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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Jennifer Labrecque

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un auténtico caos, n.º 1083 - julio 2018

Título original: Kids + Cops = Chaos

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-9188-652-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

–Soy policía, no niñero –declaró Sloane Matthews.

–Sabes más que cualquiera sobre este caso, Matthews. También eres el mejor del departamento. Necesito que utilices esa tapadera –Vic pasó una mano por su incipiente calva.

–No puedo hacerme pasar por un niñero. No sé nada de niños –Sloane y Vic no eran exactamente amigos, pero se respetaban profesionalmente. Vic dirigía una sección compleja y tensa y Sloane siempre resolvía sus casos.

Vic, padre de siete hijos, lo miró con escepticismo.

–Claro que sabes. ¿No hay niños en tu familia?

Sloane se pasó una mano por el pelo.

–Soy hijo único de unos padres que también fueron hijos únicos. Los niños son un misterio para mí y pretendo que sigan siéndolo. Incluso aunque tuviera hijos, no los dejaría a mi cuidado –Sloane no estaba dispuesto a admitirlo ante Vic, pero solo había dos cosas que en realidad le asustaban, y de momento había logrado evitarlas.

El matrimonio y los niños. Ambas cosas eran del todo desconocidas para él y el mero hecho de pensar en ellas le hacían perder el control. Y para él era fundamental el control. Solía ocuparse de que sus relaciones con las mujeres fueran siempre superficiales, y lo cierto era que prefería enfrentarse a un delincuente que a un niño.

Vic se encogió de hombros.

–Son personas pequeñas. Comen, duerme y juegan. La única diferencia entre ellos y nosotros es que son demasiado pequeños para beber cerveza y apostar.

–Vaya, Vic, haces que la infancia suene realmente poética.

–¿Quieres que le dé el caso a Blakely? Le encantará hacerse cargo de él.

Sloane se puso tenso. Blakely y él estaban enzarzados en una silenciosa rivalidad desde que estudiaban en la academia. Aquel trabajo sería coser y cantar para Blakely, tío de numerosos sobrinos y sobrinas, y también supondría una nueva pluma en su penacho. Pero, al margen de su naturaleza competitiva, Sloane llevaba once meses trabajando muy duro en aquel caso, y no estaba dispuesto a dejarlo en manos de Blakely. No había duda de que Vic había sabido jugar sus cartas.

–Por encima de mi cadáver.

–Así se habla, Matthews. Además, no tiene por qué ser tan terrible. Son solo tres niños.

Sloane decidió dejar a un lado sus escrúpulos.

–¿Cuándo empiezo? –preguntó. Tenía un trabajo que hacer y lo haría bien. Siempre lo hacía. Vivía, dormía y respiraba para ello. La palabra «fracaso» no existía en su diccionario.

–Te introduciremos en la casa de Cheltham la semana que viene. Resultará fácil. La última niñera acaba de presentar su renuncia. Cheltham está a punto de dejar de hacerse rico haciendo contrabando con objetos de arte precolombino. Él y su esposa van a estar fuera del país toda la semana, así que no creo que tardes en resolver el asunto, sobre todo teniendo en cuenta que tiene su despacho en la casa.

Sloane llevaba tiempo esperando poder introducirse en aquella casa… pero no precisamente como niñero. Sin embargo, por mucho que odiara la perspectiva, Vic tenía razón. Max Cheltham dirigía su imperio económico desde aquel despacho, y por eso había resultado tan difícil infiltrarse. Pero con él y su esposa fuera del país no iba a resultarle muy difícil dar por concluido el caso.

Había investigado a Cheltham y podía ubicar con exactitud el balance de las cuentas de sus negocios, pero nunca había prestado atención a sus hijos.

–Háblame de los niños.

Vic echó un vistazo a una hoja que tenía sobre su escritorio.

–De acuerdo. Hay un niño de seis años llamado Connor. Está en primer curso, pertenece a los boy scouts, juega en el equipo de fútbol, toma lecciones de piano y también pertenece al club de finanzas infantil. Es un niño muy ocupado.

