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Introducción

1. Deporte, antropología e historia

Los Juegos Olímpicos en la Grecia clásica

“El pueblo sin historia del deporte”

Juegos, deporte y antropología en la cultura victoriana de las exposiciones

El deporte de Mesoamérica y Norteamérica en la arqueología antropológica

Repensar el deporte romano

La antropología del juego

Ritual, tradición y modernidad en el deporte

La teoría del ritual de Victor Turner

La “riña de gallos balinesa” de Clifford Geertz

El giro posmoderno

2. Deporte, colonialismo e imperialismo

Raíces históricas del sistema deportivo internacional

Deporte y colonialismo

El colonialismo y la difusión del deporte

Colonialismo británico y deporte

Imperialismo estadounidense y deporte

El cristianismo muscular, la YMCA y el “amor viril”

Imperialismo europeo interno y deporte

Descolonización y deporte

Legados poscoloniales en el deporte

3. Deporte, salud y medio ambiente

Antropología médica y antropología del deporte: una relación inexistente

Medicina hipocrática y consejos sobre el ejercicio físico

Medicina galénica y ejercicio físico

Cuerpo, medio ambiente y cosmos en los juegos de pelota mesoamericanos

Un salto en el tiempo hasta el Iluminismo

Entra la biomedicina y sale el ejercicio físico en el siglo XIX

La antropometría se niega a morir

Configuraciones no occidentales

El giro hacia el ejercicio físico y la medicina oriental en Occidente en la década de 1960

Deporte y ambiente natural

Medicina del deporte y doping

Una mirada hacia el futuro desde la medicina del deporte

Las configuraciones de deporte, medicina y ambiente natural

4. Deporte, clase social, raza y etnia

Deporte, distinción social y habitus

Profesionalización del deporte de élite y clase social

La pertenencia étnica en y a través del deporte

Juegos étnicos

Deporte y raza

El “atleta negro”

El deporte como hacedor y destructor de jerarquías sociales

5. El deporte y el sexo, el género y la sexualidad

Las pruebas de verificación de sexo y la Guerra Fría

Las pruebas de verificación de sexo y las personas intersex

Sueños de testosterona

Segregación sexual: reglas conservadoras y sin imaginación

El deporte como “territorio masculino” en Europa Occidental y América del Norte

Configuraciones no occidentales: un “territorio masculino” muy incierto

Marcas de género en el cuerpo: fisicoculturismo y fitness

Heteronormatividad y homofobia en el deporte

El sexo y el género como constructos ideológicos en el deporte

6. Deporte, performance cultural y megaeventos

El giro performativo

Deporte y religión: una mirada desde el campo (de juego)

Teoría de la performance ramificada

Megaeventos: de las Ferias Mundiales a los Juegos Olímpicos

Una ecología de los eventos deportivos

La televisión entra en juego

Deportes extremos: resistencia contracultural y captación capitalista

Eventos mediáticos

Los megaeventos y la esfera pública transnacional

Los deportes y la economía del donativo: grandes eventos y grandes hombres

Megaeventos, globalización y transnacionalismo

Los eventos deportivos como performance

7. Deporte, nación y nacionalismo

Naciones, países y Estados

Deporte, gubernamentalidad, biopoder y disciplina

Nacionalismo

Desafiar a la nación

Nacionalismo, deporte e invención de la tradición

El deporte como patrimonio cultural

Deporte y género en la construcción de la nación

Ciudadanía móvil: la política de identificación nacional entre atletas

Vigilancia y seguridad transnacional: ¿el fin del Estado?

8. El deporte en el sistema mundial

Tres palabras clave: internacionalismo, transnacionalismo, globalización

Deporte y relaciones internacionales

El deporte como “poder blando” en la escena internacional

El deporte para el desarrollo y la paz

La circulación transnacional de atletas

Globalización y megaeventos deportivos: ¿la decadencia de Occidente?

Estado nacional versus transnacionalismo

El aporte de la antropología del deporte a la comprensión del transnacionalismo y la globalización

Epílogo. Deporte para la antropología

Niko Besnier

Susan Brownell

Thomas F. Carter

Antropología del deporte

Emociones, poder y negocios en el mundo contemporáeo

Traducción de Teresa Arijón

Niko Besnier

© 2018, The Regents of the University of California

© 2018, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.

