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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 487 - octubre 2019

 

© 2011 Teresa Carpenter

El regalo del playboy

Título original: The Playboy’s Gift

 

© 2012 Jessica Hart

Siempre nos quedará París

Título original: We’ll Always Have Paris

 

© 2012 Patricia Wright

Más que trabajo

Título original: Single Dad’s Holiday Wedding

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2012, 2012 y 2013

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiale s, utilizadas con licencia.

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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-732-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

El regalo del playboy

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Siempre nos quedará París

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Más que trabajo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

El regalo del playboy

Capítulo 1

 

 

 

 

 

–GRACIAS por venir, señorita Miller –el abogado le indicó a Skye que tomara asiento en uno de los sillones beis situados frente su escritorio–. Sé que es un momento difícil.

Sí, era un momento difícil. Diez meses después de la muerte de su hermano Aidan, habían enterrado a su cuñada, Cassie. Por raro que pareciese en la actualidad, Skye creía que la viuda de su hermano había muerto de tristeza. Cassie había caído en depresión tras la muerte de Aidan y nunca había logrado recuperarse.

Skye se sentó frente al abogado, preparada para hablar de la custodia de su sobrina huérfana, el precioso bebé al que Skye no se había permitido querer.

–En realidad no entiendo por qué estoy aquí –dijo mientras se sentaba en el sillón de cuero–. Creí que los padres de Cassie se quedarían con Ryann.

–Se lo explicaré todo en unos minutos –le aseguró Phil Bourne–. Estamos esperando a otra de las partes. Ah, ya está aquí.

–Skye –unas manos fuertes y cálidas la agarraron por los hombros con fuerza.

Rett Sullivan. El mejor amigo de Aidan. Y el primer amor de Skye.

La única persona que comprendería su dolor. La única persona que se había enseñado a olvidar.

De pronto todo le pareció demasiado y las lágrimas que había aguantado durante tanto tiempo amenazaron con superarla. Agachó la cabeza e intentó mantener las lágrimas.

–Les daré unos minutos –el abogado salió de la habitación.

–Sé lo sola que debes de sentirte –Rett se agachó a su lado. Un hombre alto, de pelo oscuro y hombros anchos apareció ante ella mientras sus ojos azules inspeccionaban su mirada castaña–. Espero que sepas que puedes llamarme cuando quieras. Los Sullivan te consideran de la familia.

Por supuesto. Los Sullivan.

–Grac… –se le cerró la garganta y terminó con un asentimiento de cabeza.

–Oh, cariño –le puso un mechón de pelo detrás de la oreja–. Yo también lo echo de menos.

Skye cerró los ojos e intentó respirar. Pero era demasiado; había aguantado las lágrimas durante demasiado tiempo. Con un sollozo ahogado, se puso en pie con la intención de pasar frente a él para tener un momento de privacidad, pero en vez de eso acabó entre sus brazos.

Él la envolvió con los brazos, la apretó contra su cuerpo y deslizó los dedos por su pelo negro y corto.

Entonces Skye sintió la humedad contra la sien. Las lágrimas brotaron como prueba de la tristeza que Rett también sentía.

Skye no supo cuánto tiempo estuvieron llorando juntos, pero durante ese tiempo no se sintió tan sola. Rett olía tan bien, a jabón, a hombre y a especias. Era un olor familiar, casi como regresar a casa.

–Lo echo mucho de menos –dijo ella–. Y ahora Cassie nos ha dejado también.

–Lo sé.

–No puedo creer que los haya perdido a los dos.

–No nos dejarán mientras tengamos su recuerdo.

Eso habría sonado mal viniendo de cualquiera, salvo de Rett, que provenía de una familia unida que había sufrido pérdidas. Era un comentario destinado a consolarla, y por esa razón la ayudó. Pero no mucho.

Nada ayudaba excepto dejar de sentir.

–No es lo mismo.

–No –convino él.

Skye dio un paso atrás y lo miró a los ojos. Lo conocía desde hacía más de veinticinco años, lo había amado durante parte de ese tiempo, pero Rett no había estado en su vida durante mucho tiempo.

Había demasiada historia, demasiado dolor entre ellos como para poder estar cómodos. Skye se había reconciliado con ese hecho hacía mucho.

Pero durante aquellos minutos de pena compartida agradeció su presencia y su cercanía. Por esa razón se apartó y estiró los hombros.

–Ya estoy bien. Gracias –sacó un par de pañuelos de papel de la caja situada en el escritorio.

Rett aceptó el pañuelo, pero la observó atentamente.

–Nadie espera que seas fuerte en todo momento.

–Y llorar no soluciona nada. Disculpa, voy a lavarme –buscó el bolso a su alrededor–. Dile al abogado que volveré en unos minutos.

En el cuarto de baño se lavó las manos y la cara con agua fría. Eso ayudó a recuperar la compostura. El maquillaje y los minutos de soledad ayudaron más aún. Una respuesta a la pregunta que le rondaba por la cabeza sería de más utilidad.

¿Por qué estaba Rett allí para hablar de Ryann?

Con el bolso debajo del brazo, regresó al despacho del señor Bourne para encontrar sus respuestas.

–Rett Sullivan, el diseñador –oyó al abogado hablando con Rett al acercarse–. De Joyas Sullivan, ¿verdad?

–Sí –respondió Rett–. Mi hermano Rick se encarga de la parte empresarial. Aidan Miller era el gerente de la tienda del centro.

–Yo le compré el anillo de compromiso a mi esposa en Sullivan. Sois buenos. No tenéis las mismas cosas que tiene todo el mundo.

–Lo intentamos.

–Siento haberos hecho esperar –los hombres se pusieron en pie cuando Skye entró en la habitación. Ocupó su asiento y comenzó repitiendo su anterior comentario.

–Señor Bourne, por favor, díganos por qué estamos aquí. Como ya le he dicho, creía que los padres de Cassie se quedarían con Ryann.

–De hecho, no. El señor Gleason sufrió una apoplejía hace dos años, además son mayores. No creen que puedan hacerse cargo de un bebé. Se conforman con hacer visitas regularmente –Phil se recostó en su asiento y los miró desde el otro lado del escritorio–. Cassie les ha dejado a ustedes dos la custodia de Ryann.

