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 .nowevolution.

EDITORIAL

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Título: Rock, amor y pepperoni

 

© 2015 María Jesús Juan y Marta EM

© Diseño Gráfico: Nouty

Colección: Volution.

Director de colección: JJ Weber

Editora: Mónica Berciano

Corrección: Sergio R. Alarte

 

 

Primera Edición Diciembre 2015

Derechos exclusivos de la edición.

© nowevolution 2015

 

ISBN: 978-84-945295-5-9

Edición digital Mayo 2016

 

Esta obra no podrá ser reproducida, ni total ni parcialmente en ningún medio o soporte, ya sea impreso o digital, sin la expresa notificación por escrito del editor. Todos los derechos reservados.

 

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A todas las Violetas del mundo que viven felices con su locura.

 

 

 

 


 

 

 










 

Ojalá que me la encuentre ya entre tantas flores.

Ojalá que se llame amapola,

que me coja la mano y me diga que sola…

No comprende la vida, no.

(“Si te vas”. Extremoduro)

 

 

¿Cómo nació Rock, amor y pepperoni?

¡Os lo contamos!

 

 

Conocí a Marta en septiembre de 2012, cuando coincidimos en el Nocturno del IES Floridablanca de Murcia. Ella, una joven estudiante de bachillerato que soñaba con ser reportera a lo Bridget Jones y pasaba por el aula de una forma bastante discreta, y yo en mi papel de profesora de Lengua Castellana y Literatura. En esa época desconocía sus inquietudes literarias…

Fue al salir del centro cuando empezamos a coincidir en presentaciones y actividades culturales, y nos dimos cuenta de que éramos bastante parecidas y compartíamos los mismos intereses.

Marta y yo nunca nos habíamos planteado escribir en equipo hasta que asistimos al FESTILIJ3C en calidad de lectoras. Fue allí escuchando a Javier Ruescas hablar de Pulsaciones y de la experiencia de escribir junto a Francesc Miralles cuando se nos ocurrió el juego.

Volvimos a Murcia con los papeles claros: la excusa y la música que escucharíamos mientras estuviésemos escribiendo sería el rock de Extremoduro. También tuvimos claro que la novela empezaría en la Región de Murcia, el lugar en el que vivimos y del que nos sentimos muy orgullosas. ¡Somos más murcianas que los paparajotes!

Yo empezaría las tres primeras páginas y se las pasaría a ella que seguiría la historia y me la devolvería con dos o tres páginas más y así hasta el final, tirando todos los días de correo electrónico ya que Marta estaba trabajando en La Manga del Mar Menor y era complicado vernos todos los días.

Ambas hemos metido muchísimo la mano en lo que ha ido escribiendo la otra sin piedad y sin escrúpulos, para intentar hacer personajes y tramas de las dos sin que se note exactamente hasta dónde llegan las situaciones o expresiones de cada una. No ha sido una obsesión pero queríamos que todo se quedara bien mezclado.

Marta siempre lo tuvo clarísimo: quería hacer una historia que luego pudiera ver en papel, ¡hasta visualizaba las presentaciones y amenazaba con disfrazarse de andaluza en alguna de ella! Eventos soñados que eran nada convencionales como tampoco lo somos nosotras. Yo al principio me lo tomé como un buen entretenimiento, pero tener a “mi compi” cerca y no dejarse contagiar por su entusiasmo es imposible… ¡así que locura al canto!

La historia nos tuvo la mente ocupada durante tres meses: exactamente desde el Viernes de Dolores de 2014 hasta unos días después del concierto de Extremoduro en Murcia (mitad de junio) que es cuando decidimos poner punto y final al borrador de la novela.

El proceso creativo fue muy divertido, los personajes salieron sobre la marcha y el esquema que fijamos una vez que iniciamos la historia se nos vino abajo por completo cuando entraron en escena “los marqueses de Pepperoni” (Violeta y Paolo) que nosotras hemos visto al final como los verdaderos protagonistas del libro: estaban ahí, la vida nos los ponía en bandeja y solamente tuvimos que disfrazarlos un poco, agradando sus características y disimulando algunos defectillos para que quedaran perfectos dentro de la novela.

La inspiración nos asaltaba a cualquier hora del día o de la noche y parecía que no íbamos a respirar aliviadas hasta que retomábamos el texto y le devolvíamos la pelota a la otra para que corrigiera y siguiera escribiendo. ¡Una locura…!

No fue un proceso mudo o guardado en secreto. En el camino tuvimos algunos “lectores conejillos de Indias” de nuestro entorno, salidos de las redes sociales, que leyeron los tres primeros capítulos y nos los destriparon con sus feroces críticas. A ellos también tenemos que agradecerles mucho por aguantarnos en nuestros momentos de “ego máximo” en los que de verdad estábamos insoportables.

La guinda vino casi en el momento de poner el FIN, ya que decidimos ir al concierto que Extremoduro daba en Murcia. Allí, además de disfrutar de la música y saltar hasta destrozarnos los pies, intentamos imaginarnos cómo se moverían en él nuestros personajes en el caso de que hubieran sido reales… y os podemos asegurar que alguno se cruzó con nosotras sin darse cuenta.

