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Portada

Copyright

Dedicatoria

Introducción

1. Las organizaciones nacional-populares. Del mundo piquetero al gobierno kirchnerista

Primeros pasos: la resistencia a la “traición” menemista

“A Néstor le tenía una desconfianza terrible”

Kirchner presidente y un dilema para los movimientos sociales

De la crítica al apoyo: el Movimiento Evita se suma al gobierno

Nace el Movimiento Evita: la “espada” de Kirchner

Estructura y afluentes organizativos del Evita

Desde peronistas de izquierda hasta “pejotistas”: unir al movimiento nacional

La disputa por el PJ: sin lugar para prejuicios

La Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), un sindicato para los excluidos

¿Capitalistas, peronistas o kirchneristas? Claves para definir al Evita

“Su Perón es Néstor Kirchner”: identidades entre jóvenes y viejos militantes

2. El Evita en el Estado. Los tiempos de la militancia y la burocracia de la gestión

Los desafíos de “ser gobierno”

La gestión de recursos materiales: afiches, mercadería y planes sociales

La puja por los recursos políticos: funcionarios, legisladores y puestos en el Estado

“No tenemos nada, nada, nada”: la identidad autogestiva en el Evita

La Secretaría de Agricultura Familiar en manos del Evita

Los cargos en provincia de Buenos Aires: de Solá a Scioli

El Movimiento Evita a cargo del Programa Argentina Trabaja

El Argentina Trabaja y las internas del kirchnerismo

Cómo gestionar y no burocratizarse en el intento

El Evita contra el “Estado liberal”

3. “Fuimos leales, pero no obsecuentes”. Criticar y movilizarse desde adentro

La lealtad al kirchnerismo

¿Leales pero no obsecuentes?

El Movimiento Evita versus La Cámpora

Las movilizaciones durante el kirchnerismo

La agenda propia del Evita: economía popular y violencia institucional

La resemantización de las movilizaciones

Un nuevo ethos político

“Somos lo que falta”: la independencia política del Evita

El candidato propio: Taiana presidente

¿Un movimiento cooptado y desmovilizado?

4. Viaje al centro del movimiento. El Evita en dos municipios bonaerenses

El Movimiento Evita en Avellaneda

La toma de la fábrica

Avances y retrocesos con el gobierno local

El Programa Argentina Trabaja en Avellaneda

La consolidación del Evita y del kirchnerismo en Avellaneda

Dilemas de “ser gobierno”

Enfrentar el conflicto desde el poder: la toma de Villa Domínico

El Movimiento Evita en San Fernando

El Evita y el gobierno municipal: aliados, opositores y nuevamente aliados

Los “operativos” municipales: el Estado en el barrio

El Programa Argentina Trabaja en San Fernando

Cambios en el gobierno municipal: el Evita a la oposición

Desalojo y acampe: el revival piquetero del Evita

5. El Evita ante el final de la etapa kirchnerista y el ascenso de Mauricio Macri. ¿Ser resistencia o ser oposición?

¿Cómo enfrentar a Cambiemos?

La ruptura del Evita con el kirchnerismo

Ampliar la unidad, con eje en el peronismo

El nuevo desborde plebeyo. el Evita y la CTEP durante el macrismo

La Ley de Emergencia Social: ¿generar conflicto o garantizar la paz?

Internas en el campo popular: del Frente Milagro Sala a Juan Grabois

El Evita, el papa Francisco y el aborto

Convivir con el macrismo en los territorios

Apostar por Randazzo y enfrentar a Cristina: conflictos para el Evita

Palabras finales. El movimiento de los senderos que se bifurcan

La práctica por sobre la teoría

Ni tan cooptado, ni tan independiente

De Kirchner a Macri

¿Los “últimos de la fila” serán los primeros?

Agradecimientos

Referencias

Francisco Longa

HISTORIA DEL MOVIMIENTO EVITA

La organización social que entró al Estado sin abandonar la calle

Longa, Francisco

© 2019, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.