Sloane no sabía si había oído bien.

–¿Club de finanzas infantil?

–Sí.

–Pero has dicho que solo tiene seis años, ¿no?

Vic se encogió de hombros y volvió a mirar la hoja.

–Después de Connor va Molly, que tiene tres años. Aún no va al colegio, pero asiste a clases de música una vez a la semana y tiene una cita de juegos cada jueves.

–¿Qué es una cita de juegos?

–Gladys me ha dicho que es como una reunión en la que los niños juegan mientras sus madres charlan –Vic sonrió con malicia–. Oh, lo siento Matthews; quería decir donde las niñeras charlan. Mantén los oídos bien abiertos y seguro que captas algunas sugerencias.

Sloane ignoró la pulla y decidió ponerse en contacto en cuanto pudiera con Gladys, la esposa de Vic. Con siete hijos, seguro que podría ofrecerle información de gran ayuda.

–¿Y el tercero?

–Es otra niña. Se llama Tara, tiene un año y medio y no hace nada. Debes estar preparado para iniciar la Operación Niñera Encubierta este domingo, cuando Cheltham y su esposa dejen el país. El servicio de niñeras ha prometido que enviaría un sustituto para ese día.

Sloane se levantó de su asiento.

–¿Eso es todo?

Vic se echó hacia atrás en su silla, apoyó los pies sobre el escritorio y lo miró con expresión severa.

–Necesito que atrapes a Cheltham y que lo hagas rápido. Empiezan a presionarme los de arriba. Eres el mejor hombre que tengo, así que no me dejes mal. Nos jugamos mucho en este caso.

Sloane sabía que Vic había recibido algunas críticas por el caso Cheltham, pero él siempre ponía en juego su integridad profesional en cada caso.

–Considéralo hecho.

Mientras salía del despacho ya estaba planeando lo que iba a hacer. Tenía muchos recursos y una gran habilidad para organizarse. Le quedaban dos días para prepararse. Le bastaría con un par de libros sobre niños y una llamada a Gladys.

Después de todo, tampoco debía resultar tan difícil ocuparse de tres niños.

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

–Deberías estar tumbada en una hamaca y disfrutando del sexo en la playa.

Al oír la exasperada proclamación de su abuela, Jo Calhoun pisó los frenos y estuvo a punto de llevarse por delante la fuente del sendero de entrada a casa de su hermana. Eso era precisamente lo que había planeado, ¿pero cómo lo sabía Nora?

–¿Sexo en la playa? –repitió.

Nora chasqueó los dedos.

–Ponte al día, chica. Es una bebida. A lo que me refiero es a que deberías tener ese trasero tuyo adicto al trabajo aparcado en alguna playa en lugar de aquí, volviendo a resolver los problemas de tu hermana. Cuando por fin decides tomarte una vacaciones en tu negocio, resulta que Cici tiene que irse y te estropea la fiesta.

Jo y su hermana gemela Cici habían creado alguna clase de relación simbiótica mientras estaban en el vientre de su madre. Cici era la belleza; Jo el cerebro. Cici era la romántica; Jo la práctica. Cici había respondido a la llamada del matrimonio y la procreación; Jo solo cortejaba su propio negocio. Cici desordenaba las cosas; Jo las ordenaba. Llevaban treinta y tres años perfeccionando aquella relación.

–Cici dijo que era una emergencia. Tenía que acompañar a Max y me ha pedido que me ocupe de echar un vistazo a la nueva niñera –Jo reprimió la punzada de resentimiento que le produjo el hecho de que su hermana no se hubiera molestado en hablar con ella antes del asunto. Jo se ocupaba de resolver los problemas. Era lo que hacía. Era lo que siempre había hecho. El mero hecho de haber empezado a cuestionarse la dirección que estaba tomando su vida no la convertía de repente en una nueva mujer.

Detuvo el descapotable rojo y salió de él con rapidez. Nora lo hizo un poco más despacio.