Skye parpadeó y agachó la cabeza para disimular su expresión. ¿Cómo podía Cassie hacerle eso? La traición fue como arrancar una venda de una herida abierta.

Con Rett sentado a su lado, el pasado regresó y dejó al descubierto todas esas emociones dolorosas que había reprimido durante los años; la decepción, la esperanza perdida, la traición. La pérdida.

Demasiada pérdida durante los años.

Debía de haber un error. No podía hacer eso.

–¿Señorita Miller? Señorita Miller, ¿se encuentra bien? –preguntó el abogado–. ¿Quiere un café, o agua?

–¿Qué? –sorprendida, Skye lo miró con los ojos muy abiertos–. Oh, lo siento –declinó la oferta con un movimiento de cabeza. Sabía que debía de estar blanca. Tal vez por eso no podía pensar; tenía el cerebro privado de oxígeno. Tal vez no tuviera nada que ver con el hecho de que acabasen de poner a su sobrina bajo su tutela–. Por favor, continúe. Como puede imaginar, estoy sorprendida. El señor Sullivan y yo no somos pareja. Y ninguno de los dos ha pasado mucho tiempo con Ryann.

–Siendo hija única, las opciones de Cassie eran limitadas, pero se mostró segura con su decisión.

–¿Cómo podía estar segura? No estoy preparada para criarla, y no le confiaría a Rett ni un cachorro…

–Oye –protestó Rett.

–Perdona. Pero ambos sabemos que eres un jugador y que no has estado al cuidado de un niño durante más de una hora o dos en tu vida.

Rett se encogió de hombros. No podía negarlo. Pero aunque ella no supiera por qué estaba allí, él sí lo sabía.

Aquello no era parte del plan. Aidan no tenía que morir. Rett no tenía que criar a Ryann. Skye no tenía que sufrir. Todo aquello hacía que le diera vueltas la cabeza.

–Cassie estaba a gusto con su decisión porque sentía que ustedes habrían sido la elección de Aidan. Si se niegan a seguir con esto, Ryann acabará en un hogar de acogida.

–Los Gleason…

–Podrían acceder a quedársela, pero creo que los Servicios Sociales estarán de acuerdo con su argumento de que son demasiado mayores.

–¿Los de Servicios Sociales nos evaluarán?

–Es la norma, sí.

–Bien –Skye se puso en pie y comenzó a dar vueltas de un lado a otro–. Yo quería a mi hermano, pero tengo un apartamento de un dormitorio. ¿Cómo va a funcionar esto?

–Ryann tiene un fondo a su nombre para su cuidado –dijo Bourne.

–Yo tengo mucho dinero –intervino Rett–. No es necesario tocar el fondo de Ryann.

Skye se volvió hacia él.

–¿Estás pensando seriamente en hacer esto? ¿Sabes que toda tu vida va a cambiar?

–¿Qué otra opción tenemos? Los Gleason son buena gente, pero estoy de acuerdo en que un bebé es demasiado para ocuparse de ella todo el tiempo. No podemos permitir que acabe en un hogar de acogida.

–Rick y su esposa se la pueden quedar –Skye ofreció al hermano gemelo de Rett, que estaba casado y con un hijo a punto de cumplir un año–. O alguno de tus otros hermanos.

–No. Tengo que ser yo. ¿Qué sucede, Skye? ¿Esto es por lo que ocurrió hace quince años?

–No es irrelevante –contestó ella–. El destino dejó muy claro que no éramos buenos padres.

–Antes no eras tan fatalista.

Skye dejó escapar una carcajada burlona. Rett la comprendía; había tenido un año muy duro. En lo referente a la pérdida de seres queridos, había tenido una vida dura desde que perdiera a su madre con sólo seis años.

–Eso fue hace mucho tiempo. Obviamente el destino tiene un nuevo mensaje para nosotros, cortesía de Cassie. No puedo permitir que Ryann acabe en un hogar de acogida, Skye.

–¿Por qué tienes que ser tú?

–¿Qué?

–Rick también era amigo de Aidan. Ambos sabemos que él se quedaría con Ryann. Has dicho que tenías que ser tú. ¿Por qué?

Rett maldijo en silencio. Debería haber sabido que Skye era demasiado lista para dejarse engañar. ¿La verdad o la mentira? No le importaba prevaricar para ahorrarle más sufrimiento, pero tampoco quería comenzar una asociación fundamentada en una mentira.

¿Por qué Aidan no se lo había contado? Porque no había manera de que Rett se lo dijera sin causarle dolor. Y Skye ya había sufrido demasiado.

Sin embargo, tenía que pensar en Ryann.

–Porque es mi hija.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

SKYE se quedó completamente quieta. No podía haber oído lo que creía haber oído.

–Aidan era el padre de Ryann.

–No.

–Claro que sí.

–Skye –Rett se levantó, se acercó a ella e intentó agarrarle las manos. Pero Skye se apartó–. Skye, ya sabes que Aidan y Cassie tuvieron problemas para concebir.

–Sí –se le aceleró el corazón al pensar en ello–. Usaron un donante –tomó aliento y lo soltó lentamente. Si quería superar aquello, tenía que mantener la calma–. Tú.

–Sí.

Bourne se puso en pie tras el escritorio.

–Les daré unos minutos.

–No es necesario –dijo Skye–. Me marcho –se dio la vuelta, agarró el bolso, se levantó y se dirigió hacia la puerta.

–Skye, espera –Rett la siguió y, al llegar al despacho de fuera le agarró la mano–. No te vayas.

–Déjame en paz –Skye le dio un manotazo y llegó a la puerta de fuera.

–Skye, por favor, no te vayas –la interceptó en el patio del edificio–. Siento que te hayas enterado así. Siento que nuestro pasado haga que esto sea difícil. Pero hay un asunto más importante.

–Eso es. Tu hija.

–Sí. ¿Y tienes idea de lo raro que es para mí decir eso? ¿Crees que es fácil para mí? Se suponía que esto no debía ocurrir.