A Marcos Fidel y a Lucía

Introducción

“Guerra al imperialismo” fue la consigna del acto que un conjunto de grupos nacional-populares realizó en el Obelisco porteño en la víspera de la elección presidencial de 2003. Entre los dirigentes peronistas y guevaristas que estaban presentes se encontraba el exmilitante montonero Emilio Pérsico. Allí llamaron a boicotear las elecciones y denunciaron que todos los candidatos eran “aliados del imperialismo”. Para ilustrar su posición presentaron un afiche con la bandera de los Estados Unidos: en las estrellas de la bandera habían colocado los rostros de todos los candidatos; la cara de Néstor Kirchner estaba en una de ellas.

* * *

“Vamos Kirchner” y “Vamos Argentina”, se leía en una enorme bandera con el rostro sonriente de Eva Perón en el escenario del Luna Park. Era mayo de 2006, durante el acto de lanzamiento del Movimiento Evita, un espacio en el que habían confluido organizaciones del campo nacional-popular aliadas al gobierno de Kirchner. Rodeado de funcionarios, el secretario general Emilio Pérsico le habló al presidente –que no estaba en el estadio– y sentó los principios de su espacio: “El Movimiento Evita es indivisible, compañero presidente, de las políticas de Estado. Este movimiento no tiene destino si a usted le va mal […] porque nuestra estrategia es la estrategia central del gobierno”. Hasta el fin del ciclo kirchnerista en 2015, el Movimiento Evita participaría en numerosas movilizaciones en apoyo al gobierno, pero también en otras tantas rechazando algunas de sus políticas.

* * *

En diciembre de 2017, bajo el gobierno de Mauricio Macri, el Congreso aprobó una polémica reforma jubilatoria que en los hechos implicó un recorte en los haberes de los jubilados. En la Cámara de Diputados los legisladores Lucila de Ponti y Leonardo Grosso, ambos pertenecientes al Movimiento Evita, votaron en contra del proyecto y luego se sumaron a los manifestantes que poblaban las adyacencias del Congreso; allí fueron violentamente reprimidos por la Policía. En el Senado el bloque del Movimiento Evita se comportó diferente: la senadora Teresita Luna votó a favor y Juan Manuel Abal Medina (h) se abstuvo.

* * *

En mayo de 2016 Macri anunció un plan de viviendas en el partido de Almirante Brown, que se construirían con la participación de los movimientos sociales. En el palco estaban también la gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal, la ministra de Desarrollo Social Carolina Stanley y Esteban “Gringo” Castro, dirigente del Movimiento Evita y de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP). El Evita se había distanciado de la mayoría de las organizaciones kirchneristas, que habían adoptado en general un lenguaje más contestatario frente al gobierno de Cambiemos. “Lo que nosotros evaluamos es que si Macri se cae esto gira más a la derecha aún”, dijo por aquellos meses Fernando “Chino” Navarro, otro de los referentes del Evita.

* * *

“Muchos como yo se fueron del movimiento eh, muchos. Se cansaron de la rosca, de que negocien tanto con Macri; eso sí, la mayoría se va a las puteadas pero después te dice: ‘Ojo, que igual yo sigo siendo del Evita’”. Así explicaba su alejamiento un militante de la provincia de Buenos Aires, en marzo de 2018. Estaba furioso con los dirigentes del Evita. Decía que sus más recientes decisiones políticas los hacían funcionales a Macri. Otro exintegrante completó la idea: “Yo me fui hace tiempo del Evita pero me sigo sintiendo un familiar distante. Porque el Evita expresa una de las familias militantes más grandes que hay en el país. Te forja una identidad que te queda muy marcada”.

* * *

En septiembre de 2018, cuando la crisis económica y la inflación en alza eran una realidad, en una entrevista radial Pérsico endureció su discurso: “Este gobierno ya fue, […] que renuncien honorablemente. ¿Qué se van a quedar haciendo, si no pueden resolver nada? No tienen la capacidad de construir la unidad nacional necesaria para tomar las medidas que hay que tomar. Vamos a perder un año de sufrimiento y sin perspectiva de salida”.

* * *

Estas instantáneas, que son parte del recorrido que propone este libro, muestran el extraordinario pragmatismo, las fortalezas y a la vez las debilidades de una organización social atípica. En efecto, el Movimiento Evita es hoy una de las organizaciones sociales más grandes, relevantes y discutidas de la Argentina. De alto perfil público y enorme capacidad de movilización, sus habilidades de negociación política y su identificación fuerte con los sectores populares lo encumbraron como un participante activo de la escena política argentina desde fines de los años noventa.

