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Después vino el silencio

Memorias del secuestro en Antioquia

BIBLIOTECA JOSÉ MARTÍ

 

 

 

 

Justicia & Conflicto

Grupo de Estudios de Derecho Penal y Filosofía del Derecho

 

 

 

 

Directores

 

Gloria María Gallego García

Juan Oberto Sotomayor Acosta

 

 

 

 

Consejo Editorial

 

Perfecto Andrés Ibáñez, magistrado, Tribunal Supremo Español

Francisco Cortés Rodas, Universidad de Antioquia (Colombia)

José Luis Díez Ripollés, Universidad de Málaga (España)

Luigi Ferrajoli, Università degli Studi Roma Tre (Italia)

María José González Ordovás, Universidad de Zaragoza (España)

Luis Prieto Sanchís, Universidad de Castilla La Mancha (España)

Jaime Sandoval Fernández, Universidad del Norte (Colombia)

 

Después vino el silencio

Memorias del secuestro en Antioquia

 

 

 

Gloria María Gallego García

Relatora principal

 

Mariluz González Forero

Wilmar Fernando Hoyos Salazar

Correlatores

 

Luisa Robledo Restrepo

Mariana Toro Taborda

Juan Sebastián Uribe Quintero

Asistentes de investigación

 

 

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Gallego García, Gloria María.

Después vino el silencio: memorias del secuestro en Antioquia / Gloria María Gallego García, María Emma Wills, Luis Fernando Barón. – Bogotá: Siglo del Hombre Editores, Universidad EAFIT y Museo Casa de la Memoria de Medellín, 2019.

372 páginas: gráficos, mapas y fotografías; 21 cm. – (Justicia y Conflicto)

 

1. Conflicto armado - Antioquia (Colombia) 2. Víctimas del conflicto armado - Antioquia (Colombia) 3. Justicia restaurativa -  Antioquia (Colombia) 4. Secuestro - Antioquia (Colombia). I. Gallego García, Gloria María, autora. II. Wills, María Emma y Barón Porras, Luis Fernando, prólogo. III. Tít. IV. Serie.

 

303.6 cd 22 ed.

A1640147

 

CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango

 

 

 

© Gloria María Gallego García

 

La presente edición, 2019

 

 

 

© Siglo del Hombre Editores

Carrera 31A n.° 25B-50, Bogotá, D. C.

PBX: (571) 3377700

http://libreriasiglo.com

 

© Universidad EAFIT

Carrera 49 n.° 7 Sur-50, Medellín

PBX: (574) 2619523

www.eafit.edu.co

 

© Museo Casa de la Memoria de Medellín

Calle 51 n.° 36-66 Parque Bicentenario,

Medellín

PBX: (574) 5202020

https://www.museocasadelamemoria.gov.co/

 

Proyecto ganador de la convocatoria

Beca para la publicación de obras inéditas de interés regional

Programa Nacional de Estímulos

Ministerio de Cultura

 

Diseño de carátula

Amarilys Quintero

 

Diseño de la colección y armada electrónica

Precolombi, David Reyes

 

 

ISBN: 978-958-665-579-8

ISBN ePub: 978-958-665-581-1

ISBN PDF: 978-958-665-580-4

 

 

Conversión ePub

Lápiz Blanco S.A.S.

 

 

 

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida total ni parcialmente, ni registrada o transmitida por sistemas de recuperación de información en ninguna forma y por ningún medio, ya sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo y por escrito de la editorial.

ÍNDICE

 

 

 

 

Agradecimientos

Gloria María Gallego García

 

Prólogo

María Emma Wills y Luis Fernando Barón

 

Introducción

A. El secuestro en la voz narrativa de las víctimas

B. El sentido ético y político de las memorias del secuestro

 

I. Cifras y magnitudes del secuestro

A. La inhumanidad del secuestro y su prohibición absoluta

B. Las cifras del secuestro en Colombia y Antioquia

C. Municipios con mayor impacto

D. Los perpetradores del secuestro

E. Las víctimas del secuestro

 

II. Las víctimas testimonian la inhumanidad del secuestro. Construcción de memoria mediante la investigación narrativa

A. La experiencia límite del secuestro desde la perspectiva de las víctimas

B. El testimonio por delegación, dar voz a quienes no volvieron del secuestro

C. Historias de vida temáticas. La selección de los casos

D. La realización de las entrevistas y la edición de los relatos

 

III. “Mi padre vio el monstruo que venía detrás”. Secuestro y asesinato de Alfonso Ospina Ospina

 

IV. Un poeta secuestrado. Secuestro de Orlando Betancur Restrepo

 

V. “Quisiera soñar con mi papá para volverlo a ver”.

 

VI. “La vida de Adán depende de ustedes tres”.

 

VII. Una reportera frente a un secuestro que no cesa. Secuestro de la periodista Mary Luz Avendaño

 

VIII. “Mi papá vio nacer y crecer este conflicto y murió en él”.

 

IX. “A raíz del secuestro, me bajé de un equipaje de vida, volví a lo esencial”. Secuestro de Paulina Jiménez Restrepo

 

X. Afrontar, sobrevivir, resistir, recobrarse. La resiliencia de las víctimas antes, durante y después del secuestro

A. Resiliencia. Medidas de protección ante los signos de la violencia

B. Prudencia, autocontrol y aguante

C. Lucha por la supervivencia

D. Resguardar la dignidad humana en oprobiosas circunstancias

E. Actos de oposición y de resistencia activa

F. Solidaridades y gestiones humanitarias por la liberación

G. Recobrarse del secuestro

 

Epílogo

 

Referencias bibliográficas

 

Los autores

SIGLAS

 

 

 

ACCU     Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá.
AUC     Autodefensas Unidas de Colombia.
CNMH     Centro Nacional de Memoria Histórica.
DAS     Departamento Administrativo de Seguridad.
ELN     Ejército de Liberación Nacional.
EPL     Ejército Popular de Liberación.
ERG     Ejército Revolucionario Guevarista.
FARC     Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.
FEDEGAN     Federación Nacional de Ganaderos.
GAULA     Grupos de Acción Unificada por la Libertad Personal.
INCORA     Instituto Colombiano de la Reforma Agraria.
MAS     Muerte a Secuestradores.
OMC     Observatorio de Memoria y Conflicto.
SENA     Servicio Nacional de Aprendizaje.

