SÁTIRAS

Y BURLAS

 

SIGLOS XIV-XVI

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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MAGDALENA AGUINAGA

MARÍA ANGULO EGEA

JOSÉ LUIS ARAGÓN SÁNCHEZ

JESÚS ARRIBAS

RAFAEL BALBÍN

PAULA BARRAL CABESTRERO

Mª ESPERANZA CABEZAS MTNEZ

ÁNGEL MARÍA CALVO

MANUEL CAMARERO

FRANCISCO CORRALES FERNANDO DOMÉNECH RICO

JESÚS FERNÁNDEZ VALLEJO

LUIS FERRERO CARRACEDO

ANTONIO A. GÓMEZ YEBRA ANTONIO HERMOSÍN

GLORIA HERVÁS

JOSÉ MARÍA LEGIDO

FRANCISCO LÓPEZ ESTRADA

ARCADIO LÓPEZ-CASANOVA

JOSÉ MONTERO PADILLA

JUAN A. MUÑOZ

FRANCISCO MUÑOZ MARQUINA

FÉLIX NAVAS LÓPEZ

KEPA OSORO ITURBE

Mª TERESA OTAL PIEDRAFITA

BEATRIZ PÉREZ SÁNCHEZ

JOSÉ ANTONIO PINEL

MONTSERRAT RIBAO PEREIRA

ANA HERRERO RIOPÉREZ

TOMÁS RODRÍGUEZ

MERCEDES ROSÚA

JORGE ROSELLÓ VERDEGUER

FLORENCIO SEVILLA

EDUARDO SORIANO PALOMO

ALEJANDRO VALERO

JAIME VALERO

J. VARELA-PORTAS DE ORDUÑA

JESÚS ZAPATA

 

ARCIPRESTE DE HITA DON JUAN MANUEL

GIOVANNI BOCCACCIO

GIOVANNI FIORENTINO FRANCO SACCHETTI

GEOFFREY CHAUCER

ALONSO MARTÍNEZ DE TOLEDO

MASUCCIO SALERNITANO

NICOLÁS MAQUIAVELO MATTEO BANDELLO

MARGARITA DE NAVARRA

 

SÁTIRAS

Y BURLAS

SIGLOS XIV XVI

 

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Edición y traducción a cargo de

JUAN VARELA-PORTAS DE ORDUÑA

 

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Primera edición impresa: octubre 2006

Primera edición en e-book: septiembre 2012

Edición en ePub: febrero de 2013

 

© de la edición: Juan Varela-Portas de Orduña

© de la presente edición: Edhasa (Castalia), 2012

 

www.edhasa.es

 

ISBN 978-84-9740-548-5

Depósito legal: B.25479-2012

 

Ilust. de cubierta: Hieronimus Bosch: El Infierno (detalle) Tríptico del Jardín de las Delicias (h. 1480-1490). Museo Nacional del Prado, Madrid.

Diseño gráfico: RQ

 

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Presentación

 

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1. LA SÁTIRA Y EL HUMOR

 

Los relatos que aquí presentamos tienen como elemento común la intención de reprobar, criticar o fustigar determinados comportamientos sociales considerados perniciosos o inmorales. Ahora bien, esta finalidad censora puede dar lugar, en la tradición literaria, a dos tipos de textos diferentes, aunque muy estrechamente relacionados entre sí: los textos moralizantes y los textos satíricos. Para que haya un texto satírico se necesitan dos componentes añadidos: la acritud en la denuncia, es decir, que esta sea agria, áspera, picante y mordaz, hecha con voluntad de herir y mortificar; y la ridiculización de las personas o actitudes que se reprueban, para producir efectos de hilaridad.

Nos encontraremos en este libro, por tanto, con cuentos que combinan estos dos aspectos: unos serán más corrosivos y cáusticos, estableciendo un juicio incisivo y virulento sobre el asunto en cuestión, y en este sentido estarán más cercanos a los textos moralizantes; otros, en cambio, buscarán más la burla o chanza, el humor y la agudeza, de modo que se les denominará también textos burlescos, jocosos, festivos o cómicos, y tendrán una menor carga crítica. Sin embargo, en todos ellos encontraremos la invectiva, el sarcasmo y la ironía como componentes imprescindibles de lo satírico.

Ahora bien, el humor y la crítica social o moral no tienen por qué ir necesariamente unidos. Como ha explicado el pensador italiano Umberto Eco, existe un humor que no pone en cuestión las ideas establecidas, las normas o reglas sociales comúnmente aceptadas, sino que, por el contrario, las reafirma e incluso las oculta presentándolas como indiscutibles; pero existe otro tipo de humor que sí pone en evidencia el absurdo y el sinsentido de esas ideas o normas dominantes, haciendo que, al mismo tiempo que nos reímos, podamos preguntarnos por qué o de qué nos estamos riendo. Este es el humor propiamente satírico, el que no bloquea el pensamiento crítico sino que lo estimula, y, por ello, bajo la risa satírica suele haber un fondo de desasosiego que nos hace dudar.

