Bibliografía

1. The continental breakfast

Quiero que te imagines un plato con un par de huevos fritos y un trozo de beicon. ¿Lo tienes? Se llama desayuno continental. Este popular desayuno nos servirá para descubrir la diferencia entre la implicación y el compromiso.

La gallina, la que ha puesto los huevos, está implicada. El cerdo, el que ha puesto el beicon, está comprometido. La gallina solo ha pagado una parte del precio, solamente ha puesto los huevos. Sigue viva y coleando. El cerdo ha pagado absolutamente todo el precio. Se ha dejado los huevos, la piel y la vida entera en el empeño.

Las gallinas no me caen bien. Son cobardes y no pagan todo el precio que cuestan sus objetivos. En cambio, los cerdos, desde el punto de vista del compromiso, me caen francamente bien. Hacen todo cuanto está en sus manos para alcanzar sus metas. ¿Qué más se les puede pedir?

El precio que cuestan nuestros fines consta de tres tipos de impuestos:

1. Renuncias y sacrificios

Todo no puede ser… Desde el instante en que optas por unos objetivos, estás renunciando a otros. Todos los sacrificios que debes hacer para lograr tus metas forman parte de su precio.

Quiero aprovechar la ocasión para hacerte una reflexión. Si tanto, tanto, tantísimo te cuesta leer este libro, ¿seguro que se trata del libro que deberías leer?

Participé en una tertulia con deportistas olímpicos. Un periodista preguntó a una nadadora, que había ganado una medalla en unos Juegos Olímpicos, qué había sacrificado para alcanzar tan preciado metal. La nadadora le respondió con un sencillo «nada». Le contó que, pudiendo elegir, optó por un estilo de vida de alto rendimiento. Y lo hizo porque vivir así la hacía feliz. Sacrificarse sería para ella no poder dedicarse al deporte.

Apasionarte con una actividad no te conduce directamente al éxito. Eso sí, te permite sacrificarte sin tener que realizar ningún esfuerzo. Pagar todo el precio que cuestan tus objetivos no te garantiza lograrlos, pero aumenta la probabilidad de conseguirlos y te permite dormir tranquilo.

2. Esfuerzos

No basta con sacrificarse, además hay que cumplir con el programa de trabajo, currárselo, dar el callo y persistir en el esfuerzo para alcanzar tus metas.

Ningún examen se aprueba con un excelente sin estudiar. Ningún valor se alcanza sin esfuerzo y ningún objetivo se logra sin dedicación. Deberás invertir esfuerzos e ilusiones si quieres que tus sueños se conviertan en realidad.

Nadie triunfa por casualidad. Nadie gana siempre por accidente. Nadie alcanza la excelencia sin querer. ¡Cuanto más trabajas, más suerte tienes!

3. Asumir las consecuencias de tu inversión

Sacrificarse y esforzarse no son los únicos impuestos que tributan tus retos. Nos queda un tercer tique que, en ocasiones, cuesta más que la suma de los dos anteriores. Se trata también de asumir las consecuencias derivadas de haber optado por esas metas y haberse comprometido con esos medios para alcanzarlas.

Te dije que todo no podía ser. Si por querer esto, pierdes aquello, debes asumirlo. Son las reglas del juego.

Por ejemplo, si leer libros de psicología te hace descubrir que tu verdadera vocación es el comportamiento de las personas, lo siento, no haberlos leído. Si por culpa de libros como este, debes aparcar tu actividad profesional y ponerte a estudiar psicología, bienvenido al club. Es la consecuencia de ser un friki de la condición humana.

Una deportista disfrutó de una beca Erasmus de seis meses en Estados Unidos. Quedó fascinada por la experiencia. Poco después de terminarla, le ofrecieron la posibilidad de renovar la beca. En esa ocasión tendría una duración de dos años. Me consultó la decisión, le asaltaban un montón de dudas, no veía claro pasarse dos años más alejada de los suyos.

Le planteé que, si aceptaba la renovación, no se marcara plazos. ¿Y si en Estados Unidos conocía a la pareja de su vida? ¿Y si, una vez terminados sus estudios, le ofrecían una magnífica oportunidad laboral que implicaba seguir viviendo allí? Debía asumir las consecuencias de estudiar lejos de su país.

Voy a ponerle números al precio. Supón que la gallina y el cerdo van en busca de un objetivo que vale 100. 100 unidades de esfuerzo, 100 sacrificios o 100 horas de trabajo, como tú quieras. La gallina, como solo paga una parte del precio, pone un 70. El cerdo, puesto que paga absolutamente todo el precio, pone un 100.

En este momento me apetece mucho compartir contigo una de las principales lecciones que he aprendido de los deportistas. Ahí voy… Si la gallina paga un 70 para alcanzar un objetivo que cuesta un 100, la gallina no tiene un 70 % de probabilidades de conseguir su objetivo. ¡No tiene ninguna! No tiene opción, pierde el tiempo; si quieres que te toque la lotería, debes comprar lotería. Incluso comprando, no está nada claro que seas uno de los afortunados.

