leonardo da jandra
guillermo fadanelli
l. m. oliveira

DESCONFIANZA

El naufragio de la democracia en México

Prólogo de
Arnoldo Kraus

Índice

Prólogo

1 Los parásitos de la libertad» en la página

Partidos, sindicatos, teocracias, corporaciones
y academias parasitaria

¿Qué debemos entender por estado democrático?

2 La democracia en la oscuridad

La democracia

Apuntes para enfrentarse a la urna

Referencias

3 Otro lugar

Reflexión final

TEXTO

© Sergio Guillermo Juárez Fadanelli, Leonardo García Palencia y Luis Muñoz Oliveira, 2018

© Los libros del lince, S. L.

C/ Diputació, 327, pral. 1.ª

08009 Barcelona

www.linceediciones.com

ISBN: 978-84-17302-31-3

Depósito legal: B-16.161-2018

Primera edición: julio de 2018

Maquetación: Orbilibro

Imagen de cubierta: ©Malpaso Ediciones, S. L. U.

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Prólogo

México roto

Arnoldo Kraus

Los abismos más profundos tienen límites. Lo mismo sucede con los mares y el espacio. Aunque no lleguemos a ellos, la Naturaleza los conoce. Límite tiene muchas connotaciones. Una de ellas es social. Otra es humana. Pobreza, corrupción, impunidad, injusticia y cinismo deberían tener límites. En el México “poskafkiano” las lacras previas perviven y conforme transcurren los años, o los sexenios para fines mexicanos, se profundizan y burlan todo confín, toda frontera: los gobernantes mexicanos desconocen las lindes del Mal y del latrocinio. De ahí lo “poskafkiano”: imposible creer y vivir la agobiante cotidianeidad y realidad de nuestro país cuyo deterioro se multiplica sin fin. Imposible pero cierto. Ahí están la miseria, los decapitados, el narcotráfico, la incertidumbre, el miedo, las cárceles sin decenas de políticos, los heroicos indocumentados que dejan sus vidas en los desiertos estadounidenses mientras que sus pares mantienen al Estado y salvan a los políticos. ¿De qué los salvan? De la insurrección del hambre.

En “La democracia en la oscuridad”, L. M. Oliveira cavila sobre el miedo, “Vivir con miedo es vivir a medias. Y en México tenemos miedo. Miedo de salir a las calles a caminar, de recorrer nuestro hermoso país por carreteras; miedo de la noche: miedo y más miedo”. Un Estado cuyos habitantes viven atemorizados, agobiados por las noticias de hoy y mañana, por los familiares que tardan en llegar o no contestan, es un Estado fallido. Nuestro país, duele siquiera pensarlo, es un Estado fallido. Lo saben los extranjeros, lo vivimos los mexicanos, lo confirman los pueblos y ciudades pequeñas en el norte del país abandonados por sus habitantes. Miedo ilimitado, miedo como parte de nuestras vidas, miedo en el esqueleto.

El temor no es consustancial a la naturaleza humana. En el caso de México, proviene de la insalubridad económica y social producto de la corrupción, de los hurtos y de la impunidad de nuestros políticos. “México roto”, titulé estas palabras. México está roto. El desencuentro con la democracia es infinito y la corrupción, como anota Oliveira, “abona la desigualdad”. Renglones adelante agrega, “el país está dentro de los más desiguales del mundo”. En nuestra nación convivimos con 50 o 60 millones de connacionales en situación de pobreza o miseria. Esa inconvivencia debería tener límites. No los tiene. El Estado es responsable de la miseria y de sus largos desfalcos. Ni inconvivencia ni ingobernar son entradas en los diccionarios de la lengua. Inconvivencia e ingobernar son vivencias mexicanas.

En México, como escribe Leonardo da Jandra en “Los parásitos de la libertad”, “padecemos una democracia simulada” y apuntala “… las partidocracias inmorales se han convertido en el mayor obstáculo para alcanzar una democracia plena”. La inmoralidad política en México carece de fronteras. Rebasa lo inimaginable. Esa es una de las razones por las cuales no hay (casi) políticos tras las rejas. Da Jandra invita a recorrer y a cuestionar la salud de la democracia de nuestra nación citando a números filósofos dedicados a temas afines. Cita, inter alia, a Montesquieu, “los pueblos más pobres son siempre los menos libres.” Y sin libertad se multiplica la injusticia. Y sin justicia se reproducen ad nauseam corrupción e impunidad. Y sin ética como estandarte político, las naciones se fracturan, se rompen.

