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UN TOQUE GRIEGO

(Fuera del Olimpo # 1)

POR

TINA FOLSOM

Traducido al español por Gely Rivas

Editado por Stella Ashland y Maria Riega

 

Un Toque Griego

Derechos de Copia © 2012 por Tina Folsom

PRÓLOGO

 

Sophia pisoteó a través de la arena blanca con su pequeña cubeta de plástico roja y se dirigió hacia el agua. Sólo por el hecho que Michael era dos meses mayor que ella, pensaba que podía mandarla. Ahora quería que ella fuera a buscar agua para que él pudiera construir un castillo de arena. Y, por supuesto él se llevaría todo el crédito por ello.

Tenía que mostrarle a su pequeño primo, lo que podía hacer con su agua. Ella la vertería sobre él, en lugar de echarla en la arena. Eso le enseñaría a no tratarla como su esclava personal. Y después de ese verano, ella comenzaría la escuela y se haría de sus propios amigos y no tendría que jugar más con él.

¡Toma eso, Michael!

Sophia se metió en el agua poco profunda y sumergió la cubeta en ella, llenándola hasta el borde. Mientras se enderezaba, un movimiento llamó su atención. Varios metros más lejos en el océano, la aleta de la cola de un enorme pez se hundió bajo la superficie. Se tambaleó hacia atrás asustada. La cubeta resbaló de su control. Esta se hundió, y con la siguiente ola fue llevada lejos de su alcance.

Maldijo con la única palabra con la que escuchó alguna vez maldecir a su tía Eleni, —¡Mierda!— Y de inmediato puso su mano sobre su boca, rogando que nadie la hubiese escuchado. Lanzó una mirada nerviosa por encima de su hombro, pero por suerte no había nadie cerca. Según Eleni, las niñas de cinco años de edad no debían usar tales palabras.

Un chapoteo en el agua la hizo girar a su derecha. Y entonces lo vio.

Estaba descansando en una de las grandes rocas que sobresalían del agua. Al igual que un león marino, estaba allí tomando sol. Antes sólo había visto a lobos marinos en el zoológico, y no se parecía a ninguna criatura de esas. No, él parecía una... sirena. Pero eso no era posible, ¿verdad? Las sirenas eran mujeres y no hombres.

Sophia se metió a través de las olas, para conseguir mirar más de cerca al extraño hombre.

—¿Eres una sirena?—, preguntó en voz alta, agitando los brazos para que él la viera.

Al instante él se incorporó, le dio una mirada de asombro, y saltó de nuevo al agua.

—¡Espera, no te vayas!—, ella gritó. No tenía intención de asustarlo.

De repente, sintió que nuevas olas corrían a sus pies y perdió el equilibrio. Cayó de espaldas, y la corriente la arrastró hacia aguas más profundas. Pateó con las piernas para mantener la cabeza fuera del agua, pero tenía miedo... más del que alguna vez hubiese tenido. Antes de que la corriente pudiera llevarla hacia abajo unos brazos la agarraron y la levantaron. Sophia se secó el agua de sus ojos y miró a su salvador.

Era el hombre sirena... había regresado. Ella le dio una gran sonrisa, y al instante olvidó su miedo.

—¿Eres una sirena?— Sophia le preguntó de nuevo y lo miró. La parte superior de su cuerpo era el de un hombre grande, pero justo debajo de la superficie del agua se podían ver las escamas de un pez y una gran aleta en movimiento como si pateara el agua.

Él se rio entre dientes. —No, pequeña, no soy una sirena.

—¿Cuál es tu nombre?— Eleni le había dicho que era de mala educación hacer preguntas extrañas, pero no le importaba.

—Yo soy Poseidón. ¿Cuál es el tuyo?

—Sophia. Y tengo cinco años—. Ella levantó la mano y le mostró los cinco dedos para que supiera a ciencia cierta, que tan crecida estaba ya.

—Bueno, Sophia, ahora que somos amigos, ¿me puedes hacer una promesa?—, su mirada era de complicidad, de la misma forma en que su tía siempre se veía cuando le decía un gran secreto.

—Sí—, susurró ella y acercó la cabeza más hacia él.

—Prométeme que nunca le dirás a nadie que me has visto. A nadie, porque se supone que soy invisible.

—Pero no es así. Te puedo ver—, protestó ella.

Poseidón sonrió. —Sí, y eso es un poco sorprendente. Entonces, ¿qué te parece si te ofrezco algo a cambio?

Sophia había escuchado bien. ¿Un regalo? ¿Un nuevo juguete? —¿Está bien?

—Tú me prometes que no le dirás a nadie que me has visto, y yo te dejaré jugar con mi hijo un día. ¿Trato hecho?

Ella era una dura negociadora. —¿Cuándo?

—¿Cuándo qué?

—¿Cuándo jugaré con él?

Poseidón frunció el ceño. —Cuando él pase su faceta de muchacho malo.

—¿Es malo?—, le preguntó, y se cuestionó si él sería tan terrible como Michael.

—No es tan malo, sólo un poco travieso. Te gustará. Él es muy guapo también. Y tú puedes ser justo el tipo de chica que él necesite—, la tentó Poseidón.

Sophia frunció los labios y consideró la propuesta de Poseidón. —Entonces, está bien. Voy a jugar con él.

—Esa es mi niña—. Él metió la mano en el agua. Cuando la sacó nuevamente, tenía su cubeta roja.

—¡Oh, la encontraste!— Ahora podría empapar a Michael con agua después de todo.

Un momento después, ella estaba sentada sobre la arena mojada, las olas chapoteando a sus pies y la cubeta en sus manos. El hombre se había ido.

—Sophia— La aguda voz de su tía casi perforó el tímpano de Sophia.

Ella se volvió y vio a su tía Eleni correr hacia ella, Michael sobre sus talones.

—¿Dónde has estado? ¡He estado muy preocupada!

Sophia se levantó y echó sus brazos alrededor de las piernas de su tía. —No te preocupes, él me sacó del agua cuando caí.

Eleni la tomó por los hombros y la hizo mirar hacia arriba. —¿Te caíste al agua? ¿No te dije que te mantuvieras alejada de las olas? ¿Un hombre te sacó? ¿Dónde está?

¡Oh, no! Ella no había tenido la intención de romper su promesa. Simplemente se le escapó. —Lo siento—. Bajo la mirada fija de Eleni, sintió que sus lágrimas empezaban a brotar.

—¿Dónde está?— La voz aguda de Eleni la hizo temblar.

