desvió por otro camino cuando entraron a la calle donde se encontraba el bar de Amy y su madre.

Por suerte para ella, era una zona donde siempre había sitio parar aparcar, así que no se mataba buscando aparcamiento.

—Hola, mamá —saludó Amy dejando la caja con el pan a un lado de la cocina.

—Buenos días, cariño. ¿Todo bien?

—Pues no —bufó—. De camino aquí un idiota me ha dado con el coche en la parte de atrás, y después el muy imbécil me ha comenzado a vacilar.

—Amy… sabes lo que te digo siempre. No cuesta nada ser amable…

—Mamá, no empecemos… —la advirtió Amy metiéndose por una puerta que daba a un pequeño almacén donde guardaban las cosas. Se desprendió de su chaqueta y de su bolso y salió cerrando la puerta tras de sí.

En todos esos años, madre e hija habían tenido varias conversaciones con respecto al cambio de actitud tan radical que presentó Amy tras el fatídico día, pero se negaba a hablar. Isabel sabía que esa actitud solo era una coraza que usaba para protegerse de las situaciones de la vida y confiaba en que algún día se diera cuenta de que esa coraza no servía de nada.

—Está bien. Por cierto, el viernes no te comenté. Hace unos días recibí una carta y un currículum. Venía desde la fiscalía. Por lo visto un chico acaba de salir de prisión por unas carreras ilegales que realizó hace años y ahora nos piden que le demos aquí una oportunidad.

—Les habrás dicho que no, ¿verdad?

—Amy. —Suspiró su madre—. Tú necesitas ayuda para atender. Y yo no puedo estar de la barra a la cocina y de la cocina a la barra. Nos vendría bien una ayuda extra. Y antes de que digas nada, sí, nos lo podemos permitir.

—¿Le has conocido?

—Hoy lo haremos.

Amy, sin querer discutir, asintió y se metió en el almacén para sacar del bolso un paquetito de galletas. Estaba hambrienta. Lo abrió para comerlas mientras salía hacia la barra para comenzar a preparar las cosas antes de abrir, pero se atragantó y se puso a toser al ver al muchacho que estaba en la puerta hablando con su madre.

—¿Qué coño haces aquí? —dijo Amy cuando dejó de toser al ver al chico que esa mañana había chocado contra su coche.

—Yo también me alegro de verte. —Sonrió de lado.

—¿Os conocéis? —preguntó Isabel sorprendida.

—Es el idiota del que te hablaba, mamá. El que se ha chocado contra mi coche.

—Eso ha pasado hace una hora. ¿Aún me guardas rencor? —se mofó él mientras Isabel disfrutaba con la escena.

—¡Lárgate!

—¡¡Amy!! —la regañó su madre.

—Ya no necesito preguntarte cómo te llamas —se burló Álex.

Cabreada, se acercó a ellos y quedó a una pequeña distancia con los brazos cruzados. Le mostró una mirada retadora en la que dejaba claro que no le gustaba nada verle ahí, pero Álex en vez de sentirse incómodo o intimidado, le mostró una sonrisa ladeada y la observó con intensidad. Aquel gesto desafiante le pareció de lo más sexi. Normalmente las mujeres enseguida caían a sus pies cuando les sonreía así, pero Amy parecía no inmutarse.

—Así que tú eres el delincuente al que le detuvieron por competir en carreras ilegales. ¿Por qué no me extraña?

—Amy, ¡vale ya! —dijo Isabel.

Sin quitar la mirada de él, Amy guardó silencio y se dio media vuelta para ponerse tras la barra y comenzar a limpiar.

—Disculpa a mi hija —le dijo Isabel a Álex—. Es una buena chica, pero tiene un carácter endemoniado. —Suspiró—. Bien, Álex. Tu trabajo consistirá en ayudar a Amy. —Comenzaron a andar hacia la barra—. A parte de atender a los clientes, después la tendrás que ayudar a limpiar. Deberás estar aquí a las ocho para preparar todo antes de abrir. Abrimos de nueve de la mañana a diez de la noche, pero Amy y tú tendréis un descanso de dos a cinco para que comáis mientras yo me quedo atendiendo. El servicio de cocina se cierra a las cuatro. De esa hora hasta que cerremos ya se habrán vendido todas las comidas que realizo durante toda la mañana. Eso sí, te tendrás que quedar media hora más para limpiar, como te he comentado.

—Sin problemas —respondió conforme, poniéndose al lado de Amy.

—Pues creo que nada más. Hoy estarás de prueba y si todo sale bien, mañana firmamos el contrato. —Sonrió Isabel y mirando a su hija dijo—: Amy, compórtate.