En homenaje a las víctimas de secuestro en Colombia.

 

La historia no es una sola, la gente no es buena ni mala y las familias tampoco. Me gustaría que este testimonio reflejara los matices y diera cuenta de todas las cosas que se pueden desencadenar en una familia a raíz del secuestro. Nadie puede calcular con algún grado de precisión los lastres que la violencia deja en cada uno.

–Lucero, hija de Martín P., secuestrado y asesinado
poco después de volver a la libertad.

AGRADECIMIENTOS

 

 

 

 

 

 

Este libro es una investigación narrativa sobre el secuestro asociado al conflicto armado, la huella profunda que esta práctica ha dejado en el país y, específicamente, en Antioquia, departamento en el que fue cometido el 20% de todos los secuestros reportados entre los años 1958 y 2018 al Observatorio de Memoria y Conflicto del Centro Nacional de Memoria Histórica1 (CNMH). También, tiene como objeto registrar la pluralidad del sufrimiento causado por el prolongado conflicto armado colombiano y hacer que las historias de las personas secuestradas salgan a la luz y no sean solo estadísticas o el recuento de sucesos, sin cuerpos, sin rostros, sin emoción, sin dolor, sin vicisitudes y afrontamientos.

Expresamos nuestra gratitud al Rector de la Universidad EAFIT, Juan Luis Mejía Arango, quien, en una mañana de abril de 2016, nos manifestó su apoyo para crear el Grupo Regional de Memoria Histórica, este grupo unió a EAFIT y al Museo Casa de la Memoria de Medellín, con el apoyo del Centro Nacional de Memoria Histórica, para realizar una investigación sobre el secuestro en Antioquia desde el relato en primera persona de las víctimas, declarando así este tema prioritario para que “esta sociedad recupere su integridad ética y política y para que nada similar vuelva a suceder en el país”.

Gracias infinitas a Gonzalo Sánchez y María Emma Wills Obregón quienes desde sus cargos de dirección en el Centro Nacional de Memoria Histórica nos alentaron a aproximarnos a esta realidad desde la piel de quienes han padecido la violencia y la injusticia del secuestro.

Asimismo, nuestro agradecimiento a Adriana Valderrama López, exdirectora del Museo Casa de la Memoria de Medellín, por su voluntad decidida de apoyar la investigación durante los años 2017 y 2018; así como a Cathalina Sánchez, actual directora, por su sentido de compromiso para que este trabajo fuera publicado con el auspicio del Museo.

Gracias a la Universidad EAFIT y en especial al Decano de la Escuela de Derecho, Camilo Piedrahíta Vargas, por el apoyo decidido para que esta iniciativa investigativa contara con los recursos, los tiempos y el marco institucional necesarios para que se hiciera realidad.

Gracias a quienes, desde el Centro Nacional de Memoria Histórica en los años 2017 y 2018 (antes de que se produjera el lamentable cambio de dirección de esta institución), acompañaron con generosidad y honestidad intelectual el desarrollo del proyecto y revisaron los primeros textos de las crónicas; a María Emma Wills, Tatiana Rojas Roa, Laura Giraldo y ­Alejandra Londoño Bustamante del Equipo de Pedagogía; a Andrés Fernando Suárez, director del Observatorio de Memoria y Conflicto, por confiarnos la rigurosa información de cifras y magnitudes del secuestro; y a los Miembros del Equipo de Investigación del Centro por acceder a discutir los resultados finales de la investigación y los contenidos del libro. El conocimiento es siempre fruto de una labor de cooperación e intersubjetividad.

Aún la dedicatoria más extensa sería una manera bastante incompleta de homenajear a las personas que, en medio de la situación de violencia y confrontación armada prolongada del país, sufrieron la injusticia y la crueldad del secuestro. A ellas va dirigido este tributo que, validando sus voces narrativas, se hace extensivo a las miles de víctimas de esta práctica violatoria de los derechos humanos y del derecho internacional humanitario.

Expresamos nuestra gratitud hacia las personas que generosamente accedieron a relatar su experiencia –ejercicio siempre importante, jamás fácil–, por confiarnos su historia, contagiarnos su humanidad y autorizar la publicación de los siete relatos que conforman este volumen. Personas que fueron tomadas como rehenes, recuperaron la libertad y relataron en primera persona la circunstancia humana límite de haber estado secuestradas: Mary Luz Avendaño, periodista privada de la libertad por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) mientras cubría las elecciones presidenciales de 1998; Orlando Betancur, agricultor cafetero, poeta y líder social y cultural, retenido por el Ejército Revolucionario Guevarista del Ejército de Liberación Nacional (ELN) en 2002; y Paulina Jiménez Restrepo, administradora agropecuaria secuestrada por el ELN en una mal llamada pesca milagrosa en el 2000. Familiares que testimoniaron por delegación y prestaron su voz a los seres queridos que no regresaron del secuestro, quienes hablaron en nombre del senador Alfonso Ospina Ospina, secuestrado en 1988 por paramilitares y asesinado en cautiverio; y de Hernando Montoya Echeverry, ganadero secuestrado y desaparecido por paramilitares en 1995. Y, a los familiares que relataron el secuestro del ser querido que regresó del cautiverio y falleció tiempo después, en nombre de Martín P., ganadero y cafetero, secuestrado en 1989 y asesinado poco después de su liberación por guerrilleros de las FARC; y de Adán Gallego Castaño, comerciante y ganadero, secuestrado por el ELN, quien pudo contar su experiencia y falleció catorce años después de la liberación; sus familiares narran en especial las vicisitudes de negociar por la liberación en medio de la guerra. Asimismo, agradecemos a los familiares y amigos que se unieron a los relatos brindando una semblanza de las personas homenajeadas en estas memorias.