El Evita comenzó en ese entonces desde abajo, en los barrios más pobres del Conurbano bonaerense. Integró luego los gobiernos kirchneristas, rompió más tarde con la conducción del kirchnerismo y planteó un tipo de oposición al macrismo apartada de las orientaciones de Cristina Fernández. Con capacidad para movilizar unas cincuenta mil personas, con la habilidad de generar fuertes lazos entre los militantes –incluso de crear y “educar” cuadros políticos–, en todos estos años ha logrado penetrar en cientos de barrios populares de prácticamente todas las provincias, a la vez que consolidó una importante fuerza parlamentaria. En toda esa trayectoria se mantuvo, además, alejado de las grandes discusiones ideológicas. Aunque sus dirigentes adhieren en términos generales a un peronismo combativo –y las referencias a Perón y por supuesto a Evita son frecuentes–, desde el vértice de la conducción hacia el resto de la militancia es difícil rastrear proyectos político-ideológicos o programáticos sofisticados.

De hecho, el Movimiento Evita ha sido acusado tanto por izquierda como por derecha por sus posicionamientos, por sus cambios de orientación y por sus alianzas políticas. Si una vez que se asumió como kirchnerista fue criticado por abandonar la lucha y acordar con el gobierno, tras su ruptura parcial con los sectores más cercanos a la expresidenta recibió la acusación de ser funcional al gobierno de Mauricio Macri. Sus militantes y dirigentes, por su parte, defienden su lucha por incluir los intereses de “los últimos de la fila” en las políticas de Estado, y afirman que la movilización y la negociación son las herramientas más poderosas para lograrlo. En ese marco el gran dilema que enfrentó el Evita, que se replicó en muchos movimientos sociales y se plasmó también en discusiones académicas, fue el modo y el grado en que sus militantes debían incorporarse al gobierno kirchnerista. ¿Sumarse de lleno a los puestos estatales o continuar luchando en las calles? ¿Apoyar la política de derechos humanos de Kirchner o denunciarla por demagógica? ¿Incorporar militantes a la estructura del gobierno o preservarlos de la burocratización que las marañas del Estado podrían generar?

Estas preguntas estructuran este libro, que busca resolver los interrogantes sin caer en nuevos encasillamientos que obturen la complejidad del problema. Se trata de dar cuenta mediante datos, observaciones de campo y entrevistas en profundidad, de las tramas cotidianas que se tejen en la experiencia del movimiento. Para ello me propuse conocer cómo se organizan y qué piensan los integrantes del Movimiento Evita. Intenté comprender cuáles son los límites que observaron en su paso por la gestión estatal y cuáles fueron las posibilidades que esos espacios les brindaron en relación con sus aspiraciones políticas. Busqué entender qué sentido tenían para ellos mismos las alianzas que iban forjando; traté de explicarlas a partir de su propia racionalidad política, de sus tácticas y estrategias, a la vez que procuré contrastar sus testimonios con las prácticas que llevaron adelante. Mi perspectiva buscó describir la experiencia del movimiento evitando los juicios de valor y las posiciones normativas acerca de qué es o qué debe ser un movimiento social.

El laboratorio de fines de los años noventa

“La Argentina es un laboratorio de democracia”, sostuvo la periodista y activista antiglobalización Naomi Klein durante una de sus visitas al país hacia finales de la década de 1990. La autora del conocido No logo se refería así al conjunto de organizaciones sociales, colectivos culturales, fábricas ocupadas y asambleas vecinales que proliferaban en una Argentina golpeada por diez años de aplicación sostenida de políticas neoliberales. De todo aquel universo de organizaciones los Movimientos de Trabajadores Desocupados (MTD) eran los más dinámicos; estos grupos, que se hicieron visibles por realizar “piquetes” –es decir bloqueos en rutas, calles y puentes–, fueron el sector más numeroso y el que con mayor radicalidad enfrentó a los gobiernos de Carlos Menem, Fernando de la Rúa y Eduardo Duhalde. En 2003 el influyente intelectual de la izquierda italiana Toni Negri insistió en la potencia de los movimientos sociales de América Latina, y describió a las organizaciones de la Argentina como un campo de “experimentación, laboratorio abierto de nuevas formas de representación, de nuevas formas de organización” (Negri, 2003).

