COMITÉ CIENTÍFICO DE LA EDITORIAL TIRANT LO BLANCH HUMANIDADES

Manuel Asensi Pérez

Catedrático de Teoría de la Literatura y de la Literatura Comparada

Universitat de València

Ramón Cotarelo

Catedrático de Ciencia Política y de la Administración de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Nacional de Educación a Distancia

Mª Teresa Echenique Elizondo

Catedrática de Lengua Española

Universitat de València

Juan Manuel Fernández Soria

Catedrático de Teoría e Historia de la Educación

Universitat de València

Pablo Oñate Rubalcaba

Catedrático de Ciencia Política y de la Administración

Universitat de València

Joan Romero

Catedrático de Geografía Humana

Universitat de València

Juan José Tamayo

Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones

Universidad Carlos III de Madrid

Procedimiento de selección de originales, ver página web:

www.tirant.net/index.php/editorial/procedimiento-de-seleccion-de-originales

MANUAL DE GEOPOLÍTICA CRÍTICA

CLAVES GEOESTRATÉGICAS

RAFAEL FRAGUAS DE PABLO

tirant humanidades

Valencia, 2016

Copyright ® 2016

Todos los derechos reservados. Ni la totalidad ni parte de este libro puede reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética, o cualquier almacenamiento de información y sistema de recuperación sin permiso escrito del autor y del editor.

En caso de erratas y actualizaciones, la Editorial Tirant Humanidades publicará la pertinente corrección en la página web www.tirant.com.

Director de la colección

JOAN ROMERO GONZÁLEZ

Catedrático de Geografía Humana

Universitat de València

© Rafael Fraguas de Pablo

Diseño de la portada Antonio F. De Pablo

© tirant humanidades

edita: tirant humanidades

C/ Artes Gráficas, 14 - 46010 - Valencia

telfs.: 96/361 00 48 - 50

fax: 96/369 41 51

Email:tlb@tirant.com

www.tirant.com

Librería virtual: www.tirant.es

depósito legal: V-2170-2016

ISBN 978-84-16786-23-7

maqueta: Tink Factoría de Color

Si tiene alguna queja o sugerencia, envíenos un mail a: atencioncliente@tirant.com. En caso de no ser atendida su sugerencia, por favor, lea en www.tirant.net/index.php/empresa/politicas-de-empresa nuestro Procedimiento de quejas.

A Pablo, navegante de horizontes

PROEMIO

Espacio y tiempo son dos de los principales ejes sobre los cuales se despliega la vida de los individuos y de las sociedades. También la vida de los Estados, principales sujetos de la Geopolítica. La Geopolítica es la disciplina científica que estudia el poder político en relación con el espacio que el Estado ocupa. El poder sería la dimensión histórica y social de la Geopolítica. El territorio, su vector espacial, donde se encuentran los recursos humanos y materiales de los cuales la población de los Estados vive. Territorio y poder perfilan la personalidad de los Estados y determinan sus relaciones mutuas. Tales relaciones acostumbran ser conflictivas. Los Estados se definen, dialogan y se enfrentan, pues, en un lenguaje territorial.

Viven los Estados situaciones de incertidumbre permanente. Tienen fronteras que abarcan su territorio, donde queda establecida una población cuya vida el Estado, como forma de organización política, debe garantizar. Pero, allende sus fronteras, otros Estados muestran intereses semejantes, cuya satisfacción se les exige igualmente. Se trata de intereses que acostumbran chocar con los intereses de otros Estados, situación por la que suelen cursar en clave de antagonismo.

Los hechos geopolíticos, aquellos que tienen alcance y traducción política en términos espaciales, de territorio, sea este terrestre, marítimo o cósmico, surgen desde Estados movidos siempre por intereses conscientes, premeditados y presididos por una intencionalidad. Tal empuje intencional desata una energía política encaminada a la satisfacción de ese interés en juego. Lo cual implicará que, al ser es preciso un esfuerzo evidente para imponer por la fuerza o por la persuasión la satisfacción de aquel propósito, pueden existir fuerzas antagónicas que pugnen en contra o se opongan a ello. Surge pues un antagonismo, una competición que, generalmente, cursa en términos de conflicto, si bien puede cursar en clave de colaboración, tal sería el caso de la Unión Europea, formada por numerosas voluntades geopolíticas distintas, pero aún hoy carente de un designio geopolítico propio pese a experimentar profundas pulsiones centrípetas, en tal sentido, y centrífugas, en sentido opuesto.

