RPI N°: 309.480
ISBN Edición Impresa: 978-956-6048-13-8
ISBN Edición Digital: 978-956-6048-14-5
© María Virginia Jaua
© ediciones / metales pesados
Diseño / Design:
Paula Lobiano
Traducción / Translation:
Armando Montesinos
Corrección / Correction:
Edison Pérez
Imagen de portada / Cover:
Fotograma extraído del ensayo fílmico 3_eras
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3_ERAS
JOSÉ LUIS BREA
Edición y presentación
María Virginia Jaua
imagen
Escena de una demolición
capturada por los móviles de
los espectadores
sonido
Incidental de explosiones y
demolición
Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él se representa a un ángel que parece como si estuviese a punto de alejarse de algo que le tiene pasmado. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, la boca abierta y extendidas las alas. Y este deberá ser el aspecto del ángel de la historia. Ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de datos, él ve una catástrofe única que amontona incansablemente ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero desde el paraíso sopla un huracán que se ha enredado en sus alas y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán le empuja irreteniblemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras que los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso.
Walter Benjamin: “Tesis de Filosofía de la Historia”, Discursos interrumpidos I, Taurus, Madrid, 1971.
00:39
Se intercalan imágenes de Las
Meninas y edificios en ruinas
Jeff Wall, A Sudden Gust of Wind
Continúan explosiones y
demolición
texto
Voz en off
imagen
Chantal Akerman, La chambre
sonido
David Mahler, La Ciudad de Nuestra
Señora la Reina de los Ángeles
durar
Durar, durar, qué deseo tan humano, tan demasiado humano. Loca ilusión de que, al menos, pudieran permanecer para siempre perpetuados momentos de experiencia más intensa, más sublime, más singular.
Pero nada permanece: a nuestro alrededor el mundo entero está en fuga, dejando constantemente de ser, desvaneciéndose en la nada.
Frente a esa evidencia, todo un dispositivo cultural, toda la fuerza simbólica que él genera, quiere servir a una loca ilusión —la del permanecer—, a esa inútil pasión —la del durar—, a ese deseo tan humano, tan demasiado humano, de que la singularidad de al menos los más extraordinarios momentos vividos… no acabe perdida en la nada… como lágrima en la lluvia.
También las imágenes sirven a ese fin: ellas son de hecho sus principales valedoras, su mejor garantía, su mayor fuerza de promesa. Más que la palabra —que se desvanece en aire y nada— más que las grandes construcciones civilizatorias —que se derrumban dejando a su paso solo ruinas y memoria de vencimiento— las imágenes se constituyen para nosotros en las portadoras de una candente promesa: la promesa de la permanencia, de la duración.
Si del arte se dijo que era la mnemotecnia de la belleza, de las imágenes en sí podríamos decir que son el memorial del mundo, que quieren ser el depósito y el archivo de toda la memoria de lo que ha existido.
texto
Voz en off
imagen
Wim Wenders, Der Himmel über
Berlin / Peter Greenaway, The Falls
sonido
Jim Fox, Appearance of red
memoria
Pero este ser memoria propio de las imágenes, este poder constituirse como dispositivos de archivación del acontecimiento, le debe todo al modo de su factura técnica originaria. Es decir: al hecho de que ellas eran siempre fabricadas por inscripción física en un soporte material.
Gracias a ese proceso, las imágenes han habitado entre nosotros materializadas, abandonando su primera condición de arquitecturas etéreas de la pura luz para adquirir la densidad y el espesor de lo matérico, de aquello que habiendo cristalizado en forma, en objeto, se apropia para sí de las cualidades propias de su soporte.
Como tales, incrustadas e inseparables del objeto que las contiene, ellas —en su origen las más volátiles— se han hecho entonces portadoras de memoria: oficio de registro de los acontecimientos y salvaguarda de su rescatabilidad.
Operan así como memorias de reposición, como los discos duros de la Historia. Restituyen —o pretenden poder restituir— como idéntico a sí lo que ya fue, extrayéndolo del curso del tiempo y el implacable olvido que es su designio, salvando los acontecimientos —aquellos cuya cualidad intensiva merecía el esforzado registro mediante el que las imágenes eran fabricadas— para custodiarlos por la eternidad.