Un momento después, una lágrima rodó por la mejilla de Sophia, mientras su resistencia se derrumbaba. —Se fue.

—¡O me lo dices ahora, Sophia Olympia Baker, o te voy a encerrar en el sótano hasta que me digas la verdad!—, advirtió Eleni, bajando la voz como siempre lo hacía cuando estaba enfadada.

Sophia apretó los labios y cruzó los brazos delante de su pecho. —Está bien. Pero si él me reclama la próxima vez, le diré que me forzaste. Él era un hombre sirena.

La fuerte risa de Michael la interrumpió. —Eres una mentirosa. Todas las sirenas son chicas.

—¡No!—, protestó Sophia.

Eleni la levantó en sus brazos. —No existe tal cosa. Tienes que dejar de inventar esas cosas.

—Él era real. Hablé con él. Me dijo que si yo soy una niña buena, me dejará jugar con su hijo—. ¿Por qué no le creía Eleni?

Michael tiró la falda de Eleni.

—¿Qué?

—Ella está mintiendo, está mintiendo.

—Ya está bien, Michael. Ve a construir ese castillo de arena, y déjame hablar con tu prima un minuto.

A regañadientes, Michael tomó su pala de plástico y se regresó hacia donde estaba jugando antes en la arena.

Eleni dio una suave sonrisa a Sophia. —No existen hombres que sean mitad pez, mitad hombre. Estabas soñando otra vez.

—No, no lo estaba. Él me habló. Dijo que su nombre era Poseidón, y él era bueno.

Ahora lo había dicho y había roto su promesa. Eleni era la culpable. Ella la había obligado a hacerlo. Ahora, ella no podría jugar con el hijo de Poseidón.

Sophia suspiró. No importa, trató de consolarse, si él era realmente un niño tan travieso, de todas formas no querría jugar con él.

1

 

Veintitrés años más tarde.

 

¿Cuál sería el castigo esta vez? ¿Un año en Hades por sucumbir ante la amante de turno de Zeus? Parecía ser un intercambio justo, pensaba Tritón. Podría ser peor. Él podría ser restringido de cualquier actividad sexual durante una década… lo cual sería un asco por no decir menos. ¡Cualquier cosa, pero no eso! Nunca sobreviviría. Ya de por sí estar confinado a no saciar sus impulsos sexuales durante una semana era insoportable, una década sería una verdadera tortura.

Por lo menos en Hades, podría revolcarse con algunas almas desesperadas, y el año pasaría en un delicioso libertinaje. Podía lidiar con el calor y el hedor, y sin duda, el otro hermano de su padre, Hades, no le haría la estancia muy incómoda. Siempre y cuando Tritón mantuviera sus manos lejos de la esposa de Hades. Ahora, esa era una belleza, como nunca había visto.

A pesar de sus pensamientos, Tritón mantuvo la cabeza agachada y evitaba su mirada, dispuesto a no enojar más al rey de los dioses. Él se encogió de manera convincente, mientras Zeus levantaba el brazo y enviaba otro rayo hacia el cielo azul. Un sonido tan fuerte como las pezuñas de mil caballos cortó a través de las nubes blancas que colgaban sobre el Olimpo. De seguro su tío dio una impresionante demostración allí mismo, en la terraza de su casa con vistas al mundo de los mortales de Grecia.

Era mejor jugar al siervo arrepentido con Zeus. No había manera de que él pudiese salir de ese lío ileso. Ni siquiera su padre Poseidón podría ayudarlo ahora, no es que Tritón quisiera pedirle ayuda a su viejo. Lo único que conseguiría sería un sermón.

Además, en su estado actual, su tío Zeus no querría escuchar a nadie, y menos aun a su hermano.

Cualquiera que fuera el castigo que debía Tritón, valdría la pena. Por los dioses, cómo los muslos pálidos de Dánae se habían envuelto alrededor de él cuando la había cogido. Sus pezones de color rosa habían sido pequeños picos erectos sobre sus voluptuosos pechos que habían rebotado hacia arriba y hacia abajo, de lado a lado con cada embestida que le había dado. Por todos los dioses, se lo había entregado a ella… varias veces. Ella había gritado su placer a los cielos y profesó que él era mejor amante que Zeus, y por los dioses que él había saboreado ese elogio de la misma manera que había engullido los jugos que habían emanado de su palpitante concha.

Ella lo había ordeñado tantas veces, que había colapsado en sus brazos, incapaz de mover otro miembro. Y así era exactamente como Zeus lo había encontrado: en su cama, desnudo culo al aire, y con su pene todavía dentro de ella. Hablando de in fraganti. Él no iba a salirse de ésta, tratando de persuadirlo.

Tritón respiró hondo y se llenó los pulmones con el dulce aroma de ambrosía, que llegaba hacia él desde dentro del palacio. Echó un vistazo a los espectadores, que se habían reunido a su alrededor. No les había tomado mucho tiempo juntarse... una palabra a la persona adecuada y las noticias se habían esparcido como pólvora. A Zeus le gustaba el público tanto como a cualquier dios, sobre todo cuando estaba listo para repartir castigo.

—¿Me has oído?— Retumbó la voz de Zeus a través del aire cálido y lo golpeó como un huracán que barre al mar. A diferencia de cualquier tormenta sobre los océanos del mundo, ésta era una que Tritón no podía calmar, ni siquiera con sus poderes como dios del mar y de los marineros.

Tritón levantó la cabeza para encontrarse con la mirada de su tío, pero se cuidó de no mostrar su rebeldía. —Por supuesto, Zeus.

Zeus no se parecía en nada a como los mortales lo representaban en sus libros y pinturas. No era un hombre viejo con barba blanca. No, el dios de todos los dioses era un hombre viril, que se veía no mayor de treinta y cinco años de edad mortal, con un rostro cincelado tan bello como el David de Miguel Ángel, y tan fuerte como el granito que el famoso artista había utilizado. Lamentable, Tritón reflexionó. Hacía que la competencia por alguna concha decente en el Olimpo fuera dura. Y sólo con las mujeres Zeus encendía su encanto y derretía a cualquier mujer hacia su cuerpo perfecto... o bajo el mismo, el cual era la posición preferida de todas las mujeres cuando estaban cerca del dios.

Una vez más, una ráfaga de aire llegó hacia Tritón, amenazando con alterar su equilibrio.

—Entonces, elije.

¿Elegir? ¿Entre qué quería Zeus que eligiera?

