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Corrección: Edison Pérez
Traducción: Megan McDowell

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Proyecto financiado por FONDART, convocatoria 2017.

Sobre el dibujo y el relato histórico en Anticristo

por Carolina Olmedo Carrasco

Basta con un breve paseo por el arte contemporáneo para darnos cuenta de que la preferencia por el dibujo sitúa a cualquier artista en una zona de riesgo. Ello no solo por su esquiva adecuación material a los requisitos del mercado globalizante y su incombustible fetichización del objeto artístico, sino que —en cuanto manufactura— también por su desventaja técnica respecto de un sinnúmero de nuevas tecnologías industriales/digitales actualmente integradas al ámbito contemporáneo de la creación. Pese a su indiscutida importancia en la formación de un artista plástico, las artes visuales de este siglo parecen exacerbar aún en el dibujo el signo moderno otorgado por Ingres —la “trastienda” de la gran pintura histórica—, o el de la fisura vanguardista del boceto picassiano como expresión vital y espontánea, distinguible de la pintura en cuanto “obra acabada”. Es por ello que Anticristo de Javier Rodríguez Pino motiva la visita de tres aspectos permanentemente en cuestión dentro de los discursos del arte político latinoamericano, y que en este caso resultan fundamentales para comprender cuál es el efecto propiciado por el artista al deslizar su exposición al formato libro: el espacio de la producción artística como tensión crítica dentro de los procesos de construcción de memorias colectivas, el discurso visual y escritural del arte como ámbito de reflexión pública sobre los hechos de violencia política y, finalmente, una nueva valoración del rol social del artista al interior de estas tareas en un contexto de resistencia cultural.

En este sentido, la selección temática del trabajo de Javier Rodríguez —una reflexión gráfica sobre los movimientos de resistencia y juventud combatiente en Chile—, resulta tan relevante como su contraintuitiva preferencia por el dibujo a mano como productor de un lenguaje visual y narrativo fotorrealista. Así, el dibujo que verán desplegado en las páginas siguientes tampoco es común o esperable dentro de la producción gráfica contemporánea —de ritmo espectacular o espontáneo—, en la medida que incluso en la economía de medios propia de una técnica manual, la obra de Rodríguez muestra un sobrio repertorio de recursos: monocromía, cálculo medido de la gestualidad, persistencia de la línea, primacía del retrato y —en este caso— el formato pequeño y mediano. Sin embargo, es evidente la compleja relación construida entre texto e imagen a partir de la gráfica manual, en la que cada momento de la narración (prensa, cómic, cine, documental) posee un recurso gráfico propio, aludiendo en todos los casos a la necesidad de revitalizar el debate sobre la memoria histórica a partir del involucramiento y responsabilización de un nuevo espectador masivo. Entre ellos, una amplia generación de jóvenes nacidos en transición que no experimentó en primera persona los apremios de la dictadura militar.

La reencarnación de la lucha armada en todo su esplendor en la piel del cómic, como expresión surgida de la cultura de masas y no del arte, se convierte en una referencia gráfica que completa la cita histórica al Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) en clave de desacato: la modestia de lo manual como elección frente a la sofisticación de lo digital, la humildad del lenguaje en primera persona frente a la opacidad poética y ausencia de polifonía del arte político institucionalizado, e incluso el amansamiento de la ficción frente a la necesidad de documentar el acontecimiento histórico con imágenes para abrir su construcción social como hecho, nos remiten indudablemente a la idea de resistencia cultural. Esa misma que a mediados del siglo pasado, cuando emergían las culturas políticas revolucionarias que vivían su ocaso en 1987 con el aniquilamiento de doce rodriguistas en la Operación Albania, Marta Traba identificaba en el arte la lucha contra la dominación capitalista y el despertar a la autonomía latinoamericana frente a la sumisión del colonialismo cultural. Reverberaciones de un mundo intelectual y social latinoamericano que pareció superado tras el declive del proyecto socialista y las dictaduras militares que precedieron la caída del muro de Berlín en nuestra geografía, pero que aún en este nuevo siglo constituye la principal experiencia emancipatoria de los subalternos frente a la deshumanización de la cultura capitalista.

Lejos de caer en la nostalgia representacional o adquirir la función de placebo ante la promesa incumplida de justicia en la transición democrática, o reabrir estéticamente posiciones políticas tan leves como indefensas frente al estigma de lo “anticuado” impuesto por las actuales modas retóricas del arte, el relato presentado en Anticristo bajo la forma del “falso documental” requiere de toda la inteligencia, atención e información de la que disponga el lector a la hora de enfrentarse a la obra. Pues aunque la serie se presente desde el primer momento como un ajuste de cuentas ficcional del FPMR en respuesta a la venganza de los órganos represivos de la dictadura por el atentado frentista contra Augusto Pinochet —que culmina con el apresamiento y ejecución en un “falso enfrentamiento” de doce rodriguistas en junio de 1987—, lo cierto es que su exagerada ficción se sostiene en elementos sin duda existentes: la violencia y oscuridad de los acontecimientos, el persistente silencio sobre cómo realmente ocurrieron los hechos por parte de quienes perpetraron las ejecuciones, el olvido público de las víctimas y sus familiares con el paso de los años, y, sobre todo, la impunidad y falsa resolución en la justicia del caso. En cierto modo, la lectura de Anticristo abre la pregunta por la rabia social que produjo el nacimiento FPMR en los sectores resistentes de su época, y que en la erosión actual del carácter popular de dichas colectividades sufren un olvido progresivo de su agencia histórica.

En la puesta en juego de un vengador y guerrillero vampírico, Anticristo