Los Estados, en cuanto concierne al territorio, suelen optar por el conflicto. Y del conflicto interestatal deriva, como forma suprema de antagonismo, la guerra, de cuyos efectos los ciudadanos y ciudadanas de a pie solemos ser víctimas propiciatorias, sin tener casi nunca protagonismo directo en su declaración y arranque, que corresponden generalmente a quienes detentan el poder estatal.

Concepto clave del análisis geopolítico será entonces el de correlación de fuerzas, conjunto de pulsiones que pugnan por convertirse en las prioritarias, las más importantes, las que determinen lo que sucede y lo que ha de suceder en la arena interestatal. Esto dará lugar a otro elemento crucial, el concepto de hegemonía. Se trata de la tendencia a la supremacía de esa voluntad política estatal que acabará por imponerse. Quienes detentan la hegemonía, la supremacía geopolítica mundial, serán las Superpotencias, Estados dotados de capacidades adecuadas para imponer su voluntad política a los demás Estados. Debajo de este rango se encuentran las Grandes Potencias, seguidas de las potencias intermedias, con distintas capacidades para influir en el curso de los acontecimientos.

Será tarea de la Ciencia Geopolítica averiguar la intencionalidad que mueve a los Estados a situarse en la escena de la confrontación, donde se ponen en juego sus intereses y la posibilidad de satisfacerlos, dentro de una determinada correlación de fuerzas y en un terreno de juego, político y territorial, donde la meta culminante será la obtención de la hegemonía por parte de una Superpotencia. Pero tales propósitos suelen permanecer encubiertos mediante lo que desde la precisa teorización de Nicolás de Maquiavelo, en 1513, se conoce como Razón de Estado. Este concepto, pese a ser negado de manera permanente, perdura sin embargo vigente desde tiempo inmemorial y preside, aún, la conducta de cada Estado. No conviene confundir Gobierno y Estado. El primero es un artífice coyuntural, pasajero, de la voluntad del Estado, que aplica a situaciones concretas, mientras los intereses estatales son permanentes, van más allá del corto plazo en que la actuación gubernamental, mudable, se despliega.

La Razón de Estado se erige en la ley suprema que rige el comportamiento estatal. Consiste en un conjunto de prioridades invariantes, estratégicas y tácticas, de largo y corto plazo, respectivamente, que le aseguran la perpetuación en el espacio y en el tiempo como tal Estado. Como sabemos, el Estado es la osamenta política e institucional de las naciones. Es asimismo una construcción histórica, inducida en su forma más depurada desde la burguesía euroccidental, clase social propietaria y con señas de identidad propia que, desplazando de la hegemonía política a la clase denominada aristocracia, instaló un tipo de sistema político formalmente basado en la representación y en el equilibrio de poderes, parlamentario, ejecutivo y judicial. Este sistema fue mimetizado desde otros escenarios continentales donde tenían vigencia instituciones y formas políticas muy diferentes, pero desprovistas del poder de irradiación del que, a partir del fin del siglo XVIII tras la Revolución Francesa, gozó la fórmula de la burguesía europea. Se propuso así armonizar intereses privados y públicos dando la prioridad de su satisfacción a los intereses privados sobre la idea de que su satisfacción individualizada generaría, supuestamente, el bien común.

El fin primordial del Estado es su propia perpetuación. Su conducta, la conducta estatal para asegurar la Razón de Estado, será la política, que a su vez se compone de Ethos y Cratos, moralidad y fuerza. De la eticidad, de su congruencia social, deriva la legitimidad. Y de la fuerza deriva la estabilidad y la expansión del Estado. La Política es pues el resultado de la conjunción de Ética, su objeto, y del Poder, entendido como Ambición, su sujeto, que se equilibran en la acción política. Ambas refrenan mutuamente sus pulsiones hacia el doctrinarismo o hacia el oportunismo.