Él habría hecho bien en escuchar esta vez, pero los discursos de su tío podían seguir por horas, ¿y cuál sería el punto de hacer caso cuando no podía cambiar el resultado de todos modos? Sin embargo, esta vez una sensación de hundimiento se extendió en el estómago de Tritón como si estuviera a punto de jugarse la vida.

—Eh, yo...— balbuceó.

Un gruñido enojado fue la respuesta de Zeus. —La opción uno o dos. Te dejo una opción, pero sólo porque mi hermano ha intercedido por tu indulgencia. Personalmente, yo te aplastaría con mis propias manos. Francamente, muchacho, estoy harto de ti. ¿Quieres que te recuerde todas las cosas que has hecho?

La memoria de Tritón estaba trabajando muy bien. No era necesario ningún recordatorio, él sabía muy bien sobre la ira de Zeus, mientras su castigo aún pendía de un hilo.

—La casa de Ares todavía apesta hasta este día, después que tiraste un barril de pescado en su atrio y dejaste que se pudriera allí.

Tritón lo recordaba demasiado bien. Era justo lo que se merecía el bastardo... había sido una venganza porque Ares destruyó cualquier oportunidad que hubiera tenido con la diosa Febe al difundir maliciosos (y por supuesto totalmente falsos) rumores sobre las proezas sexuales de Tritón… o la falta de ellas. Cualquier dios que se precie, hubiera reaccionado de la misma manera.

—Ni qué hablar de la forma en que sedujiste a la ninfa Métope, la noche antes de su boda. ¿No hay nada sagrado para ti?

Pues, la delicada criatura se lo había pedido... le había prácticamente rogado que la tomara.

Querido Dios, por favor, muéstrame cómo hacer feliz a mi marido, había orado. Así que Tritón había asumido esa responsabilidad para enseñarle una cosa o dos. Bueno, tal vez tres.

—¡Ahora elije antes de que cambie de opinión!

Tritón miró a la multitud a su alrededor, tratando de encontrar una cara amiga entre ella. Alguien tenía que ayudarlo. No podía pedirle a Zeus que repitiera las dos opciones. Si él sabía que Tritón había estado soñando despierto mientras él estaba diciendo su sermón, habría mucho más que el infierno para pagar, y todas las elecciones serían eliminadas.

No, lo que eligiera ahora en última instancia, sería mejor que lo que Zeus dictara si se enfadaba aún más.

Tritón vio a Eros y a Hermes, dos de sus mejores amigos entre la multitud. Tal vez podrían ayudarle a tomar una decisión sin que Zeus se diera cuenta.

Como siempre, la túnica de Eros colgaba a través de su pecho musculoso, el material fluía elegantemente hasta las rodillas, cubriendo sus fuertes muslos. Su arco y el carcaj colgados sobre su hombro. Él nunca iba a ninguna parte sin ellos. Medía más de un metro noventa de estatura, su cabello era castaño oscuro, muy corto. Su amigo Hermes, también era alto y fuerte y como de costumbre llevaba sus sandalias aladas que lo llevaban a cualquier lugar, estaba de pie junto a él. Era un hombre astuto y podía confiar en que le ayudaría a salir de un dilema.

Con un movimiento apenas perceptible de la cabeza, Tritón preguntó a sus dos amigos. Ambos movieron sus manos en frente de su cuerpo, mostrando un dígito.

De su puño, Eros emergía un dedo. ¡Perfecto! Su amigo le había entendido. La mirada de Tritón siguió a la mano de Hermes. Dos dedos se extendían del puño de su amigo.

¡Por los dioses! ¿Esos dos no estaban de acuerdo?

¿Y ahora qué?

¿Debería escoger a Eros, el que nunca había intentado dispararle con una de sus flechas a pesar de que se lo merecía? No es que funcionaran en un dios, pero dolían como Hades durante una semana. ¿O debía confiar en Hermes, quien siempre había cubierto su espalda cuando lo necesitaba, pero que de vez en cuando le jugaba algunas bromas desagradables?

¿Cuál de sus amigos, tenía el mejor interés en mente? ¿Eros o Hermes?

Otro rayo indicó la impaciencia de Zeus y le dijo a Tritón que su tiempo había terminado.

—Uno. Tomo la opción uno.

Tritón atrapó una malvada sonrisa de Eros y la mirada decepcionada de Hermes, antes de que Zeus resonara, —Muy bien, entonces. ¿Así que piensas que estás listo para el desafío?

Tritón se tragó el nudo en la garganta. —¿Desafío?

Instintivamente, Tritón empujó los hombros hacia atrás para estar listo para la batalla. Respiró hondo para tomar oxígeno extra, re-energizando su cuerpo. Si había un desafío que cumplir, estaba listo. ¿Qué tan difícil podía ser?

—Francamente, pensé que elegirías ir a Hades en su lugar.

Oh, mierda. Él se podría haber divertido en el inframundo. No era de extrañarse que Hermes hubiera sugerido esa opción. Ambos podrían haber estado juntos, dado que Hermes conocía el río Styx y el camino hacia el inframundo. Cada vez que Hermes escoltaba otra alma en el Hades, lo podría haber visitado y divertido. Maldita sea, ¿por qué no lo había escuchado a él?

Tritón miró a Eros haciendo muecas, y se preguntó ¿qué diablos?, sólo para conseguir una retorcida sonrisa como respuesta.

¿Qué, por el amor de Olimpo, había elegido en su lugar? Un mal presentimiento surgió de la nada. Con la respiración contenida, miró a Zeus, evitando sus ojos y en su lugar miró su boca. Hubo una pausa que pareció una eternidad antes de que Zeus finalmente continuara.

—Es un decreto entonces. Tritón, serás expulsado al mundo humano y sólo podrás volver, cuando hayas encontrado a una mujer mortal que te ame, no por tu belleza, sino por tu bondad y generosidad.

La risa de Zeus se hizo eco contra el palacio, y luego rodó por las colinas en Grecia. En su estado de shock, Tritón apenas escuchó lo que los mortales percibían como un trueno. No podría haber escuchado bien. ¿El mundo de los mortales? ¿Y bajo esas condiciones? ¿Zeus se había vuelto loco?

—Eso debería de mantener ocupado a ese cabrón hasta el próximo siglo—, se oyó el susurro de un espectador.

—Como si cualquier mujer pudiera llegar a ver más allá de su apariencia… no hay chance por Hades—, respondió otro, y se echó a reír.

