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EPÍLOGO

Libros por Tina

SOBRE EL AUTOR

COPYRIGHT

Amante Al Descubierto

(Guardianes Invisibles # 1)

por

Tina Folsom

 

Siempre es más oscuro justo antes del amanecer....Thomas Fuller (1650)

* * * * *

Amante Al Descubierto Copyright © 2013 Tina Folsom

* * * * *

 

Del autor de la exitosa serie internacional de Scanguards:

Con la capacidad de hacerse invisibles, los inmortales Guardianes Invisibles como Aiden, han estado protegiendo a los seres humanos del oscuro poder de los Demonios del Miedo durante siglos. Pero los demonios podrían tener pronto una poderosa herramienta en sus manos para seducir a los seres humanos al lado oscuro. Y la persona que les proporcionará este elixir, es una científica llamada Leila. Sin saberlo, la droga en la que está trabajando para curar la enfermedad de Alzheimer, tiene el efecto secundario inesperado de debilitar la resistencia de la mente a la influencia de los demonios.

El Consejo de los Guardianes Invisibles está dividido, algunos de ellos creen que el único camino seguro para erradicar esta amenaza, es eliminar a su inventor; mientras que otros se empeñan en proteger a la científica humana. Aiden es un leal Guardián Invisible que acepta el encargo de protegerla, a pesar de sus propias creencias de que no se puede confiar en los humanos. Sin embargo, cuando su vida está en peligro, cambia de opinión, y se ve involucrado en una lucha cuyos participantes no se conocen: ¿está luchando contra los demonios o contra sus compañeros Guardianes Invisibles?

El deseo prohibido se enciende entre Aiden y Leila, viéndose obligados a depender de la única persona en la que pueden confiar: el uno del otro. Incluso si él puede salvarla y derrotar a sus enemigos, una unión entre ellos, podría ser la empresa más peligrosa de todas.

1

Aiden lanzó su daga hacia el demonio, intentando darle directo a su frente, pero el arma falló el blanco porque el hijo de puta giró a una velocidad sobrenatural. Girando a la izquierda, Aiden evitó lo que se le vino luego: un cuchillo antiguo volaba hacia su dirección, el cual acababa de dejar la diestra muñeca del demonio, casi tan rápido como la escoria del inframundo giraba sobre sus talones. El filo de la navaja pasó demasiado cerca. Forjado en los Días Oscuros, el arma podría incluso matarlo a él, un Guardián Invisible inmortal. Y él no estaba allí para morir. Estaba luchando contra el mal para salvar a su encargo, una mujer humana que le había sido asignada para protegerla de la influencia de los Demonios del Miedo, los mayores enemigos de la humanidad.

Aiden vio con horror como los tres demonios unían sus poderes y proyectaban un torbellino de niebla negra, envolviendo la entrada de un edificio de apartamentos en ruinas, sus tentáculos llegaban hasta los pies de su protegida mientras ella daba otro paso hacia ellos como si la tiraran por hilos invisibles.

Sonidos parecidos a un tornado ensordecían sus oídos, y sus gritos fueron tragados por el mismo mientras Sarah estaba siendo absorbida en sus profundidades. Seducida por las promesas de poder y riqueza de los demonios, avanzó hacia el oscuro portal que la llevaría a su mundo, convirtiéndola en uno de ellos.

—¡Sarahh! ¡Noooo!

Volvió la cabeza como si lo hubiese escuchado por encima del estruendo en el callejón. Pero sus ojos estaban vacíos. Como si ella ni siquiera pudiera verlo.

Sabía que la única manera de conseguir que se detuviera era destruyendo el portal, lo que significaba matar a los demonios que lo habían creado. Al instante, se volvió para recuperar el cuchillo que el demonio le había lanzado. Al igual que esa arma podía matarlo a él, también podría matar a un demonio. Ellos eran tan vulnerables a las herramientas forjadas en los Días Oscuros, como lo eran los Guardianes Invisibles.

La mirada de Aiden se dirigió al callejón hacia la intersección, pero ninguno de sus hermanos venía por su ayuda. Cuando se dio cuenta de que lo superaban en número, de inmediato llamó a su segundo en mando, Hamish. Sin embargo, su compañero Guardián Invisible no se encontraba por ninguna parte. Como si se hubiera desvanecido en el aire.

Su código de ética dictaba que el Guardián Invisible segundo en mando, estaría cerca en todo momento para responder rápidamente en situaciones como estas… situaciones de vida o muerte. Aiden había sido a menudo el segundo para Hamish, y aunque el término “segundo” implicaba rango, un cambio entre ser centinela y segundo ocurría en cada misión. Aseguraba un constante refinamiento de sus habilidades, de estar cómodos tanto dando órdenes como siguiéndolas.

Eran hermanos, si no en sangre al menos unidos por un objetivo común: proteger a la raza humana de la influencia de los Demonios del Miedo y de promover el bien en este mundo.

De reojo, percibió un movimiento y se dio cuenta al instante que dos de los demonios habían salido de la protección del vórtice, claramente para acabar con él en combate cuerpo a cuerpo.

Aiden expulsó una risa amarga. Les esperaba una sorpresa. El combate cuerpo a cuerpo, era su especialidad.

—Vengan por mí—, los tentó, abriendo los brazos para invitarlos. Una ráfaga de viento sopló a través de su capa, lo que hizo que los extremos se agitaran frenéticamente detrás de él.

La risa burlona de los demonios zumbaba por encima del ruido, y por un momento, fue todo lo que Aiden escuchó. La mirada suplicante hacia Sarah se perdió en sus ojos vacíos. Ella movió la cabeza lentamente de lado a lado mientras daba otro paso hacia adelante. No era más que un débil ser humano, la influencia que los demonios tenían sobre ella, era demasiado fuerte para resistirse.

Apretando los dientes, y agarrando fuertemente la hoja del antiguo cuchillo en su puño, Aiden saltó hacia el primer demonio, una criatura humanoide en apariencia, pero con deslumbrantes ojos verdes, señal inequívoca de maldad en su interior. Chocó contra su oponente, quien tenía un físico tan masivo como un tanque. Lo cual no disuadió a Aiden en lo más mínimo. Aunque no era tan fuerte como el demonio, era más ágil y más rápido. Era su ventaja en el combate cuerpo a cuerpo.