 

 

2. DE LA EDAD MEDIA AL RENACIMIENTO: LA TRADICIÓN BOCCACCESCA

 

Los relatos de este libro fueron escritos en un arco temporal que abarca desde la primera mitad del siglo XIV hasta la primera mitad del siglo XVI, y los hemos dispuesto en orden cronológico para que se puedan apreciar las diferencias y las constantes entre ellos. Este período de tiempo es el que la historiografía tradicional considera el paso de la Edad Media al Renacimiento, lo cual supone, en realidad, el paso de una sociedad feudal y su concepción del mundo sacralizada («el mundo es una huella de Dios») a una sociedad mercantil y su concepción del mundo animista («el mundo es una manifestación del alma del universo»). De este modo, los cambios literarios no serían sino la consecuencia de esas mutaciones sociales e ideológicas, aunque también contribuirían eficientemente a ellas.

A este respecto, es necesario hacer dos precisiones.

Primero, que los desarrollos históricos en las diferentes regiones europeas son muy diversos y no van en una sola dirección. Así, por ejemplo, mientras que los cuentos italianos ya desde el siglo XIV vienen generados desde una sociedad mercantilista muy sólidamente asentada, el Corbacho del Arcipreste de Talavera y otros libros de relatos castellanos del siglo XV son decididamente feudales, pues la sociedad mercantil nunca llegará realmente a ser dominante en Castilla, ni siquiera siglos después.

En segundo lugar, que aunque la concepción del mundo y la sociedad en que arraigan los textos literarios puedan ser nuevas, los materiales con los que trabaja el escritor (los motivos literarios, los argumentos, los tipos humanos, los recursos retóricos, etc.) vienen de atrás –aunque a veces, obviamente, se inventen nuevos recursos–, y, por lo tanto, se reajustan y se usan diferentemente, de acuerdo con la situación histórica, de manera que existe siempre una tensión entre esos materiales de origen feudal y las nuevas concepciones que los generan.

De hecho, el origen literario de estos cuentos está en dos tipos de relatos netamente feudales: por un lado, en los ejemplos usados en los sermones y libros religiosos y morales de la sociedad feudal; por otro, en los fabliaux franceses, pequeñas fábulas jocosas y moralizantes que se ríen de clérigos mundanos, maridos celosos, mujeres alegres y campesinos ignorantes. A través de estos dos modelos se difunden por Europa gran cantidad de motivos folclóricos, orientales, árabes, grecolatinos, bíblicos, etc.

Se puede decir que los cambios sociales que dan lugar a la sociedad mercantil producen el paso del ejemplo y del fabliau a lo que podríamos denominar cuento: los personajes van dejando de ser tipos y se van individualizando psicológicamente, el tiempo y el espacio van dejando de ser simbólicos para pasar a ser literales, las tramas van ganando en precisión en la sucesión de causas y efectos, etc. Son cambios paulatinos y lentos, pero en los cuales el hito fundamental, el que produce la auténtica ruptura, es el Decamerón de Giovanni Boccaccio, libro de relatos escrito alrededor de 1350, en cuya raíz la sociedad mercantil y su concepción del mundo laten ya con todas sus características básicas.

A partir del Decamerón y de su fulminante éxito en los ambientes mercantiles e intelectuales prehumanistas, se desarrollará toda una tradición de narrativa breve que se extenderá por Italia, Francia e Inglaterra, y en menor medida por España y Alemania, y que dará, además del Decamerón, otras dos grandes obras maestras de la cultura europea: los Cuentos de Canterbury, del inglés Geoffrey Chaucer, escritos alrededor de 1390, y el Heptamerón, de la francesa Margarita de Navarra, escrito hacia 1545. Esta tradición no sólo incluye cuentos satírico-burlescos, sino también sentimentales, trágicos o caballerescos, pero en ella el filón cómico y crítico es uno de los más importantes.

 

 

3. CARACTERÍSTICAS LITERARIAS

 

A pesar de las diferencias en los tiempos y lugares históricos en que fueron escritos, se pueden apreciar algunas constantes que permiten hablar de una tradición uniforme y paneuropea:

 

— La existencia de un marco narrativo que engarza los cuentos, y en el que a menudo se reflexiona, se debate o se moraliza sobre su asunto. En los casos más elaborados, este marco tiene sus personajes y sus situaciones; en otros casos es una simple presentación en forma de carta o una conclusión del autor.

 

— La búsqueda de la agilidad narrativa por medio de una sintaxis cada vez más flexible y elaborada.