¿No lo sabían? Tritón estaba agraciado con la belleza de su madre: el pelo rubio, ojos azules y una nariz clásica. Junto con un cuerpo perfecto, no había nada físico que Tritón pudiera mejorar. No había día que pasara, en el cual no recibiera una mirada de “ven y házmelo” proveniente de una mujer... diosa o mortal. O miradas burlonas de los dioses u hombres que lo veían como una clara competencia, por el afecto de sus mujeres. Pero parecía que su buena apariencia podría convertirse en un obstáculo en su búsqueda para volver a casa.

Tritón lanzó a Eros una mirada enojada. ¿Por qué demonios su amigo... mejor dicho ex-amigo… le habría dado ese mal consejo? La sonrisa de satisfacción de Eros lo decía todo: tenía un plan secreto. Tenía que retorcerle el cuello al dios del amor, tan pronto como Zeus se hubiera ido, y después se enteraría de los motivos de Eros.

Lastimarlo primero, preguntarle después.

—También te despojo de todos tus poderes divinos, mientras residas en la tierra—, continuó Zeus. —Cualquier dios que te ayude con tu desafío, será castigado.

El gran dios dejó que su mirada barriera sobre la multitud, deteniéndose más de unos segundos sobre Eros y Hermes.

—Esto también va para los dioses que no se reunieron hoy aquí.

Bueno, eso se hacía cargo de Dioniso. El cuarteto era prácticamente inseparable. Pero mientras él no había estado presente en la sentencia de Tritón… y muy probablemente de juerga en algún lugar del mundo humano... Dioniso seguramente vendría en su ayuda si era necesario.

En el Olimpo, la amistad significaba mucho más que el parentesco, teniendo en cuenta que con toda la endogamia que había, prácticamente todo el mundo estaba emparentado.

Tanto Hermes como Dioniso eran sus primos, mientras que Eros era un tío abuelo segundo (y si Tritón pudiera elegir, no sería nada después de la maniobra que acababa de hacerle, dándole un consejo tan desastroso).

—Además—, dijo Zeus.

¿Acaso el viejo dios aún no había terminado? ¿Qué más podría añadir que no hiciera esto peor de lo que ya estaba?

—...cualquier dios que interfiera con los esfuerzos de Tritón para conseguir el amor de una mortal a través de su bondad y generosidad, tendrá...— Zeus hizo una pausa dramática. Con el silencio que siguió, podría haberse oído la lágrima de una virgen caer al suelo… no es que hubiesen vírgenes que quedaran en el Olimpo, gracias al insaciable libido del propio Zeus.

—... su recompensa.

Aplausos saludaron el anuncio de que cualquiera era libre de joder a Tritón. Su tío era un cabrón enfermo.

Muchos de los olímpicos estaban reunidos, todos con sus largas túnicas sueltas, algunas en blanco, otras en colores más alegres. La mayoría de los rostros que miraban a Tritón le eran familiares.

Vio a Artemisa, que estaba vestida con su ropa de caza, suaves botas de cuero que acariciaban sus largas y musculosas piernas. Tritón llamó su atención y le guiñó un ojo. Cuando estuviera de regreso después de su sentencia, haría una jugada con ella. Sería divertido, sobre todo porque sabía que su molesto medio hermano Orión, también la codiciaba. Ahora, eso sí sería un digno desafío: ¿cuál hermano la llevaría primero a la cama?

Ahora que Tritón había recibido su castigo, reconsideró su evaluación de Dánae, la actual amante de Zeus. Analizando nuevamente la situación, ella no había sido un grandioso revolcón después de todo. Al menos ella no valía la pena el tipo de venganza rigurosa que Zeus le había dado. Todo lo que había hecho era estar allí con las piernas abiertas. Incluso ni siquiera le había chupado su pene. Él estaba con la idea de regresar y hacerla chupárselo, para que por lo menos el castigo sea acorde al delito.

Pero, por supuesto, no era posible. Zeus se aseguraría que Tritón no fuera a ninguna parte, que no fuera montaña abajo hacia la Grecia de los mortales. Y él mantendría a raya a su amante a partir de ahora... hasta que perdiera interés y siguiera con otra. Lo que probablemente sucedería incluso antes de que Tritón regresara de la Tierra.

—Así sea—. Zeus dio la vuelta y caminó por la terraza hacia su opulento palacio de mármol blanco.

—Hacia Grecia entonces—, murmuró Tritón para sí mismo.

Zeus se dio la vuelta y le dio una sonrisa desagradable. —¿Grecia? Tú no vas a Grecia.

—Pero, ¿dónde, si no...

—Te irás a Estados Unidos.

El corazón de Tritón dio un vuelco. ¿Estados Unidos? ¿La tierra de la mala televisión, el consumismo, y la gente obsesionada con la belleza? ¿Cuáles eran las probabilidades de encontrar a una mujer allí que pudiese amarlo, que no fuera nada más que por su belleza? Mientras que Tritón a menudo se aventuraba por Grecia e Italia para algunas aventuras eróticas, durante las cuales, por supuesto, tenía que ocultar el hecho de que él era un dios, siempre había evitado las Américas. No tenía ningún interés para él. Por supuesto, Zeus sabía ese hecho muy bien.

Un momento después, Zeus se había ido, y los espectadores se habían dispersado. Tritón miró hacia donde Eros y Hermes estaban parados y notó la sonrisa de Orión justo detrás de ellos. El dios de los cazadores era un real dolor en sus huevos. No se podían ver. Tritón lo honró con una mirada poco digna, pero incluso ahora, Orión apenas podía contener su alegría antes de que él se diera la vuelta y se alejara.

Sus dos amigos trataron de mantenerse positivos.

—No te preocupes, puedes manejarlo—, dijo Eros.

Tritón dio un puñetazo en el estómago al dios del amor. —Eso es por darme consejos tan brillantes.

—Eh, yo tenía buenas intenciones.

—Debiste haberme escuchado a mí en su lugar—, dijo Hermes con una sonrisa satisfecha en su rostro. —Pero no, pensaste que yo te estaba engañando. Ahora, ¿yo haría eso?

—Sí, lo harías, y lo has hecho—, dijo Tritón, haciendo caso omiso del forzado tono inocente de su amigo.

—No esta vez. Hades habría sido fabuloso.

Como si él necesitara que se lo dijeran. Hades podría tener una mala reputación entre los mortales, pero un dios astuto como Tritón, podría haberlo hecho funcionar.

—Tal vez deberías haber escuchado a Zeus primero, en lugar de soñar despierto otra vez—. Eros acariciaba su arco.

—O tal vez no deberías haber cogido a Dánae en primer lugar.

