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Editado por Harlequin Ibérica.

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28001 Madrid

 

© 2000 Harlequin Books S.A.

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Esposa por correspondencia, n.º 1016 - junio 2019

Título original: Mail-Order Cinderella

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total oparcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1307-861-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Tyler Fortune odiaba perder una batalla, pero acababa de perder una, y grande. Tendría que pagar por ello, y el precio era… el matrimonio.

Su único consuelo era que había perdido su libertad a su manera. Ni muerto permitiría que sus padres lo acorralaran, haciéndolo casarse con una engreída debutante de Tucson, o la hija de alguno de sus amigos ricos.

Puso otra cinta en el vídeo de su oficina, situada en la quinta planta del edificio Fortune. La puso en marcha con el mando a distancia y se apoyó en el respaldo del sillón para mirar la pantalla.

Una mujer demasiado maquillada sonrió a la cámara y se presentó con voz irritantemente aguda. Tyler lanzó un gemido. El trabajo de buscar esposa era duro, estresante y probablemente una pérdida de tiempo. Le daba mucha rabia perder valiosos minutos que se convertían en horas. Horas que necesitaba desesperadamente invertir en el negocio familiar. ¿Por qué no lo comprendía su padre? Infiernos, ya podría haber ido a Dallas en el viaje del que habían hablado y cerrado otro contrato multimillonario.

Salvo ocasionales excepciones, Tyler rara vez se tomaba tiempo libre del trabajo que amaba. Una sesión de gimnasia corta e intensa en el Saguaro Springs Health Club. Cena con una mujer hermosa en el magnífico Janos de Tucson seguida de una noche acompañado, porque, después de todo, era un hombre sano y viril. Alguna que otra vez, su compañero de habitación de cuando eran estudiantes, Dave Johnson, lo convencía de que fuese con él a hacer deportes de aventura: parapente en el Gran Cañón, rafting en los rápidos de Montana, montañismo en Colorado.

Los deportes de riesgo duplicaban la emoción y el riesgo de balancearse subido a una viga de acero a cien metros del despiadado suelo, o cerrar un trato después de una dura negociación. La vida de Tyler era la empresa. Esa era la forma en que a él le gustaba. Y ¡diablos! Si se salía con la suya, así era como seguiría.

Pero los persistentes intentos de sus padres de casarlos habían crecido drásticamente en los últimos meses. Y la abuela Kate había llegado de Minneapolis, el equivalente de la artillería pesada. Lo que Jasmine y Devlin tramaban para hacer que se casase habría resultado antiguo y ridículo de no haber sido en serio y dirigido a él. Ese mismo día, su padre le había dado un ultimátum:

–Te casarás y tendrás una familia antes de los treinta, de lo contrario no heredarás tu parte de la empresa. Es por tu propio bien, Tyler. Y por el bien de esta familia.

Se puso tenso otra vez al pensar en las complicaciones que una esposa y una familia le infringirían a su organizada vida de solterón y apretó con rabia el botón de «expulsar» del vídeo. Metió otra cinta y se volvió a sentar, apoyando las botas en las que acababan sus largas piernas enfundadas en vaqueros en el borde de la mesa llena de planos, mientras mascullaba para sí. Trató de concentrarse en la pantalla para defender su puesto como heredero de la vicepresidencia de la Fortune Construction Company.

Tyler enfocó sus ojos grises en la mujer a quien entrevistaban. Había un brillo demasiado ansioso en sus ojos. Llevaba los llenos labios rojos de carmín y una onda de cabello color platino le caía seductora sobre un ojo. De acuerdo, esta era bonita. Haciendo un poco de esfuerzo, incluso hasta hermosa. Era joven, enérgica, rápida en sus respuestas y estaba dispuesta a tener niños dentro de un tiempo.

Una alarma sonó en su subconsciente. «Dentro de un tiempo» quería decir «no me quiero arruinar la figura hasta que sea lo bastante vieja como para que no me importe». Lanzó una risa ahogada. La querida Kate tendría un problema serio con esta. Su vivaracha abuela octogenaria no intentaba disimular que quería bisnietos a montones inmediatamente. Sonrió y movió la cabeza, volviendo a sacar la cinta del vídeo.

–La última que queda. Será mejor que seas buena, cielito –murmuró Tyler mientras deslizaba el último casete y lo ponía en marcha.

–Sinceramente espero que no sea lo que pienso que es –dijo una voz grave desde la puerta de entrada–. Yo no pierdo el tiempo con ese tipo de cosas. Las de carne y hueso satisfacen mucho más.

