Clandestino

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Clan

Destino

Te cuento que Andrés Acosta…

Te cuento que Karina Cocq…

Créditos

Contenido

 

autor

TE CUENTO QUE ANDRÉS ACOSTA…

… desde pequeño quiso ser jugador de ping pong, pero con el tiempo descubrió que es más fácil vivir de escribir historias que arrebatarle un campeonato a un chino. Nació en el estado de Guerrero, y ha ido a otros países a escribir libros. Gracias a esas temporadas fuera de México, ha jugado ping pong a diferentes niveles: a nivel del mar, en Cartagena, Colombia; y, a un nivel más alto, en los Alpes de Austria y en las Montañas Rocallosas de Canadá; por eso, puede decirse que ha ganado campeonatos internacionales, aunque sea venciendo en partidos amistosos a escritores desprevenidos que aceptaron su desafío. Además de viajar, le gusta leer y soñar: para él, estas tres actividades son distintas maneras de conocer el mundo.

 

ilustrador

TE CUENTO QUE KARINA COCQ…

… nació en Santiago de Chile. Estudió Bellas Artes en la Universidad de Chile e Ilustración en eina (Barcelona). Sus dibujos han viajado a muchos lugares como México, Italia y China. Actualmente vive en Barcelona y dedica su tiempo a ilustrar libros para niños; además de colaborar en proyectos educativos para organizaciones no gubernamentales y fundaciones. Le gusta trabajar sus ilustraciones directo sobre el papel con acuarelas o carboncillos, transmitir sus orígenes e identidad en ellas, dibujar en sus libretas mientras conoce lugares, y observar los paisajes, las aves y la vegetación.

Acosta, Andrés
Clandestino / AAndrés Acosta ; ilustración de Karina Cocq. – México : Edición digital SM, 2019 (El Barco de Vapor. Naranja ; 84 M)

ISBN: 978-607-24-3622-0

1. Libertad – Novela infantil. 2. Exilio – Literatura infantil

Dewey 863 A36

Edición digital

Irma Itzihuara Ibarra Bolaños
Gerente de Literatura Infantil y Juvenil

Valeria Moreno Medal
Coordinación editorial digital

Clandestino
© del texto: Andrés Acosta

1. Literatura mexicana – Literatura infantil 2. Libertad – Literatura infantil

Dewey 863 A36

Primera edición digital, 2019
D.R. © SM de Ediciones, S.A. de C.V., 2019
Magdalena 211, Del Valle,
03100, Ciudad de México
Tel. (55) 1087-8400
www.ediciones-sm.com.mx

ISBN: 978-607-24-3622-0
ISBN: 978-968-779-176-0 de la colección El Barco de Vapor

Miembro de la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana
Registro número 2830

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

La marca El Barco de Vapor® es propiedad de Fundación Santa María.

Conversión de ebook: Capture, S.A. de C.V.

 

Para la niña que vivió esta historia,
y para quienes la siguen viviendo.

Esta obra se realizó con el apoyo del Sistema Nacional de Creadores de Arte (SNCA)

 

CLAN

 

Papá se acercó

y, para que nadie más lo escuchara, me susurró al oído.

—Tengo algo que decirte.

—¿Un secreto?

—Sí, un secreto: eres una breva.

—¿Una beba?

—¡No! Que tú eres una breva y ellos unos higos. No se lo cuentes a tus hermanos, a los tres los quiero igual, pero tú eres distinta —dijo mientras me levantaba en brazos.

—¿Adónde vas?

—Ni siquiera yo lo sé.

—¿Pero mañana me llevarás a pasear en bici?

—¡Qué más quisiera! Tendrá que ser otro día.

—¿Mañana no regresas? ¿Adónde vas? ¡Ya es noche!

