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Rafael Ayala & Camilo Cruz

EL VIAJE

Siete pasos para diseñar y disfrutar una vida con propósito

TALLER DEL ÉXITO

 

 

 

 

 

 

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EL VIAJE

Copyright © 2007 · Rafael Ayala, Dr. Camilo Cruz y Taller del Éxito Inc.

 

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, distribuida o transmitida, por ninguna forma o medio, incluyendo: fotocopiado, grabación o cualquier otro método electrónico o mecánico, sin la autorización previa por escrito del autor o editor, excepto en el caso de breves reseñas utilizadas en críticas literarias y ciertos usos no comerciales dispuestos por la ley de derechos de autor. Para solicitud depermisos, comuníquese con el editor a la dirección abajo mencionada:

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www.tallerdelexito.com

 

Editorial dedicada a la difusión de libros y audiolibros de desarrollo personal, crecimiento personal, liderazgo y motivación.

Diseño de portada: Diego Cruz

ISBN-13: 978-1-93105-975-6

ISBN-10: 1-931059-75-6

 

Epub x Publidisa

Primera edición

 

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INTRODUCCIÓN

VIDA

Muy cerca de mi ocaso, ¡yo te bendigo, Vida! Porque nunca me diste ni esperanza fallida ni trabajos injustos, ni pena inmerecida. Porque veo al final de mi rudo camino: que yo fui el arquitecto de mi propio destino; que si extraje las mieles o la hiel de las cosas fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas: cuando planté rosales siempre coseché rosas.

Cierto: a mis lozanías va a seguir el invierno; ¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!

Hallé sin duda, largas las noches de mis penas; ¡mas no me prometiste tú sólo noches buenas! Y en cambio tuve algunas santamente serenas.

Amé. Fui amado. El sol acarició mi faz.

Vida: Nada me debes.

Vida: Estamos en paz.

 

—Amado Nervo

 

El viaje de la vida

 

El gran escritor argentino, y premio Nobel de literatura, Jorge Luis Borges, solía decir que las grandes metáforas literarias eran aquéllas que describían ideas esenciales en la vida del ser humano. El pensar en la vida como en un viaje, es una de esas ideas esenciales con la cual todos podemos identificarnos. La vida –refiriéndonos a nuestro paso por este mundo— es indudablemente un viaje; un recorrido que comienza el día de nuestro nacimiento y se prolonga hasta el día de nuestra muerte.

En cierta ocasión un conferencista empezó su presentación ante una audiencia con las siguientes palabras: “A pesar de las diferencias en edades, sexo, costumbres, creencias religiosas y procedencia de todos los que nos encontramos en este auditorio, hay por lo menos una cosa que absolutamente todos nosotros tenemos en común, en cien años todos habremos muerto”.

Esta observación pretendía dejar lo suficientemente claro una de las más importantes ideas sobre nuestro paso por la vida, el hecho de que este viaje dentro de los confines del planeta tiene un fin, no es infinito.

Sin embargo, para la gran mayoría de los seres humanos, su preocupación más grande acerca de esta travesía no tiene que ver con su finitud –todos aceptamos que un día moriremos—, sino con el significado que su vida haya tenido. Así no seamos concientes de ello, los seres humanos nos sentimos retados por la idea de aprovechar nuestro potencial a plenitud, vivir una vida con propósito y dejar este mundo un poco mejor de lo que lo hemos encontrado.

Como autores, cuando nos reunimos por primera vez a hablar sobre escribir este libro, había dos elementos que los dos teníamos muy claros y sobre los cuales estábamos en total acuerdo: Primero, que si el destino final es el mismo –y es inalterable—, entonces lo verdaderamente relevante es la decisión sobre la manera como queremos realizar dicho viaje. Segundo, que el tiempo que pasaremos en la eternidad es mucho más importante que la brevedad de nuestro paso por el mundo. Sin embargo, dónde y cómo pasemos esa eternidad depende de lo que decidamos hacer aquí y ahora.