Estos siete relatos retratan la dignidad de las víctimas, su resistencia frente a la inhumanidad y la infamia del secuestro y dan cuenta del talante moral y la presencia de ánimo para sobrellevar la situación del chantaje, la violencia, el sufrimiento e incertidumbre a la que fueron sometidas por los grupos armados insurgentes o paramilitares, con el mayor tino y decoro, sin acudir a las vías de hecho, ni a la venganza y manteniéndose dentro del Estado de derecho.

A todas las víctimas de secuestro les ofrecemos nuestro reconocimiento y homenaje por medio de estas memorias que aspiran, a través del poder de lo escrito e impreso, a alcanzar una existencia duradera para que estas historias de vida arrancadas del silencio y el olvido perduren, circulen de generación en generación y sean al tiempo sustrato y símbolo de la esperanza de que hechos similares nunca más vuelvan a suceder en nuestro país.2

 

Gloria María Gallego García

Relatora principal

PRÓLOGO

 

 

María Emma Wills y Luis Fernando Barón

 

 

 

 

 

 

Este libro merece ser leído con esmero. Es el resultado del encuentro de voluntades entre la profesora e investigadora Gloria María Gallego García; Juan Luis Mejía Arango, Rector de la Universidad EAFIT; y Gonzalo Sánchez Gómez, entonces Director General del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) hace tres años. A ellos, se unió Adriana Valderrama López quien se desempeñaba como directora del Museo Casa de la Memoria de Medellín en la época. Para ellos como ciudadanos y como directivos institucionales, fue claro desde las primeras reuniones que el país necesitaba afrontar su pasado y sus violencias escuchando, por encima de todo, a las víctimas. Ellas, a través de sus testimonios, dan fe de lo que no puede seguir sucediendo y de los niveles de degradación a los que llegó el conflicto armado colombiano.

En 2013, el CNMH publicó las cifras de esta modalidad de violencia y un informe en cuyo título, Colombia: una sociedad secuestrada, da cuenta del papel medular que este crimen ha ocupado en el conflicto armado3. Aunque con este primer esfuerzo de esclarecimiento se sentaron bases para comprender a grandes rasgos las magnitudes, los responsables y los engranajes que han hecho posible el secuestro; faltaba escudriñar con más detalle sus lógicas a nivel regional y, principalmente, escuchar a las propias víctimas de este crimen.

Además del deber moral de sentarse a reconstruir con ellas estas experiencias desgarradoras para romper la soledad y el silencio, la Universidad EAFIT, el CNMH y en particular Gloria María y su equipo de investigación han estado convencidos de que es necesario descubrir y amplificar las voces de las víctimas con el fin de que sus historias le permitan a una opinión pública, a veces indiferente y en muchos casos polarizada, comprender más allá de sus convicciones políticas la inhumanidad de esta práctica y el imperativo ético que implica poner punto final a un conflicto cada vez más sangriento y ensañado con la población civil. El fruto de la convergencia de estas convicciones se encuentra en este texto el cual contribuye a llenar ese vacío y ofrece varios aportes significativos a los trabajos de memoria en nuestra nación. En este prólogo, destacamos algunos de ellos.

El libro actualiza lo que sabíamos sobre las magnitudes y las lógicas detrás del secuestro y sitúa en un lugar de honor a los testimonios y a las experiencias de las víctimas directas y de sus familias. Combinando rigor, sensibilidad y buena pluma, ofrece al lector un conjunto de análisis y relatos que brindan las herramientas para comprender las dimensiones éticas y legales del secuestro, sus huellas e impactos. Por estas virtudes, el libro se convierte en una pedagogía de la memoria en el presente; el cual proporciona las coordenadas necesarias para trazar las líneas rojas de lo que no puede volver a suceder en el país.

Estos logros son producto de un minucioso y lento trabajo de ubicación y selección de casos sucedidos en Antioquia y de la construcción de un fino tejido de confianza con las personas y familias afectadas por este flagelo. En ese sentido, este trabajo tiene el mérito del reconocimiento otorgado a los testimonios, las voces, las vivencias y a la misma humanidad de aquellos que han pasado por este tipo de experiencias. Desde esta perspectiva, está hecho con gran cuidado y sensibilidad académica, humana y política, con lo cual apunta no solo a presentar, preservar y analizar con juicio y rigor las vivencias experimentadas por sus protagonistas, sino también a restaurar las voces, las memorias y dignidades de las personas secuestradas. Sobre estas bases, los relatos reunidos aquí tienen la capacidad de representar, es decir, de evocar, de hablar por las experiencias y recuerdos de muchas otras víctimas de esta deleznable práctica.

El texto elabora una descripción densa4 por medio de la cual logra transmitir de forma vívida a sus lectores no solo la crudeza, los dolores y las barbaries de este crimen, sino al mismo tiempo la fuerza, el coraje y la capacidad de resistencia de muchos de los hombres y mujeres que han padecido esta experiencia traumática. Desde una perspectiva profundamente humana, reconociendo errores y desaciertos, dolores y traumas, el libro también reconstruye las fortalezas y virtudes, las acciones y estrategias desarrolladas por las víctimas para mantener su cordura y no perder la integridad. Pone de presente los principios, la espiritualidad y los recursos a los que las personas apelan en medio de situaciones donde confrontan la soberbia e inhumanidad de quienes tienen sus vidas en sus manos y hacen gala del poder de la fuerza y de las armas.

Por otra parte, estas crónicas además nos permiten comprender que los secuestros dejan profundas huellas en el cuerpo individual y en las emociones y que sus víctimas afrontan la experiencia de muy diversas maneras, muchos regresan irreconocibles para sus seres más cercanos. En los huesos, desgreñados, sucios, con la mirada atónita, muchos narran en sus relatos referencias constantes al hambre, al frío, a la falta de agua e implementos de aseo, al tiempo muerto y a la desolación que marcaron sus días en cautiverio.