Aquí tenéis el resultado…

 

 

 

Prólogo

 

 

 

 

Conocí a una de las autoras de este libro hace ya muchos años. Ella fue mi compañera de ilusiones y de esperanzas. Juntas hemos visto cómo crecíamos como escritoras, nos hemos alegrado de los éxitos mutuos y hemos sufrido con nuestros fracasos. Con sus libros he aprendido y he disfrutado. Aunque si en ocasiones me quedé fascinada con sus historias y sus palabras, con Rock, amor y pepperoni no ha sido distinto.

Escribir una novela a cuatro manos y que las autoras sepan aunar fuerzas y frases sin que la historia se resienta, me parece más difícil que llegar hasta la Luna andando. Sin embargo, lo han conseguido.

Os animo a compartir con ellas la vida de los personajes, sus amores y desamores, la amistad y las risas. Y su afición por el rock, ¡por supuesto!

Como bien dice uno de ellos: «Todo sueño por cumplir requiere un sacrificio». Yo, desde aquí, deseo a María Jesús y a Marta todo lo mejor y que los sacrificios dejen paso a los sueños cumplidos.

No dudo que así será, y todo gracias a ti, lector, que has decidido que esta novela te acompañe en el camino. ¡Disfruta del viaje!

 

 

Ana Iturgaiz.

www.anaiturgaiz.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo 1

LLAVES

 

 

 

 

Rocío termina de recoger los platos que todavía están en el escurridor, no soporta volver a casa y encontrarse los cacharros sin recoger sobre la encimera de la cocina. Todo debe estar perfecto y con las puertas cerradas, ¡manía de adolescencia que todavía le dura!

Su hermana Irene mientras, en el cuarto de baño, se afana en pintarse los ojos haciendo muecas espantosas frente al espejo; el intento de maquillarse más bien parece un ejercicio circense de contorsionismo de lo más curioso.

Rocío la ve al pasar por la puerta mientras va volando a buscar las llaves y se parte de risa. Le parece muy cómica la escena que está protagonizando su hermana.

«¡Menuda acróbata está hecha! ¡Flexibilidad grado 10!» piensa.

Ahora Irene rebusca en la bolsa de aseo un pintalabios que potencia esa parte de su cuerpo que tanto le gusta, quiere que entre calimocho y calimocho le dure toda la noche sobre la boca.

«¡Misión imposible! ¡Nena, no te esfuerces que ni el súper waterprooff que anuncian en la tele!».

Es lo que piensa Rocío mirando a su hermana, pero como está tan alborotada no se lo dice.

Hace recuento de todo lo que necesita para una velada con Víctor, lleva meses preparando esta noche porque quiere que sea “su noche”.

—Dinero, pañuelos de papel, perfume, chicles, DNI, tarjetas, gomilátex… ¿gomilátex?

A Víctor casi siempre se le olvidan cuando salen de marcha con la excusa del “furor”… pero Rocío no está dispuesta a que le haga trampas esta vez, ya habrá tiempo para dejar de usarlos, así que sí, ¡ya tocan!:

—¡Gomilátex al bolso!

Sigue contando, algo se le olvida…

—Irene, ¿has visto mis llaves? Juraría que las tenía…

Desde lo más profundo del cuarto de baño, esta vez plancha de pelo en mano, alguien chilla:

—Rooooo… ¿Has revisado el platillo de la entrada?

—¡Sí!

—¿La mesa de la cocina? ¿La tabla de la plancha? ¿La parte alta del frigorífico? ¿El mueble de la tele? ¿Detrás del sofá? ¿Entre los cojines?

Todo son afirmaciones.

—¿El cajón de las bragas? ¿Las bandejas del congelador? ¿El tambor del detergente?

—Sí, sí, sí.

—Rocío, princesa mía, ¡por tu madre dime que no las has tirado a la basura ni que se te han colado por la cisterna del váter!

—Noooooo. ¿Tú me ves tan torpe?

—¿Quieres que te conteste con sinceridad a eso?

(Y recuerda el día en el que no sabe muy bien si en un ataque de sonambulismo su hermana tiró dentro de una caja de pizza el cortador y 50 euros… ¡puro lapsus dijo…! ¡Pero manda narices, reina!).

—Pues como no te las dejaras en otro bolso… ¿qué llevabas puesto ayer? Haz memoria…

La chica empieza a darle vueltas hasta que suelta:

—¡Coño! ¡Los pantalones!

Quiere pensar que no están en alguno de los bolsillos, porque Irene que es una experta lavandera los ha tendido seguro en la ventana que da al patio de luces…

¡Y la madre que la parió! Como se hayan caído tendrá que bajar a ver a Chema y pasar un poco de vergüenza torera… aunque no más que cuando se le cayó su tanga de la suerte, ¡qué “bonico” con su “conejico” de Playboy en todo el pos…! La cara del pobre mozo que se lo recogió fue un poema.

Rocío corre rápidamente a buscar los pantalones al cubo de la ropa sucia.

Algo pinta mal; allí la prenda no está.

Cruzando dedos para no comprobar lo más temido, se asoma al tendedero y comprueba que sus vaqueros andan colgados pero ni rastro de las llaves.

«Si están tendidos, las llaves deben de estar en el cubo de la ropa sucia o a las malas en la lavadora» piensa.

Y vacía el cubo otra vez buscando las llaves, pero tampoco están.

Respira hondo.