—La retrospectiva siempre es mejor, pero eso no me va a ayudar ahora. Entonces, ¿cuál es el plan? ¿Cómo podemos salir de esta?—, preguntó Tritón y dio a sus amigos una mirada expectante.

—¿Podemos?—, respondieron Eros y Hermes, al unísono.

—Tú estás por tu cuenta en este caso—, proclamó Eros.

Hermes asintió con la cabeza. —Lo mismo digo.

—Traidores— Tritón no tuvo la oportunidad de seguir castigando a sus amigos. Un instante después, sintió un fuerte desgarrón a través de su cuerpo, trasladándolo fuera de la montaña.

—Eros, la venganza es una perra—, gritó, pero no estaba seguro si el dios del amor lo había oído.

Grandioso, Zeus ni siquiera le dio tiempo de empacar para el viaje.

2

 

—¿Una mujer ciega? ¿Ese es tu brillante plan?— Tritón negó con la cabeza a su amigo Dioniso, quien asintió con vehemencia.

—Por supuesto. Tiene un sentido perfecto. Una mujer ciega no te querrá por tu belleza, porque no te puede ver. Ahora sólo tienes que elegir a una, y estarás camino de regreso a casa.

El dios del vino y el éxtasis, tenía una sonrisa de satisfacción en su rostro. Su aspecto moreno, contrastaba con el cabello rubio de Tritón y su piel bronceada. Dioniso era un dios hermoso, Tritón tenía que admitirlo… por lo menos para cualquier mujer que le gustara el aspecto oscuro y amenazante.

El culo desnudo de Tritón aún le dolía por su aterrizaje forzoso en un jardín de piedra detrás de una casa antigua. Si había sido idea de Zeus como una broma, tirarlo ahí desnudo y sin ningún medio de obtener ropa, Tritón no veía el humor en ello.

Por lo menos Dioniso había oído su llamado de forma inmediata, al igual que cualquier dios podía escuchar el llamado de un mortal en busca de ayuda, si lo llamaban por su nombre. Él había escuchado la historia de Tritón y actuó. Después de suministrarle un conjunto de ropa decente, Dioniso volvió a desaparecer.

Tritón se sentía mejor ahora que él estaba vestido, y por suerte el gusto por la moda de Dioniso, era impecable, como lo era su ojo para el tamaño. Los jeans le quedaban como anillo al dedo, abrazando apretadamente el trasero de Tritón.

Mientras caminaba a través de esta nueva y extraña ciudad, con mapa en mano como un turista desafortunado, siguió las instrucciones de Dioniso, notó que más de una mujer admiraba el ajuste de sus jeans... tanto delante como detrás. Bueno, él no se quejaba.

Caminó a través de esa pequeña ciudad con calles empedradas, callejones estrechos, casas antiguas de madera y ladrillos con sus amplios balcones ornamentales y pintorescos patios interiores, para encontrar el lugar donde Dioniso lo esperaba. Pero todo era demasiado lindo para su gusto… donde sea que él estuviera.

Tritón bajó la vista, hacia el mapa en sus manos. A la derecha Charleston, eso es lo que decía. Y si eso no lo explicaba, leyó la placa del edificio donde Dioniso se apoyaba: Escuela para Ciegos de Charleston.

—Vamos—, sugirió Dioniso.

Tritón puso su mano sobre el brazo de su amigo para detenerlo. —No puedes simplemente entrar allí. Es una escuela.

—Sí, pero es una escuela para ciegos. Nadie nos verá.

Tritón tenía que admitir que por un lado, el plan de Dioniso era ingenioso. Si pudiera encontrar a una mujer ciega para tener un romance, se enamoraría de él sin estar consciente de su buena apariencia, y el desafío de Zeus se cumpliría. Él estaría en casa en corto tiempo. Pero llegar penosamente a una escuela para ciegos y tomar ventaja de una vulnerable mujer, iba incluso más allá de lo que Tritón estaba dispuesto a hacer.

Vacilante, Tritón entró al patio cercado de la escuela y contempló la escena delante de él. Los niños entre las edades de cinco a no más de diecisiete años, estaban reunidos en la zona del césped. Algunos estaban sentados en los bancos, otros permanecían en grupos, hablando en voz alta. Él no podía ver a ningún maestro. ¿Dónde estaban todos? ¿No tendría que haber al menos una persona a quien le tocaba cuidar a los niños?

Tritón dejó que su mirada barriera sobre algunas de las muchachas mayores.

—No es posible que esperes a que yo...— Tritón comenzó y tragó saliva. —Son niñas. Tu padre dijo claramente “mujer”, no “niña”. No voy a…

—Me gustaría que no lo llamaras así. Yo ni siquiera lo llamo padre. Vaya padre que ha sido hasta ahora —, Dioniso empezaría con uno de sus sermones. —Todo lo que quiere de mí, es que lo presente con mujeres hermosas. ¿Te imaginas? ¿Mi propio padre? Y comenzó cuando él todavía estaba con mi madre, como si...

Tritón se desconectó de las divagaciones de su amigo. Había escuchado todo eso antes: cómo Zeus había traicionado a la madre de Dioniso... que técnicamente no era ni siquiera lo correcto, dado que la madre de Dioniso, Sémele había apenas sido una amante más… y cómo se sentía abandonado, y, al mismo tiempo, usado por él, y cómo había influido en las relaciones de Dioniso con las mujeres. Completamente psicótico, si alguien se lo preguntaba.

—¡Dioniso, concéntrate!

—¡Tú no eres el único que tiene problemas, Tritón!

Tritón le lanzó una mirada impaciente. —Pero el mío es un poco más urgente en estos momentos. Y esto...—Hizo un gesto hacia los niños ciegos. —...esto no va a funcionar, así que vámonos de aquí.

—Sí, pero no sin una mujer para ti—, Dioniso acordó.

—¿Qué y llevarla con nosotros? ¿Cómo secuestrarla? Esto es grotesco, incluso para tus estándares—, replicó Tritón.

Dioniso golpeó la palma de su mano en la frente de Tritón. —Por supuesto que no, idiota. Vamos a observarla, seguirla y averiguar dónde vive. Y luego encontrarás un pretexto para acercarte a ella y conocerla. La tendrás jadeando por ti en poco tiempo.

El plan era perfecto. Pero Tritón no tenía ganas de palmear a su amigo en la espalda por su ingeniosa idea. Se sintió disgustado por ella.

