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A la hora de comer
 ¿qué nos preocupa? 

Carlos Blanco


Fondo de Cultura Económica

Primera edición (La Ciencia desde México), 2005
Primera edición electrónica, 2011

La Ciencia para Todos es proyecto y propiedad del Fondo de Cultura Económica, al que pertenecen también sus derechos. Se publica con los auspicios de la Secretaría de Educación Pública y del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología.

D. R. © 2005, Fondo de Cultura Económica
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ISBN 978-607-16-0326-5 (ePub)
ISBN 978-968-16-7516-5 (impreso)

Hecho en México - Made in Mexico

La Ciencia para Todos

Desde el nacimiento de la colección de divulgación científica del Fondo de Cultura Económica en 1986, ésta ha mantenido un ritmo siempre ascendente que ha superado las aspiraciones de las personas e instituciones que la hicieron posible. Los científicos siempre han aportado material, con lo que han sumado a su trabajo la incursión en un campo nuevo: escribir de modo que los temas más complejos y casi inaccesibles puedan ser entendidos por los estudiantes y los lectores sin formación científica.

A los diez años de este fructífero trabajo se dio un paso adelante, que consistió en abrir la colección a los creadores de la ciencia que se piensa y crea en todos los ámbitos de la lengua española —y ahora también del portugués—, razón por la cual tomó el nombre de La Ciencia para Todos.

Del Río Bravo al Cabo de Hornos y, a través de la mar Océano, a la Península Ibérica, está en marcha un ejército integrado por un vasto número de investigadores, científicos y técnicos, que extienden sus actividades por todos los campos de la ciencia moderna, la cual se encuentra en plena revolución y continuamente va cambiando nuestra forma de pensar y observar cuanto nos rodea.

La internacionalización de La Ciencia para Todos no es sólo en extensión sino en profundidad. Es necesario pensar una ciencia en nuestros idiomas que, de acuerdo con nuestra tradición humanista, crezca sin olvidar al hombre, que es, en última instancia, su fin. Y, en consecuencia, su propósito principal es poner el pensamiento científico en manos de nuestros jóvenes, quienes, al llegar su turno, crearán una ciencia que, sin desdeñar a ninguna otra, lleve la impronta de nuestros pueblos.

Comité de Selección

Dr. Antonio Alonso
Dr. Francisco Bolívar Zapata
Dr. Javier Bracho
Dr. Juan Luis Cifuentes
Dra. Rosalinda Contreras
Dr. Jorge Flores Valdés
Dr. Juan Ramón de la Fuente
Dr. Leopoldo García-Colín Scherer
Dr. Adolfo Guzmán Arenas
Dr. Gonzalo Halffter
Dr. Jaime Martuscelli
Dra. Isaura Meza
Dr. José Luis Moran López
Dr. Héctor Nava Jaimes
Dr. Manuel Peimbert
Dr. José Antonio de la Peña
Dr. Ruy Pérez Tamayo
Dr. Julio Rubio Oca
Dr. José Sarukhán
Dr. Guillermo Soberón
Dr. Elias Trabulse

Coordinadora

María del Carmen Farías R.

DEDICATORIA

A don Pancho Fosado y a los demás conscientes agricultores que nos han dado de comer durante todos estos años.

A los que aquí colaboran: Andrés Vargas, Antonio Fosado, David Lugo, Eduardo Occelli, Ernesto Aguilar, Eulalia Montero (QEPD), Gerardo Hernández, Héctor Tarango, Jorge H. Salinas, Laura Occelli, Luis García, Oscar Rojas, Palemón Terán, Susana Fredín, y a Javier Blanco Rabel por sus ilustraciones, mil gracias a todos.

Introducción

A la hora de comer tal vez lo que nos preocupe, como se dice en México, sean las tres B: Bueno, Bonito y Barato. A lo que en estos tiempos habría que añadir y Limpio. ¿Cuál de esas tres B, o la L, es más importante para nosotros? ¿Cuál sería su orden de importancia?