Gruñendo como una bestia, el demonio dirigió una daga hacia su pecho, pero Aiden la eludió en un abrir y cerrar de ojos, y se catapultó a sus espaldas. De un golpe limpio, pasó el cuchillo por el cuello del demonio, abriéndose el corte de izquierda a derecha. En medio de los gruñidos de sorpresa de la criatura muriéndose, la sangre verde brotaba hacia la calle. Aiden metió la rodilla en la espalda del demonio vencido y lo arrojó al suelo.

Pero él no tuvo oportunidad de respirar. Con un gruñido feroz, el segundo demonio se le fue encima, haciéndolo caer. El impacto robó todo el aire de sus pulmones por un momento, inmovilizándolo.

Mientras yacía en la superficie húmeda y con la enorme criatura aplastándolo, tuvo la oportunidad de echar un vistazo al vórtice. Sarah estaba casi sobre él, y sus pasos eran menos vacilantes ahora. Aiden podía escuchar los susurros seductores del tercer demonio que estaba persuadiéndola para que viniera hacia él. Y débil como era, ella se acercó.

Sin embargo, Aiden no se lo permitiría. Reuniendo toda su fuerza, liberó una pierna y pateó fuertemente entre los muslos del demonio. Por suerte, los demonios también tenían bolas. Y por los sonidos que el hijo de puta estaba haciendo ahora, eran tan sensibles como las de un humano.

Con un empujón, Aiden empujó al doliente demonio de su pecho. Sus ojos buscaron el cuchillo que había dejado caer, mientras el idiota lo había obligado a aterrizar. Mientras lo hacía, el demonio recuperó su fuerza y se levantó, el brazo firmemente agarrado de la daga mientras la embestía hacia el cuello de Aiden. Se rodó hacia un lado, evitando la hoja mortal por una fracción de segundo, y se puso de pie en el mismo instante.

Pero el demonio fue igual de rápido y pasó una pierna contra él, catapultándolo a la pared detrás de él.

Tenía una costilla rota pero el poder que habitaba en su cuerpo, se aseguró de que Aiden no sintiera ningún dolor. Como ser inmortal, su tolerancia al dolor era muchas veces mayor que de un simple ser humano, aun cuando su cuerpo era enteramente humano en apariencia. Aunque bajo la piel y los músculos, se encontraban las experiencias colectivas de todos los Guardianes Invisibles que habían caminado alguna vez por esta tierra. Virta, como ellos lo llamaban, les prestaba el poder para luchar contra los demonios y de camuflarse a sí mismos y a los seres humanos, como si hubieran arrojado una capa de invisibilidad sobre ellos. Se les había otorgado poderes que desafiaban la física… poderes que los seres humanos verían como sobrenaturales… si es que supieran que existían los Guardianes Invisibles. Sin embargo, su existencia había sido ignorada durante siglos. Desde su comienzo en los Días Oscuros.

Mientras Aiden intentaba ponerse de pie, su mano rozó la daga que había tirado antes en la frente del demonio. Él la agarró y se lanzó de nuevo hacia delante contra su atacante, aterrizando el cuchillo en el estómago del sinvergüenza.

Mientras los ojos del Demonio del Miedo se agrandaban con incredulidad, Aiden tiró la daga hacia arriba, cortándolo y abriéndolo como un cerdo. Las vísceras y la sangre verde se derramaban de él, haciendo que el hedor inundara el aire fresco de la noche, antes de que su cuerpo se desplomara.

Sin perder un segundo, Aiden giró y corrió hacia su encargo. En un intento desesperado de salvarla, su cuerpo se sacudió con tensión, su larga capa negra se batía a los costados, y volaba hacia atrás por la fuerza del remolino de aire y la niebla. Llevando las manos hacia adelante para tratar de tirar de ella hacia él, concentró toda su energía en un solo pensamiento: salvar a esta mujer de las garras del mal.

La cólera hervía en él como en una caldera a punto de desbordarse. No podía permitir que se la llevaran. Cada alma que los demonios llevaban hacia su lado, los hacía más fuertes. Pronto ellos se levantarían otra vez desde sus guaridas en lo profundo de los infiernos y dominarían a la humanidad una vez más. La desolación de esta imagen, lo hacía estremecerse hasta los huesos.

Un grito a sus espaldas le hizo girar la cabeza, haciéndolo perder la concentración por un momento. Vio a una mujer con un niño en sus brazos tocando frenéticamente el timbre de una puerta en uno de los edificios de apartamentos, son sus ojos desorbitados de horror.

¡Mierda! No le hacían falta testigos para lo que estaba sucediendo allí. Pero no había nada que pudiera hacer ahora. Su primera prioridad era salvar a Sarah.

Reuniendo el antiguo poder que estaba dentro de cada Guardián Invisible, permitió que surgiera a través de su cuerpo y recargara sus células. Él se tambaleó hacia adelante, cargas eléctricas bailaban en sus manos como pequeñas llamas, y llegó a ella.

Ella lo empujó hacia atrás, la ira brillaba en sus ojos. Detrás de ella, divisó el tercer demonio mientras su mano se acercaba a través del vórtice, con una daga en su mano. Susurrándole algo a ella, el demonio puso en su mano el arma antigua.

Con temor, Aiden se dio cuenta de cómo ella lo aceptaba y movía la muñeca como si hubiera sido entrenada para hacerlo. El demonio controlaba su cuerpo ahora.

Todo lo que Aiden pudo hacer, fue girar hacia un lado para evitar el cuchillo.

Luego sus ojos se volvieron de color verde. Al ceder a la demanda del demonio, se había convertido en uno de ellos.

Otro grito llevó su atención a la mujer detrás de él. Lo que vio le revolvió el estómago. La daga de Sarah había golpeado al niño en la cabeza. La sangre fluía de la herida hacia el pequeño suéter blanco y hacia las manos de la madre, que estaba tratando desesperadamente de salvar a su hijo.

¡Maldita sea! Tendría que haber matado a Sarah en el momento en que se dio cuenta de que no podría ser salvada. Ahora ella había matado a un inocente. Y él tenía la culpa, por no haber actuado con suficiente rapidez. La había dejado vivir, porque había esperado poder salvarla.

