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sociología
y
política

LOS CAUTIVERIOS DE LAS MUJERES

Madresposas, monjas, putas,
presas y locas

por

MARCELA LAGARDE Y DE LOS RÍOS

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siglo xxi editores, méxico

CERRO DEL AGUA 248, ROMERO DE TERREROS, 04310 MÉXICO, DF

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siglo xxi editores, argentina

GUATEMALA 4824, C1425BUP, BUENOS AIRES, ARGENTINA

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anthropos editorial

LEPANT 241-243, 08013 BARCELONA, ESPAÑA

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HQ1233
L34

2015Lagarde y de los Ríos, Marcela (1948-)

Los cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y locas / Marcela Lagarde y de los Ríos. — México, D.F. : Siglo XXI Editores, 2a. ed. 2015.

620 p. (Sociología y política)

ISBN-13: 978-607-03-0712-6

1. Mujeres – Historia y condición de la mujer. 2. Mujeres Condiciones sociales. I. t. II. ser.

primera edición, 1990

segunda edición, 1993

tercera edición, 1997

cuarta edición, 2005

quinta edición, 2011

D.R. © universidad nacional autónoma de méxico coordinación de estudios de posgrado

centro de investigaciones interdisciplinarias en ciencias y humanidades

D.R. © marcela lagarde y de los ríos

primera edición, 2014

© siglo xxi editores, s.a. de c.v.

© universidad nacional autónoma de méxico, unam segunda edición, nuevo formato, 2015

© siglo xxi editores, s.a. de c.v.

isbn 978-607-03-0712-6

derechos reservados conforme a la ley impreso en ingramex, s.a. de c.v.
centeno 162-1

col. granjas esmeralda
09810, méxico, d.f.

A este libro se le han otorgado varias distinciones. En 1989 recibió el Premio Maus a la mejor tesis de doctorado por parte de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. En 2010, en el marco de los 20 años de su primera edición, alumnas, alumnos y colegas realizaron un homenaje en el CEIICH-UNAM por la contribución de Los cautiverios de las mujeres a la construcción de libertades; el Instituto de las Mujeres del D.F. reconoció su aporte al empoderamiento y la lucha por la igualdad entre mujeres y hombres; el Instituto Navarro de la Mujer organizó un homenaje; y la Coalición Regional contra el Tráfico de Mujeres y Niñas en América Latina le dio un reconocimiento. En 2011, la editorial Horas y HORAS publicó la edición conmemorativa de Los cautiverios de las mujeres en su colección La Cosecha de Nuestras Madres.

El que viva verá. Me viene la idea de que, en secreto, persigo la historia de mi miedo. O, más exactamente, la historia de su desenfreno, más precisamente aún, de su liberación. Sí, de veras, también el miedo puede ser liberado, y en ello se ve que forma parte de todo y de todos los oprimidos. La hija del rey no tiene miedo, porque el miedo es debilidad y contra la debilidad sirve un entrenamiento férreo. La loca tiene miedo, está loca de miedo. La cautiva debe tener miedo. La mujer libre aprende a apartar sus miedos poco importantes y a no temer al único gran miedo importante, porque ya no es demasiado orgullosa para compartirlo con otras…

Fórmulas, desde luego.

CHRISTA WOOLF, Cassandra

PRESENTACIÓN A LA PRIMERA EDICIÓN

La antropología de las mujeres es un tema que no ha sido tratado en nuestro medio académico desde una perspectiva científica, con la amplitud, profundidad y creatividad con que se aborda en este texto. Estudios de esta magnitud sólo se han llevado a cabo, hasta donde yo sé, en algunas universidades norteamericanas y europeas. Necesariamente con una problemática diferente, dadas las perspectivas culturales de esos países. Es por ello que el estudio antropológico de la condición femenina es una contribución científica, que viene a llenar una laguna en los estudios de género desde la Antropología.

Por esta misma carencia de interpretaciones antropológicas de la mujer, la doctora Lagarde ha debido crear sus propias categorías de análisis que vienen a enriquecer los instrumentos epistemológicos de su disciplina. Me refiero en concreto al concepto de cautiverio, que denota rasgos diferenciales dentro de la interpretación tradicional de la condición femenina de opresión, y en esa medida la distinguen, en su especificidad, de otras opresiones, tales como la de raza, grupo marginado, y otras. El problema se enriquece cuando es una mujer la que trata de comprender —en profundidad— su condición cultural. Por lo tanto, el rasgo de “distancia” es pertinente para guardar la objetividad debida en el análisis etnológico.

La teoría feminista abre la nueva perspectiva de análisis que se hallaba oscurecida por la visión unilateral, patriarcal, de sus objetos de estudio. Mayor riesgo de enmascaramiento surge precisamente de la realidad femenina. La metodología feminista no sólo intenta develar una realidad antes ignorada, también tiene el propósito de cambiarla. Se presenta en esta metodología la posibilidad de construir un nuevo paradigma que se abra en la cultura, cargado de posibilidades teóricas y prácticas, para superar —en este caso— los CAUTIVERIOS femeninos tradicionales, vividos por las mujeres, que la autora reconoce, describe, analiza y propone su erosión.

Otro valor de este texto es que no pretende caer en los viejos mitos del descubrimiento de “lo mexicano”, ahora en la condición femenina. Se trata de un camino, como señala la autora: de “construcción de una teoría” histórica que permita aproximaciones a las mujeres reales, plantear problemas y dudas y formular nuevas teorías. Se crean así los prolegómenos de una visión histórica enriquecida. Porque no se parte de cero, se integran creativamente los avances culturales, las disciplinas pertinentes, por ejemplo, aspectos de la teoría gramsciana que convergen en un eje: la visión feminista.