Mira en la lavadora y… ¡ni rastro!

Ahora ya tiene claro dónde pueden estar: en casa de Chema, recuerda perfectamente haberlas metido en el bolsillo de detrás después de cerrar el coche y cargar con la compra.

—¡Seguro que al final han resbalado! ¡Puñetera manía de su hermana de sacudir la ropa fuera de casa, con lo fácil que es hacerlo dentro!

—Joder, Irene, seguro que se han caído las llaves en casa de Chema… podrías llevar más cuidado cuando hagas esas cosas —le dice a su hermana llamándole la atención.

—¿Yo? Eres tú la que tienes que vaciar los bolsillos antes de echar las cosas a lavar —le contesta ofuscada mientras sigue rebuscando en la bolsa de aseo su pintalabios.

—Baja tú a preguntarle a Chema, a mí me da mucho apuro y la culpa ha sido tuya —le dice a Rocío.

—Eso me faltaba ahora, ¿no ves que no llego? Tengo mucha prisa… Baja que son tus llaves.

Y encima Irene pone su tonito de flamenca. ¡Menuda mandona!

—¡Esta te la guardo, morena! —dice Rocío por lo bajini.

Ni se molesta en discutir más, sabe que su hermana no va a ir ni aunque acabe amenazándola con prenderle fuego a todos sus sujetadores.

Irene es así, cuando dice que no es que no y no hay más vuelta.

 

 

 

 

 

 

Capítulo 2

La encerrona

 

 

 

 

Sin dar más rodeos, Rocío baja corriendo a casa de su vecino Chema.

Toca al timbre y no contesta.

Se empieza a poner algo tensa, ha quedado con Víctor y ya llega tarde.

Víctor odia que llegue tarde, y siempre se lo está reprochando. Por más que le cuente lo de las llaves, sabe que le va a decir que son simples excusas y van a tener movida.

¡Se pensará seguro que ha estado hablando con sus amigas por el WhatsApp y que por eso se ha retrasado!

Y no le valdrá haberse puesto espectacular para él porque se pasará con el santo títere toda la puñetera noche.

Esa es una actitud de machito que la desquicia. El hombre se empeña a veces en sacarle punta a las cosas más insignificantes.

 

Rocío vuelve a tocar al timbre, en esta ocasión varias veces seguidas, de modo impaciente. A lo lejos se oye un:

—¡¡Ya voy!!

Al instante abre Chema con una toalla envuelta a media cintura, mojadito tras una ducha.

Rocío abre los ojos sorprendida: ¡no se había percatado del buen ver de su vecino, y mira que se conocen desde hace mucho tiempo…!

—¡Ejem, ejem…! —titubea.

—¿Querías algo?

«Lo de quitarte la toalla con los dientes no cuela ¿verdad?».

Risilla nerviosa.

Se recompone y empieza a decirlo todo del tirón como si lo tuviera estudiado:

—Hola, Chema, buenas noches. Perdona que te moleste pero es que creo que se me han caído las llaves del coche a tu terraza.

—¡Ah! Pues tú misma, pasa —la invita Chema con naturalidad.

—Tengo algo de prisa que he quedado y estaba en la ducha, pero tú como si estuvieras en tu casa, búscalas…

Rocío se acaba de quedar atónita.

La imagen parece de calendario. El chico, que no es muy alto, con el torso al descubierto y todavía mojado, con esos rizos que le caen por la nuca y esa carita de niño bueno… como si nunca hubiera roto un plato.

«¿Pero este tío de que va? Me abre la puerta medio desnudo… me deja así que campe a mis anchas por la casa, bueno, bueno, él sabrá…».

Se asoma al pequeño patio y da una vuelta, nada de llaves.

Otro vistazo.

El que haya poca luz en el patio de luces por la hora que es tampoco ayuda mucho.

Nada.

Tras una búsqueda de diez minutos saca en conclusión que allí las llaves tampoco están.

«¡Me cagüen en mi estampa! ¡Socorro! ¿Y ahora qué?».

—Esto… ¿Chema…? ¡Chema! —empieza a llamarlo por la casa.

Le da miedo caminar sola por ahí, está fuera de su territorio.

«¡Como me lo encuentre en calzoncillos me caigo muerta!».

Pero no, cuando ve al mozo afortunadamente ya va vestido completamente.

—Dime, Rocío —dice el mozo.

—Que muchas gracias por todo, pero no están. ¡Madre mía a ver ahora qué hago yo! —dice apurada y cabreada pensando, esta vez sí, en voz alta.

—¿Dónde vas? Yo me ofrecería a llevarte pero es que voy a un concierto esta noche y no puedo, voy un poco justo…

—Bueno, no importa.

Pero al momento recula.

¿Sería mucha coincidencia si….?

—Perdona, Chema. ¿A qué concierto dices que vas? —No se puede creer lo que está pensando, ¡Irene la va a matar pero esto es una urgencia! ¡Y además significa una venganza rápida por el gesto feo de antes!

—Al de Extremoduro. ¿Por qué?

Rocío ni se lo piensa.

—¿Te importaría llevarte a mi hermana Irene?

—¿Pero al concierto?

—Sí, al concierto de Extremoduro.

Chema no entiende nada pero tampoco pone impedimento.

