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Campos de Dios y campos del hombre

Actividades económicas y políticas
de los jesuitas en el Casanare

Campos de Dios y campos del hombre. Actividades económicas y políticas de los jesuitas en el Casanare

Resumen

La temática central de este libro son las actividades económicas y políticas de los jesuitas en los llanos del Casanare, Meta y Arauca, con énfasis en el complejo económico y administrativo allí formado a partir de las misiones, pueblos y haciendas, y en el control geopolítico que tuvieron los jesuitas en esta zona, en dos momentos 1625-1628 y 1659-1767, teniendo muy en cuenta la historia de la Compañía desde su fundación en el siglo xvi hasta la expulsión en el siglo xviii, para terminar con el destino de esas propiedades hasta 1810. Este trabajo tiene como base la historiografía oficial, de la época y reciente, de la Compañía de Jesús; de las obras escritas por historiadores y antropólogos; así como de una buena cantidad de fuentes primarias.

Palabras clave: jesuitas, misiones, haciendas, pueblos, Casanare, Meta, Arauca.

Fields of God and fields of man. Economic and political activities of the Jesuits in Casanare

Abstract

The central theme of this book is the economic and political activities of the Jesuits in the plains of Casanare, Meta, and Arauca, with an emphasis on the economic and administrative complex they formed there based on missions, villages, and haciendas, as well as the Jesuit geopolitical control in this area, in two different moments (1625-1628 and 1659-1767), taking into account the history of the Company from its foundation in the sixteenth century until the expulsion of the Jesuits in the eighteenth century, to end with a look at the fate of these properties until 1810. This work is based on official historiography of the Society of Jesus, written in the period and more recently; scholarly works by historians and anthropologists; as well as a good number of primary sources.

Keywords:  Jesuits, missions, haciendas, villages, Casanare, Meta, Arauca.

Citación sugerida

RUEDA ENCISO, José Eduardo. Campos de Dios y campos del hombre. Actividades económicas y políticas de los jesuitas en el Casanare. Bogotá: Editorial Universidad del Rosario, 2018.

DOI: doi.org/10.12804/th9789587841589

Campos de Dios y
campos del hombre

Actividades económicas y políticas
de los jesuitas en el Casanare

José Eduardo Rueda Enciso

Rueda Enciso, José Eduardo

Campos de Dios y campos del hombre. Actividades económicas y políticas de los jesuitas en el Casanare / José Eduardo Rueda Enciso -- Bogotá: Editorial Universidad del Rosario, 2018.

xviii, 394 páginas.

Incluye referencias bibliográficas.

Jesuitas en Colombia -- historia -- Casanare (Colombia) / Ordenes religiosas -- historia -- Mompox (Colombia) / Misiones jesuisticas / I. Universidad del Rosario. / II. Título / III. Serie

255.86146  SCDD 20

Catalogación en la fuente – Universidad del Rosario. CRAI

LAC  Noviembre 13 de 2018

Hecho el depósito legal que marca el Decreto 460 de 1995

 

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Ciencias Humanas

 

© Editorial Universidad del Rosario

© Universidad del Rosario

© José Eduardo Rueda Enciso

© Fernán E. González, S. J., por la Presentación

 

 

Editorial Universidad del Rosario

Carrera 7 No. 12B-41, of. 501
Tel.: 2970200 Ext. 3112

editorial.urosario.edu.co

 

Primera edición: Bogotá, D. C., diciembre de 2018

 

ISBN: 978-958-784-157-2 (impreso)

ISBN: 978-958-784-158-9 (ePub)

ISBN: 978-958-784-159-6 (pdf)

DOI: doi.org/10.12804/th9789587841589

 

Coordinación editorial: Editorial Universidad del Rosario

Corrección de estilo: Lina Morales

Diagramación: Martha Echeverry

Diseño de cubierta: David Reyes - Precolombi UE

Desarrollo ePub: Lápiz Blanco S. A. S.

 

Hecho en Colombia

Made in Colombia

 

Los conceptos y opiniones de esta obra son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no comprometen a la Universidad ni sus políticas institucionales.

El contenido de este libro fue sometido al proceso de evaluación de pares, para garantizar los altos estándares académicos. Para conocer las políticas completas visitar: editorial.urosario.edu.co

Todos los derechos reservados. Esta obra no puede ser reproducida sin el permiso previo escrito de la Editorial Universidad del Rosario.

Autor

JOSÉ EDUARDO RUEDA ENCISO

(Bogotá, 1957). Antropólogo egresado de la Universidad Nacional de Colombia (1984), magíster en Historia Andina de la Universidad del Valle (1991). Docente de las universidades Nacional, de los Andes y Distrital. Colaborador del Boletín Cultural y Bibliográfico, Credencial Historia, Lecturas Dominicales de El Tiempo y de varias revistas especializadas en antropología e historia. Investigador por contrato de la Fundación para la Promoción de la Investigación y la Tecnología, del Instituto Colombiano de Antropología e Historia, y ganador de la beca Francisco de Paula Santander. Profesor titular de la Escuela Superior de Administración Pública (ESAP). Autor de los libros: El trópico desmitificado. Hombre y naturaleza bajo el Iluminismo (Universidad Industrial de Santander, 2015); Juan Friede, 1901-1990: vida y obras de un caballero en el trópico (Instituto Colombiano de Antropología e Historia, 2009); y, en coautoría con Elías Gómez Contreras, La república liberal decimonónica en Cundinamarca, 1849-1886. Aspectos políticos y administrativos (ESAP, 2010).