Mi intención en este libro es mostrar el panorama de la producción de alimentos desde el lado de los técnicos, de las personas que trabajan en el campo, que viven de él, para que el lector cuente con información y algunos ejemplos que ayuden a equilibrar su criterio sobre el publicitado deterioro del medio ambiente que los medios de comunicación y grupos ambientalistas señalan repetidamente en lo referente a la agricultura y en especial al uso de plaguicidas. Considero que tales informes necesitan de mayor investigación. ¿Por qué envenenamos nuestra comida? y, sobre todo, requieren plantear alternativas ¿cómo obtener alimentos más limpios? Existen innumerables trabajos que tratan los problemas que produce el abuso de plaguicidas. Aunque la mayoría están poco documentados o son alarmistas, también los hay serios. Lo que causa mucha curiosidad es que exista muy poca información sobre el posible beneficio que estos productos puedan tener en la salud humana y el ambiente, y sobre todo, en la producción de alimentos. Sólo conozco un par de ejemplos que exploran estas cuestiones.

Este trabajo se dirige principalmente a la situación en que se encuentra la agricultura intensiva, que requiere mayor cantidad de agroquímicos y que produce la mayor parte de nuestros alimentos. Mi intención es mostrar el panorama tal como lo vemos los técnicos agrícolas, asimismo, presentar algunos aspectos tal vez desconocidos para la mayoría del público, sin dejar de pensar que tenemos muchos problemas y fallas, y que lo que hagamos o dejemos de hacer repercute también en nosotros, que en alguna medida formamos parte del sistema de producción de alimentos, los que más directamente entramos en contacto con las sustancias agroquímicas. He omitido casi por completo los riesgos a la salud que el uso de sustancias agroquímicas puede ocasionar y la lamentable situación de contaminación, deterioro ambiental, negligencia e ignorancia que se da en algunos lugares o en ciertos momentos en el campo mexicano; para ello habrá que prestar atención a los grupos ambientalistas antes mencionados que vigilan nuestro quehacer y nos advierten de nuestras fallas, pero también habría que presionarnos todos para que encontremos soluciones y seamos capaces de dar información veraz y objetiva, que trabajemos unidos y no en calidad de rivales.

La producción de alimentos en México enfrenta muchísimos problemas: más de 10% de la superficie cultivable nacional se dedica a la producción de alimentos y sin embargo, no es suficiente para abastecer la demanda interna, tal es el caso del maíz, pues esta área de cultivo tiene que competir por espacio con nuestras ciudades, pastizales y zonas aún no pobladas o desarrolladas.

Se utilizan más de 60 mil toneladas de plaguicidas al año en México, lo que tiene una influencia directa en el ambiente. En 44 años nuestra población se habrá duplicado, así como nuestras necesidades alimenticias; faltarán entonces espacio y alimento. El agua casi no alcanza para regar el campo y el uso doméstico y la lista de necesidades podría continuar. Así es que, lector, te invito a que analicemos lo que cada uno puede hacer para aminorar el uso de productos agroquímicos.

Considero mi responsabilidad como técnico agrícola, hacer pública la información sobre el tema antes enuncido y apoyarme en la opinión de muchos colegas, para demostrar que los profesionales de la agricultura no nos hemos quedado sin enjuiciar los beneficios y perjuicios que los plaguicidas pueden ejercer sobre la producción de alimentos, la salud y el ambiente. Pensemos que, de las actividades humanas, la agricultura es sin duda la más importante, puesto que es la fuente de alimento primordial. La población debe ser alimentada y ya no hay suficientes ecosistemas sin alteraciones que proporcionen las condiciones para que volvamos a ser cazadores-recolectores. La próxima vez que vaya a comprar verduras o frutas haga el análisis de sus criterios de selección, ¿lo más bonito, lo más barato, a costa de qué?

Siento, y aquí reflejo también la opinión de muchos colegas que me han pedido que continúe con este trabajo de divulgación, que todos tenemos qué ver en este tema. Nosotros los técnicos que manejamos las recomendaciones de uso de los plaguicidas, y el público en general que espera de la tarea agrícola productos con características difícilmente alcanzables (de apariencia perfecta) sin fuertes insumos (como los plaguicidas), frutos muy bonitos, muy baratos. Las dos partes necesitamos trabajar unidas.

