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ÍNDICE

¿Quién fue Tomás?

El “ciclo” tomasino

El evangelio de Tomás Narraciones acerca de la infancia del Señor [escritas] por Tomás, el filósofo israelita

Los enunciados de Jesús hallados en Oxirrinco

El tratado de la infancia de Jesús, según Tomás

El evangelio de Tomás, encontrado en Nag Hamadí

Bibliografía

teoría

EL EVANGELIO DE TOMÁS

Controversias sobre la infancia de Jesús

por

ERNESTO DE LA PEÑA

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siglo xxi editores, méxico
CERRO DEL AGUA 248, ROMERO DE TERREROS, 04310, CIUDAD DE MÉXICO
www.sigloxxieditores.com.mx

siglo xxi editores, argentina
GUATEMALA 4824, C1425BUP, BUENOS AIRES, ARGENTINA
www.sigloxxieditores.com.ar

anthropos editorial
LEPANT 241-243, 08013, BARCELONA, ESPAÑA
www.anthropos-editorial.com

Catalogación

NOMBRE: Peña, Ernesto de la, autor.

TÍTULO: El evangelio de Tomás : controversias sobre la infancia de Jesús / por Ernesto de la Peña.

DESCRIPCIÓN: Primera edición. | Ciudad de México : Siglo XXI Editores, 2019. | Serie: Teoría

IDENTIFICADORES: e-ISBN 978-607-03-1026-3

TEMAS: Tomás – Apóstol, Santo – activo siglo i – Crítica e interpretación. | Evangelio de Tomás (Evangelio de la infancia) – Crítica e interpretación. | Evangelio de Tomás (Evangelio copto) – Crítica e interpretación.

CLASIFICACIÓN: LCC BS2520.T45 P45 2019 | DDC 226.092

primera edición, 2019
© siglo xxi editores, s. a. de c. v.
e-isbn 978-607-03-1026-3

© ernesto de la peña, 1997

todos los derechos reservados conforme a la ley. prohibida su reproducción total o parcial.

¿QUIÉN FUE TOMÁS?

Los doce seguidores directos de Jesús, los que él mismo destinó a difundir su buena nueva por el mundo entonces conocido –de allí su nombre de “apóstoles”, los enviados, los embajadores de la palabra cristiana– no ocupan sitiales de la misma importancia en la tradición religiosa. Al lado de Pedro, de Juan, del mismo Judas... quizá de Santiago, los nombres de Bartolomé, Andrés o Felipe casi desaparecen. La piedad cristiana les reserva igual alcurnia, discípulos al fin y al cabo del fundador, pero no acuden con la misma urgencia a la memoria de los fieles ni aparecen y reaparecen en los textos o en las recordaciones piadosas con igual frecuencia que el primer pontífice, o que el discípulo amado o que el propio, abominable traidor, indispensable para colmar el odio de los fanáticos.

Tomás parecía, hasta hace poco, ocupar un lugar medianero: figura evanescente según la narración evangélica, sólo salía de la penumbra para mostrar una abnegación que no suscitó eco alguno ni en el maestro ni en los pupilos, al menos en el texto evangélico, para decir que los datos que Jesús había dado a sus discípulos eran insuficientes para seguirlo a donde fuera y, finalmente, para dudar de que Jesús, su señor, quizá su hermano y, por añadidura, su hermano gemelo (si hemos de confiar en lo que el nombre significa y en una tradición ya varias veces centenaria) hubiera vuelto del reino de la muerte. Y después de estas actitudes escuetas y casi siempre retadoras, volvía a envolverse en las consejas y la confusión, como cuando se dice que viajó hasta la India para propalar las enseñanzas de Jesucristo. Pero esta versión nebulosa de sus actividades se confinaba sobre todo a quienes añadían a las lecturas pías del Nuevo Testamento la inquisición nerviosa, hasta malsana, de los apócrifos.