Rocío explica con más detalle lo que ha pasado con las llaves y su urgencia por salir de casa pues tiene una cita importante: por eso necesita que el chico acerque a Irene al concierto. Su vecino, que es buena gente, le dice a todo que sí con una sonrisa.

—No, claro que no. Dile que en diez minutos subo a por ella pero que no me haga esperar, que tengo que recoger a mis amigos en la rotonda del Mombasa y como llegue tarde estos no se cortan y me la montan.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo 3

TOC, TOC

 

 

 

 

Rocío vuelve a casa sin las llaves pero contenta.

Irene anda entretenida en su cuarto intentando meter las Sabrinas1 en el bolso por si los tacones le hacen daño, pero ahora la cremallera no le cierra.

1 - Marca y tipo de zapato femenino mezcla de manoletinas y sandalias con la puntera redonda y sin tacón. Sinónimo: bailarinas.

«Esta tía es un caso, ¡se va al concierto con los tacones y tan fresca!» piensa Rocío. «No me voy a molestar en decirle nada, jejeje… ¡Menuda penitencia va a pagar con ellos! ¡Ni yendo a la Romería de la Virgen de la Fuensanta descalza! Cojo las llaves del coche de Irene que sé dónde están y me piro. ¡Aquí te quedas, muñeca!».

Portazo.

Las paredes de la casa vibran.

Su hermana ni lo siente. Sigue sudando encajando el puzle del bolso.

Irene ya está para salir cuando le suena el móvil. Un WhatsApp de Rocío:

 

“Cariño, me he llevado tu coche… es que mis llaves no aparecen. Chema el vecino de abajo te lleva al concierto. Tienes que estar lista en diez minutos, bueno ya en nueve. Te quiero. ROCÍO”.

 

Irene no se toma nada bien el mensaje de su hermana.

«¡Será cabrona! Pero ¿esto qué es? Se ha pasado de la raya, ¡uff, como si no estuviera yo nerviosa hoy con el concierto como para ahora vérmelas de esta guisa! ¿Me quita el coche? ¿Me endosa de taxista al Chema? Que Chema es un huevo sin sal… ¡menudo aburrido!».

Empieza a sopesar opciones mentalmente porque tiene claro que no piensa ir a ningún sitio con su vecino.

Solución: ¡un taxi! Le va a cobrar ochenta euros mínimo por llevarla a casa de Violeta pero sabe del bolsillo de quién van a salir: del de la maquiavélica de su hermana.

Rocío se va a enterar.

Coge otra vez el móvil, empieza a marcar el teléfono de Radiotaxi.

Pero suena el timbre.

—¡Ups! Mierda, ¡es Chema!

No había tenido en cuenta la posibilidad de que este fuera a buscarla tan rápido.

No quiere abrirle la puerta. Que se largue y ella ya se las apañará.

Vuelve a sonar el timbre.

Dice casi susurrando:

—Este se ha dejado el dedo pegado en el botoncito.

La chica está cerca de la puerta por lo que evita hacer cualquier movimiento que la delate, cuando sin saber cómo tropieza en sí misma y cae de los tacones formando un pequeño estruendo.

—¿Irene? —Se oye al otro lado de la puerta—. ¿Irene, estás ahí? ¿Estás bien?

La chica desde dentro:

«¡Putos tacones!» piensa.

—¡Voy…! —grita. Está bastante irritada por la situación—. ¡Ya abro…!

Es increíble cómo se le ha torcido la noche. Lo piensa y se enfada más aún. Ni hecha a propósito.

Abre la puerta y aparece Chema.

—Irene, te vienes ¿no?

—¿Eh…? Sí, vamos, es que había perdido una lentilla —miente, ella no ha llevado lentillas en su vida.

—¿Pero la has encontrado ya?

—Sí, sí. —¡Miente muy mal!—. Ya estoy lista.

Vuelve a sonar el móvil. Otro WhatsApp pero esta vez de Violeta, la amiga con la que va al concierto.

 

“Ire, lo siento pero me ha surgido una urgencia y no puedo ir al concierto. De verdad que lo siento mucho, ¡sorpresa! Ha venido Paolo de Italia ¿sabes? ¡Creo que quiere pedirme matrimonio! ¿A que es genial? Pásalo bien. Muaks.

¡Ah! ¡Intenta vender mi entrada, porfa!”.

 

«¿Que venda su entrada “porfa”? ¡La pela es la pela! ¿Será rata?».

Lleva meses planeando la que iba a ser una noche canalla, una salida inolvidable y mira: con el vecino raro camino al concierto y sola. Su fiel amiga de batallas la ha dejado tirada, así sin más, porque ha vuelto Paolo, “Don Pepperoni”. Prefiere no pensarlo e intenta dejar a un lado el enfado que se va formando en su cabeza.

Chema la ve hacer un mal gesto y le pregunta:

—¿Te pasa algo, Irene?

—Me acaban de dejar tirada. Genial. Llevo preparando este concierto meses para esto. —Voz lastimera y gesto de enfurruñada.

—¿Y ese es el problema? No te preocupes. Puedes venirte conmigo y mis amigos, seguro que te diviertes —le dice el muchacho con una sonrisa en la cara, sin saber muy bien cómo actuar con la chica, creyendo que en estas circunstancias invitarla a ir con ellos es lo más correcto.