Comoquiera que la perpetuación más allá del tiempo y del espacio corona los propósitos del Estado, la Razón de Estado se caracterizará, a la larga, por un paulatino y pendular escoramiento y una primacía de su orientación hacia la dimensión de poder en detrimento de su dimensión ética: para sobrevivir, el Estado se mostrará dispuesto a sobrepasar, cuando no a transgredir, las leyes, la Moral y el Derecho, o cualquier tipo de impedimento que amenace su propósito. Esta descompensación de la ecuación ethos-cratos hacia el poder desprovisto de eticidad, de legitimidad, señalará el origen de la conflictividad puertas adentro de los Estados y sobre sus relaciones con otros Estados, conflictividad que define uno de los principales rasgos de la Geopolítica que aquí nos proponemos estudiar.

Estos procesos, que acentúan la conflictividad mundial por cebar las desigualdades sociales y abocar a las guerras, tienen consecuencias evidentes sobre nuestras vidas. Ello tiene mucho que ver con la deriva de la llamada civilización comercial que, a través del dominio de los mares y el establecimiento de puertos por todos los litorales mundiales de importancia en torno al mayor territorio continental del Planeta, Eurasia, todo ello con miras a la hegemonía planetaria, ha impregnado buena parte de la Edad Contemporánea, troquelando hacía sí el objeto del pensamiento científico geopolítico. Las prácticas comerciales, verdaderamente necesarias para la vida de los pueblos, han sufrido una mutación perversa para transformarse en prácticas meramente especulativas, de intercambios desiguales y lesivos para las economías más débiles. Ello ha alimentado la agresividad contra y desde estas. La Geopolítica registra hoy la nocividad de tal influencia.

A los Estados, como sujetos de la política mundial, se han adosado en los últimos tiempos, con propósitos suplantadores, corporaciones supranacionales, no estatales, que carecen de la historicidad, espacialidad, representatividad y legitimidad que, como interlocutores geopolíticos, caracterizan a aquellos. No obstante, estas entidades, que por definición actúan por móviles privados, influyen cada vez más intensamente sobre la escena mundial, con una autonomía política evidente respecto de las unidades estatales tradicionales. El ámbito en el que se mueven dibuja una especie de meta-territorio virtual que complica sobremanera las relaciones mundiales. Para ello se valen de un poderosísimo instrumento, la tecnología, que aplican a la vida económico-financiera y que les procura el camuflaje virtual perfecto para sus prácticas fuera de cualquier tipo de control social.

Vivimos una época en la cual tiempo y espacio, ejes cruciales de la realidad, han sufrido cambios profundos en su percepción social y política. La Ciencia, a la que la Geopolítica trata de atenerse y que armoniza hacia el conocimiento esa doble dimensión espacio-temporal que caracteriza la vida humana, parece haber sido plenamente desplazada, en su percepción social, por la Tecnología, la ciencia aplicada. Qué duda cabe que algunos procesos informativos, industriales, mecánicos y contables se han visto enormemente facilitados por las nuevas tecnologías, cuya practicidad resulta evidente para numerosas funciones útiles de la vida cotidiana. Pero su aplicación desbocada al mundo del trabajo —al que han precarizado muy dañinamente— y, sobre todo, al del capital financiero, que ha cosechado a su costa sus mejores réditos, así como su proyección sobre las relaciones interhumanas e interestatales, creando diplomacias paralelas fuera de control, adquiere en nuestros días un alcance insospechado.