Había vuelto a fracasar. Sintiendo que su pasado lo alcanzaba, obligó a que los dolorosos recuerdos de su primer y único otro fracaso se alejaran, y concentró su energía en su presente encargo. Sin vacilar, apuntó. La antigua daga se instaló en el cuello de Sarah, deteniendo sus movimientos. La sangre salió a borbotones de la herida fatal, y ella cayó hacia el vórtice.

El llanto de frustración del demonio llenó el callejón, y las descargas de luz iluminaron la oscura noche. Un momento después, el aire y la niebla detuvieron su rotación, y todo quedó en silencio, salvo por los sollozos de la mujer cuyo hijo yacía muerto en sus brazos.

Aiden la miró, sus ojos se humedecieron al sentir su dolor. —Lo siento—, susurró, su corazón lleno de compasión.

Cuando llegó al lugar donde Sarah había caído, estaba vacío. El vórtice la había tragado. Sólo su puñal ensangrentado quedaba como evidencia de que él la había matado. No había tenido más remedio que hacerlo. Era mejor que permitir a los demonios usarla. Mejor para ella y para este mundo. Era la razón por la que no podía arrepentirse de su acción. Lo único que lamentaba era el haber retrasado lo inevitable y no haber actuado antes.

Nunca más volvería a dudar en matar a un ser humano que tenía razones para creer que se había convertido en peligroso. Era mejor que un ser humano muriera, que permitir a los demonios que capturaran otra alma o que un inocente sufriera, como lo había hecho este pequeño... y su madre. La próxima vez, su daga daría en el blanco en el momento en que sospechara que un demonio estuviera influyendo a su protegido. No dudaría de nuevo.

Los seres humanos eran demasiado débiles. Debían ser eliminados tan pronto como representaran un peligro. El Consejo estaba equivocado al tratar de protegerlos cuando claramente se volverían en contra de sus protectores, contra los Guardianes Invisibles que sólo querían lo mejor. Sarah no era la única que le había probado eso.

Viejos recuerdos, y sin embargo más frescos que nunca, le recordaban una vez más que nunca podría permitirse flaquear de nuevo. Sus dudas le habían costado muy caro, hace muchos años atrás. Como resultado, toda su familia había sufrido, habían perdido un ser querido, y fue su culpa. Su corazón se estremeció dolorosamente, mientras resurgía la culpa de su error en el pasado. Él nunca podría cometer el mismo error otra vez. Tenía que erradicar el mal rápidamente, sin importar de qué forma se presentara: demonio o humano.

2

 

Leila oyó un golpe urgente en la puerta de su laboratorio y levantó la cabeza del microscopio.

—¿Dra. Cruickshank? ¿Todavía está ahí?

Se alisó su bata de laboratorio y vio su reflejo en la caja de vidrio sobre la mesa de trabajo en donde estaba encorvada. Todavía llevaba su pelo largo y oscuro en una cola de caballo, pero varios mechones se habían soltado y ahora se enroscaban alrededor de su cara. Parecía casi como si un estilista se hubiese esforzado mucho para arreglarle el pelo así. Por supuesto, eso no era posible. Ella no había estado en un salón de belleza en meses. ¿Cómo iba a perder su precioso tiempo preocupándose por su apariencia cuando tenía un trabajo tan importante que hacer?

Durante los últimos meses había hecho un enorme progreso. Los ensayos clínicos eran prometedores, y parecía que no habría más que un ajuste de precisión necesario hasta que la droga hiciera exactamente lo que quería: detener el avance de la enfermedad de Alzheimer, una enfermedad que estaban sufriendo sus padres. La droga, incluso parecía mostrar cierta promesa de ser capaz de revertir algunos de los efectos de la enfermedad, a pesar de que las posibilidades de erradicar todo el daño que el Alzheimer ya hubiese causado, eran escasas.

Para sus padres, era una carrera contra el tiempo. Había momentos en los que parecían estar perfectamente bien, pero en otras ocasiones, sus fallos de memoria eran evidentes, y ella podía sentir que se alejaban. Si no terminaba su investigación pronto, el daño en las neuronas de sus cerebros se volvería demasiado grave, incluso para que su maravillosa droga lo revirtiera. Cuanto antes les administrara el fármaco, mayor sería la posibilidad de una cierta recuperación de la función cerebral. A pesar de que se daba cuenta de que sus padres tal vez nunca se podrían recuperar, ella se aferraba a la esperanza de que al menos parte de su función cerebral pudiera ser restaurada a su estado anterior.

A los treinta y seis años, ella debería tener hijos y una familia propia, pero nunca había tenido más tiempo para otra cosa que para su trabajo. Después de terminar la facultad de medicina, ella había querido seguir cirugía plástica, atraída por los elevados ingresos que la especialidad ofrecía. Sin embargo, cuando primero su padre y luego su madre habían mostrado los primeros signos de la enfermedad, rápidamente había cambiado de carrera.

Leila se había dado cuenta de repente que todo el dinero de sus padres no significaba nada cuando estaban perdiendo lo que más amaban: el uno al otro. Después de su beca de investigación, el Inter Pharma había mostrado interés en su investigación y le ofreció un trabajo. Ahora dirigía su propio laboratorio, supervisando tres asistentes de laboratorio y dos jóvenes investigadores.

Le encantaba manejar su propio laboratorio, el orden de su trabajo le atraía. Todo tenía su tiempo y su lugar. Así era como se las arreglaba para lidiar con la crisis: manteniendo las cosas en orden y siempre sabiendo lo que venía después, siempre teniendo un plan. Le daba seguridad, algo que había anhelado desde que sus padres se habían enfermado. Y esa necesidad de seguridad, impregnaba todo su trabajo.

Mientras su equipo de laboratorio ejecutaba muchas partes diferentes de su investigación, Leila era la única que tenía acceso al conjunto total de datos y la fórmula completa de la droga, tal como existía en esos momentos. Mantener sus datos seguros, era de suma importancia para ella.

Era una de las razones por las que no utilizaba la red informática que Inter Pharma le proporcionaba, sino que utilizaba su propia computadora portátil codificada. Hacía copias de seguridad de sus datos en un dispositivo de memoria que disfrazaba como un colgante de diamante incrustado, y llevaba colgado en un collar alrededor de su cuello dondequiera que iba.