Una vez regresan a la libertad, algunos deciden guardar silencio mientras otros optan por la palabra o la escritura. En varios casos, a las víctimas les esperan nuevas desdichas y desafíos. Unos se ven forzados a desplazarse de sus terruños hacia ciudades ajenas donde no tienen raíces o a exiliarse, otros retoman sus oficios cotidianos para afrontar nuevas formas de victimización (extorsiones y llamadas amenazantes) y ser sorprendidos al cabo de algunos años por somatizaciones desencadenadas por los sufrimientos padecidos.

En cuanto a las posturas que asumen frente a las circunstancias presentes, unas víctimas claman por la justicia punitiva, otras abogan por el perdón y la reconciliación, mientras otras fluctúan y entretejen hilos de comprensión y hasta compasión hacia sus captores con indignaciones y rabias contenidas. En conjunto, este abanico de testimonios nos permite comprender que no existe “una víctima”, sino victimas en plural que recuerdan, resisten y se sitúan de formas muy diversas ante las circunstancias del presente.

Por otra parte, aunque el secuestro se percibe como una vivencia solitaria e individual, en realidad se experimenta y se afronta por un cuerpo colectivo: los seres queridos, familiares y amigos, se ven involucrados en una situación traumática que no da respiro. Las madres, esposas o esposos, se ahogan en una inquietud sin fondo pensando en la suerte que corren sus familiares; los mediadores entre familias y perpetradores cargan con la terrible responsabilidad de “negociar” un precio sobre la vida de su ser querido; las hijas e hijos buscan seguir sus vidas aunque en el fondo sus mentes y corazones queden en suspenso, pendientes de una llamada que anuncie por fin la liberación, o por el contrario, la siempre temida noticia de una muerte en cautiverio.

Es necesario revelar que aunque estas crónicas no pretenden convertirse en informes históricos sobre el conflicto armado, los paisajes de la guerra se dibujan en el trasfondo. A través de las voces de las víctimas, descubrimos una vez más los parajes imponentes de nuestra geografía y la extraordinaria variedad de su fauna y flora y, a la vez, la manera cómo se vacían pueblos enteros atrapados en una confrontación sin cuartel entre actores armados. Casas desoladas y parques en silencio dan cuenta de las marcas que va dejando el conflicto armado en una cotidianidad que, por imposición de las armas y el miedo, deja de ser una vida en común.

Los relatos también nos permiten seguir la pista de cómo el secuestro se vive en la cotidianidad con otros secuestrados, captores y vigilantes; y cómo pone en marcha las múltiples redes ilegales e inmorales que lo han convertido en tráfico de seres humanos. Algunas de estas historias nos permiten descubrir la forma como el secuestro rompe el tejido social y las confianzas cotidianas: a veces, el vecino, el amigo, o aún un familiar, son el eslabón que le permite a los secuestradores reunir la información necesaria para cumplir con su cometido. Ante estas traiciones, algunas muy inesperadas, la confianza se hace trizas. En otras, las tensiones desencadenadas por la negociación terminan rompiendo los vínculos entre parientes. Así, las historias en singular de las víctimas directas y sus familias, se convierten en realidad en piezas de un rompecabezas que van dibujando también los contextos, los procesos y los impactos que deja esta modalidad de violencia.

Gracias a las cifras que reúne este libro, volvemos a darnos cuenta de la magnitud de un crimen que ha sido cometido en contra de grandes, pero también de pequeños y medianos empresarios y emprendedores económicos o figuras públicas. De la mano de las voces de las víctimas, se disuelven los estereotipos y los eufemismos que muchas veces los grupos ­armados construyen para justificar sus estrategias. Por ejemplo, estas crónicas impugnan los imaginarios engañosos que representan a todos los secuestrados como grandes empresarios desconectados de la vida pública de sus regiones. Gracias a estos testimonios, reconocemos que las víctimas son muy diversas y que incluyen también a pequeños comerciantes, medianos ganaderos o cultivadores, jóvenes periodistas en formación o administradores agropecuarios. Descubrimos además que algunos de ellos estaban activamente comprometidos con la vida de sus terruños y eran respetados y apreciados por el papel cívico que desempeñaban en sus pueblos.

La potencia de la voz de las víctimas también impugna los grandes discursos justificatorios elaborados por los actores en armas para desplegar sus violencias sin remordimiento o pudor alguno: la historia desgarradora del secuestro y posterior asesinato de don Alfonso Ospina Ospina, senador y propietario de tierras en Córdoba y Antioquia quien se negó a pagar las extorsiones de los paramilitares (las llamadas “cuotas”) y defendió la extradición, impugna la versión pretendidamente totalizadora de que estas organizaciones se alzaron en armas y se financiaron justamente para ofrecer protección contra el secuestro. Varios de los testimoniantes también se sublevan contra los eufemismos con los que las guerrillas buscaron banalizar su estrategia. Exasperadas con el lenguaje usado por los perpetradores, varias de las víctimas los confrontan con el hecho de que no hay nada revolucionario en un acto tan infame y que lo que ellos llaman “retención” es en realidad una práctica abyecta que convierte un ser humano en una mercancía cuyo precio es vilmente negociado.

En conjunto, estas historias nos permiten comprender que el secuestro afectó a personas de muy diferentes clases, sectores y niveles sociales y que es una práctica que tendió a normalizarse en nuestro país, tanto por la sociedad en general, como por periodistas, académicos y políticos, e incluso por algunas de las mismas personas y familias que lo padecieron.5

En este sentido, las memorias de este libro, como un espejo trizado6 en el que nos vemos reflejados, evidencian el desconocimiento (el no reconocimiento) de las vivencias, del dolor y de la potencia de las personas secuestradas debido a sus actividades económicas y sociales. De la misma manera, pone de presente las faltas que también cometemos nosotros como sociedad contra la dignidad humana, en medio de un conflicto irregular, trágico y prolongado, cuando llegamos a dudar y a estigmatizar las experiencias, sufrimientos y acción de las mismas víctimas de este terrible acto de lesa humanidad, lo cual por ende es una afectación a nuestra propia humanidad.