El nombre de Tomás acude, puntual, a las listas del discipulado que levantan los tres evangelistas llamados sinópticos: lo mencionan Mateo, Marcos y Lucas: el primer evangelista sólo hace una mención escueta, al lado de Mateo, el recaudador de impuestos (el odiado telones) que, de acuerdo con el consenso general, es él mismo, el autor del escrito.1 Marcos,2 posible fuente de los otros dos sinópticos, lo sitúa en el mismo lugar, al lado de Mateo, y, finalmente, Lucas3 procede de la misma manera, como si la posición que ocupa Tomás le hubiera sido asignada por una especie de consigna. Antes de detenernos en el sitio que ocupa nuestro personaje en el cuarto evangelio, recordemos que también se halla mencionado en los Hechos de los apóstoles,4 donde se encuentra después de Felipe y antes de Bartolomé. Pero estaba reservado a Juan, el evangelista textualmente disidente, dar mayor relieve a un individuo que oscila entre la abnegación, el deseo de inmolarse junto con el maestro5 y las dudas lícitas en torno a la misión evangélica y la manera de asumirla,6 o frente al hecho inaceptable, irracional, de la resurrección, como se ha dicho arriba.7

Esta actitud de desconfianza, sucedida por el arrepentimiento,8 encamina a Tomás por la ruta de la obediencia, una obediencia que no es sino una renuncia voluntaria a sí mismo y una entrega a la misión de los demás apóstoles: la difusión de la doctrina de Jesús por todos los rincones de la Tierra. A partir de esta decisión puede aceptarse, al menos como una posibilidad, que haya ido hasta India que, en aquellos días lejanísimos, parecía encontrarse tan remota como la Luna. Pero, antes de escudriñar su viaje al país del budismo, doctrina que tiene más de un punto de contacto con la que preconizaba Jesús, ocupémonos de otro aspecto interesantísimo (y menos arcano, por supuesto) de lo que podríamos llamar “el horizonte de Tomás”. Porque ya hemos arribado, con una rapidez desconcertante, al límite de lo que ha dado en llamarse la “historicidad” del apóstol incrédulo, historicidad delimitada por el testimonio de los cuatro evangelios canónicos...

La personalidad contradictoria e inquietante de este apóstol, su relativa excentricidad en el conjunto de los discípulos de Jesús (se dan en él, en efecto, altibajos de devoción y rechazo, de proselitismo incondicional y dudas inclementes, que llegan a exigir sumergir la mano en la herida reciente como el único medio para desvanecerse) pronto dieron origen a una flora extraña, pero previsible: la literatura apócrifa tomasina.

Esta floración no sólo es exuberante: también corre paralelamente a la historia, rozándola a menudo, aunque transformándola casi siempre bajo los ropajes de lo legendario, manera sumamente eficaz de suscitar confusión... pero al mismo tiempo medio excelente para generar devociones y dar nacimiento a cultos más o menos heterodoxos y no raras veces poéticos. Por ende, a pesar de las sospechas múltiples que ha suscitado a lo largo de la historia, la personalidad de Tomás se ha ido complementando con los datos e incidencias que aparecen en estas obras.

La fuente principal para conocer sus actividades con detalle es la obra llamada Los hechos de Tomás, largo apócrifo conservado en siriaco y griego y que denota en muchos pasajes su origen gnóstico. Este carácter sectario se observó desde temprano y se insistió tanto en él que quien tenga la curiosidad suficiente para consultar las fuentes viejas verá que hay autoridades que no vacilan en atribuir los Hechos al propio Bardesanes, uno de los jefes de bandería heterodoxa más notables de aquellos días.

Harnack asignó al documento una antigüedad considerable, pues arguyó observaciones que podrían situarlo hacia el año 220. Casi no puede haber duda razonable ahora de que el documento se originó en Edesa, verdadero emporio de la cultura siriaca. Parece apoyar este aserto una afirmación que se hace en el propio documento: que las reliquias de Tomás, que se veneraron en esa ciudad,9 habían llegado a la misma procedentes del Oriente. Esto confirma, hipotéticamente, la narración de los Hechos acerca de las actividades evangelizadoras del apóstol en India. En la tradición siriaca vamos a encontrar la forma doble del nombre (Judas Tomás) que tomó carta de ciudadanía hace poco tiempo, gracias a los más recientes descubrimientos.