Índice de tablas

Tabla 1.1.  Misiones urbanas de los jesuitas en 1753

Tabla 2.1.  Resumen: asignación de las parroquias serranía de Morcote, 1624-1628

Tabla 3.1.  Misiones iniciales provincia de Paraguay

Tabla 3.2.  Resumen: iniciales reducciones jesuíticas en Paraguay

Tabla 3.3.  Iniciales misiones jesuíticas en Uruguay

Tabla 4.1.  Superiores de la misión de los Llanos y Orinoco

Tabla 4.2.  Comparativa de la población indígena reducida a pueblo en las misiones del Casanare

Tabla 4.3.  Misiones en el río Meta

Tabla 4.4.  Superiores de las misiones del Meta

Tabla 6.1.  Nombres y sueldos de la escolta de las misiones del Casanare y lo recibido por ese concepto

Tabla 6.2.  Viviendas y otras instalaciones de la hacienda de Caribabare

Tabla 6.3.  Viviendas, otras instalaciones y características de la hacienda de Tocaría

Tabla 6.4.  Instalaciones de los hatos de la hacienda de Tocaría

Tabla 6.5.  Producción ganadera del complejo económico administrativo en 1767

Tabla 6.6.  Deudores de la hacienda de Caribabare, 1767

Tabla 8.1.  Superiores de las misiones del Orinoco

Tabla 8.2.  Misiones ignacianas en 1767 en la América española

Tabla 8.3.  Jesuitas expulsados de las provincias españolas en América

Tabla 9.1.  Sacas de ganado, 1768-1770

Tabla 9.2.  Indígenas concertados por las haciendas de Caribabare y Tocaría entre 1767 y 1782

Tabla 9.3.  Resultado avalúo 1793. Ganado caballar y mular

Tabla 9.4.  Resultado avalúo 1793. Ganado vacuno

Tabla 9.5.  Depreciación de Caribabare entre 1767 y 1793

Tabla 9.6.  Comparativa de valores haciendas mexicanas

Tabla 9.7.  Diferencias quince años después haciendas mexicanas

Tabla 10.1.  Estado pueblos, 1767

Tabla 10.2.  Distribución de los territorios misionales a partir de 1767

Tabla 10.3.  Conteo ganado de pueblos, 1783

Tabla 10.4.  Demografía 1805. Arimena

Índice de mapas

Mapa 1.1.  Localización de los cinco polos de desarrollo de los jesuitas en Suramérica

Mapa 2.1.  División geopolítica de los Llanos

Mapa 3.1.  Provincia jesuítica de Paraguay en el momento de su institución

Mapa 4.1.  Área de acción de los padres jesuitas en los llanos del Casanare, 1625-1767

Mapa 6.1.  Hacienda de Caribabare

Mapa 6.2.  Hacienda de Cravo

Mapa 6.3.  Haciendas jesuitas

Mapa 6.4.  Hacienda de Tocaría

Mapa 6.5.  Caminos ganaderos

Mapa 6.6.  Hacienda de Apiay

Mapa 8.1.  Territorio de las reducciones paraguayas en la primera mitad del siglo XVIII

Mapa 8.2.  Maynas antes de la expulsión de los jesuitas

Mapa 8.3.  Misiones y ciudades españolas de los Llanos para 1760

Mapa anexo 1.1.  Llanos de Colombia y Venezuela. Distribución misional antes de 1767

Mapa anexo 1.2.  Llanos de Colombia y Venezuela. Distribución misional después de 1767

A la memoria de Germán Colmenares

Cuando hablaste del rico

la aguja y el camello

y te votamos todos

por unanimidad para la Gloria

también alzó su mano el indio silencioso

que te respetaba pero se resistía

a pensar hágase tu voluntad…

MARIO BENEDETTI, Un padrenuestro latinoamericano.

Agradecimientos

La investigación básica de este trabajo fue realizada entre los años 1986 y 1989, en buena medida gracias a la colaboración financiera de la Fundación para la Promoción de la Investigación y la Tecnología del Banco de la República. La primera versión fue escrita como parte de la tesis Poblamiento y diversificación social en los llanos de Casanare y Meta entre 1767 y 1830 (Cali: Universidad del Valle. Maestría en Historia Andina, 1989). Una segunda fue redactada, entre 1992 y 1993, gracias al programa de becas Francisco de Paula Santander (tercera convocatoria) de Colcultura-Icetex. Las directivas y funcionarios de esas instituciones tienen todo mi reconocimiento.

La versión actual retoma las dos anteriores, se redactó entre abril y septiembre de 2017, como parte de mis labores como docente-investigador en la Escuela Superior de Administración Pública (ESAP). Por invitación de la profesora Adriana María Álzate Echeverri, presenté esa versión a la Editorial Universidad del Rosario. Una vez evaluado por dos jurados, que conceptuaron que el libro podía ser publicado, pero con modificaciones, procedí a hacer los cambios, entre febrero y junio de 2018, utilizando parte de mi carga académica en la ESAP. Gracias entonces a la decana de investigaciones Claudia Marisol Moreno Ojeda, a la profesora Adriana María Álzate, a los dos desconocidos evaluadores y a la Editorial Universidad del Rosario.

Durante los períodos en que se trabajó este texto hubo personas que me prestaron su apoyo académico y moral: mis padres y mi hermano; los profesores Magnus Mörner, José Escorcía, Antony MacFarlane, Augusto Gómez, Francisco Ortiz, Jane Rausch, María Eugenia Romero y Helena Pradilla. Mis amigos caleños: Margarita Garrido, Anita Ospina, Nelly Vallecilla, Alonso Valencia. Mis compañeras y compañeros de la Maestría en Historia Andina, en especial, Margarita Pacheco, Consuelo Restrepo y Guido Barona. Los amigos y compañeros de tantos años de vida atlética.

Tanto en la Fundación para la Promoción de la Investigación y la Tecnología como en la Universidad del Valle y Colcultura-Icetex conté con un tutor distinto: los doctores Camilo Domínguez, Jorge Orlando Melo y Fernán González, S. J., aportaron sus consejos, experiencias y conocimiento para que este trabajo tuviera un decoroso fin. Sin embargo, debo mencionar muy especialmente al maestro y amigo doctor Jorge Orlando Melo, pues en su carácter de director de tesis mostró una particular dedicación y preocupación excepcional. De todas formas, con los tres tengo una deuda de reconocimiento muy grande.