Introducción

Pocas actividades en las vidas de las personas comunes y corrientes en todo el mundo conjugan la actividad física, las emociones, la política, el dinero y la moral de una manera tan contundente como el deporte. En los grandes estadios de fútbol en Brasil o en los parques de China, en los diamantes de béisbol en Cuba, en los campos de rugby en Fiyi o en los cuadriláteros de lucha en Senegal los humanos ponen a prueba sus límites corporales, invierten notables cantidades de energía emocional, apuestan dinero, hacen brujerías, ingieren sustancias y expresan lo que a su entender es importante en la vida.

El deporte cumple un rol de enorme relevancia en lo que atañe a establecer fronteras entre grupos y cuestionarlas, o definir qué es normal y qué es extraordinario, y además pone en relación la vida cotidiana de las personas comunes y corrientes con el Estado, la nación y el mundo. Y si bien es fácil desestimar al deporte como un aspecto intrascendente de nuestra existencia, mirado más de cerca emerge como un microcosmos que nos enseña de qué se trata la vida. Podemos parafrasear a Émile Durkheim, uno de los fundadores de las ciencias sociales modernas: el deporte es una ventana hacia “la vida seria”.[1]

Un aspecto particularmente intrigante del deporte es que fusiona experiencias que en general se consideran contrapuestas, como lo lúdico y lo serio, el ocio y el trabajo, el individualismo y el colectivismo, el placer y la violencia, la jerarquía y la igualdad, la moral y la corrupción. Esas tensiones se han manifestado –y esto no es ningún descubrimiento– en partes del mundo muy diferentes y en épocas radicalmente distintas de la historia. Ya en el mundo antiguo, el deporte evocaba temas que hoy resuenan en nosotros. Por ejemplo, en los imperios maya y azteca de Mesoamérica, antes de la conquista española, los juegos de pelota eran cosa de familia. Así lo atestigua una exquisita escena modelada en arcilla de Nayarit, México, que data de ca. 100 a.C.-250 d.C.: un grupo de espectadores sentados en una tribuna –incluidas mujeres con niños en brazos– se asoma para mirar lo que ocurre en la cancha de pelota (véase figura 1). Pero los juegos también poseían una arraigada cualidad política: así queda demostrado en los inmensos murales tallados en piedra, en que se retrataba a los gobernantes con los protectores de caderas y el tocado que usaban los jugadores –como si el atuendo deportivo fuera sinónimo de aptitud para gobernar– y en la realización de sacrificios humanos a la par de los juegos.

Figura 1. Juego de pelota con espectadores, representación en arcilla. Nayarit, México, 100 a.C - 250 d.C ca.

Los Juegos Olímpicos de la antigua Grecia, cuyos orígenes se remontan al siglo VII a.C., reunían atletas que representaban a ciudades-estado que casi siempre guerreaban entre ellas fuera del sagrado recinto olímpico; pero las leyes y el juramento de los atletas protegían a los Juegos de cualquier interferencia política, aunque las plazas que separaban los espacios de competición estaban atiborradas de efigies y monumentos que celebraban la victoria de una ciudad-estado sobre otra en el campo de batalla.

Si bien hoy podemos detectar elementos de similitud y afinidad entre contextos culturales e históricos muy diferentes, el deporte también adquiere distintos significados según dónde y cuándo se lo practica. Para continuar con el ejemplo de los antiguos juegos de pelota mesoamericanos, a veces eran tan violentos que un golpe de la dura pelota de caucho podía resultar fatal, y la evidencia sugiere que los jugadores eran sacrificados después de los juegos. En contraste, en la mayoría de los deportes que hoy en día se practican (si no en todos) la violencia está restringida; así, en caso de que se produzca una muerte, se la considera un accidente trágico antes que parte integral del deporte, incluso en aquellas prácticas que implican un peligro considerable, como las artes marciales mixtas, el boxeo y las carreras de trineos. Más aún, un deporte específico puede practicarse bajo las mismas reglas pero diferir en cómo se juega, quién lo juega, y cómo lo valora la gente.