En nuestro interior hay un ferviente deseo de aprovechar al máximo el viaje por esta vida y por invitarle a que también su travesía esté llena de sentido y satisfacción. Por esta razón siempre debemos preguntarnos qué significado queremos darle a nuestra vida, ¿cuál es nuestra misión personal de vida? ¿Qué podemos hacer para diseñar una vida con propósito?

Como bien dice Amado Nervo, todos somos arquitectos de nuestro propio destino. Todos cosechamos el tipo de vida que hemos ido tejiendo con nuestras decisiones, o indecisiones, diarias. Es claro que siempre llegaremos al lugar que, consciente o inconscientemente, hayamos elegido como destino. Si dicho lugar es el resultado de una decisión consciente y deliberada, nuestro viaje nos traerá grandes satisfacciones. De otro lado, si no planeamos nuestro viaje es muy posible que terminemos en un lugar al cual nunca quisimos llegar.

Tristemente, muchas personas delegan la importante tarea de determinar su propio destino a la suerte, las circunstancias o a otras personas. ¡Tenga cuidado! Si no toma el tiempo para decidir hacia donde va no se queje del lugar donde ha llegado, ya que ha sido su decisión.

Sin embargo, nuestro viaje no tiene por qué ser así. Hoy mismo podemos corregir el rumbo. Hay esperanza para todos aquellos viajeros deseosos de vivir una vida con propósito. Sobran los ejemplos de personas que retomaron el camino, inclusive en una edad en la que otros creían que no era posible hacerlo. La vida es generosa con aquéllos que se atreven a tomar el timón de su embarcación.

Así que, bienvenido a este hermoso viaje de auto descubrimiento. Le invitamos a descubrir la grandeza de su ser interior y las oportunidades que se encuentran a su alrededor, bajo la perspectiva de la libertad, la responsabilidad, la esperanza y la posibilidad. Tome su brújula, desempolve los mapas, y emprenda con nosotros esta aventura. Estamos totalmente convencidos que los siete pasos que encontrará a continuación le ayudarán a diseñar y disfrutar una vida con propósito.

Con nuestros mejores deseos para su vida,

Los autores.

.Primer Paso:

Defina el destino y el propósito de su viaje

“Y el Señor me respondió y dijo: Escribe la visión, y declárala en tablas, para que corra el que leyere en ella. Aunque la visión tardará aún por un tiempo, mas se apresura hacia el fin, y no mentirá; aunque tardare, espéralo, porque sin duda vendrá, no tardará”.

—Habacuc

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Todos nos estamos moviendo, ya sea hacia adelante, hacia atrás o hacia los lados. Nunca estamos estáticos; o avanzamos hacia la realización de nuestros sueños o nos alejamos de ellos, puesto que el tiempo no espera y los días continúan transcurriendo.

Durante los primeros años de vida, nuestros padres deciden por nosotros. Pero en algún momento, entre nuestra niñez y nuestra adolescencia, comenzamos a tener una mejor idea sobre lo que queremos llegar a ser, hacer, tener, conocer o aprender. Nuestros sueños comienzan a adquirir mayor claridad. Y aunque muchos salimos tras dichas metas con decisión, otros permitimos que los demás continúen eligiendo por nosotros. Relegamos esta importante tarea a nuestros profesores, a nuestra pareja, a nuestros jefes o a veces, a perfectos desconocidos.

Con el tiempo, olvidamos nuestras metas y nuestro propósito de vida, y nos dedicamos simplemente a consumir días. Nuestros sueños se marchitan y el entusiasmo parece esfumarse. ¿Conoce alguna persona que haya olvidado su propósito de vida y se haya resignado a sobrevivir? Sin darnos cuenta, caemos en la monotonía de la rutina diaria y olvidamos la verdadera razón de cada actividad en la que participamos. Ingresamos en lo que denominamos “el círculo mortal de la vida diaria”.

Cada mañana nos despertamos con la alarma del reloj para desayunar, arreglarnos e irnos a trabajar. Trabajamos para ganar el dinero que nos permita suplir nuestras necesidades básicas. Obviamente, la necesidad a la que destinamos primeramente nuestros ingresos es al sustento. Nos alimentamos para seguir vivos de manera que al día siguiente podamos ir nuevamente a trabajar.