–Oh, sí, pobre Rett. No creo que Aidan o Cassie estén muy contentos tampoco.

–Tienes razón. Pero estoy intentando hacer lo correcto. Ryann es inocente. No lo conviertas en algo personal.

Los recuerdos de su aborto aparecieron en su mente; la pena mezclada con el alivio. La pérdida del bebé siempre iba relacionada en su cabeza con la pérdida del hombre que había sido amigo y amante.

Y ahora otro bebé unía sus destinos.

Otro bebé con otra mujer.

Aquello no debía tener poder para hacerle daño, pero sí se lo hacía.

–Oh, Dios –se sentó lentamente en un banco de piedra que rodeaba una fuente–. Entonces quédatela tú. No me necesitas.

–Sí te necesito. Tienes razón cuando dices que nunca he cuidado de un niño durante más de una hora o dos. Y eso ha sido inusual. Pero lo más importante es que Ryann te necesita. Tú eres su familia.

–No lo soy –¿y por qué aquello le dolía tanto cuando nunca se había permitido estar muy unida a Ryann? Claro, veía a la niña cuando visitaba a su hermano, incluso había hecho de canguro algunas veces, pero siempre mantenía sus emociones bajo control.

–La familia no son sólo los lazos de sangre.

Skye se frotó la frente, que empezaba a dolerle. Rett estaba pidiéndole demasiado. Cada vez que tomase a Ryann en brazos, se acordaría del bebé que había perdido.

–Tus cuñadas pueden ayudarte.

–No es tan fácil –le aseguró él–. Ellas tienen sus propias familias, y trabajos a jornada completa. Estoy seguro de que ayudarán cuando puedan, pero Ryann está cómoda contigo –se sentó a su lado–. ¿De verdad puedes darle la espalda a la hija de Aidan? Yo puse el ADN. Él la adoraba.

En eso tenía razón. Aidan había sido su hermano mayor, su héroe. Nunca se perdonaría a sí misma si lo defraudaba en eso.

–Por favor, vuelve al despacho. Terminemos de oír lo que el abogado tenga que decir.

Skye agachó la cabeza y le permitió que la guiara de vuelta al despacho de Bourne.

De pie junto a la ventana, con los brazos cruzados como para mantener la compostura, preguntó:

–¿Cómo vamos a hacerlo?

El abogado básicamente repitió lo que él ya había esbozado y les recordó que los de Servicios Sociales se pondrían en contacto con ellos.

–Ryann tiene asignado un trabajador social que podrá hacer visitas sorpresas a su hogar e incluso a su trabajo. Su labor es asegurarse de que Ryann esté en un entorno seguro y favorable. Mi consejo es que sean ustedes mismos.

–Claro –Rett frunció el ceño, pero asintió–. Parece que yo tengo la mayor responsabilidad, así que me la quedaré primero.

–Si quieren un consejo más –dijo Bourne–, Ryann ya está traumatizada. Yo tengo hijos y puedo asegurarles que el cambio puede afectarles mucho. Sugeriría que se instalara en una residencia fija hasta que lo supere… hasta que se acostumbre a ustedes dos.

–¿Entonces ya es definitivo? –preguntó Rett–. ¿Ryann es nuestra ahora?

–Sí. Está con los Gleason. Lo único que tienen que hacer es ir a recogerla.

 

 

El móvil de Skye vibró por tercera vez en pocos minutos. Normalmente no contestaba al teléfono mientras estaba trabajando, pero lo había dejado encendido porque ahora tenía que pensar en Ryann.

Y no le cabía duda de quién estaría intentando localizarla. Rett ya la había llamado para saber si la niña tomaba biberón y qué cosas comía.

Skye se había ido directa desde el despacho del abogado a la cena de ensayo que tenía que fotografiar esa noche, así que no había estado con Rett cuando éste había ido a recoger a Ryann.

–Rett –le dijo cuando contestó la llamada–, estoy intentando trabajar.

–No te llamaría si no necesitara ayuda –Rett parecía desesperado–. No ha parado de llorar desde que la he recogido –los llantos de la niña se oían a través del teléfono–. Y no deja de preguntar por su madre.

–Está traumatizada. Has de tener paciencia.

–Superé el límite de mi paciencia hace una hora.

–¿Qué necesitas?

–Estoy intentando cambiarle el pañal. Necesito que me guíes en el proceso.

–¿En serio? –¿qué había que saber? Se quita el sucio y se sustituye por uno limpio–. ¿Lleva pañal o calzoncillos desechables?

–¿Qué? No sé. ¿Qué diferencia hay?

–Cassie intentando enseñarle a usar el orinal. Los pañales tienen solapas. Los calzoncillos son como braguitas desechables.

–Lleva pañal.

–Bien –lo guió a través del proceso hasta el final–. Probablemente esté tan cansada como tú. Intenta darle un vaso de zumo en una habitación oscura. Prueba a poner música baja.

–¿Crees que con eso se dormirá?

–Esperemos que sí –intentó sonar optimista en su respuesta–. Si no, llámame y me pasaré por ahí cuando haya acabado aquí.

–Cuenta con ello –los llantos se intensificaron y Skye adivinó que había tomado a Ryann en brazos–. Gracias por la ayuda.

Skye regresó al trabajo y rezó por el bien de todos para que Ryann consiguiese dormirse.

 

 

Skye recorrió el camino hacia la puerta principal de Rett.

Maldición. Maldición. Maldición.

La idea de dejar que Rett volviese a entrar en su vida la disgustaba tanto como la idea de quedarse con Ryann. Había luchado mucho durante los últimos diez años para encontrar un lugar de paz en su interior inmune al daño.

Una podía aguantar determinada cantidad de sufrimiento antes de cerrarse emocionalmente, y Skye había llegado a ese punto tras romper con su ex. Perder a Aidan y después a Cassie era un simple recordatorio de que al querer a alguien se exponía a más dolor.

Había tenido una cena de ensayo que fotografiar el viernes por la noche y una boda el sábado, así que le había dicho a Rett que se pasaría por su casa el domingo. Mientras trabajaba le había dado vueltas al asunto, había intentado imaginarse su vida con Ryann, y la imagen le ponía el vello de punta.