Tal desaforada aplicación ha introducido una serie de prácticas y supuestas certezas meramente virtuales que han arrumbado, desacreditándola, la dimensión secuencial, diacrónica, histórica y social de la existencia humana y de las relaciones interestatales. La tecnologización, que ha espoleado las nuevas y terribles armas de destrucción masiva, así como las dependencias contraídas tras su resignada aceptación sin apenas reflexión ni crítica alguna, ha implicado una devaluación de lo acaecido, de lo sufrido en dos Guerras Mundiales, de la experiencia real, humana, magnificando un presente virtual que la tecnología, descontroladamente impuesta, parece querer convertir en un abigarrado y desconcertante continuo. La Historia, en definitiva, ya no sirve dentro de ese esquema de presente continuo y tecnologizado, desocializado e individualizado impuesto a la sociedad mediante poderosísimas herramientas como la telemática, telefonía más informática, que ha alterado sustancialmente la percepción de la realidad. Paradójicamente la ciencia aplicada, la tecnología, en sus efectos, se ha vuelto en contra de la Ciencia que, desprovista del valor de la experiencia, imposibilita y devalúa a su vez la posibilidad misma y el valor del pensamiento, del avance del conocimiento científico. Sin experimentación no hay Ciencia y sin Ciencia, no hay progreso, ni cambio posible alguno. A efectos ideológicos, axiológicos y valorativos, el resultado de tal deriva ha sido la creencia impuesta en que hemos llegado al llamado «Fin de la Historia», preconizado por el asesor de la compañía tecno-armamentística Rand Corporation, el pensador nipo-estadounidense Francis Fukuyama: es decir, según Fukuyama, hemos alcanzado la consolidación del sistema capitalista neoliberal como meta ya única de la Humanidad, sin apenas posibilidad de cambio, alteración o progreso, esto es, con todos sus elementos de desigualdad, de injusticia, de dolor, de conflictividad, así como clausurados para siempre los ideales de perfeccionamiento de la justicia, de bienestar e igualdad, declarados pues como irrelevantes.

Así pues observamos que se están trocando las dimensiones espacio-temporales de los Estados y de los individuos en vectores virtuales, no reales, no presenciales, no históricosno humanos, pues—, que parecen alumbrar una percepción del ser humano hacia sí mismo y hacia su contorno social e internacional diametralmente distinta a la histórica y previamente mostrada, nueva percepción hoy desconocida en su futuro alcance. Lo virtual desplaza a lo real: este es el signo de nuestro tiempo. Traslademos este axioma al mundo de la Geopolítica, de la moral, de la conducta interestatal, de la responsabilidad, de la enseñanza, de la cultura y de los medios de información y opinión y toparemos, con certeza, con muchas de las temibles derivaciones que en ellos y en sus prácticas observamos. La cacareada corrupción no es únicamente fruto de la perversión moral de un individuo cualesquiera; es más bien el resultado de una profunda confusión moral creada por un sistema amoral, honda, intencionada e irresponsablemente deshumanizado. Lo virtual desvirtúa nuestras vidas.

Este libro se propone apostar por la reflexión crítica, sobre bases históricas y sociales, en torno a la Geopolítica y atajar así la dispersión intencionada que se persigue imponerle como inercia inalterable. En contraposición a tan adverso empuje, este libro trata de contribuir a recobrar los fundamentos de los elementos básicos que permiten comprender las complejas realidades políticas de nuestro mundo, tribulaciones incluidas, mediante la indagación en sus causas y la descripción de sus efectos, con el acento puesto en las sociedades humanas, verdadero y único sujeto real de la Historia.

Pero es preciso establecer que el proceso de dispersión conceptual descrito se genera en un contexto ya devaluado y proclive a aceptar el intento de primacía hegemónica militar, económica, cultural, lingüística, política en definitiva, impuesta por las Superpotencias. Se trata, precisamente, de un ámbito geocultural en el cual se desarrolla una profunda devaluación de la esfera de lo social, de lo moral en sentido amplio, por el ultra-individualismo ideológico allí imperante.