Seguro que estás pensando: «Ya lo pillo…, el cerdo, que paga un 100 para lograr un objetivo que cuesta un 100, tiene el 100 % de probabilidades, por tanto, la certeza absoluta, de conseguirlo». ¡Pues tampoco!

Y es que la mayoría de las metas que te fijas no dependen exclusivamente de ti. Por más que pongas de tu parte, no controlas el resultado de un partido, el desenlace de una reunión o el éxito de un proyecto.

Entonces, ¿qué debes hacer para conseguir un objetivo? Pagar todo su precio y asumir el riesgo. El riesgo de, a pesar de hacer todo cuanto está en tus manos, no lograr el reto.

2. La unión hace la fuerza,
si se comparte el objetivo
y el nivel de compromiso

Dice el refrán que la unión hace la fuerza. Dicho así, sin más, no estoy del todo de acuerdo. Añadiría la siguiente coletilla: si se comparte el objetivo y el nivel de compromiso. Entonces sí coincidiría con esta perla del refranero popular.

Estar unos al lado de los otros, de brazos cruzados, no cambia nada. Ahora bien, empujar en la misma dirección y dejarnos todos el alma en el intento lo cambia todo.

A veces, partimos de la base de que, por llevar el mismo uniforme, automáticamente compartimos el mismo objetivo. Creo que presuponemos demasiado.

En una ocasión, un equipo de trabajo de diez personas contrató mis servicios con la finalidad de mejorar la cohesión del colectivo. Mi primer ejercicio consistió en pedirles que pusieran por escrito sus objetivos individuales, las metas que querían alcanzar a través de la actividad que compartían. Mi sorpresa fue mayúscula al comprobar que nadie coincidía; todos presentaban metas diferentes. No eran todavía un equipo.

En algunas empresas sucede algo parecido: sus departamentos persiguen objetivos incompatibles entre sí.

El departamento comercial, para poder vender, accede a las presiones del cliente y se compromete a servir los pedidos con la máxima celeridad posible, ignorando las necesidades del departamento de producción, que tiene más trabajo del que puede hacer.

El departamento de promoción eleva las expectativas de los clientes por encima de las posibilidades reales de la empresa. Luego vienen las reclamaciones al departamento de atención al cliente.

Finalmente, el departamento de personal recibe las quejas de los departamentos de producción y de atención al cliente, y las eleva a la dirección. Insinúa al equipo directivo que la empresa no está atendiendo las necesidades de algunos de sus empleados.

El equipo directivo se ve en la necesidad de recordar a todo el personal que, si no se alcanzan los objetivos trimestrales, se realizará una reducción de plantilla.

Lo mismo sucede en algunos clubs deportivos. La directiva, para ilusionar a los socios en campaña electoral, promete unas aspiraciones que no son realistas para el cuerpo técnico. Cuando los resultados no llegan, la afición se impacienta y cuestiona al entrenador, que está realizando un excelente trabajo, dadas sus posibilidades.

Incluso en el seno de los equipos deportivos, también en los más profesionales, no todos los jugadores comparten el mismo objetivo. Algunos llegan a preferir que el compañero que ocupa la misma posición que ellos cuaje una mala actuación o que el equipo pierda algún partido, si con ello disponen de más oportunidades de reivindicarse.

Si resulta complicado que todos los miembros de un equipo compartan el mismo fin, aún es más difícil que todos pongan lo mismo para conseguirlo, se sacrifiquen igual y se esfuercen de la misma manera en pos de los fines colectivos.

La última temporada en que Frank Rijkaard fue entrenador del F. C. Barcelona daba la sensación de que coexistían en la plantilla tres niveles distintos de implicación: unos que iban a medio gas, otros que se limitaban a cumplir y unos pocos que se dejaban la piel. Cuando Pep Guardiola estuvo al frente del equipo azulgrana, solo existía un único nivel de compromiso: todos se partían el alma. Este fue uno de los principales méritos de Guardiola, más allá de los títulos y de los récords que logró.

Cuando un colectivo comparte el mismo sentido y el mismo compromiso presenta muchas posibilidades de convertirse en su mejor versión. Solo así podrá convertirse en el mejor equipo que puede llegar a ser.

Otra ventaja de igualar el nivel de compromiso consiste en garantizar la satisfacción de los miembros del equipo. Todos están contentos con su aportación al colectivo. Esto ocurre por los motivos siguientes:

3. Mezclar gallinas con cerdos:
el cáncer de los equipos

En mi opinión, la mayoría de los equipos deportivos y de trabajo presentan el mismo problema: sus miembros no comparten el mismo nivel de compromiso.