Jesús Ferro Bayona
Ediciones Uninorte
Barranquilla, Colombia
Los orígenes de estos escritos se remontan a los primeros años de la década de 1970. Me encontraba en una casa de veraneo de los Alpes franceses participando en el seminario La escritura de la historia con el padre jesuita Michel de Certeau. Dos años más tarde, saldría publicado el libro con ese nombre convirtiéndose en un acontecimiento en el mundo intelectual francés.
No era la primera vez que estudiaba la obra de Freud, pero aquél era el primer seminario de estudio en el que participaba sobre un libro tardío del padre del psicoanálisis —conocido como Moisés y el monoteísmo—, en torno a las preguntas que suscita en el pensamiento el análisis de la historia, en una perspectiva de lenguaje en conflicto con la leyenda y la construcción histórica.
El interés filosófico en la obra de Freud fue aumentando en los años sucesivos. Los seminarios de Jacques Lacan y la lectura de sus libros, despertaron nuevas inquietudes a partir del lenguaje en la comprensión que el propio Lacan proponía de la obra freudiana llamándola retorno a Freud. Más tarde vinieron los escritos sobre Michel Foucault, quien culminó su obra filosófica con una serie de libros que se constituyeron en una nueva visión de la historia occidental centrada en la sexualidad, tema aparentemente marginal pero que en realidad ha marcado el pensamiento y la comprensión que el ser humano ha tenido de sí.
Con Foucault había que pasar por Sartre, dada no solo la región filosófica en la que ambos autores se movieron, sino también la polémica que se creó entre los dos filósofos, cuya obra es testimonio de la vida intelectual francesa de toda la época posterior a la II Guerra mundial. Los cursos que di sobre el pensamiento de Freud, durante algunos años de la década de 1980, y los que posteriormente mantuve en torno a la filosofía y la psicología existenciales me llevaron a tratar la obra de Ludwig Binswanger, conocida por su propuesta, basada en la filosofía de Heidegger, sobre la comprensión del individuo a partir del análisis existencial.
En esa relectura de la comprensión del individuo en las coordenadas del pensamiento fenomenológico de la existencia, se encuentra el cierre del ciclo de estas tres décadas pasadas en las que la visión del mundo de Freud ha tenido un papel vertebral, debido a la convicción que tengo de que el psicoanálisis no se reduce a un tratado de psicopatología, según algunos ya superado, sino que constituye una visión del mundo, con honda vigencia, centrada en el individuo, pensado y analizado como ser histórico, en quien la cultura, la religión, la moral y las ideologías realizan su labor de estructuración —como también el malestar desarticulador de la conciencia— que ha de ser retomado incesantemente por la filosofía como emplazamiento crítico de las verdades y las incertidumbres.
Para una mejor y más completa comprensión de los distintos ensayos contenidos en este libro, he contado con el valioso aporte que el profesor Alberto Mario de Castro, máster en Psicología, ha realizado escribiendo sendas introducciones a las dos partes de este libro que le darán al lector, y en particular a los estudiantes, elementos de orientación y de concatenación temática.
Doy mis agradecimientos a la labor de ordenación de los documentos llevada a cabo por la psicóloga Cecilia Londoño, y a la comunicadora social Isabella Lomanto, quien se ocupó de la revisión final y preparación de los textos para su publicación. Finalmente, agradezco mucho a Alfredo Marcos, quien ha tenido a su cargo la edición cuidadosa de este libro.
Jesús Ferro Bayona
Barranquilla, abril 9 de 2005
Se graduó en Filosofía en la Universidad Javeriana, Bogotá. Obtuvo el título de Master of Arts en Filosofía en la Universidad de Lyon 111 (Francia) y el Máster en Teología, con especialidad en Historia, en el Instituto Superior Libre de París. Realizó estudios de Cultura, Educación y Lenguas Alemanas en la Escuela Superior de Filosofía de Munich, la Universidad de Heidelberg y el Goethe Institut. Hizo estudios de Doctorado en Ciencias Sociales en la Escuela de Altos Estudios de la Universidad de la Sorbona, París. Desde 1980 es rector de la Universidad del Norte.