 

— La combinación de recursos retóricos propios de la tradición culta, eclesiástica y cortesana, con expresiones y maneras del lenguaje popular, aquellas que las retóricas medievales inscribían en el nivel mediano o cómico. De este modo, se combina el rigor narrativo y la riqueza descriptiva y psicológica con la frescura, la vivacidad y la variedad de tonos y registros lingüísticos.

 

— La aparición de una serie de tipos y situaciones que, aunque derivan en gran medida de los fabliaux medievales, van adquiriendo, con el devenir histórico, personalidad y peculiaridades propias. Así, encontraremos la figura del marido engañado y débil de carácter, celoso a veces, consentidor otras, y en particular al senex amans, el anciano casado con una mujer joven a la que no consigue satisfacer sexualmente; a la esposa ardiente e insatisfecha, que toma las riendas de la situación para aplacar su deseo; al amante astuto y viril; a los intermediarios entre los amantes (criados, parientes, amigos...); a los clérigos mundanos y corrompidos, hipócritas y falsarios; etc. Y además de las situaciones de triángulo amoroso, y de los enredos pasionales de los religiosos, encontraremos chistes y burlas, respuestas ingeniosas y tretas divertidas, que provienen de las antiguas facecias medievales.

SÁTIRAS Y BURLAS

 

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Hieronimus Bosch, «El Bosco»: Los siete pecados capitales

(h. 1500-1525, óleo sobre tabla, fragmento).

Museo Nacional del Prado, Madrid.

 

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Escena campestre en el

Libro de Horas de Pierre de Laval

(siglo XV) –Biblioteca Nacional, París.

EL LIBRO DE BUEN AMOR,
DEL ARCIPRESTE DE HITA

[HACIA 1330-1340]

 

 

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Arriba: Manuscrito del Diálogo entre la Cuaresma y Carnal [... que] fecho era de 1368

(s. XIV, papel), que forma parte del Libro de Buen Amor. Biblioteca Nacional, Madrid.

 

«ambos la misma dama rondaban codiciosos»

Ejemplo de los dos perezosos que querían casar

 

Escrito en las primeras décadas del siglo XIV, probablemente entre 1330 y 1340, por Juan Ruiz, Arcipreste de Hita (del que poco se sabe, y aun ello incierto y escasamente documentado), el Libro de Buen Amor cuenta en primera persona las desventuras amorosas, no necesariamente autobiográficas, del Arcipreste, junto con otros acontecimientos relacionados con ellas (disputa con Don Amor, batalla de Don Carnal y Doña Cuaresma, etc.). Por medio de cuartetas de cuaderna vía muy libres métricamente (es decir, no siempre con versos de catorce sílabas) y llenas de recursos rítmicos y fonéticos de tipo juglaresco, esta línea argumental se desarrolla quebrada constantemente por numerosas digresiones y ejemplos variados, en los que se proyecta una mirada crítica sobre la realidad y se manifiesta un lúcido y sarcástico sentido del humor, como en estos dos que aquí presentamos.

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Folio 121 del manuscrito Douce de Libro de Buen Amor.

Bodleian Library, Universidad de Oxford.

 

EJEMPLO DE
LOS DOS PEREZOSOS
QUE QUERÍAN CASAR
CON UNA DUEÑA

 

 

 

 

Te contaré[1] la historia de los dos perezosos

que querían casarse y que andaban ansiosos;

ambos la misma dama rondaban codiciosos.

Eran muy bien apuestos, ¡y verás cuán fermosos![2]

 

El uno tuerto era de su ojo derecho,

ronco era el otro, cojo y medio contrahecho;

el uno contra el otro tenían gran despecho

viendo ya cada uno su casamiento hecho.[3]

 

Respondióles la dama que quería casar

con el más perezoso: ese quiere tomar.[4]

Esto dijo la dueña queriéndolos burlar.

Habló en seguida el cojo; se quiso adelantar:[5]

 

—Señora —dijo—, oíd primero mi razón:

yo soy más perezoso que este mi compañón.

Por pereza de echar el pie hasta el escalón

caí de la escalera, me hice esta lesión.

 

Otro día pasaba a nado por el río,

pues era de calor el más ardiente estío;

perdíame de sed, mas tal pereza crío

que por no abrir la boca ronco es el hablar mío.[6]

 

Luego que calló el cojo, dijo el tuerto: —Señora,

pequeña es la pereza de que este habló ahora;

hablaré de la mía, ninguna la mejora

ni otra tal puede hallar hombre que a Dios adora.

 

Yo estaba enamorado de una dama en abril,[7]

estando cerca de ella, sumiso y varonil,[8]

vinome a las narices descendimiento vil:[9]

por pereza en limpiarme perdí dueña gentil.

 

Aún más diré, señora: una noche yacía

en la cama despierto y muy fuerte llovía;

dábame una gotera del agua que caía

en mi ojo; a menudo y muy fuerte me hería.