–Sigo diciendo que no deberías haber cancelado tus vacaciones para ocuparte de resolver los problemas de Cici.

Jo había reservado sus primeras vacaciones desde… desde… bueno, desde siempre. Había planeado toda una semana alejada de la empresa de software que había creado seis años atrás. Con casi total probabilidad, la tensión acumulada durante esos años era lo que le había producido la crisis en que se encontraba.

¿Y qué buscaba con aquellas vacaciones? Sol, arena y sexo… no necesariamente en ese orden. ¿La formal y relajada Jo Calhoum en aquellas circunstancias? Ni siquiera ella podía imaginarlo. Pero, después de todo, en una isla tropical podía ser quien le apeteciera y hacer lo que quisiera. Unos días habrían bastado para liberarse de la sensación de insatisfacción que la embargaba para volver a ocuparse de su negocio como era debido. De manera que había decidido tomarse unas vacaciones. Pero Cici la había necesitado y las vacaciones se habían ido al traste.

Tomó una bolsa de donuts del minúsculo asiento trasero.

–Puedo ir a Jamaica en cualquier momento. ¿Cómo iba a disfrutar estando preocupada por los niños? –adoraba a los hijos de Cici. Le encantaban sus travesuras y bravuconadas… sobre todo cuando iba a devolvérselos a sus padres.

Subió las escaleras de la casa estilo colonial de Cici y Max seguida de su abuela, que no paraba de refunfuñar, y abrió la puerta con su llave. El personal de servicio no trabajaba en domingo, y la única empleada que debía estar en la casa era la nueva niñera.

Jo y Nora entraron en el amplio vestíbulo con suelo de mármol del que partía una gran escalera curva parecida a la de Lo que el viento se llevó.

–Cada vez que entro en esta casa espero encontrarme a Rhett Buttler saliendo de la librería –el comentario de Jo resonó en la espaciosa sala.

Nora siguió refunfuñando.

El silencio reinante desconcertó por un momento a Jo.

–¿Oyes lo que yo oigo?

–No oigo nada.

–Exacto. Yo tampoco. ¿Has visto alguna vez a Connor, Molly y Tara tan silenciosos? –Jo alzó la voz y se volvió hacia las escaleras–. ¡Hey, niños! Tía Jo y Norrie están aquí.

El silencio que siguió a sus palabras se hizo aún más intenso. Si los niños hubieran estado en el jardín trasero, los habrían oído al salir del coche.

–Vamos, niños. He traído unos donuts llenos de gelatina –eso haría que aparecieran.

El silencio dio paso a un ruido apagado procedente de la biblioteca, que se hallaba a la izquierda de las escaleras. Con el corazón latiendo aceleradamente en su pecho, Jo cruzó el vestíbulo y abrió la puerta de la biblioteca.

Se quedó paralizada en el umbral, mirando el poderoso torso desnudo de un hombre sentado en medio del suelo y envuelto en cinta adhesiva de embalar. Unos furiosos ojos verdes la miraron por encima del trozo cinta que sellaba su boca.

Ni niñera, ni niños. La única persona que había en la biblioteca era aquel hombre grande, muy enfadado, semidesnudo y con unos extraños tatuajes. Jo reprimió una oleada de pánico. Max y Cici se encontraban fuera del país y ella estaba a cargo.

¿Dónde estaban los niños? Hizo un esfuerzo por tranquilizarse. Nerviosa no iba a resolver nada. Se volvió hacia su abuela.

–Parece que Cici tenía motivos para estar preocupada.

–¿Quién es ese hombre, querida? ¿Dónde está su ropa? ¿Y por qué está envuelto en cinta adhesiva?

–No tengo ni idea, pero pienso averiguarlo –una descarga de adrenalina recorrió el cuerpo de Jo a la vez que sacaba su pulverizador de pimienta y entregaba a Nora su teléfono móvil–. Sal al porche y llama a la policía al nueve uno uno.