—Muy bien, entonces—, continuó Dioniso. —¿Cuál de estas pequeñas potrancas te apetece?—, señaló a un grupo de tres chicas que parecían tener cerca de diecisiete años. Una de ellas tenía el pecho plano y aún no estaba bien desarrollada. Las tres tenían rostros frescos, que acreditaban su juventud. En el Olimpo, cualquier chica mayor de catorce años se consideraba una mujer, siempre y cuando sus tetas estuvieran suficientemente desarrolladas. Dos de las tres chicas sin duda cumplían con los criterios.

Aun así, eran niñas, no mujeres.

—Vamos, elige una—, instó Dioniso de nuevo. ¿Qué tan bajo pensaba que Tritón se hundiría? Pero antes que pudiera decirle a Dioniso que olvidara la idea, oyó un grito desde atrás.

—¡Pedófilo!

El grito llenó el patio, un momento antes de que un bastón golpeara contra la pantorrilla de Tritón.

—¿Qué carajo?— Susurró él y se dio la vuelta para mirar a su atacante.

El bastón pertenecía a un muchacho que no tenía más de diez años. Mientras que él estaba ciego, no parecía tener ningún problema en saber dónde había que golpear otra vez a Tritón, y con rapidez repitió el asalto.

—¡Detente!—, gritó Tritón.

—¡Pedófilo! ¡Ayuda!— Gritó el niño otra vez, que ahora atraía más la atención de sus compañeros de clase. Liderados por los gritos del muchacho, varios de ellos se acercaron a él y a Dioniso.

—Mierda—, dijo Dioniso. —Esto no es bueno.

—¿Eso crees?

Más niños los rodearon, y de repente todos empezaron a gritar y gritar. Palabras como pedófilo, idiota, y secuestrador, volaban libremente por todo el patio. Él y Dioniso, se defendieron de los golpes furiosos de sus bastones.

—Muy bien, ahora viste en lo que nos has metido—, se quejó Tritón.

Tritón sintió otro doloroso golpe en el muslo, seguido por uno en el culo antes de oír la voz autoritaria de un adulto.

—¿Qué diablos está pasando aquí?

Tritón miró en dirección a la voz y vio a uno de los maestros que miraba desde una ventana. La mujer lo miró directamente a él. Maldita sea, obviamente no era ciega.

—Pedófilo—, varios de los niños gritaron de nuevo.

—Policía—, gritó otro.

—¡Tenemos que salir de aquí! ¡Corre!— Dijo Tritón a su amigo que estaba en medio de la lucha contra el despiadado ataque de un par de muchachos de doce años de edad. Los niños no deberían tener permiso a acercarse a esos instrumentos letales que empuñaban en esos momentos… esos bastones.

Tritón tenía que salir de allí, antes de que alguien pudiera dar una descripción exacta de él y entregarlo a las autoridades, acortando su estancia en esta hermosa ciudad del Sur.

Tritón pasó corriendo junto a Dioniso, lo agarró por el brazo y tiró de él lejos de los dos pequeños asaltantes. A lo lejos, ya sonaba una sirena de policía. ¿Quién había dicho que el Sur era tranquilo?

Intercambió una mirada desesperada con Dioniso y se lanzó en una carrera a toda velocidad por la puerta de la escuela.

—Por aquí—, ordenó Dioniso.

Tritón le siguió por una estrecha calle lateral. Tropezó con un adoquín que faltaba, pero se contuvo a tiempo y siguió corriendo.

La sirena se acercaba y estaba ahora a menos de una manzana de distancia. Dioniso se metió en un callejón, Tritón cerca sobre sus talones. Después de media cuadra, su amigo giró a la izquierda hacia un cementerio con descuidada vegetación.

Musgo español colgaba de los sauces llorones, y yuyos agraciaban las tumbas antiguas. La luz del sol que se filtraba reflejando las tumbas, formaba una inquietante atmósfera.

Respirando pesadamente, Tritón siguió el ejemplo de Dioniso y se dejó caer contra una lápida. Su pecho se hinchó con el inesperado ejercicio. No estaba acostumbrado a correr. Como dios del mar era un excelente nadador, y extrañaba el agua, pero en tierra firme no era más que del montón. Para poder en verdad relajarse ahora, él daría cualquier cosa por sentir las olas del mar romper contra su cuerpo.

—Estuvo cerca—. Exhaló Tritón y se limpió una gota de sudor de la frente.

Había tenido suficiente de Dioniso por hoy. Seducir a una mujer era una cosa (y una cosa que a Tritón no le causaba problemas), pero ir tras de una ciega, y una que apenas tenía algo de mujer en ella, era algo que ni siquiera él como un dios, podía soportar. Claro, los dioses no eran precisamente conocidos por su trato humano hacia los mortales, pero, ¿seducir a una adolescente ciega? Sólo el más depravado de los dioses caería tan bajo. Y a pesar de su crueldad, incluso Tritón establecía la distinción en alguna parte.

—Necesito un trago.

—Me parece una idea excelente—, estuvo de acuerdo Dioniso. No era el dios del vino por nada.

—Sin ti—, ladró Tritón.

3

 

—Nunca debí haberte dejado que me convencieras para venir aquí—, Sophia suspiró y le dio a Francesca una mirada de frustración. —Sólo los solteros más desesperados llegan a este antro para encontrarse a alguien—. Y ella no se clasificaba como muy desesperada... todavía no, de todos modos.

Su amiga tomó un sorbo de su bebida adornada con un paraguas. —No lo arruines. Tuve mis últimas cinco citas aquí.

—Ese es mi punto—. Sophia levantó su bolso de la mesa.

Sin interrumpir el estudio de los hombres en la sala oscura, Francesca puso su mano en el brazo de Sophia, deteniéndola de levantarse. —Ni siquiera pienses en irte. ¿Qué vas a hacer en casa? ¿Trabajar hasta medianoche? No. Tú necesitas una noche de diversión para desconectarte, dejar de pensar en las cosas.

¡Me atrapó! ¿Cómo era que Francesca siempre sabía cuáles eran sus planes? ¿Era ella psíquica, o qué?

—No tengo tiempo para desconectarme. La apertura está a sólo siete semanas, y ni siquiera estamos a mitad del camino con las remodelaciones. Y el banco está presionándome permanentemente—. Había días en que apenas sabía por dónde empezar con todas las cosas que tenía que hacer. El ejecutar un proyecto de remodelación, resultó llevar más tiempo y ser más frustrante de lo que nunca había imaginado. Menos mal que era muy buena en hacer múltiples tareas, de lo contrario habría tirado la toalla hace mucho tiempo.