La recurrencia en el uso del concepto de “laboratorio” no es casual: muchos de los movimientos sociales de la Argentina que se masificaron desde finales de los noventa hacían cuestionamientos radicales a las formas organizativas tradicionales de la política. Esto renovó los debates en el campo militante pero también en los ámbitos académicos. Por aquellos años un conjunto numeroso de MTD se plegó a las nuevas teorías autonomistas que rechazaban la lógica estatal. Es decir, se negaron a participar en elecciones y apostaron por la construcción de un antipoder o contrapoder. “Los intentos de cambiar la sociedad a través del Estado o de la toma del poder han fracasado”, había sostenido el teórico marxista irlandés John Holloway,[1] de gran ascendencia en la Argentina de aquel entonces.

Incluso las organizaciones sociales nacional-populares, que reivindicaban la tradición peronista –históricamente asociada a la gestión del Estado–, parecieron acoplarse a esa oleada antiestatal. En un comunicado de 2002, algunas de ellas planteaban: “El poder de la Patria, como poder popular, se construye en la calle… El poder de la Muerte se sienta en el escritorio del funcionario. […] La Patria no se recupera con prolijidad, sino con lucha”.[2] Muchos de los MTD y las organizaciones que firmaron ese comunicado confluyeron unos años después en el Movimiento Evita.

La asunción de Néstor Kirchner a la presidencia en mayo de 2003 modificó profundamente ese escenario político, en el marco regional de un nuevo ciclo progresista (Sader, 2009), también llamado de centroizquierda (Alcántara Sáez, 2008), que tuvo como exponentes a Hugo Chávez en Venezuela, Rafael Correa en Ecuador, Lula da Silva en Brasil y Evo Morales en Bolivia. Gracias a una batería de políticas públicas, tendientes a recomponer el sistema político y la delicada situación económica del país, el gobierno del Frente para la Victoria se consolidó en el poder. Para el mundo de los movimientos sociales estas transformaciones no pasaron desapercibidas. Además, Néstor Kirchner les abrió la puerta de la gestión estatal a cambio del apoyo al nuevo gobierno.

Tras un primer ciclo de desconfianza y resquemores, las políticas de Kirchner ligadas a la defensa de los derechos humanos y su vocación por aliarse con los gobiernos progresistas de la región se granjearon la simpatía de numerosas organizaciones sociales, entre ellas las del movimiento piquetero. Las organizaciones piqueteras que provenían de la tradición nacional-popular fueron las que primero adhirieron al gobierno. La mayoría de los movimientos que se sumaban al kirchnerismo experimentaba una relación novedosa con el Estado: integraba a sus referentes en cargos de gestión y pasaba a estar también “del otro lado del mostrador”.

I

Tanto desde la academia como desde el campo militante rápidamente se instaló un debate acerca de la suerte que correrían las organizaciones que se sumaban al gobierno: quienes las defendían reivindicaban su carácter independiente y su decisión consciente de sumarse al Estado. Quienes las cuestionaban señalaban que estaban repitiendo viejas recetas del mundo político, a cambio de cargos y recursos. Los propios militantes sostenían que se había terminado la etapa de resistencia y se había abierto una de ofensiva, lo cual los obligaba a asumir nuevas tareas como por ejemplo la gestión estatal. Por otra parte los movimientos que impugnaron al kirchnerismo y continuaron desplegando su accionar únicamente en el plano social y en las movilizaciones callejeras tuvieron dificultades para consolidar una voz relevante en el espacio público, sobre todo porque Néstor Kirchner consolidó con rapidez una significativa adhesión social.

En la academia argentina los primeros años del kirchnerismo estuvieron hegemonizados por la corriente impugnadora de la integración al Estado: la mayoría de los estudios sobre protesta social, acción colectiva y mundo piquetero hizo énfasis en la cooptación que significaba la incorporación de los movimientos al Estado. Los movimientos se estatizarían y se burocratizarían, con lo cual perderían su radicalidad y terminarían atrapados en las negociaciones espurias de la política tradicional, señalaron entre otros Luis Oviedo (2004), Daniel Campione y Beatriz Rajland (2006) y Raúl Zibechi (2009). Para este grupo de autores la incorporación al Estado alejaba a los movimientos de aquel “laboratorio” de nuevas políticas que tanto había deslumbrado a los analistas internacionales.