Permitáseme adelantarme al argumento clásico en contra de lo que planeo describir en este trabajo, y que dice: “el problema alimentario no es la falta de producción, sino el abastecimiento, hay suficiente comida en el mundo, pero mal repartida”. ¿No cabría pensar en lo siguiente? Los alimentos se echan a perder cuando se almacenan o se transportan, su transportación necesita de energía, por lo general hidrocarburos que son otra fuente de contaminación; no todo el mundo come lo mismo y además ¿qué pasaría con quienes se dedican a la agricultura si se solucionara el problema importando? ¿Qué sucedería con el área que ya está dedicada a la agricultura, se transformaría rápidamente en bosque o pastizal o su capacidad de regeneración ya ha sido alterada? ¿Tenemos suficiente información sobre la sucesión biológica para determinar qué pasará con la tierra abandonada? ¿Acaso nunca hemos experimentado una catástrofe natural que provoque la destrucción de cultivos como inundaciones, sequías, plagas, etcétera y que eso cause hambruna? Así que para utilizar bien dicho argumento, se le habría que modificar de modo que dijera algo así como: “El problema alimentario no es la falta de producción, sino el abastecimiento de productos que lleguen en buen estado, cuyo transporte sea económicamente factible y no contamine, que sea la comida que la gente prefiera y a tiempo, y los gobiernos tengan voluntad de hacer el trabajo de repartir los alimentos equitativamente y que esto no cause desempleo”, en el caso de que en realidad producimos suficiente comida para todos. Utilicemos el agua como ayuda a la reflexión sobre esta situación de disponibilidad: ¿cómo es posible que me limiten el suministro de agua en mi casa, si hay agua en abundancia en los mares y México tiene un litoral de miles de kilómetros? ¿Por qué no importamos un iceberg de alguno de los polos? El Polo Norte queda más cerca, y para cuando el iceberg llegue a nuestras costas todavía tendría suficiente hielo. ¿Por qué se habrá hecho tanta publicidad al descubrimiento de que hubo agua en el planeta Marte, la pensaremos traer de ahí? El agua, así como los alimentos que integran este escenario, no están siempre a mano por razones económicas, físicas, geográficas, culturales y políticas. Lo que sí se puede afirmar es que hay gente en el mundo que muere de hambre y de sed.

Espero que los siguientes conceptos puedan servir como marco de reflexión para darnos cuenta de que la agricultura es una actividad humana vital y que los plaguicidas en la mayoría de las ocasiones tienen un papel necesario en ella para lograr las metas que se describen más adelante, pero, ¿tales metas tienen justificación?

Antes de que pierda su atención y termine aquí el interés por este trabajo, haga la siguiente consideración: es obvio que la mayoría de los plaguicidas se utilizan para aumentar la productividad, pero una gran parte de ellos sólo para satisfacer nuestras demanda de productos que no estén dañados por plagas, sin imperfecciones, de muy bonita apariencia. ¿Estaría dispuesto a aceptar una comida con menores estándares de calidad? ¿Le molestaría ver en sus verduras algún insecto que sabe que no le va a hacer daño y que con sólo quitarlo el problema desaparece? ¿Le tiene mucho asco a los “bichos”? ¿Cree que al maíz que se utiliza en las tortillas se le quitan los insectos antes de hacerlo harina o nixtamal? ¿Me creería que hay insectos tan pequeños que pasan desapercibidos y son parte de nuestra dieta diaria? ¿Sabe que hay ácaros microscópicos que viven en la piel de la cara, que son benéficos y que por más que se lave la cara no desaparecen?

Si está por abandonar el libro y piensa hacer algo más que una crítica estéril, propongo tres vías posibles para que ayude a cambiar las cosas: 1) deje de exigir productos sin daño de plagas, 2) apoye a los productores que se preocupan por no utilizar plaguicidas innecesariamente, los que practican control biológico o manejo integrado de plagas, y prefiere sus productos, y 3) reconozca y escuche a los científicos de nuestro país que trabajan en busca de técnicas que produzcan mayor cantidad y calidad de comida a menor costo económico y ambiental.

El presente trabajo está dividido en dos partes generales: 1) la situación actual que guarda el uso de los plaguicidas, que abarca los capítulos I-V, y 2) las propuestas de soluciones a los capítulos VI y VII, que leerá si he podido captar su interés.

Referencias

The pesticide conspiracy, Robert Van Den Bosch, 1978. University of California Press.

The stork and the plow, de Paul R. Ehrlich, Anne H. Ehrlich y Gretchen C. Daily, 1995. G. P. Putnam’s Sons Publishers.

Saving the planet with pesticides and plastics, Dennis T. Avery. 1995. Hudson Institute, Indianapolis, Indiana.

Feeding the World, Vaclav Smil. 2000. The MIT Press, Cambridge, MA.