Ha sido miembro de la junta directiva del ICETEX, la Asociación Colombiana de Universidades (ASCÚN), el Fondo José Celestino Mutis (FEN Colombia) y del comité consultivo del ICFES para la reforma de la Educación Superior. Es miembro de la junta directiva del Centro Interuniversitario de Desarrollo (CINDA), con sede en Santiago de Chile, y del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología. Fue vicepresidente de ASCÚN en el período 1986-1987, y en 1987-1988 ocupó la presidencia de la máxima asociación universitaria colombiana.
Especializado en las Escuelas Superior de Múnich y de París en el campo de la dirección universitaria, ha dedicado su vida a la docencia, y es un estudioso del desarrollo de la educación superior en Colombia.
Nos proponemos echar una mirada a Freud. Así como suena, un poco irreverente. Pero con seriedad. Cuando hablamos de psicoanálisis nos limitamos a Sigmund Freud y su obra, y miramos el asunto desde el lugar en que el hombre mismo se encuentra, es decir, desde la comunicación intersubjetiva, ahí donde él habla y es hablado, desde el lugar de la cultura, la cual determina el grado de locura o de normalidad, de alienación o de sentido común, o simplemente de adaptación. Si vamos más lejos, miramos el asunto freudiano desde la perspectiva del individuo y la sociedad, desde una epistemología, propósito que no es extraño a Freud cuando escribía a Wilhelm Fliess:
En lo que a mí se refiere, alimento en lo más hondo de mí mismo la esperanza de alcanzar por el mismo camin. [la medicina] mi primer objetivo: la filosofía. Es a lo que me dirigía originalmente desde antes de haber comprendido por qué estaba yo en el mundo[6].
El lenguaje es un tema fundamental en la perspectiva psicoanalítica.
Que se quiera agente de cura, de formación o de diagnóstico, el psicoanálisis no tiene sino un medio: la palabra del paciente. La evidencia del hecho no lo dispensa a uno de no tener en cuenta esa afirmación[7].
A esa particularidad se añade, por otro lado, el aserto de Heidegger que dice que el hombre habita el lenguaje y no puede alcanzar el mundo objetivo sino a través de las palabras. Las cosas vienen al mundo humano por medio de la palabra:
Hay gente que nunca hubiera llegado a enamorarse si no hubiera oído jamás hablar del amor. La Rochefoucauld.
Pero no es únicamente en la pura comunicación, sino en el sueño, donde Freud puso su primer objeto de investigación. Freud convirtió el sueño en un modelo de todas las expresiones enmascaradas, substitutas, ficticias del deseo humano. Más aún, Freud invita a buscar en el sueño la articulación del deseo y el lenguaje: no es solamente el sueño soñado el que puede ser interpretado, sino el texto mismo del relato del sueño. Es a ese texto al que el análisis quiere sustituir por otro texto, que sería como la palabra primitiva del deseo. Así pues, es un sentido traducido en otro sentido lo que mueve al psicoanálisis.
El interrogante que surge ahora es: ¿cómo la palabra le sirve al deseo?, ¿cómo el deseo hace fracasar la palabra? Esa relación deseo-palabra hace situar al psicoanálisis en el gran debate sobre el lenguaje.
En efecto, La interpretación de los sueños (Traumdeutung), esa obra que Freud redactó entre 1898-1899 (publicada el 4 de noviembre de 1899), considerada su obra maestra, es una señal de la dirección que debe tomar nuestro asunto. Según escribe Freud, el sueño tiene la estructura de una frase, de una escritura de enigmas: tiene su retórica como la tiene un conjunto de frases.
El trabajo del sueño (Traumarbeit), que va del contenido latente hacia el contenido manifiesto (este último enigmático), se presenta como un relato cifrado, en alemán Verstellung, es decir, transposición (comedia, disimulo) o distorsión (Entstellung). En ese descubrimiento (es decir, el sueño es una transposición), surge naturalmente la pregunta por el «pensamiento», la «idea», el «deseo» que están ahí en forma disfrazada, desfigurada.