En vez de contestar, me miró con ojos nublados; yo sentí los míos húmedos y calientes. Mamá tuvo que separarme de él, a quien me aferraba, porque presentía que no lo vería en largo tiempo. Me encerraron en el cuarto porque iban a hablar y, por más que pegué la oreja a la puerta, no entendí nada, sólo murmullos, pues hablaban bajo, en secreto; hubo un revuelo sin gritos ni escándalo. No me gustaba nada lo que sucedía… ¿Por qué papá había metido un poco de ropa hecha bola y una barra de pan en su mochila? Creí que se iba de campamento y no me quería llevar, ¡por ser la más chica!, pero pronto me di cuenta de que tenía que tratarse de otra cosa, de algo que implicara peligro. ¿Un terremoto? ¿Habría un gran sismo que tirara las casas como cuando yo todavía no nacía? ¿O haría erupción el volcán? ¿Quedaríamos convertidos en estatuas de piedra? Estaba acostumbrada a sismos y erupciones desde bebé; si algo así sucediera, ¡mejor que nos fuéramos todos! ¿Por qué nada más se iba él? En definitiva, algo andaba mal y yo estaba confundida.

Me escondí en mi lugar secreto, en el fondo del ropero, entre la ropa y los tenis que ya no usaba, pues ahí me sentía protegida. No escuchaba nada, ni a mis papás ni a mis hermanos y, estaba tan oscuro, que no necesitaba cerrar los ojos para imaginar cosas, así me vi con papá caminando bajo la sombra de los árboles, en un día de campo. ¡Había cambiado de parecer y me llevaba con él! Me sentía feliz, podía escuchar el canto de los pájaros, sentir cada mariposa que volaba rozando mi nariz, incluso percibí su mano en la mía, apretando mis dedos, conduciéndome por un sendero que nos acercaba hacia un claro.

Sin embargo, nunca hubo tal paseo y me quedé dormida dentro del ropero. Mamá casi se infarta cuando entró a darme el beso de las buenas noches y no me vio; me buscó incluso debajo de la cama, hasta que mi hermana le dijo dónde podía estar escondida. Desperté mientras me jalaban los pies para sacarme a rastras de entre la bola de ropa vieja que se había convertido en mi nido.

 

Cada tarde, me sentaba

en mi silla de madera, frente a la ventana. Me sentaba muy derecha, a esperar. Mientras mamá andaba apurada, remendando ropa, preparando comida para el día siguiente, yo esperaba. Mientras mis hermanos veían tele, jugaban y se correteaban a gritos, yo esperaba frente a la ventana. Sin embargo, papá no aparecía como cuando regresaba de la universidad y yo salía a recibirlo para que me diera un abrazo antes que a nadie.

Mi bicicleta estaba tirada en el patio, mojada por el rocío de la noche, y poco a poco le aparecían unas pecas de óxido. No quería usarla, como protesta, no montaría mi bici mientras papá no apareciera en la ventana.

—¿Ya hiciste la tarea?

—¡Ya!

—¿Segura? ¿Qué haces ahí sentada la tarde entera? ¡Ponte a hacer algo! ¡Ayúdame a secar los platos!

Mis hermanos pasaban corriendo a mi alrededor y me jalaban las trenzas, ¿por qué no me dejaban en paz? En esos momentos, me estorbaban. Imaginé cómo serían las cosas si no existieran: para empezar, yo estaría tranquila, esperando a papá y, cada vez que mamá preparara flan, yo podría comer una rebanada más gorda. Es más, comencé a pensar que, por culpa de ellos, papá no estaba en casa, algo malo debieron hacer para que se fuera y no quisiera regresar. ¡¿Por qué tenía hermanos mayores?! ¡Qué castigo! Estaba tan enojada que no me aguanté decirles que me estorbaban.

—Pues, para que lo sepas, nosotros ya estábamos antes de que tú llegaras —señaló mi hermana, con la mano en la cintura.

—Sí, tú eres la nueva, tú sobras. ¡Nosotros llegamos primero! —apoyó mi hermano, que le siguió la corriente nada más porque sí.

—Lo que pasa es que ustedes son unos… ¡unos higos!

Ellos se miraron entre sí, luego me miraron sin saber qué responder. ¿Qué clase de insulto era ése? ¿Unos higos ? Siempre se burlaban de mí a la menor provocación, pero esta vez, como no entendían a qué me refería, se ofendieron de verdad.

