COMITÉ CIENTÍFICO de la editorial tirant humanidades

Manuel Asensi Pérez

Catedrático de Teoría de la Literatura y de la Literatura Comparada

Universitat de València

Ramón Cotarelo

Catedrático de Ciencia Política y de la Administración de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Nacional de Educación a Distancia

Mª Teresa Echenique Elizondo

Catedrática de Lengua Española

Universitat de València

Juan Manuel Fernández Soria

Catedrático de Teoría e Historia de la Educación

Universitat de València

Pablo Oñate Rubalcaba

Catedrático de Ciencia Política y de la Administración

Universitat de València

Joan Romero

Catedrático de Geografía Humana

Universitat de València

Juan José Tamayo

Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones

Universidad Carlos III de Madrid

Procedimiento de selección de originales, ver página web:

www.tirant.net/index.php/editorial/procedimiento-de-seleccion-de-originales

brecha salarial y brecha de cuidados

capitolina díaz martínez

Carles X. Simó-noguera

tirant humanidades

Valencia, 2016

Copyright ® 2016

Todos los derechos reservados. Ni la totalidad ni parte de este libro puede reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética, o cualquier almacenamiento de información y sistema de recuperación sin permiso escrito de los autores y del editor.

En caso de erratas y actualizaciones, la Editorial Tirant Humanidades publicará la pertinente corrección en la página web www.tirant.com.

© Varios autores

© TIRANT HUMANIDADES

EDITA: TIRANT HUMANIDADES

C/ Artes Gráficas, 14 - 46010 - Valencia

TELFS.: 96/361 00 48 - 50

FAX: 96/369 41 51

Email:tlb@tirant.com

www.tirant.com

Librería virtual: www.tirant.es

DEPÓSITO LEGAL: V-2341-2016

ISBN 978-84-16786-01-5

MAQUETA: Tink Factoría de Color

Si tiene alguna queja o sugerencia, envíenos un mail a: atencioncliente@tirant.com. En caso de no ser atendida su sugerencia, por favor, lea en www.tirant.net/index.php/empresa/politicas-de-empresa nuestro Procedimiento de quejas.

INTRODUCCIÓN

Capitolina Díaz Martínez

Las brechas de género son el objeto principal de este libro. Nos interesa destacar el plural de brechas ya que son numerosas y nos interesa también el concepto de brecha en sí mismo. La idea de brecha indica que hay dos realidades con un vacío en medio de las dos. En el mundo físico, de donde viene la metáfora usada después en sociología, las brechas sólo indican separación física y, generalmente horizontal, en el mismo nivel: se abrió una brecha en el terreno. En el mundo social, sin embargo, la idea de brecha indica un desnivel, un lado de la brecha está arriba y el otro está abajo. El lado elevado aparece como el deseable y el de abajo como el que tiene un déficit —de las dimensiones de la brecha— que se debe cubrir para alcanzar el óptimo. Así es el caso de la brecha Norte-Sur, la brecha digital, etc. Este desnivel entre los dos lados de la brecha, tan claro en la brecha salarial de género: las mujeres ganan menos que los hombres en trabajos equivalentes, hemos decidido aplicarlo a la diferente dedicación de mujeres y hombres a los trabajos de cuidado del hogar y de las personas que en él viven. Al llamar brecha de cuidados al déficit masculino de cuidados pretendemos poner de manifiesto que, por parte de los hombres, hay un vacío pendiente de llenar. Los hombres están en déficit social con las mujeres, con las familias. La brecha de cuidados se cubrirá cuando al trabajar los hombres más horas en el hogar, las mujeres trabajen menos y así se alcance un equilibrio. Como se pone en evidencia en el capítulo 1, la dependencia masculina del cuidado de las mujeres, no contemplada en la economía institucional, origina la falta de libertad, de tiempo libre que permitiría a las mujeres ofertarse y ser contratadas en las mismas condiciones que los hombres. Así mismo, esa falta de libertad, de tiempo libre, limita la participación de las mujeres en actividades sociales y políticas. En resumen, la diferente dedicación de mujeres y hombres al trabajo reproductivo viene a ser la madre de todas las brechas y de buena parte de las discriminaciones de género.