Si lo anterior demuestra la originalidad del tratamiento del tema y de la metodología utilizada, otro acierto más es el propósito que yo considero central en esta investigación: desarticular la creación cultural histórica de las mujeres, que da razón de sus opciones actuales de vida, de sus diferencias y semejanzas, en el mosaico cultural del país. Para este propósito se siguen dos ejes de análisis: el sexo y el poder que estructuran el sujeto femenino y que impiden, en la condición actual, su autonomía. Se parte de la experiencia vivida traducida a conocimiento, elaboración teórica y sabiduría.

El trabajo de campo es extenso y cruza la amplia gama de diferencias del género: clase, religión, forma de vida, edad y otras más. Todo lo cual se apoya en una investigación bibliográfica de textos clásicos y contemporáneos sobre la temática.

La argumentación a lo largo del texto es sólida, flexible y no dogmática, muestra una capacidad de observación muy amplia, unida a la erudición y a la voluntad de saber de Marcela Lagarde. Todo lo cual se manifiesta en una manifestación literaria fluida, sencilla, pero no simple.

Finalmente, las conclusiones a las que llega cubren las hipótesis que se plantean al inicio de la obra: la liberación de las mujeres de sus cautiverios, con base en las estrategias que se detallan. Esto no significa que la experiencia de ser mujer se atomice, sino que se enriquece y muestra la evidencia de su complejidad inabarcable, aunque se compartan rasgos ontológicos.

Descubrir nuestros cautiverios es el primer paso para abandonarlos.

GRACIELA HIERRO

PRESENTACIÓN DE LA SEGUNDA EDICIÓN

A Valeria y a todas con sororidad

A mi amado Danielo

Terminé de escribir este libro en 1988, y con su versión original presenté mi examen de doctorado en septiembre de 1989. Integraron mi jurado Graciela Hierro, Sol Arguedas, Roger Bartra, Alfredo López Austin y Pilar Gonzalbo, quienes pacientemente discutieron conmigo durante cuatro largas horas y me otorgaron la calificación máxima. Un par de meses después, otro jurado me hizo llegar el inesperado Premio Maus, cuya generosidad permitió que mi tesis se convirtiera en libro.

La primera edición estuvo bajo el cuidado de Fernando Alba y la corrección tipográfica y de estilo a cargo de Matilde Mantecón. La segunda a cargo de Matilde Mantecón, Ari Cazés y Rogelio López.

Cuando conocí a Matilde me dijo “eres un sol”. Al poco tiempo me llamó para avisarme que había terminado la lectura del primero de mis tres tomos, y que no sólo estaba muy interesada sino también conmovida. Le llevaría más de un año leer y corregir todo mi texto, en algunos pasajes apresurado, y parece que no le bastó: promete ocuparse también del siguiente. Celebramos la primicia en su casa, con una cena exquisita que ella misma preparó. Recorrimos juntas sus corredores y habitaciones, poblados por mujeres salidas de los pinceles de su suegro. Reímos con gusto cuando me dijo: “Y una que creía vivir tan feliz, así tan simplemente, y vienes tú con tu libro y, anda, ¡que todas estamos cautivas!”.

Otra casa cuya puerta abrió mi libro fue la de Fernando Alba. Trepada en las laderas de un cerro y rodeada de eucaliptos, tiene el gusto del espacio diseñado por él y su esposa. En su taller nos mostró sus grabados sobre la serpiente y la muerte. En su orden de artista hallé un pequeño y delicado grabado que, al devolver la visita, Fernando discretamente me regaló y hoy está sobre mi escritorio. Aquella noche la cena deliciosa fue preparada por Christianne Chaubet, cuyo trabajo por las mujeres la ha llevado a Nairobi.

Con Graciela Hierro hablé por primera vez para pedirle que formara parte de mi jurado en la Facultad de Filosofía y Letras. Había oído de mí, y sin conocerme aceptó de inmediato en cuanto conoció el tema. En plena identificación conmigo, me relató sus travesías de pionera cuando, hace años, presentó su propia tesis en la misma facultad. Los amos del saber discutieron entonces si su Ética y feminismo es una obra de filosofía, como años después otros dueños del conocimiento me preguntarían si la mía era antropológica.

En el transcurso de mi examen, que presidió Graciela Hierro, la afinidad de nuestras ideas me hizo sentir como si ella hubiera sido la asesora de mi trabajo, y como si en la solemnidad del acto las dos continuáramos una vieja conversación informal. Por estas razones y por muchas más, me pareció que ella debía hacer el prólogo. La cena a la que Graciela nos invitó se frustró pues aquella noche no logramos llegar al otro lado de la ciudad. A pesar de eso, desde entonces mantenemos un diálogo enriquecedor, y otras mesas han permitido nuestros encuentros.

“En constante acuerdo de intereses, deseos y utopías”, dice la dedicatoria que Graciela puso en mi ejemplar de su libro. Y expresa puntualmente mi propia vivencia. La primera vez que vi a Graciela me encantó: con una seguridad impactante habló a nombre de nosotras, las feministas radicales, con el orgullo y la certeza de quien se afirma en su presencia, en su sentido del humor y en su inteligencia. Hoy preside para satisfacción nuestra los esfuerzos por organizar las investigaciones, la docencia y la difusión de lo que en la UNAM hacemos en torno a los estudios de género.

La hechura de Los cautiverios… también me permitió conocer a Flora Goldberg. Yo había colaborado en OMNIA, revista del posgrado de la UNAM, en el número en que se publicaron artículos y grabados producidos por mujeres teniendo como tema, precisamente, a las mujeres. Uno de los grabados, impreso en blanco y negro en una de las páginas de mi artículo sobre identidad femenina, me fascinó: es el retrato de una mujer detenida en el tiempo, contenida en sí misma. Íntima, observa el mundo tras el velo que deja entrever su rostro franco y una boca firme y sensual, mientras su mano sostiene el mango de una sombrilla que la antecede.