El hombre negó frenéticamente con la cabeza. ¿Quién, excepto un delincuente, pondría objeciones a la presencia de la policía? Desde luego, no un tipo inocente envuelto en cinta de embalar.

Jo reprimió un arrebato de pánico y volvió a llamar a sus sobrinos.

–¿Connor? ¿Molly? ¿Tara? –excepto por los apagados gruñidos del desconocido y la lejana voz de Nora, el silencio volvió a adueñarse de la biblioteca. Aquel hombre iba a tener que preocuparse de algo más que del pulverizador de pimienta si había tocado un solo pelo de la cabeza de los niños.

Casi de inmediato sonó la sirena de un coche de policía en la distancia. El hombre dejó caer los hombros, resignado. Consciente de que la ayuda estaba en camino y deseando localizar a sus sobrinos cuanto antes, Jo se acercó al desconocido. Excepto por aquellas extrañas marcas en su rostro, no parecía un criminal. ¿Amigo o enemigo? Pronto lo averiguaría.

Nunca había retirado cinta de embalar de ninguna parte del cuerpo, y supuso que lo mejor sería tomar un extremo y tirar de ella.

Alargó una mano hacia la boca del hombre.

–Voy a quitarle la cinta. Si sabe dónde están los niños, más vale que me lo diga de inmediato.

Cerró los ojos y dio un tirón.

 

 

Sloane tenía las manos atadas a la espalda, de manera que no pudo permitirse el lujo de pasar una de ellas por el irritado labio superior. No había leído nada sobre aquello en los dos libros de niños que había comprado, pero lo cierto era que, más que niños, las criaturas a las que se había enfrentado parecían demonios.

–Los niños están…

Tres de sus compañeros policías entraron en aquel momento en la biblioteca con sus armas en ristre.

–Ya puede bajar eso, señorita.

Jo siguió apuntando al rostro de Sloane con su pulverizador. Ni siquiera se volvió a mirar a Blakely, el compañero y competidor de Sloane que estaba a cargo. No podía decirse que el comienzo de la operación hubiera sido estelar.

–No hasta que sepa dónde están mis sobrinos.

Sloane señaló con un gesto de la cabeza las cortinas que flanqueaban las puertas acristaladas.

–La última vez que los he visto estaban ahí.

El pesado terciopelo de las cortinas se agitó. La rubia cabecita de un niño apareció por un costado.

–Hola, tía Jo.

Su hermana se asomó tras él.

–Jo, Jo…

Jo se quedó paralizada por un instante y dejó caer el pulverizador al suelo, pero enseguida reaccionó y tomó a la pequeña en brazos.

–¿Dónde está Tara? ¿Dónde está vuestra niñera? ¿Conocéis a este hombre?

La niña, Molly, se metió un dedo en la nariz.

–Yo y Connor hemos metido a Tara en la cama porque era la hora de la siesta y estaba enfadada. Y esa es nuestra nueva niñera –se sacó el dedo de la nariz, señaló directamente a Sloane y sonrió con expresión angelical. Por supuesto, no había dejado de sonreír así mientras lo rodeaba con la cinta y le pintaba con un rotulador.

–¿Él es vuestra niñera? –Jo cerró un momento los ojos–. Oh, Dios santo.

–Sloane Murphy a su servicio –Sloane se había cambiado el apellido para aquella misión.

La abuela de Jo se acercó al niño.

–¿Qué ha pasado aquí, Connor?

El pequeño salió de detrás de la cortina y bajó la mirada.

–Solo estábamos jugando.

–Esperaba que te comportaras mejor –dijo Jo, decepcionada.

Blakely reprimió una sonrisa.

–Según el aviso que nos ha llegado, ustedes son la tía y la abuela de los niños y ese hombre está a cargo de ellos, ¿no? –preguntó a la vez que señalaba con el dedo. Cuando Jo asintió, se volvió hacia Sloane–. ¿Le importaría explicarnos la situación, señor? ¿Por qué no nos cuenta cómo han logrado atarlo de ese modo dos niños pequeños?