Y ello no es casual. La degradación descrita ha llegado inducida precisamente por quienes están diseñando la sociedad actual: quienes, asimismo, más han contribuido a irradiar las ideas dominantes desde una concepción de la vida donde la cumbre de la realidad y del éxito lo ocupa una concepción taimada, egoísta, amoral y asocial de la Economía financiera, dimensión crucial de las relaciones interestatales, pero concebida y aplicada como mera especulación. De tal forma, han contribuido a virtualizar la Economía, la realidad económica, histórica y política desde el mundo del dinero hoy imperante y dominante, desde las Bolsas mercantiles, cuyo principal logro, según aseguran sus principales exponentes, ha sido la equiparación del dinero y la riqueza, como si de magnitudes iguales se tratara. La dinerización de la existencia humana, la llamada financiarización y, por ende, de las relaciones internacionales, es uno de esos supuestos logros, en verdad crudos flagelos, inyectados de lleno en nuestros estilos de vida por aparatos de reproducción de la ideología dominante —la ideología de quienes dominan—, tan potentes como Hollywood o, en el plano académico, las llamadas Escuelas de Negocios.

Al añadir el adjetivo Crítica al título de este Manual de Geopolítica queremos subrayar que nuestra aproximación al tema va a incluir aspectos descriptivos sobre países concretos, a los que agregaremos un análisis y enjuiciamiento de los hechos y actos geopolíticos más significativos. Con ello nos proponemos combatir, asimismo, una serie de inercias impuestas al estudio de las prácticas interestatales, caracterizadas por su silenciamiento y ocultación a la opinión pública de las claves que permiten averiguar cómo los Estados, señaladamente las Superpotencias, acostumbran transgredir la Moral, el Derecho y la Ley para enseñorearse de la Historia. Tales inercias, inexplicadas por el blindaje estatal al respecto, son explicables en términos de primacía, de intencionalidad, de correlación de fuerzas, en definitiva, en términos de razones de Estado en liza, verdaderas llaves para entender el alcance de lo que sucede y de aquello por suceder.

Los imperialismos culturales, la impostura de formas de vida y de cultura ajenas, la descarnadura de la viveza creativa de las ideosincrasias y lenguajes autóctonos, no han de tener cabida en la vida de ningún país. Reforzar la apuesta por la pluralidad ideológica, política y geopolítica se convierte en una tarea urgente, totalmente necesaria. Este Manual apuesta decididamente por ella, porque cohoneste las dimensiones temporal y espacial de nuestras existencias, cuya justa trabazón genera el equilibrio y la serenidad del vivir pleno.

Admitir la otreidad, la existencia de lo diferente y lo otro, en la escena mundial, la diversidad, según recomendaba Sócrates en uno de los diálogos platónicos, es principal garantía de la superación de conflictos. Este es el primer paso para eludir los gravísimos y sangrientos conflictos acaecidos y por ocurrir, para desactivar asimismo explosivas situaciones que registran, con aceleración creciente, las relaciones interestatales. Y, como señalara el pensador griego Aristóteles en su libro Retórica, a veces, el primer paso es la mitad del todo.

I. CLAVES PARA COMPRENDER EL MUNDO. NOCIONES GENERALES

Geopolítica es la disciplina científica que versa sobre la relación entre el territorio y el poder político. El territorio ha sido siempre escenario del poder y de los conflictos que el poder genera. El sujeto de esta ciencia ha sido el Estado. El Estado tiene siempre una base nacional, también lingüística, en ocasiones religiosa y unos límites territoriales. Estas condiciones, tamaño, dimensión, orografía, recursos… acostumbran determinar un comportamiento político ajustado a ellas.

El poder suele presentar una naturaleza conflictiva. Dentro de los conflictos del poder, la meta más acariciada por sus detentadores ha sido el control y el dominio del mundo. Esta pretensión de control y dominio ha dado origen a otra ciencia, la Geoestrategia, que consiste, a largo plazo, en estudiar cómo se han planteado las Grandes Potencias la consecución de ese objetivo. El sujeto de la Geoestrategia son las Grandes Potencias que la aplican para sus fines, mientras que el sujeto de la geopolítica ha sido históricamente el Estado.