Comprendí que esa obra debía ser la portada de mi libro. Animada por Fernando llamé a Flora y le pedí reproducirla. Sin conocerme, se interesó al oír el título de mi libro y nos recibió con un platón de jugosas y coloridas rebanadas de sandía, abrió su estudio y me hizo conocer el gran tórculo y la odisea que costó colocarlo para que ella prensara sus obras. Flora me mostró el original de su Mujer con sombrilla. En su verdadero tamaño, esa mujer, su entorno, sus texturas y su colorido de rosas, verdes y claroscuros, fueron conmovedores. Distinguí sus flores en el sombrero, adiviné tras el encaje su mirada; sentí el goce profundo e intenso de los trazos cuya magia toca a quien mira. Vi otro original, reproducido también en las páginas de mi artículo, en el que Flora imprimió la tela de su vestido de novia para marcar, a la manera del esgrafiado, el espacio, el traje de la personaje y su rostro tatuado. Vi muchos más para los que quisiera escribir libros.

El día de la presentación de Los cautiverios se exhibió Mujer con sombrilla. La mujer velada, rebautizada esta tarde como Mujer cautiva, misteriosa, mira hoy el acontecer desde una pared blanca de mi casa. Cuando alguien le preguntó a Flora el precio de su cuadro para obsequiármelo, con gracia respondió: “Ya tiene dueña”.

Sol Arguedas leyó el borrador de mi libro; daría su voto aprobatorio a condición de discutirlo conmigo. Por ello durante días, frente a frente, conversamos en su bella casa; acordamos, disentimos y, finalmente, Sol me obsequió con la lectura cómplice de un texto suyo, inédito, en el que cuenta su mundo más próximo e íntimo. Convencida, Sol leyó en la presentación de Los cautiverios unas cuartillas especialmente redactadas para polemizar. Se lo agradezco. Ha dialogado conmigo y aprecio su acuerdo de fondo y su disposición a continuar nuestro debate.

Sol fue mi primera imagen ejemplar de mujer de letras, sabia, inteligente, comprometida y apasionada. Así la veía cuando yo era una niña. Aquella imagen persiste hasta hoy. De ella aprendí la palabra mágica trastrocar que me permitió dar cuenta de lo que hacen al mundo ciertas transgresiones de las mujeres.

Desde su transparencia y su calidez, ante el auditorio de la Casa de la Cultura de Coyoacán, José Ramón Enríquez reiteró su afinidad con cuantos están sujetos a opresiones. Dijo también que encontró la esperanza en mis páginas. Meses antes había saludado desde La Jornada la lectura de mi manuscrito, apreciándolo como una investigación de fondo tan necesaria cuando predomina el pragmatismo. Recordó cómo durante más de un año en Puebla, en torno al edificio Carolino y en los cafés del centro, platicamos y compartimos en profunda amistad los malestares de los oprobios que investigaba, nuestras coincidencias y nuestras convicciones libertarias.

Amistades nuevas y refrendos de cercanías están entre los regalos que me ha dado el arduo camino de publicar este volumen cuidado por personas amigables, creativas, hospitalarias.

Con nombre e imagen bellos, por fin mi libro estuvo listo en 1991. Vi los primeros ejemplares en mayo y tomamos el vinito de honor un día de septiembre en el que apareció en El Financiero un artículo de amorosa factura titulado Cautiverios: Daniel Cazés cuenta desde sus íntimos sentires, en unos cuantos renglones, nuestros años juntos y su vivencia de mi trabajo de campo de antropóloga enloquecida en el descubrimiento de cautiverios; por ahí asoman amigas y amigos, nuestros padres, y la presencia de Ilya, Ari y Valeria, nuestros hijos. En contrapunto con la escritura de los cautiverios emerge la hechura de nuestra singular familia, nuestras ciudades, nuestras casas, lo que vivimos en ellas, y hasta lo que veíamos a través de las ventanas. En su relato revivo la pasión de las causas, los dolores y los goces azarosos al darle sentido a nuestra convivencia. Encuentro en sus Cautiverios testimonio y compañía de quien abre su amor para decirlo con resonancia. Aquella noche Daniel leyó su texto ante un auditorio cautivado por su decir —con su mirada y su palabra de hombre—, por su cercanía conmigo, y por su voz.

En unos meses se agotó la primera edición sin siquiera haber disfrutado de los escaparates en las librerías comerciales. Se vendió en la UNAM, en conferencias y en actos públicos, y a pesar de su volumen, una red de mujeres entusiastas lo llevó de mano en mano por el país y el continente. Ha sido comentado y presentado en Guatemala, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú, Uruguay, Argentina, Paraguay y España.

Hoy, el esfuerzo entusiasta y gentil de Rogelio López, el nuevo editor de este libro, logró abrir todas las puertas y concertar las voluntades necesarias para hacer la segunda edición revisada, y más numerosa aún que la primera. Ésta me gusta más. Como por arte de magia, Ari Cazés ha embellecido los cautiverios; con su lupa y su pluma recorrió amorosamente cada párrafo, cada renglón y cada letra para extirpar con sus dotes de escribano mis apresuramientos y descuidos en la redacción original.

Nunca pensé que Los cautiverios fuera a tener ese exitoso recorrido. Me parecía que no era un libro de fácil lectura, ni por su tamaño ni por su tema. Trata del dolor, del miedo, de la impotencia, de la servidumbre y de cosas que ocurren en el encierro de las mujeres cautivas y cautivadas en el mundo patriarcal. Es un libro de teoría antropológica cuyo eje es la opresión de las mujeres. En él se analizan las formas diversas en que la inferiorización de las mujeres justifica la discriminación que las excluye selectivamente de espacios, actividades y poderes, a la vez que las incluye compulsivamente en otros teóricamente irrenunciables. Por ello, la naturaleza, la incapacidad, la incompletud, la impureza, la minoridad y el equívoco han sido comentados de la identidad natural de las mujeres incapaces, impuras, menores y fallidas.