Por eso, el trabajo de la interpretación dice: si el sueño es un relato cifrado, un texto alterado, para su comprensión debe realizarse una operación inversa, en sentido contrario. Es el trabajo del desciframiento el que hace la interpretación mediante la cual se sustituye el relato del sueño por otro relato con su semántica y su sintaxis propias; algo así como el paso de un texto obscuro a un texto claro. De ese modo, se puede comparar un texto (el del sueño) con otro texto (el de la interpretación). Es la traducción de un lenguaje primitivo a otro lenguaje lo que nos ayuda a descubrir el sentido disimulado, y que sirve para afirmar rotundamente que el sueño tiene un sentido:
Me he propuesto mostrar que los sueños son susceptibles de interpretación [...] pues interpretar un sueño quiere decir indicar su «sentido», o sea sustituirlo por algo que pueda incluirse en la concatenación de nuestros actos psíquicos como un factor de importancia y valor equivalente a los demás que lo integran[8].
El capítulo sexto de La interpretación de los sueños ahonda más en el llamado trabajo del sueño. «El sueño es el cumplimiento de un deseo reprimido», escribe Freud. Detrás de esa definición hay una combinación del discurso, del sentido con el de la fuerza, el cual es el lenguaje confuso de la represión. Porque el sueño tiende hacia el lenguaje por su carácter de relato, pero su relación al deseo, que lo alimenta, lo hace depender de la energía libidinal: «se debe pensar que en el trabajo del sueño se manifiesta una fuerza psíquica (eine psychische Macht)», dice Freud. Por eso, se afirma que el sueño está sobredeterminado en cuanto es el lenguaje de una fuerza psíquica.
El sueño, pues, está organizado como un lenguaje. Le remite al deseo porque es el cumplimiento del deseo. Pero añadamos algo importante, el sueño da lugar a un fenómeno fundamental que es como un espejismo en el desierto: la regresión. En efecto, encontrar los pensamientos del sueño es realizar un cierto trayecto regresivo que, más allá de las impresiones y las excitaciones corporales actuales, más allá de los recuerdos de víspera o restos diurnos, más allá del deseo actual de dormir, descubre al inconsciente, es decir, los más viejos o antiguos deseos[9]. Es nuestra infancia la que sube a la superficie con sus impulsos olvidados, represados, y, con ella, sale a flote la de la humanidad resumida, en cierta manera, en la del individuo.
Además, el sueño (como el síntoma) es símbolo de un conflicto difunto, latente, que está detrás del conflicto actual. El símbolo es un pacto con ese conflicto difunto, convirtiéndose así en significante de una ausencia que se oculta, que se calla. Podemos afirmar entonces que la interpretación freudiana es una interpretación del símbolo en cuanto este último es el lenguaje del deseo. Es cierto que en los inicios del psicoanálisis, Freud acentuó la clave del símbolo en los dolores histéricos en los cuales se manifiesta una relación entre símbolo y recuerdo; el símbolo toma allí el valor de una reminiscencia del sufrimiento. El símbolo es, de esa forma, un equivalente de la memoria para la escena traumatizante cuyo recuerdo se ha abolido, se ha expulsado. Dice curiosamente Freud: «Es de reminiscencia sobre todo de lo que sufre el histérico [...]» La simbolización cubre todo el campo de la conversión histérica.
Con eso volvemos al símbolo en su íntima relación con la retórica empleada por el trabajo del sueño. El símbolo está ahí como un pacto de significantes (síntomas, sueños), con los significados, stricto sensu, con el inconsciente, que es a su vez simbólico, porque no es simple negación de conciencia, sino que se ordena como lenguaje críptico, como texto lleno de prohibiciones. El inconsciente habla porque es el modo como se organiza lo que ha sido reprimido, pero no suprimido ni aniquilado. Es importante recordar cómo Freud establece la siguiente proporción: la conciencia es a la percepción como el inconsciente es a la memoria. Y esto último en cuanto que lo olvidado se recuerda en los actos.