En la sociedad estadounidense contemporánea el fútbol está en gran medida asociado con la clase media blanca o con las minorías hispánicas, mientras que en la Argentina es el deporte por excelencia de las masas y las clases medias altas tienden a mantenerlo a prudente distancia. En otras palabras, el deporte está inserto en la tensión entre el universalismo –dado que su importancia proviene de habilidades compartidas por todos, o casi todos, los cuerpos humanos– y el particularismo –dado que esas habilidades no son interpretadas ni configuradas de la misma manera en todos los lugares y en todas las épocas–. Uno de los conceptos básicos de la antropología es que las vidas humanas se organizan de maneras similares en todo el mundo, pero también son determinadas por los contextos específicos. Por lo tanto, la disciplina es especialmente apta para arrojar luz sobre la naturaleza del deporte como actividad humana universal y como actividad humana específica.

El concepto de deporte

¿Qué es el deporte? Desde una perspectiva convencional, el deporte es una invención que data de mediados del siglo XIX en Gran Bretaña. Como veremos más adelante en este libro, el deporte también surgió en otros lugares y en otras épocas, pero esas formas deportivas ya han desaparecido o han quedado marginadas por la difusión global del tipo particular de deporte que surgió hace casi doscientos años en las islas británicas. Antes de toparse con los deportes británicos –y luego con los estadounidenses–, la mayoría de las lenguas del mundo no tenían una palabra para definir una categoría unificada de actividades atléticas competitivas que distingue a un ganador por encima del resto. Los antiguos griegos llamaban agones –es decir, “competencias”, una categoría que también incluía música, debates y otras actividades– a sus Juegos Olímpicos y, en general, panhelénico. En inglés, la palabra sport –en la acepción acotada de una actividad atlética gobernada por reglas– aparece por primera vez en 1863.[2]

El concepto moderno de “deporte” surgió al mismo tiempo que el concepto de “récord deportivo”, lo cual refleja la centralidad de las modernas tecnologías de medición y registro de récords en ese ámbito (incluso aquellos deportes que no toman el tiempo ni miden el desempeño utilizan campos deportivos y equipamientos con medidas estandarizadas, algo que a los antiguos griegos jamás se les habría ocurrido). En inglés, uno de los primeros usos de la palabra record, para designar el mejor desempeño medido hasta el momento, aparece en un manual de entrenamiento de atletismo de pista y campo de 1868.[3] La palabra sport, y el conjunto de actividades que abarca, fue adoptada por distintas lenguas habladas en todo el mundo; en muchas de ellas refiere de manera exclusiva a los deportes de estilo occidental y es un préstamo del inglés o alguna otra lengua europea.

Si bien el deporte suele ser descripto como una celebración de aquello que nos hace ser lo que somos, es decir, humanos –como proclamaba la campaña publicitaria Celebrate Humanity [Celebrar la Humanidad] lanzada por el Comité Olímpico Internacional (coi) en 2004–, los deportes competitivos organizados según reglas, con ganadores y perdedores claros, no son universales humanos. Tanto la evidencia histórica como la antropológica ofrecen pistas de por qué esto es así. El resultado incierto de una competencia gobernada por reglas igualitarias es incómodo para las sociedades jerárquicas, donde los ancianos y las élites prefieren controlar el resultado de los concursos para afianzar su propio estatus, y donde ninguno de los dos extremos de la pirámide social quiere arriesgarse a lo que podría ocurrir si una competencia deportiva cuestionara la posición de las élites. En las sociedades que valoran la armonía, el resultado preferido puede ser un empate. En las prácticas rituales puede haber cierta preferencia por un resultado que contribuya al propósito del ritual: por ejemplo, permitir que ganen los invitados u honrar a los dioses.

Todo esto significa que debemos ser cautos al identificar ciertas actividades como deporte y reflexionar sobre lo que significa implementar esa identificación; porque otorgar a una actividad el estatus de “deporte” –o negárselo– es una decisión cargada de supuestos culturales y políticos. Un buen ejemplo es la creciente tensión en el ámbito deportivo internacional respecto de cuáles deportes deben incluirse en el programa de los Juegos Olímpicos: el judo concursó por primera vez como deporte de exhibición en 1964 cuando Japón fue sede, también por primera vez, de los Juegos Olímpicos de Verano; pero en los de 2008, con sede en Pekín, el wushu –arte marcial chino– no entró en el programa, pese a la fuerte presión de China. Lo que subyace a estas decisiones no es ningún rasgo esencial que permita diferenciar lo que es deporte de lo que no lo es, sino las diferencias de poder que determinan quién decide, dentro de cuál contexto político, según cuáles criterios y con qué fines.