La pobreza no es gratuita. Afirmar que es un propósito de nuestros políticos es erróneo. Afirmar que los actuales, los previos y los venideros son, serán, responsables de ella es correcto. Sin voz, sin futuro, sin esperanzas, sepultados por el presente, los esfuerzos para sobrevivir de más de la mitad de la población se invierten en sortear las afrentas del día, no más: comer, vestirse, conseguir agua, no ser vejados y cuidar el techo y las puertas del hogar es la meta. Ese dechado de miserias no es producto democrático, es consecuencia de lo que llamaré “ética cero”. En México, la ética cero, la ausencia de responsabilidad hacia los otros, es producto de políticas desaseadas y ladronas.

Una suerte de muerte nos abrasa: sembrar pobreza y no educar son metas, sotto voce, del Estado, de una realidad cruda, mortal, donde la democracia no va más allá de las 10 letras que forman la palabra. Al Estado no le conviene educar y empoderar a la población. Da Jandra: “En un Estado plenamente democrático los gobiernos sólo podrán consolidarse si la ciudadanía dispone de los instrumentos jurídicos y políticos efectivos para controlar y, de ser necesario, sancionar el de-
sempeño de las funciones públicas”. Real la sentencia. Inaplicable en el México de ayer, de hoy y de mañana, a menos de contemos con la capacidad de responderle a Guillermo Fadanelli: “¿Qué hacer para evitar que la casa se desmorone o se venga abajo?”.

Envidio a Fadanelli. Su desasosiego no es infinito. Encuentra fuerza en principios éticos. Su mirada sobre la situación enferma del país reclama. Reclama acción y posición. Aunque ni habla ni invita a la desobediencia civil, esa idea se respira. En 2012, Fadanelli y un grupo de colaboradores publicaron un pequeño texto titulado r(E)volución sin violencia, cuyos alegatos se continúan en los tres trabajos que integran Desconfianza: el naufragio de la democracia en México. El libro, con sapiencia y convicción, invita a la sociedad civil a cavilar acerca de la “Enfermedad México”. Nuestra enfermedad es vieja. Los síntomas y los signos de nuestras patologías han empeorado: políticos cada vez más ladrones; pobres cada sexenio más pobres; corrupción e impunidad en aumento; narcotráfico y desempleo in crescendo –asociación lógica–; desnutrición en la población indígena, violencia ilimitada y un largo etcétera que interrumpo para preguntar, ¿por qué en México hay tan pocos políticos en la cárcel en comparación con algunos países latinoamericanos?

Esa enfermedad, imparable debido a la contumacia, al hurto sin límites y a la falta de preparación de nuestros gobernantes invitan a Fadanelli: “El resentimiento, la desconfianza, el miedo, el rencor y la conciencia del mal vivir o de vivir pobremente crecen y se extienden a casi todos los espacios de la sociedad mexicana”. Y al extenderse sin coto empeoran la “Enfermedad México”. Mientras escribo esbozo un diagnóstico: la “Enfermedad México” en 2018 se ha diseminado como si fuese un cáncer agresivo con metástasis por todo el cuerpo, resistente a los esfuerzos de la sociedad y de los librepensadores que intentan modificar el statu quo.

“Otro lugar” se titula el ensayo de Fadanelli. Otro lugar es México, nuestra morada, la casa de los abuelos y de los viejos de los abuelos, de quienes nacieron y fueron enterrados en sus tierras. Otro lugar son las calles y los parques y las escuelas de los niños pequeños y de los jóvenes. El México enfermo necesita pócimas. Diseñarlas es urgente. Quienes tenemos derecho a la Voz estamos endeudados. Los pequeños mexicanos no deben vivir en un país tan injusto como el nuestro.

La política ejercida por políticos miopes –o ciegos– ha enfangado y derruido al país. La reconstrucción empezará cuando los responsables de la “Enfermedad México” sean enjuiciados y el futuro será futuro cuando los nuevos políticos comprendan los destrozos de sus compinches, los denuncien y se comprometan. Con la democracia, con su país, con la justicia.

La humillación tiene límites. Cuando la dignidad se aplasta, el rencor aumenta. Humillar mata. Humillar genera odio. En épocas como la nuestra, en las que el poder ha carcomido el esqueleto de la mitad de la población, es imperativo restañar heridas. El dolor de la humillación también tiene límites. Ya lo dijo Thoreau, “hay tiempos en los que es más necesaria la desobediencia que la obediencia”.

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Los parásitos de la libertad

Leonardo da Jandra