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Amelie,
la niña que no nació

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Álvaro Puig

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© Amelie, la niña que no nació

© Álvaro Puig

© Ilustraciones fotográficas cedidas por Álvaro Puig Camprubi

ISBN: 978-84-686-0731-3

ISBN ebook: 978-84-686-0730-6

Impreso en España / Printed in Spain

Editor Bubok Publishing S.L.

A Álvaro, El Autor

“Inicia la lectura por donde quieras, aunque
para una mayor comprensión, por el principio.”

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Autor de los títulos:
Destinos Rotos; La bondad de un Loco;
Los silencios de Dios;

Más allá de las sombras de Muerte;
Amelie, la niña que no nació.

En preparación:
Mis conversaciones con la ermitaña.

Una obra novedosa que muestra que los libros de autoayuda también pueden destilar perfume literario. Puig de Morales describe con destreza los entresijos de las relaciones humanas, a la vez que pone en nuestros manos las claves de un pensamiento útil.

Intimista, intensa y reveladora, así es la lectura que nos regala Puig de Morales. Este escritor de pluma madura desarrolla a lo largo de la presente obra un diálogo entre personajes que encarnan todo aquello que reitera la dicotomía entre vida y muerte. Pero entre las líneas de “Más allá de las sombras de la muerte”, esa dicotomía no solo desaparece mostrando que vida y muerte son un todo, sino también, que la vida carece de sentido sin una voz que escuche todas y cada una de nuestras palabras: la voz de la verdad, la de un dios que podemos escuchar a lo largo de nuestros periplos.

La obra se construye a través de la voz de un profesor ya sin vida, un hombre que desde las sombras de la muerte, escucha y conversa con todos aquellos que se cruzaron durante su periplo vital. Esta obra permite el verbo entre personajes que se aman, se sienten, se escuchan y se dirigen al lector a veces con aspereza y a veces con la delicadeza de quien susurra humilde un consejo. Se trata de lecturas cortas que se hilan y deshilan, que permiten vislumbrar los entresijos de la soledad, de las relaciones humanas y de la existencia de una puerta entreabierta que invita a descubrir el universo de la verdad divina.

La de Puig es una obra para paladear, de lectura tranquila y ref lexiva. Sin duda, una condición indispensable para comprender que desde las sombras de la muerte llegan voces que producen ecos en nuestros silencios. Voces que si se escuchan con atención, nos susurrarán la clave para vivir en paz con nosotros mismos.

Prólogo
a Amelie, la niña que no nació

Amelie, una criatura celeste, baja del espacio por intercesión de un buen hombre para salvar el triste clima de incomunicación y desentendimiento entre un padre y un hijo. Renace a la vida, pues, como una hija más, viene como una lumbre a iluminar el camino, a dar sentido y a renovar un amor filial que ha ido adentrándose en el camino oscuro y sombrío del desamor.

Amelie es una niña alegre y desenfadada, consciente de la gran misión que le ha sido encomendada. Su advenimiento tiene, por ello, algo de «mesiánico» y milagroso; entre esta misión elevada y la sensibilidad de una niña de corta edad, se sitúa el talante especial de Amelie, su enorme sensibilidad hacia el ser humano, hacia sus debilidades y pasiones.

Todo es extraordinario en Amelie: su esencia «liminar» entre la conciencia de un sabio y la risueña curiosidad infantil, entre lo tangible de un mundo opaco e incomprensible y los espacios siderales.

Amelie emprende en la Tierra un auténtico viaje de exploración tanto de los espacios exteriores como de la psicología humana. Gracias a su mirada aguda y penetrante, sencilla y a la vez terriblemente desnuda, acompaña al lector por los escenarios de la vida cotidiana, confiriéndoles un brillo fuera de lo común.

Amelie arrastra al lector, con su delicadeza y sus ref lexiones, lo lleva de la mano adentrándose en los recovecos más profundos del alma, esa misma alma que sólo la mirada más cándida y la palabra ingenua de una niña pueden rescatar del olvido y hacer remontar hasta el manantial del amor verdadero.

Isabel FERNÁNDEZ GIUA

«Escribo para que Dios escuche mi oración.
No tengo otra.»

EL AUTOR

PERSONAJES:

Amelie

El padre

El hermano

Un buen hombre

El hombre Sabio

El alma de un niño

Los hombres del desierto

El monarca

El espacio

La fuente

La Tierra

El cordero herido

Un perro

Unos niños

 

 

Todos los personajes son ficticios, no así Amelie.

Paul, el padre de Amelie, escribió, después de haber leído
lo que sigue:

«Te he querido y te querré como lo que fuiste: una hija.»