Así, siguiendo a José Joaquín Brunner (1988), este ­espejo trizado nos sirve para mirarnos críticamente en nuestras fragmentaciones y matices. Nos propone vernos en nuestras culturas hibridas, conflictivas e imperfectas donde se reflejan nuestras identidades, donde se expresan acciones y responsabilidades, pero también donde se depositan nuestros sueños e intentamos construirnos como una sociedad, la cual interviene reflexivamente en su propia continuidad en el tiempo.

Por ello, tiene razón este libro cuando afirma que sus memorias contribuyen a la dignificación humana: porque, parafraseando a Francisco de Roux, presidente de la Comisión de la Verdad de Colombia, el esclarecimiento de lo que nos ha sucedido en el país y el reconocimiento de los múltiples responsables y responsabilidades de esos sucesos, nos humanizan, nos hace entender y vivir mejor como seres humanos, pues nos permiten reconocernos (a nosotros y a los otros) con aciertos y errores, con atributos y defectos, con comprensiones y acciones correctas e incorrectas, debidas e indebidas.

Las memorias de este texto nos ayudan además a prepararnos como ciudadanos y como sociedad, para escuchar, entender y confrontar las historias de las guerras y conflictos permanentes que hemos vivido desde hace varias décadas, y las muy diversas maneras en que muchas personas y colectivos de nuestra sociedad nos hemos involucrado o hemos sido involucrados en las mismas. Pues, como sociedad, tendremos que llegar a consensos sobre nuestra historia que nos permitan, como bien lo expresara el politólogo John Paul Lederach, sentar los cimientos para que las verdades vividas frente al conflicto político armado cohabiten de manera que no destruyan ni la convivencia, ni las probabilidades de un futuro compartido.

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

 

Brunner, J. J. (1988). Un espejo trizado: Ensayos sobre cultura y políticas culturales. Santiago de Chile: FLACSO.

Geertz, C. (1973). La interpretación de las culturas. Nueva York: Basic Books.

INTRODUCCIÓN

 

 

 

 

A. EL SECUESTRO EN LA VOZ NARRATIVA DE LAS VÍCTIMAS

 

Esta investigación sobre las memorias del secuestro en ­Antioquia pretende ir más allá de las tendencias y los datos objetivos sobre el secuestro para centrarse en las personas y en la singularidad de sus experiencias.7 Dentro de los ejercicios de construcción de memoria, podríamos denominar este mecanismo, en ­palabras de De Unamuno, intra-historia, es decir, una indagación sobre las historias no narradas, fragmentos de la experiencia de las personas que se encuentran a la sombra de los grandes acontecimientos históricos y de los grandes titulares de prensa. Se busca narrar en torno al secuestro aquello sobre lo que “los periódicos nada dicen” (De Unamuno, 2008) en un intento por presentar a los lectores un relato capaz de transfigurar la experiencia y la posición vivencial y ética ante el conflicto armado.

Para los actores armados, el secuestro es un acto heroico, un método de financiación de la guerra o de presión contra el adversario. Para el común de las personas, el secuestro parece ser solo una figura delictiva del Código penal, algo que les sucede a otros, o una cifra de la que hablan los informes oficiales y los medios de comunicación sin hacer adquirir a cada caso una incidencia viva capaz de desplegarse e iluminar la realidad de esta práctica. Pero para las víctimas, el secuestro constituye una experiencia extrema de injusticia e inhumanidad impuesta a través de métodos intimidatorios y violentos por los grupos insurgentes y por los grupos paramilitares, que causa un trauma profundo y un giro dramático en sus vidas.

El testimonio de las víctimas permite comprender de manera vívida la inhumanidad del secuestro y los desgarramientos que genera. Su sufrimiento es la consecuencia de la naturaleza del acto de secuestrar y son ellas quienes están más facultadas para narrar cómo es ser capturado, privado arbitrariamente de la libertad deambulatoria y sujeto a la arbitrariedad de los captores que amenazan con males peores ante cualquier gesto o palabra; o cómo es recibir la noticia del secuestro de la madre, del hijo o de la esposa y quedar sometido al chantaje y al miedo constante de que un ser querido esté sufriendo y no regrese del lugar desconocido donde se encuentre recluido.

Como señala Mate, la víctima tiene:

 

[…] el secreto de por qué la acción criminal no fue un acto grandioso, ni un acto heroico, ni la defensa de un ideal, ni un acto de liberación, sino un acto culpable. Ella, su sufrimiento, es la respuesta a la naturaleza del acto. Bastaría mirarse en ella para reconocerlo. (2013, p. 175)

 

Así pues, el objetivo principal de este libro consiste en recoger la memoria del pasado traumático respecto de la práctica del secuestro durante el conflicto armado, con fundamento en un conjunto de siete casos representativos sucedidos en ­Antioquia entre los años 1980 y 2006, relatados por las víctimas.

Los relatos tienen dos grandes focos de atención que reflejan los objetivos específicos de esta investigación narrativa. En primer lugar, dan cuenta de los mecanismos de la inhumanidad, los daños, sufrimientos, pérdidas y traumas que produce el secuestro, tanto en la persona tomada como rehén como en su círculo familiar. En segundo lugar, permiten conocer la resiliencia desplegada por las víctimas antes, durante y después del secuestro, mediante recursos creativos aun insospechados para ellas mismas, y por medio de los cuales intentan evitar o atenuar los daños, sobrevivir, preservar su dignidad y recobrarse después de soportar situaciones de estrés agudo. Como señala Bello, no todo ha sido devastación en medio de esta guerra, “Las mismas víctimas que nos enseñaron del dolor y del sufrimiento nos ofrecen también lecciones de valor, de capacidad y de perseverancia” (2014, p. 210). Por ello, es menester dedicarles el más profundo reconocimiento y homenaje “ya no sólo por su ser sufriente, sino por su ‘ser agente’”.