Por otra parte, Tomás es llamado también dídymos palabra que, en griego, significa gemelo. De aquí parte una hipótesis aventurada del estudioso Rendell Harris: afirma, en efecto, que se alude al culto de los Dióscuros, antecedente a la entrada del cristianismo en Edesa. Es decir, los gemelos Jesús y Judas (o Tomás) vendrían a ocupar el papel de aquella pareja de gemelos divinos paganos.

Los Hechos narran la misión del apóstol en India. A reserva de un análisis más detenido, que haré en el lugar correspondiente, la historia dice que cuando se dividió la misión apostólica mundial en sectores, a Tomás le cayó en suerte catequizar India. Nada complacido con ello, declaró que no se sentía capaz de ir, pero Jesús, que ya había muerto (y resucitado, según la leyenda) se aparece de manera preternatural a Abán (o Abanes), enviado de Gundáforo, rey de una región de India, y le vende a Tomás como esclavo, aunque en trabajo de carpintero. Abán y Tomás emprenden el viaje y llegan a la ciudad de Andrápolis, donde asisten a las festividades del matrimonio de la hija de Gundáforo. Tomás, tras cuya apariencia habla Cristo, exhorta a la princesa a permanecer virgen.

El compromiso de Tomás al venir al subcontinente hindú es construir un palacio para el rey Gundáforo pero, caritativa y dispendiosamente, gasta el dinero destinado a esa obra en hacer limosnas a los pobres. Gundáforo lo encarcela entonces, pero el hecho de que el apóstol pueda escapar milagrosamente tiene por resultado que el monarca se convierta a la verdadera religión, el cristianismo. La suerte del apóstol, que hasta este momento ha sido benigna, se acaba cuando convierte a la doctrina cristiana a Tercia y a Vazán, que son, respectivamente, esposa e hijo del rey Misdai. Condenado a muerte, es llevado a una colina donde cuatro soldados lo atraviesan con sus lanzas.

Una vez muerto, se entierran sus restos primeramente en las tumbas de los antiguos reyes del lugar, pero más tarde, como vimos antes, sus despojos son trasladados a Occidente, donde se seguían venerando en el momento en que este documento circulaba profusamente entre los cristianos. Una coincidencia inquieta en el relato por lo que atañe a la posible historicidad del mismo: se sabe que hacia el año 46 de nuestra era había en India (en la región septentrional que ocupan actualmente Afganistán, Beluchistán y el Punjab) un soberano llamado Gondofernes o Gudufara. La similitud del nombre difícilmente podría atribuirse a la casualidad. Ahora bien, no se ha dejado de suponer que el autor de los Hechos de Tomás, empeñado en que se creyera en sus relatos, pudo haber rebuscado nombres reales para bautizar a sus personajes.

Pese a que esta indianización de la prédica cristiana aparece temprano en la literatura patrística (la mencionan San Ambrosio, Efrén Siro, Paulino, San Jerónimo y, asombrosamente, Gregorio de Tours), es difícil aceptar una misión tan distante, sobre todo si se toma en cuenta que el universo hindú no entraba en el esquema del mundo que se tenía en el entorno judío.10 Sin embargo, no es posible negar que la tradición local de la región de Madrás, en torno a Mailapur,11 por ejemplo, muestra todavía a quien quiere verla una cruz de granito con un bajorrelieve que contiene una inscripción en pehlevi, que data del siglo VII, y de la que afirman los lugareños que es el indicio del sitio en que el santo apóstol fue inmolado.

Otro hecho viene a dar respaldo a tan remota hipótesis: un grupo de cristianos, de lengua siriaca para su liturgia, se había aposentado en la costa de Malabar, en el meridión de India, lo cual se encuentra testificado desde temprano por Cosme Indicopleusta.12 La Catholic Encyclopedia (1913) alude a un obispo sirocaldeo, llamado Juan, que estuvo presente en el concilio de Nicea en 325 y que representaba a India y Persia.13