Lo que he dicho hasta este momento os puede resultar extraño y puede que incomprensible, pero os puedo asegurar que no es ni una cosa ni otra. Os lo puedo explicar: todo ocurrió cuando un buen hombre, desconocido para mi padre, le habló de mí. Él conocía la dificultad que tenía mi padre para «sentir» a su hijo —mi hermano—, porque yo no había nacido. Aquel buen hombre conocía casi todo lo que le ocurría a mi padre. Una de las cosas era la tremenda dificultad para sentirse padre. Os tengo que confesar que mi padre, no por ser «padre», era un buen hombre. Así ocurrió y fue ocurriendo:

Fue una tarde invernal. El frío era excesivo y, entre el frío y unos vasos de leche caliente, le habló de mí. Mi padre escuchaba lo que para él era incomprensible: el que le hablase de una hija que nunca tuvo. El buen hombre que hablaba con mi padre se lo dijo como algo natural, como cualquier cosa; el que mi padre, por las buenas, tuviera una hija. Mi padre le escuchaba con una emoción retenida, como si lo que le decía pudiera ser real: tan real como pudiera ser la vida de mi padre. Esa realidad le llevó a una emoción retenida. Sus lagrimales retuvieron lo que no quiso mostrar al buen hombre. El vaso de leche lo había bebido y pidió otro.

Yo no nací porque mi padre, o algún otro, no había pensado en mí. Pero el buen hombre de quien hablo, sí. Hablando con mi padre, me «concibió» para que mi padre se «apoyase» en mí: para suavizar la dificultad que tenía de percibir a mi «hermano», con sosiego y alegría, haciendo que fuera menor la sensación de lejanía de mi padre. Mi padre no sabía el porqué de lo que le ocurría. El buen hombre, el que me concibió, podría haberle dado razones para que llegase a entender por qué tenía una tal relación con su hijo. Pero no lo hizo porque no hubiera servido de mucho.

Algún día os hablaré de mi amigo, el que imaginó concebir que mi padre tuviera otro hijo —una hija— y de por qué, aunque no hubiera pensado en ella, nací.

Yo sabía que podía serle útil. La dificultad de ser o sentirse padre estaría compartida por una hija, además de su hijo. El que mi amigo hubiera pensado en mí, se lo agradeceré siempre. Yo, que iba de una parte a otra, descansando en el espacio, sin que nadie me pudiera querer y sin hacerle falta a nadie... ¡Si supierais lo triste que es! Es desconsolador. Tendría que consolarme solo porque, aunque no sea bien parecida, no soy fea: me lo dijo el aire frío de la mañana.

Los hombres deberían respirar su paternidad con la misma facilidad que la montaña acoge el amanecer de cada día. Mi padre no sabe lo que es esto. Suerte que mi amigo quiso que naciera. De esta manera, mi padre tuvo la ocasión de sentirse padre por «primera» y segunda vez.

Yo no sé si mi amigo acertó. Pero pienso que, en cualquier caso, yo, después de bajar del espacio a la Tierra, ahora me encuentro en casa de mi padre. Él todavía no se hace a la idea de lo que le ha dicho el buen hombre. Lo que sí ha ocurrido es que mi hermano está más afectado. La mirada de mi padre hacia mi hermano es más cariñosa. Y pienso que, como «le» ha nacido una hija, a uno y a otro tiene que ofrecerles el mismo o parecido cariño. Lo que te puedo decir —sorpresa para unos y para cualquiera— es que mi padre hizo suya la fantasía del buen hombre. No ocupo todavía un lugar en la casa de mi hermano, pero pienso que todo llegará. Para eso, sin haber nacido, estoy con los míos. Estoy donde estoy y vivo yo también la fantasía creada y contada. Los cielos me protegen pues no causo desazón ninguna y no pido nada a cambio. Mi padre pocas preocupaciones puede tener por mí, pues me es suficiente con seguir respirando el aire de la montaña y, si cupiera, sonreír a mi padre. Y sin cuitas ni desazones me tienen a mí. Si no crees en mi realidad, no me importa, siempre que mi padre me tenga cerca de él, hasta que se vayan acostumbrando. Que sea beneficioso para los dos.

Las nubes han escuchado este cuento fantástico, como lo estoy viviendo yo, la niña que no nació. Me llamo Amelie. Me trasladaron a la tierra de los hombres de buena voluntad, en la cual vive un hombre, como el bueno de mi amigo y mi padre, que sufre por no «vivir» la vida de su hijo, apenas sin años. Me encuentro en su casa y ahora que he venido, es posible que sea útil a mi padre y a otros a quienes les podría ocurrir lo mismo.

El hecho de haber nacido me ha hecho ver algunas cosas que los de la Tierra no conocen o de las que no se dan demasiada cuenta. Llegan tarde a darse cuenta de lo que tienen, como es el beneficio de los que han nacido y la posibilidad de poseerlos, protegiendo su sonreír, ofreciéndoles el ser padre, con el beneficio y la complacencia de serlo, sintiéndose agradecido a la tierra en la cual nació. Motivos hay para ello.

No hagamos que el aire entristecido de la montaña sea aún más triste. Es algo así como el desconsuelo de mi padre por todo lo que le ocurre cuando está «con» mi hermano. Creo que me puedo sentir bien por haber nacido y estar al lado de mi padre, tal como se siente por la falta de cercanía a su hijo.