En el capítulo 1, Las brechas de género: brecha de cuidados, brecha salarial y brecha de tiempo propio escrito por Capitolina Díaz, Marcela Jabbaz, Empar Aguado y Lydia González, se realiza un análisis de las características de esta brecha masculina, del carácter múltiple de los cuidados y de cómo la brecha masculina de cuidados afecta a otros aspectos centrales de la vida de las mujeres generando así otras brechas, como la brecha salarial y la brecha de tiempo propio. El capítulo analiza, con cierto nivel de detalle, las tres brechas mencionadas y pone de relieve que si es mayor el aporte económico de los hombres al hogar y eso podría ser considerado como dependencia económica femenina su contrapartida es la dependencia vital (del sostenimiento de la vida) masculina. Las autoras se reconocen deudoras de todas aquellas estudiosas que las han precedido en el estudio de la brecha salarial, sus fundamentos y características, de quienes han estudiado el trabajo reproductivo y de cuidados y de quienes han trabajado en la sociología del tiempo desde una perspectiva de género, pero se reafirman en la importancia de estudiar estos fenómenos como brechas de género.

El capítulo 2, La brecha salarial. Propuesta de medida y análisis de la discriminación indirecta con la Encuesta de Estructura Salarial escrito por Carles Simó-Noguera, Andrea Hernández-Monleón, Juan Carbonell-Asins, Salvador Méndez-Martínez, comienza estableciendo la diferencia entre discriminación directa e indirecta como elementos constitutivos de la brecha salarial, y se centra en generar una propuesta de medición de la brecha salarial que tenga en cuenta los factores asociados a la discriminación salarial indirecta (DSI). Lo hace a partir de la explotación de la Encuesta de Estructura Salarial cuatrienal de 2010 y a través de 13 variables que dan información sobre las personas encuestadas (sexo, edad, educación y región) y sobre su empleo (ocupación, convenio, tamaño de la empresa, control y supervisión, tipo de jornada, tipo de contrato y antigüedad). El análisis muestra como la DSI está influida en gran manera por la segregación vertical y horizontal de las mujeres en el mercado laboral. El capítulo concluye que la brecha salarial es el resultado de la acción de una constelación de factores que actúan conjuntamente, de forma interseccional. Se revelan algunos aspectos singulares: las mujeres con responsabilidades en las empresas tienen peor salario que los varones de forma sistemática; que en actividades tradicionalmente feminizadas como la educación se da una brecha relativamente baja; y en sanidad y servicios sociales la brecha salarial es elevada.

El capítulo 3, Brecha salarial de género, estructura productiva e instituciones de Josep Banyuls Llopis, Ernest Cano Cano, Josep V. Pitxer i Campos, refiere cómo los mecanismos de diferenciación salarial derivan de la interacción entre la dinámica de la estructura productiva y las prácticas de gestión laboral, del ámbito institucional de legislación laboral, de la negociación colectiva y de la esfera domestico-familiar y de organización social. Por ello y para conocer la brecha salarial de género, los autores estudian las características de la estructura productiva, los mecanismos de fijación de salarios y las lógicas de movilización de la mano de obra. Dentro de un marco neoinstitucionalista, entienden Banyuls et al que las empresas son las que diseñan puestos de trabajo de características diferenciadas para hombres y para mujeres con distintas remuneraciones unos y otros. Estas prácticas empresariales, han de ser estudiadas en su contexto (sobre todo sindical). Es precisamente el análisis del marco institucional o de las prácticas de gestión empresarial en las grandes ramas de la economía española, la principal aportación del capítulo y representa una novedad en los análisis de brecha salarial de género en nuestro país. Los autores encuentran como principales factores de diferenciación salarial la complejidad tecno-organizativa de la empresa, el tamaño empresarial, la presencia y acción sindical (tanto en la empresa como a nivel supraempresarial) y la titularidad pública o privada de la empresa.

El capítulo 4, La brecha salarial: un indicador de las desigualdades de género en el mercado de trabajo de Teresa Torns, Carolina Recio, Núria Sánchez y Albert Trinidad, introduce la brecha salarial como un indicador objetivable de la denominada discriminación salarial. Es una discriminación estructural del mercado de trabajo y que es independiente de las características personales de las personas ocupadas. Para mostrarlo se identifican los principales factores que conforman la brecha salarial: Las desigualdades en el tiempo de trabajo (incluido el tipo de contrato) entre hombres y mujeres que repercuten sobre la brecha salarial; la construcción empresarial y sindical de las cualificaciones y de las categorías profesionales y, por lo tanto, en la remuneración percibida; las dificultades de las mujeres para promocionar en el empleo y, en consecuencia, para acceder a puestos de trabajo mejor retribuidos; y profundo sesgo de género de las prácticas habituales de remuneración de los altos cargos en las empresas. A través de entrevistas a agentes institucionales y sindicales se constata la pervivencia de los factores señalados para los que se ofrecen diversas explicaciones: persistencia de la división sexual del trabajo, cultura empresarial piramidal, redes informales masculinas y ausencia de reivindicaciones de género en la negociación colectiva, entre las más destacables. Finaliza el capítulo con una interesante serie de recomendaciones para reducir las desigualdades de género en el mercado de trabajo.