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Un documento apócrifo, el Libro de la resurrección de Cristo, atribuido al apóstol Bartolomé, nos lo muestra haciendo un bautismo multitudinario (doce mil nuevos cristianos), instituyendo obispos y, lo más sugerente, montado en una nube que lo conduce al Huerto de los Olivos. En vista de la extrañeza del documento, incluyo la parte pertinente: “Tomás no estaba con ellos14 porque había ido a la aldea al oír que su hijo, Siófanes, había muerto. Cuando llegó, hacía ya siete días que había ocurrido el fallecimiento. Fue [entonces] a la tumba y lo resucitó en nombre de Jesús. Siófanes le contó cómo su alma había sido tomada por Miguel; cómo había brotado de su cuerpo y había caído en manos de Miguel, quien lo envolvió en un paño fino; cómo cruzó el río de fuego y le pareció que era de agua y [cómo] se bañó tres veces en el lago de Aquerusia; cómo vio en el cielo los doce espléndidos tronos de los apóstoles y no se le permitió que se sentara en el de su padre. Tomás y él fueron a la ciudad, para consternación de todos los que los vieron. Él, Siófanes, habló a la gente y le contó su historia; y Tomás bautizó a doce mil personas, fundó una iglesia y convirtió a Siófanes en obispo de la misma. Después, Tomás subió en una nube y lo llevó consigo al Monte de los Olivos y a los apóstoles, quienes le dijeron de la visita de Jesús, pero él no podía creer aquello. Bartolomé lo reprochó. Entonces apareció Jesús e hizo que Tomás tocara sus heridas y se fue más tarde al cielo”.15

En esta narración, Tomás no está al lado de los apóstoles cuando se les aparece Jesús resucitado:16 ha ido a su pueblo natal donde su hijo, Siófanes,17 acaba de morir. Cuando llega, han pasado ya siete días, pero Tomás, sin vacilar un solo instante, lo resucita en nombre de Jesús. Y, sin embargo, cuando le narran que el maestro ha regresado del mundo de la muerte, rehúsa creer y sólo vence su desconfianza cuando Jesús mismo le pide que introduzca la mano en sus heridas. ¿Cómo coordinar, pues, si es factible, esta historia con su actitud ante Jesús, que regresa después de sufrir martirio de cruz, enterramiento y quién sabe qué rituales ultraterrenos de revivificación y él, Tomás, es el único que, por no estar presente, niega la posibilidad del prodigio, aunque ceda más tarde? ¿Es un individuo de carácter tan errabundo que un día rechaza lo que el siguiente saluda con entusiasmo? En fin, sea cual fuere la respuesta, estas hazañas se le adjudican en el texto mencionado, que se conserva solamente en copto.

En otro apócrifo, hermoso y optimista, La asunción de la Virgen,18 que alimentó la piedad medieval, Tomás regresa apresuradamente de su misión en India cuando recibe nuevas de que la madre de Jesús está en trance de muerte: Tomás también19 contestó y dijo:

“También yo había pasado por el territorio de India y mi prédica cobraba vigor por gracia de Cristo y el hijo de la hermana del rey, llamado Labdanes, estaba a punto de ser sellado20 por mí en el palacio y de pronto el Espíritu Santo me dijo: —Tú también, Tomás, ve a Belén a saludar a la madre de tu Señor, porque se está yendo al cielo. Y una nube de luz me levantó y me trajo contigo.”21

Un ángulo todavía más interesante, por evocar el rasgo característico del Tomás que se suele recordar, el del apóstol que descree para luego mostrar arrepentimiento y capitular ante el reproche de Jesús y por amor a Él, lo encontramos en La asunción; narrada por José de Arimatea.22 María, tres años antes de morir, recibe la visita de un mensajero celeste (en una versión es el propio Gabriel) que ha descendido al mundo para avisarle su cercano tránsito. Acompañada por tres piadosas doncellas, Séfora, Abigea y Zael, avisa a José de Arimatea y a los discípulos de su hijo, dispersos por el mundo en su misión de apostolado, lo que ha de ocurrir. Todos acuden (Juan, por ejemplo, teñido ya por el oscuro prestigio de la visión de Patmos, viene precedido de rayos, lluvias y terremotos), excepto Tomás. Los transportan nubes y el pasaje enumera la “escuela de los doce”, cuya divergencia respecto de las listas de los evangelios canónicos expresa con mucha elocuencia cómo la religiosidad del pueblo incorpora a su santoral a los seres que considera excepcionales por su virtud y a los que gozan fama de taumaturgos, sin preocuparse de la congruencia con las tradiciones impuestas. Este documento consigna a los siguientes: Juan; Santiago, su hermano; Pedro; Pablo; Andrés; Felipe; Lucas; Bernabé; Bartolomé; Mateo, Matías, aquí llamado el Justo; Simón, el cananeo; Judas y su hermano, Nicodemo y Maximiano. Y, por supuesto, Tomás, que no ha llegado, lo cual lleva a diez y seis el número de discípulos.

