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Este libro (y esta colección)

Prólogo (Juan Nepote)

Epígrafe

Introducción

1. Química quimérica

La química de los muertos vivientes: vudú, “zombificación” y neurotoxinas

Introducción a la “zombicología”: peces globo y tetrodotoxina

Más allá de la química: otros mecanismos de zombificación

Las crónicas de Finnmark: brujas, hongos y ergotismo

¿Visiones religiosas o posesiones diabólicas? Ergolina, LSD y el “fuego de san Antonio”

Cómo ser una bruja en una lección: pan, cerveza y esclerocios

2. Astronomía tenebrosa

Frankenstein, hijo de la luna: astronomía forense, estudios sobre el sueño y el origen de un monstruo

La hora de las brujas y los íncubos: alucinaciones, parálisis y experiencias extracorpóreas

La luz de la luna en la ventana: la ciencia en defensa de Mary Shelley

3. Psicología hórrida

Razones para ver filmes de horror en pareja: psicología evolutiva y el miedo en el cine

“Monstruofilia”: evaluando el monster-appeal de las estrellas del cine de terror

King Kong contra Godzilla: el top ten de los monstruos

Noche de Brujas en el zoológico: máscaras de Halloween y el miedo de los (otros) animales

… duérmete ya, que viene el Coco (con una probabilidad del 60%) y te comerá: codificación predictiva, estadística bayesiana y el Coco

El Coco y el Exterminador de Cocos: una introducción al teorema de Bayes

El misterioso caso del ladrón a medianoche: el ladrón, el viento y la ventana chirriante

El miedo visceral al Coco: evidencia sensitiva y evidencia interoceptiva

4. Medicina sepulcral

El monstruo entre nosotros: Hannibal Lecter y la psiquiatría forense

Asesinos organizados y asesinos desorganizados: el modelo de Lecter

El monstruo dentro de nosotros: licántropos, maníacos lupinos y hombres lobo

Los motivos del hombre lobo: la cacería de brujas y de licántropos

5. Matemáticas pavorosas

La pesadilla matemática del Monstruo de las Galletas: cómo vaciar tarros de galletas (y comérselas)

Fibonacci, Tribonacci, otros “naccis”: más problemas con tarros y galletas

La epidemia de los muertos vivientes: zombis y simulaciones en computadora

Zombis contra humanos: un modelo matemático para cada exterminio

Estadística de zombis: estrategias para contar zombis y no ser “zombificado” en el intento

Ecología vampírica: modelos depredador (vampiro)-presa (humano)

Modelo de Stoker-King

Modelo de Rice

Modelo de Harris-Meyer-Kostova

Modelo de Blade

6. Biología aberrante

La naturaleza monstruosa de Mary Shelley: Frankenstein y el ecocriticismo

Etimología esperpéntica: las reglas de la vida (o, por lo menos, de sus bautizos)

Brevísima guía para nombrar científicamente tu especie

Bautizos demoníacos

Nomenclatura vampírica

Nombrando el horror cósmico

Criptotaxonomía en el lago Ness

Harry Potter y la mina de arañas

Bambiraptor contra Godzilla

El monstruo que vino del espacio

Pie Grande, el Yeti y otras especies Agra-dables

Sobre dragonas, dragones voladores y dragoncitos

Un viaje esperado a la Tierra Media

Citas monstruosas

Gabinete de curiosidades bibliográficas

Acerca del autor

Luis Javier Plata Rosas

LA CIENCIA Y LOS MONSTRUOS

Todo lo que la ciencia tiene para decir sobre zombis, vampiros, brujas y otros seres horripilantes

Plata Rosas, Luis Javier

© 2017, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.

En otros terrenos se puede avanzar hasta donde han llegado otros antes y no pasar de ahí, pero en la investigación científica siempre hay materia por descubrir y de la cual asombrarse.

Mary Shelley, escritora

La ciencia occidental se distingue por su sentido de lo maravilloso. Los monstruos son y seguirán siendo una parte integral de ella. Maravillarse de los monstruos marca la ciencia temprana y lleva a la ciencia moderna.

Pierre Laszlo, químico

Introducción

Cuando era niño, era consciente de que, en la noche, la visión infrarroja revelaría monstruos escondidos en el armario del dormitorio sólo si eran de sangre caliente. Pero todo el mundo sabe que el monstruo promedio del armario es reptiliano y de sangre fría.

Neil deGrasse Tyson, astrofísico

Desde nuestra infancia –como individuos y como especie– hemos convivido con ellos. Los hemos buscado, sí, debajo de la cama, dentro del armario, detrás de las puertas…, pero también acechando detrás de todo aquello que, en la naturaleza, nos atemoriza y atrae a la vez. No podemos evitar cerrar los ojos, y hasta cubrirlos con nuestras manos, ante la advertencia de que está a punto de aparecer uno de ellos, pero tampoco nos es posible no entreabrirlos y hacer trampa separando un poco nuestros dedos: son los monstruos.