Estas miradas tenían un marcado sesgo normativo: en definitiva, el hecho de que los movimientos se sumaran al Estado colisionaba con lo que para esos autores los movimientos sociales debían ser. En la mayoría de los casos esas críticas ignoraron los motivos que los propios protagonistas de los movimientos argüían al justificar su incorporación al Estado, subestimando sus propias orientaciones y sentidos. La denuncia de cooptación en algunos casos parecía sugerir que los movimientos estaban siendo manipulados por el gobierno sin siquiera notarlo. Además, como ha señalado Marcelo Gómez (2010), muchos de esos análisis carecían de material empírico construido en forma directa, y se basaban en cambio en fuentes secundarias o en la representación que los medios de comunicación hacían sobre el devenir de esos movimientos. La principal denuncia de estos teóricos era que los movimientos que habían pasado al gobierno se desmovilizaron: su negociación con el kirchnerismo habría implicado “abandonar la calle” a cambio de recursos y poder. Pero en sus estudios no se encontraban registros empíricos ni índices que demostraran en forma taxativa esa desmovilización.

Recién en 2007 y 2008 comenzó a surgir una serie de estudios que contradijo a sus predecesores y reivindicó la opción consciente de los movimientos por integrarse al gobierno nacional. Trabajos como los Marcelo Gómez o los de Ástor Massetti (2009) y Ana Natalucci (2010) pusieron el foco en la voz de los protagonistas, quienes aseguraban conocer las tensiones que implicaba la gestión estatal e indicaban que su adhesión al gobierno tenía que ver con el acompañamiento ideológico a las políticas implementadas, antes que con la obtención de recursos. Estos trabajos marcaron un giro respecto de la tendencia normativa de los estudios previos y se asentaron en una perspectiva más comprensiva hacia la presencia de los movimientos en el Estado. Sin embargo en algunos casos también adolecieron de cierta contrastación más analítica entre el discurso de los actores y sus prácticas, cayendo en ocasiones en una mirada excesivamente condescendiente. Por ejemplo, el debilitamiento de ciertos movimientos que se habían sumado a la gestión era entendido apenas como un problema de “crecimiento político acelerado” generado por el paso al Estado.

II

“Ni tan cooptados, ni tan autónomos” fue una frase que apareció recurrentemente en mi tesis doctoral, trabajo que nutre en parte este libro. En esa investigación analicé la trayectoria de dos movimientos sociales durante el kirchnerismo: el Movimiento Evita, que se sumó a la gestión, y el Frente Popular Darío Santillán, que se mantuvo independiente respecto del gobierno. En ese trabajo intenté marcar una posición intermedia entre los dos paradigmas académicos que se mencionaron en el apartado anterior.

Hablar de “cooptación” me parecía subestimar a los movimientos que habían elegido incorporarse al gobierno; pero resaltar únicamente su “integración consciente” al Estado podía resultar ingenuo frente a los entramados espurios del mundo político. A mi juicio hacía falta una perspectiva que tomara lo mejor de cada paradigma académico, pero que pudiera pensarse a la vez como superadora de sus falencias. Claro que existen varios trabajos que han desarrollado miradas integradoras de múltiples paradigmas, entre los que se destacan los de Virginia Manzano (2004) y María Maneiro (2012). Este libro dialoga con todos los aportes académicos que se han mencionado, valora sus puntos más virtuosos y propone a la vez nueva evidencia para reformular sus zonas menos fértiles.

En la búsqueda por erigir una voz propia un elemento resultó sustancial: mi experiencia personal de articulación entre la academia y la militancia territorial. Durante la mayor parte del trabajo de relevamiento y de escritura de este libro, mientras profundicé mi inserción en la investigación y la docencia, continué militando en los territorios. En los barrios populares de la zona norte del Conurbano bonaerense milité durante varios años, en un movimiento popular de izquierda dedicado al trabajo de base. Dicho trabajo no se desarrollaba ni en el Movimiento Evita ni en el Frente Popular Darío Santillán, organizaciones que había estudiado en mi tesis. Pero la militancia me cruzó numerosas veces con el Evita: conocí a sus referentes y a sus bases. Me tocó negociar con algunos de sus dirigentes cuando estaban en cargos de funcionarios y hasta viví situaciones de confrontación con ellos, como en 2009 cuando realizamos reiteradas movilizaciones para que un conjunto de organizaciones sociales no oficialistas pudiéramos ingresar al Programa Argentina Trabaja.[3]

Pero en paralelo a mi militancia seguía realizando mis estudios doctorales y percibía en el Movimiento Evita un caso singular que creía necesario comprender desde una perspectiva más amplia y analítica. Cuando ajustaba un poco el foco de observación, el Evita no se veía ni como un grupo cooptado por el kirchnerismo ni como una organización completamente independiente y autónoma: parecía escapar a esas etiquetas.