Ese es el círculo mortal de la vida diaria. ¡Levantarse para trabajar, para ganar dinero, para comprar comida, para seguir vivos, para ir a trabajar al día siguiente! Así vivimos cuando no tenemos un propósito claro y específico en nuestra vida.

La Biblia nos recuerda: “Donde no hay visión el pueblo se extravía”. Así, una persona que no tenga clara y específica su misión de vida, es como un viajero que parte con rumbo incierto, confiando en que el destino le llevará al lugar apropiado. Vivir sin un propósito es como partir a un largo viaje sin saber el lugar de llegada, ni planear las escalas necesarias; sin determinar el medio de transporte o saber si se cuenta con los recursos necesarios para el viaje. Como aventura, puede parecer atractiva, pero en la vida real no lo es. Aquellos que optan por vivir de esta manera, descubren que, en la gran mayoría de los casos, la aventura tiende a convertirse en pesadilla.

Es común encontrar personas que nunca definieron propósitos o metas y, posteriormente, con resentimiento culpan al destino de haberles jugado un mala pasada. “Que suerte la mía”, “ni modo, estaría de Dios que nos quedáramos aquí”, “seguramente es su voluntad que aquí pasemos el resto de nuestro viaje”.

El rey Salomón, descrito como el más sabio de los hombres, escribió en su libro de los Proverbios: “la necedad del hombre le hace perder el camino, y luego el hombre le echa la culpa al Señor” (Proverbios 19:3). Muchos de nosotros, convenientemente, responsabilizamos a Dios por nuestra decisión de no ejercer el libre albedrío sobre nuestra vida con el cual Él nos ha dotado. Todo comienza con nuestra decisión de aceptar un cien por ciento de la responsabilidad por nuestro éxito personal.

La correspondencia entre sus logros y su propósito de vida

Por precisas que sean sus metas y puntuales los objetivos que persigue, si no están guiados por un propósito de vida claro, los resultados que obtenga serán impredecibles.

La historia del empresario sueco Alfredo Nobel es un gran ejemplo de esto. Ella ilustra la importancia de examinar periódicamente si el sitio hacia donde estamos caminando es el lugar al cual verdaderamente deseamos llegar. No es suficiente contar con metas claras. Como Nobel lo descubriera, es posible alcanzar diferentes metas a lo largo de nuestra vida, sólo para descubrir más tarde, que éstas no responden realmente a nuestros deseos y aspiraciones.

En su testamento, Nobel –quien murió en 1896— dejó definido, por lo menos en parte, su propósito de vida con estas palabras: “mi deseo es fomentar la paz y combatir la guerra”. En él, Nóbel dispuso que las rentas de su fortuna fueran distribuidas anualmente en cinco premios que habrían de adjudicarse a aquellas personas que hubiesen efectuado aportes valiosos en los campos de las ciencias químicas y físicas, la medicina, la economía y la literatura, y que hubiesen trabajado en pos de la paz y la concordia entre los pueblos.

A pesar de lo loable de su misión, lo cierto es que ésta no siempre fue la luz que lo guió. Alfredo Nobel, quien también era químico, había trabajado durante casi toda su vida en el perfeccionamiento práctico de explosivos para usos pacíficos. Este trabajo había culminado con la invención de la dinamita, lo cual resultaba paradójico en un hombre tan sensible, humano y amante de la paz como él solía calificarse. Sin embargo, cada uno de los explosivos que Nobel descubriera y fabricara, poco a poco eran adoptados en el campo bélico, al punto que la prensa le acusó de traficar con la guerra.

Lo cierto era que Nobel odiaba la guerra. El ver el uso que se le estaba dando a sus descubrimientos lo llevó incluso a pensar en encontrar lo que él llamaba “explosivos de seguridad destinados a la paz”.