Pero para inferiorizar y discriminar a los sujetos históricos se requiere que quienes se autoasignan la calidad de sujetos expropien a otros y a otras la condición de sujeto. Múltiples han sido los caminos para conculcar a la mujer la capacidad de ser en sí misma y para construirla como cautiva. Pero, de manera recurrente se han centrado en la expropiación de la sexualidad, del cuerpo, de los bienes materiales y simbólicos de las mujeres y, sobre todo, de su capacidad de intervenir creativamente en el ordenamiento del mundo. Al incluir todos los hechos femeninos en la sexualidad para-los-otros y al especializar a las mujeres en ella se les despoja de la posibilidad práctica y filosófica de elección de vida. Inferiorizadas, sus hechos no las valorizan ni les generan poderes que las homologuen con quienes concentran valor. Y, simultáneamente, son incapacitadas para apropiarse de bienes y de poderes monopolizados por otros sujetos. El proceso culmina con la exclusión de las mujeres de los espacios de decisión y de los pactos patriarcales.

Decidir sobre la propia vida y el mundo es, entonces, un tabú —una prohibición sagrada— impuesto a las mujeres, que ocupa el núcleo de la identidad femenina: reproduce a las mujeres como sujetos sociales cuya subjetividad se construye a partir de la dependencia y del ser a través de las mediaciones de los otros.

Este hecho político se concreta en la necesidad de la simbiosis material y simbólica, atributo genérico que conforma a las mujeres social y culturalmente, y permite su especialización como cuidadoras vitales de los otros. De ahí que las mujeres seamos capaces de hacer todo para lograr el vínculo con los otros. Nuestra conformación cultural es exitosa si además nos sentimos realizadas al ser de esa manera.

Ser dependientes y estar subsumidas en alguien o en algo son atributos de la feminidad. Por eso, vivencias alienantes generan en las mujeres reacciones afectivas y éticas positivas y de goce, cohesión interna y satisfacción al ser aprobadas por el mundo. Con ello cumplimos con nuestra identidad genérica y somos verdaderamente femeninas.

La conciencia de las mujeres está cimentada en el engaño. Cada una cree que vive para realizar deseos espontáneos y que sus haceres y quehaceres son naturales. Estas creencias permiten que las mujeres desplieguen incontables energías vitales en actividades inacabables, desvalorizadas económica y políticamente. Lo hacen motivadas por la carencia subjetiva y tangible (carencia del otro, de sus atributos, y de sus bienes materiales y fantásticos), con la creencia en que sus relaciones con el mundo se rigen por una ley de intercambio: Si trabajo, si me someto, si hago cosas por el otro, si le doy mis bienes, si me doy, será mío, y yo, seré.

No es éste un proceso de apropiación/entrega que permita que después del hecho (acción; contacto, pensamiento, afecto) cada cual reconstituya su autonomía y continúe su vida de manera independiente. Conformadas como parte de los otros, las mujeres buscan ligarse a algo en fusión perpetua. De esta manera el impulso que mueve a la existencia y que da sentido a la vida de las mujeres es la realización de la dependencia: establecer vínculos con los otros, lograr su reconocimiento y simbiotizarnos. Estos procesos confluyen en una enorme ganancia patriarcal: la sociedad dispone de las mujeres cautivas para adorar y cuidar a los otros, trabajar invisiblemente, purificar y reiterar el mundo, y para que lo hagan de manera compulsiva: por deseo propio.

Este complejo de fenómenos opresivos que articula la expropiación, la inferiorización, la discriminación, la dependencia y la subordinación, define la sexualidad, las actividades, el trabajo, las relaciones sociales, las formas de participación en el mundo y la cultura de las mujeres. Y además define los límites de sus posibilidades de vida.

En el libro expongo las formas particulares en que se dan estos fenómenos en cada círculo vital definido por sus normas, sus instituciones, sus modos de vida y su cultura. Es precisamente a esos círculos a los que llamo cautiverios. No todo es dolor en ellos. Ni la opresión es vivida siempre con pesar. Por el contrario, adquiere la tesitura de la felicidad cuando es enunciada en lengua patriarcal como lealtad, entrega, abnegación; cuando nos valoriza y nos ubica en el mundo y el cautiverio se llama hogar o causa; cuando la especialización en los cuidados se concibe como instinto sexual y maternal, y la subordinación enajenada al poder es el contenido del amor.

Las mujeres estamos sometidas a la opresión porque, para establecer vínculos y ser aceptadas, con nuestra anuencia o contra nuestra voluntad, vivimos la reificación sexual de nuestros cuerpos, la negación de la inteligencia y la inferiorización de los afectos, es decir, la cosificación de nuestra subjetividad escindida.

Convertida en deseos sentidos por cada una, la opresión genérica se concreta en formas de comportamiento, en actitudes, destrezas y respuestas. Esa opresión es valorada positivamente cuando la dependencia, la sujeción, la subordinación, la impotencia y la servidumbre son virtudes femeninas y no dimensiones políticas. Para ello, la prohibición de comprender nuestra vida y el mundo debe refugiarse en atributos femeninos como la ignorancia, la ingenuidad, el rechazo al pensamiento analítico y la disposición a la creencia mágica y sobrenatural en todo. Nuestra ceguera se concreta también en la negación de nosotras mismas, de nuestras capacidades, de los saberes críticos que podemos poseer. La opresión adquiere corporeidad vivida cuando, pasivas, nos limitamos a esperar todo de los otros, y cuando, omnipotentes, negamos la experiencia, nos colocamos en el mundo de la fantasía y creemos que podemos hacer cualquier cosa, que somos intocables. Pero somos oprimidas, también, si la impotencia nos lleva más allá de la tolerancia y hacemos del sufrimiento un modo de enfrentar la vida; si, con resignación, reiteramos que así es el mundo, que así será siempre; si con fe creemos que no es posible cambiar.

La opresión está en nosotras cuando nuestro cautiverio cuenta con nuestro más firme apoyo, y cuando aprender, atreverse y experimentar, son acciones que parecen imposibles. Lo es también cuando mantenemos intocadas las normas de nuestra cultura confrontadas con experiencias vividas que no tienen en ella explicación o son reprobables.