 

Por pereza no quise la cabeza cambiar;

la gotera que digo, con su muy recio dar,

el ojo que veis huero acabó por quebrar.

Por ser más perezoso me debéis esposar.[10]

 

—No sé —dijo la dueña— por todo lo que habláis

qué pereza es más grande, ambos pares estáis;[11]

bien veo, torpe cojo, de qué pie cojeáis;

bien veo, tuerto sucio, que siempre mal miráis.

 

Buscad con quien casaros, pues no hay mujer que adore

a un torpe perezoso, o de un vil se enamore.[12]

Por lo tanto, mi amigo, que en tu alma no more

defecto ni vileza que tu porte desdore.

 

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«Cada mes a la dama parece un año entero.»

Ejemplo de lo que aconteció a don Pitas Payas

 

Dama del siglo XIV.

Pintura del alfarje de

la galería norte del claustro bajo

del Monasterio de Silos, Burgos.

 

EJEMPLO DE
LO QUE ACONTECIÓ A
DON PITAS PAYAS,
PINTOR DE BRETAÑA

 

 

 

 

Dejó uno a su mujer (te contaré[13] la hazaña;

si la estimas en poco, cuéntame otra tamaña[14]).

Era don Pitas Payas[15] un pintor de Bretaña,

casó con mujer joven que amaba la compaña.[16]

 

Antes del mes cumplido dijo él: —Señora mía,

a Flandes volo ir,[17] regalos portaría.[18]

Dijo ella: —Monseñer,[19] escoged vos el día,[20]

mas no olvidéis la casa ni la persona mía.

 

Dijo don Pitas Payas: —Dueña[21] de la hermosura,

yo volo en vuestro cuerpo pintar una figura

para que ella os impida hacer cualquier locura.

Contestó: Monseñer, haced vuestra mesura.[22]

 

Pintó bajo su ombligo un pequeño cordero

y marchó Pitas Payas cual nuevo mercadero;[23]

estuvo allá dos años, no fue azar pasajero.[24]

Cada mes a la dama parece[25] un año entero.

 

Hacía poco tiempo que ella estaba casada,

había con su esposo hecho poca morada;[26]

su amigo[27] tomó y estuvo acompañada,

deshízose el cordero, ya de él no queda nada.[28]

 

Cuando supo la dama que venía el pintor, muy deprisa llamó a su nuevo amador; dijo que le pintase, cual supiese mejor,

en aquel lugar mismo un cordero menor.

 

Pero con la gran prisa pintó un señor carnero,

cumplido de cabeza, con todo un buen apero.[29]

Luego, al siguiente día, vino allí un mensajero:

que ya don Pitas Payas llegaría ligero.

 

Cuando al fin el pintor de Flandes fue venido,

su mujer, desdeñosa, fría le ha recibido:

cuando ya en su mansión con ella se ha metido,

la señal que pintara no ha echado en olvido.

 

Dijo don Pitas Payas: —Madona, perdonad,

mostradme la figura y tengamos solaz.

—Monseñer —dijo ella—, vos mismo la mirad:

todo lo que quisieres hacer, hacedlo audaz.[30]

 

Miró don Pitas Payas el sabido lugar

y vio aquel gran carnero con armas de prestar.

—¿Cómo, madona, es esto? ¿Cómo puede pasar

que yo pinté corder y encuentro este manjar?

 

Como en estas razones es siempre la mujer

sutil y mal sabida, dijo: —¿Qué, monseñer?

¿Petit corder,[31] dos años, no se ha de hacer carner?

Si no tardaseis tanto aún sería corder.

 

Por tanto, ten cuidado, no abandones la pieza,

no seas Pitas Payas, para otro no se cueza;[32]

incita a la mujer con gran delicadeza

y si promete al fin, guárdate de tibieza.[33]

 

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Manuscrito con el título Libro de Patronio de la obra de don Juan Manuel (s. XIV-XV, pergamino). Biblioteca Nacional, Madrid.

EL CONDE LUCANOR, DEL INFANTE DON JUAN MANUEL

[HACIA 1335]

 

 

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Firma autógrafa y escudo

(verso y reverso)

del infante don Juan Manuel.

 

El conde Lucanor es la obra maestra del Infante Don Juan Manuel (1282-1348), que fue sobrino del rey Alfonso X el Sabio, y, por tanto, noble implicado en las luchas dinásticas que sacudieron Castilla a principios del siglo XIV, y, en general, en la alta y compleja política del reino. Escribió cerca de una veintena de libros de variada temática y género (crónicas, tratados, poesía, etc.), de los que nos han llegado aproximadamente la mitad. El conde Lucanor se compone de cinco partes, la primera de las cuales, que es la más extensa e importante, consta de cincuenta y un cuentos o ejemplos, narrados por Patronio, consejero del conde Lucanor, como respuesta a una petición de consejo por parte de este. Estos relatos, que concluyen siempre con una moraleja resumida en un pareado, se caracterizan por una intensa severidad moralizante, pero algunos de ellos poseen un acusado talante satírico, como los que aquí presentamos.