Irene duda un segundo.

A falta de un plan alternativo mejor, accede. Total, es eso o ir sola o quedarse en casa.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo 4

¿Y el coche?

 

 

 

 

Los dos jóvenes salen del edificio que comparten.

Caminan para dar con el coche de Chema, que el muchacho recuerda haber aparcado en la misma acera pero en la otra punta de la calle.

La mayoría de farolas están fundidas o carecen de bombillas por la dichosa crisis del ladrillo, así que la luz es escasa.

Chema anda un poco despistado y tampoco se aclara mucho.

No hablan nada.

El chico parece un zahorí buscando agua pero en vez de vara lleva una llave.

Irene sigue intentando mantenerse erguida con los taconazos, cosa que al principio le cuesta un poco.

La escena es un poco cómica: dos personas que apenas se conocen, caminando entre sombras, sin dirigirse la palabra y buscando casi a ciegas que se enciendan las luces traseras de un coche.

Cuando por fin se hace la luz, Irene no puede evitar pensar: «¡Acabáramos! Yo con mi Mini le doy al mando y mi Jacki enciende los faros delanteros enseguida, para decirme dónde está si no me acuerdo. ¿Pero este crío encima tiene un troncomóvil?».

El “troncomóvil” como Irene lo llama es un Citroën Saxo de color gris, de los primeros que se fabricaron, los quince años de vida no se los quita nadie pero él es fuerte y sigue pasando como un campeón la ITV.

«¡Ese lleva las ventanillas a rosca!» piensa Irene.

Chema abre la puerta del vehículo por su lado metiendo la llave en la cerradura y da la vuelta a continuación, para abrir también la del copiloto.

Irene sonríe con picardía y el chico se da cuenta.

—No pienses que quiero ser caballeroso contigo, es que a veces se atranca.

La chica sigue llevando la sonrisa en la cara. ¡Le ha gustado el comentario!

Chema vuelve a su sitio.

Irene sube al coche e intenta acomodarse en el asiento. Está muy echada hacia delante y parece que va a tener que hacer encogida los cuarenta kilómetros que le esperan hasta llegar al concierto. Buscar la palanca para mover hacia atrás el asiento puede ser todo un número por el espatarrague2 así que ni lo intenta. Además no va muy cómoda con el vestuario que ha elegido para esta noche.

2 - Murcianismo, espatarragar significa “estar muy abierto de piernas”.

—¡Listos! —dice el chico arrancando su bólido y poniendo sus manos sobre el volante.

Irene asiente con la cabeza.

Piensa:

«¡Que no nos deje tirados en medio de la nada este cacharro!».

El chico, muy simpático, trata de buscar la manera de abrir la conversación:

—Y para meternos en situación pongamos buena música —dice.

Hace el gesto de encender la radio.

Irene ya sabe lo que irá en el CD que seguramente sea lo único nuevo que lleva el coche. Suene lo que suene sabe que le encantará.

Chico previsible. No se ha equivocado.

La chica intenta adivinar el nombre de la canción que sonará primero. Le hacen falta los cinco primeros segundos para conocer el título.

«¡Mi vecino es raro de cojones pero tiene buen gusto musical!» piensa al identificar el tema que comienza.

“Mi espíritu imperecedero”.

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo 5

Rumbo a Murcia

 

 

 

 

El lugar en el que ha quedado Chema con sus tres amigos no está muy lejos, apenas lo que dura el tema que les endulza el principio de la noche.

Se desvía de la calle principal y coge lo que parece una vía de servicio hasta la rotonda de la Discoteca Mombasa, podría ir por la carretera principal pero hay tráfico a esta hora así que hace trampas.

Detiene el coche en un trocito del aparcamiento público. Apaga el motor y las luces pero deja la radio. Chema sabe que como siempre le tocará esperar, menos mal que acordaron salir del pueblo con tiempo…

Tres, cinco minutos…

Suena “Locura transitoria”.

Irene la escucha metida un poco en sus cosas, mirando la ventanilla, ensimismada en sus pensamientos. Esta noche está cabreada con el mundo, con Violeta y con su hermana porque la han dejado colgada. Tiene ganas de volar ya hasta el concierto y olvidarse de todo, es lo que tienen el rock y Extremoduro, que la ayudan a evadirse.

Chema está también a lo suyo cuando gira la cara y tropieza con la figura de la insospechada pasajera. Tanto tiempo compartiendo portal y parece como si ahora mismo acabara de descubrirla. La ve una chica guapa. ¡Vale! Quizá no le entraría de primeras pero está seguro de que es más que una cara bonita.

Con disimulo los ojos se le van hacia la falda cinturón de color negro que la chica lleva puesta. ¡Como se le suba un poco más se le va a ver hasta el alma! Intenta fijarse un poco más en el perfil de Irene, no es el tipo de chica en la que él pondría los ojos inmediatamente pero tiene cierto halo de misterio que le parece interesante. No es ni muy mujer ni muy niña. Y la mirada extraviada más allá de la ventanilla le produce curiosidad.

Curiosidad que no puede satisfacer porque lo que están esperando sucede y la primera posibilidad de acercamiento se corta. ¡Salvado por la campana, Chemita!