Había habido incidentes anteriores, donde los datos de otro investigador habían sido robados por un empleado y más tarde reaparecieron en otra compañía farmacéutica, que luego los vencía con el descubrimiento. Un nuevo medicamento significaba grandes cantidades de dinero para Inter Pharma, pero para Leila significaba tener de vuelta a sus padres y ver el reconocimiento iluminar sus ojos una vez más antes de que fuera demasiado tarde y ya se hubiesen ido para siempre.

—¿Dra. Cruickshank?

Leila se levantó de golpe de su silla y se dirigió a la puerta, abriéndola con la llave. Se había acostumbrado a cerrar la puerta con llave cada vez que estaba sola en el laboratorio. Mientras la abría, miró la cara sonrojada de la asistente personal del director general, Jane.

—Ah, bueno, todavía estás aquí. No estaba segura—, balbuceó.

Leila asintió con la cabeza preocupada. Su personal ya se había ido esa noche, pero a pesar de que eran pasadas las ocho, no estaba lista para irse. Siempre había más datos que analizar.

—Jane, ¿qué necesitas?— Preguntó ella, esperando que todo lo que la despistada secretaria quisiera, fuera un paquete extra de azúcar o un saquito de té porque había olvidado una vez más pedir suministros para las oficinas ejecutivas.

—El señor Patten me ha enviado. Me preguntó si dispones de un minuto para hablar con él.

—¿Ahora? Pensé que se había ido a casa hace mucho tiempo—. Era raro que nadie más que ella y el tipo de seguridad trabajaran hasta tarde.

—Me gustaría. Pero él tuvo una reunión hasta tarde, y no hace mucho acaba de terminar. Por supuesto, él me hizo quedar—. Jane dejó escapar un suspiro de fastidio.

—Así que, ¿puedes? Me refiero, ¿ir a verlo en su oficina?

Leila asintió distraídamente a pesar de que odiaba la interrupción.

—Ah, ¿y te queda algo de azúcar? Se me terminó.

Bueno, eso explicaba por qué Jane no había utilizado el teléfono para llamarla a la oficina.

Leila se volvió rápidamente para agarrar un puñado de paquetes de la taza en la parte superior del refrigerador y las colocó en las manos extendidas de Jane. Asegurándose que la puerta se cerrara detrás de ella, caminó por el largo pasillo seguida por la asistente de Patten.

La llave alrededor de su cuello tintineaba contra su colgante, haciendo un extraño sonido en el corredor vacío.

—Siempre he admirado tu collar—, conversó Jane. —¿Te acuerdas en dónde lo compraste?

—Lo pedí por encargo—, dijo Leila, ignorando el repentino picor en la nuca. Rápidamente se fijó por encima del hombro, pero no vio nada, sólo el suelo de linóleo brillante y las paredes blancas estériles.

—¿Por encargo?

Ella asintió con la cabeza a Jane. —Sí, hice que un joyero lo hiciera para mí—. Para ocultar su lápiz de memoria de sesenta y cuatro GB y mantener su investigación cerca de su corazón, literalmente. Pero nadie sabía eso. Tal vez era paranoia o tal vez se trataba simplemente de sentido común, pero quería asegurarse de que jamás ninguno de sus datos se perdiera.

—Es hermoso. ¿Dónde queda la joyería? Me encantaría tener algo similar.

—Me temo que cerró—, Leila mintió y le ofreció una sonrisa forzada.

Ella no quería revelar el nombre del joyero, en caso de que él pudiese hablar de que el colgante era hueco por dentro y del tamaño perfecto para un lápiz de memoria. Nadie debía saber que ella llevaba sus datos con ella. De hecho, el no haber guardado sus datos en el computador conectado en la red de su laboratorio, había sido una señal de alarma y le valió una reunión con el director general. Sin embargo, una vez que ella había demostrado su punto, que estaba preocupada acerca del robo de la investigación, Patten había concedido llegar a un acuerdo mutuo: cada noche, cuando ella trabajara con su investigación, haría una copia de seguridad de los datos en una unidad de disco externa que colocaría en una caja fuerte. Sólo la huella digital de su pulgar o la de Patten, podían abrir la pieza especialmente diseñada, asegurándose de esa manera que nadie que no estuviese autorizado pudiera acceder a ella.

Al parecer, su jefe era casi tan paranoico como ella. ¿Y por qué no habría de serlo? La investigación farmacéutica era un negocio feroz. La primera compañía en desarrollar un nuevo medicamento tendría una enorme ventaja con la cual ninguna otra empresa podría competir. Ser el primero lo era todo en ese negocio.

Su computadora portátil estaba armada con un software especial que iniciaba una secuencia de destrucción de todos los datos en el disco duro, cuando alguien la manipulaba indebidamente. Era un mecanismo de seguridad.

—...así que elegí el rojo en su lugar. ¿Qué piensas tú?— Jane señaló sus uñas, las cuales estaban pintadas de un color naranja horrible. Era evidente que la joven era daltónica, a pesar de que el daltonismo era un fenómeno masculino.

—Lindo—, logró decir Leila, preguntándose de qué otra cosa Jane había estado parloteando, mientras ella había tenido la cabeza en las nubes otra vez. Sucedía muy a menudo últimamente: ella se desconectaba pensando en una cosa u otra y no se daba cuenta de que había otras personas a su alrededor, o incluso que estaban hablando con ella.

En la siguiente curva del corredor, giraron a la izquierda. Leila pulsó el botón del ascensor. Las puertas de inmediato se separaron, y ella entró, seguida por Jane. Su colega pulsó el botón de la planta ejecutiva, y las puertas comenzaron a cerrarse. Cuando estaban medio cerradas, algo sonó y las puertas se abrieron de nuevo.

—¿Qué demonios?— Maldijo Jane y pulsó el botón nuevamente. —No puedo creer con estos estúpidos ascensores. La mitad de la semana están fuera de servicio supuestamente siendo arreglados, y la otra mitad están averiados.

Leila sacudió la cabeza. —No lo sabría. Yo normalmente voy por las escaleras.

—Bueno, eso es fácil cuando vas al tercer piso, pero trata de ir al octavo y estarás sin aliento en cuestión de segundos.

Leila no pudo evitar de mirar los tacones de poco más de siete centímetros de Jane.

Sí, o romperse un tobillo.