Tyler miró hacia atrás con una lacónica sonrisa a su hermano Jason, quien, con una sonrisa divertida, se apoyaba contra la jamba de la puerta. Igual de alto, nervudo y musculoso que su hermano menor, Jason tenía el cabello un poco más rojizo y los ojos ámbar en vez de grises. Sin embargo, ambos compartían la orgullosa herencia del padre de su madre, Natacha Lightfoot, un auténtico indio papago. Las facciones de ambos hermanos llevaban la impronta de su ancestro nativo: pómulos altos y angulosos, fuertes narices aquilinas, mandíbulas que podrían haber sido talladas en la dura roca arenisca de la meseta sagrada al norte de la ciudad.

Jason observó la imagen que parpadeaba en la pantalla con burlona solemnidad.

–El argumento no parece muy bueno.

–No se supone que sea necesario –respondió a la burla Tyler, dándose la vuelta para encontrarse con un pálido rostro oval en la pantalla del televisor. Se quedó mirando fijamente, sorprendido. Aquella era… diferente.

La joven hablaba en voz baja, como si tuviese miedo de que alguien la oyese. No intentaba venderse o flirtear con la cámara como las otras antes que ella. Parecía que no llevaba maquillaje, ni joyas de ningún tipo. Si había una palabra para describirla, era «sosa».

Sin embargo, había algo en esa mujer que atrajo a Tyler, capturó su atención de una forma que las otras no lo habían logrado.

–¿Es una nueva técnica para entrevistar recepcionistas?

–Futuras esposas.

La súbita risa de su hermano retumbó en la habitación.

–Sí, claro –dijo, haciendo un esfuerzo por contenerse mientras se frotaba los ojos–. Futuras esposas.

–Lo digo en serio. Si tengo que casarme en menos de un año, que me aspen si permitiré que me elijan una esposa.

–¿De verdad crees que papá lo ha dicho en serio?

–Lo dejó bien claro a la hora de la comida hoy. Afortunadamente, tenía un plan preparado.

–Esto no es un plan –dijo Jason, moviendo la cabeza–, es un desastre. ¡No puedes encontrar una esposa de esta forma, Ty!

–¿Por qué no? –preguntó Tyler tercamente. Odiaba que le dijeran cómo tenía que vivir su vida, y ello no excluía a su hermano o sus primos, que trabajaban todos en la empresa familiar–. ¿Quién hace las reglas para elegir una esposa? ¡Infiernos, querían que te casases con Cara cuando la dejaste embarazada, cuando solo tenías veinte años de edad! Yo no quiero acabar como…

Se interrumpió demasiado tarde. La última palabra, «tú», quedó silenciosamente suspendida entre los dos. Ojalá se hubiese quedado callado. No había sido su intención parecer tan crítico ni recordarle a Jason su fallido primer matrimonio.

–Perdona, no quería…

Jason hizo un gesto con la mano restándole importancia.

–Mira, intenté decirle a papá que yo no tengo madera de esposo, pero se niega a escucharme. Y no tengo tiempo para hacer esto de otra forma.

Había muchas cosas que Tyler se sentía capaz de hacer bien. Sabía cómo montar una viga de media tonelada a diez pisos del desierto, hacer unos cimientos que no se rajarían ni con el implacable calor de Arizona, poner los remaches con su cuadrilla y besar a una mujer hasta enloquecerla. Pero, ¿matrimonio?

Jason parecía menos interesado en las explicaciones de su hermano que en la criatura menuda y nerviosa de la amplia pantalla del televisor.

–Mírala. Te da la impresión de que la entrevistadora es un león a punto de devorarla.

–Parece que está muerta de miedo –reconoció Tyler. Ella tenía los ojos enormes y pestañeaba, pestañeaba, pestañeaba como un animal salvaje que se hubiese quedado encandilado por las luces de un coche. Varias veces se humedeció los labios con la punta de la lengua. Por una vez, el gesto no pareció hecho a propósito, con afán de seducir. A pesar de ello, Tyler lo encontró atractivo, tentador en su inocencia.

–No sé porqué la gente se presta a este tipo de comercio –suspiró Jason–, como si fuesen un filete puesto a la venta. Es igual de malo que ir a los bares de solteros.

–Quién sabe. ¿Soledad? ¿El deseo de ser parte de algo? Una pareja… familia.

Pero Tyler ya tenía una familia. Y no quería nada más. Su hermano, sobrina, padres, abuela y primos formaban una familia bullanguera y trabajadora, un clan competitivo y orgulloso. Los quería a todos apasionadamente. No estaba interesado en meter a una intrusa en medio de ellos, y no entendía por qué sus padres insistían tanto en que lo hiciese.