Finalmente, debo agradecer a las directivas y funcionarios del antiguo Archivo Nacional de Colombia (hoy General de la Nación), de la Biblioteca Nacional y del Cinep, su colaboración para la buena marcha del trabajo. Así mismo, a Gloria Vivas, que me ayudó en la transcripción de algunos documentos de archivo; a Magdalena Durán de Serpa e Irma Victoria Salazar, que se encargaron de pasar a limpio, en momentos distintos, los borradores. Los quince mapas y planos que acompañan la obra fueron elaborados, en diferentes épocas, por mi hermano Ignacio y por María Alejandra Montoya Fandiño. Para la redacción final, conté con la valiosa colaboración de Beatriz Guerrero.

Como ha sido una constante durante 23 años, mi hijo Camilo Ernesto ha sido un importante aliciente, y en los últimos 18, Susana, mi compañera de vida, que me ha sabido aguantar en las buenas y en las malas.

Presentación

Las actividades económicas y políticas asociadas a las misiones de los jesuitas en las zonas periféricas del Imperio colonial español han sido frecuentemente objeto de visiones polémicas y contradictorias. Para unos, se trataba de un intento sofisticado de explotación de la mano de obra indígena, mientras que, para otros, era una utopía realizada, un reino de Dios en la Tierra, que llevaba a cabo la petición de la oración del padrenuestro: así en la Tierra como en el cielo. No pocos hablan de experimento socialista, aunque sin soslayar los aspectos negativos, especialmente su carácter teocrático y el partir de la consideración de los indígenas como sempiternos menores de edad.

En ese marco polémico se inscribe el libro Campos de Dios y campos del hombre. Actividades económicas y políticas de los jesuitas en el Casanare, de José Eduardo Rueda Enciso, que recoge estudios y artículos anteriores del autor. Una visión inicial fue escrita en 1989 como parte de su tesis para la Maestría en Historia Andina, que entonces tenía su sede en la Universidad del Valle. La versión actual fue escrita en 1992, gracias al programa de becas Francisco de Paula Santander, de Colcultura-Icetex, que me nombró asesor del autor. Esto me permitió conocer de cerca el trabajo del autor y algunos artículos de revistas especializadas donde aparecieron avances de algunos de sus aspectos parciales. De ellos, los más conocidos son los que se refieren a los aspectos económicos y administrativos de las haciendas jesuíticas y a la lectura del complejo de las misiones y haciendas como un proyecto geopolítico que hubiera implicado una profunda modificación de la organización territorial del Imperio español en América, con consecuencias eventuales para las divisiones territoriales de las actuales naciones iberoamericanas.

Este enfoque le permite a Rueda retomar una característica central de la mentalidad y las actividades de la Compañía de Jesús: la fidelidad a la tierra, que distingue los esfuerzos apostólicos de los jesuitas de otros intentos utópicos. Las misiones jesuíticas, cuyo ejemplo más conocido y controvertido es el de las reducciones de Paraguay, son un intento de realizar el reino de Dios en la Tierra, pero con los pies en el suelo. Para la evangelización de los aborígenes, los jesuitas no se apoyaron en el poder de los encomenderos y hacendados, a los cuales se les asignaban aborígenes para su explotación económica, ni en el apoyo económico del erario español, que solo esporádicamente estaba en condiciones de financiar a los misioneros; sino que buscaron que las misiones tuvieran una autofinanciación que les permitía cierta autonomía frente al poder local de encomenderos y hacendados, e incluso frente a la influencia de la propia jerarquía de la Iglesia católica. Para lograr tal autonomía económica y política, los jesuitas requerían de un constante cabildeo o lobby tanto en la Corte de Madrid como en las sedes de virreinatos, presidencias, capitanías o audiencias en Hispanoamérica. Por ejemplo, las misiones del Casanare no se hubieran podido establecer sin el apoyo del presidente Egües y Beaumont. Obviamente, este estilo de funcionamiento les granjeaba a los jesuitas no pocas enemistades en los dos ámbitos de poder, que explican los conflictos políticos que despertaban.

Rueda parte de la historiografía oficial de los jesuitas (las obras de Pedro de Mercado, 1701, y Juan Rivero, 1736, en la época colonial, y de Juan Manuel Pacheco en este siglo), pero señalando distancias frente al etnocentrismo con que estos jesuitas miran a los aborígenes, cuya cultura no es mirada en sí misma, sino desde la perspectiva moral y cultural del observador jesuita. En este sentido, la mirada más pluralista de Rueda, como antropólogo moderno, permite evidenciar las limitaciones de esa historia oficial, bastante apologética y ultradefensiva para el historiador moderno. Por otra parte, Rueda enfatiza aspectos que Pacheco descuida, como el relativo al funcionamiento organizativo y económico de las haciendas, tan importante para la comprensión de la historia posterior de los Llanos. Otro aspecto soslayado por la historiografía oficial es el geopolítico, que tiene aspectos económicos y políticos que podrían despertar ulteriores controversias, y alimentar probablemente a los autores que, por razones políticas, económicas o religiosas, se empeñaban en demeritar la labor jesuítica. En ese sentido, la mirada de este autor, desde fuera de los diferentes interesados en la polémica, permite recuperar información valiosa de primera mano e incorporar al análisis los informes de los enemigos de la orden jesuita.

El libro de Rueda parte de un marco general, en el que se relatan los antecedentes y la creación de la antigua provincia jesuita del Nuevo Reino de Granada y Quito, a partir de una caracterización de las circunstancias de los inicios de la evangelización católica de la actual Colombia, de las pugnas internas del clero y de las mentalidades imperantes en la época con respecto a los aborígenes americanos. Después de señalar aspectos de la historia previa de los jesuitas, Rueda analiza la situación de la sociedad colonial de la Nueva Granada en el momento del establecimiento de la orden, a fines del siglo XVI y primeros años del XVII. Como parte de este marco general, en un capítulo posterior, Rueda se sale del marco de la antigua Colombia para hacer un panorama general de las misiones jesuitas en Asia (India, Japón, China) y especialmente en América. Se enfatizan los intentos de aculturación de Matteo Ricci, jesuita italiano, en la cultura china, y de Roberto de Nobili, en India. En la misma línea, muestra luego la influencia de las misiones de Paraguay para preparar los intentos misioneros en el Casanare: por ensayo y error, los jesuitas fueron aprendiendo a estudiar el contexto geográfico de los guaraníes, para planear su penetración y procurar la independencia económica. La observancia rigurosa de la segregación entre españoles y aborígenes, la exención de tributos por diez años, la obediencia a la prohibición del servicio personal y de la encomienda, se convirtieron en argumentos para que los guaraníes aceptaran voluntariamente la sujeción a la Corona española. La situación geopolítica de la región, frontera con Brasil, ayudó al éxito de los jesuitas, se convirtieron en el freno a la expansión de los portugueses. Para la oposición de obispos y sacerdotes diocesanos, lo mismo que la de los encomenderos criollos, sembraba desde el principio la semilla de la expulsión de los jesuitas en el siglo XVIII. El mismo sentido de frontera frente al avance de los portugueses tuvieron las misiones del Maynas, en el Amazonas ecuatoriano.