“…Me agradaría inventar una sustancia o una máquina de devastación tan espantosa, que por el solo temor que inspirase, hiciese imposible las guerras…”. Así escribía Nobel en una de sus cartas a su amiga, la condesa Berta Kinsky.

Es obvio que hasta ese momento, las metas y logros de Nobel en el campo de los explosivos no estaban contribuyendo con la que más tarde adoptaría como su misión de vida. Sin embargo, un hecho muy curioso habría de ocurrir en la vida de este hombre, que le obligaría a examinar si sus acciones iban de acuerdo con su misión y, más aún, le exigiría tomar serias decisiones sobre su futuro.

Sucedió que uno de sus hermanos murió durante una explosión en una de sus fábricas. Con la confusión del accidente, los periódicos cometieron el error de creer que quien había muerto era Alfredo. Así que Nobel tuvo la macabra oportunidad de leer lo que la prensa había publicado acerca de él, su vida y su legado.

Como era de esperarse, el periódico se concentró en los usos bélicos de la dinamita, en la destrucción y en las muertes que ella ocasionaba. Alfredo Nobel quedó hundido en una profunda tristeza al conocer la manera como sería recordado después de su muerte. Reflexionó largamente acerca de cómo sus logros, celebrados por algunos y criticados por otros, habían terminado por llevarle en dirección opuesta a su verdadero propósito de vida.

Inspirado por aquel incidente, Nobel vio lo errado que estaba al querer ganarse la voluntad de los hombres por el terror y decidió trabajar para borrar esta imagen de traficante de guerra por una de promotor de paz. Esta oportunidad de rediseñar su vida le llevó a concebir la idea de un “premio pro-paz”, e incluso, a concebir la idea de imprimir un periódico que fuese portavoz del pacifismo universal.

Es así como, aún hoy, la concesión del premio Nobel es concebida como el máximo galardón al cual pueda aspirarse. El recuerdo que hoy evoca el nombre de Nobel y su premio Nobel de la Paz, fue el resultado de él haber tomado el tiempo para redescubrir su misión de vida. Debido a esto, hoy perdura y perdurará a través de los años la obra de amor y paz y la verdadera misión de vida, de quien patentara el más potente explosivo de su época.

El principio de la doble y triple creación

¿Puede imaginar un piloto de avión sin un destino definido y un plan de vuelo?, ¿o a los empleados de una ensambladora de automóviles sin el diseño del vehículo que están armando? Observar algo así sería ridículo, sin sentido. Igual de absurdo resulta que transitemos por la vida sin conocer clara y específicamente nuestro propósito de vida.

Las personas de éxito son concientes de la importancia que tiene el crear una imagen clara de lo que desean alcanzar y de permitir que cada acción que emprendan esté guiada por esta visión. Tener un propósito para nuestra vida va más allá de simplemente saber cuál es nuestra misión; implica cristalizarla mentalmente, imaginarla tan nítidamente como nos sea posible. Cuando pensamos en establecer un destino de viaje, no reproducimos en nuestra mente una lista de palabras que describan tal lugar, sino que visualizamos una serie de imágenes del sitio al que deseamos llegar.

Si estamos planeando unas vacaciones, al pensar y hablar sobre el viaje, nuestra mente no se limita a ver el nombre de la ciudad a la que iremos. Ella hace muchos más que eso; visualiza lugares específicos y piensa en personas y actividades concretas. Esto se debe a que nuestros procesos mentales son visuales, no textuales.

Cuando escucha la palabra “avión” su cerebro no se imagina las letras a-v-i-ó-n juntas, sino que reproduce mentalmente la imagen de un avión. Así maneja el cerebro las ideas. Nuestra máquina procesadora de información es sumamente visual. Es mucho más fácil comprender y asimilar aquellos conceptos que podemos asociar con imágenes. Si le pedimos a un grupo de personas que imagine un atardecer en la playa, un castillo, o un hermoso jardín, aunque cada uno de ellos recree playas, castillos y jardines distintos, todos pueden imaginar claramente cada uno de esos escenarios. Si les solicitáramos que los dibujen o describan, seguramente podrían hacerlo con cierta facilidad.