El capítulo 5, La brecha salarial desde la perspectiva de la dirección recursos humanos: estudio de las causas y posibles soluciones escrito por Mª Eugenia Sánchez Vidal presenta el estudio de la brecha salarial desde la óptica de la Dirección de Recursos Humanos de las empresas. Para ello, analiza en detalle numerosos elementos de la práctica del departamento de Recursos Humanos que inciden en la brecha salarial como: el proceso de definición de puestos de trabajo y su descripción y especificación; la planificación de personal, desde la contratación (reclutamiento, selección, socialización) al despido de personal; las prácticas de desarrollo personal que incluyen la formación y el desarrollo profesional en sí mismo; y los procesos de evaluación del desempeño. El análisis no olvida tampoco algunos aspectos que tienen más que ver con las propias personas empleadas como son la socialización y las redes de contacto dentro y fuera de la empresa, así como la menor negociación de los salarios por parte de las mujeres. Concluye el capítulo con un listado de recomendaciones relativas a cambios en el diseño del sistema retributivo y, en concreto, con la búsqueda de la equidad y la transparencia; a la eliminación de sesgos y estereotipos en los equipos de Recursos Humanos; a cambios en las prácticas de conciliación laboral y personal; y la introducción de medidas de acción positiva para corregir la discriminación social y empresarial de las mujeres.

El capítulo 6, La brecha de género en el trabajo profesional de Lucila Finkel, aborda el análisis de la brecha de género en el trabajo profesional cualificado. Comienza estableciendo una conexión entre la sociología de las profesiones y la sociología del género, a partir de la cual estudia la brecha salarial entre las y los profesionales cualificadas/os. Presta atención a algunos indicadores clave del sistema de educación superior, para analizar a continuación los principales elementos de la estructura del trabajo profesional en España (distribución de hombres y mujeres por sectores y ocupaciones, tasas de ocupación, etc.) y finaliza estudiando los datos referidos a ingresos y salarios para identificar si existe brecha salarial entre hombres y mujeres profesionales. Después del estudio de estos tres ámbitos, Lucila Finkel concluye que todos los indicadores son negativos pese al éxito en el primer tramo (grado o licenciatura) de la educación superior. Así, las mujeres presentan menores tasas de empleo, menores porcentajes de contratos a tiempo completo, son mayoritariamente asalariadas del sector público y trabajan más horas en la empresa o el negocio familiar y menos en otros entornos. Además, ganan menos al mes y por hora y trabajan en su conjunto menos horas al mes y al año. Presentan una brecha salarial mensual en torno al 20% que se acrecienta hasta un 32% en el caso de las profesionales de la salud.

El capítulo 7, Ingresos personales, dependencia económica y provisión de cuidados en los hogares españoles, escrito por Nieves Lázaro, María Luisa Moltó, Rosario Sánchez y Carles Simó, trata de analizar hasta qué punto la diferencia en el uso del tiempo de cada miembro de la pareja en el hogar influye en la brecha de ingresos entre hombres y mujeres. En particular, se estima el impacto de la brecha de cuidados sobre los ingresos personales. Para ello eligen un método estadístico novedoso, en este campo. Se trata de la aproximación de frontera estocástica, una técnica que permite contrastar los determinantes que explican la distancia entre el ingreso potencial y el ingreso efectivo para cada miembro de la pareja, a partir de las características personales y laborales de cada uno. Esta técnica se aplicó a los datos de la Encuesta de Empleo del Tiempo de España de 2003 y 2010 y los resultados que arroja el análisis son muy reveladores de la importancia del equilibrio entre los dos miembros de la pareja tanto en ingresos como en cuidados. Así se concluye que para que las mujeres se aproximen al ingreso potencial lo mejor es vivir en hogares equilibrados desde el punto de vista económico y que cuando las mujeres son proveedoras netas de cuidados, se alejan del ingreso potencial, mientras que si son dependientes de los cuidados se acercan a la frontera de ingresos. Por otro lado, para que los hombres no se alejen de la frontera de ingresos potenciales, lo más idóneo es vivir en un hogar equilibrado desde el punto de vista de los cuidados.