—Convertir la casa en un hostal tipo Bed & Breakfast no es una tarea para una persona. Te lo dije antes que empezaras—, reprendió Francesca, frunciendo el ceño.

—No había nadie a quien pedirle ayuda, ¿o sí? ¿O prefieres que se lo hubiera pedido a Michael?— Sophia no quería una respuesta a su pregunta retórica, pero sabía que iba a recibir una de todas maneras. Podía contar con eso, tres, dos...

—Lo necesitas como un agujero en la cabeza. Ese hombre es tóxico. Es una pena que no se pueda elegir a la familia—. Su amiga frunció los labios y negó con la cabeza.

—Tal vez tóxico es una palabra un poco demasiado dura. No es tan malo como lo hacen parecer —, Sophia lo defendió. Sus palabras eran un mero reflejo. No le gustaba hablar mal de las personas que no estaban presentes para defenderse, aunque se lo merecieran. Pensándolo bien, tal vez un buen chisme con su mejor amiga, echaría fuera toda la frustración acumulada en sus huesos cansados y le ayudaría a relajarse.

—¿En serio? ¿Y qué parte de tu querido primo es sano? ¿La parte en la que él le robó a su tía ciega cuando ella aún estaba viva, o cuando trató de abrir líneas de crédito en tu nombre? O, espera, ¿será tal vez la parte donde él vendió tu coche delante de tus narices y tuviste que tomar el autobús a la escuela?— Puso Francesca su dedo debajo de la barbilla, en un gesto pensativo fingido.

Bueno, sería un chisme. ¿Por qué lucharlo, cuando sabía que aún estaba conmocionada por la última maniobra de Michael en la lectura del testamento de Eleni, donde había amenazado con demandar por lo que él pensaba que era suyo? —Eso me trae recuerdos—, reconoció Sophia. Lamentablemente, no muy buenos. Haber crecido con su primo Michael después de que sus padres habían muerto juntos en un accidente de barco, no había sido fácil. —La tía Eleni estaba tan enojada con él cuando se dio cuenta de que le estaba robando. Fue entonces cuando cambió su testamento. Dijo que no recibiría un centavo de ella.

—Y no lo hizo. Ahora la casa es toda tuya...

Interrumpió a Francesca. —En realidad del banco… los impuestos de herencia me están matando. Con esa enorme hipoteca que tuve que sacar sólo para pagar los impuestos, no tengo más remedio que hacer del lugar un Bed and Breakfast. ¿Qué otra cosa se supone que haga? ¿Venderlo?

—Esa es una idea.

—No, Francesca, no es una opción. No voy a renunciar a la casa. Eso es todo lo que tengo—. Era su casa y lo único que le hacía recordar a sus padres. —Realmente he pensado en esto. He hecho todos los cálculos, y cuentas. El plan de negocio es sólido. Si no lo fuera, el banco nunca me habría dado el préstamo para remodelar. Te estoy diciendo que va a funcionar.

—Bueno, al menos de esa manera Michael nunca pondrá sus manos sobre él—. Francesca se tomó el último sorbo de su ostentosa bebida.

—En realidad, podría—. Sophia todavía recordaba su sorpresa al escuchar las cláusulas del testamento de Eleni.

—¿Cómo es eso?— Su amiga le dio una mirada confusa. —Tú lo heredaste. De seguro espero que no lo estés por poner a él en tu testamento.

Claro, Sophia podría ser acusada de ser demasiado bondadosa, ¿pero estúpida? No, nunca nadie la llamaría así. Ella podía fácilmente analizar un contrato de negocios, al igual que un estudiante de décimo grado podía diseccionar una rana: con la suficiente curiosidad como para asegurarse de que nada se le escapara. A pesar de que sólo había tomado unas pocas clases de leyes y de contratos en la universidad, había aprendido una o dos cosas. Lo suficiente como para saber cuándo debía contratar a un abogado y cuándo debía manejar las cosas por sí misma.

—Bueno, no es realmente algo que pueda controlar. El testamento de Eleni tenía una cláusula de contingencia. Es una cosa de familia—. Sophia cortó la protesta de su amiga. —Si algo me pasa a mí sin que yo tenga hijos, él será el heredero contingente.

Francesca dejó escapar un grito ahogado. —¿Ella puede hacer eso?

Sophia asintió con la cabeza. A ella no le había gustado escuchar la cláusula cuando se había leído el testamento ante ella y Michael, una semana después de la muerte de Eleni. Sin embargo, después de discutirlo con su propio abogado, se dio cuenta de que luchar en contra de su voluntad le costaría todo el dinero que había heredado.

—Ella puede hacerlo y de hecho lo hizo. Supongo que la familia significaba más para ella de lo que todos asumimos. Incluso si eso significara que mi podrido primo podría poner sus manos en su dinero después de todo. Porque para mí el tener hijos, como ambas sabemos, no ocurrirá en un futuro cercano.

Por mucho que quisiera tener una familia, tenía que ser capaz de mantener una primero. Y eso significaba iniciar un negocio viable y poner toda su energía en ello para hacer que funcionara. Incluso si eso significaba esperar para tener hijos durante unos pocos años. Todavía tenía suficiente tiempo para procrear. A los veintiocho años de edad, ella no estaba completamente fuera de juego.

Francesca rodó los ojos. —Sería de gran ayuda si fueses a una cita de vez en cuando.

Sophia no tenía ninguna objeción a tener citas, sólo con el material disponible. Y entrar en una relación sólo por el hecho de no estar sola, ya era demasiado patético. Ella estaba buscando al hombre perfecto, no al primer hombre que se le presente. Bueno, tal vez buscando era una palabra demasiado fuerte. Ella no estaba buscando activamente. En realidad, ¿dónde encontraría el tiempo en esos momentos con todas las cosas que tenía que hacer?

—No necesito otro sermón. Ya te lo he dicho, tan pronto como el hostal esté abierto, empezaré un nuevo capítulo en mi vida. Buscaré un hombre decente… un material digno para el matrimonio. Te lo aseguro. Hasta entonces, no tengo tiempo de perder en citas con la clase de individuos que probablemente me encuentre aquí—. Por más que se sintiera solitaria al llegar a una casa vacía, prefería hacer eso a tener una cita con un mal hombre de nuevo. Ya había aprendido la lección.

—No puedes dejar que tus malas experiencias te detengan para el resto de tu vida. Pensé que ibas a comenzar un nuevo capítulo—. Francesca dio un giro provocativo de su muñeca.

—Lo estoy. Y ni Ralph, ni Eric tienen nada que ver con esto.