Después del primer preámbulo, el autor se dedica a narrar el primer establecimiento de los jesuitas en el piedemonte casanareño, en la serranía de Morcote (1624), con los subsiguientes conflictos con encomenderos, comerciantes y clero diocesano, que terminarían produciendo el retiro de los jesuitas en 1626. Rueda hace notar uno de los rasgos de los misioneros jesuitas: su dedicación a aprender las lenguas indígenas, elaborar gramáticas y diccionarios, para expresar la doctrina del catecismo en los idiomas propios de los aborígenes, sería una de las razones fundamentales de su éxito. Según el autor, los jesuitas sacaron importantes conclusiones de este fracaso: era necesario actuar con independencia de las autoridades coloniales y concentrarse en sitios y grupos humanos no contaminados por los blancos.

En el capítulo siguiente al segundo marco general, el autor regresa al Nuevo Reino de Granada para analizar el segundo establecimiento de los jesuitas en el piedemonte casanareño y en los llanos aledaños, dando particular importancia al interés geopolítico de los jesuitas por el Orinoco y la Guayana: un establecimiento allí permitiría un acceso más fácil de misioneros y recursos, evitando el largo rodeo por Cartagena, el río Magdalena, Bogotá y los Llanos. El establecimiento de 1661 estuvo precedido de un viaje previo de exploración en 1659, para detectar las ventajas y desventajas del área, y conocer las costumbres y lenguas de los aborígenes. Este estudio previo permitía una mejor planeación del trabajo y una mejor selección de los sitios más adecuados para la fundación de pueblos, que se trataban de adaptar a los gustos de los aborígenes. Rueda cita una carta de un jesuita que afirma la necesidad de acomodare a los sitios que gustaban a los indígenas, ya que el “indio” en “un animal interesado”: si no fuera así, “no hubiera por donde entrarle”.

Así los jesuitas fundan, entre fracasos y aciertos, pueblos en el Casanare y luego en las márgenes del río Meta, siguiendo un modelo urbanístico uniforme, que se va sofisticando más tarde: mejoran los templos, las casas de habitación, los servicios públicos y las construcciones comunales. Esta urbanización induce a los nativos a vivir en ambientes unifamiliares, contra las tendencias a la promiscuidad y poligamia. Se buscaba establecer poblados indígenas permanentes, en lugares lejanos de la población española, pero con tierras vecinas cultivables, que tuvieran fuentes de agua, lo mismo que posibilidades de acceso y comunicación. Así, la ubicación estratégica de los pueblos fundados permitía cierto control geopolítico de los ríos Casanare, Ele y Ariporo, que desembocan en el Meta, en cuyo curso medio se crean otros cuatro pueblos de misión, que permitían algún control de los ríos Cravo Sur y Cusiana. Además, entre los pueblos fundados, las misiones y las haciendas de apoyo existían distancias más o menos equivalentes, las cuales permitían crear una red de caminos terrestres, que se sumaba a la comunicación fluvial. Todo ello desemboca en una mejor distribución e intercambio de recursos, en la construcción de cierta infraestructura económica y administrativa, que sirviera de base al trabajo de evangelización.

En el capítulo siguiente, Rueda analiza las relaciones de los jesuitas con las sociedades indígenas con las cuales trabajaban, señalando cómo ellos preferían montar sus misiones con base en indígenas susceptibles de ser reducidos a pueblos, como los achaguas, giraras y airicos, que eran grupos relativamente sedentarios o en proceso de serlo, aunque de todos modos su estilo de poblamiento disperso dificultaba la labor de reducirlos a pueblos. Y escogían grupos no contaminados por “el mal ejemplo de los blancos”. Aunque los grupos indígenas seleccionados por los jesuitas tenían diferencias culturales notorias y se encontraban en estados culturales diversos, tenían rasgos comunes: en primer lugar, eran grupos que tenían lazos de intercambio comercial y de amistad. En segundo lugar, eran grupos que se dedicaban a la pesca en el verano y a la caza en el invierno, pero con algún grado de especialización productiva, que servía de base del intercambio. Analiza Rueda la organización social y jerárquica de los indígenas, en la cual se apoya inicialmente la evangelización jesuítica, que, en los comienzos, mantiene inalteradas las estructuras de tribus y clanes: así, la evangelización comienza por establecer relaciones de amistad con los caciques o capitanes locales, por escuchar sus inquietudes con respecto a la presencia de españoles, y presentarse como defensores de los indígenas frente a los encomenderos y salvadores de las almas de los naturales. Cuando avanza el nivelamiento social introducido por los misioneros, van desapareciendo los viejos caciques, aunque los jesuitas se preocupaban por conservar cierto prestigio a las familias indígenas de algún rango social, con el fin de mantener la cohesión social del grupo. Pero el nombramiento de los nuevos caciques dependía más de la relación que tuviera el candidato con los misioneros, que de su jerarquía social en la sociedad aborigen, de manera que el indígena nombrado era acatado, tuviera o no abolengo en su comunidad. La organización local de cabildos y autoridades locales reproducía la de la sociedad colonial: sus miembros eran normalmente escogidos entre los indígenas más prestantes, pero el corregidor, cabeza de la administración civil, judicial y militar, era un blanco, a diferencia de Paraguay, donde era cargo privativo de los guaraníes.