Más allá de nuestra conciencia, las mujeres estamos oprimidas cuando, en cumplimiento del mandato patriarcal, nos esforzamos por despojar de sentido propio a nuestras vidas y por encontrar un sentido más allá de nuestras desdibujadas fronteras corporales. De esta manera, ser mujeres adecuadas significa invisibilizar nuestros haceres y nuestra mismidad para exaltar a los otros en reverencia sacrificial, es decir, para magnificarlos como parte indivisible de nuestro ser y de nuestra existencia.

La opresión de las mujeres se cumple si estar plenas de los otros es la vía privilegiada a la completud ontológica de seres concebidas como incompletas o mutiladas, y si la obediencia es un deber cuya transgresión nos convierte en fallidas. Recorre el texto en los distintos cautiverios la idea de que vivir así anula la posibilidad de construir el deseo propio, el mundo personal, el Yo-misma.

Trato de desentrañar las múltiples maneras en que las mujeres intervenimos en la conformación de las identidades genéricas de mujeres y hombres. Busco en particular las formas en que reproducimos entre nosotras la opresión para enfrentar la amorosa enemistad que resume ese encuentro y ese desencuentro entre mujeres necesitadas unas de otras y temibles enemigas en competencia. Para sobrevivir nos desidentificamos como mujeres. Me interno en la comprensión de lo que las mujeres tenemos en común y de lo que nos hace diferentes a unas de otras.

Esta búsqueda tiene el propósito de asumir afinidades y diferencias, contradicciones y conflictos para, desde ellos, identificarnos, hacernos cómplices y construir el nosotras.

Analizo la condición de la mujer desde lo político y desde las mujeres: desde mi propia identidad de mujer. En este libro, las protagonistas son las mujeres. De ahí que los hombres sólo estén presentes como referencia paradigmática, de poder y relacional, como seres concretos y fantásticos, posiblilitadores de la condición patriarcal de las mujeres. Intencionalmente pertenecen a la categoría Los otros, que no los agota y que comparten con los sujetos y los hechos que dan sentido y significado a la vida de las mujeres: cualquier poder, los dioses, las instituciones, las mujeres, los padres, las madres, las hijas, los hijos, los próximos públicos y privados, los territorios, las causas. Desde luego que entre todos los enumerados los hombres tienen una ubicación privilegiada porque éste es, en verdad, un mundo patriarcal, y ellos concretan su fantasma y su sujeto.

Mi libro no enjuicia ni acusa a los hombres. No son ellos la causa directa de los cautiverios de las mujeres, ni quienes en exclusiva las mantienen cautivas. Aunque contribuyan a hacerlo, se enseñoreen en los cautiverios y se beneficien de ellos, los cautiverios se originan en los modos de vida y en las culturas genéricas. Las mismas mujeres están obligadas a reproducir las condiciones y las identidades genéricas en su propio mundo. En cumplimiento de la feminidad, las mujeres actuamos dobles papeles y tenemos dobles posiciones: como sujetos de la opresión y como vigías del cumplimiento del designio patriarcal, femenino y masculino.

El mandato funciona tan bien que en la soledad cada mujer es vigilante y censora de sí misma y ha asumido el sentido patriarcal de su vida: no sabe ser de otra manera, no se atreve a serlo.

Con todo, desentrañar los mecanismos, las redes y los nudos de los poderes múltiples que trenzan las relaciones entre mujeres y hombres, permite desmitificar también a estos últimos. Es un intento por verlos desde la dialéctica entre semejanza y diferencia, pero ubicándonos a nosotras como el punto de referencia.

Más acá del dominio que es cautiverio, de la confrontación, de los conflictos y de la enajenación que definen las relaciones entre los géneros, y sólo a partir del reconocimiento y de la resignificación de todo lo mencionado, es posible desarticular los contenidos patriarcales de la organización genérica del mundo. Se trata de incidir tanto en las formas de ser mujeres y hombres, como en los contenidos específicos de las sociedades y de las culturas que deseamos.

Queremos construir condiciones e identidades genéricas que no sean reguladas por el orden político que nos clasifica a partir de principios antagónicos y excluyentes. Con estos principios se ubica a cada mujer y a cada hombre en posiciones determinadas genéricamente —asignadas por el sexo—, en un orden de oposiciones binarias que van de la magnificación/inferiorización, a la expropiación/ apropiación y a la completud/incompletud. Tal orden se concreta en sobreespecializaciones genéricas que son ineludibles culturalmente, y que al mismo tiempo están en transformación social permanente.

La discrepancia entre la cultura genérica que nos constituye, la existencia social, y la subjetividad de cada quien, alcanzan los niveles del conflicto. Vivir los estereotipos culturales es cada vez más difícil para quienes son conducidas compulsivamente a vivir existencias imprevistas debido a cambios históricos en la economía, en la sociedad, en el Estado y en particular en la organización sociocultural genérica.

Por otra parte, se encuentran formas conscientes de confrontación cultural y social con los estereotipos genéricos asignados, y cada vez más mujeres dejamos de asumir esos designios. En esas contradicciones vividas hay enormes indicios y posibilidades de cambios que pueden generalizarse. Sin embargo, las posibles alternativas históricas benéficas para el género son en general existencias complicadas y conflictivas. Quienes por voluntad o por compulsión no cumplen con su ser femenino son discriminadas políticamente y confinadas a la categoría de locas.

Nos proponemos construir, con el esfuerzo de cada vez más mujeres y hombres, formas de organización genérica del mundo no opresivas y, además, en movimiento. Para descautivar es preciso dar pasos hacia un horizonte histórico en el cual sean posibles los fundamentos mínimos de la libertad genérica. Citaré sólo algunos de ellos que pueden ser consecutivos y que habrán de confluir en organizaciones genéricas distintas del patriarcado y con ello en mundos distintos del patriarcal.