No podía hacerlo. No podía arriesgar su corazón una vez más. Así que ayudaría a Rett y a Ryann a conocerse, a que establecieran un vínculo, y después saldría de sus vidas.

Eso significaría tener que aguantar a Rett, pero Skye podía hacerlo. Al fin y al cabo, el pasado era pasado. No tenía que ser su amiga; simplemente tenía que ser cordial.

Ése era su plan: dejar el pasado al margen, mantener la distancia emocional y crear un vínculo entre Rett y Ryann.

Así que sonrió y se preparó para hacerse la simpática mientras llamaba al timbre. La casa de Rett era un rancho de una sola planta en Point Loma, un bonito barrio situado en el extremo de San Diego.

Por supuesto abrió la puerta con unos pantalones de chándal grises y nada más, y con una Ryann gritona en brazos.

–Gracias a Dios –dijo mientras le ponía el bebé en brazos.

–No pasa nada, cariño –Skye se centró inmediatamente en Ryann, calmándola y frotándole la espalda. La niña, de veinticuatro meses, parecía muy ligera en sus brazos.

Cuando Ryann se calmó lo suficiente como para reconocer una voz y un cuerpo nuevos, se echó hacia atrás para ver quién la tenía en brazos.

–¿Mamá? –preguntó esperanzada.

Desolada, Skye negó con la cabeza, incapaz de decir en voz alta que Cassie se había ido.

Ryann frunció el ceño, apoyó la cabeza en el hombro de Skye y siguió sollozando.

Skye miró a Rett y en sus ojos vio paciencia y comprensión.

–Lo sé –dijo él mientras le acariciaba el pelo a la niña–. Se te rompe el corazón.

Era cierto. Ni siquiera Skye era inmune al dolor de un bebé. La meció suavemente y buscó algo para distraerse. Se fijó en los pies descalzos de Rett. No le sorprendió. Si estaba en casa, no llevaba zapatos. En cuanto al resto, intentó no quedarse mirando sus hombros anchos y bronceados, sus abdominales definidos y sus fuertes bíceps.

No era exactamente la distracción que habría elegido, pero su cuerpo duro y atlético hacía que resultara difícil apartar la mirada.

–Pues bien, Skye –dijo él, se quedó mirándola, luego miró hacia la calle tras ella y frunció el ceño.

Skye siguió su mirada, pero no vio nada de interés.

–Pues bien, Rett. ¿Esperabas a alguien más?

–He pedido pizza. Ambos nos morimos de hambre, pero ha estado tan alterada que apenas he tenido tiempo de pedir la pizza –se apartó del umbral de la puerta para permitirle pasar.

–Tengo que hablar contigo –dijo ella mientras entraba.

–Pero antes de que empieces a gritar, deja que te asegure que esto no es culpa mía.

–Claro que es culpa tuya –Skye lo siguió hasta una habitación pintada en tonos grises y azules.

Él se sentó en un sofá gris oscuro y se pasó un brazo por la frente.

–Tenías que… hacer lo tuyo –dijo Skye en tono acusador.

–No es culpa mía que no lo supieras. Imaginé que Aidan te lo habría contado.

Skye se sentó en una silla sin reposabrazos y acomodó a Ryann en su regazo.

–¿Decirme que ibas a tener un bebé con mi cuñada? –preguntó, orgullosa de la firmeza de su voz–. No, mi hermano no me comentó ese pequeño detalle.

–Lo siento. Pero eso es cosa suya.

–Tú podrías habérmelo dicho.

–Nuestras conversaciones sobre bebés no suelen ir bien.

La voz de Rett sonaba algo rasgada.

–¿Qué te pasa? –preguntó ella.

–Estoy bien –contestó él, ignorando su enfermedad–. Es sólo un resfriado que intenta agarrárseme.

–Idiota. Si tienes un resfriado, entonces no estás bien –Skye se puso en pie y, reticente, se aproximó a su cuerpo medio desnudo. Le tomó la temperatura con una mano en la frente–. Estás algo caliente.

–Gracias por la información –dijo él.

–¿Te estás tomando algo?

Él agitó la mano vagamente en dirección a la parte de atrás de la casa.

–Probablemente tenga que tomarme otra dosis –cerró entonces los ojos–. Lo siento. No estoy en mi mejor momento. Siento como si tuviera un mazo golpeándome en la cabeza.

De pronto Ryann se apartó de Skye.

–Mamá –gritó entre llantos.

Rett se estremeció.

Skye comenzó a dar vueltas de un lado a otro mientras mecía suavemente a Ryann. Al ver que la niña se negaba a calmarse, le dirigió una mirada a Rett. Estaba sentado hacia delante en el sofá, con las manos entrelazadas frente a él y mirándolas fijamente.

–Pues vas a tener que aguantarte –le dijo ella–. Ponte una camiseta y unos zapatos. Vamos a llevarla a dar un paseo. Eso hará que se duerma durante un rato.

–Adelante. Yo la he tenido durante dos días. Ahora es tu turno.

–Ah, no. Tú eras el que estaba ansioso por hacer esto. Yo estoy aquí para ayudar, no para hacerme cargo.

–Hazme el favor. Estoy enfermo.

–Acabas de decir que estás bien.

–Vamos, tengo que descansar.

–Y yo tengo que trabajar esta tarde, pero estoy aquí. Mueve el culo.

–Bueno, si me lo pides tan amablemente… –se puso en pie y se dirigió hacia la parte trasera de la casa. La pesadez de sus movimientos indicaba lo mal que se sentía. Normalmente se movía con seguridad y elegancia.

Skye lo siguió por el pasillo buscando la habitación de Ryann para cambiarla. Pasó por delante de un despacho, un gimnasio, un estudio-taller y una sala de audiovisuales. Todas las habitaciones estaban decoradas con muebles sólidos y texturas intensas. Pero no había rastro de Ryann en ninguna de ellas. Skye regresó al salón y encontró la bolsa de los pañales junto a la silla donde había estado sentada.