Sorprendentemente, no podía desviar la vista del rostro de la tímida mujer.

–Julie –oyó que la entrevistadora le decía–, ¿por qué has recurrido a Almas Gemelas?

Ella enderezó la columna, echó atrás sus estrechos hombros y levantó la barbilla para mirar directo a la cámara por primera vez. Tyler se dio cuenta de que el esfuerzo para hacer esos simples movimientos tenía que ser enorme.

–Quiero un bebé –dijo ella.

–Dios santo, con eso se ha cavado la tumba –murmuró Jason.

Tyler movió la cabeza lentamente. Alguien le tendría que decir que la sinceridad no la haría conseguir novio. Daba la impresión de que estaba desesperada. Y la desesperación no hacía que los hombres se interesasen.

–¿Lo que quieres decir –sugirió la entrevistadora, intentando guiarla para que diese una respuesta más atractiva–, es que quieres encontrar tu alma gemela, alguien con quien compartir tus intereses, como la alta cocina o el amor a los niños?

–No –dijo Julie lentamente, enfatizando cada palabra, como si contuviese un mensaje único–. Todo lo que quiero es un niño. Varios niños, en realidad. Tres, cuatro… más, si mi marido los quiere. Adoro a los niños.

Tyler se preguntó si habría un mensaje escondido. ¿Que los niños eran estupendos, pero que no le gustaban tanto los hombres?

–Comprendo –murmuró la entrevistadora. Se oyó el ruido de páginas que pasaban. La había descolocado totalmente.

Julie… ¿cuál era su apellido? Tyler miró la carta que acompañaba las casetes de vídeo. Parker. Sí, Julie Parker era demasiado sincera para esa sofisticada agencia matrimonial con oficinas por todo el territorio de la nación.

Tyler sintió vergüenza ajena. Apretó el botón para sacar la casete, que se deslizó suavemente fuera del vídeo.

–Una chica agradable –comentó Jason–. No tiene ni idea, ¿no?

–¿Eh? Oh, no… –dijo Tyler, pensando todavía en los ojos de Julie Parker. No podía recordar su color. Avellana, quizás. Una color suave para unos ojos que no llamaban mucho la atención, ni resultaban llamativos. Pero mostraban una cualidad nebulosa que le gustaría mucho explorar en persona. Y la puntita de la lengua rosada que se asomaba apenas de vez en cuando… Dios, el efecto que aquello tenía en sus ingles.

Quizás debería poner la cinta otra vez, solo para volverla a ver.

–Pues bien, buena suerte, Romeo –dijo Jason, alegre–. Si quieres mi opinión, creo que si consiguieras que alguna novia te durase más de tres meses, quizás lograrías encontrar alguna que mostrase síntomas de poder ser algo más permanente.

–Lo de permanente no me preocupa en ellas, me preocupa en mí. Oye, Jason, de hombre a hombre, la pregunta universal: ¿Podrá una mujer ser suficiente para mí… para el resto de mi vida?

–Bueno, sí –se encogió de hombros Jason–. Nunca lo sabes hasta que llega la adecuada. Cuando es la chica que te corresponde, todo encaja. Mira la forma en que Adele hizo cambiar mi concepto del matrimonio –dijo, sonriendo como un niño, una sonrisa que Tyler envidiaba. Lo que él no daría por sentirse tan feliz en el medio de lo que habían pasado las últimas semanas.

–¿Qué te trae por aquí tan tarde? –le preguntó a Jason, cambiando de tema. Su hermano era vicepresidente responsable de Marketing y tenía relativamente poco que ver con el aspecto de construcción del negocio.

–Algo que deberías saber antes de que la prensa se entere –dijo, poniéndose serio y cerrando la puerta de la oficina–. Link Templeton cree que ha encontrado pruebas de que Mike Dodd fue… pues, que el ascensor en el que iba quizás no se haya estrellado quince pisos sin un poco de ayuda.

Hacía unas pocas semanas, un accidente fatal en la obra del Fortune Memorial Children’s Hospital había segado la vida de su capataz. Cuando la policía no dijo inmediatamente que había sido un accidente, los Fortune contrataron inmediatamente a un detective privado para que llegase al fondo de la cuestión rápidamente, para tranquilizar a los inversores.

–¿Estás seguro? ¿Está seguro él? –preguntó Tyler, que apoyó las botas en el suelo con un golpe seco y se puso de pie.

–Link es un tipo muy cauto. No se le ocurriría difundir una teoría de tal calibre si no tuviese pruebas. Cree que sabotearon el ascensor, lo cual significa que Mike murió intencionalmente.

–Lo asesinaron, dirás –al oírlo, Tyler tuvo la sensación de que era cierto.