El domingo, a la hora tercia, Jesús, rodeado de ángeles, desciende y toma el alma de su madre, dejando a los discípulos envueltos en una luz tan intensa y en una fragancia tan maravillosa que ninguno pudo moverse antes de una hora y media. En Jerusalén, los habitantes ven instantáneamente el acontecimiento celestial. Satán hace su aparición en ese momento extático, pretendiendo quemar el cuerpo virginal y asesinar a los apóstoles, pero falla en su intento, dominado por la mayor potencia de los seguidores de Cristo, a quien sólo puede cegar y confundir.

A pesar de todo, los fieles cristianos emprenden el viaje desde el monte Sión hasta el valle de Josafat (pasaje más escatológico no se podría imaginar) donde han de dar sepultura al cadáver. Rubén, un judío recalcitrante, se lanza entonces contra el ataúd para derribarlo y ocurre el milagro: las manos que quieren profanar a la muerta lanzándola por tierra se aferran al féretro, secas hasta el codo, sin poder despegarse, de modo que, a regañadientes pero paulatinamente convirtiéndose, ha de llegar hasta el sitio del postrer reposo de la madre de Jesús donde, ya convertido, recibe el bautizo cristiano y se dedica en lo sucesivo a propalar las enseñanzas que había perseguido. Entretanto, los apóstoles habían depositado el cuerpo en la tumba; en ese momento, una luz fulgura desde el cielo y mientras todos se prosternan, María, carne incorruptible, es asumida en el reino de su hijo.

Pero, hasta aquí, nuestro siempre ausente Tomás no ha hecho su aparición. Precisamente entonces, cuando todo lo que he narrado acaba de suceder, entra en escena. Dejaré la palabra al relato que se pone en labios de José de Arimatea:

“Tomás fue súbitamente traído al Monte de los Olivos y vio cómo el sacro cuerpo era izado [al cielo] y gritó, hablando a María: —Alegra con tu gracia a tu sirviente, ya que ahora te diriges al cielo. Y el ceñidor con que los apóstoles habían rodeado el cuerpo cayó sobre él, que lo tomó y se fue al valle de Josafat. Una vez que hubo saludado a los apóstoles, Pedro dijo: — Siempre fuiste incrédulo, por eso, el Señor no ha permitido que asistieras al funeral de su madre. Y él [Tomás], golpeándose el pecho, dijo: —Lo sé y pido perdón a todos ustedes –y todos rogaron por él–. Entonces [Tomás] dijo: —¿Dónde han puesto el cuerpo? –y le mostraron el sepulcro–. Pero él dijo: —El santo cuerpo no está allí. Pedro dijo: —Antes, no pudiste creer en la resurrección del Señor […] hubiste de tocarlo. ¿Cómo podrías creemos [ahora]? Y Tomás siguió diciendo: —¡No está allí! Y ellos, furiosos, se acercaron y levantaron la piedra y el cuerpo no estaba allí y, derrotados por las palabras de Tomás, no supieron qué decir. Entonces, Tomás les explicó cómo estaba diciendo misa en India (y, en efecto, portaba todavía los ornamentos sacerdotales) y cómo fue transportado al Monte de los Olivos y había visto la ascensión23 de María y de qué modo ella le había dado su ceñidor, y lo mostró.24 Todos se regocijaron le pidieron perdón y él los bendijo, diciéndoles: —¡Observen cuán bueno y placentero es, hermanos, vivir juntos en unidad.”

el filósofo israelita, o, más extraño aún, que es como decir el árabe. ¿Es el mismo? ¿Se trata de una especie de desdoblamiento de una persona ficticia, brotada exclusivamente de un epígrafe que nadie sabe a quién atribuir? Me inclino a esta suposición, pero no podría darla por concluyente.