Ambas disciplinas han estado históricamente reservadas a ciertas y exiguas élites políticas, militares y diplomáticas, pero el alcance de sus designios afecta a toda la sociedad y tiene repercusiones continentales y mundiales. Imaginen hoy los efectos de la guerra en Siria, decidida por un puñado de personas, que afecta a casi toda Europa ante el enorme flujo de refugiados que intentan acceder a ella. O pensemos en la histórica rivalidad territorial entre Francia y Alemania a propósito de Alsacia y Lorena: causa, con otras, ni más ni menos que de dos guerras mundiales. Recordemos Crimea, Donest, Lugansk y Ucrania, conflicto que puede escalar a una conflagración de alcance desconocido.

La sociedad en su conjunto, ni l@os lector@s ni el autor, hemos sido convidados nunca ni a la hechura de la Geopolítica ni a la de la Geostrategia, pero sufrimos siempre sus efectos. Por eso urge democratizar el acceso a ambas, para mitigar sus terribles consecuencias. Tal es el objeto de este libro.

El gran desafío que va a implicar es la diversidad de asuntos a tratar y la complejidad para su comprensión. El escenario de nuestro estudio es el mundo político estatal e interestatal en su conjunto. Sus características y sus conflictos. Fijémonos en la dificultad que implica, ya, comprender la situación política española, como para hacerse una idea de lo que implicará conocer el estado del mundo. Esto abre un margen de error enorme en la explicación e interpretación de estas disciplinas.

No obstante, hay solución, siquiera parcial, al dilema. Es posible estudiar ese amplio mundo geopolítico y geoestratégico por áreas, no solo geográficas, sino también por zonas lingüísticas, ideológicas, de influencia, culturales, idiomáticas, para mejor describirlo, analizarlo e interpretarlo sobre la base de una serie de pautas o leyes geopolíticas y leyes geoestratégicas que vamos conjuntamente a descubrir y a desarrollar.

1ª Ley. La primera de ellas la acabamos de formular: la complejidad de su diversidad. Es preciso establecer que los problemas complejos no tienen soluciones sencillas. En la Geopolítica, en el estudio de las relaciones entre el territorio y el poder, pueden incluirse hasta una veintena de variables que en ella influyen, todas de gran importancia. Desgraciadamente, cuando a escala de la calle hablamos de más de dos variables para explicar un asunto, se acostumbra a desertar de buscar la interpretación cabal del hecho para acogerse, por ejemplo, a fórmulas que acusan de teoría conspirativa la explicación que se está dando. Una cosa es la fantasía y otra bien distinta la complejidad.

2ª Ley. La segunda ley es la que establece el carácter conflictivo del poder y de las relaciones dentro y fuera de los Estados, consigo mismos y con sus vecinos. Esta conflictividad, que consiste en la tendencia a la posesión y el control ilegal de territorios, pueden abarcar desde una disputa por la demarcación precisa de límites o fronteras territoriales, hasta una conflagración mundial. Los conflictos podrán ser entre organizaciones, locales, regionales, estatales o interestatales.

3ª Ley. La tercera ley vendría a ser la de la importancia que las distintas entidades estatales y nacionales conceden a sus propios atributos, territorios, ideas, reivindicaciones, derechos… lo que definimos como sus representaciones. Estas representaciones, generalmente divergentes, antagónicas o contradictorias entre Estados, que suelen ser no solo personales, las de los líderes políticos, sino sobre todo colectivas, van a determinar conjuntamente el curso de los acontecimientos para convertirse en la gasolina emocional de los conflictos. La idea de nación será la representación geopolítica por excelencia. Los mapas, que son uno de los instrumentos principales para los estudios geopolíticos y geoestratégicos, reflejan en muchas ocasiones esta fuerza de las representaciones, como ha explicado el geopolitólogo francés Yves Lacoste.