El capítulo 8, Iguales en la provisión: ¿Cambios en las narrativas del cuidado? a cargo de Ana Irene del Valle, Elisa Usategui, Amaia Izaola, Patricia Campelo, Marian Ispizua, Imanol Zubero, está basado en entrevistas a parejas homógamas y se centra en la búsqueda de inestabilidades y rupturas en la brecha de genero de cuidados y en formas emergentes de plantear las decisiones del reparto del trabajo doméstico y de cuidados entre mujeres y hombres. Asimismo trata de averiguar en qué medida el acortamiento de la brecha salarial en la pareja favorece una desgenerización de las decisiones y nuevas pautas de organización de la vida familiar. El capítulo concluye, en notable sintonía con el capítulo siguiente, que las mujeres presentan una mayor claridad en sus proyectos profesionales y familiares, lo que las lleva a un papel de liderazgo en la pareja a pesar de la persistencia de esquemas de género. Los hombres muestran mayor incertidumbre en sus itinerarios vitales, lo que afecta tanto a su proyecto familiar como profesional y supone una erosión de su rol proveedor. Ello lleva a un acortamiento de la brecha de género y a un amortiguamiento de lo que se denomina en el capítulo, la “guerra doméstica”. Pero la investigación encuentra que si bien la brecha se reduce en algunos casos, en otros sigue abierta. En clara coincidencia con los hallazgos del capítulo siguiente, los varones se reivindican como hombres que trabajan y cuidan y no como meros colaboradores. Buen número de mujeres, sin embargo entiende que los hombres no son corresponsables en las tareas de cuidados. Ambos, mujeres y hombres disculpan parte de las desigualdades por las condiciones laborales y el horario. Aunque la práctica lo desmienta, el discurso imperante en la pareja es el de igualdad.

El capítulo 9, Discursos de género en relación al cuidado y el trabajo. El caso español, de Pilar Parra García y Virginia Godoy Montero, es el producto del trabajo de campo realizado mediante la novedosa técnica, desarrollada por ellas mismas, llamada “grupos de conciliación”. Los grupos de conciliación tratan de contrastar e indagar en las diferencias, utilizando a otro grupo paralelo como espejo del discurso de forma recíproca. Las autoras explican el diseño metodológico, lo que añade un plus al capítulo. El resultado del análisis evidencia el valor de esta técnica y nos muestra que: a) las mujeres sienten que han alcanzado un alto grado de autonomía y se perciben laboralmente validadas al comprobar cómo su incorporación al mundo laboral ha sido exitosa. Esto provoca en las mujeres una gran satisfacción y sentimiento de empoderamiento. b) los hombres sienten que han cambiado y mucho, en actitudes y prácticas en relación al hogar y la familia y como los referentes de los que partían (la generación de sus padres y suegros) era tan machista, tienen una valoración altísima de sí mismos como hombres igualitarios. Sin embargo, se encuentran con que sus mujeres no sólo no les reconocen sus “esfuerzos hacia la igualdad” sino que les exigen más. c) las mujeres que han logrado su autonomía económica, laboral y personal a costa de mucho esfuerzo, no están dispuestas a aceptar lo que han alcanzado por compartir la vida con alguien que no está a la altura de sus demandas. El conflicto es permanente. Las autoras hablan de domus tóxica en bastardilla, y de los negativos efectos que ésta tiene en la vida laboral de las mujeres. Así mismo, reflejan la falta de adaptación del mundo laboral a la situación actual de parejas de dos proveedores.

El capítulo 10, ¡Es tan persistente!: evolución de la brecha salarial de género y la brecha de cuidados en Islandia de Margrét Einarsdóttir y Guðbjörg Linda Rafnsdóttir, después de presentar el contexto islandés, se analiza la situación de las brechas salarial y de cuidados en Islandia a partir de un análisis estadístico y del trabajo de campo con grupos de conciliación. Las autoras plantean que, en Islandia la igualdad de género no se ha conseguido ni en el ámbito laboral ni en el doméstico, si bien tanto los hombres como las mujeres quieren creer que viven una igualdad de género real. Los principales hallazgos mostrados son que los hombres todavía se ven y son vistos como “el trabajador con responsabilidad familiar limitada” aunque progresivamente van asumiendo más tareas de cuidados. Mientras que las mujeres se ven y son vistas como “la administradora de la casa”. Consistentemente con el resto de estudios de campo, las mujeres experimentan falta de equilibrio entre la vida laboral y personal en mucha mayor medida que los hombres. Ello provoca un sentimiento de culpabilidad en la mujer, que se siente incapaz de cumplir como se espera en ambos roles. El capítulo concluye que a pesar de un apoyo general a la igualdad de género, una legislación progresista y un mercado laboral integrado, hay todavía algunos obstáculos en la práctica que reproducen la brecha salarial y de cuidados en Islandia y sostiene que un obstáculo fundamental es la todavía persistente visión tradicional y esencialista de género que lleva a que el valor profesional de las mujeres se devalúe a causa del rol reproductivo, a pesar de que las mujeres en Islandia asumen ese rol durante un periodo relativamente corto en su vida.