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Retrato de don Juan Manuel.

Detalle del retablo de Santa Lucía, Catedral de Murcia.

 

LO QUE SUCEDIÓ A
UN MOZO QUE CASÓ
CON UNA MUCHACHA DE
MUY MAL CARÁCTER[34]

 

 

 

 

Otra vez, hablando el conde Lucanor con Patronio, su consejero, díjole así:

—Patronio, uno de mis deudos me ha dicho que le están tratando de casar con una mujer muy rica y más noble que él, y que este casamiento le convendría mucho si no fuera porque le aseguran que es la mujer de peor carácter que hay en el mundo.[35] Os ruego que me digáis si he de aconsejarle que se case con ella, conociendo su genio, o si habré de aconsejarle que no lo haga.

—Señor conde —respondió Patronio—, si él es capaz de hacer lo que hizo un mancebo moro, aconsejadle que se case con ella; si no lo es, no se lo aconsejéis.

El conde le rogó que le refiriera qué había hecho aquel moro.

Patronio le dijo que en un pueblo había un hombre honrado que tenía un hijo que era muy bueno, pero que no tenía dinero para vivir como él deseaba. Por ello andaba el mancebo muy preocupado, pues tenía el querer pero no el poder.

En aquel mismo pueblo había otro vecino más importante y rico que su padre, que tenía una sola hija, que era muy contraria al mozo,[36] pues todo lo que éste tenía de buen carácter, lo tenía ella de malo, por lo que nadie quería casarse con aquel demonio. Aquel mozo tan bueno vino un día a su padre y le dijo que bien sabía que él no era tan rico que pudiera dejarle con qué vivir decentemente, y que, pues tenía que pasar miserias o irse de allí, había pensado, con su beneplácito, buscarse algún partido[37] con que poder salir de la pobreza. El padre le respondió que le agradaría mucho que pudiera hallar algún partido que le conviniera. Entonces le dijo al mancebo que, si él quería, podría pedirle a aquel honrado vecino su hija. Cuando el padre lo oyó se asombró mucho y le preguntó que cómo se le había ocurrido una cosa así, que no había nadie que la conociera que, por pobre que fuese, se quisiera casar con ella. Pidióle el hijo, como un favor, que le tratara aquel casamiento. Tanto le rogó que, aunque el padre lo encontraba muy raro, le dijo que lo haría.[38]

Fuese en seguida a ver a su vecino, que era muy amigo suyo, y le dijo lo que el mancebo le había pedido, y le rogó que, pues se atrevía a casar con su hija, accediera a ello. Cuando el otro oyó la petición le contestó diciéndole:

—Por Dios, amigo, que si yo hiciera esto os haría a vos muy flaco servicio, pues vos tenéis un hijo muy bueno y yo cometería una maldad muy grande si permitiera su desgracia o su muerte, pues estoy seguro que si se casa con mi hija, ésta le matará o le hará pasar una vida mucho peor que la muerte. Y no creáis que os digo esto por desairaros, pues, si os empeñáis, yo tendré mucho gusto en darla a vuestro hijo o a cualquier otro que la saque de casa.

El padre del mancebo le dijo que le agradecía mucho lo que le decía y que, pues su hijo quería casarse con ella, le tomaba la palabra.

Se celebró la boda y llevaron a la novia a casa del marido. Los moros tienen la costumbre de prepararles la cena a los novios, ponerles la mesa y dejarlos solos en su casa hasta el día siguiente. Así lo hicieron, pero estaban los padres y parientes de los novios con mucho miedo, temiendo que al otro día le encontrarían a él muerto o malherido.

En cuanto se quedaron solos en su casa se sentaron a la mesa, mas antes que ella abriera la boca miró el novio alrededor de sí, vio un perro y le dijo airadamente:

—¡Perro, danos agua a las manos!

El perro no lo hizo. El mancebo comenzó a enfadarse y a decirle aún con más enojo que les diese agua a las manos. El perro no lo hizo. Al ver el mancebo que no lo hacía, se levantó de la mesa muy enfadado, sacó la espada y se dirigió al perro. Cuando el perro le vio venir empezó a huir y el mozo a perseguirle, saltando ambos sobre los muebles y el fuego, hasta que lo alcanzó y le cortó la cabeza y las patas y lo hizo pedazos, ensangrentando toda la casa.

Muy enojado y lleno de sangre se volvió a sentar y miró alrededor. Vio entonces un gato, al cual le dijo que les diese agua a las manos. Como no lo hizo, volvió a decirle:

—¿Cómo, traidor, no has visto lo que hice con el perro porque no quiso obedecerme? Te aseguro que, si un poco o más conmigo porfías, lo mismo haré contigo que hice con el perro.