O cuando menos esa era su promesa. No importa tanto que ellas pudieran cumplirla, sino que nosotros, al relacionarnos con ellas, proyectáramos allí nuestro deseo y nuestras expectativas, recibiendo de ellas, a cambio, la más alta promesa simbólica: la de la eternidad.
Desde ese punto de vista, el de la antropología de nuestra propia cultura, es esto lo que cuando miramos imágenes todavía creemos ver: el registro en el que los acontecimientos permanecen salvados en la memoria cultural —para siempre.
texto
Voz en directo
imagen
Aparición en cámara de
José Luis Brea
regímenes_escópicos
[Se plantea el tema de la imposibilidad de hacer aparecer genuinas “imágenes materia” en un dispositivo desarrollado para presentar imágenes fílmicas e incluso electrónicas. Esto se debe a la enorme dificultad de hacer compatible regímenes escópicos distintos].
“Lo cierto es que se da esa especie de borradura o de desvanecimiento implícito, que hace que las formas técnicas efectivas de transmitir conocimiento hoy —y de transmitir conocimiento crítico, es decir aquellas que son capaces de incorporar el dispositivo que reflexione sobre las condiciones técnicas en las que se produce la reflexión acerca de los objetos culturales— eluden o excluyen la posibilidad de hacer presentes esas imágenes materia”.
texto
Voz en off
imagen y sonido
Jørgen Leth, Andy Warhol
eating a hamburger: 66 Scenes
from America
singularidad
Todavía una correlación más: la forma de su producción técnica —cuando hablamos de la imagen materia— solo ha hecho posible, durante milenios, producir las imágenes de una en una, sin solución seriada posible. Así, ellas venían a darse como seres singularísimos, únicos en su especie.
El proceso de su fábrica era siempre, entonces, lento y difícil, y requería además el trabajo esforzado de un agente muy especializado, que también se aparecía entonces tocado del halo de la singularidad.
De ello se había de seguir un régimen condicionado a pensar como singularísimo tanto el objeto producido —la “obra”, como portadora de la imagen— como al sujeto mismo que lo produce —el artista genio— y por extensión al espectador que lo observa, constituido por su mediación en “alma bella”, cultivada.
Un régimen que incluso separa y señala como singularísimos el “tiempo-acontecimiento” retratado —que es captado también como momento único, como momento de la belleza, tiempo intensidad— y aun el mismo espacio en que esa memorización de lo particular es preservada —el espacio religioso, el espacio museístico— como escenario privilegiado para una liturgia experiencial, enmarcada en el seno de un ritual.
De todo ello se sigue una segunda dimensión de promesa como característica fuerza simbólica para este tipo de imágenes: la promesa de individuación, la de la unicidad radical.
Si de entrada las imágenes nos prometían eternidad, ahora nos encontramos con la promesa complementaria de la individualidad, de lo particular.
Ese doble lazo simbólico al que las imágenes en su constitución originaria para la forma de nuestra cultura están ligadas —uno que las ata doblemente a las expectativas de duración e individuación— sella su destino, en el seno de una tradición que conocemos bien, en cuyo espacio todavía nos movemos.
texto
Voz en off
imagen
Carl Theodor Dreyer, Ordet / Romeo
Castellucci, Societas Raffaello Sanzio,
On the Concept of the Face,
Regarding the Son of God
sonido
Incidental
promesas_simbólicas /
narrativas_dominantes
Eternidad, individuación. Las dos promesas abstractas que este primer modo de fabricar las imágenes “canalizan mejor” —se avienen a su especificidad técnica— porque llegan a coincidir en el tiempo histórico con los intereses de dominación de una narrativa que acierta a ligar su suerte a la del nuevo régimen simbólico que las imágenes irradian: el cristianismo.
Su predicación del “alma”, como modo concreto de pensar la subjetividad —eterna e individual— encontrará en las cualidades simbólicas prometidas por la imagen su mejor soporte. Así, no es de extrañar que en ella, en la imagen, encuentre también su mejor medio de propagación.