Punto problemático de la relación entre jesuitas e indígenas fue lo relativo a la embriaguez y la poligamia: se consideraban perjudicial el consumo de la chicha y bebidas semejantes; además, las borracheras se llevaban a cabo por ochos días con sus noches, lo que perjudicaba la organización del trabajo en las chacras. Pero los jesuitas terminan por resignarse, aunque seguían insistiendo en su labor de convencimiento, pues serían peores las borracheras si las hicieran en rochelas y lugares apartados. En cambio, la campaña contra la poligamia produjo mejores resultados, aunque Rueda opina que el aborigen terminó por aceptar “de dientes para afuera” el casarse con una sola mujer, pero conservando otras varias. Rueda concluye que, hasta cierto punto, los jesuitas respetaron la cultura del ‘otro’ en las misiones llaneras, con ciertas limitaciones por considerar que los aborígenes llaneros no poseían los ‘elementos civilizadores’ de China, India y Japón.

Finalmente, Rueda señala creencias aborígenes afines a la doctrina cristiana como una de las razones para el avance de la evangelización: adoraban ídolos, creían en un solo ser supremo y en el demonio, tenían tradiciones de un diluvio universal, etc. Las semejanzas les permitían apoyarse en auxiliares indígenas. También aprovecharon los jesuitas las aficiones y dotes musicales de los aborígenes: montaron escuelas de solfeo y de enseñanza del manejo de los instrumentos, tanto autóctonos como europeos.

Uno de los capítulos más interesantes de Rueda es el dedicado a la complejidad económica y administrativa de las haciendas jesuitas del Meta y el Casanare, base de la autonomía del apostolado de los jesuitas. El empeño en establecer un sistema racional de control y en ajustarse a las particularidades ecológicas y ambientales de los Llanos, junto con la capacidad de aprender de la experiencia, propia, ajena, son señalados por el autor como razones del éxito de las haciendas jesuíticas, pero la tecnología agrícola y ganadera no se diferenciaba de la usual de cada región. Sin embargo, Rueda indica que ninguna de las otras comunidades religiosas que trabajaban en los Llanos desarrolló un sistema semejante al de los jesuitas. Ni logró extensiones semejantes de tierras: Caribabare tenía 447 000 hectáreas, una de las más grandes haciendas jesuitas de Hispanoamérica, aunque sus suelos eran pobres, inundables en invierno y resecos en verano, en su mayoría baldíos y cubiertos de pasto. Otra de las ventajas de la organización de las haciendas de los jesuitas era que funcionaban como un todo orgánico, cuyas unidades eran relativamente independientes pero complementarias entre sí: se comunicaban entre sí y con Santafé de Bogotá, a la cual abastecían de carne, con una red de caminos y de estaciones para que el ganado llegara al altiplano en buenas condiciones, que se complementaba con las haciendas de la Sabana, donde el ganado se recuperaba. Además, el control riguroso del trabajo indígena, individual y colectivo, era otra característica de las misiones: los campos colectivos de pueblos y misiones, destinados a las necesidades comunales, eran cultivados por turnos, mientras que la propiedad particular de los indígenas, de carácter vitalicio y no negociable, expresaba la concepción de los indígenas como perpetuos menores de edad, siempre necesitados de la tutela paternal de los padres. El resultado de esta combinación fue la gradual transformación de la mentalidad comunitaria de los aborígenes en una concepción individualista de la propiedad.

El penúltimo capítulo está dedicado a la expulsión de los jesuitas de España y de sus colonias en 1767, a partir del papel de la orden ignaciana dentro del contexto general de Europa desde el siglo XVI hasta el XVIII: las consecuencias de las reformas borbónicas con su estilo más centralizado de gobierno y el anticlericalismo de algunos funcionarios del despotismo ilustrado tocan necesariamente las relaciones con la Santa Sede y la Compañía de Jesús. Luego, el autor describe la situación interna de la política española y las maniobras de los monarcas borbones para conseguir que el papa Clemente XIV suprimiera a la Compañía de Jesús en 1773.

El capítulo final se dedica a ubicar las misiones del Casanare y Meta dentro de la estructura misionera general de la orden jesuítica, mostrando su carácter de frontera del Imperio español y su interés geopolítico. Este interés se evidencia, para el autor, en los sucesivos intentos de penetrar en el Orinoco para buscar una salida por la Guayana, en contra de los intereses de las potencias rivales de España, Francia, Holanda e Inglaterra, que instigaban frecuentemente a los caribes en contra de España. Uno de los protagonistas más notables de esos intentos fue el jesuita Joseph Gumilla, célebre por su obra El Orinoco ilustrado. En la primera versión del texto, Rueda terminaba describiendo las consecuencias de la expulsión de los jesuitas para el complejo de misiones, pueblos y haciendas de los Llanos Orientales.

Esta lectura, subjetiva y personal, de la investigación de José Eduardo Rueda puede servir de introducción al acercamiento de otros lectores de la obra. La importancia de este libro es señalar la posibilidad de acercarse, desde una perspectiva moderna, a una historia colonial, tratada hasta ahora con criterios apologéticos y polémicos; y replantear el viejo problema del encuentro de las culturas europea y aborigen, dentro de un contexto poco conocido de nuestra historia regional.

Fernán E. González, S. J.

Mayo de 1995

Introducción

I

Desde sus inicios en el siglo XVI, la Compañía de Jesús generó grandes hostilidades, pero también profundas simpatías, al punto de que en la época contemporánea ha sido considerada por la Unesco como el “más eficaz instrumento en la reconstrucción del catolicismo”.1 Puede decirse que en el seno de la Iglesia católica romana no ha existido institución religiosa alguna que, a lo largo de cuatro siglos y medio de existencia, haya ejercido tanta fascinación sobre los católicos como la orden ignaciana. Ninguna que haya inspirado tanta curiosidad e incomprensión, que haya tenido tantos partidarios y detractores.