El gato no lo hizo, pues tiene tan poca costumbre de dar agua a las manos como el perro.[39] Viendo que no lo hacía, se levantó el mancebo, lo cogió por las patas, dio con él en la pared y lo hizo pedazos con mucha más rabia que al perro. Muy indignado y con la faz torva se volvió a la mesa y miró a todas partes. La mujer, que le veía hacer esto, creía que estaba loco y no le decía nada.

Cuando hubo mirado por todas partes vio un caballo que tenía en su casa, que era el único que poseía, y le dijo lleno de furor que les diese agua a las manos. El caballo no lo hizo. Al ver el mancebo que no lo hacía, le dijo al caballo:

—¿Cómo, don caballo?[40] ¿Pensáis que porque no tengo otro caballo os dejaré hacer lo que queráis?[41] Desengañaos, que si por vuestra mala ventura no hacéis lo que os mando, juro a Dios que os he de dar tan mala muerte como a los otros; y no hay en el mundo nadie que a mí me desobedezca con el que yo no haga otro tanto.

El caballo se quedó quieto. Cuando vio el mancebo que no le obedecía, se fue a él y le cortó la cabeza y lo hizo pedazos. Al ver la mujer que mataba el caballo, aunque no tenía otro, y que decía que lo mismo haría con todo el que desobedeciera, comprendió que no era una broma, y le entró tanto miedo que ya no sabía si estaba muerta o viva.

Bravo, furioso y ensangrentado se volvió el marido a la mesa, jurando que si hubiera en casa más caballos, hombres o mujeres que le desobedecieran, los mataría a todos. Se sentó y miró a todas partes, teniendo la espada llena de sangre entre las rodillas.

Cuando hubo mirado a un lado y a otro sin ver a ninguna otra criatura viviente, volvió los ojos muy airadamente hacia su mujer y le dijo con furia, la espada en la mano:

—Levántate y dame agua a las manos.

La mujer, que esperaba de un momento a otro ser despedazada, se levantó muy de prisa y le dio agua a las manos.

Díjole el marido:

—¡Ah, cómo agradezco a Dios el que hayas hecho lo que te mandé! Si no, por el enojo que me han causado esos majaderos, hubiera hecho contigo lo mismo.

Después le mandó que le diese de comer. Hízolo la mujer. Cada vez que le mandaba una cosa, lo hacía con tanto enfado y tal tono de voz que ella creía que su cabeza andaba por el suelo. Así pasaron la noche los dos, sin hablar la mujer, pero haciendo siempre lo que él mandaba. Se pusieron a dormir y, cuando ya habían dormido un rato, le dijo el mancebo:

—Con la ira que tengo no he podido dormir bien esta noche; ten cuidado de que no me despierte nadie mañana y de prepararme un buen desayuno.

A media mañana los padres y parientes de los dos fueron a la casa, y, al no oír a nadie, temieron que el novio estuviera muerto o herido. Viendo por entre las puertas a ella y no a él, se alarmaron más. Pero cuando la novia les vio a la puerta se les acercó silenciosamente y les dijo con mucho miedo:

—Pillos, granujas, ¿qué hacéis ahí? ¿Cómo os atrevéis a llegar a esta puerta ni a rechistar? Callad, que si no, todos seremos muertos.

Cuando oyeron esto se llenaron de asombro. Al enterarse de cómo habían pasado la noche, estimaron en mucho al mancebo, que así había sabido, desde el principio, gobernar su casa. Desde aquel día en adelante fue la muchacha muy obediente y vivieron juntos con mucha paz. A los pocos días el suegro quiso hacer lo mismo que el yerno y mató un gallo que no obedecía. Su mujer le dijo:

—La verdad, don Fulano, que te has acordado tarde, pues ya de nada te valdrá matar cien caballos; antes tendrías que haber empezado, que ahora te conozco.

Vos, señor conde, si ese deudo vuestro quiere casarse con esa mujer y es capaz de hacer lo que hizo este mancebo, aconsejadle que se case, que él sabrá cómo gobernar su casa; pero si no fuere capaz de hacerlo, dejadle que sufra su pobreza sin querer salir de ella. Y aun os aconsejo que a todos los que hubieren de tratar con vos les deis a entender desde el principio cómo han de portarse.

El conde tuvo este consejo por bueno, obró según él y le salió muy bien. Como don Juan vio que este cuento era bueno, lo hizo escribir en este libro y compuso unos versos que dicen así:[42]

 

Si al principio no te muestras como eres,

no podrás hacerlo cuando tú quisieres.