Ya había cambiado al bebé cuando Rett regresó, vestido con un polo rojo y unos vaqueros azules. Skye le entregó la bolsa de los pañales y ambos salieron a la calle, donde había un deportivo aparcado junto a un enorme Cadillac. Rett sentó a Ryann en su silla, Skye se subió al utilitario y advirtió el olor a coche nuevo. Pocos minutos más tarde ya estaban en la carretera.

Ryann siguió llorando mientras Rett se dirigía hacia la autopista 8, pero cuando llegaron se quedó dormida rápidamente.

–¿Qué te hace pensar que iba a ponerme a gritar? –preguntó Skye mirando al frente.

–Según Aidan, crees que soy responsable de todo lo malo que ha ocurrido en los últimos cincuenta años, desde la Guerra de Vietnam hasta el 11 de Septiembre, pasando por las abejas asesinas procedentes de México.

–Eso es ridículo –dijo ella–. Tú no llevas vivo cincuenta años.

¿Por qué iba a decir Aidan tal cosa? Ella sólo culpaba a Rett de una cosa: romperle el corazón. Tal vez ésa fuera la manera de Aidan de protegerla de más dolor. Tal vez siempre que Rett preguntaba por ella, Aidan lo desalentaba diciendo lo mucho que lo despreciaba.

–Eso es lo que dije yo –Rett tosió, giró la cabeza y estiró el cuello a un lado y a otro para combatir el cansancio.

Skye frunció el ceño, inquieta por las señales de su letargo. Rett irradiaba un calor que no tenía nada que ver con la fiebre, y sí con el hecho de que sus cuerpos se reconocían. La química nunca había sido su problema.

¿Con qué frecuencia habría preguntado por ella?

Decidió que sería mejor no preguntar eso.

–¿Te has tomado alguna medicina? –preguntó en su lugar.

–Estoy bien –declaró él antes de mirarla–. Sé que te cuesta asumir todo este asunto, pero necesito que lo superes de una vez.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

LA BRUSQUEDAD de sus palabras fue como un puñetazo para Skye.

Obviamente la pérdida de su bebé no le había atormentado a él durante los años tanto como a ella.

–Lo dice el hombre que me ha pedido ayuda. Recuérdame otra vez por qué accedí a esto.

–Porque esto es culpa de Aidan y él no está aquí, así que te toca a ti arreglar sus errores.

–Eres tú el que tiene complejo del deber.

–¿Acaso habrías permitido que Ryann se fuese a un hogar de acogida?

Skye se giró para mirar por la ventanilla, pero sin ver nada. ¿Cómo podía responder a eso sin parecer una zorra despiadada? Con la verdad, por mucho que le doliese admitirlo.

–No. No lo habría permitido.

–¿Entonces puedes dejar ya esa actitud para que podamos empezar a trabajar juntos? Yo también tengo trabajo. Y otras obligaciones, al contrario que tú, que he tenido que dejar en un segundo plano durante estos últimos días.

–Pobre Rett, agobiado por el peso de la paternidad.

–Al menos yo no me caso con un bobo para solucionar mis problemas.

Skye se estremeció con el recuerdo. «Bobo» era la palabra que Aidan usaba para referirse a su ex. Pero no pensaba abrir esa puerta con Rett.

–Mi vida no es asunto tuyo.

–No. Pero la de Ryann sí lo es.

–Es una obligación para ti. No finjas lo contrario.

–Skye –Rett intentó agarrarle la mano, pero ella la apartó.

–Ni lo sueñes.

–Mira, sé que te sientes muy sola. Pero esto será más fácil si trabajamos juntos. Podemos establecer un horario y seguir con nuestras vidas.

–Podrías contratar a una niñera y dejarme a mí al margen.

–Eso no va a ocurrir. Lo de la niñera no es mala idea, pero Ryann te necesita.

–No puedes contar conmigo. Podría marcharme –dijo ella con los dientes apretados–, o casarme con otro bobo.

–Estoy dispuesto a arriesgarme –la sorprendió agarrándole la mano izquierda con fuerza–. Es mi hija, Skye.

–Sigues diciendo eso como si significara algo para ti –intentó soltarse, pero Rett seguía apretándole la mano con fuerza.

–Sabes que sí significa. La familia es importante para mí.

–Criar a un niño requiere algo más que sentido del deber –Skye agitó la mano libre y señaló en la dirección en la que habían venido–. Tu casa es un apartamento de soltero. Ni siquiera tienes habitación de invitados.

–¿Qué? ¿Has estado fisgoneando mientras me cambiaba?

–Estaba buscando un lugar en el que cambiar a Ryann, así que he mirado en las habitaciones del pasillo.

–Muy bien –contestó él.

–Simplemente me he asomado a algunas habitaciones con la puerta abierta. No me he puesto a rebuscar en tus cajones –volvió a tirar de la mano para intentar soltarse.

–¿Y aun así te sientes cualificada para criticar?

–Sí. La verdad es que sí. No había cuna, ni cambiador, ni cómoda. Encontré lo que necesitaba en la bolsa de los pañales, ¿pero qué ocurrirá cuando se acaben?

–Tengo una maleta y algunas provisiones en mi habitación. Aunque no te debo ninguna explicación.

Frustrada, Skye apartó la mirada, tomó aliento y contó hasta cinco mientras lo expulsaba. Más calmada, volvió a mirarlo.

–Suéltame –dijo muy despacio.

Él negó con la cabeza y le acarició la palma de la mano con el pulgar, lo que le produjo un escalofrío por la espalda.

–¿Estar cerca de mí te molesta? –preguntó con voz rasgada.

–Estar en el mismo estado que tú me molesta. Intenta no desviarte del tema.

–¿Por qué no contestaste a mis llamadas? –entrelazó los dedos con los suyos y creó una intimidad que ella luchó por ignorar.

–¿Qué? –pero sabía de lo que hablaba. Rett había llamado tres veces desde el funeral de Aidan–. No creía que tuviéramos nada de lo que hablar.

–Hemos sido amigos desde que teníamos diez años.

–Yo tenía siete, y eso fue hace mucho tiempo. Ya no somos las mismas personas.

–Tenías seis. Pero siempre te gustó redondear tu edad hacia arriba.