La ampliación de las opciones genéricas como característica de la sociedad; la posibilidad del cambio genérico en el transcurso del ciclo de vida como atributo de los sujetos (mujeres y hombres), así como la intercambialidad de posiciones y espacios genéricos entre mujeres y hombres (esta intercambialidad permitiría enfrentar la actual especialización diferenciada que reproduce a las mujeres y a los hombres como seres más diferentes que semejantes y que los segrega en espacios materiales y simbólicos antagónicos).

La posibilidad de cambiar de posiciones genéricas (actividades, espacios, papeles, funciones), llevar a la ampliación del espectro genérico de las mujeres y de los hombres para que las capacidades y las destrezas históricas sean compartidas.

Con todo ello se enriquecen la cultura y la experiencia genérica de los y las particulares. Es posible, entonces, que las condiciones genéricas se aproximen y pierdan antagonismo y que el mundo genérico no esté basado más en la opresión.

Se trata de construir la semejanza en la diferencia entre las actuales mujeres y los actuales hombres a partir de la construcción de dos principios organizadores de la vida social, de la cultura y de la política: la potencialidad común de mujeres y hombres para acceder a los bienes concretos y simbólicos, y la diferencia de opciones accesibles y discernibles por y para todas/todos.

No hemos inventado un mundo abominable de patriarcas vencidos por supermujeres, ni anunciamos el advenimiento de mundos invertidos, como lo pretenden quienes sostienen los mitos del contradiscurso cultural sexista y tratan de convencernos de que las rebeliones de las mujeres buscan llegar a alternativas históricas que serían venganzas justicieras.

Las alternativas en la historia no son oposiciones binarias. Eliminar el patriarcado no implica la instauración del matriarcado. Por el contrario, nuestro deseo de explicar el mundo y de transformarlo se concreta en la posibilidad, ideada desde el feminismo, de ser mujeres y hombres en procesos de-liberadores, capaces de inventar futuros y de vivir presentes democratizados por deseos afines y por esfuerzos compartidos, a partir del respeto a la semejanza y a la diferencia en libertad, así como a la integridad de cada quien.

Éste no es un libro que victimice a las mujeres. Tampoco es un catálogo razonado de denuncias. He sistematizado mis reflexiones de investigación antropológica sobre las mujeres. Más que un instrumento de lucha, como ha sido llamado este libro, lo considero un esfuerzo por crear recursos para comprender el mundo desde las mujeres y para develar los hitos fundamentales de la enajenación femenina.

Mi libro forma parte de la tradición generada por nosotras para nombrar desde la cultura feminista las oquedades del mundo femenino. Creo que por eso ha sido tan bien recibido por las mujeres y por algunos hombres aventurados. Mujeres de mentalidades distintas han encontrado aquí la posibilidad de reflexionar sobre sí mismas y de sentirse comprendidas e identificadas con las otras mujeres. Quizá en la lectura de mis páginas, algunas y algunos han descubierto o redescubierto que ser mujer y ser hombre no es tan inexplicable y tan mágicamente sobrenatural, y que puede volverse accesible y comprensible.

Debo agregar algo que me asombra: Escrito con rigor y argumentaciones académicas, Los cautiverios es leído a menudo como si fuera una novela, como si en sus páginas se relataran historias, aventuras, intimidades, que pueden leerse de un tirón o a parrafadas interrumpidas en el suspenso y la expectativa de retomarlas. Esto no es poco para un texto científico de más de ochocientas páginas que las amigas o los cónyuges se regalan en ocasiones festivas. Tal vez hay quienes encuentran grato descubrir que las locuras propias, silenciadas, inconfesables, son compartidas por casi todas.

Me parece que en Los cautiverios doy sentido a intuiciones, dudas, incredulidades, rebeldías interpretativas y lucideces casi heréticas en la cultura patriarcal, que las mujeres experimentamos al vivir. En este texto y desde la mirada y la metodología antropológicas todo ello ha sido investigado y ha encontrado cierto rigor, un lenguaje y una legitimación académicas que retornan a las mujeres mismas a una visión valorizada por la escritura impresa.

Credibilidad y sabiduría se convierten en los atributos de las vivencias que analizo por estar expuestas en el poderoso objeto que es un libro que lleva, además, el emblema de nuestra experiencia y las concepciones prevalecientes, tan fragmentario y pleno de certezas, de dudas y de silencios, se vuelve creíble cuando es elaborado científicamente. Quizá es por ello que este texto-objeto ha ido transformándose en un espacio simbólico de identificación entre algunas mujeres, y de encuentro con algunos hombres.

Mi deseo explicativo y de re-ligarnos se cumple, aunque de manera incompleta. En Los cautiverios dije más de lo que quería pero mantuve implícitas algunas ideas que merecen mención:

Las mujeres vivimos en cautiverio, pero ahí mismo vamos transformando nuestras vidas. Al hacer la investigación que dio origen a este libro, descubrí un sinfín de vericuetos y una cantidad indescriptible de formas en que las mujeres aprovechan sus condiciones de vida, en que evaden las sanciones, eluden los poderes, enfrentan las situaciones más difíciles, y sobreviven. Pero no todas lo hacen como seres devastados en quienes la enajenación se ensañase: al vivir se enriquecen, confrontadas, conflictuadas y, en ocasiones, sin clara conciencia del futuro. Pero es así como el género ensancha sus horizontes vitales y la condición de la mujer se amplía y entra en crisis, en lugar de reducirse, como ocurre hoy, con la condición masculina cuya crisis se explica por su decrecimiento.

Las mujeres han ampliado su universo, han diversificado sus formas de intervención directa y simbólica en el mundo, han aprendido lenguas y desarrollado saberes, aptitudes y habilidades que es preciso develar con tanta intensidad como los hilos del fino tejido de los cautiverios para poder aproximarnos de manera más plena a las mujeres mismas: cautivas, pero no sólo cautivas con recursos para vivir. La cuestión más importante consiste en descifrar la medida en que sus recursos vitales dan potencia a las mujeres y permiten desconstruir los cautiverios, y en saber si esos hechos conducen hacia la construcción de nuevas identidades, de alternativas sociales, culturales y políticas.