El capítulo 11, El compromiso de los hombres noruegos con la paternidad. ¿Quiénes son los “nuevos” padres? escrito por Ragni Hege Kitterød and Marit Rønsen se centra en cómo los varones noruegos asumen la patenidad y comparten las tareas domésticas. Partiendo del hecho de que en 1993, Noruega fue el primer país del mundo en introducir una cuota de licencia parental por el nacimiento de una criatura, y a través de un estudio de las políticas y prácticas de conciliación laboral en Noruega basadas en las Encuestas de Empleo del Tiempo, las autoras nos descubren que los padres noruegos de hoy en día (datos de 2010) llevan a cabo muchas más labores familiares no remuneradas que hace algunas décadas (datos de 1970), estando más comprometidos en las labores rutinarias domésticas y en el cuidado activo de las/os hijas e hijos, así como en otras labores domésticas. Se descubre que los padres con criaturas pequeñas (menos de 7 años) incrementan su compromiso familiar mucho más que aquellos con criaturas mayores. Esto concuerda con el hecho de que la mayoría de las reformas de políticas de conciliación laboral implementadas en Noruega en las últimas décadas (como, por ejemplo, la cuota de las licencias parentales por nacimiento) se han dirigido, en primer lugar y ante todo, a los padres con criaturas de corta edad. Se observa que este mayor compromiso de los hombres con sus criaturas es general en todos los grupos sociales, no obstante, entre los padres con hijos en edad pre-escolar, hay evidencia de que el aumento en las labores domésticas entre 2000 y 2010 fue más pronunciado entre los licenciados universitarios que entre los padres con un nivel de educativo inferior.

1. LAS BRECHAS DE GÉNERO: BRECHA DE CUIDADOS, BRECHA SALARIAL Y BRECHA DE TIEMPO PROPIO

Capitolina Díaz, Marcela Jabbaz, Empar Aguado y Lydia González

Universitat de València

En sociedades dualizadas por género, las brechas entre mujeres y hombres son la norma. No hay casi ningún espacio social en el que las mujeres y los hombres actúen o se espera que actúen en condiciones de igualdad, ni que consigan resultados similares. Los efectos de esta desigualdad se amplían por ser, generalmente, mejor y más valorados los rendimientos de un sexo que los del otro. Y esto sucede pese a leyes y normativas que predican la igualdad en todas o casi todas las esferas de la vida, pero son leyes que conviven con prácticas sociales obsoletas, provenientes de sociedades pretéritas en las que las desigualdades de género —y otras— estaban respaldadas por leyes, religiones y costumbres. Esas prácticas sociales son las que siguen, hoy en día, discriminando a las mujeres.

Antes de iniciar el estudio de las brechas de género, sería de interés discutir la importancia del concepto “brecha” en las ciencias sociales y por qué lo hemos adoptado aquí para referirnos no sólo a la brecha salarial de género, abundantemente tratada en la literatura especializada, sino a otras brechas que hemos denominado Brecha de cuidados y Brecha de tiempo propio.

La brecha salarial se refiere a que las mujeres son pagadas menos que los varones por realizar trabajos iguales o de similar valor. Esto es, las mujeres muestran/sufren un déficit salarial. Esta posición deficitaria es un buen punto de partida para reivindicaciones de equilibrio salarial, pero al mismo tiempo, señala la posición económica de las mujeres en negativo y muestra el salario de los hombres como el positivo, el óptimo a alcanzar. Es discutible, como explicaremos más abajo, si el nivel alcanzado hoy por los hombres en el mercado laboral, con las estructuras económicas de nuestras sociedades es el deseable para hombres y mujeres en una sociedad digna y sostenible (Cristina Carrasco, 2001). Pero lo cierto es que el nivel alcanzado por los hombres parece ser el deseable y al que se dirigen las políticas públicas y las demandas sindicales en nuestro país y en los países similares al nuestro.