Efectivamente, la unidad de acción, el espíritu de cuerpo y, especialmente, la obediencia ciega, que hace de cada jesuita un elemento caracterizado por una indudable capacidad de adaptación a diferentes situaciones de evaluación de posibilidades y dificultades del medio, que actúa bajo los lineamientos de una planeación centralizada pero dejando mucho campo a la iniciativa de cada individuo y, por lo tanto, imprescindible para la Compañía, han sido materia de preocupación de políticos e ideólogos, de ricos y pobres.

Otro aspecto, de los muchos que han caracterizado a la orden, es el indiscutible poder que ha tenido y que tiene la Compañía. Muchos factores han contribuido a esa circunstancia, en especial, el uso de la pedagogía y de la confesión, este último porque el confesor domina psicológica e ideológicamente al culpable, quien le entrega su vida más íntima, el cuerpo (non-santo), sus sueños, sus palabras, su trabajo e, incluso, lo omitido. Otros sacerdotes y otras órdenes usan la confesión, sin embargo, los hijos de Loyola son unos maestros en el manejo confesional, de allí que fueron y son confesores de distintas personalidades que de una u otra forma tienen en sus manos decisiones de Estado o personales para quienes se convierten en consejeros-guías.

Así, desde su fundación hasta el presente, la Compañía de Jesús ha tenido un innegable poder y una gran influencia, tanto en el Vaticano, la Santa Sede, y en los Estados donde predomina la religión católica, conseguidos no por la maquinaria de puestos.

De hecho, comúnmente al general de la Compañía se le conoce con el apelativo del ‘papa negro’, por el color de las sobrias sotanas que vestían todos sus miembros, en contraste con la vestimenta blanca del Papa, y por el poder relativo que ejercen los jesuitas sobre la Iglesia católica. Es así como, desde 1540 a 2013, nunca había sido elegido un pontífice jesuita, pero con el derechista argentino Jorge Bergoglio, Francisco I, y ante la profunda crisis de la Iglesia católica, junto con la necesidad de reconstruir nuevamente el catolicismo, por primera vez eso sucedió. Hasta entonces, los jesuitas siempre se mantuvieron en el poder sin tenerlo. Poder oculto que la historia le ha atribuido a la orden de la Compañía de Jesús, a la sombra del pontífice dentro de la Iglesia católica.

Es así como los jesuitas abanderaron la contrarreforma religiosa, criticaron la burocracia y su alejamiento del mundo, por lo que concibieron el ejercicio sacerdotal como “la búsqueda de Dios en todas las cosas, con lo cual consiguieron darle un giro terrenal al catolicismo, y lograron que la congregación se preocupara más por la justicia social y económica que por asuntos de pureza doctrinal”.2

A partir de entonces, los jesuitas han ejercido una profunda influencia, gracias a la educación y a la evangelización, en la evolución de la mentalidad y la conciencia hacia la modernidad. Ello ha sido posible pues los hijos de Loyola han ejercido su apostolado en Europa, Asia, África, América y Oceanía. Dentro de esa historia ocupa lugar destacado su participación en el destino político, económico y cultural de España y Portugal, como de sus antiguas colonias americanas.

Así, en su primera parte este trabajo trata de contar el desarrollo y accionar misional de la Compañía de Jesús en la región de los llanos colombo-venezolanos, más exactamente en lo que hoy son los departamentos de Arauca, Casanare y Meta. Se aborda este estudio asumiendo la orden ignaciana como un conjunto, como un sistema político, económico y cultural, puesto al servicio de la evangelización, con una polivalente influencia. Es por ello que, con frecuencia, aparecen referencias históricas sobre su fundación, ideología, etc., y en especial sobre su filosofía y accionar frente al trabajo misionero, pues la historia de la orden, en buena medida, no es una sucesión de episodios aislados, sino que, en la mayoría de los casos, un pequeño incidente se relaciona con otros más, existen simultaneidad de situaciones, etc.

Estudiamos y analizamos el papel cumplido por las misiones del Casanare, dentro de la Real Audiencia de Santafé de Bogotá, posterior Virreinato del Nuevo Reino de Granada, como en el interior de la Compañía misma. Tratamos de reconstruir la economía de las haciendas que estableció la orden en el Casanare; determinamos las similitudes y diferencias respecto a las más famosas reducciones jesuíticas en América: las de Paraguay, por lo que se muestran los dos intentos misionales en el Casanare, 1625-1628 y 1659-1767, sus logros y fracasos, sin dejar de lado los factores de la sociedad indígena que facilitaron o dificultaron el accionar jesuita. Se enmarcan las causas y circunstancias que llevaron a la expulsión de los hijos de Loyola de España y sus colonias en 1767, y posteriormente a la supresión de la orden en 1773.

Así, el título Campos de Dios y campos del hombre responde a que, en Paraguay, los jesuitas establecieron un régimen de propiedad mixto, en el que convivían la propiedad individual y la propiedad colectiva. La primera de ellas, el campo del hombre, bautizado en las misiones guaraníes como avambate, permitió que cada jefe de familia dispusiera de una chacra o lote de terreno, con una extensión necesaria para sembrar en ella todo el cultivo indispensable para el sustento anual familiar. La propiedad colectiva o campo de Dios, tubambae en guaraní, se utilizaba para el cultivo de algodón, trigo, yerba mate y legumbres, o para la cría de ganado vacuno y caballar, cuyo producto era destinado a cubrir las necesidades de alimentación y vestido de los indígenas. En ambos se trabajaba comunitariamente: tres días se trabajaba en el campo de Dios y tres en el campo del hombre, durante siete meses que duraba el período agrícola.

Dicho régimen de propiedad de la tierra no fue exclusivo de las misiones guaraníes, se lo trasladó a la mayoría de las misiones jesuitas en la América septentrional y meridional, adaptándolo a las condiciones humanas y ambientales de cada misión, pues los hijos de Loyola al encontrarse con realidades dispares, también implantaron métodos dispares de trabajo. Por esto, es necesario estudiar el desarrollo de cada una de las provincias jesuitas y sus respectivas misiones dentro del contexto general de la organización española y de la realidad humana y geográfica en la cual se insertaba. Es así como, en el presente libro, en su primera parte, desarrollada en ocho capítulos, tratamos de mostrar cómo funcionaron y coexistieron los dos campos en los llanos de Casanare y Meta, estableciendo sus particularidades, diferencias y similitudes.