En este libro nos abstendremos de sugerir o indicar cuáles serían las condiciones necesarias o suficientes para que algo califique como deporte –por ejemplo, la centralidad de la competencia–, dado que la competencia puede ser eclipsada por otros aspectos más apremiantes en numerosas actividades de tipo deportivo en todo el mundo. Los waiwai que habitan la frontera entre Guyana y Brasil, por ejemplo, realizan rituales de arquería en cuyo transcurso todos los varones de la aldea disparan una flecha contra un blanco en una atmósfera jovial y festiva; pero no hay ganadores ni perdedores porque estos acontecimientos son performances simbólicas de masculinidad, entendida como categoría antes que como foco de competencia.[4] Con un espíritu similar, en la década de 1950 los gahuku-gama de las tierras altas de Papúa Nueva Guinea reconfiguraron el rugby para sustituir a las peleas intertribales y se decidió que los partidos terminaban cuando los ancianos de los grupos rivales acordaban que se había llegado a un empate.[5]

Por consiguiente, en vez de enredarnos en interminables debates sobre si el ajedrez, la riña de gallos, los videojuegos y el fisicoculturismo son “realmente” deportes, nos pareció más productivo incluir en nuestro análisis un amplio espectro de ejercicios físicos y actividades competitivas. Y en todos los casos tomamos en cuenta los procesos históricos centrados en Occidente que, en última instancia, hicieron que algunos clasificaran como “deporte” y otros quedaran excluidos. También prestamos especial atención al empeño de quienes desean que ciertas actividades sean incluidas en los eventos deportivos internacionales o en eventos alternativos especialmente creados para contrarrestar la hegemonía de megaeventos como los Juegos Olímpicos o la Copa Mundial de la FIFA. En líneas generales, adoptamos una definición abarcadora del deporte y pusimos especial énfasis en aquello que lo diferencia de otras actividades de la vida cotidiana, en cómo se lo caracteriza a nivel local, cómo lo entienden otros y cómo se posiciona ante las actividades que ya ocupan un lugar establecido y son reconocidas a nivel internacional como “deportes”.

El deporte en la antropología

Una de las características más distintivas de la antropología sociocultural, desde el trabajo fundacional de Bronislaw Malinowski en las décadas de 1910 y 1920, es su fundamento en la etnografía: el compromiso personal, a largo plazo y en profundidad, con las personas cuyas vidas el investigador procura entender. El rol central del trabajo de campo intensivo se ha visto debilitado de modo considerable en las últimas décadas del siglo XX, por varios motivos. Uno es que la etnografía ha sido reclamada por muchas otras disciplinas, entre ellas la sociología, los estudios culturales, los estudios de los medios de comunicación, etc. Algunas corrientes de la sociología, entre ellas la escuela de Chicago, ya se habían apropiado de métodos etnográficos en las décadas de 1930 y 1940. Los estudios culturales, en especial bajo la influencia fundacional de la escuela de Birmingham, llevaron las prácticas etnográficas a lo que hasta entonces era el estudio de la cultura alta (sobre todo, la literatura) y las utilizaron para democratizar su rango de intereses e incluir la “cultura popular”, desde la moda hasta el shopping y los programas de televisión. Numerosos antropólogos han reaccionado con suspicacia al enterarse de que ver televisión o realizar entrevistas espontáneas con personas que el investigador apenas conoce hoy califican como “etnografía”. Pero esto no invalida el hecho de que la etnografía ya no pertenece al ámbito exclusivo de la disciplina.