Símbolo y lenguaje, pues, son dos polos de una dinámica interna al hombre y a la sociedad. El símbolo es un lenguaje en el cual el hombre se mueve, ordena, expresa su pasado. En síntesis, el hombre habla porque el símbolo lo ha hecho hombre, porque ha nacido en los símbolos y refiriéndose a ellos. Volviendo a nuestro punto de partida sobre el lenguaje, debemos repetir que en el psicoanálisis se cuenta principalmente con la palabra como medio de comunicación. La intención imaginaria que el analista descubre no debe ser desligada de la relación simbólica en la cual se expresa esa intención. Esa relación simbólica estaría diciendo: Yo no he sido eso, sino para llegar a ser lo que yo puedo ser. Que es una traducción muy amplia de la célebre expresión freudiana «Wo es war, soll ich werden», donde estaba ello, debo llegar a estar yo.
Así pues, en el acto de la comunicación que se establece entre el sujeto analizado y el análisis, el lugar de las palabras es esencial en cuanto son ellas las que le dan el indicio de las significaciones, y por tanto posibilitan la interpretación porque esta, desde Aristóteles mismo, quiere decir significación: «es interpretación todo sonido emitido por la voz y dotado de significación», o sea, todo sonido semántico (fwnh shmantikh). Entonces, si cuando hablamos estamos significando lo real, es decir, estamos simbolizando, podemos decir que cuando hablamos estamos interpretando, en una palabra, comunicando sentidos que en el caso de la comunicación analítica son sentidos figurados, crípticos, enigmáticos, incluso sentidos clavados en la carne como son los síntomas. Descifrarlos es la tarea del análisis.
Hagamos un paréntesis que nos sirva de intermedio entre el tema del lenguaje y el de la historia. Dice Lacan que la originalidad del método psicoanalítico consiste en que:
sus medios son los de la palabra en cuanto ella confiere a las funciones del individuo un sentido; su campo es el del discurso concreto en cuanto campo de la realidad transindividual del sujeto; sus operaciones son las de la historia en cuanto ella constituye la emergencia de la verdad en lo real[10].
En el proceso de la cura, el índice y el resorte del proceso terapéutico es la oposición de la anamnesis al análisis del hic et nunc, del aquí y el ahora. O sea que la palabra plena, como dice Lacan, comienza con la rememoración. Cuando el sujeto verbaliza los orígenes de su persona, está haciendo historia. La recitación de la rememoración, cuando el analizado echa sus cuentos, es una reproducción del pasado, pero sobre todo es una representación (Verstellung) hablada, implicando toda suerte de presencias. Se produce aquí un verdadero drama en donde se presentan los materiales en que están fincados los símbolos del individuo, su destino. Heidegger decía que el sujeto individual es «gewesend», el «siendo aquel que ha sido así». El haber sido pasado converge hacia el siendo (presente), en una temporalización que muestra que el siendo presente del sujeto es un resultado de transformaciones del pasado. En la rememoración (por ejemplo, en la historia) se patentiza la verdad de la palabra, es el testimonio de los poderes (la physiche Macht) del pasado que han sido descartados, es decir, reprimidos.
Para Freud, esa rememorización analítica es auténtica historia contraria al proceso de creación del síntoma neurótico, que es fábula. La rememoración es una objetivación presente, pero a base de las distintas subjetivaciones del suceso original que el sujeto ha ido reestructurando: ese suceso original debe venir en la palabra para que haya acto de posesión de la historia por parte del sujeto. El inconsciente es el capítulo de mi historia que está marcado por una página en blanco u ocupado por una mentira; es, de todas formas, un capítulo censurado. Los sucesos traumáticos se encadenan en una historia callada: en la interpretación psicoanalítica se le enseña al sujeto a reconocer su historia como inconsciente. Se le ayuda a realizar su historización actual (el cuento que cuenta al analista) de los hechos que determinaron en su existencia los virajes decisivos con que se orienta actualmente su subjetividad.
Existe un texto, el último que escribió Freud, que ilustra colectivamente esa reproducción neurótica del pasado tan contraria a la historización productiva que se busca en el análisis. Se llama Moisés y el monoteísmo (agosto 1938).