Este conjunto de relatos permite mostrar los múltiples aspectos del secuestro como específica violación del derecho interno y del derecho internacional, con unos rasgos que lo identifican dentro del conjunto de los crímenes de guerra. A su vez, realzan el carácter singular de la experiencia, cómo cada caso de secuestro es único habida cuenta de las variantes que puede tomar la coyuntura del conflicto armado según la región, las estrategias de violencia y de chantaje empleadas y las distintas circunstancias de las personas secuestradas y de sus familias. Así como también es única y singular la cualidad de la resiliencia, que varía según el temperamento, las circunstancias, el contexto y la etapa de la vida. De manera que, son relativas y variables las formas y los recursos psíquicos, personales y sociales que las víctimas emplearon para afrontar el secuestro y trascenderlo.

La autoridad de las víctimas proviene de haber vivido una experiencia límite, de esas que no están en los libros, y su testimonio “abre un proceso epistemológico” (Ricoeur, 2010, p. 210) que permite, por una parte, esclarecer los daños, la injusticia y la índole inhumana del secuestro; y por otra, realzar su agencia, esto es, su capacidad de anticipar los peligros, soportar, afrontar, sobrevivir y recobrarse, hasta donde es posible, de esta experiencia. Por ello, comprender la realidad de este fenómeno acaecido dentro del conflicto armado solo es posible por medio de la escucha atenta de la experiencia de las víctimas, lo que supone la “inserción de lo narrativo” (Ricoeur, 2006, p. 17), la aproximación inductiva y subjetivizante para comprender las afectaciones del secuestro.

La metodología adoptada correspondió a la investigación narrativa, en la cual los fenómenos son expresados desde la perspectiva de las personas y su interpretación de lo que hacen y padecen en el mundo social. La persona que da testimonio “se nos presenta en toda su incidencia viva” (Benjamin, 2001, p. 111) para referir lo sucedido y darle significado, ya no solo en lo que constituye la vivencia de estar secuestrado o de haber tenido a un ser querido en cautiverio, sino en lo que implicó este hecho en la ruptura con la vida anterior, en la lucha por sobrevivir y en la posterior reorientación vital.

El relato sumerge, a quien lo escucha o lo lee, en la vida del comunicante, de manera que “la huella del narrador queda adherida a la narración, como las del alfarero a la superficie de su vasija de barro” (Benjamin, 2001, p. 119). Por eso, el testimonio de quienes padecieron el secuestro es muy distinto de la información que se encuentra en la prensa y en los libros canónicos sobre la guerra, que hacen énfasis en las ideologías, en las batallas, el conteo de muertos, heridos y secuestrados, los vencedores y los vencidos, los actos heroicos de unos y las bajezas de otros, como si de una fotografía panorámica se tratara. En los relatos de las víctimas, en cambio, la guerra y el secuestro tienen sus propios gestos, amenazas y palabras, amaneceres y anocheceres, aceleraciones, pausas y aplazamientos, olores y colores, iluminación y espacio, presiones, esperanzas y humillaciones, fortalezas, dudas y quebrantos de ánimo. No hay hazañas memorables, ni estrategias ni campañas militares, sino solo seres humanos involucrados en esta actividad inhumana, ya sea como perpetradores, o como víctimas.

 

B. EL SENTIDO ÉTICO Y POLÍTICO DE LAS MEMORIAS DEL SECUESTRO

 

Estas memorias del secuestro tienen un sentido ético y político profundo, vinculado a la justicia reparadora, la concepción de la justicia que se orienta hacia a las víctimas y sus necesidades, ya que la caracterizan como “la sustitución del vínculo entre justicia y castigo por el de justicia y reparación de las víctimas” (Mate, 2011, p. 209), para resarcir los daños por medio de reparaciones materiales y simbólicas, que no podrán deshacer lo hecho, pero sí compensar de manera más adecuada los sufrimientos y las pérdidas causados.

La justicia reparadora se basa en el reconocimiento moral, social y político de las víctimas y busca no solo resarcir los daños causados por los victimarios, sino restablecer cierto equilibrio en las relaciones morales. Estas personas muchas veces se sintieron ignoradas o desprotegidas por la sociedad y las instituciones y, como señalan De Gamboa y Herrera, “esto en sí mismo entraña una segunda pérdida adicional al daño primeramente padecido, que puede ser tan dolorosa como la ofensa misma” (2019, p. 180).

La reparación se centra en las medidas simbólicas, cuyo objeto consiste en reconocer que el secuestro produjo la violación de derechos fundamentales que tenían que haber sido protegidos siempre y en toda circunstancia. Por ello, se rememora aquí la injusticia contra las víctimas cometida ­para expresarles respeto y conferirles satisfacción en un plano moral al verificar los hechos y otorgarles voz para que revelen la verdad no solo sobre lo que les ocurrió, sino respecto a su capacidad de respuesta frente a los despliegues del conflicto armado. Sus relatos deben quedar consignados en documentos orales y escritos con el poder de trascender, para que los puedan escuchar y leer las generaciones presentes y futuras, en testimonio perenne de aquello que no debió y nunca más debe volver a suceder.

Esta reparación abarca varios aspectos. En primer lugar, en medio de un prolongado conflicto armado en el cual el protagonismo lo han tenido los ejércitos enemigos, los combatientes con sus armas y sus ideologías justificadoras de la violencia; ahora es indispensable conferir voz a las víctimas del secuestro y validar sus historias para impedir “la posibilidad de las memorias falsificadoras”, que son “las que niegan el horror, las que reducen el impacto ético, moral, político y cultural que tiene la guerra en el tejido social colombiano” (Wills Obregón, 2016, p. 174), mediante expresiones del estilo: “aquí no pasó nada”, “lo del secuestro después de todo no es tan grave porque se le respeta la vida a la persona y es solo una ‘retención’ con propósitos políticos o económicos” o “¿qué son 37.128 secuestros en comparación con guerras que han dejado millones de muertos en unos pocos años?”.

Se espera que la narración en primera persona de las víctimas toque la sensibilidad y el pensamiento de los lectores para generar una conciencia moral esclarecida sobre la inaceptabilidad de esta práctica, y que el secuestro deje de ser visto como un método “válido” al cual se puede acudir para lograr propósitos militares y políticos en situaciones de guerra.