Otro de los motivos de estrés del matrimonio entre antropología y etnografía en décadas recientes es haber comprendido, a partir de los estudios poscoloniales, que la producción de conocimiento nunca es inocente desde una perspectiva política, sobre todo en contextos que ya han sido afectados por el poder y la desigualdad. Esto debilitó la fe de los antropólogos en su habilidad para describir hechos sociales y culturales de una manera neutral y suscitó reiterados pedidos para que la etnografía cambiara de enfoque y se transformara en una empresa intersubjetiva y autorreflexiva.[6] Por si esto fuera poco, en las décadas siguientes la etnografía informada por la antropología sufrió transformaciones mayúsculas con el advenimiento, por ejemplo, de la etnografía multisituada asociada con el análisis de los flujos globales, la etnografía digital y la etnografía de las redes sociales, donde la participación del etnógrafo ya no se basa en la copresencia corporal.[7]

El interés en la globalización y la investigación multisituada durante las primeras décadas del nuevo milenio subrayó el valor del deporte en el esfuerzo por desarrollar nuevas metodologías de investigación. En el mundo globalizante de hoy, el desafío para la etnografía es ser el método de investigación de las ciencias sociales que funciona en mayor medida a microescala, y por eso a los antropólogos les resulta difícil imaginar cómo “aumentarlo” de modo que pueda dar cuenta de procesos globales a macroescala.

La etnografía del deporte ha demostrado ser un método excelente para afrontar este desafío porque se ocupa de acciones corporales mínimas en un extremo, mientras que en el otro vincula esas acciones con un sistema deportivo mundial que opera a la par de ambiciosos funcionarios de gobierno, poderosas corporaciones multinacionales, conglomerados mediáticos internacionales y la industria de la cultura global. El deporte ofrece un contexto de peculiar productividad para realizar un estudio a multiescala del mundo contemporáneo, donde “local, regional, nacional, panregional y global no son niveles separados de análisis sino parte de las redes institucionales y personales mutuamente constitutivas de poder desigual dentro de las cuales las personas –con o sin historias migrantes– viven sus vidas”.[8]

En suma, es posible rastrear los caminos del poder a partir de los cuerpos de los atletas en lejanos campos de entrenamiento y seguirlos mientras cruzan múltiples fronteras para competir o migrar a centros deportivos que les ofrezcan mejores oportunidades, hasta que por fin llegan al epicentro mismo de la economía política global. Michel Foucault utilizó el término “biopoder” para capturar esta naturaleza polimorfa del poder, que no se detiene en los límites del Estado y fluye a través de la clase, el género, la etnia y otros tipos de diferencia de poder, y eventualmente permea las prácticas corporales cotidianas. “Biopolítica” refiere a la política del biopoder, el control de los cuerpos mediante la regulación de la familia, la salud, la sexualidad, el nacimiento, la muerte… y, podríamos agregar, los deportes y el ejercicio físico.[9] Esta capacidad que tiene el deporte para atravesar escalas sociales explica el subtítulo de nuestro libro: Emociones, poder y negocios en el mundo contemporáneo.

En el orden neoliberal del mundo actual, el deporte tiende a seguir el camino del capital, y así deja un rastro para que los antropólogos lo vean; rastro que a su vez visibiliza los casi siempre ocultos engranajes y ardides de los poderosos, las instituciones y las redes sociales. Específicamente, la etnografía del deporte muestra los trabajos del poder a lo largo de múltiples escalas temporales y espaciales. Al conectar la vida cotidiana de las personas con áreas en apariencia ajenas a ella, expande los horizontes de la etnografía sin perder el enfoque en las historias concretas que ocurren en ámbitos locales. Los megaeventos deportivos son espacios particularmente concentrados para realizar una etnografía del sistema global porque convocan in situ a los líderes políticos y los altos ejecutivos de las empresas más importantes, a los medios de comunicación y las celebridades, mientras el público televisivo y de internet, mucho más numeroso, está conectado.

Dado que los tres autores de este libro tenemos particular interés en la tarea intelectual de vincular lo local con lo global, el texto tiende a enfocarse en los deportes relacionados con el sistema deportivo global. Por ejemplo, hemos prestado más atención al fútbol, el rugby, el béisbol, los Juegos Olímpicos y la Copa Mundial de la FIFA que a los deportes locales, indígenas o autóctonos “tradicionales”. Al mismo tiempo, no nos cansaremos de afirmar que somos conscientes de la siempre fluctuante relación entre las actividades que están “adentro” y “afuera” del sistema mundial; relación que refleja la tensión, más general, entre tradición y modernidad, que es un tema central (tal vez el tema central) en estos tiempos de cambios rápidos.