El interés en el uso del concepto de brecha(s) de género radica en la idea de que un lado de la brecha representa el óptimo a alcanzar y el otro, el déficit. Podemos mostrar así que aunque las mujeres están mayormente en el lado deficitario, en algunas brechas es a los hombres a los que les queda mucho por hacer para alcanzar la igualdad. Efectivamente, el tener una expresión que indique que los hombres están en el lado del déficit en el trabajo doméstico y de cuidados, puede dar una imagen más clara de las relaciones de género. Al nombrar al déficit masculino de cuidados de su hogar y de las personas que en el conviven “brecha de cuidados”, identificamos un fenómeno, estudiado desde hace años en las Encuestas de Empleo del Tiempo y por un buen número de analistas (Ángeles Durán, Ramón Ramos, Cristina Carrasco, Amaya P. Orozco, etc.) pero que carecía de un nombre que evidenciara la deuda o déficit que tienen los hombres, en nuestras sociedades, en nuestras sociedades en el sostenimiento de la vida. Déficit que sólo podrán llenar con su propio esfuerzo y dedicación, aunque, sin duda, ayudarían ciertos cambios estructurales.

La brecha de cuidados, o lo que es lo mismo, que los hombres no cumplan con la parte alícuota de las tareas domésticas y de cuidados en sus hogares, tiene importantes efectos directos en la disponibilidad de las mujeres para: 1) participar en el mercado laboral en condiciones de igualdad (generándose la brecha salarial) y 2) para intervenir en los asuntos públicos y disfrutar de tiempo de libre disposición (generando la brecha de tiempo propio).

1. LA BRECHA DE CUIDADOS

Con el concepto “brecha de género de cuidados y de trabajo doméstico” o de forma resumida, “brecha de cuidados” nos referimos a la desigual dedicación de mujeres y hombres al cuidado de la casa y de las personas del hogar (criaturas, mayores, otras personas dependientes, etc.) en el marco de relaciones familiares. Esta brecha de cuidados genera y refuerza la existencia de otras brechas de género como la salarial y la del tiempo propio disponible.

Al hablar de cuidados nos referimos a aquellos cuidados no pagados, producidos generalmente en el propio hogar, pero a veces también en el de familiares o de amistades, desarrollando tareas de reproducción vital, para el bienestar y desarrollo de las personas y para mantener los lazos sociales. Incluye actividades físicas ejercidas sobre elementos físicos (limpieza, preparación de la comida, conducir el coche, etc.), actividades físicas ejercidas sobre las personas (nuestros familiares y/o amistades) y actividades mentales tales como la planificación y gestión del tiempo, de los recursos económicos, la priorización de tareas y rutinas y la dirección del trabajo de otras personas (familiares o contratadas).

Las feministas socialistas, sobre todo de los años 70 (Maureen Mackintosh, 1981) llamaron trabajo reproductivo a lo que últimamente se denomina cuidados (tal vez por la influencia del concepto “care” en inglés). Los cuidados comprenden el cuidado de las personas en el sentido de atención personal, tanto a quien lo necesita por ser criaturas, por ser mayores o por tener alguna enfermedad o limitación (personas dependientes) como a personas sin circunstancias biológicas o etáreas condicionantes pero que no se ocupan de su propio cuidado, de forma total o parcial. El ejemplo más habitual, de este último caso, es el de los varones sanos en edad de trabajar que transfieren los cuidados y el trabajo doméstico a otras personas de la familia (madres, esposas). La situación de estos hombres que dependen de los cuidados que les proporcionan sus parejas se le ha llamado “dependencia vital” (Capitolina Díaz, Sandra Dema y Lucila Finkel, 2015).

El trabajo de cuidados posee tres dimensiones principales. Una externa, visible y contable que denominamos cuidado ejecutado. Otra, intangible y no contable, que a falta de un nombre mejor, denominamos cuidado emocional, de planificación y de gestión. Es el cuidado con el que se gestiona el funcionamiento de un hogar y del entorno social del mismo. La tercera dimensión, menos visible todavía, es aquella a la que podríamos denominar presencia obligada. Incluye las disposiciones subjetivas por las cuales se “está alerta” ante las potenciales necesidades de las personas integrantes del hogar

La primera dimensión, la del trabajo de cuidados ejecutados, ha sido ampliamente tratada por los estudios de usos del tiempo (Lina Gálvez, Paula Rodríguez y Mónica Domínguez, 2010; Cristina Carrasco y Marius Domínguez, 2003). Sin embargo, el estudio de la segunda dimensión, la del cuidado emocional, de planificación y de gestión constituye, hasta donde sabemos, una tarea pendiente ya que apenas se ha avanzado en su identificación y menos aún en su descripción o medición.