En segundo lugar, es menester cumplir con el deber de honrar a las víctimas del secuestro, es decir, hacer que dejen de contar solo como estadísticas dentro de un proceso de violencia política y de guerra para devolverles la dignidad mancillada por el secuestro. Por lo tanto, este reconocimiento debe dar cuenta de su identidad, del proceso a través del cual hicieron frente a la violencia y la injusticia, de su decisión existencial de sobrevivir, de su talante moral para resguardar la dignidad humana frente a las oprobiosas circunstancias; así como de las huellas que dejó el secuestro y que supusieron un esfuerzo enorme por crecer hacia algo nuevo con resignificaciones de la experiencia y reorientaciones de la propia trayectoria vital.

Las víctimas del secuestro (los rehenes y sus familiares) muestran en los relatos cómo han encarnado estas palabras: afrontar, soportar, sobrevivir, rechazar, resistir en condiciones de sojuzgamiento extremo. Condiciones en las cuales un gesto fuera de lugar o una palabra inoportuna les podía traer terribles consecuencias y frente a las cuales desarrollaron una capacidad de aguante abismal. Estas personas no siempre salieron victoriosas de su oposición a la voluntad arbitraria de sus captores; pero el solo intento de protegerse, de poner en alto su dignidad, de modificar esas condiciones de vida miserables, de frenar los designios de los actores armados, da cuenta de su capacidad de agencia, de su autonomía y sentido del valor del ser humano y, por eso, merece ser exaltado y recordado.

Los afrontamientos ante el secuestro forman parte de “la manera como distintos repertorios de violencia dan forma a otros procesos sociales” (Wood, 2010, p. 103) a través de prácticas de anticipación del peligro, protección, supervivencia, rechazo y defensa frente a la violencia, que a veces dejan legados duraderos en la sociedad como parte del aprendizaje de las personas, de las familias y de los grupos para resistir los embates de los actores armados.

La capacidad de respuesta de las víctimas del secuestro y las solidaridades de la gente del común constituyen uno de “los procesos sociales de la guerra civil” (Wood, 2010, p. 101) y representan uno de los aspectos menos estudiados y conocidos de la prolongada guerra colombiana. Se cuenta en el país con estudios y memorias del secuestro que han ido dibujando de manera cada vez más cercana e intensa la inhumanidad de esta práctica, pero muy poco se conoce sobre la agencia de las víctimas y su esfuerzo por recuperarse del trauma. Como señala Hoyos Botero:

 

En Colombia el fenómeno del secuestro ha sido estudiado desde el dolor, el sufrimiento, los síntomas y patologías derivados del cautiverio, sin tener en cuenta otro aspecto vital, las potencialidades y recursos yoicos de los seres humanos para afrontar y superar las situaciones traumáticas y adversas. (2014, pp. 135-136)

 

Por ello, el capítulo final está dedicado in extenso a identificar, clasificar y analizar las modalidades de los afrontamientos sutiles y modestos, o directos y audaces, de las personas secuestradas y de sus familiares para hacer contrapeso al chantaje, a las armas, a la violencia que las oprimía, las marcaba y les acortaba su espacio vital, su capacidad de acción, su libertad y su vida. Este es un acto de reconocimiento a las víctimas del secuestro y a quienes fueron solidarios con ellas, pues con su resiliencia y sus gestos de bondad iluminan otra perspectiva de lo que ha sido esta prolongada guerra y aportan elementos para la construcción de defensas morales contra la barbarie.

En tercer lugar, es indispensable restaurar la ciudadanía política a las víctimas. Al extorsionar, secuestrar y asesinar en nombre de propósitos políticos y militares se produce una escisión entre victimarios y víctimas; entre quienes aprueban, toleran o callan ante la estrategia y la causa política de los actores armados; y quienes padecen la violencia de esta causa. Saldar esta escisión implica que la sociedad reconozca de manera pública y no privada, y tanto en lo institucional como en lo social, que los secuestros cometidos durante el conflicto armado fueron actos execrables, que estuvo mal que sucedieran y, además, no debieron suceder.

A las víctimas les debe ser reparado el daño personal y, también, el daño político de haber sido privadas arbitrariamente de la libertad, sustraídas de la esfera pública y de la protección institucional, negándoseles por las vías de hecho su ciudadanía y el goce y la tutela de sus derechos fundamentales. En este sentido, la elaboración de estas memorias constituye un acto de reconocimiento moral, ético y político orientado a volverlas a integrar a la comunidad del discurso, a la esfera pública y a la comunidad política de la que fueron violentamente expulsadas por el secuestro.

Por último, rememorar lo sucedido debe ser inspiración para obrar con miras a un futuro mejor. Estas memorias reconocen, para usar la expresión de Mate, “un poder normativo al pasado” (2008, p. 20). Si las personas y las sociedades quieren seguir adelante, deben mirar atrás para tomar del pasado traumático ejemplos, lecciones, indicaciones prácticas que permitan interpretar el presente y vislumbrar el porvenir en procura de que horrores similares no vuelvan a repetirse. La memoria es indispensable para orientar las acciones y decisiones de las personas y de los grupos e instituciones, pues cuando “el pasado no alumbra el porvenir, el espíritu camina en las tinieblas” (De Tocqueville, 2002, p. 421). No es el olvido, sino la memoria lo que ayuda a los pueblos con un pasado de antagonismo, enfrentamiento armado y atrocidades masivas a orientarse para superar el horror, forjar la paz, la convivencia civil y la democracia.

Las lecciones que deja el pasado respecto del secuestro son múltiples y los relatos de estos siete casos emblemáticos son elocuentes al respecto. No hay “secuestro bueno”, estos actos injustificables merecen el repudio de la sociedad y de las instituciones. En términos morales y jurídicos, la expresión “secuestro justo” o “secuestro humano” constituye un ejemplo de oxímoron, que equivaldría a hablar de asesinato justo, violación honesta o nazi humanitario.

Se espera que estas memorias del secuestro sirvan de inspiración para una futura superación de esta forma de violación de los derechos humanos y del derecho internacional humanitario en el país y para la construcción de una paz que marque un nuevo comienzo de la política, libre de violencia al fin.