Freud quería llamar a Moisés y el monoteísmo novela histórica. Porque es la historización de un olvido, de un deseo reprimido que tuvo lugar y se olvidó. La hipótesis de ese olvido es esta: el judaísmo, la religión judaica, nació de la muerte de Moisés. A Moisés, padre del pueblo, se le asesinó. La significación de la religión que nace de esa culpa surge pues de un asesinato.
¿Qué es ser judío, entonces?, se pregunta Freud. Es plantarse en la culpabilidad. Es la culpabilidad salida del asesinato. A partir de ese momento, lo que se cuenta que le sucedió al pueblo errante en el desierto no es una historia, sino una fábula, una fantasía. Recordemos aquí la analogía con el trabajo del sueño y el tipo de representaciones psíquicas que se operan como transposiciones (Umsetzen) o reemplazo (Ersetzen): hay aquí una laguna o defecto de la conciencia (Wegfall des Bewusstseins). Toda esa fábula que sustituye a la historia es «commedia dell‘arte», un aparataje que tiende a encubrir la escena infantil del pueblo, el asesinato. La religión, dice Freud, llena el vacío dejado por el asesinato: «Las grandes ruinas hacen los grandes poemas». La ruina es la posibilidad de la producción homérica; también lo es la muerte de Moisés.
El imperativo de escribir la historia bíblica, según Freud, a partir de ese hecho transpuesto, descansa sobre un vacío que hay que llenar. Hay que imaginarse la imponderable fuerza del duelo que Freud definía en un ensayo grandioso llamado Duelo y melancolía: «el duelo es siempre la reacción a la pérdida de una persona amada [...]» Hay en el duelo una economía del sufrimiento (Schmerz): el objeto amado ha dejado de existir y la libido ha debido renunciar a todos los lazos tenidos entre ella y el objeto desaparecido. Y aunque la libido se revela, realiza sin embargo un enorme trabajo de energía dándole a la laguna de los recuerdos del objeto perdido el orden que impone la realidad. Quedan las huellas de ese objeto perdido, pero transpuestas en un orden que se llama religión. Fue así como se olvidó «el hecho» traumático del asesinato del padre.
Lo que sucede en el psicoanálisis, pues, en esa rememoración de que hemos hablado, es la reproducción de lo prohibido: algo pasó y se archivó como prohibido. Hay que hacerlo volver: ese «retorno» del pasado es así productivo para el individuo y la civilización. De esa manera es como empieza la cura, la terapia analítica.
En relación con el papel de la historia en el psicoanálisis, lo que Freud demuestra es que no existe el pasado como lo que fue y no vuelve. No. El pasado vuelve, se repite. El pasado está ahí, el asunto es cómo tratarlo. El pasado está ahí siempre porque ha dejado huellas, y si hay huellas es preciso que algo haya sucedido. Freud añade: la eficacia de la religión, como la de una neurosis, consiste en borrar el pasado que molesta, en llevarlo al olvido.
FREUD, Sigmund, Obras completas, 4.ª ed., traducción Luis López-Ballesteros, Madrid: Aguilar, 1981
———La interpretación de los sueños (Die Traumdeutung) 1898-1899 [1900], tomo I, p. 343-720.
———Moisés y la religión monoteísta: tres ensayos, tomo III, p. 3.241-3.324.
LACAN, Jacques, Écrits I, París: Éditions du Seuil, 1966.
RICOEUR, Paul. De l’interprétation, essai sur Freud, París: Editions du Seuil, 1965.
ROBERT, Marthe. La révolution psychanalytique: La vie et l’œuvre de Freud, tomos 1 y 2, París: Petite Bibliothèque Payot, 1964.
Por ALBERTO MARIO DE CASTRO CORREA
A nivel general, siempre que se piensa en Sigmund Freud y en el psicoanálisis, se tiende a enfatizar en conceptos tales como el inconsciente, la transferencia, el aparato psíquico y los mecanismos de defensa, entre muchos otros. Estos, si observamos con detenimiento, se refieren la mayoría de las veces a los aportes que específicamente dejó Freud a la psicología, y más concretamente a la psicoterapia, creyendo que ahí terminan sus aportes, o aún más, que ahí comienzan y concluyen.