Pero se abstuvo de hacer algún comentario. No era su problema el que Jane estuviera fuera de forma. Ella corría por lo menos cuatro veces a la semana, tratando de mantenerse saludable y en forma. Como así también delgada. Había notado la cantidad de peso que su madre había aumentado cuando se había roto una pierna hace unos años y no había podido ser capaz de moverse mucho. Leila sabía que tenía el físico de su madre... pequeña y fornida, en lugar de alta y delgada… y sabía que si se dejaba estar, un día se inflaría como un globo. Por lo tanto, corría y subía las escaleras cada vez que tenía la oportunidad de hacerlo.

Cuando llegaron al octavo piso, Jane se volvió hacia la cocina, instruyendo a Leila antes de irse, —Ve a verlo de inmediato. Él te está esperando.

Leila acomodó su bata de laboratorio y sacudió un pelo de la tela blanca. Aclarándose la voz, levantó la mano y golpeó los nudillos contra la puerta.

—Pase—. La orden fue inmediata y con una autoridad inconfundible.

Ella no perdió tiempo, abrió la puerta y entró en la oficina de Patten. La habitación estaba envuelta en penumbra. Patten, un hombre cerca de los sesenta, canas en las sienes y calvicie en la parte superior, estaba sentado tras un escritorio ancho que estaba iluminado por una luz halógena de gran tamaño. Sin embargo, las luces fluorescentes del techo estaban apagadas.

—Entre, entre doctora Cruickshank. Disculpe la falta de luces, pero se quemaron justo cuando mi visitante estaba aquí antes. Maldición, es vergonzoso también. Será mejor que los de mantenimiento lo arreglen de inmediato.

—Buenas noches, Sr. Patten—, respondió ella simplemente, a sabiendas de que no esperaba una respuesta a su problema acerca de las luces. —¿Usted quería verme?

—Eh, sí. Es correcto—. Él volvió a acomodar un mechón de pelo canoso detrás de la oreja, haciendo concientizarla de que al igual que ella, necesitaba un corte de pelo. Parecía un tanto desaliñado.

Ahora que ella lo miraba más de cerca mientras se acercaba y tomaba el asiento de visitas frente al escritorio, se daba cuenta de que su cara se veía gris y cansada. Como si hubiera estado trabajando de sol a sol, al igual que alguien que ella conocía: esta servidora. Bueno, él probablemente no era el único adicto al trabajo en el Inter Pharma. Nadie llegaba a la cima sin tener que sacrificar algo.

—Siéntese... Ah, está sentada... bien, bien...

Leila arrugó la frente con preocupación. Nunca había visto a su jefe tan nervioso. Esperaba que no estuviera teniendo un derrame cerebral, ya que a pesar de tener un título en medicina, estaba mal equipada para hacer frente a una emergencia médica. La última vez que había visto a un paciente, se encontraba en su residencia en el Mass General, y parecía que había ocurrido hace una eternidad.

—¿Se encuentra bien?— Se sintió obligada a preguntar, su lado maternal en evidencia.

Sus ojos de repente se centraron, y parecía tan lúcido como siempre lo había estado.

—Por supuesto, ¿por qué no habría de estarlo?... Bueno, yo quería hablar con usted porque he tenido la visita de un accionista.

Leila se inclinó hacia delante en su silla, descruzando las piernas. ¿Por qué Patten querría hablar con ella acerca de un accionista? Ella no estaba involucrada en las operaciones o en ninguna de las finanzas de la empresa. Además de ser responsable de su propio presupuesto del laboratorio, todo lo demás que hacía, era pura investigación.

Una corriente de adrenalina pasó por ella con rapidez. Sabía que el precio de las acciones habían bajado recientemente. ¿Podría esto significar que los accionistas no estaban contentos, y proponían eliminar los programas? ¿Posiblemente eliminar su investigación?

—Mi presupuesto está ya muy limitado como está—. Las palabras salieron antes de que pudiera pensar más allá. ¡Rayos! Por la forma en que actuaba, ella nunca lo hubiera logrado en el cuerpo diplomático. Y si continuaba soltando ese tipo de comentarios, su carrera como investigadora con su propio laboratorio pronto podría aterrizar en un terreno resbaladizo también.

Patten le dio una mirada confusa. —¿Cómo?

—Lo siento, continúe, decía usted que un accionista lo había visitado.

—Sí. Al parecer, el Sr. Zoltan compró una gran cantidad de nuestras acciones cuando el mercado bajó. Ahora posee el 36% de nuestras acciones, y mientras que no le da el control absoluto de la empresa, lo convierte en el mayor accionista.

Leila levantó la mano de su regazo. —Eh, señor Patten, como usted sabe, yo no estoy involucrada en ese lado de la empresa. Mi investigación…

—A eso voy, Dra. Cruickshank.

Ella asintió con la cabeza rápidamente, para no molestarlo más. Algo claramente lo había sacudido hoy en día, y no estaba interesada en resultar herida en el fuego cruzado. Era mejor mantener la boca cerrada y dejar que hablara. Tal vez sólo necesitaba a alguien para desahogarse, y aparte de Jane y el guardia de seguridad en el vestíbulo, ella era la única que quedaba en el edificio.

Leila suspiró para sus adentros. ¡Grandioso! Ahora su jefe estaba descargando algunas cosas inútiles en ella cuando podría aprovechar mucho mejor su tiempo, terminando el análisis de los datos a los que aún no habían llegado.

—Como ya le he dicho, el Sr. Zoltan ahora es dueño de una gran cantidad de esta empresa y le da ciertos poderes. Probablemente entiende que no sería prudente enojar a este hombre y negarle lo que desea—. El Sr. Patten se limpió una gota de sudor de la frente antes de continuar, —Él podría forzar un voto y prácticamente reorganizar el consejo, echarme... eh, ya ve, realmente no tengo mucha elección en el tema.

Sus ojos la miraban nerviosamente. A su vez, ese mismo nerviosismo se extendía en ella, dándole un hormigueo en la piel con el malestar y haciéndola sentir las palmas húmedas. Nerviosa, se movió en su asiento, pero se abstuvo de decir nada, dándose cuenta de que él no había terminado de hablar.

—Él simplemente quiere asegurarse de que su inversión es segura, ya sabe. No es diferente de un nuevo propietario que inspecciona su fábrica y vigila el proceso de producción. Bien, es así como tenemos que considerar esto.