—¡Oye, mamá, Magui nos está diciendo de groserías!

—Sí, mamá, nos dijo muy feo: que somos unos hijos…

Mamá no estaba de humor para hacerla de réferi ni soportar peleas, nos regañó parejo y nos puso a barrer y a limpiar mientras ella cocinaba, por mi culpa no habría tele ni radio ni nada. Mis hermanos me sentenciaron.

—¡Nos la vas a pagar, Magui!

Mientras revolvía el polvo del suelo con la escoba, de aquí para allá y luego bajo la alfombra, yo no dejaba de mirar por la ventana; papá seguía sin aparecer, afuera sólo estaba la higuera que cuidaba tanto. ¡Pobre higuera!, de tan olvidada, hasta se veía triste; el aire agitaba sus hojas y, de pronto, el cielo se puso gris y comenzó a lloviznar.

 

Desde que papá no estaba,

perdí la fe en el desayuno. Ya no me entusiasmaba saltar de la cama para devorar unos huevos con mermelada o unos hot cakes con salsa picante. Mi mamá trataba de sustituir las recetas locas de papá lo mejor que podía, pero no se le acercaba ni de lejos, sus desayunos eran tan nutritivos como aburridos. ¿A quién le entusiasmaría un plato de cereal con leche deslavado o rebanadas de piña y plátano? ¡A mí no!, desayunaba mirando por la ventana, mientras se me escaldaba la lengua con un pedazo de piña mal pelada.

Durante uno de esos desayunos aburridos vi una mariposa blanca posada sobre una rama de la higuera, andaba norteada, porque todavía no era primavera. Qué raro, pensé. Mamá me regañó por desayunar con tanta calma, pues se hacía tarde para ir a la escuela, nos fuimos tan a las carreras que ya ni alcancé a lavarme los dientes.

Y fue un día malo, muy malo: se me olvidó la tarea sobre la cama, la maestra no me creyó y me enojé mucho con ella porque era la verdad. No pude controlarme y citaron a mis papás para el día siguiente. Bueno, a mamá; cuando fue a recogernos le dieron el citatorio.

—¿Y ahora qué hiciste?

—Nada. Se me olvidó la tarea.

—¿Y sólo por eso me llaman?

—No, fue porque le grité a la maestra.

—¿¡Margarita, cómo se te ocurre!?

—¡Es que la maestra no me creyó!

—Ya habíamos hablado de que los maestros no deben levantarle la voz a los niños, ¡pero lo niños tampoco pueden gritarle a sus maestros!

Mamá me había llamado Margarita, en vez de Magui. Ahora sí que estaba enojada. Me reprochó que no la ayudara ni siquiera un poco desde que papá no estaba. Ella tenía que cuidar de mí y de mis hermanos, trabajar para llevar dinero a casa y, para colmo, su jefe le iba a descontar medio día por llegar tarde.

—No te preocupes, te doy mis ahorros —ofrecí, dispuesta a quebrar mi cochinito, aunque estaba segura de que dentro sólo había algunos centavos, una ficha del Monopolio y un botón.

—¿Sabes qué significa que me descuenten medio día? ¡Que no comeremos carne el fin de semana!

—¡Pues yo ya no quiero comer carne, prefiero ver a las vacas en el campo y no en mi plato!

—¡Ahora sí estás castigada! ¡Vete a tu cuarto!

Mis hermanos no se aguantaban la risa. Me fui encorvada a mi cuarto, pero en vez de meterme en el fondo del armario, me asomé por la ventana. Afuera oscurecía, en el jardín la higuera se veía más solitaria que nunca, lo raro fue que la mariposa seguía posada en una rama. ¡Qué mariposa tan terca! La curiosidad pudo más que el miedo a no cumplir las órdenes de mamá, así que abrí la ventana sin hacer ruido y, a gatas, me acerqué hasta la higuera.

La mariposa no se movía, sólo temblaba con el viento. Quise tocarla, y lo hice con mucho cuidado para que no se le cayera ese polvito que tienen en las alas, entonces me di cuenta de que no era una mariposa.

 

Papá plantó la higuera