Amy alzó la vista para mirar a su madre con reproche, pero esta ya había desaparecido por la cocina. Odiaba que la tratara como si fuera una niña pequeña. Cogiendo la goma de pelo que siempre llevaba en su muñeca derecha, se recogió sus rizos en una coleta alta antes de comenzar a preparar la cafetera ignorando a Álex, hasta que oyó el sonido de la radio.

—¿Qué haces? —le preguntó la joven fulminándole con la mirada.

—Solo he puesto la radio. Un poco de música para hacer más amena la mañana, angelito endemoniado.

—Ya sabes cómo me llamo, así que deja de llamarme por ese estúpido nombre. —Siguió limpiando la cafetera.

—No.

—¡¿Cómo?! —bramó enfadada.

—He dicho que no. Me gusta más llamarte angelito endemoniado. Tienes una cara angelical, pero un carácter exasperante. El nombre te viene que ni pintado.

Cabreada le tiró el trapo sucio a la cara y se acercó a él con una mirada de rabia.

—En vez de decir estupideces, ¿por qué no comienzas a trabajar y pones el café en la cafetera?

Pasó por su lado golpeándole el brazo, pero antes de que comenzara a colocar las mesas, la grave voz de Álex la sobresaltó.

—Angelillo. —Ella se giró para mirarle—. No sé dónde está el café.

Recurriendo a toda su paciencia, Amy volvió a donde estaba y sin decir palabra sacó lo que quería para seguir trabajando tranquila. Distribuyó las mesas por el local y colocó las sillas antes de preparar la pequeña terraza donde se solían sentar los estudiantes y profesores que se fumaban un par de cigarrillos en el descanso de las clases.

Álex no dejaba de mirarla mientras seguía con las tareas que requería el establecimiento. ¿Cómo era posible que en ese cuerpo liviano cupiera tan mal carácter? Observó a la joven limpiar las mesas de plástico con tal ímpetu que golpeó el servilletero haciendo que impactara contra el suelo formado por tablas de madera. La oyó suspirar y maldecir por lo bajo mientras se agachaba para coger el servilletero haciendo que la camiseta que llevaba se le subiera para dejar a la vista la tira del tanga negro que llevaba. Álex, al observar semejante maravilla, silbó mientras secaba uno de los vasos de refresco para colocarlo donde el resto.

Al oír ese silbido, Amy dejó de mala gana el servilletero en el centro de la mesa y se volvió para fulminar a Álex con la mirada, quien no apartó la vista. En los pocos minutos que la conocía, vio que esa chica siempre se salía con la suya. Buscaba intimidar a la gente con su carácter o con cualquiera de sus fulminantes miradas que echaba por esos ojos plateados, pero Álex no se lo consentiría. Amy se había encontrado con la horma de su zapato.

—¿Qué miras? —le espetó ella achinando los ojos.

—A ti.

Amy levantó las cejas.

—¿Y te interesa?

—La verdad es que sí. Me encanta ese gesto que tienes ahora mismo. Piernas separadas, cadera ligeramente elevada, mano derecha apoyada en la cintura, esos labios carnosos serios y esa mirada desafiante es de lo más sexi que he visto nunca.

Amy rápidamente se puso recta, lo que le hizo reír, e ignorándole comenzó a sacar las sillas y las mesas para montar la terraza. Cuando acabó de colocar la última silla, miró el reloj y fue al pequeño almacén donde había dejado su bolso para coger su paquete de tabaco.

De nuevo en la calle, se apoyó en la pared al lado de la entrada del bar y encendiendo un cigarro comenzó a fumar. Relajándose con la nicotina que desprendía el pitillo, apoyó el pie derecho en la pared y echó la cabeza hacia atrás cerrando los ojos para expulsar el humo retenido en su boca.

—¿Sabías que fumar es malo para la salud? —le sobresaltó una voz.

Amy, sin prisa, abrió los ojos y giró la cabeza para ver a Álex apoyado en la esquina de la pared con el brazo derecho y con un cigarrillo encendido en su boca. Al verlo, Amy elevó las cejas.

—No das muy buen ejemplo que digamos. —Dio una nueva calada.

—No pretendo dar ejemplo. Solo te lo comentaba por si no lo sabías.

Ella frunció el ceño. ¿Acaso la estaba tomando por una idiota? No llevaba ni dos horas con él y ya deseaba perderle de vista. Ojalá no pasara aquel día de prueba.

—Puedes ahorrarte las explicaciones, gracias.