–Me pillaron por sorpresa y no quería hacerles daño –a Sloane le mortificó tener que admitir un error ante Blakely. La escéptica mirada de este declaró en silencio que él habría sabido cómo manejar la situación, y Sloane supo que no iba a sobrevivir a aquello. Tres niños y una llamada telefónica acababan de reducir a cenizas su reputación profesional.

–Estábamos jugando y le hicimos al señor Sloane lo mismo que al indigna de ayer en la tele.

Connor miró a su hermana con gesto exasperado y empujó sus gafas hacia arriba.

–Indígena, tonta. Era el miembro de una tribu indígena de la zona más baja del Amazonas. Según el canal Discovery, están a punto de extinguirse a causa del deterioro de su hábitat.

–No insultes a tu hermana –dijo la abuela.

El niño era una enciclopedia andante.

Jo se volvió hacia Sloane.

–¿Qué le ha pasado a su camisa?

Sloane señaló la prenda desecha en un rincón de la biblioteca.

–La han cortado después de atarme –por fortuna, se habían detenido en ese punto y no estaba sentado en aquellos momentos ante todos los presentes con el culo al aire.

Blakely, Upshaw y Dickerson emitieron unos sonidos estrangulados. No había duda de que estaban disfrutando con aquello.

Las dos mujeres miraron a los niños con expresión horrorizada.

–Connor, Molly, ya sabéis que no debéis jugar con las tijeras –los reprendió la abuela.

Jo dejó a la niña en brazos de su abuela.

–¿Por qué no te llevas a los niños arriba y compruebas cómo está Tara?

–Buena idea –dijo Nora–. Connor y yo podemos charlar mientras vosotros os conocéis mejor –empujó con disimulo el codo de Jo–. Es muy guapo –susurró–. No dejes que este se escape.

Jo se puso colorada mientras su abuela y los niños se encaminaban hacia la salida.

–Parece que ya lo tiene todo bajo control, señora –dijo Blakely–. Si no nos necesita para nada más, nos vamos a hacer el informe.

Sloane sabía con exactitud la clase de informe que pensaban presentar. La debacle de la cinta de embalar estaría en boca de toda la comisaría en pocos minutos.

–Gracias por haber acudido con tanta rapidez –dijo Jo–. Siento haberles molestado.

–Para eso estamos. Llámenos cuando nos necesite.

Jo alargó la bolsa de los donuts hacia Blakely.

–Tome. Acepte esto por las molestias. Los había traído para los niños, pero es obvio que ahora no se los merecen.

Blakely aceptó la bolsa con una sonrisa.

–Gracias. Esto nos ahorrará un viaje –inclinó la cabeza en dirección a Sloane–. Ya puede quitarle el resto de la cinta. Y será mejor que advierta a los niños para que lo traten mejor a partir de ahora. No se moleste en acompañarnos. Sabemos dónde está la puerta.

Jo permaneció donde estaba hasta que el sonido de la puerta principal al cerrarse indicó que los policías se habían ido.

–Bien. Ahora voy a quitarle la cinta para que pueda levantarse de esa silla –con movimientos rápidos y efectivos, se colocó tras Sloane y comenzó a retirar la cinta.

Sus manos estaban frías, pero su cálido aliento acarició la espalda de Sloane y su pelo moreno le rozó los hombros. Rodeado de su fragancia, él encontró aquellas sensaciones inadecuadamente eróticas.

–Siento todo lo sucedido –dijo Jo–. Los niños pueden ser muy traviesos.

Aquel comentario hizo que Sloane volviera a centrarse en el asunto en cuestión. ¿Traviesos? Aquello era el eufemismo del año. Más bien eran auténticos diablos. Reprimió el comentario y trató de dar una respuesta de auténtico niñero.

–Los niños siempre serán niños.