Justo en ese momento otro coche aparca al lado del de Chema, pero este lo hace bien: alineando ruedas y ocupando la plaza como le corresponde. Salen de ahí tres personas, dos chicos y una chica que serán sus compañeros de viaje a Murcia.

Tocan a la ventanilla, el conductor la baja y les saluda.

«¡Por lo menos esta sí que va a botón!» piensa Irene. «Ya es menos prehistórico el cochecito de lo que me imaginaba».

—Venga, montaos —pide Chema a los recién llegados.

Le hacen caso.

—Irene, te los presento. Estos son mis amigos: Ramón, Daniel y Estela.

—Hola, yo soy Irene… su vecina, me han dejado colgada esta noche. —Como queriendo justificar su presencia allí.

Besitos de rigor.

Sonrisas.

El conductor del Citroën corta el momento happyflower. Mira el reloj y dice:

—¡Venga! ¡Nos vamos cagando leches! ¡Ya estamos todos! ¡Al concierto! ¡Al abordaje!

Buscan el ramal que les conduzca hasta la RM1, la vía que une San Javier con Murcia.

Vuelan escuchando “Dulce introducción al caos” y soñando despiertos.

«No sé por qué pero tengo la intuición de que la noche promete» piensa irónicamente Irene.

Justo lo que le faltaba a estas alturas, que suene “Dulce introducción al caos”. ¿Cuántas veces la habrá escuchado? Cien, doscientas, quizá trescientas… irremediablemente esta canción le recuerda a Mario.

Pero esta noche su exnovio no puede ocupar un lugar en sus pensamientos.

«¡Pista! Resetea el disco duro, Irene Medina. Fuera ahora mismo de mi cabeza ¡es una orden!».

Es lo mejor que puede hacer, él no se merece ni un segundo de su vida.

«¡Ale, con Rocío y Violeta! Mañana arreglaremos cuentas, Ya tendremos una conversación, guayaberas3».

3 - Mentirosas, tramposas. Hace un guiño al personaje de Steve Urkel, protagonista de la serie americana Family Matters (“Cosas de casa”).

Chema le enseña a Irene un litro de cerveza que ya se han ido rotando todos dentro del coche.

—¿Quieres? ¿O es que las niñas buenas no bebéis más que agua embotellada y sin gas? —le pregunta en tono sarcástico.

—Lo dices así como si pensaras que soy una de ellas —le contesta Irene con aire chulesco mientras le quita el litro a Chema y le da un largo trago.

—Jajajaja pues tienes toda la pinta, a otra no se le ocurre ir así a un concierto de rock.

—¿Es que hay un uniforme específico para este tipo de eventos? Porque yo con lo poco que te conocía hasta esta noche te hubiera imaginado antes en un festival gafapastas4 que dándole caña a la buena música…

4 - Aunque no es exactamente así, aquí el término “gafapastas” se utiliza como un sinónimo despectivo de indie: persona a la que le gusta la música independiente.

—Flamenca que vienes, niña pija.

—Más que la Giralda de Sevilla —le contesta Irene con gracia y poniendo las manos como si se fuera a lanzar a dar palmas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo 6

La cena

 

 

 

 

A pocos kilómetros, Extremoduro también suena de fondo en un Mini. Rocío echa de menos a Second con sus “Fracciones de un segundo”. Pero el rock no le motiva y este cantante parece que canta a gritos, nunca entenderá por qué a Irene le gusta tanto.

Va mirando el reloj del Mini cada dos minutos.

Está un poco cansada de dar vueltas por la ciudad.

Solo se retrasa media hora. Espera que con un poco de suerte Víctor haya pillado también algo de tráfico y no se enfade tanto con ella por el plantón.

«¿Por qué he quedado en pleno centro de Murcia?» piensa.

Y entonces es cuando recuerda que Víctor es quien la ha citado en el restaurante Salzillo al lado de la plaza de Santa Eulalia, en el mismísimo corazón de Murcia.

Es algo raro porque ellos no son asiduos a ese tipo de locales, pero como él ha estado últimamente muy distante y algo irritable, cree que la cena en uno de los mejores establecimientos de la ciudad es su modo de pedir disculpas.

Aburrida de callejear sin suerte, mete el coche en el aparcamiento público que hay justo enfrente de la plaza de toros y se dirige caminando al restaurante que queda apenas dos calles más arriba.

Cuando llega vislumbra a Víctor en una mesa nada más abrir la puerta. Se dirige hacia allí algo nerviosa por la tardanza, ¡seguro que él le comenta algo…!

—¡Hola! —le dice Rocío acercándose para darle un beso, y le nota algo tenso.

Ni el saludo le devuelve. En ese momento el novio de Rocío Medina es lo más parecido a una estatua de bronce.

—Como no llegabas he pedido vino para esperar —le dice brusco.

—¡Ah, bueno…! Pues bebemos vino. —Resta importancia al comentario sobre la hora y sigue a lo suyo—. No veas la movida que he tenido con Irene. Me ha perdido las llaves del coche, y en fin, que he tenido que venir en el Mini. Y estaba el tráfico que madre mía, ¡se nota que media ciudad anda de fiestas o de concierto!

Llega el camarero y les interrumpe para dejarles la carta.

—¿Qué te apetece tomar? —le pregunta a Víctor para cambiar de tema.

—Aún no sé, voy a ver la carta.