Esos recursos femeninos, expandidos hacia el conjunto de la sociedad y la cultura, quizá ya contribuyen a desarticular la opresión genérica y tal vez incluyen ya parcelas de libertad. Aunque sólo sea tendencialmente, en los cautiverios surgen opciones genéricas, modificaciones de la vida cotidiana, de las instituciones, del imaginario, de las fantasías, de las mentalidades y de las formas de ser y de convivir de las mujeres y de los hombres.

He abordado en estas páginas la opresión desde las mujeres. Creo que en ello están tanto la profundidad como los límites del libro. Pero también me parece que mientras existan los cautiverios de las mujeres es preciso nombrarlos si queremos dar sentido a los tránsitos libertarios.

Alfalfares de Coapa, mayo de 1992

PRESENTACIÓN A LA QUINTA EDICIÓN

Reflexiones: Una mirada a los cautiverios 20 años después

Los cautiverios… ha sido un hito en mi vida y, como es evidente, un hito reeditado y lo agradezco, porque confirmo lo expuesto en él y refrendo la mirada. Pienso que hasta me quedé corta al nombrar y explicar los cautiverios de las mujeres. Hoy podría hacerlo desde otras esferas de la vida, con mayor complejidad teórica, más conocimientos, conexiones e inferencias.

Sigue vigente mi interés por comprender lo que me pregunté entonces: ¿si la opresión de las mujeres no es natural y la naturaleza humana no existe porque es historia, cómo se construye la opresión de las mujeres?

Me urgía definir los contenidos y las dimensiones de la opresión de género y analizarlos teóricamente en la condición de la mujer para aproximarme a la situación de las mujeres. Así lo hice y procedí primero a la inversa: investigué biográfica y etnográficamente las múltiples y variadas formas de opresión experimentadas por mujeres de carne y hueso, y me sumergí desde la etnología en el análisis de concepciones, mitos e ideologías para elaborar la teoría que está expuesta en el libro.

Por eso la tipología: madresposas, monjas, putas, presas y locas. Personas concretas y simbólicas, realizadoras estereotipadas de la condición femenina patriarcal. Investigué las sexualidades especializadas y mandatadas, las identidades, las subjetividades y las mentalidades, los poderes de dominio de hombres e instituciones sobre las mujeres, así como las normas, las tradiciones, los usos, las costumbres y las creencias. Analicé las prácticas sociales y los modos de vida de cada cautiverio, en su diversidad, en su semejanza y en sus conexiones. Compartí la vida de mujeres, estructurada y normada, entre deberes y obligaciones, prohibiciones, mandatos y vocaciones, vidas para cumplir y obedecer. Vidas sin derechos, sin conciencia ciudadana ni laboral, cuajadas de anhelos incumplidos. Vi la asimetría entre la magnitud de los deberes y los mecanismos de dominación en comparación con la escasez de opciones y la falta de investidura de las mujeres como seres aposentadas con legitimidad individual y colectiva en el mundo.

Encontré vidas tabuadas y constaté que los tabúes son contenedores políticos, fosos cargados de miedo que impiden el arribo de las mujeres a los derechos propios, en primera persona, y a los derechos de género. Sexualidades disciplinadas paraotros, cuerpos-para-otros que, para mi maestra de la vida, Franca Basaglia, son la base estructural de las mujeres como seres-para-otros. “Si la mujer es naturaleza, su historia es la historia de su cuerpo, pero de un cuerpo del cual ella no es dueña porque sólo existe como objeto para-otros o en función de otros, y en torno al cual se centra una vida que es la historia de una expropiación. ¿Y qué tipo de relación puede haber entre una expropiación y la naturaleza? ¿Se trata del cuerpo natural, o del cuerpo históricamente determinado?”.1 La culpa, el miedo y los prejuicios dogmáticos se actualizan y funcionan en la subjetividad de las mujeres como recursos de dominación para mantenerlas en apego, defensa y reproducción de la organización y el sentido patriarcales de la vida. En apego, aun, de quienes las maltratan, abusan de ellas, las violentan y les ocasionan daños. La violencia de género es ejercida de manera generalizada contra las mujeres, incluso por quienes no se considerarían violentos. Mujeres violentadas no consideran violencia lo vivido. La dominación y la dependencia vital impiden a las mujeres ser libres. Todo eso está en Los cautiverios…

Veinte años después de publicado, y a treinta años desde el inicio de la investigación, el desarrollo teórico y académico feminista ha sido notable. En México, como en el resto del mundo, cimbrado por el pensamiento y la política feminista comprometida con la crítica deconstructiva de la modernidad, las universidades tienen áreas de investigación y docencia de género. Organismos internacionales asumen cada día más una visión de género en sus esfuerzos por mejorar la convivencia y abatir los grandes oprobios de nuestro tiempo. Las políticas sociales, gubernamentales y civiles deben incorporar la perspectiva de género para ser aprobadas tanto por la ciudadanía como por los mecanismos internacionales. Las transformaciones de género hacia la igualdad entre mujeres y hombres y las que contienen el empoderamiento de las mujeres son indicadores científicos y políticos de avance en el desarrollo social.

En Los cautiverios…, el campo teórico de género2 estructura el análisis y comparte crédito con otras teorías sustantivas. Ni más ni menos. Entretejí la interdisciplina y la complejidad al articular un campo teórico producto de mi formación y mis inquietudes. La cercanía entre la antropología (etnología y etnografía) con la historia, la psicología y el psicoanálisis, las ciencias políticas, así como con la economía política, y mi particular orientación crítica marxista, la influencia foucaultiana y de la Escuela de Frankfurt, aunado a los conocimientos generados por el feminismo, me permitieron articular bagajes, teorías, hipótesis y conocimientos, enmarcados en la filosofía política feminista. Por eso Los cautiverios… es un libro interdisciplinario de antropología política feminista. Es un libro sólo sobre la opresión de las mujeres.