Como antropólogos, seguimos pensando que el compromiso intenso y localizado que requiere la etnografía otorga al análisis una cualidad en gran medida ausente en otras disciplinas. El enfoque antropológico distintivo –con métodos de investigación específicos, marcos teóricos y pensamiento holístico– puede utilizar como ninguna otra disciplina la comprensión de la constitución del deporte como acción humana para echar luz sobre cuestiones sociales relevantes Pero allí también radica la dificultad. Otras disciplinas, en particular la sociología y la historia, tienen una tradición más larga y exhaustiva al respecto que la antropología, como lo atestigua la existencia de numerosas publicaciones dedicadas a la sociología y la historia del deporte, mientras que no las hay exclusivas sobre la antropología del deporte. Por supuesto, la existencia de esas publicaciones especializadas conlleva el riesgo de aislar el deporte de otros temas más amplios, y quizá por eso numerosas revistas terminan por dedicarse en buena medida a un descriptivo “coleccionismo de mariposas”, para usar la cáustica definición del antropólogo Edmund Leach.[10] Como veremos en el capítulo 1, el deporte ha ocupado un lugar ambiguo en la historia de la antropología. Por un lado, algunos de los trabajos más clásicos de la disciplina se ocuparon del deporte o de las actividades deportivas. Pensamos en el ensayo de Clifford Geertz sobre la riña de gallos balinesa y el documental etnográfico Trobriand Cricket, dos trabajos de consulta básica en los cursos de Introducción a la Antropología en cualquier lugar donde se enseñe la disciplina.[11]

Figura 2. Un joven senegalés posa antes de entrar en el cuadrilátero de lucha, donde queda de manifiesto la tensión entre tradición y modernidad. Dakar, junio de 2014. Niko Besnier.

En un evento más reciente pero poco reconocido, el antropólogo coreano Kang Shin-pyo y el académico estadounidense John MacAloon invitaron en 1987 a gran cantidad de eminentes teóricos de distintas disciplinas a una conferencia internacional, entre ellos los antropólogos Roberto DaMatta, Edith Turner, Marshall Sahlins, Ulf Hannerz y Arjun Appadurai. Pierre Bourdieu envió una ponencia, pero no estuvo presente.[12] Todo indicaría que estos teóricos se beneficiaron con la observación de primera mano de los preparativos de un megaevento deportivo, dado que produjeron influyentes artículos a partir de las ponencias que en principio habían presentado para la ocasión.[13] La antropología del deporte por fin recibía la atención de los pensadores líderes… pero tuvieron que transcurrir otras dos décadas para que las corrientes dominantes de la disciplina, ayudadas por los avances en la historia y la sociología del deporte, se pusieran a tono con los enfoques delineados por estos académicos.

Hoy en día el deporte ha ganado considerable legitimidad como tópico serio en la antropología, aunque persiste la necesidad de contar con más trabajos con base etnográfica, en particular sobre temas que enmarcan al deporte y las actividades deportivas en cuestiones cuya importancia es central para la disciplina.

En este libro pusimos énfasis en las ideas de aquellos expertos cuyos métodos e intereses teóricos son antropológicos, pero también nos pareció necesario buscar apoyo en trabajos de otras disciplinas –como la sociología, la historia y los estudios del deporte, y asimismo en el periodismo calificado– sobre temas que también podrían ser sometidos a un examen antropológico de manera productiva, aunque este todavía no se haya realizado. En esos casos, intentamos subrayar la contribución excepcional que podría aportar un enfoque antropológico que formule otras preguntas y explore distintos tipos de vínculo entre el deporte y otras categorías de la existencia humana.