–Ya no, lo cual demuestra que hemos cambiado –se volvió entonces hacia él–. Necesito que me sueltes.

Él suspiró.

–No puedo. Lo cierto es que te necesito. Voy a criar a mi hija. Pero no sé lo que estoy haciendo y ella es la que sufre en consecuencia. No quiero que venga una niñera a encargarse de todo. Y no quiero que mi familia se apiade de mí.

Su sinceridad removió algo en su interior que exigía una respuesta sincera.

–Me da miedo que vuelvan a hacerme daño –susurró con un nudo en la garganta.

–Skye, tienes que saber que nunca quise hacerte daño…

–Tú no –dijo ella–. Ryann. No puedo quererla. No puedo perder a otro bebé.

Rett le extendió los dedos y le colocó la mano sobre el corazón antes de soltarla.

–Yo no soy el malo aquí, Skye.

–Maldito seas –Skye apretó los dedos, le dio un golpe y después dejó caer el brazo–. No puedo hacer esto.

De pronto habían parado a un lado de la carretera y él la había tomado entre sus brazos. Ella se resistió débilmente, pero la tenía sujeta con fuerza. Finalmente se quedó quieta. En un minuto seguiría luchando. En un minuto, cuando él menos lo esperase, se apartaría del consuelo de sus brazos, de la caricia de su mano sobre su pelo.

–No seas amable conmigo, Rett. Estoy bastante segura de que tuviste algo que ver con todo el asunto de las abejas asesinas.

Rett la agarró con más fuerza y Skye sintió su sonrisa contra la sien.

–Sólo soy un simple joyero. No sé nada de esas cosas.

Skye se apartó de él, ya que se sentía demasiado cómoda a su lado.

–«Simple» no es una palabra que usaría para describirte –además estaba siendo modesto. La empresa familiar debía parte de su éxito a los espectaculares diseños de Rett, así como al sentido empresarial de su hermano gemelo.

De pronto un ataque de tos sacudió su cuerpo. Sacó un pañuelo y se sonó la nariz. Después se aclaró la garganta y miró por encima del hombro para ver cómo estaba Ryann. Cuando volvió a mirar hacia delante, Skye vio lo mucho que el resfriado había afectado a su energía.

Tras mirar por el retrovisor, puso la furgoneta en marcha y regresó a la autopista.

Skye volvió a mirar por la ventana, pero en esa ocasión sí vio algo a través del cristal. Frunció el ceño al darse cuenta de que estaban al otro extremo de El Cajon. No le había dado importancia cuando Rett se había dirigido hacia el este por la 8, pero aquello era algo más que un simple paseo para calmar a Ryann.

–¿Dónde vamos?

–A la cena del domingo.

–¿A casa de tu abuela? –no, no, no. Skye no estaba preparada para enfrentarse a la familia Sullivan en masa.

–Sí. Iba a saltármela hoy porque Ryann no dejaba de llorar. Pero cuando sugeriste ir a dar un paseo, me di cuenta de que lo que ambos necesitamos es una familia. Podré decírselo a todos al mismo tiempo.

–¿Decirles qué?

–Que Ryann es hija mía.

–¿No se lo has dicho?

–Antes no había razón para decírselo, y no ha habido oportunidad desde la muerte de Cassie –la miró con una sonrisa y siguió conduciendo–. No te preocupes, siempre hay suficiente para todos.

 

 

–Prepárate –le dijo Rett guiñándole el ojo poco después mientras abría la puerta.

Skye tomó aliento y lo siguió hasta una sala llena de gente. Hombres, mujeres, niños y una anciana diminuta de pelo gris se lanzaron sobre Rett como si no lo hubieran visto en años.

Los Sullivan, en masa.

Rett tenía cinco hermanos incluyendo a su gemelo, todos casados, y a juzgar por el número de niños y de bebés, todos estaban procreando. Parecía que toda la familia se había reunido para la cena del domingo. El aroma apetecible de la comida italiana inundaba el aire.

–Skye –Rick, el gemelo de Rett, fue el primero en verla. Caminó directo hacia ella, colocó al bebé que llevaba sobre uno de sus brazos y la abrazó con el otro–. ¿Cómo lo llevas? Siento mucho no haber ido al funeral de Aidan.

Los Sullivan no habían podido ir al funeral de Aidan y ella lo comprendía porque sabía que por aquella época estaban todos en Europa para la inauguración de la nueva tienda internacional. Pero Rett sí había estado allí. Había renunciado a la inauguración y a la celebración del centenario para asistir al funeral.

–Recibí las flores y la tarjeta. Cassie agradeció tu generosidad.

–No puedo creer que la hayamos perdido a ella también –dijo Rick–. Era tan joven.

–Nunca superó lo de Aidan. Al final simplemente dejó de luchar.

Rick frunció el ceño y, aunque era más conservador en el estilo que Rett, de pronto se pareció completamente a su hermano.

–Eso no está bien. Debería haber pensado en Ryann.

–Sí –convino Skye. Cassie había sido su amiga, pero había dejado a su hija indefensa. A Skye le costaba perdonarle eso.

–Rick –una mujer pelirroja de ojos verdes se acercó a él y entrelazó el brazo con el suyo. Rick la saludó con un beso.

–¿Te acuerdas de mi esposa, Savannah?

–Sí, nos conocimos en el cumpleaños de la abuela el año pasado –dijo Skye–. No puedo creer lo mucho que ha crecido la familia –todos los hermanos estaban solteros cuando ella había regresado a San Diego seis años atrás.

–Lo sé. Está fuera de control –contestó Rick con una sonrisa–. Pero somos felices. Ven a conocer a todo el mundo –levantó al bebé que tenía en un brazo y lo giró para mirar a Skye–. Éste es mi hijo, Joey.

–Es precioso –el niño debía de tener un año de edad y el mismo pelo oscuro que su padre y que su tío Rett. Skye vio enseguida la similitud entre Ryann y él.

Y de pronto se dio cuenta de que Ryann formaba parte de aquella familia que aún creía en las cenas de los domingos. Debería alegrarse por ella, y lo hacía; pero al mismo tiempo nunca se había sentido más sola.