—¿Tampoco Simon, Mark o Justin?—, preguntó Francesca en tono de burla. —Claro, si tú lo dices.

Sophia dio un gran trago a su bebida. —¿Qué quieres, Francesca?

Su amiga se inclinó sobre la mesa. —Quiero que reconozcas que no puedes juzgar a todos los hombres con la misma medida, simplemente porque algunos idiotas te hicieron daño. No es justo.

Sophia quería interrumpir, pero Francesca levantó la mano. —No, tengo que decir esto. Debí haberlo dicho hace años. Es tiempo de hacer borrón y cuenta nueva. Tienes que darle a alguien una oportunidad. Hazte un favor y olvídate de esos idiotas. Ellos no se lo merecen.

Del dicho al hecho…. —Yo no soy como tú, Francesca.

—Cariño, le sucede a todas. ¿Tú crees que nadie me ha engañado a mí?

Sophia se encogió de hombros. —Yo sé que es un hecho que ninguno de tus novios te cambió por una mejor cita para la fiesta de graduación, sólo porque te salieron granos.

—Ralph era un sinvergüenza, te concedo eso, pero esos granos se veían horribles—. Francesca trató de reprimir su risa.

Sophia no pudo evitar reírse de sí misma. Todo había sido ridículo. Y cuando sus granos habían desaparecido de nuevo un par de semanas más tarde, Ralph pronto había vuelto arrastrándose.

Pero para ese entonces ya se había dado cuenta de lo poco que valía él. Lo que había sido importante para él, eran las apariencias y la de ella no había encajado en su mundo perfecto. Dios no lo permita que su foto de graduación mostrara a su novia con acné. Así que Sophia había decidido que nunca más saldría con otro muchacho guapo como Ralph.

Unos meses más tarde volvió a lo mismo... y la flechó otro tipo que era demasiado guapo para su propio bien. El hecho de que Eric constantemente se regocijara en el resplandor de la admiración de otras mujeres y estuviera tan pendiente de los cumplidos, ni siquiera era lo peor. El problema era que sentía que todas las mujeres igualmente bellas, debían de tener un pedazo de su perfecto cuerpo. Para cuando Sophia se dio cuenta de lo mujeriego que era, su novio se había acostumbrado tanto a sus acciones que sentía que no había absolutamente nada de malo en lo que estaba haciendo.

Después de un tiempo un patrón había comenzado a emerger… mientras mejor se veía un hombre, más desastrosa terminaría la relación. ¿Podía evitar el hecho de que le gustara un hombre con un gran físico y una cara bonita? Por primera vez, Sophia se preguntaba si eso la hacía a ella superficial. ¿Estaba mintiendo a Francesca y a sí misma cuando dijo que le gustaba un hombre con cerebro y que valiera la pena? Oh diablos, ella probablemente no era mejor que esos tipos. Nada había cambiado en realidad desde la escuela secundaria. Ella todavía se enamoraba de un rostro hermoso y lamía sus heridas de batalla unas semanas más tarde. ¡Estúpida!

—Confía en mí, nunca caeré con otro chico bonito—, prometió Sophia, una promesa que hizo más para sí misma que para Francesca.

Mientras miraba a su amiga, de repente notó un cambio en su rostro. Un destello de interés cruzaba sus hermosos rasgos. —Bien, tenemos una apuesta. Por lo tanto, probaremos tu resistencia con el siguiente tipo caliente que entre—, los ojos de Francesca estaban pegados en la puerta.

Sophia levantó la barbilla. —Está bien. Te demostraré que ya no soy susceptible a una cara bonita. He cambiado.

—Oh, delicioso—, murmuró Francesca. —Aquí viene Sexo con piernas.

Sophia se sentó de espaldas a la puerta y no podía ver a quién se estaba refiriendo Francesca, pero no estaba preocupada. —Para ti, cualquier hombre que respira es Sexo con piernas. No es un gran obstáculo para pasar.

Francesca resopló y se abanicó. —Para nada cierto, y éste está buenísimo. No mires ahora, pero creo que se dirige hacia acá—. Se pasó la mano por el pelo.—Bueno, este es el plan. Voy a llamar su atención y luego te lo entregaré. ¿Cómo me veo?

Sophia sonrió. Como siempre, su mejor y vieja amiga, lucía perfecta. Su cabello pelirrojo era ligeramente ondulado, y su rostro estaba mejorado con sutil maquillaje. Se veía perfectamente natural y perfectamente hermosa. —Preciosa, como siempre.

Sophia no tenía ni celos ni envidia de los atractivos de su amiga. Ser la mejor amiga de una de las muchachas más populares de la escuela secundaria y luego de la universidad, le había traído muchos beneficios. Pero eso no era ni siquiera lo mejor. Francesca era tan cercana de Sophia como cualquier hermana lo sería.

—Me está mirando—, continuó comentando Francesca. —Definitivamente viene hacia acá. Sophia, prepárate.

Nunca había visto a su amiga tan nerviosa. Cuando se trataba de hombres, Francesca tenía mucha experiencia y siempre parecía calmada. Sin embargo, el rubor rosa en las mejillas de su amiga, le decía que estaba cualquier cosa menos calmada. La curiosidad de Sophia, le ganó. Si alguien podía hacer sonrojar a su amiga, tenía que tener algo muy especial.

Sophia giró en el taburete y se congeló.

El hombre alto y rubio iba abriéndose camino entre la multitud con un paso tan determinado, que a Sophia le hizo recordar a una adicta a las compras en dirección a un bolso de Gucci en liquidación. Era increíblemente fantástico.

¡Estaba tan jodida!

Si sólo el cerebro de Sophia pudiera hacer que los músculos de su mandíbula funcionaran, ella podría ser capaz de parecer poco afectada por él. Como estaban las cosas, su boca estaba abierta como una puerta de la escuela el día de graduación, haciéndola sentir como una total idiota.

El galán media más de un metro noventa de alto y, aunque oculto bajo un conjunto de ropa casual, su cuerpo se exhibía para que todos lo vieran. Con cada paso, los músculos vigorosos de su pecho se flexionaban, extendiendo su camisa polo. Pero no era un físico culturista. Su cuerpo parecía demasiado natural para eso, como si hubiera sido esculpido así.

Bronceado. Sexy. Y en camino hacia su mesa, la mirada fija en Francesca.

Sophia sintió el calor elevarse en su cuerpo y trató de abanicarse con las manos. Ella no había visto nada tan atractivo desde que ella y Francesca habían pasado sus primeras verdaderas vacaciones en una playa en Grecia.