Este libro está basado en nuestras décadas de experiencia como atletas y como organizadores, practicantes y espectadores de deporte. También en nuestras décadas de investigación etnográfica en los cinco continentes. Niko Besnier ha realizado trabajo de campo en las islas del Pacífico (Tuvalu, Tonga y Fiyi), Japón y los Estados Unidos, y cuando dirigió el proyecto sobre migraciones de atletas del Consejo Europeo de Investigación entre 2012 y 2017 su método de investigación se fue alejando de forma paulatina del anclaje en ámbitos locales. Susan Brownell trabaja en los Estados Unidos y se especializa en China, pero también ha participado como observadora en Grecia, los Estados Unidos y la sede central del coi en Suiza. Brownell y Besnier asistieron a los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016 y escribieron una serie de artículos para Sapiens: Anthropology/Everything Human, una revista digital de reciente aparición consagrada a la disciplina antropológica.[14] Tom Carter trabaja en el Reino Unido y se especializa en Cuba e Irlanda del Norte, pero también ha hecho trabajo de campo etnográfico en los Estados Unidos, Ecuador y Gales. Entre los tres, pueden indagar la etnografía y las fuentes escritas en siete lenguas: chino mandarín, inglés, francés, fiyiano, alemán, tongano y castellano… más un poco de griego, japonés y portugués para complementar. Además de nuestra investigación etnográfica de larga data, en este libro hemos incluido fragmentos de experiencia personal allí donde aportan un ejemplo concreto y particular para ilustrar temas más amplios.

Sabemos que, por razones prácticas, algunos contextos y tópicos pueden ser difíciles o incluso imposibles de investigar desde una perspectiva etnográfica, entre ellos el mundo de los atletas de primer nivel en los deportes mayores, atletas cuyo estatus de celebridad es protegido de manera escrupulosa por un séquito de agentes, representantes, abogados, entrenadores y guardaespaldas que pueden volver irrealizable la tarea. Sin embargo, estamos convencidos de que la perspectiva antropológica arroja una luz única sobre el deporte, y que enfocarse en el deporte aportará ideas novedosas a la antropología. Por consiguiente, creemos que este libro pivota entre la evaluación crítica del estado del campo de la antropología del deporte, por un lado, y el trazado de un programa para futuras indagaciones, por el otro.

Agradecimientos

Las investigaciones de Niko Besnier y la traducción del presente libro fueron financiadas por el Consejo Europeo de Investigación (contrato nº 295769). Las investigaciones de Susan Brownell recibieron financiamiento del Centro de Estudios Olímpicos de la Universidad de Deportes de Pekín, de la Comisión Fulbright de los Estados Unidos, del Centro de Estudios Olímpicos del Comité Olímpico Internacional y de la Universidad de Misuri - San Luis. Thomas Carter ha recibido financiamiento del Instituto de Estudios Ibéricos y Latinoamericanos de la Universidad de Nuevo México y de la Universidad de Brighton. Los autores agradecen a Teresa Arijón por su trabajo riguroso de traducción y a Sebastián Fuentes por su lectura crítica del texto español.

[1] Émile Durkheim, The Elementary Forms of Religious Life (1912), ed. de Mark S. Cladis, trad. de Carol Cosman, Óxford, Oxford University Press, 2008, p. 284 [ed. cast.: Las formas elementales de la vida religiosa, Buenos Aires, Schapire, 1968]. Durkheim aplicó el término a la religión, pero en el resto de sus escritos señaló un paralelo entre religión y juego, dado que comparten una estructura ritualizada, como analizaremos con más detalle en el capítulo 1.

[2] “En época temprana, el uso de la palabra sport [deporte] como sinónimo de diversión o entretenimiento es predominante; hacia los siglos XVIII y XIX solía usarse para aludir a la caza, el tiro y la pesca. […] La consolidación del deporte organizado (en particular, el fútbol, el rugby, el críquet y el atletismo) en el siglo XIX reforzó la idea de sport como competencia física”, OED Online, <www.oed.com>, s. v. sport. La palabra derivaba del anglonormando disport, “distracción de los deberes serios; esparcimiento, recreación; entretenimiento, diversión”.

[3] Richard Mandell, “The Invention of the Sports Record”, Stadion, vol. 2, nº 2, 1976, p. 250.

[4] George P. Mentore, Of Passionate Curves and Desirable Cadences. Themes on Waiwai Social Being, Lincoln, University of Nebraska Press, 2005, pp. 211-218.