Considero que esta visión un tanto generalizada de Freud y el psicoanálisis, está muy marcada e influenciada por dos aspectos. El primero de ellos está relacionado con la intención misma de Freud de hacer del psicoanálisis una ciencia. En este sentido, la lectura de muchos críticos nos hace ver en esta postura freudiana una separación de la filosofía para obtener la validez propia de las ciencias exactas, lo cual pienso que ha repercutido indirectamente en la percepción de sus lectores, y hacer que estos infieran que el psicoanálisis única y exclusivamente se limita a discernir sobre temas propios de la psicología.
Un segundo aspecto está relacionado con la creencia popular, incluso de algunos psicólogos, de que el psicoanálisis freudiano solo apunta a resolver problemas psicopatológicos y psicoterapéuticos, lo cual hace que se tenga una visión muy técnica y restringida del psicoanálisis.
Pues bien, ambos aspectos dejan de lado otra dimensión supremamente importante del psicoanálisis, como es la visión del ser humano implícita en él, la cual está influenciada por aspectos históricos, culturales y filosóficos (aun a pesar de la supuesta intención de apartarse de esta última), y que sustenta y determina los planteamientos del psicoanálisis mismo sobre la psicología, la psicopatología en general, y la psicoterapia en particular.
Es decir, el psicoanálisis, para poder referirse a aspectos concretamente propios de la psicología y la psicoterapia, ofrece antes una visión del ser humano que está arraigada en un espacio y un tiempo específicos, y tiene un planteamiento filosófico referencial del ser humano.
En esta línea de ideas, según Ferro Bayona, es muy importante esclarecer la relación que existe entre el psicoanálisis, la cultura y la historia, como un requisito determinante para comprender la visión del ser humano planteada por Freud. Desde esta perspectiva, cobra sentido el preocuparse por comprender la necesidad de Freud por explicar la historia bíblica; por ejemplo, sus meditaciones sobre Israel, Moisés, el monoteísmo y la religión en general, entre otros temas, así como también cobra significado el tratar de entender el sentido del análisis que Freud realiza sobre los mitos, y la forma como se estructura la norma y la ley en nuestra sociedad.
Desde la perspectiva freudiana, se muestra con gran claridad la forma en que la historia y la cultura aparecen una y otra vez en la psique del individuo, representadas en todos aquellos mitos, fantasías, temores, sueños, historias neurotizadas, obsesiones y necesidades compulsivas que van mostrando la orientación de dicho individuo en la sociedad.
Es en ese contexto histórico y cultural, a partir del cual el individuo va formando su propia estructura de personalidad, en el que Freud fue identificando en sus pacientes que la historia no existirá solo en el pasado remoto, sino que el individuo una y otra vez hará que vuelva y se repita.
En este proceso, se clarifica que hay un elemento clave de la cultura que influye mucho sobre la forma en que se expresan y permiten conocer todos los contenidos psíquicos del individuo: el lenguaje. Para Freud es muy importante el descifrar cómo la palabra en sí es utilizada por el individuo para expresar sus impulsos o deseos. Dicho de otra manera, importa saber cómo el lenguaje le sirve al ser humano para hacer expresar su inconsciente.
Por lo tanto, tal como expone Ferro Bayona, para poder comprender a un ser humano y su inconsciente, según Freud, es necesario a su vez que seamos capaces de entender la forma como ese mismo ser humano construye su realidad y su psique a partir del lenguaje, ya que es desde y por este último como se dan las significaciones a la experiencia.
El comprender la experiencia de esta forma es lo que permite aproximarse a una adecuada interpretación de ella. Ferro Bayona nos dice que un claro ejemplo de lo anterior es cuando en el proceso de descifrar el contenido latente de un sueño, el psicoanálisis interpreta el lenguaje simbólico mediante el cual el sueño se manifiesta, y lo «traduce» a un discurso explicativo en el que nos muestra cómo la palabra remite a un deseo inconsciente.