A veces el precio de proteger su corazón era demasiado alto.

–Disculpa –abrumada de pronto, se excusó y se dirigió hacia la puerta en busca de aire y soledad. No recorrió más que unos pasos antes de que otro hermano la interceptara e hiciera más presentaciones. Cuando ocurrió por tercera vez, se obligó a relajarse y a dejarse llevar.

Se había criado con aquellos chicos. Su padre había sido el joyero jefe para Joyas Sullivan durante veintiocho años. Ella perdió a su madre en torno a la misma época en la que los Sullivan perdieron a sus padres. La abuela comenzó a llevar a Rett y a Rick a la tienda los fines de semana, y su padre los llevaba a Aidan y a ella también. Juntos habían jugado en la trastienda de la joyería. A veces jugaban juntos también con el resto de los Sullivan allí, en la finca de la abuela, en Paradise Pines.

Ford, el más joven de los hermanos, estaba presentándole a sus gemelos de cuatro años cuando Rett pasó junto a ella y le entregó una soda de naranja. Skye se quedó mirándolo mientras se alejaba. ¿Se acordaría de que aquélla era su bebida favorita o habría sido una elección aleatoria?

–Skye Miller, ven aquí, hija mía –Matilda Sullivan, la abuela, arrastró a Skye para darle un fuerte abrazo y ofrecerle sus condolencias.

–Me alegro de verte, abuela –dijo Skye con lágrimas en la garganta. Aquella mujer era lo más cercano a una abuela que ella había conocido.

–Ven a sentarte conmigo –la anciana la arrastró hasta un sofá–. Lo que hiciste estuvo muy mal, pero nos alegramos de tenerte otra vez con nosotros. Dime a qué te dedicas últimamente. He oído que eres fotógrafa. No me sorprende en absoluto. Siempre llevabas una cámara en la mano.

Skye se sentó y habló de su negocio de fotografía, pero tras unos minutos retomó el extraño comentario de la abuela.

–¿Exactamente qué hice que estuvo tan mal?

–No sé qué ocurrió entre Rett y tú hace tantos años, pero él cambió después de que te marcharas.

–¿Qué quieres decir? –miró hacia Rett, que estaba sentado a la mesa con sus hermanos Ford y Alex, y con un puñado de niños. Rett estaba pálido, pero sonreía mientras daba de comer a Ryann.

A pesar de toda su simpatía, la expresión de la abuela se volvió reprobatoria.

–Querida, le rompiste el corazón.

 

 

–¿Estás seguro de que es esto lo que quieres? Criar a un niño da mucho trabajo –mientras sujetaba a su hijo, Rick se apoyó en la barandilla del porche.

–Es mi hija, claro que estoy seguro.

–¿Pero sabes en lo que te estás metiendo? Los bebés hacen ruido, tienen hambre y manchan. Son dependientes y exigen mucho. Lloran cuando están cansados, cuando quieren que los tomes en brazos, cuando quieren que los bajes, cuando les duele, cuando están tristes o simplemente lloran porque sí –Joey agitó los pies y colocó la cabeza en el hombro de su padre–. Te toca a ti descubrir qué ocurre. A esta edad ella no podrá decírtelo, y eso duele. Aún lleva pañales. No me hagas hablar de la caca.

–Me estás tomando el pelo, ¿verdad? –dijo Rett–. Tú adoras a ese niño.

–Oye, simplemente te expongo los hechos como son –se defendió Rick–. Quereros es la parte fácil, te sale sin intentarlo. Lo que necesitas aprender sobre eso es que los querrás por encima de todo. Eso da miedo, pero en el buen sentido. Por eso estás dispuesto a pasar por todo lo demás.

–Es mi hija –Rett se cruzó de brazos–. Es mi deber darle de comer y cuidar de ella.

Rick señaló con la cabeza hacia el otro extremo del porche, donde Skye estaba sentada hablando con Jesse y con Savannah.

–Es un momento difícil para Skye –dijo Rett–. Está luchando. Y la alternativa era un hogar de acogida. ¿Crees que yo podría hacer eso? ¿Renunciar a Ryann como si yo no tuviera nada que ver con su concepción?

–Tú ya hiciste…

Rett entornó los párpados y le dirigió a su hermano una mirada amenazante.

Rick levantó una mano.

–Oye, ya sé que ése es el lugar de un donante. ¿Acaso no estaba yo allí contigo para ver quién sacaba la pajita más larga cuando Aidan nos pidió ayuda? Lo que digo es que tú ya has hecho ese ajuste emocional y Skye…

–¿Así que debería renunciar a cualquier obligación que tenga para con Ryann? –preguntó Rett. Sentía un nudo en el pecho sólo con pensarlo. Aún no conocía bien al bebé. Por alguna razón había resultado incómodo pasar mucho tiempo con ella cuando Aidan y Cassie vivían. Era demasiado complicado. Y aquéllas no eran las circunstancias ideales, pero ya sentía una conexión con ella.

–La paternidad es un trabajo duro cuando tienes a tu lado a la mujer a la que amas –le dijo Rick–. Si estás solo, será un infierno.

–¿Y yo soy demasiado débil para afrontarlo?

–Te lo estás tomando muy mal. Nadie es más duro que tú, pero esto te cambiará la vida para siempre. Puede que Skye esté luchando, pero sería una buena madre. Tú no tienes que hacer esto.

–Tú tampoco tenías que casarte con Savannah cuando se quedó embarazada. Pero te asustaste cuando te rechazó.

–Eso es diferente. Yo amaba a Savannah.

–En aquel momento no.

–¿Así que me estás diciendo que aún sientes algo por Skye?

–¿Qué? No –Rett dio un paso atrás–. Lo nuestro terminó hace quince años.

–Creí que ibas a llamarla después del funeral de Aidan.

–Sí, bueno, no me devolvió las llamadas. Prueba definitiva de que lo que tuvimos pertenece al pasado –Rett se metió las manos en los bolsillos y miró hacia el otro lado del porche, donde Skye charlaba con sus cuñadas sentada en un columpio.