El ambiente está tenso, se puede cortar el aire casi a cuchillo.

El camarero vuelve a interrumpir para tomar nota.

—¿Ya han decidido lo que van a pedir…?

—Yo tomaré unas manitas de cerdo ibérico —pide Víctor.

«Menuda bomba para el colesterol se va a meter este hombre ahora, menos mal que mañana lo quemará en el gimnasio antes de ir al trabajo» piensa Rocío.

—¿Y para la señorita? —pregunta el camarero.

—¿Yo? Un rodaballo a la murciana, ¡estoy con el cuerpo con ganas de un bicho con escamas…! —le sigue Rocío intentando poner algo de humor a la escena.

Pero su pareja parece no estar por la labor.

Tras marcharse el camarero, Rocío toma la iniciativa para conversar y va directa al grano. No soporta el morro torcido de su chico.

—Víctor, estás un poco raro, ¿te pasa algo?

—No, no sé… es únicamente que me apetecía estar solo hoy.

La chica lo mira desconcertada.

—Y entonces si querías estar solo, no lo entiendo, ¿por qué me has invitado a cenar?

—Tampoco me desagrada tu compañía, no sé… me dio por ahí.

El chico tiene la mirada perdida como si su mente estuviera a miles de kilómetros del restaurante.

—¿Víctor, de qué vas? ¿Ahora me defines como “compañía”? Llevas días esquivando mis llamadas, me dejas tirada a la primera de cambio, te enfadas por cualquier tontería… ¿Y ahora no sabes? Perdona pero no entiendo nada.

El chico sigue la conversación de una forma muy fría, casi sin inmutarse.

—Rocío, es muy simple: no me gusta tener a alguien a mi lado que me dé problemas. Si lo quieres entender bien, y si no ya sabes lo que hay, yo estoy bien contigo o sin ti.

Rocío suelta su lengua sin pensar.

—Pero Víctor, ¿te estás oyendo? Te estoy preguntando si quieres estar conmigo y tú me dices que simplemente no quieres que te dé problemas. ¿Con eso me estás diciendo que yo para ti no soy más que un problema?

—Mira Rocío, no te ofendas pero tú tienes mucho carácter y no creo que esto vaya a ninguna parte. ¡Tu manera de ser me supera a veces! Creo que lo mejor es que dejemos esto aquí y ahora.

—No entiendo nada, Víctor, de verdad que no lo comprendo. Yo te quiero, yo quiero un futuro contigo. ¿Tú no lo ves? Esto no puede acabar así. Vamos a hablar detenidamente, más relajados. En otro sitio… Es solo una mala racha y lo sabes. ¡Se te ha juntado un poco todo!

—Rocío, esto se acaba aquí y ahora. No hay más que decir.

Víctor se levanta y se va sin decir nada más.

Rocío se queda en la mesa petrificada, cuenta hasta diez para no derramar ni una lágrima. ¿Víctor la ha citado para dejarla a mitad de la cena? No lo entiende.

Suspira un par de veces y, tímida, levanta la mano llamando al camarero al que con voz temblorosa le pide la cuenta.

El camarero deja la nota sobre la mesa y ella paga.

El chico ha presenciado toda la escena de pareja y tiene la delicadeza de solo anotarle en la cuenta la copa de vino que se ha bebido Víctor.

Rocío es consciente del gesto.

Cuando le da el cambio, el camarero mira a la chica como queriendo decirle: Sonríe, la noche no ha terminado todavía.

Pero eso a Rocío hoy no le vale. No puede, no se siente con fuerzas. El desplante de Víctor la ha dejado con mal cuerpo.

Solamente quiere salir corriendo del restaurante y esconderse en el coche.

Camina hacia el parking sin gesticular, sabe lo que va a pasar en breve y no quiere que eso le ocurra en la calle.

Monta en el coche y aún sin terminar de cerrar la puerta, esta vez sí, se rompe entera.

Arranca a llorar, un llanto húmedo… lágrima tras lágrima.

Cubre el rostro con sus manos como queriendo negar lo evidente. No puede creerlo: Víctor la ha dejado. Después de todo este tiempo, de tantas cosas, tantas emociones. Después de haber descubierto lo que es querer de verdad a alguien, de sentirse viva… ahora ella resulta que solo ha sido para él “su problema”.

Víctor la ha plantado.

Víctor se ha ido.

Víctor no quiere estar con ella.

Rocío acaba de perder un trozo de su alma en el restaurante.

Siente que sin Víctor jamás volverá a ser la misma, de otra manera, sí, pero no la que ha sido hasta ahora. Dicen que hay un momento en el que la vida te demuestra su cara amarga, ocurre algo que te rasga, te destroza por dentro y te hace empezar a ver las cosas de otra forma: poniendo los pies en la tierra y haciendo lo que debes y no lo que de verdad quieres. Para Rocío la discusión con Víctor ha sido ese momento.

Todo lo que venga a partir de ahora servirá para poner parches sobre su corazón roto, pero nada lo reconstruirá por completo.

No existe una ocasión perfecta para dejar a alguien. El lugar o la hora que elijas siempre será mala para quien va a ser abandonado, pero Víctor ha escogido la peor, la más humillante para Rocío, que se siente igual de insignificante que una hormiga entre tanta gente.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo 7

El botellón

 

 

 

 

No muy lejos de allí, la noche se pinta de un color distinto, un grupo de fans de Extremoduro acaba de llegar a pocos metros de su destino.