En estas dos décadas la conciencia y la política feministas han avanzado tanto que, en ciertos ámbitos, se han amalgamado con la teoría de género para ser aprobadas y pasar la censura como perspectiva de género. A la par, se movilizaron grandes esfuerzos y recursos para neutralizarlas ideológica y políticamente. El lenguaje y algunas propuestas de género son utilizados también por quienes no comparten nuestra visión, integran el enfoque de género de manera tecnocrática y rechazan el feminismo. Desde el neoliberalismo, hay quienes aseguran estar de acuerdo con los derechos de la mujer y la equidad. El uso de ese lenguaje: “la mujer”, “la equidad”, no es casual. No están de acuerdo con los derechos humanos de las mujeres ni con su libertad, ni con la igualdad entre mujeres y hombres. En ese sentido se manifiestan quienes separan género y feminismo y hacen contemporizar al género con visiones filosóficas o morales antidemocráticas y modelos reaccionarios, como si no hubiese incompatibilidad de principio entre ambos.

Es preciso aclararlo: la perspectiva de género implica una visión del mundo y una política feminista, contenidas en el concepto “perspectiva”. Dicha perspectiva se funda en procesos históricos y alternativas paradigmáticas a la dominación y a la opresión de género, edad, clase, étnica, religiosa, política y cultural, de condición socioeconómica, de legalidad, de salud y capacidades. Implica, desde luego, los procesos de vida y las existencias de mujeres en compleja transformación, cuyos cambios impactan al mundo. La anteceden los esfuerzos políticos y culturales por erradicar oprobios, todos los movimientos y sus expresiones científicas, jurídicas, artísticas. Conforman la perspectiva de género los logros, los derechos, las oportunidades y las libertades surgidos en esa travesía. El anhelo más grande es generar condiciones sociales que permitan a las mujeres vivir con bienestar y en libertad, así como a las mujeres y a los hombres vivir en igualdad. El porvenir es cada vez más complejo y, además, confrontante. Para no dejar lugar a dudas, es preciso especificar perspectiva feminista de género.

Desde ese lugar está planteado el análisis de la dominación de las mujeres en Los cautiverios… Me propuse mirar la dominación desde las mujeres cautivas y cautivadas, es decir, de quienes viven la opresión y desde los espacios vitales en que ocurre. Estoy convencida de que van desapareciendo de manera parcial y no articulada algunos oprobios, mientras la violencia se incrementa porque aumentan las contradicciones, las tensiones y los conflictos sociales y políticos por las resistencias a la emancipación de las mujeres. Los conflictos se deben a los cambios por el adelanto de las mujeres (avances modernos, participación en espacios y actividades antes vedados a las mujeres, desarrollo y empoderamiento). También se deben a que sus repercusiones en la vida social son parciales y emergentes, y a la falta de cambios en los hombres, en las instituciones del Estado, en la vida social y en la cultura. Frente a la modernización parcial y en ocasiones no sostenible de las mujeres imperan la lógica de la supremacía, el autoritarismo, la intransigencia y la hostilidad de género. Aumenta también la violencia contra las mujeres en las casas y en las calles, las fronteras, los antros, los baldíos y los caminos.

Las mujeres no estamos seguras casi en ninguna parte y eso importa muy poco. Diez años después de publicado Los cautiverios…, los silenciados crímenes contra mujeres en Ciudad Juárez cimbraron al país. Los llamamos feminicidio y descubrimos que no sólo había feminicidio ahí, sino también en otras entidades del país. Cada año son víctimas mortales de esa violencia extrema en el país más de mil cuatrocientas mujeres y calculamos que en diez años fueron asesinadas más de catorce mil.3 En Los cautiverios… sólo enuncié el homicidio como el extremo de la violencia. No tenía la magnitud que adquirió después. Con todo, al mismo tiempo que defendí la tesis “Antropología de los cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y locas”, las feministas impulsamos la movilización para enfrentar la violencia contra las mujeres que culminó en la primera legislación que, desafortunadamente, sólo la consideró como violencia familiar o intrafamiliar, diluyendo así que se trataba de violencia específica contra las mujeres y no sólo sucedía en el ámbito familiar.

Veinte años después hemos avanzado en el diseño de una legislación que obliga al Estado mexicano a ejecutar una política integral para prevenir, atender, sancionar y erradicar la violencia específica contra las mujeres. Esa política está contenida en la Ley General de Acceso de las Mujeres a Una Vida Libre de Violencia,4 en las leyes locales y otros instrumentos. Los últimos años he investigado a fondo el feminicidio por el que se identifica a nuestro país en el mundo. Organizaciones del movimiento feminista y de derechos humanos en Ciudad Juárez y los familiares de víctimas presentaron el “Caso Campo Algodonero” a la Corte lnteramericana de Derechos Humanos y la Sentencia de la Corte consideró que el Estado mexicano es culpable al no garantizar la vida de las víctimas y tampoco su acceso a la justicia, y lo conminó a reponer el proceso de investigación para lograr el acceso a la justicia y reparar el daño; además, a contribuir a lograr condiciones para que hechos como ésos no vuelvan a suceder.5

Al mismo tiempo que aumenta y se complejiza la violencia de género, se incrementan viejas y nuevas formas de discriminación como la pauperización de las mujeres y la feminización de la pobreza, debido a la creciente desigualdad y a la exclusión y marginación de la mayoría de las mujeres del acceso al desarrollo y a sus beneficios. Las mujeres trabajan cada vez más, la doble jornada se ha establecido de manera generalizada y se ha sofisticado con las nuevas tecnologías entreveradas con antiguas formas de trabajo doméstico, cuidado y atención a los otros. Las mujeres son el grupo social que soporta con su trabajo y su esfuerzo vital la reproducción del capitalismo patriarcal y la ampliación de la ganancia.