–Creo que lo mejor que puedo hacer es cortar la cinta y dejar que usted termine de quitársela –Jo tomó las tijeras del escritorio y Sloane se encontró con las manos libres en unos segundos. A continuación se soltó los tobillos y luego, apretando los dientes, retiró la cinta de sus muñecas.

Jo se estremeció al ver unos cuantos pelos negros adheridos a la cinta.

–Siento todo lo sucedido… ya sabe, los niños, la policía… –alargó una mano hacia Sloane–. Soy Jo Calhoum. Cici es mi hermana gemela. Y no se moleste en decir que no hay ningún parecido familiar entre nosotras. La otra mujer es Nora Ferguson, nuestra abuela.

Gracias a la práctica Sloane logró no mostrarse sorprendido. Cici Cheltham tenía una larga melena rubia, un par de grandes ojos azules y un montón de curvas por todo el cuerpo. Era imposible pasar a su lado sin mirarla. Sin embargo, Jo Calhoum era una mujer con un aspecto muy normal. Pelo castaño hasta los hombros, ojos marrones normales y corrientes, constitución media. En resumen, una más del montón.

Estrechó la mano que le ofrecía y se sorprendió al sentir un claro cosquilleo por todo el cuerpo. Casi seguro que se había debido a la electricidad estática.

–Sloane Murphy, de Nurturing Nannies Network.

Jo retiró la mano y dio un paso atrás. Luego bajó la mirada hacia el dragón que Sloane tenía tatuado en el vientre.

–Lamento la confusión, pero nadie había mencionado que fuera un hombre, y no parece exactamente una niñera.

Sloane pensó que merecía un poco de consideración después de aquella llamada a la policía que había arruinado su reputación.

–Lo normal es que no haya ninguna confusión sobre mi condición de hombre. Y me encanta ser niñero –otra mentira como aquella y se atragantaría con ella.

Jo miró sus muñecas, a las que les faltaba una banda de pelo, a su camisa desgarrada…

–Comprendo por qué.

Sloane se vio en el espejo que colgaba de una de las paredes de la biblioteca. Su rostro y su cuello estaban llenos de rayas y círculos.

–Menuda obra de arte –sonrió a pesar de sí mismo. Con el pelo de punta, parecía una especie de artista excéntrico.

–Connor y Molly se la han jugado bien.

–Tara también les ha ayudado –Sloane recordó un pasaje de uno de los libros que le había dejado la esposa de Vic–. Los niños necesitan un escape para su creatividad.

Jo Calhoun lo miró como si se hubiera vuelto loco.

–Entonces, ¿no piensa renunciar al trabajo?

–Claro que no –«al menos hasta que tenga la evidencia necesaria para atrapar a Cheltham», añadió Sloane para sí–. De hecho, han realizado un buen trabajo. Fíjese en la simetría entre los dibujos del lado derecho y los del izquierdo.

Miró el bote de las toallitas y luego el trasero manchado de Tara. ¿Y se suponía que debía limpiárselo con aquellas ridículas toallitas? Imposible.

Rápido como el rayo, desató a la niña y le quitó el resto de la ropa. Luego, sujetándola contra su costado, corrió al baño. Los alaridos cesaron de inmediato.

Abrió el grifo, se aseguró de que el agua no estuviera demasiado caliente y colocó el culito de la niña bajo el chorro. Tara rio, encantada.

–Te comprendo –dijo Sloane–. Yo también me sentiría mucho mejor si me hubieran quitado toda esa… sustancia de encima.

Alzó la mirada y vio a Jo y a Nora reflejadas en el espejo. No se había dado cuenta de que tenía audiencia. Por fortuna, no había hecho una chapuza.

 

 

Jo movió la cabeza mientras salía con Nora de la perfumada habitación de Tara. Apenas sabía nada de niños, incluso ella podía reconocer cuando alguien carecía por completo de experiencia.

–Voy a llamar a la agencia para comprobar sus referencias. Si ese hombre tiene experiencia como niñero, te doy permiso para que me embadurnes de mantequilla y me llames galleta.