[5] Kenneth E. Read, The High Valley. An Autobiographical Account of Two Years Spent in the Central Highlands of New Guinea, Nueva York, Scribner, 1965, pp. 150-151. Claude Lévi-Strauss utilizó este ejemplo para distinguir al ritual –actividad cuyo objetivo principal es unir a los participantes– del juego, aunque se equivocó al identificar el deporte en cuestión como fútbol en La pensée sauvage, París, Plon, 1962, p. 44 [ed. cast.: El pensamiento salvaje, México, FCE, 1964].

[6] James Clifford y George E. Marcus (comps.), Writing Culture. The Poetics and Politics of Ethnography, Berkeley, University of California Press, 1986; George E. Marcus y Michael M. K. Fisher (eds.), Anthropology as Cultural Critique, Chicago, University of Chicago Press, 1986.

[7] George E. Marcus, “Ethnography in/of the World System: The Emergence of Multi-sited Ethnography”, Annual Review of Anthropology, vol. 24, 1995, pp. 95-117 [ed. cast.: “Etnografía en/del sistema mundo. El surgimiento de la etnografía multilocal”, Alteridades (México), vol. 11, nº 22, 2001, pp. 111-127]; Bonnie Nardi, “Virtuality”, Annual Review of Anthropology, vol. 44, 2015, pp. 15-31.

[8] Nina Glick Schiller, “Explanatory Frameworks in Transnational Migration Studies: The Missing Multi-scalar Global Perspective”, Ethnic and Racial Studies, vol. 38, nº 13, 2015, pp. 2275-2282; la cita, en p. 2276.

[9] Véanse, de Michel Foucault, “Governmentality”, en Graham Burchell, Colin Gordon y Peter Miller (comps.), The Foucault Effect. Studies in Governmentality (1978), Chicago, University of Chicago Press, 1991, pp. 87-104 [ed. cast.: “La gubernamentalidad”, en Estética, ética y hermenéutica, Barcelona, Paidós, 1999]; y The History of Sexuality (1976), vol. 1, An Introduction, trad. de Robert J. Hurley, Nueva York, Pantheon, 1978 [ed. cast.: Historia de la sexualidad, vol. 1, La voluntad de saber, Buenos Aires, Siglo XXI, 2018].

[10] Edmund R. Leach, Rethinking Anthropology, Londres, Athlone, 1961, p. 2 [ed. cast.: Replanteamiento de la antropología, Barcelona, Seix Barral, 1971].

[11] Clifford Geertz, “Deep Play: Notes on the Balinese Cockfight”, Dædalus, vol. 101, nº 1, 1972, pp. 1-37 [ed. cast.: “Juego profundo: notas sobre la pelea de gallos en Bali”, en La interpretación de las culturas, Barcelona, Gedisa, 1981, pp. 339-372], y el film dirigido por Jerry Leach, Trobriand Cricket. An Ingenious Response to Colonialism, producido por Gary Kildea y Jerry Leach, Port Moresby. Papua New Guinea Office of Information, 1975.

[12] Kang Shin-pyo, John MacAloon y Roberto DaMatta (comps.), The Olympics and Cultural Exchange. The Papers of the First International Conference on Olympics and East/West and South/North Cultural Exchange in the World System, Seúl, Hanyang University Press, 1988.

[13] Arjun Appadurai, “Playing with Modernity: The Decolonization of Indian Cricket”, en Carol A. Breckenridge (comp.), Consuming Modernity. Public Culture in a South Asian World, Mineápolis, University of Minnesota Press, 1995, pp. 23-48; Pierre Bourdieu, “Program for a Sociology of Sport”, Sociology of Sport Journal, vol. 5, nº 2, 1988, pp. 153-161 [ed. cast.: “Programa para una sociología del deporte”, en Cosas dichas, Barcelona, Gedisa, 1987]; Ulf Hannerz, “Cosmopolitans and Locals in World Culture”, Theory, Culture & Society, vol. 7, nº 2, 1990, pp. 237-251 [ed. cast.: “Cosmopolitas y locales en la cultura global”, Alteridades (México), vol. 2, nº 3, 1992, pp. 107-115].

[14] Véase <www.sapiens.org>, sitio creado por la Wenner-Gren Foundation for Anthropological Research en enero de 2016.