Dodd había sido una pieza crucial en el proyecto del hospital, el cual era una labor de amor de los Fortune. Toda la familia colaboraba: recogían fondos, contribuían con horas de trabajo sin remunerar, donaban materiales, buscaban apoyo de la región y del estado y simpatía por un centro médico que serviría a la población joven y de diversas etnias alrededor de Pueblo.

Una vez que el hospital estuviese terminado, los niños heridos y enfermos no tendrían necesidad de ir hasta Tucson, a veinticinco millas al norte. Las familias Papago recibirían atención para sus niños sin tener que mostrar que tenían seguro médico ni pagar sumas astronómicas que no podían permitirse. Ese era el sueño de su familia desde que él estaba en el negocio. Si alguien quería hacerle daño a los Fortune, el sabotaje al hospital era una forma perfecta de hacerlo.

–Qué terrible. ¿Se lo has dicho a papá?

–Estoy de camino al rancho ahora –dijo Jason, levantando una mano con gesto impotente.

Tyler asintió con el rostro serio. Una familia no lograba la riqueza de los Fortune sin hacerse de enemigos por el camino. Pero no le gustaba pensar que la envidia y la codicia llevasen a alguien de Pueblo al asesinato.

–¿Quieres estar conmigo cuando le dé la noticia a papá? –preguntó Jason.

–No –dijo Tyler, que se encontró mirando la pantalla oscura del televisor–. Ve tú. Ya me enteraré de los detalles más tarde. Tengo mucho que hacer aquí.

–No puedes encargar a una esposa de la misma forma que encargas una pizza –le dijo Jason, que movió la cabeza como si comprendiese por dónde iban sus pensamientos.

–Los matrimonios se arreglaban antes con mucho menos que una cinta de vídeo –dijo Tyler, sacudiéndose una pelusa de la camisa.

–Estás chiflado, ¿lo sabías? –le dijo Jason, abrazándolo y golpeándole cariñosamente la espalda.

Minutos más tarde, Tyler se encontró de pie en el medio de su oficina, mirando la oscura pantalla del televisor. ¿Estaba loco por intentar gobernar su propia vida? Las mujeres exigían a los hombres. Los niños requerían amor sin límites y constante atención a sus necesidades físicas. Todo el tiempo que un hombre utilizaba en relacionarse con los miembros de su familia, se comía valiosas horas de su trabajo y lo cambiaba, tanto si este deseaba cambiar como si no.

La oscura y fría pantalla lo desafió. Alternativas. Necesitaba alternativas desesperadamente. Tyler volvió a agarrar el mando a distancia. El rostro pálido y delicado de Julie Parker se materializó delante de él.

Prefería las pelirrojas. El cabello de la señorita Parker era del color marrón de las bolsas de supermercado. Lo derretían los ojos azules. Los de ella eran de un tenue tono musgo. Las mujeres altas de largas piernas lo atraían inmediatamente. Miró la carta que acompañaba la cinta. Ella apenas llegaba al metro sesenta. Le llevaría una cabeza.

Físicamente, no era para él. Pero su modo tímido, la frecuencia con que se ruborizaba y el modo en que sus ojos se apartaban de la cámara le decían que no era una mujer asertiva. Quizás eso lo favoreciese. Y todo lo que ella quería era un bebé.

Ella necesitaba un esposo, él necesitaba una esposa. Un simple intercambio.

 

 

Casi había perdido las esperanzas. Le quedaban diez días a los seis meses que Julie había pagado en la agencia matrimonial. No podía permitirse pagar otros, si apenas le alcanzaba para pagarse la renta mensual.

Esa misma noche sonó el teléfono.

–Hemos recibido una solicitud de un contacto personal –le informó la mujer al otro extremo de la línea–. Le puedo mandar una cinta del caballero. Infórmenos si quiera conocerlo personalmente. Parece un partido excelente para usted, señorita Parker.

Julie pensó con escepticismo que era un cebo para que contratara otros seis meses de servicio, pero cuando la cinta llegó con una breve biografía, se preguntó si no habría llegado el momento que esperaba. ¡Alguien estaba interesado en conocerla! Y sabía el aspecto que ella tenía, lo tímida que era con los desconocidos y lo que pretendía.

El otoño pasado le había llevado hasta el último gramo de su coraje ponerse en contacto con Almas Gemelas, que entre todas las agencias matrimoniales era la que más confianza le había inspirado. Garantizaba confidencialidad y una excelente selección de los candidatos. Recibiría nombres y entrevistas grabadas en vídeo de hombres de todo el país que pensaban con seriedad en una relación matrimonial y estaban potencialmente interesados en ella. Los clientes de Almas Gemelas eran hombres y mujeres con una entrada fija que no pondrían objeción a tomarse un avión para ir a conocer a una pareja en potencia. Ahí no había vagos, presidiarios o desempleados, decía la agencia.