De esta forma, es importante resaltar que solo cuando comprendamos cabalmente toda esta relación existente entre el psicoanálisis, la cultura y la historia, vislumbraremos cómo estas últimas determinan en gran medida la visión del ser humano planteada por Freud, dejando de lado el sesgo técnico que limita la comprensión del psicoanálisis y lo restringe a lo estrictamente psicoterapéutico o psicopatológico. Esta actitud posibilitaría una comprensión e interpretación de carácter filosófico que esté orientada a esclarecer los supuestos que sustenten y dan vida a una concepción del ser humano en relación consigo mismo, su historia personal y la cultura en que se encuentra.
En este orden de ideas, en el primer capítulo del libro que el lector tiene en sus manos, Ferro Bayona muestra lúcidamente y paso a paso las influencias que Freud fue recibiendo a lo largo de su formación, y la manera en que el momento histórico y cultural en que Freud vivió determina, de alguna forma, sus planteamientos sobre la concepción que tenía del ser humano y sobre el análisis e interpretación que realiza de las distintas experiencias de este mismo. Más aún, implícitamente se alcanza a apreciar cómo dicha visión y concepción del ser humano, no solo es determinada en parte por la influencia de la cultura, sino también cómo esta determina la forma en que posteriormente va a desarrollar sus planteamientos sobre el tratamiento psicoanalítico en sí.
En el segundo capítulo, Ferro Bayona nos muestra detalladamente la forma como todos los acontecimientos históricos, sociales y políticos de la época, especialmente los relacionados con la II Guerra mundial, influyen en sus preocupaciones personales, teóricas y académicas sobre la religión y sobre Dios, lo cual se refleja en su interés y meditación sobre Israel y sobre Moisés, ya que Freud lo considera el fundador del monoteísmo, en donde se encuentra el origen de la religión judía, pueblo que Freud siempre consideró realmente el suyo. Al pretender esclarecer sus dudas personales al respecto, Freud pretende a su vez resolver las dudas teóricas que en su vida tanto lo han motivado y cuestionado. He ahí la importancia de este momento de la vida de Freud.
En el tercer capítulo, Ferro Bayona expone de manera muy organizada cómo, desde el psicoanálisis, se le da importancia a la regulación social de los deseos y/o necesidades personales más elementales. En este contexto, el autor manifiesta que la cultura es el fondo simbólico sobre el que toma lugar la historia personal de todo individuo desde muy temprana edad. Así, el niño debe aceptar y aprender que la relación con sus padres siempre implica y demanda su entrada en el orden simbólico de la ley, lo cual significa que el niño hace su entrada en la cultura humana como requisito para su sano desarrollo hacia la adultez. Es por esto que Ferro Bayona afirma acertadamente que «el símbolo es una de las primeras lecciones que hay que aprender de la ciencia psicoanalítica».
En el cuarto y último capítulo de esta primera parte, Ferro Bayona expone, desde el psicoanálisis, la importancia de la comunicación intersubjetiva en la creación personal y la influencia de la cultura en las formas en que dichas relaciones se desarrollan. Para esto, el autor hace explícita la importancia y la necesidad de analizar la manera como las personas se valen de la palabra y el lenguaje para facilitar las relaciones, volviendo de este modo el análisis sobre toda la simbología que en el lenguaje se expresa. Así, por ejemplo, se hace imprescindible conocer la forma en que la palabra puede permitir la expresión o represión de algún deseo inconsciente, para lo cual se hace necesario interpretar la experiencia a partir de dicha simbología y de la relación de esta experiencia con la historia personal.
Certes les formes initiatiques et puissamment organisées où Freud a vu la garantie de la transmission de sa doctrine, se justifient dans la position d’une discipline qui ne peut se survivre qu’à se tenir au niveau d’une expérience intégrale. Jacques Lacan.
En octubre de 1885, cuando las hojas de los árboles empiezan a amarillearse y el viento sopla por las calles, un joven médico vienés llega a París. Había pasado seis semanas con su novia, Martha Bernays, en la pequeña ciudad alemana de Wandsbeck. Se llama Sigmund Freud, nombre de origen germánico y apellido judío.