¿Vigilar el proceso de producción? ¿Estaba diciendo lo que pensaba que estaba diciendo? Él no podía permitir que... no, eso nunca podría suceder.

—Señor Patten, yo...yo—, balbuceó ella, su mente estaba demasiado alborotada para ser capaz de formar una frase coherente.

—El señor Zoltan regresará el lunes y estará presente en su laboratorio.

—¿En mi laboratorio?

Patten asintió con la cabeza, evitando su mirada, y en su lugar se quedó mirando la oscuridad más allá de su ventana. —Ha solicitado aprender acerca de su investigación. Por lo que entendí, él tiene un título de médico también, y quiere evaluar la viabilidad del producto en el que estamos trabajando.

Leila se levantó de un salto. —No puede permitir eso. Mi investigación... es un secreto. Ningún extraño puede...

—El señor Zoltan no es un extraño. Prácticamente es dueño de esta empresa.

La incredulidad brotó en ella, haciendo que sus piernas se tambalearan. —Pero usted dijo que sólo poseía el 36% de las acciones, eso no quiere decir que él sea nuestro dueño.

—En el mundo corporativo, le da suficiente poder sobre nosotros para que prácticamente pueda pedir cualquier cosa que él quiera. Ni siquiera sabemos qué otros recursos tiene a su disposición. Por lo que sabemos, puede comprar otro quince por ciento, dándole el control total.

Leila se inclinó sobre el escritorio. —Por favor, señor Patten, usted tiene que detener esto. No puedo tener a un extraño mirando sobre mi hombro. Este es un trabajo delicado. Si alguien consigue mi fórmula, la puede robar. No es seguro tener a alguien en el laboratorio que podría...

—Entiendo sus sentimientos doctora Cruickshank, pero no tengo otra opción. Mis manos están atadas. Su investigación pertenece a esta empresa. No es de su propiedad. Si le digo que usted tiene que permitirle el acceso, entonces usted hará lo que yo digo—, él dijo con los dientes apretados. —¿Nos entendemos?

Leila se echó hacia atrás, la decepción corriendo por sus venas. —Entiendo—. Apretó la mandíbula. —¿Eso es todo por hoy?

Él asintió con la cabeza, una mirada cansada en sus rasgos faciales. —Váyase a casa doctora Cruickshank. Con el tiempo verá que las cosas no son tan malas como pensaba.

Se dio la vuelta sin decir una palabra y volvió a su laboratorio, conteniendo lágrimas de frustración hasta que cerró la puerta y le puso el seguro detrás de ella. Dejándose caer en su silla, se cubrió la cara con las manos y dejó que las lágrimas afloraran.

Esto no era justo.

Ella había trabajado tanto tiempo y tan duro para esto, y ahora algún rico accionista con título de médico, quería abatirse sobre ella y meter su nariz en todo su trabajo. ¿Y si eso no era todo lo que quería hacer? ¿Y si tenía la intención de hacerse cargo de la investigación y llevarse el crédito por ello? Había visto suceder cosas como esas antes, donde uno de los investigadores era expulsado en medio del proyecto y algún novato que había asumido el control, reclamaba el crédito por el resultado final.

¿O qué pasaría si él era incompetente y destruía el progreso que ya había logrado? Si eso ocurriera, sus padres nunca mejorarían.

No podía permitir que eso sucediera. Nadie podría saber lo suficiente acerca de su investigación para poder tomar el control. ¡Esto era la obra de toda su vida!

—No podrás sacarme esto, Patten—, murmuró, secándose las lágrimas de sus mejillas.

Mientras ella se levantaba de la silla raspándola contra el suelo, el sonido resonó en el laboratorio vacío. Sus piernas la llevaron a la caja fuerte en la pared. Ella presionó su pulgar contra la pantalla táctil que activaba un escáner. Entonces escuchó el clic del mecanismo. Un sonido acompañado de una luz verde señaló que su autorización había sido aceptada.

Leila tiró de la gruesa puerta abriéndola y miró hacia el oscuro interior. Tenía que hacer lo que tenía que hacer.

3

 

Aiden irrumpió por la puerta del recinto. No hubo necesidad de abrirla. Su cuerpo simplemente se desmaterializó para pasar a través del material sólido y se re-materializó del otro lado, un proceso demasiado rápido para que el ojo humano lo analizara. Todo lo que verían sería a un hombre caminando directamente hacia una puerta o pared, el proceso detrás ello seguiría siendo un misterio. Era un poder único de los Guardianes Invisibles, ningún demonio que conocieran tenía una habilidad similar.

Corrió por el pasillo. El enorme edificio constaba de tres pisos sobre el suelo y dos abajo. Sus muros eran gruesos, como los de un castillo inglés antiguo, construidos de la misma forma en que sus antepasados habían construido sus propias fortalezas. Su pasado se había impreso en la estructura: ruinas antiguas decoraban las paredes y suelos, y amuletos para alejar el mal colgaban sobre cada puerta y ventana.

Los Guardianes Invisibles tenían muchos complejos habitacionales repartidos por todo el mundo, lugares donde los hermanos y las pocas hermanas vivían juntos. Todos los complejos estaban protegidos por el poder colectivo de los Guardianes Invisibles, su Virta, que también los hacía invisibles. Un antiguo hechizo casi hipnótico se aseguraba de que los edificios pasaran desapercibidos por los seres humanos.

A los seres humanos no les era permitido ingresar. Ni siquiera los encargos de los Guardianes Invisibles podrían ser de confianza para mantener su paradero en secreto. Siempre había la posibilidad de que uno de ellos se volviera en su contra y al final los traicionara entregándolos a los demonios.

Dentro de las paredes del recinto, los Guardianes Invisibles podían recargar su energía después de cada misión, energía que gastaban mientras camuflaban a sus encargos para no ser detectados por los demonios.

Armas olvidadas hace mucho se almacenaban en las bóvedas subterráneas, grandes armas que podían matar incluso, a un Guardián Invisible inmortal. Si bien ningún arma humana como una pistola o un cuchillo podía lesionar de forma permanente a Aiden o a sus hermanos y hermanas, cualquier arma forjada durante los Días Oscuros tenía el poder de matar tanto a los Guardianes Invisibles como a los Demonios del Miedo por igual.