Igualmente, nos preocupamos en analizar e insistir en la férrea defensa y cumplimiento de las leyes de separación residencial, que fue una de las más discutidas actuaciones políticas de los ignacianos, y que les acarreó varios problemas con las autoridades civiles y eclesiásticas, con la sociedad encomendera, etc. Habida cuenta de que en su ejercicio misional tuvieron que enfrentar varios litigios legales y económicos que resolvieron de manera distinta.

La segunda parte, “¿Qué pasó con el complejo jesuítico entre 1767 y 1810?”, responde a una inquietud expresada por Fernán González, al entregar el informe de la beca Francisco de Paula Santander, tercera convocatoria, según la cual el trabajo quedaba un tanto cojo, pues no se sabía, a ciencia cierta, cuál había sido el peso del trabajo de la Compañía de Jesús durante un siglo, lo que solo podía visibilizarse con el retiro de ella del Casanare y Meta.

Determinamos el período 1767-1810, ya que, durante esos años, la cuestión jesuita estuvo presente en la dinámica política y económica de la región, pero, a partir de 1810, con el proceso de la Independencia, la temática ignaciana pasó a un segundo plano, dejó de ser determinante. Para su redacción, se retomó buena parte del trabajo de monografía presentado a la Universidad del Valle, ajustándolo al destino de las haciendas y pueblos de los ignacianos. Es así como la presentación de Fernán González hace solo referencia a la primera parte.

El libro está complementado por cinco anexos: el primero es la transcripción del texto del reparto del territorio de misión de los Llanos a las comunidades religiosas, hecho por el presidente Diego de Egües y Beaumont en julio de 1662, por considerar que, a partir de tal acontecimiento, se marcó el accionar misional de los hijos de Loyola durante los siguientes 105 años. El segundo es un cuadro resumen de los seis pueblos en el Casanare y de las cuatro misiones del Meta que mantuvieron los jesuitas. El tercero es también un cuadro resumen de las haciendas de los ignacianos, tres en el Casanare y una en los llanos de San Martín. El cuarto es un listado de los 145 jesuitas que actuaron en el Casanare, el Meta y el Orinoco entre 1625 y 1767. El quinto es un ensayo, suscitado por algunos de los comentarios de los dos desconocidos evaluadores, que versa sobre los posibles imperios caníbales o caribes, espacios de resistencia o de terror que los indígenas de la Orinoquía colombo-venezolana promovieron como defensa de los españoles.

II

La literatura sobre las misiones jesuíticas de los Llanos, en su mayoría, ha sido escrita por jesuitas y apologistas de la Compañía, y excepcionalmente por historiadores.3 Sin embargo, quiero referirme en primera instancia a tres autores, dos de ellos ignacianos, Juan Rivero y Juan Manuel Pacheco, y un civil, Eugenio de Alvarado.

La obra del padre Rivero: Historia de las misiones de los llanos de Casanare y los ríos Orinoco y Meta (1736), publicada por primera vez en 1883, es la principal fuente documental para estudiar las mencionadas misiones. La mayoría de los autores, jesuitas y no jesuitas, hemos retomado al padre Rivero. En realidad, es un trabajo excepcional, pues suministra las mejores descripciones de las etnias llaneras; además de haber sido misionero en la región, recogió los lineamientos de uno de los primeros historiadores de la Compañía en el Nuevo Reino de Granada: el padre Pedro de Mercado en su Historia de la provincia del Nuevo Reino y Quito de la Compañía de Jesús, escrita en 1701 y publicada en dos tomos en 1958.4

Sin embargo, en las historias escritas por estos pioneros hay que tener en cuenta algunos aspectos. Por lo general, una historia de estas, caso Rivero, es montada una sobre otra anterior, tratando de darle una continuación, aportando algunos datos nuevos, así como rectificaciones y actualizaciones. Si bien fueron escritas como documentos de ayuda, como memoria, a la labor misional, en algunas de ellas existe cierto celo propagandístico, dando espacio a cierta exageración. El caso más conocido es quizás el de Gumilla, que, desde el título mismo de su obra El Orinoco ilustrado, indica que está escrita para un posible público lector. De hecho, fue un libro que se publicó rápidamente, e hizo parte de la literatura de viajes que proliferó en Europa durante el siglo XVIII.

Como lo he demostrado en mi obra El trópico desmitificado. Hombre y naturaleza bajo el iluminismo (2015), los libros de los jesuitas Joseph Cassani, Joseph Gumilla y Salvador Gilij fueron leídos por los enciclopedistas, por los científicos que emprendieron el redescubrimiento científico de América en el siglo XVIII y por los ilustrados criollos. De hecho, fueron los verdaderos descubridores de la Orinoquía en el mundo culto y científico de la Europa de la segunda mitad del XVIII.5 Fueron obras que determinaron una nueva mirada sobre América. Así, el libro de Rivero que fue publicado tardíamente, solo en 1883, puede tener más el carácter de memoria y ayuda a la actividad misionera, por lo que preferimos esta obra que las de Gumilla y Cassani.

A partir de la restitución de la Compañía de Jesús en 1814, la orden diseñó un proyecto historiográfico jesuítico de edición de fuentes y de escritura con objeto de reconstruir la historia de los jesuitas: de este modo, a fines del siglo XIX, el prepósito general Luis Martín delineó un proyecto bibliográfico, consistente en la recopilación de fuentes jesuíticas existentes en repositorios en todo el mundo, con el objetivo de realizar una edición crítica de estas que pudiese servir de base para la escritura de la historia de la Compañía en los territorios que había operado desde sus orígenes.6

En Colombia, ese proyecto de autorredactar la historia de la Compañía se retrasó. Solo en 1940, Daniel Restrepo, S. J.,7 publicó un primer esbozo de la historia de los jesuitas en Colombia, que es una síntesis de los libros de José Manuel Groot y José Joaquín Borda, a los que nos referiremos más adelante, y del español Antonio Astráin, S. J., que en los tomos V (1916), VI (1920) y VII (1925) de su monumental obra8 trató las misiones jesuíticas en Colombia. Por la misma línea está la obra de Hipólito Jerez,9 la cual está enfocada en el Casanare.