La palabra “monstruo” viene del francés monstre, que a su vez tiene su raíz en el latín monere, que significa “advertir”. Y es que, dado el aspecto de los monstruos, su presencia jamás puede pasar inadvertida entre nosotros.

En los comienzos de la ciencia moderna, durante los siglos XVI y XVII, el término “monstruo” no estaba asociado necesariamente a algo atemorizante. Otro era el adjetivo que describía mejor a un monstruo: “maravilloso”, algo que rompía por completo con las leyes que la naturaleza tenía que obedecer y que los científicos intentaban descubrir. Hallar algo que desafiaba la explicación científica a la mano no podía ser más que una excepción a la regla, una irregularidad, una aberración, una trampa con la que, para los creyentes, Dios se hacía presente con el objeto de demostrarnos que la ciencia no tenía la última palabra. Se trataba, en definitiva, de un monstruo.

Descubrir monstruos de todo tipo en una época en la que Europa estaba descubriendo el resto del mundo tampoco era tan difícil, y, en vez de museos, las colecciones privadas dieron lugar a los llamados “cuartos de curiosidades”, aunque una traducción más próxima al original en alemán, Wunderkammern, es la de “gabinetes de las maravillas”.

Escribí este libro teniendo en mente a estos gabinetes de las maravillas, con el propósito de que, al igual que en ellos, en sus páginas convivan, como en ese entonces, la ciencia y los monstruos inspirándose, atrayéndose y, en último término, maravillándose una con los otros. Espero que, al igual que los biólogos, físicos, químicos, ecólogos y otras criaturas de la ciencia que se sintieron atraídas e inspiradas por alguna de las horrorosas criaturas que aquí aparecen –al menos, lo suficiente para seguirlas y descubrir en ellas algo que al resto de nosotros se nos había escapado–, también los lectores exploren con placer, si bien no tan plácidamente, estos parajes.

No es esta, por lo tanto, una obra de criptozoología, en la que intentamos averiguar, de una vez por todas, si la evidencia con la que contamos es suficiente para concluir que Pie Grande o el Monstruo del lago Ness en verdad existen o si todo ha sido parte de un gran engaño. Tampoco se trata de un bestiario ni de una enciclopedia de monstruos. Mucho menos de un tratado sobre pastafarianismo, esa parodia de religión –y que conste que escribo esto como una simple descripción, no como una crítica– en la que se venera en broma al Monstruo Volador de Espagueti, cuyo poder es tan grande que le ha permitido colarse aquí y en uno que otro capítulo.

Agradezco a Diego “Gollumbek”, ese monstruo de la divulgación, a Carlos E. “de Espanto” Díaz, y a todos los librescos y fantásticos seres de “Ciencia que ladra”, por corregir y mejorar notablemente este experimento, así como a la doctora Liza Kelly, quien examinó el engendro que originó la criatura que el lector tiene en sus manos. Gracias también a Juan Nepote por incluir a mis monstruos en su selección mexicana.

A todos aquellos que más de una vez han sentido horror ante monstruos tan intangibles, pero igualmente universales, como el Coco[1] y las matemáticas, dedico esta “ciencia monstruosa”. Mientras recorren estas páginas, en las que conviven los más grandes monstruos de la fantasía con auténticos monstruos de la investigación científica –algunos no tan afamados, aunque de igual modo trascendentes en la historia de nuestra especie–, tal vez no esté de más tomar en cuenta las palabras de Marie Curie: “En la vida no hay cosas que temer, sólo cosas por entender”.

Felices pesadillas.

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[1] Este maligno ser que vive exclusivamente para aterrorizar a los niños –a veces con algo de ayuda de sus padres– es nombrado Cuco o Coco según el país en que se le invoque. En todo caso, “cátsup”, “kétchup”…, ¿qué importa cuando el terror es el mismo?

1. Química quimérica

Cuando la mayoría de la gente piensa en la palabra “química”, piensa en un viejo siniestro con una bata de laboratorio riéndose maliciosamente sobre un vaso de precipitados que burbujea. Esta imagen acaso proviene de las películas y de la televisión, que en general representan a los químicos como creadores de monstruos terribles […]. Por fortuna, en años recientes los medios de comunicación han revisado su antigua imagen de los químicos: ahora a veces nos representan como seniles en vez de insanos.

Ian Guch, químico

Para tu información, todo el mundo sabe que los monstruos las prefieren rubias.

The Toxic Avenger (1984)

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