Cristina Carrasco y Albert Recio (2014) cuestionan la cuantificación del tiempo como algo homogéneo y transformable en dinero. Coincidimos en esta apreciación al entender que una parte importante del cuidado emocional, de planificación y de gestión es difícil de medir. Pero puede ser reconocido y, consecuentemente, gratificado. Así, en el mundo laboral una de las recompensas que reciben los puestos directivos está relacionada con un tipo de trabajo de cuidados ya que se les gratifica por su capacidad de organización, por la responsabilidad en la toma de decisiones y por la gestión de las personas a su cargo. Donde no es reconocido es en la Encuesta de Empleo del Tiempo (en adelante EET) del INE que solo mide tareas objetivadas, mientras que el planificar, por ejemplo, al no traducirse en una acción material no es adecuadamente captado. También Vicent Borras y Sara Moreno (2012) señalan los déficits metodológicos de las encuestas basadas en un supuesto lineal y diacrónico del tiempo porque el tiempo doméstico incluye trabajos superpuestos. Si bien se suele incluir en estas encuestas una actividad principal y otra secundaria, cuando hay más de dos actividades simultáneas, algunas quedan sin registrar.

A estos problemas de identificación de las tareas de cuidado se añade el carácter subjetivo de las mismas ya que las personas pueden dar un significado y un peso diferente a unas tareas y a otras al cubrir las encuestas. Esto hace que algunas sean más visibles que otras lo que conduce a una potencial distorsión estadística.

Pese a sus déficits y a que la brecha de cuidados real (trabajo emocional, superpuesto, presencia obligada, etc.) implica una desigualdad mayor que la que revela la EET, esta encuesta ha constituido un avance en la objetivación numérica de la brecha entre mujeres y varones y favorece su identificación. La ETT señala que la media global diaria de dedicación a las tareas del hogar y la familia es, para los varones: 1 hora, 54 minutos; y para las mujeres: 4 horas, 7 minutos. O sea, según la EET la media global diaria de la brecha de género de cuidados es de 2 horas y 13 minutos.

Los gráficos siguientes muestran cómo se distribuyen las tareas y tiempos de una jornada tipo de parejas heterosexuales de doble ingreso.

En definitiva, la EET nos muestra que las mujeres con criaturas y con trabajo remunerado tienen en promedio una jornada laboral de 9 horas, 42 minutos (5:34 de trabajo no remunerado y 4:12 de trabajo remunerado). Sus compañeros, tienen en promedio una jornada laboral de 9 horas, 6 minutos (3:11 de trabajo no remunerado y 5:55 de trabajo remunerado).

Como puede apreciarse, la distribución del tiempo es diferente, para mujeres y para varones y los efectos de tener criaturas sobre el trabajo remunerado son inversos para unas y otros. El tiempo no es elástico, cuanto más se dedica a una actividad menos queda para otras. El tiempo de trabajo doméstico y de cuidados, depende del acuerdo (explícito o implícito) de la pareja y de las relaciones de poder en la misma. A diferencia de la jornada remunerada (que en buena parte está regulada y limitada, incluso por las leyes), el trabajo doméstico supone, por parte de quien lo ejerce, una completa disposición para cualquier tarea que pueda surgir. Y ello tiene consecuencias en el tiempo que se puede dedicar al empleo y el tiempo libre disponible.

La incompatibilidad entre la crianza y el trabajo remunerado es un tema destacado en los discursos de las mujeres1:

Si hay que ir a una reunión del colegio yo soy la que pido permiso y la que voy, si me llaman del colegio que el niño está malo la que voy soy yo. Él jamás se mueve de su trabajo (Mujer, 30-45 años, grupo de discusión de mujeres, Madrid 2015)

Antes [de tener criaturas] trabajaba por turnos y ahora trabajo de lunes a viernes de ocho a cuatro. Está claro que afecta al salario (Mujer, 30-45 años, grupo de discusión de mujeres, Oslo, 2015)

A veces, es un poco difícil cumplir con el trabajo y tener niños. Y una escucha que una tiene que estar en casa con los niños, que una no está lo suficiente en casa con los niños y está demasiado trabajando (Mujer, 30-45 años, grupo de discusión de mujeres, Reikiavik, 2015)

Hasta aquí hemos mostrado los usos diferentes del tiempo teniendo en cuenta trabajo no remunerado, trabajo remunerado y tiempo propio. Ahora queremos centrarnos en las dos dimensiones del trabajo de cuidado que la EET no capta adecuadamente y que si lo hiciera, la brecha de cuidados sería mucho mayor. Nos referimos al cuidado emocional, de planificación y de gestión, y también al tiempo de presencia obligatoria.