 

LO QUE SUCEDIÓ A
UNA FALSA DEVOTA

 

 

 

 

Otra vez hablaba el conde Lucanor con Patronio, su consejero, de este modo:

—Patronio, yo he estado hablando con muchas personas y nos hemos preguntado qué podría hacer un hombre muy malo para causar mucho daño a los demás. Unos decían que encabezar revueltas; otros, que pelear con todos; otros, que robar y matar, mientras otros afirmaban que aquello con que el hombre puede hacer más daño es la calumnia y la mala lengua. Por vuestro entendimiento os ruego me digáis con cuál de estas cosas podría causarse más mal a las gentes.

—Señor conde —respondió Patronio—, para que veáis esto claro me gustaría que supierais lo que sucedió al demonio con una de esas mujeres que se fingen devotas.

El conde le preguntó qué le había sucedido.

—Señor conde Lucanor —dijo Patronio—, en un pueblo había un mancebo muy bueno, casado, que se llevaba muy bien con su mujer, de modo que nunca había entre ellos desavenencias. Como al demonio le desagradaba siempre lo bueno, recibía de esto mucho pesar; pero aunque estuvo mucho tiempo tratando de meter cizaña entre los dos, nunca los pudo desavenir.

Un día, viniendo el demonio del pueblo donde aquel matrimonio vivía, se encontró con una devota. Al conocerse le preguntó por qué estaba triste. Díjole el demonio que venía del sitio donde vivía aquel matrimonio, que hacía mucho tiempo que estaba tratando de desavenirlos, sin conseguirlo, y que, al saberlo su superior,[43] le había dicho que, pues hacía tanto que nadaba en ello sin dar puntada, había perdido su estimación, y que por eso estaba tan triste. Respondióle ella que se asombraba de que, con lo que sabía, no pudiera lograrlo, pero que si hacía lo que ella le dijera, estaba segura de conseguirlo. Contestó el demonio que estaba dispuesto a hacer al pie de la letra lo que ella quisiera con tal de desavenir a aquel matrimonio. Cuando el demonio y la falsa devota se pusieron de acuerdo, se fue la mujer para el lugar donde ellos vivían;[44] tanto hizo allí que se dio a conocer la mujer y le hizo creer que se había criado en casa de su madre y que por esto estaba obligada a servirla en todo lo que pudiere. La honrada esposa, convencida de ello, la metió en casa y acabó por fiarle su manejo. También se fiaba de ella el marido.[45]

Cuando ya había estado mucho tiempo en la casa y se había ganado la confianza de los dos, se vino muy triste un día a la mujer y le dijo:

—Hija mía, mucho siento lo que me han dicho: que a vuestro marido le gusta otra. Os ruego y aconsejo que lo tratéis con más cariño que nunca para que no ame a ninguna mujer más que a vos, pues ello sería la mayor desgracia que os pudiera venir.

Al oír esto la buena esposa, aunque no lo creyó, se entristeció mucho. Viéndola tan triste la falsa devota, se fue al lugar por donde su marido había de venir, y al llegar le dijo que era una pena que, teniendo una mujer tan buena como la suya, amara más a otra, y que esto ya lo sabía su propia mujer y se había entristecido mucho por ello, habiendo dicho que, pues él se portaba así a pesar de que ella se esforzaba tanto por tenerle contento, buscaría a otro que la tuviera en más que a él. Acabó rogándole la cizañera que su mujer no supiese lo que le había dicho; si lo supiera, ella se moriría.

Cuando el marido oyó esto, aunque no lo creyó, se afligió también mucho y se puso muy triste. La enemiga de su descanso se fue entonces adonde estaba su mujer y le dijo, con grandes muestras de pesar:

—Hija, no sé qué desgracia os ha venido, que vuestro marido está muy enojado con vos; ahora veréis que es verdad lo que os digo, pues ha de entrar triste y enojado, lo que no hacía antes.

Dejándola con esta preocupación se fue al marido y le dijo lo mismo. Cuando éste llegó a su casa y vio a su mujer triste y que ya no se alegraban el uno con el otro, quedaron los dos aún más preocupados.[46] Al salir el marido le dijo la falsa mujer a la buena esposa que, si ella quería, buscaría a algún hombre que supiera hacer algún encantamiento con que su marido perdiera la mala voluntad que le estaba mostrando. La mujer, deseosa de vivir con su marido en la misma armonía que antes, le dijo que le agradecería mucho que lo hiciera.

A los pocos días volvió a ella y le dijo que había encontrado a un hombre muy sabio que le había dicho que si traía unos cuantos pelos de la barba de su marido, de los que nacen en la garganta, haría con ellos un encantamiento para que su marido perdiera el enojo y volvieran a vivir como antes o quizás mejor, y que cuando viniese hiciera que se echase a dormir en su regazo y se los cortara. Diole además una navaja para hacer esto. La buena esposa, muy entristecida por el amor que tenía a su marido, al ver la desavenencia que había entre ellos, y deseando volver a gozar de la felicidad que antes disfrutaba, dijo que lo haría y cogió la navaja que la falsa devota le había traído.