Toda su narrativa se decantará entonces en un régimen iconográfico, y en ello radicará tanto su incipiente modernidad —frente al logocentrismo platónico o la escrituralidad hebrea— como su gran eficacia política: en acertar a emplear la imagen como soporte principal de difusión y a la vez como contenido mismo de su horizonte de promisión simbólica.
Y ello es posible porque, justamente, toda la fuerza de revelación propia del mensaje cristiano se vincula de hecho a la atribución de una verdad mayor a la imagen: el “espíritu” cristiano es en efecto y sobre todo phantasma, la resurrección intangible que su relato promete toma a la imagen por modelo (así, el noli me tangere).
Consecuencia última: que para nuestra cultura, heredera de la operación interesada de dominación que allí ganó su batalla, todavía las imágenes vienen cargadas de la más alta fuerza de promesa. En los pliegues de sus encarecidas potencias de ser memoria y cifras de singularidad alienta la más alta promesa de redención que nuestra civilización cristiano-moderna todavía acaricia y hace suya.
texto
Voz en directo
imagen
Aparición en cámara de
Jean-Luc Nancy
pintura y cristianismo
[Se plantea el tema de los vínculos entre el desarrollo histórico del cristianismo y el de la pintura. Conexiones-fuerza que el cristianismo toma en las imágenes, lo jeroglífico, la emblemática y cómo basa en ello su potencia de propagación… Al mismo tiempo, la relación que puede existir entre el mensaje cristiano (el noli me tangere) y las imágenes; qué función tienen las imágenes como portadoras
de espíritu].
“Esa era una manera de comprender el cristianismo que siempre estuvo relacionada de manera inequívoca con la imagen. Porque cuando se ha abordado la realidad de Cristo, se planteaba la cuestión: ¿Cristo es un hombre que es Dios o se trata de un hombre que es solo una imagen de Dios, una apariencia? Todo ha girado en torno a esto: ¿Qué es el Cristo como imagen?
Desde los orígenes del cristianismo, encontramos esa famosa frase de San Pablo: 'Cristo es la imagen visible de un dios invisible'”.
texto
Voz en off
imagen
ManvsMachine, 4seven Ident
Supermarket / Corinna Belz, Gerhard
Richter Painting
sonido
Incidental
mercancía_espíritu
El modelo económico-político que las imágenes así producidas refrendan y avalan revela pronto su servidumbre hacia la arquitectura misma del mercado.
Moviéndose en el espacio de una economía de producto, de intercambio oneroso de bienes singularizados, su despliegue asienta y universaliza el imperio de la mercancía sobre la totalidad del sistema de los objetos, para transfigurarlo tocado por la fuerza teológica del deseo —por supuesto en la órbita insana y trampeada del capitalismo.
De tal modo que esta no es una economía de espíritus desencarnados, sino precisamente aquella mediante la que lo más etéreo e inmaterial se asienta —apropiándose de los imaginarios del deseo— para instituirse en fundamento último de organización económico-política del mundo.
Carente de ningún valor propio “de uso”, todo el que irradian las imágenes —en cuanto que materializadas en su proceso de producción por incrustación en objeto— se cumple entonces como valor simbólico, para traducirse impúdicamente y sin demora en puro valor de cambio, dándose destino último en la forma de la mercancía absoluta.
Entregada en ese juego a la ley de la oferta y la demanda, arbitra sobre su escenario el mandato de “lo exclusivo”: producidas bajo una lógica que las escasea en el mundo, las imágenes valen tanto más cuanto menos de ellas haya. Su proceso de fábrica singularizada es así el más poderoso aval para las dinámicas de una economía que tiene en lo suntuario la forma de su legitimación antropológica última (pues ella es la que hace creer que el valor económico tiene que ver con la riqueza, profundidad y exclusividad egregia del “alma”).
Y en el reparto del mundo y lo que en él existe bajo el régimen legalizado de la “propiedad privada” su más rastrero botín —repartido bajo la vigilancia simultánea, atenta y cómplice, de arte, religión y derecho.
texto
Voz en off
imagen y sonido
Iván Zulueta, Arrebato