Al día siguiente, Julie se había gastado hasta el último céntimo de sus ahorros para hacer el último intento de encontrar al hombre que le podría dar lo que ella necesitaba tan desesperadamente.

El corazón le golpeteó desesperado en el pecho y sintió las manos húmedas mientas metía la casete en el vídeo que había comprado por diez dólares en la tienda de objetos de segunda mano. Se sirvió una copa del vino que normalmente utilizaba para cocinar. Invertía el amor que hubiera dado a un niño en crear platos exóticos aunque no tuviese a nadie con quien compartirlos en su pequeño apartamento. Tomó tres rápidos tragos para darse valor y presionó el botón, retirándose de la pantalla con la barata copa de vidrio sujeta entre ambas manos.

El hombre de la pantalla quitaba el hipo de guapo. Tenía que haber un error. Julie sacó la cinta del vídeo, inspeccionó la etiqueta, volvió a leer la carta que lo acompañaba.

No, todo parecía estar en orden. Su nombre era Tyler Fortune, tal como la mujer del teléfono había dicho. Vivía en Pueblo, Arizona, al Oeste de Houston, donde vivía ella. Eso estaba bien. Se sintió mejor sabiendo que ambos vivían en el sudoeste. Volvió a poner la cinta. Se sentó y se abrazó las rodillas, conteniendo el aliento mientras el fabuloso hombre de la pantalla respondía una lista de preguntas que le hacía la entrevistadora.

–¿En qué trabaja, señor Fortune?

–En la costrucción.

Ah, pensó Julie. Por eso tenía esos músculos en el cuello y los hombros. De usar el pico y la pala, acarrear madera, llevar bolsas de cemento. Aunque llevase traje, se notaba que tenía buen físico.

–¿Y sus hobbies?

–No muchos.

–Nombre dos, por favor.

–Yo, ejem, pues, me gusta el aire libre.

¡Genial! Los niños deberían jugar fuera mucho. Ella no era muy deportista, así que sería maravilloso que su padre los llevase a caminar, a pescar, a jugar a la pelota.

–¿El matrimonio es una prioridad para usted, señor Fortune?

–Desde luego que sí –respondió él solemnemente, sin que se le alterasen los ojos grises.

Un corto grito de alegría se escapó de los labios de Julie. Tomó un trago de vino y lanzó una risilla. ¡Y a ese hombre le había gustado su cinta!

–¿Y los niños?

–Sí, decididamente tiene que haber niños en mi matrimonio.

¡No se lo podía creer! Quizás esos fueran los motivos por los que Tyler Fortune había encontrado atractiva su cinta. Era obvio que quería una familia tanto como ella. Era un hombre capaz de ver más allá de su aspecto normal y sus respuestas nerviosas y descubrir temas más importantes y prácticos. Para un futuro que podría ser bueno para los dos.

Pero había una cosa que la molestaba. Había aprendido a no confiar en los hombres guapos. Un hombre demasiado guapo generalmente era consciente de ello y lo usaba a su favor. A Tyler Fortune le tenían que sobrar las mujeres. Tenía que pasarle algo raro a ese hombre.

Julie miró la entrevista hasta el final, rebobinó la cinta y la volvió a ver tres veces más, acompañándola con tres vasos más de vino. En vez de mostrar defectos, Tyler mejoraba con cada vez que lo veía y cada copa de vino. Parecía que la miraba directamente a sus ojos a través de la cámara. Solo a ella. Su mirada era directa, inteligente y a veces juguetona. Era un hombre que aunque no llegase a amar, al menos a ella le podría gustar. Era un hombre que la hacía sentir cosas raras dentro, como cosquillas.

Apagó el televisor y agarró la carta que acompañaba la cinta. Se pasó la copa por la frente para refrescarse la piel enfebrecida. Pensó en las posibilidades, los sueños, un futuro. Y los riesgos.

La carta decía que era ella quien tenía que contactar con el señor Fortune si se encontraba interesada en conocerlo. No se le había dado ni su dirección ni el número de teléfono, por si ella decidía no aceptar su invitación a que lo llamase.

–No es una verdadera cita –susurró–. Es más una cita de negocios, ¿no?

«Lo llames como lo llames, esta puede que sea tu última oportunidad», le recordó una vocecilla frágil y preocupada que provenía de un rincón de su alma.

–Lo sé –dijo ella–. Lo sé.