III

Casi en simultáneo con su nacimiento en 2006, aglutinando a numerosas organizaciones sociales y presentándose como un férreo defensor del kirchnerismo, el Movimiento Evita comenzó a sumar críticas y adhesiones, y se convirtió en blanco de polémicas tanto por izquierda como por derecha. Para muchos de sus viejos compañeros del mundo piquetero se habían “vendido” al gobierno a cambio de cargos y recursos. Suponían además que esa traición iba a llevar al movimiento a abandonar las calles, lo cual lo transformaría en un grupo político más. Por otro lado, para algunos sectores conservadores y del establishment la presencia del Evita en el gobierno implicaba una amenaza: su proveniencia, el carácter barrial de sus bases y el estilo plebeyo de sus dirigentes parecían una afrenta al profesionalismo con que se debía encarar la administración del Estado.

Casi una década después, tras su salida del gobierno nacional en 2015, el Evita todavía era cuestionado y acusado, esta vez por las negociaciones que había establecido con el gobierno de Macri. ¿Cómo comprender entonces los cambios y las reconfiguraciones del Evita en relación con el Estado y los diferentes gobiernos?

La enorme visibilidad que tiene el Evita y el hecho de haber sido siempre blanco de polémicas y acusaciones obliga a un importante esfuerzo analítico para dar cuenta de su experiencia sin reproducir los estereotipos que circulan usualmente. En las páginas de este libro se ofrece para ello un viaje al centro de la identidad del movimiento, una exploración por sus experiencias políticas, por sus apuestas tácticas y estratégicas, y se alumbran coincidencias y tensiones entre el discurso que sostiene la militancia y las prácticas que desplegó el movimiento tanto en los barrios como en la gestión estatal.

Para realizar este trabajo entrevisté a decenas de integrantes del movimiento. Me concentré en los numerosos cuadros medios de la organización y compartí charlas con sus militantes de base. Pero también tuve largas entrevistas con sus principales dirigentes, como Emilio Pérsico, el “Chino” Navarro, Leonardo Grosso y Patricia Cubría.[4] También recorrí locales, merenderos, ferias y movilizaciones del movimiento en función de un trabajo de observación directa de la organización. Si bien el Evita despliega su política en diversos sectores (como el estudiantil o el sindical), en las páginas de este libro me centré en su desarrollo territorial y en su penetración estatal. Esta elección se debió a que el sector más numeroso y dinámico del Evita es el barrial (también llamado sector de la “economía popular”), a la vez que resulta el más interesante para observar la articulación con el Estado, por la cantidad de recursos y programas de gestión que la organización manejó y aún maneja.

Me focalicé en dos municipios de la provincia de Buenos Aires: San Fernando y Avellaneda, a partir de los cuales se potenció la capacidad comparativa del análisis. En uno de esos distritos el movimiento fue oficialista en el plano municipal y también nacional, pero en el otro fue opositor en términos municipales mientras era aliado del gobierno nacional. También entrevisté a referentes de otros territorios y conocí la construcción del movimiento en distritos como Capital Federal, Vicente López, Pilar y Tigre. Por ello, la mirada terminó focalizándose en la experiencia metropolitana y bonaerense del Evita, que es la que con mayor dedicación pude conocer de modo directo. El trabajo también se centró en las definiciones, estrategias y consignas de carácter nacional del movimiento encontradas en publicaciones como la Revista Evita, así como en diversos comunicados en medios impresos o electrónicos. En virtud del recorte efectuado puede ocurrir que alguna realidad provincial difiera de las experiencias que aquí se analizan, pero creo haber comprendido in extenso la impronta del movimiento a nivel nacional y su arraigo local.