4ª Ley. Una cuarta ley, derivada de la de las representaciones sería, sobre los mapas, la importancia de las intersecciones representativas. Sobre esos cruces, esas cercanías, límites y fronteras entre Estados, nacionalidades, lenguas, religiones, se concentran las zonas de conflicto y se proyectan las rivalidades políticas. Pero las intersecciones no marcan solo la dimensión territorial y fronteriza de un conflicto, sino también, su dimensión ideológica: por ejemplo, la religión islámica no se circunscribe a los límites de los países árabes sino que abarca desde Alma Ata, en el Kazajistán ex soviético, hasta el africano Golfo de Guinea y desde el Sahara hasta Indonesia, país de mayoría musulmana. Luego hay mapas no propiamente geográficos, sino mapas culturales, que incluyen representaciones muy distintas, potencialmente también conflictivas.

Es preciso admitir que la Geopolítica ha sido un concepto maldito porque, al ser formulado como un determinismo de la Geografía sobre la Política, se convirtió en la coartada para racionalizar conductas políticas estatales brutales y crueles, como el expansionismo hitleriano o los distintos tipos de imperialismo. Así lo destaca el pensador italiano Norberto Bobbio en su Diccionario de Política.

Por ello, el decurso de la Geopolítica ha sido el de una especie de Guadiana, que aparece y desaparece en el panorama científico. Fue valorada y proscrita, según las distintas épocas de la Historia. Cobró enorme importancia a finales del siglo XIX, tras sus primeras teorizaciones por el almirante norteamericano Mahan, por los alemanes Ratzel y Haushofer, el sueco Kjellen, el británico McKinder, el francés Castex, el italiano Dohuet y el ruso Alexander Sversky.

Hoy, la Geopolítica y la Geoestrategia cobran nuevo impulso. En Estados Unidos, donde los efectos internos del expansionismo hitleriano fueron mínimos, la proscripción de la Geopolítica en clave germana fue reducida por lo cual, al heredar Estados Unidos tras la guerra con España, en 1898, con el despojo del imperio español y de Gran Bretaña, tras la Primera y la Segunda Guerra Mundial, la condición de superpotencia, Washington, precisaba ambas, Geopolítica y Geoestrategia para explicar y afirmar su designio mundial.

Vamos pues a definir y explicar cada uno de los conceptos. Pero, antes de nada quiero alertar sobre la existencia de un riesgo: el de la politización de la Geopolítica y la Geostrategia. Fue su politización en clave hitleriana la que las degradó. Y la politización que de ellas hicieron los neoconservadores estadounidenses, tras el 11-S de 2001, ha estado a punto de convertirla en una nueva «Ciencia imperial». Por ello es necesario aplicarse lo más objetivamente a su descripción, análisis e interpretación.

La Geopolítica, que cabe entender como sustantivo o como adjetivo, versa como decimos sobre las relaciones entre espacio geográfico, territorio, y poder político. El territorio incluye hoy espacio marítimo, aéreo y espacial (exosfera). Recuerden la relevancia adquirida por la Guerra de las Galaxias. Por su parte, el poder se refiere a la capacidad de imponer a los otros la voluntad propia, mediante la fuerza o la persuasión. Se despliega en su dimensión militar, diplomática, económica, comercial, siendo la dimensión política, la de poder, la dominante. Como vemos, el término Geopolítica aúna a su vez dos dimensiones: espacial y temporal. Las dos configuran dos vectores de la existencia humana, siendo los humanos los sujetos de la Historia. Por ello se trata de una construcción conceptual consistente, donde la Geografía vendrá a ser la dimensión espacial y el poder, la dimensión temporal-histórica.

Poder marítimo/Poder continental

Fue a finales del siglo XIX, en 1890, cuando un contralmirante estadounidense, Alfred Mahan, en un ensayo para la Escuela de Guerra donde impartía cursos, comenzó a sistematizar en clave geopolítica sus estudios sobre el poder naval británico entre 1660 y 1783. En ellos, estrecha esa relación entre poder y espacios o territorios señalando que el poderío y la dominación mundiales han correspondido históricamente a las grandes potencias marítimas.