Mientras Aiden ingresaba a la gran cocina que estaba en el centro, y de hecho en el corazón de la casa a la cual llamaba su hogar, sus ojos recorrieron con rapidez a la concurrencia. Manus estaba ocupado asaltando el refrigerador, vestido sólo con un par de pantalones ajustados de cuero, el pecho con cicatrices desnudo, mientras que Logan se servía un trago. Su cabello oscuro suelto caía sobre los hombros y parecía como si acabara de levantarse.

Enya, la única mujer en el recinto, descansaba en una esquina del sofá grande en la gran sala adyacente. Su largo pelo rubio estaba trenzado y estaba sujeto en círculos en la parte posterior de su cabeza. Ella rara vez lo llevaba suelto, y Aiden sólo podía sospechar que ya había crecido hasta la cintura. En lugar de ver el partido de fútbol que retumbaba desde el televisor gigante en la pared, tenía la nariz pegada en un libro.

Aiden maldijo. —¿Dónde demonios está él?

Las cabezas se volvieron hacia él. Manus cerró con fuerza la puerta del refrigerador y tiró un montón de bolsas de plástico con fiambres sobre el mostrador de la cocina.

—Me temo que mi capacidad de lectura de la mente no vale la pena una mierda, así que danos un nombre, ¿sí?— Manus intercambió una mirada con Logan quien se tomó su bebida de un trago.

—Alguien está de mal humor hoy—, añadió Logan como si quisiera provocarlo.

Aiden sintió los ánimos enardecerse y enderezó su cuerpo.

—Tal vez Manus tiene razón—, dijo de repente Enya sin siquiera levantar la vista de su libro.

—¡Estoy hablando del jodido de Hamish!— Aiden sintió el aire escaparse de sus pulmones, el enojo por el fracaso de respaldarlo de su segundo al mando crecía a cada momento.

Logan sonrió y levantó la botella de whisky una vez más. —¡No tenía idea de que ustedes fueran tan cercanos! Pero bueno, si quieres coger a Hamish, ve...

Aiden había tomado a Logan por el cuello antes de que pudiera terminar la frase y lo estrelló contra la puerta del horno. —No estoy de humor para tus bromas de mierda. Te lo preguntaré una vez más: ¿dónde mierda está Hamish?

Su cautivo empujó contra él, sacándose las manos con más gracia del que un hombre de físico tal pareciera ser capaz. Mientras Logan cuidadosamente se arreglaba la camiseta y la acomodaba en sus hombros, lo fulminó con la mirada.

—No he visto a Hamish en dos días. Se suponía que debía estar contigo. Así que vete al carajo, y déjame disfrutar de mi partido.

Logan se dio la vuelta y caminó hacia el sofá, dejándose caer en la esquina opuesta a Enya. Cuando el peso con que se había dejado caer la sacudió y casi le hizo perder el control sobre su libro, ella sólo levantó una ceja.

—Testosterona—, murmuró en voz baja.

Logan entrecerró los ojos. —Y tú sabes exactamente qué hacer acerca de eso, ¿no? Pero no, no abrirás las piernas para ninguno de nosotros, ¿verdad?

—¡Cállate!— La respuesta de Manus llegó incluso antes que Enya pudiera alcanzar la daga que siempre llevaba en la cadera, aun cuando ella estuviera descansando.

—Idiota—, susurró ella.

Manus miró a Aiden. —En cuanto a Hamish. Si él no está contigo, tal vez le tendieron una trampa.

—Entonces, deberíamos rastrear su celular y encontrarlo—, agregó una voz desde la puerta a lo que dijo Manus.

Aiden giró la cabeza hacia el recién llegado: Pearce.

—Él no descuidaría sus deberes—, continuó Pearce cuando entró por completo en el salón.

Aiden asintió con la cabeza. Pearce estaba en lo cierto.

—Fui superado en número.

Una mano suave le tocó el brazo. Su cabeza cayó hacia la derecha. Enya se había acercado sin que se diera cuenta. —¿Qué pasó hoy?

Aiden apoyó una mano contra el mostrador de la cocina. Cerró los ojos. —Llamé a Hamish pero no apareció. No pude mantenerlos a raya por más tiempo. Maté a dos de ellos, pero el tercero se mantuvo dentro de la protección del vórtice. Era demasiado fuerte. Él tenía poder absoluto sobre ella—. Tanto fue así que ella había tratado de matarlo, y en su lugar... —Mi protegida mató a un niño inocente. Tuve que matarla.

—¡Mierda!— Maldijo Manus.

—¡No otro!—, añadió Logan.

—Maldita sea, ¿qué demonios hacías Aiden, durmiendo en el trabajo? ¿Por qué no estaba camuflada?— Dijo Manus entre dientes.

Aiden permitió que la furia brillara en sus ojos cuando se enfrentó a Manus. —¡La protegí lo mejor que pude!

—¡Si la hubieras camuflado correctamente, no la hubieses perdido!

—¿Qué estás diciendo?— Dijo Aiden.

—¡Sabes lo que estoy diciendo!—, respondió Manus y continuó —Si querías que ella estuviera debidamente camuflada, hubieras estado tocándola todo el tiempo.

Aiden sabía exactamente de lo que estaba hablando Manus. Él y sus compañeros guardianes tenían dos formas de camuflar a los seres humanos: por el poder de su mente, o por el tacto. El primero necesitaba más energía, pero al igual que una señal de teléfono celular podía ser interceptada o interrumpida, era posible interrumpir la conexión y sin querer anular el camuflaje de un encargo. La segunda traía consigo otros problemas. El toque de un Guardián Invisible podría ser percibido como íntimo, incluso cuando no tenía tal intención.

—¿De la misma forma en que las tocas? ¿Pretendiendo sentir algo por ellas para que confíen en ti? ¡Eso no es protegerlas! Va en contra de todas las reglas del libro—, gruñó Aiden.

—No me importa nada acerca de las reglas de mierda. Las reglas son para las personas que no pueden pensar por sí mismas.

—Y tú las rompes a todas—. Aiden sintió un peso en su pecho. Él no podía ser como Manus, que fingía amar a cada mujer que tenía que proteger, por lo que tendría el éxito seguro de que la mujer estuviera en todo momento camuflada. Él, por otro lado, prefería no tocar los seres humanos cuando podía evitarlo. A parte de tener sexo ocasional con una mujer humana, no estaba interesado en ellos. Ya no. No después de lo que un ser humano le había hecho a su familia.