El jesuita colombiano que tomó en serio la ardua tarea fue el padre Juan Manuel Pacheco (1914-1986).10 Efectivamente, Pacheco retomó los trabajos de sus predecesores, tanto del siglo XVIII como del XX, al estilo de Mercado, y siguiendo la línea impuesta en España por Manuel Giménez Fernández, y los argentinos Ricardo Levene y Guillermo Furlong, S. J.,11 escribió un voluminoso y erudito tratado sobre Los jesuitas en Colombia, dividido en tres tomos: el primero narra la historia de la Compañía en el país desde sus primeras tímidas entradas, en 1567; la fundación y establecimiento de la provincia jesuítica del Nuevo Reino y Quito en los años 1602-1604; hasta el año de 1654, cuando la antigua provincia fue dividida en dos: Nuevo Reino y Quito; su publicación data de 1959. El segundo cuenta la historia de la Compañía desde 1654 a 1696; fue publicado en 1962. El tercero, y último, va desde 1696 hasta 1767, cuando se produjo la expulsión de la orden de España y todas sus colonias, y fue editado, ya muerto el padre Pacheco, en 1983, por el jesuita José del Rey Fajardo.

El énfasis principal del libro fue mostrar el importante papel que desempeñó la Compañía de Jesús como educadora de las élites americanas, por lo que profundizó en una teoría muy en boga en la época que arrancó su trabajo: que las raíces ideológicas de la independencia hispanoamericana no eran las ideas de la Enciclopedia, de Rousseau y de la Revolución francesa, sino las teorías políticas de los jesuitas Francisco Suárez y Luis de Molina sobre la retroversión de la soberanía al pueblo.

Pese a ese énfasis, el trabajo realizado por Pacheco para el Casanare y Meta es realmente importante: a la vez que retomó a Rivero, en el manuscrito original, y a otros historiadores de la orden, pues en su concepto poco es lo que se puede añadir a lo escrito por Cassani, Rivero y el padre Manuel Rodríguez: El marañón, y Amazonas (1664) completó la información suministrada por ellos, mediante la inclusión de infinidad de documentos originales que reposan en los archivos jesuíticos en Roma, Madrid, Loyola, Quito y Bogotá, el General de Indias de Sevilla, Nacional de Bogotá, hoy Archivo General de la Nación, y los regionales de Tunja, Cauca y Antioquia.

Las antiguas misiones llaneras son tratadas en los tres tomos. En el primero, se explican las causas para la vinculación de los jesuitas a las misiones de la serranía de Morcote, se muestran sus logros y las razones para una primera salida de la región en 1628-1629.

En el tomo 2, dedica buena parte del libro al segundo establecimiento de los padres de la Compañía; aunque muy bien documentado, hay algunos capítulos en los cuales se limita a seguir a Rivero y repite errores: en especial, en el primer aparte, donde presenta la etnografía de los grupos indígenas llaneros en los mismos términos racistas y etnocentristas que su predecesor del siglo XVIII. Es pues corriente encontrar conceptos sobre la embriaguez, el agorerismo, el uso de alucinógenos, las largas fiestas, la brutalidad, timidez y cobardía, la poligamia, las prácticas satánicas, todos ellos presentados de manera despectiva, como si tales manifestaciones culturales y humanas fueran malditas. En fin, el padre Pacheco, como también el padre Rivero en su época, no quiso o no pudo comprender que la cultura de un pueblo diferente no se la puede analizar con los criterios morales, étnicos, etc., del observador y analista.

En el tomo 3, el más voluminoso, solo hay un capítulo, de apenas 19 páginas, sobre las misiones del Casanare. Al igual que los anteriores, se basa en las informaciones suministradas por Rivero, pero refuerza algunos aspectos con documentación de archivo.

El acervo documental presentado por Pacheco en su obra es importante. Permite reconstruir, parcialmente, la demografía de las misiones del Casanare y la historia de los pueblos y misiones. Sin embargo, se preocupó muy poco por mostrar el funcionamiento de las reducciones y dejó de lado, casi que totalmente, salvo unas pocas y ligeras referencias, las haciendas, tema importante, pues, además de constituir la base del complejo económico-administrativo del Casanare, son un esencial factor para comprender la historia posterior, no solo económica, sino también social, política y cultural de los Llanos.

Así mismo, el padre Pacheco suprimió y omitió, con pleno conocimiento de causa, informaciones valiosas que pueden permitir hacer un juicio mucho más amplio del desenvolvimiento y desarrollo de las misiones. En efecto, el historiador ignaciano no incluye en su obra el resultado de las visitas que, con regularidad, efectuaban los padres rectores del Colegio Máximo de Santafé de Bogotá o el provincial de la orden. Con toda seguridad que en ellas podrían aparecer informaciones comprometedoras para la Compañía, como el contrabando y otras actividades económicas y políticas.

En realidad, la Compañía de Jesús se ha caracterizado por montar una historia oficial, marcadamente autorreferencial, de sus actuaciones en distintos lugares del orbe. Ni Colombia ni el Casanare son una excepción. Línea oficial de la cual es muy difícil salirse o rechazarla, porque realmente es atractiva y enriquecedora, siempre y cuando se posean ciertos elementos de crítica, se aborde su lectura con preguntas y se entienda a la orden como una unidad de acción. Sin olvidar que para los historiadores no jesuitas es prácticamente imposible el acceso a los archivos de la Compañía, lo que obliga a consultar y expulgar las historias escritas por los ignacianos al momento de los hechos, como las de los hijos de Loyola de tiempos más recientes.

¿Por qué es difícil salirse o rechazar la línea oficial de la Compañía? Informe reservado sobre el manejo y conducta que tuvieron los padres jesuitas con la expedición de la línea divisoria entre España y Portugal en la península austral y a orillas del Orinoco,estocada definitiva