Chema y sus amigos consiguen un hueco en el aparcamiento de un hipermercado que está repleto de coches que buscan hacer lo mismo.

Han tenido suerte, cinco minutos más y lo mismo hubieran tenido que dejar el vehículo en medio de la huerta.

Bajan del Citröen Saxo y caminan hacia La Fica, el recinto donde se va a celebrar el concierto.

Al final han llegado con tiempo para beber algo en la calle y entonarse un poco antes de que la música haga el resto.

¡Llevan muchas ganas de fiesta!

—¿Quién se acerca a por los hielos a la gasolinera? —pregunta Dani.

—Yo misma —se ofrece Estela.

—¡Te acompaño! —dice Irene.

—¡No vayáis a perderos, que me fío poco de vosotras! —les dice Chema.

—¡Ojito a los buitres! —salta Ramón.

Ellas ríen con los comentarios de los muchachos. Tienen el cuerpo de fiesta.

Las chicas llegan a la gasolinera y compran las bolsas con los cubitos de hielo.

Tardan un poco porque parece que todos los asistentes al concierto han decidido hacer lo mismo y al mismo tiempo.

¡La gasolinera esta noche hace el agosto! ¡Está repleta de jóvenes! ¡Y todos tienen el cuerpo con ganas de rock y de fiesta!

A la vuelta al punto de reunión un par de muchachos, que seguro no tienen más de dieciséis años, piropean las bonitas piernas de Irene.

—Morena, si las piernas son las vías, ¡madre mía cómo será la estación…!

El emisor del mensaje se contonea.

—¡Esas piernas sí que son un monumento y no la fuente de la plaza de mi pueblo!

Irene al escucharlos se pone colorada. No sabe dónde meterse.

Al resto del grupo parece que la ocurrencia de los adolescentes también les ha hecho mucha gracia, ríen a carcajadas.

—¡Menudos críos! —comenta Ramón.

—Los adolescentes de ahora que son muy graciosos —dice Estela con pocas ganas.

Chema ve en ese momento la oportunidad de ser galante con su vecina e interviene sin pensárselo demasiado:

—¿Sabes? No me había fijado, pero es cierto lo que te han dicho esos enanos, tienes dos —y marca bien el “dos” señalándolas— piernas realmente bonitas.

Esto no se lo esperaba, ahora su vecino está tirándole los trastos. «¡Este hombre no da más de sí!» piensa Irene. ¡Maldita la hora que decidió ponerse la dichosa minifalda!

Se tira de la prenda de vestir sintiendo que las mejillas le empiezan a arder.

Chema se da cuenta y sigue con la lengua suelta.

—Ya puede ser de chicle la tela de la falda, porque por mucho que tires me da que no estira…

—Ejem… vecinito, ¡bebe un poco más despacio que no coordinas! —le contesta Irene, intentando ser cortante pero sin conseguirlo.

Este rollo irónico sarcástico con el vecino no parece disgustarle tanto. Los comentarios que acaba de hacer el muchacho tienen su puntillo. Ha ganado mucho en un segundo con su verborrea. Por lo menos el chico ya no le parece el soseras que pensó que era en un primer momento.

 

 

 

Capítulo 8

¿Y ahora qué?

 

 

 

 

Rocío valida el tique del parking y se dirige al coche de su hermana, aparcado tres plantas más arriba de la máquina de cobro. Está deseando salir de allí pero no sabe adónde ir. Conducir hasta su pueblo en el estado en el que va no es lo más recomendable. Está cerca pero no se ve con fuerzas. Teme no estar tan atenta a la carretera y que su despiste pueda provocar un accidente.

Si al menos tuviera el CD de Second podría pararse en cualquier sitio y abandonarse a la música. Sabe bien que escuchar a su grupo favorito le serviría para soltar lastre en soledad: abrir el grifo y llorar tranquila.

Conoce a Víctor mejor que a sí misma y sabe cómo toma cada una de las decisiones; nunca deja nada al azar en su vida. Medita y repiensa cada cosa. Todo lo consulta con la almohada antes de hacerlo. Esa manera tan cuadriculada de hacer las cosas a veces se convertía en un motivo de disputa y reproche dentro de la relación, eran como el agua y el aceite: mientras que Víctor controlaba cada situación ella improvisaba siempre, se dejaba llevar por las circunstancias de la vida como lo hace un surfista con las olas, buscando la mejor y disfrutando de ella. Sin la necesidad de mirar más allá de sus pies.

Para Víctor esa manera de dominarlo todo le servía para verse poderoso y quizá también para disimular las inseguridades de las que Rocío era consciente.

Ante los demás Víctor Mirete se mostraba como un tío serio, correcto y cabal. Justo lo que él necesitaba: tener una imagen impecable.

¡Maldita fachada!

Así que si el señorito formal ahora ha decidido dejar la relación con Rocío, nada le hará cambiar de opinión.

Esa es la verdad del que ya es su exnovio.

Rocío se lo repite varias veces para autoconvencerse…

—Exnovio, exnovio, exnovio, exnovio…

Cada palabra que dice le suena a puñalada.

Se siente vacía.