Ambos miraron al frente y siguieron con sus respectivos cigarrillos viendo cómo los estudiantes más madrugadores entraban en la Universidad para el nuevo día que les esperaba.

—Mira, Angelillo, vamos a pasar mucho tiempo juntos, así que pienso que es mejor que nos llevemos bien, ¿no crees?

—Llamándome así, lo dudo mucho. Mira —dijo tirando el cigarrillo al suelo y pisándolo con el pie para apagarlo—. Déjame trabajar en paz y sin molestarme y yo haré lo mismo contigo, ¿estamos? Llevo años ayudando a mi madre con el negocio y no voy a permitir que ahora vengas tú y me digas cómo he de trabajar.

Álex se inclinó hacia ella, quedando su rostro a apenas unos centímetros del suyo. Amy tragó saliva y se echó hacia atrás para mantener las distancias.

—A sus órdenes.

Le dio una última calada a su cigarrillo sin dejar de mirarla. Expulsó el humo a un lado de su cabeza y tiró el pitillo antes de meterse en el bar.

Amy se quedó unos segundos bloqueada ante la intensa mirada de aquel hombre hasta que se fijó en el cigarrillo encendido de Álex y lo pisó para apagarlo. Se reunió con él y poniéndose tras la barra, ambos empezaron a trabajar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo 02

 

 

Había sido un día agotador, pero su esfuerzo esas horas habían dado su fruto. El trabajo era suyo. Habían acabado de limpiar a las once de la noche, pero Isabel le había retenido una hora más para firmar su contrato y comenzar como su nuevo empleado al día siguiente.

Álex no había parado durante todo el día de trabajar, además soportar el carácter endemoniado de Amy no había ayudado en absoluto hacer el día más ameno. ¿Acaso no sabía sonreír? Solo era capaz de mostrar un ápice de amabilidad con los clientes que entraban en el bar London, pero a ellos tampoco les sonreía. ¿Qué le ocurría a esa chica? Parecía que estuviera en contra del mundo.

En las horas que habían estado trabajando, Amy siempre se mostraba seria y distante con la gente. Atendía rápidamente para acabar con el pequeño contacto que mantenía con los clientes. No hablaba con nadie más que lo justo y necesario, y le había dejado a él, en su mayoría, la tarea de atender a la clientela mientras ella iba limpiando las mesas y recogiendo la cubertería sucia para lavarla. Su mirada estaba ausente y parecía estar siempre en un mundo paralelo mientras trabajaba. Jamás había conocido a una mujer tan solitaria y triste. Porque aunque Amy quisiera ocultarlo con su carácter, Álex descubrió que esa muchacha no era feliz.

A las doce y cuarto de la noche, por fin, llegó a su pequeño piso en la Calle Serradero. Era una zona poco frecuentada en el extrarradio de la ciudad de Logroño, por lo que nunca usaba el garaje de su piso. Siempre aparcaba en la calle, a no ser que lloviera o hiciera un calor de mil demonios.

Presionó el botón del mando de su Renault, abollado en el morro por el golpe de esa mañana con Amy, para cerrarlo y caminó hacia su portal, pero antes de llegar oyó unos agudos gemidos a su espalda. Frunció el ceño y extrañado volteó su cuerpo. Clavo la mirada en una caja al pie del contenedor de basura. Era una caja de cartón medio destrozada que se movía y de donde salían los sonidos.

Álex se guardó las llaves en el bolsillo trasero de su vaquero y se acercó para descubrir qué había dentro. Con cuidado la abrió y se sorprendió al ver un cachorro de Husky Siberiano. El animalillo no dejaba de temblar y sus asustados ojillos azules se clavaron en los de Álex. Abrumado al comprender que habían abandonado al cachorro, lo cogió con cuidado en sus brazos. El perrillo seguía temblando y encogió su cuerpecito cuando él le cogió.

—Tranquilo, pequeño —le susurró Álex—. Ya estás en buenas manos.

Sacó las llaves del bolsillo y abrió el portal para subir a su piso. Aun temblando, dejó al perro en el suelo, pero este no se movió. Comenzó a olisquear a su alrededor y miró a su salvador. Álex, viendo lo asustado que seguía estando, se desprendió de su chaqueta para colgarla en el perchero antes de ir a la cocina a por una cerveza. Cogió un plato de plástico y echó en él un poco de leche para el cachorro que no tardó en beber. De camino al salón, oyó unas suaves pisadas y se volvió para ver cómo le seguía. Él sonrió de medio lado y se sentó en el sofá. El perrillo, le volvió a seguir.