La estructura de este libro

El capítulo 1 presenta una genealogía del Movimiento Evita desde el surgimiento de las organizaciones sociales y piqueteras que lo precedieron, nacidas a fines de la década de 1990. Se narra el rol opositor al peronismo menemista de estas organizaciones y la primera mirada de desconfianza que tuvieron ante el surgimiento de Néstor Kirchner como presidenciable. Se presenta luego la gran transformación de estas agrupaciones sociales, que pasaron en su mayoría a adscribir al kirchnerismo y a integrar a sus militantes en cargos de funcionarios. Luego se describe el nacimiento oficial del Evita en 2006: se presentan la estructura del movimiento, su forma de organizarse y sus canales internos de funcionamiento. A partir de la inserción del movimiento en el proyecto kirchnerista, se aborda la reelaboración del Evita en torno a las divisiones internas en el peronismo y su propuesta de reunificación del “movimiento nacional”. Se describe la importancia del rol del sindicalismo en esta reunificación, con la creación y el impulso de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) como una de sus apuestas estratégicas más importantes. Hacia el final del capítulo se problematizan los horizontes ideológicos y proyectuales en la militancia del movimiento, enmarcados en una crítica al capitalismo y en una reivindicación del primer peronismo como ideal que se debe alcanzar. Esto se complementa con la problematización de las identidades políticas de sus militantes, la cual estuvo tensionada entre un polo de agregación kirchnerista y otro peronista, que coexistieron en el movimiento al menos durante su participación en el gobierno hasta 2015.

El capítulo 2 analiza la militancia del Movimiento Evita en la gestión estatal durante el kirchnerismo en los planos nacional y provincial, particularmente en la provincia de Buenos Aires. Se aborda el polémico manejo de los recursos estatales, la obtención de cargos en la función pública y el acceso a los puestos en las listas electorales. Desde allí se problematiza la supuesta adhesión al proyecto oficial “a cambio de recursos” y se muestra que este acceso no fue tan fluido para el Evita como suele pensarse: por ejemplo, la penetración del movimiento en las listas de candidatos del Frente para la Victoria fue cuanto menos escasa. Respecto de los recursos materiales se observa cómo la gestión de subsidios, planes sociales y financiamiento para los emprendimientos del movimiento estuvo atravesada por una multiplicidad de condicionamientos, como las disputas internas entre los grupos kirchneristas, lo que redundó en una fluidez mucho menor que la que advertía parte de la literatura especializada. Para dar cuenta de ello se dedica particular atención al programa de cooperativas Argentina Trabaja, que permite apreciar la complejidad de las articulaciones entre gestión estatal y militancia territorial.

El capítulo 3 se focaliza en un aspecto central de la supuesta cooptación de los movimientos sociales por parte del Estado: la obediencia al gobierno medida principalmente en términos de desmovilización. Para eso se confronta las miradas de los protagonistas con las acciones desplegadas por el movimiento, atendiendo en particular a sus movilizaciones de protesta. Se registra una variedad de movilizaciones callejeras del Evita durante sus años en la gestión y se sostiene que, más que desmovilizarse, la organización resemantizó sus dinámicas, a partir de lo cual los piquetes de carácter impugnador dejaron lugar a las demostraciones de apoyo al gobierno, que convivieron sin embargo con acciones callejeras contenciosas contra algunos ministerios y dependencias del propio oficialismo nacional. Se complementa este análisis con las numerosas intervenciones de dirigentes del Evita en la prensa y en los ámbitos parlamentarios en las cuales denunciaron, o bien políticas públicas o bien a determinados funcionarios kirchneristas, por diversos motivos. El análisis demuestra que hubo dos temas de agenda propios del Evita en torno a los cuales se movilizó con relativa independencia respecto de la conducción central del kirchnerismo: la economía popular y la violencia institucional. Además, en este capítulo se narra el inicio del proceso de “independencia política” –en las palabras de Emilio Pérsico– que el Evita tuvo respecto del kirchnerismo. Se verá cómo el movimiento empezó a elaborar un programa político propio y a defender públicamente consignas que ponían en entredicho aspectos del gobierno, hasta llegar a proponer un candidato presidencial para las elecciones de 2015.