Una brisa suave le agitó las puntas del pelo, y arqueó el cuello para permitir que el aire acariciara su piel. Solía ser una criatura muy sensual. Cada movimiento que hacía dejaba ver su alegría. Pero ya no. Ahora parecía estirada y tensa.

–Sigues loco por ella –bromeó Rick.

–No pienso tener esta conversación –contestó Rett–. Y no pienso renunciar a mi hija. No puedo creer que lo hayas sugerido. Yo no planeé criar a Ryann, pero ahora me necesita y pienso estar a su lado. Alex se quedó con la custodia de Gabe. Ford está criando a unos gemelos que no son suyos. Brock se casó con Jesse cuando ella estaba embarazada de otro hombre. Prácticamente es una tradición familiar.

Dolido por las persistentes preguntas de su hermano, Rett se dio la vuelta. Hasta él llegaron los gritos y las risas desde el jardín, donde los pequeños Sullivan jugaban. Los gemelos de Ford estaban arrastrando a Ryann y al pequeño de Alex en un carro. Era agradable verla reír.

Rick le puso una mano en el hombro.

–No hay nada que no puedas hacer si te lo propones. Sólo digo que tienes opciones. Criar a Ryann te cambiará la vida. Tienes una vida social muy activa, un piso de soltero, un coche deportivo. Todo eso desaparecerá con Ryann. ¿Estás preparado para eso?

–¿No crees que pueda hacerlo?

–Maldita sea, claro que creo que puedes –dijo Rick con vehemencia–. Es tu hija. ¿Es que eres tonto?

–Éste es el hermano al que conozco y quiero –aliviado, Rett estiró la mano y ambos hermanos chocaron los nudillos–. Tú eres el tonto. ¿Por qué me tocas las narices? –y entonces se dio cuenta–. Skye.

–Sí –contestó Rick–. Ya sabes que siempre me he sentido mal por lo oportuno de mi ruptura, y de la tuya con Skye hace tantos años.

–Nadie te culpa por nada de hace quince años. No tienes que sentirte mal por nada.

–Te rompió el corazón. No quiero que vuelva a ocurrir.

–Éramos unos críos. Ahora hemos cambiado.

–¿Entonces estás preparado para contárselo a la familia?

Rett asintió. Había llegado el momento.

–Entonces ve a por tu niña –dijo Rick–. Yo reuniré a las tropas y te veré en el salón.

Todos los anuncios importantes tenían lugar en el salón de la abuela.

Rett bajó los escalones del porche y cruzó el jardín para recoger a Ryann. Al regresar, vio que Skye estaba en lo alto de las escaleras, bloqueándole el paso.

–Buena suerte.

–¿Tú no vas a entrar?

–Es un asunto familiar –contestó Skye.

–Quiero que estés a mi lado –dijo él acercándose a ella.

–Skye, guapa –dijo Ryann acariciándole la mejilla.

–Ryann es más guapa –dijo Skye. Le apretó la mano contra la mejilla y luego le dio un beso en la palma–. Te lo estás pasando bien, ¿verdad?

–Carro –dijo la niña señalando hacia el vehículo de plástico rojo–. Subir.

–¿Quieres subirte otra vez? –preguntó Rett.

Ryann asintió.

–Por supuesto –prometió él–. En cuanto le digamos a todo el mundo que tú eres el nuevo miembro de la familia, volveremos aquí para seguir jugando.

Ryann asintió de nuevo y sonrió tímidamente.

–Esto ha sido una buena idea –le dijo Rett a Skye–. Es justo lo que ella necesitaba. Un poco de diversión y mucha distracción.

A Skye se le llenaron los ojos de lágrimas y se mordió el labio.

–Estar con sus primos ayuda mucho.

Rett caminó hacia la puerta con Ryann en brazos, pero se detuvo al llegar al umbral y miró a Skye con el brazo estirado.

–Por favor.

Capítulo 4

 

 

 

 

 

DE VUELTA en San Diego, Skye aparcó el coche frente a la casa de Rett y miró hacia el hombre que dormía en el asiento del copiloto. Agotado, Rett le había pedido que los llevase a casa. ¿Y cómo podía negarse?

–Rett, despierta –le agitó el brazo–. Estamos en casa –se oyó a sí misma y se corrigió al instante–. Estás en casa.

Rett tosió y, sin abrir los ojos, giró la cabeza sobre el respaldo del asiento como si buscara una postura más cómoda.

–Vamos –insistió Skye dándole otro empujón–. Es hora de entrar –al ver que no se movía, probó otra táctica–. Rett, despierta. Necesito tu ayuda para meter a Ryann en casa.

Él frunció el ceño y suspiró. Abrió los ojos y se inclinó hacia delante para frotarse la cara con ambas manos.

–Muy bien –dijo con un bostezo–. Hagámoslo.

Skye agarró su bolso y la bolsa de los pañales, sacó las llaves del contacto y salió de la furgoneta. Rett sacó a Ryann de su asiento y la colocó sobre su hombro mientras Skye abría la puerta de casa.

En el dormitorio, Rett metió a la niña en una cuna plegable antes de dejarse caer sobre la cama.

–¿En serio? –Skye estaba con las manos en las caderas contemplando al hombre y al bebé, intentando decidir cómo proceder. Rebuscó en la maleta que había junto a la cuna y sacó un bonito pijama rosa.

Cuando tuvo a la niña preparada para irse a la cama, Skye saboreó la alegría agridulce de tener a la niña sólo para ella por primera vez aquel día. Ya sentía que estaba bajando la guardia, pero no pudo resistirse a la oportunidad de tenerla en brazos durante un momento mientras dormía.

Dejó a Ryann en la cuna y la tapó con una manta antes de volverse hacia su padre, que se había quitado la camisa. Le puso una mano en la frente y confirmó que le había vuelto la fiebre.

–Necesitas más medicina –le dijo. Primero buscó en la mesilla de noche y después en el cuarto de baño, donde encontró la medicina adquirida sin receta.

Después fue a la cocina a por un vaso. Tras llenarlo de agua, decidió abrir el frigorífico, que estaba sorprendentemente lleno, en busca de algún tipo de zumo. Rett tenía zumo de naranja, así que le sirvió un vaso de eso también.