I. CIFRAS Y MAGNITUDES DEL SECUESTRO

 

 

 

 

 

A. LA INHUMANIDAD DEL SECUESTRO Y SU PROHIBICIÓN ABSOLUTA

 

El secuestro extorsivo es la conducta intencional consistente en privar de la libertad a una persona y convertirla en garantía para obligar a alguien a cumplir determinadas condiciones a cambio de su liberación. Es un delito contra la libertad. Viola la libertad de actuación en un sentido amplio, la capacidad que tiene la persona para decidir lo que quiere o no quiere hacer y para trasladarse de un lugar a otro o situarse por sí misma en el espacio, sin que su decisión sea impedida o forzada por otras personas.

La privación de la libertad ambulatoria se realiza mediante el acto de encerrar, situar a la persona en un espacio no abierto, mueble o inmueble, del que se le impide salir; o de detener, situar a la persona en un espacio abierto, impidiéndole alejarse, amarrándola, golpeándola, encañonándola, etc., e involucra la exigencia de alguna condición que debe cumplir un tercero; por ejemplo: el pago de dinero en efectivo, la entrega de otros bienes a cambio del rescate, o la liberación de algún preso para poner en libertad a la persona secuestrada.

Tradicionalmente, el Código penal no hacía diferencia entre el secuestro practicado por la delincuencia común, que por lo general ha sido un medio para obtener lucro personal o cobrar venganza contra rivales; del perpetrado por los grupos armados organizados que son parte en el conflicto armado interno colombiano y quienes lo practican con ciertos propósitos colectivos relacionados con la guerra en unas circunstancias de organización, distribución de funciones, lucha por el poder, armamento y estrategia militar que le confieren una especial capacidad lesiva.

Así pues, para encontrar una norma específica sobre el secuestro en el escenario de la guerra es necesario remitirse al derecho internacional humanitario, rama especial del derecho internacional, que tiene por objeto controlar la actividad bélica prescribiendo algunas normas mínimas a los actores armados para que la guerra sea limitada y haya una contención a fin de frenar sus efectos más devastadores. De acuerdo con el derecho internacional humanitario, las partes solo pueden dirigir las hostilidades contra los combatientes adversarios y en contra de objetivos militares, por ejemplo, mediante la retención de armamento y municiones, la destrucción de campamentos y bases, la obstrucción de caminos y redes de tráfico, viaje o comunicación y la retención de los medios de sustento del enemigo; nunca contra los no combatientes ni contra los bienes civiles.

El principio de humanidad impone límites a la búsqueda de la victoria militar de manera que, aunque las partes enfrentadas hayan acudido a la guerra, siempre y en toda circunstancia deben respetar ciertas restricciones que se expresan en prohibiciones absolutas; esto es, prohibiciones que operan “en cualquier tiempo y lugar” como la toma de rehenes, conducta prohibida de manera absoluta por violar la dignidad humana o el principio de trato humano (artículo 3 común a los Convenios de Ginebra de 1949, numerales 1 y 2, y al Protocolo adicional II a los Convenios de Ginebra, de 1977, artículo 4).

En el ámbito de los conflictos armados, la toma de rehenes consiste en el acto intencional por medio del cual una de las partes en conflicto retiene, priva de la libertad y se apodera de otra persona (combatiente o no combatiente) con la intención de obligar a otro (al gobierno, a los familiares, a una organización internacional, o a la parte adversaria) para que lleve a cabo una acción u omisión relacionada con el conflicto armado como condición expresa o tácita para garantizar la seguridad de la víctima o para obtener su liberación (Werle, 2011, p. 637-638). Las exigencias son, por ejemplo: el pago de una suma de dinero destinada a la financiación del esfuerzo de la guerra, la entrega de información con valor estratégico o táctico, el canje de prisioneros o el cese de operaciones militares en una región determinada.

Puesto que el derecho internacional humanitario establece una prohibición absoluta, “en cualquier tiempo y lugar”, en ningún caso la toma de rehenes (denominación con la cual reconoce al secuestro) debe ser considerada un acto o método lícito de guerra ni contra personas civiles, ni contra combatientes. Tampoco admite excepción de esta condición basada en una supuesta necesidad militar, bajo el criterio que autoriza ejercer violencia contra el enemigo en aras de la victoria. Por el principio de la dignidad humana, hay ciertos actos que nunca pueden justificarse en medio de la guerra, aunque sean útiles para disminuir la capacidad militar del adversario o, incluso, para derrotarlo, como: asesinar a personas civiles o a combatientes que se han rendido, torturar, violar, tomar rehenes o someter a esclavitud. Esto nunca está permitido, ya que no concibe ningún beneficio resultante que pueda justificar ese tratamiento tan inhumano hacia otra persona. Por lo tanto, son conductas que deben evitarse, sean cuales sean las circunstancias y los beneficios que las partes en conflicto pudieran obtener.

La toma de rehenes implica un trato inhumano. En primer lugar, porque constituye una privación arbitraria de la libertad y sumerge a la víctima en la opresión. La persona secuestrada es arrancada del mundo familiar y público y puesta por fuera del consorcio civil, quebrando los mecanismos de protección. También es aislada, queda indefensa y no es ubicable espacialmente. Sus familiares, amigos y las autoridades ignoran su paradero y no tienen cómo ampararla. Queda bajo el poder y sometida a la voluntad arbitraria de sus captores, quienes la tiranizan y la amenazan con males mayores al menor paso en falso (un régimen de vida peor, hambre, lesiones, mutilaciones o la muerte).

El secuestro se comete con un acto de violencia. Desde el comienzo, hay fuerza sobre el cuerpo y los secuestradores les sueltan a sus víctimas, como dice García Márquez (1996, 19), “una ráfaga de terror”. Asimismo, se manifiesta junto con una serie indefinida de amenazas que sumen a la víctima en la indefensión y desamparo. Las armas no siempre son apuntadas directamente, pero se deja en evidencia que están ahí y en cualquier momento pueden ser usadas.