La mala mujer se fue enseguida al marido y le dijo que sentiría tanto que le mataran que no podía ocultarle lo que su mujer tenía maquinado; que supiese que su mujer tenía convenido con el amante que, cuando él llegara a su casa, le haría ella dormir en su regazo para degollarle, al quedar dormido, con una navaja que tenía guardada. Cuando el marido oyó esto se asombró mucho, y si antes estaba ya muy preocupado por las falsedades que le había dicho, con esto de ahora se preocupó más, y resolvió estar muy sobre sí y ver si era verdad lo que le contaba. Con este ánimo se fue a su casa.

Al verlo su mujer, lo recibió mejor que los días anteriores y le dijo que por qué siempre estaba trabajando y nunca quería descansar; que se echara un poco cerca de ella y pusiera la cabeza en su regazo para espulgarle.[47] Oyéndola el marido, tuvo por cierto lo que le habían dicho, y por ver lo que haría se echó en su regazo y se hizo el dormido. Cuando su mujer creyó que estaba bien dormido sacó la navaja para cortarle los pelos de la barba, como le había dicho la falsa devota. Al ver el marido la navaja cerca de su garganta, creyendo que era verdad que iba a degollarlo, se la quitó a su mujer y la degolló él. A los gritos vinieron los padres y hermanos de ella, que al ver degollada a la que nadie había puesto nunca ninguna tacha se dirigieron todos contra él y lo mataron llenos de ira. Entonces vinieron los parientes del marido, que mataron a los que habían vengado a la mujer. Y de tal manera se revolvió el pueblo, que aquel día murieron la mayoría de sus habitantes.[48]

Todo esto vino por las falsas palabras de la mala mujer. Pero como Dios no quiere que el malvado quede sin castigo ni que la maldad permanezca encubierta, hizo que se supiera que todo aquello había venido por la falsa devota, a la que condenaron a muy cruel muerte.[49]

Vos, señor conde Lucanor, si queréis saber cuál es el hombre más dañino del mundo, y el que puede hacer más mal a las gentes, podéis estar seguro que es el que se finge cristiano y persona leal, pero anda con torcida intención sembrando mentiras por desavenir a unas gentes con otras. Os aconsejo que os guardéis mucho de los que simulan ser muy devotos, ya que la mayoría de ellos están llenos de trampas y engaños. Para poderlos bien conocer, recordad lo que de ellos dice el Evangelio: A fructibus eorum cognoscetis eos; que quiere decir: Por sus obras los conoceréis. La verdad es que no hay nadie en el mundo que pueda ocultar lo que lleva dentro, pues aunque lo oculte algún tiempo, al fin siempre sale.

El conde vio que era verdad lo que Patronio le decía, se propuso hacerlo y le pidió a Dios que le guardara a él y a sus amigos de gente así. Comprendiendo don Juan que este cuento era bueno, lo hizo poner en este libro y escribió unos versos que dicen así:

 

Juzgar por las obras, no por la apariencia;

En esto consiste del vivir la ciencia.

 

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Portada de la edición de El conde Lucanor por la imprenta de Hernando Díaz

(Sevilla, 1575).

 

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Hieronimus Bosch, «El Bosco»: Tríptico del Jardín de las Delicias.

Detalle del panel central [El Jardín de las Delicias], (detalle, h.1480-1490). Museo Nacional del Prado, Madrid

EL DECAMERÓN,
DE GIOVANNI BOCCACCIO

[HACIA 1350]

 

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Retrato de Boccaccio en una pintura mural de Andrea del Castagno, en la Galleria degli Uffizi, Florencia.

 

Decamerón, escrito por el autor florentino Giovanni Boccaccio (1313-1375) entre 1349 y 1351, es una de las obras cumbre de la literatura universal. En ella, un grupo de jóvenes que huyen de la peste de Florencia de 1348, narran por turnos cien relatos, divididos en diez jornadas de diez cuentos cada una, con un tema o motivo cada día, impuesto por uno de los componentes del grupo como rey o reina de la jornada. Con esta obra, Boccaccio —autor al que, junto con Dante Alighieri y Francesco Petrarca, se le considera el origen de la literatura europea moderna— inicia una rica tradición literaria de narrativa breve que se extenderá por toda Europa hasta el siglo XVI, y en la que se combinan narraciones satírico-burlescas, como las que aquí presentamos, con otras sentimentales, trágicas y caballerescas.

 

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La peste de 1348 aniquiló ciudades enteras de la Toscana. Este tema fue el del fresco de Francesco Traini El triunfo de la Muerte (h. 1350), cuyo fragmento conocido como Los tres vivos y los tres muertos reproducimos arriba.

–Este mural fue destruido por la guerra mundial de 1939-1945.