Soltando una suave carcajada, Álex le acarició la peluda cabecita haciendo que el animal se relajara. Tanto se relajó, que acabó estrenándole la alfombra nueva blanca que había comprado hace dos días.

—¡La madre que te parió! —maldijo cogiendo al perro y sacándole de la alfombra—. ¡Maldito chucho!

Acordándose de todos los antepasados del cachorro y del hijo de puta que le había dejado abandonado en el cubo de basura, cogió la fregona para limpiar el regalito, pero se dio cuenta que de nada serviría limpiar la alfombra con la fregona. No tenía ni la menor idea de cómo podía limpiar eso.

Dejó la fregona en su sitio y cogió el teléfono inalámbrico para llamar a su hermana. Sabía que estaría despierta y ella sabría mejor que él cómo limpiar su preciada alfombra. Su pequeña sobrina, María, era un pequeño trasto de cinco años que manchaba todo lo que tocaba.

—¿Sabes la hora qué es, hermanito? —le regañó su hermana mayor.

—Es un caso de vida o muerte, Raquel.

—¡No me asustes! ¿Qué ocurre? —preguntó preocupada.

—¿Cómo se limpia pis de perro de una alfombra de totora blanca?

Álex sonrió al oír a su hermana bufar.

—¿Me estás tomando el pelo? ¡Eso no es un caso de vida o muerte! —se quejó Raquel.

—Sí, lo es. Porque como no se vaya, mataré al perro que ha decidido dejarme ahí su regalito en modo agradecimiento por haberlo rescatado.

—¿Te has comprado una mascota, hermanito? ¡Ya verás cómo se va a poner tu sobrina cuando se lo diga! —exclamó riendo.

Sujetando el teléfono con el hombro y la oreja, Álex levantó la pequeña mesilla de cristal para poder retirar la alfombra y dejarla en el balcón. No quería que la casa oliera a pis de perro.

—Me lo he encontrado abandonado en una caja en el cubo de la basura.

—¡Qué me dices! Pobrecillo…

—Mañana lo llevaré a la perrera antes de ir a trabajar.

—¡¡Tú estás loco!! —le gritó Raquel a través del teléfono.

Álex, ante ese grito, se retiró el auricular de la oreja y lo miró negando con la cabeza como si su hermana le pudiera ver.

—¿Qué pasa?

—Si lo llevas a la perrera lo matarán. ¿Por qué no te lo quedas? —le propuso su hermana.

—Porque un perro requiere tiempo y yo, precisamente, no lo tengo.

—¡Excusas!

—¿Te he dicho que me han dado el trabajo, hermanita?

—Me lo suponía. Y me alegro mucho, Álex. Pero no nos desviemos.

Álex puso los ojos en blanco. ¡Su hermana era incorregible! Le preocupaba más el dichoso Husky que el hecho de que, tras salir de prisión y pasar un año en libertad condicional, le hubieran dado un trabajo.

—Hermanita, ahora con el curro no tendré tiempo.

—Si quieres, lo tienes.

—¡Qué pesadita eres!

—¡Y tú qué cabezota!

—Joder, ¡está bien! Pero si tú me tienes que ayudar con él lo harás sin rechistar, ¿entendido?

Raquel soltó un gritito de felicidad y Álex pudo oír cómo saltaba sobre su sofá. A pesar de tener tres años más que él, a veces se comportaba como una cría de quince años y no como una mujer de treinta.

—¡Hecho! Bueno y ahora sí, háblame de tu nuevo trabajo.

Álex puso los ojos en blanco y le contó por encima su primer día de trabajo. Bromeó sobre que le iban a explotar y le habló de Amy, el angelito endemoniado. Al oír el mote por el que llamaba a una de sus jefas, Raquel soltó una carcajada.

—No te atreverás a llamarla así en la cara, ¿verdad?

—Es así cómo la llamo, hermanita.

—¡Es tu jefa! —le recriminó.

—Y un angelito endemoniado. Menuda mujer más exasperante.

—Hermanito, no vas a durar nada en ese curro como no la llames por su nombre.

—Puede, pero ella se lo ha buscado. Es una borde.

Un ladrido les recordó el motivo de la llamada, y mirando al perro, Álex le preguntó a su hermana mientras se abría la cerveza que había sacado de la nevera para comenzar a beberla.

—Bueno, Raquel. ¿Qué hago con la alfombra?

—Pues o la limpias tú a mano o la llevas a la tintorería.

—¡Tintorería! —decidió.

—Vago —le acusó su hermana riendo.

—Más bien higiénico.