El capítulo 4 analiza la relación entre el Evita, los gobiernos y el Estado en la escala local. Para ello se observan los casos de San Fernando y Avellaneda. El contrapunto cobra relevancia por tratarse el primero de un municipio donde el movimiento fue parte del gobierno local, y el segundo, otro donde jugó un rol opositor. En este capítulo se puede observar cómo los procesos de territorialización de la política (Merklen, 2005) y de descentralización del Estado (Falleti, 2006) otorgaron un papel clave al ámbito local y a los intermediarios ante el Estado. Así, se verá la trama cotidiana que desplegó el Evita en los municipios estudiados. Este enfoque de cercanías permite observar con mayor precisión los cambios en las alianzas entre fuerzas políticas y la complejidad que supone el ejercicio de una política multinivel. Se muestra con ello cómo el Evita utilizó los recursos materiales y políticos que pudo gestionar a partir de su inserción en los Estados nacional y provincial para constituirse en una fuerza opositora en el plano local. También se observa que alcanzar una situación homogénea en la que el movimiento estuviera alineado políticamente a nivel municipal, provincial y nacional no evitó los conflictos con otros actores kirchneristas ni los dilemas internos que surgieron en función de la ocupación de cargos públicos.

El capítulo 5 da cuenta de la reconfiguración del Movimiento Evita luego del 10 de diciembre de 2015, cuando concluyó la etapa kirchnerista y asumió la presidencia Mauricio Macri. La atención a lo ocurrido desde ese momento en adelante resulta fundamental para poder sopesar la imagen que el movimiento dejó tras su salida de las estructuras ejecutivas del Estado luego de casi diez años. El nuevo protagonismo social que el Evita logró en esos años, gracias a la presencia callejera de la CTEP, fortalece la imagen de un movimiento que continuó con la gimnasia movilizadora tras su paso por la gestión estatal. Al mismo tiempo el capítulo narra un cambio sustantivo en la historia del Evita: su ruptura con el kirchnerismo y su alejamiento de las organizaciones y los referentes que continuaron ligados a la figura de Cristina Fernández.

Al considerar la diversidad de enfoques y dimensiones abordadas, así como la multiplicidad de fuentes que se contemplaron, terminé por entender que el contenido de este libro se nutre de numerosos debates colectivos que comprenden la academia, la militancia territorial y el mundo de la política. El resultado desde ya no es concluyente, pues mientras aquí se analiza la trayectoria del Evita, durante estos años tal vez el movimiento ya se esté reinventando. Pero seguramente las fortalezas y debilidades del Evita que aquí se narran puedan servir para elaborar hipótesis acerca de los escenarios de mediano plazo que enfrentarán las organizaciones sociales del país, si se tiene en cuenta la crisis económica y la deuda social que el gobierno macrista está sembrando. En este sentido, posiblemente las páginas de este libro resulten útiles no solo para pensar la historia del Evita, sino también para proyectar sus próximos pasos y evaluar su eventual retorno a espacios de poder.

[1] Cit. en “La izquierda ahora debate por qué no hay que tomar el poder”, Clarín, 6/10/2002.

[2] “Ante nosotros, el camino de la Liberación Nacional… Unidos vamos a vencer”. Ese documento fue firmado por las organizaciones Frente Barrial 19 de Diciembre, CTD Aníbal Verón, MTD Resistir y Vencer, Movimiento Sin Trabajo Matanza, MTD Ituzaingó, Cimarrones, 20 de Febrero, M31, MPR Quebracho, 4P (Patria, pan y poder al pueblo), MP Malón, Agrupación Martín Fierro y Movimiento Popular 20 de Diciembre (<www.lafogata.org.cn2.toservers.com/02argentina/12argentina/patria.htm>, consultado: 2/3/2015).

[3] Como se detalla más adelante, el Argentina Trabaja fue un importante programa de cooperativas que lanzó el kirchnerismo en 2009, que buscaba emplear a cien mil trabajadores y trabajadoras del Conurbano bonaerense. En sus comienzos el programa estuvo gestionado –al menos formalmente– por el Evita.

[4] A lo largo de este libro se utilizan seudónimos para los testimonios directos con el fin de preservar la identidad de quienes opinan, excepto en los casos de funcionarios políticos, militantes con cargos electivos o personas de alto reconocimiento público. Se presentan también testimonios extraídos de entrevistas publicadas en distintos medios y discursos públicos; en esos casos, aparece citada la fuente.