Según la EET, a las tareas de organización del hogar solo se dedica el 22,2% de las personas (17% varones y 29% mujeres). Pero ¿qué sucede entonces en el resto de hogares? ¿No se organiza el trabajo doméstico? Este simple dato del 22,2% da cuenta de que para un 87,8% de las personas, las tareas de organización del hogar son invisibles. Pero en el discurso de las mujeres entrevistadas emergen estas tareas. A modo de ilustración (ya que a día de hoy no se dispone de otros indicadores), ofrecemos algunos testimonios:

…si nos vamos el fin de semana, lo de la niña, ropa, medicamentos, todo, me encargo yo y si se te olvida algo la bronca es para ti y, si todo está bien, nadie te lo agradece, eso me da mucha rabia (Mujer, 30-45 años, grupo de discusión de mujeres, Madrid 2015)

Nuestra impresión es que las mujeres tienen la responsabilidad principal. Son las directoras ejecutivas de la empresa (hogar), por decirlo así (Mujer, 30-45 años, grupo de conciliación, Oslo, 2015)

La mujer es quizá la persona que se encarga de que se hagan las cosas en casa. El hombre ejecuta las órdenes de la mujer (risas). En general la sensación es que se reparte el trabajo, pero que la mujer es la estratega que hay detrás (Hombre, 30-45 años, grupo de conciliación, Oslo, 2015)

Realmente yo trabajo [remuneradamente] como directora de proyectos, de manera que cuando llego a casa entonces simplemente lo soy también [risas]. Mi marido es capaz de hacer todo, pero yo tomo la iniciativa, voy por delante (Mujer, 30-45 años, grupo de discusión de mujeres, Reikiavik, 2015)

Esa función “directiva”, que tiene gran prestigio en las empresas, apenas es tenida en cuenta por la EET. Pero pese a su invisibilidad, conserva su rasgo más negativo: el estrés que supone tener responsabilidad sobre personas y cosas.

El “tiempo de presencia obligatoria” es un concepto que desarrollamos por analogía al “tiempo de presencia pactada” que procede del ámbito de la legislación laboral sobre empleadas de hogar internas (que viven y pernoctan en el domicilio de sus empleadoras)2.

En determinados momentos de ese tiempo de presencia, no se realizan tareas, por ello no es captado por la EET. Pongamos algunos ejemplos. Las criaturas pequeñas, las personas enfermas y con discapacidades severas, no pueden quedarse solas, aunque no se esté “trabajando” (realizando una tarea específica y medible) hay que estar con ellas. Cuando alguien se baña con rapidez y con la puerta abierta para escuchar si el bebé se despierta, o cuando se duerme “con un ojo abierto y otro cerrado” por si la persona mayor tiene que desplazarse al baño o hay que asistirla porque se queja de dolor, o cuando vemos por enésima vez la película infantil que la criatura “nos obliga” a compartir ¿Cómo se mide todo este tiempo? ¿Es tiempo propio o es tiempo de cuidados?

De lo que no cabe duda es que se trata de unas actividades y un tiempo condicionado por las demandas de otros miembros de la familia, que en determinados periodos (que a veces son muchos años) puede abarcar las 24 horas del día. Así pues, y dado que buena parte de esas tareas las ejecutan las mujeres, la brecha de género de cuidados y los condicionamientos sobre el trabajo remunerado son muy superiores a los que se derivan de las mediciones de la Encuesta de Empleo del Tiempo.


1 Se transcriben aquí y varias páginas más abajo algunas frases recogidas en entrevistas (individuales y colectivas —grupos de discusión—) realizadas en el desarrollo del proyecto Brecha Salarial y Brecha de Cuidados del que es resultado también este capítulo, y que serán analizados en capítulos siguientes. Corresponden al trabajo realizado en Oslo, Reikiavik y Madrid.

2 En el artículo 7 “Tiempo de trabajo” del Real Decreto 1424/1985 que regula la relación laboral de carácter especial del Servicio doméstico, se establece que “La jornada máxima semanal de carácter ordinario será de cuarenta horas de trabajo efectivo, sin perjuicio de los tiempos de presencia, a disposición del empleador, que pudieran acordarse entre las partes… Una vez concluida la jornada de trabajo diaria, y, en su caso, el tiempo de presencia pactada, el empleado no estará obligado a permanecer en el hogar familiar” http://www.empleo.gob.es/es/guia/leyes/RD142485.html (consulta 6/11/2015)