Estuvieron un buen rato más hablando y cuando Álex oyó que un bostezo se le escapaba a su hermana, se despidió de ella hasta el día siguiente. Dejó el teléfono sobre la mesa de cristal del salón y cogiendo la lata de cerveza, jugó con la anilla hasta quitarla. La metió dentro de la lata y agitándola para que sonara, fue a la basura.

Cerrando la puerta donde tenía la papelera, comenzó a caminar hacia su habitación emitiendo un largo bostezo. De repente, notó cómo pisaba algo y oyó un grito agudo. Rápidamente levantó el pie y agachó la cabeza para ver al perro, el cual no dejaba de seguirle. Cogiéndolo en brazos fue a su habitación y cerró la puerta.

—Pues te tendré que buscar un nombre. Te llamaría Raquel, como mi hermana. Pero creo que a ella no le haría mucha gracia y me cortaría eso que tú también tienes entre las patas. Por lo que nombres femeninos descartados —dijo sacando del armario una manta vieja para ponerla en el suelo y que el perro durmiera en ella—. Aunque me encantaría presentarme mañana en el trabajo y decirle al angelito endemoniado que tengo un perro y que, en su honor, le he puesto el nombre de Amy. —Sonrió divertido extendiendo la manta—. Pero eso sería una crueldad. No para ella, sino para ti.

Bajó al perro y lo puso sobre la manta.

—A ver… ¿cómo te puedo llamar? —dijo pensativo agachándose para quedar a su altura.

Sin saber por qué, se acordó de su prima Gabina y sus veranos juntos en un pueblecito de Navarra. Era una fan incondicional de Los Beatles y siempre hablaba de ellos. Ahora su prima vivía en Estados Unidos y, con suerte, la veía una vez cada dos años. Decidió ponerle al pequeño Husky un nombre en honor a su prima.

—Lennon, prepárate porque mañana harás tu primera visita al veterinario.

El perro pareció entenderle, pues emitió un gemido lastimero y escondió el rabo entre las patas traseras. Álex no pudo evitar reír, y desprendiéndose de su ropa salvo del bóxer, se metió en la cama y apagó la lámpara de la mesilla, aunque de repente sintió como el perro se subía junto a él.

—¡Ni hablar! —dijo Álex saliendo de bajo las sábanas para bajar al perro—. No pienso permitir que te mees en mi cama.

El perro le ignoró y una vez pisó el suelo, saltó de nuevo para subirse. Álex volvió a bajarlo, sin embargo, Lennon seguía volviendo a la cama.

—Te juro por mi madre que como te mees, ¡te la corto!

Rindiéndose, Álex apagó la luz y se dispuso a dormir. Al día siguiente le esperaba un nuevo día de trabajo.

El problema era, que el cachorro no le dejaba dormir. No paraba quieto ni dejaba de emitir gemidos lastimeros. Sus patitas recorrieron toda la cama hasta que se tumbó en la almohada, al lado de la cabeza de Álex.

—Me cago en el chucho de los huevos —bufó cabreado—. O te paras quieto o te vas a dormir al balcón.

El perro pareció entenderle, ya que se levantó y bajó de la almohada, sin embargo, cuando lo hizo, se agachó un poco y volvió a orinarse. Al ver la dirección en la que iba de nuevo su regalito, Álex saltó de la cama cayendo al suelo mientras Lennon vaciaba su vejiga sobre la almohada.

—Joder… ¡joder!

Él se levantó del suelo y cogiendo al perro lo sacó de la habitación cerrando la puerta para que no entrara. Cambió las sábanas y echando las sucias al suelo para meterlas en la lavadora al día siguiente, volvió a meterse en la cama.

El sueño comenzaba a vencerle y notaba cómo sus músculos empezaban a relajarse. El silencio inundaba su pequeño piso, pero el sonido de un cristal romperse, le hizo abrir los ojos de golpe. Los volvió a cerrar presionándolos y una vez más, se levantó.

Se calzó unas zapatillas y abrió la puerta de la habitación. Sentado en el suelo frente a esta, se encontraba el cachorro mirándole con ojos de no haber roto nada en su vida y moviendo la cola.

Alzó la cabeza y vio el horroroso plato de decoración que le trajo su hermana de Francia echo mil pedazos en el suelo.

—Te perdono porque me quería deshacer de esa cosa y no sabía cómo sin que mi hermana sospechara.

El perro ladró y Álex le dejó pasar de nuevo a la habitación. Esta vez, Lennon se tumbó en los pies de la cama y se quedó dormido al instante. Echando el aire retenido en sus pulmones, él se dejó caer de nuevo en el cómodo colchón y se durmió pensando en todo lo que estaba por venir con la llegada de ese pequeño animalillo.