—¡Tú las coges para no tener que gastar ninguna energía extra!

La acusación sólo le valió una sonrisa de Manus.

—Yo no diría exactamente eso. Estoy gastando suficiente energía haciéndolo.

Antes de que Manus pudiera alejarse, Aiden le lanzó un golpe a la cara, borrando la sonrisa de su rostro.

¡Maldita sea, se sentía tan bien golpear a alguien!

Se sentía liberador moler a palos a la mierda de Manus, el dar rienda suelta a su ira y frustración sobre él. Tal vez calmaría su mente.

Un gancho a la barbilla hizo que la cabeza de Aiden se echara hacia atrás. El sabor de la sangre le llegó al instante, pero lo ignoró para responder el golpe de Manus. Usando su pierna derecha contra el mostrador de la cocina, un taburete de la barra se estrelló contra el piso mientras Aiden giraba en contra de su compañero Guardián Invisible. El golpe tiró a Manus contra el refrigerador, haciéndolo gemir con el impacto.

—Imbécil— escupió Manus. —Esto no se trata de qué reglas he quebrantado. No pretendas que no lo has pensado tú mismo... lo dulce que es romper una regla de vez en cuando—. Él le dio una sonrisa pícara.

—¡Púdrete!— Había un montón de mujeres que estaban dispuestas en los bares que frecuentaba Aiden. No le hacía falta coger con sus encargos. El sexo era sexo... y siempre y cuando la mujer estuviera lo bastante caliente, ¿qué le importaba quién fuera ella? No tenía ningún interés en involucrarse con un encargo. Él mantenía su distancia de ellas, emocional y físicamente, a sabiendas de que podría llegar el día en que tendría que matar a una de ellas, al igual que esta noche. No podía permitir que sus emociones se interpusieran en el camino.

—¡Y deja de culparme por tus fracasos! No estoy jugando al chivo expiatorio—, gruñó Manus, interrumpiendo los pensamientos de Aiden y haciendo que se concentrara en el tema en cuestión.

Sólo podía culparse a sí mismo por lo que había sucedido esta noche. Bueno, y a Hamish. Pero una vez que localizara a su segundo en mando errante, habría mucho que pagar.

Hacer picadillo a Manus, no traería de vuelta a su protegida, no revertiría lo sucedido.

—¡Ah, mierda!— Maldijo Aiden y bajó su puño. —Fallé—. Alzó los ojos para encontrarse con la mirada de Manus, pero en lugar de una mirada burlona, reconoció un destello de compasión.

Manus se empujó del refrigerador y pasó junto a él. —Acostúmbrate.

Aiden lo tomó por el hombro y le dio la vuelta. —¿Qué quieres decir?

—¿No has visto los informes que vienen de los otros complejos?

—¿Y cuándo crees que habría tenido tiempo de leer los estúpidos informes?— Había estado en esa misión durante varias semanas y apenas tuvo tiempo de apresurarse a volver al recinto para enterarse de las novedades urgentes.

Aiden limpió la sangre de su boca y miró a los otros en la sala.

Pearce se aclaró la voz. —Los demonios están cada vez más fuertes. Los otros complejos están informando de más… y más pérdidas.

Aiden sacudió la cabeza con incredulidad. —¿Cómo?

—De algún modo ellos parecen saber dónde están nuestros protegidos. A pesar de que estén camuflados, los encuentran.

—Eso no es posible—, protestó Aiden y miró a Logan y Enya. —Ellos no tienen esas capacidades. No pueden detectar nuestros encargos cuando están camuflados.

Enya asintió solemnemente. —Eso es correcto, ¿pero y si no necesitan esos sentidos? ¿Qué pasa si ellos tienen otra forma de saber dónde están nuestros encargos?

Como no quería seguir el razonamiento de Enya, Aiden tomó aire para estabilizarse. —No puedes decir eso.

Logan resopló. —Y ¿por qué no? Nuestras emociones no son tan diferentes a las de los seres humanos que estamos protegiendo. Entonces, ¿qué te hace pensar que todos podemos resistir la tentación?

—Pero eso es para lo que estamos capacitados...— la voz de Aiden se perdió. Él tragó la sequedad de su garganta. Su siguiente pensamiento surgió de la nada. —Sin embargo, Hamish. No puedes decir que... y los demonios...

—Él no estuvo allí para apoyarte. ¿Y cómo encontraron los demonios a tu protegida de todos modos cuando dices que la camuflaste?—, preguntó Logan.

—Quién mejor para saber dónde estás en todo momento que tu segundo en mando—, añadió Manus.

—¿Un traidor? ¿Crees que Hamish me vendió a los demonios?

Cuando las palabras salieron de sus labios, su corazón se apretó dolorosamente. Aiden buscó apoyo en la encimera de la cocina, con las rodillas cediendo ante la presión. No podía ser posible. Hamish era como un hermano para él. Un hermano con el que a menudo discutía, pero un hermano de todas maneras.

—Tenemos que encontrarlo—. Él miró a Pearce. —Hay que encontrar su celular. Tal vez él está herido en alguna parte. Puso todas sus esperanzas en las últimas palabras. Era mejor pensar que la razón por la que Hamish no había aparecido para ayudarlo era que estaba herido. La otra posibilidad, de que se había pasado con los demonios, era demasiado terrible para contemplarla.

4

 

Barclay dejó caer el mazo y llamó al orden en la cámara del consejo. El murmullo de sus compañeros miembros del consejo disminuyó gradualmente. Cuando finalmente estuvieron en silencio, miró hacia los rostros de los hombres y mujeres que se sentaban alrededor de la mesa, construida en un semicírculo. Todos ellos eran Guardianes Invisibles experimentados, siete hombres y dos mujeres con un gran conocimiento y habilidad, que habían servido bien a su gente durante muchos siglos. Habían sido seleccionados individualmente para formar parte del Consejo de Nueve, el cuerpo gobernante de su antigua raza. Juez, jurado y verdugo en uno, el consejo llevaba una pesada carga. Sin embargo, cada miembro se hacía cargo de su deber con orgullo.