Sobre la teoría del poder marítimo, Alfred Mahan destacaba que la clave del poder mundial se hallaba en el hemisferio Norte, entre los canales de Suez y de Panamá, extremos del intercambio mundial más activo. Considera el poder marítimo como la suma de elementos que permiten el dominio del mar, fortalecido, controlado propiamente y arrebatado a su adversario. Para aplicar su teoría se precisaba de necesarias bases terrestres desde donde ejercer tal dominio; Mahan ponía el acento sobre el cerco o envolvimiento naval en torno a la posición central cuyo dominio se persigue.

Así lo describe Felipe Quero Rodiles en su libro «Introducción a la teoría de la Seguridad Nacional», publicado en 1989 en España por Ediciones Ejército. Es preciso decir que esta teoría de la seguridad nacional, desde una lectura contra-subversiva, fue aplicada por inducción estadounidense desde la denominada Escuela de las Américas, con sede en Panamá, mediante la instrucción de los futuros dictadores de regímenes militares que asolaron América Latina en las décadas entre 1960 y 1990.

Lebensraum. Espacio vital

En 1897, el geógrafo alemán Friedrich Ratzel había aplicado al estudio de los Estados los principios biológicos de la selección natural, que los asemeja a seres vivos y los introduce primero en la competencia para sobrevivir y luego, en la lucha para dominar sobre otros Estados. «El Estado es un organismo que vive en el espacio», estableció. Su discípulo sueco, Rudolf Kjellen, establece como axioma «el derecho natural de los Estados a expandirse territorialmente». Con ello, se sentarán las bases de lo que sería llamado «el espacio vital» (lebensraum), las fronteras seguras a toda costa y la apuesta imperial por vía de la expansión hegemónica. Estas ideas fueron acogidas calurosamente en Alemania, que completaba lo que se ha llamado su «proceso de autoconstrucción nacional tardía» mediante una unión de los pueblos germanos, Prusia, Sajonia, Baviera, Renania… que determinaría un cambio de relaciones político-militares y diplomáticas en el seno de Europa, con una tendencia a la hegemonía que sería truncada por los desenlaces de la Primera y la Segunda Guerra Mundiales.

Sin embargo, la tríada espacio vital-fronteras seguras-expansión territorial, sigue presidiendo históricamente la conducta de numerosos Estados sobre los cuales no cabe, o cabe muy difícilmente, la aplicación de un sistema interestatal equilibrado y estático, ceñido a cada espacio real, al respeto a sus Estados vecinos y la contención de la expansión del territorio. Algunos teóricos explican este aserto en términos de considerar ineludible el devenir dinámico de los pueblos a escala demográfica, idiomática y cultural.

Sin embargo, estas pulsiones estatales, que son ciertas, hacen aflorar siempre una intencionalidad agresiva por parte del Estado que las protagoniza y un caprichoso determinismo que asigna a unos Estados la cualidad de la expansión y la dominación, mientras que a otros les atribuye el vasallaje ante aquellos.

Las teorías geoestratégicas basadas en estos principios geopolíticos encontraron eco en numerosos teóricos como el británico Haltford Mackinder, que teorizó sobre el poder terrestre, complementado luego por el estadounidense Nicholas Spykman; también estudiaron y aportaron conceptos nuevos a la geoestrategia su compatriota Saúl Bernard Cohen, el almirante francés Raoul Castex, el general italiano Julio Douhuet y el aviador naval ruso Alexander Sversky. Estos dos ampliaron la importancia del dominio geoestratégico a la esfera del control del espacio aeronáutico.

Mackinder fue el teórico del poder terrestre o continental como principal vector de hegemonía o dominio. Señalaba que la «isla del Mundo» estaba situada en el conjunto continental formado por Europa, Asia y África, cuyo control solo resultaba posible desde lo que él denominaba zona pivote, o zona troncal, que ubicaba en Europa oriental. (Es preciso recordar que el verano de 2015 Estados Unidos desplegó 250 carros de combate entre Polonia y los países bálticos, Letonia, Estonia y Lituania, que ocupan la mentada zona). De esta forma Mackinder llegó a establecer que quien dominara Europa oriental dominará la zona troncal, quien domine la zona troncal controlará la Isla del mundo (Eurasia) y quien controle la Isla del Mundo, controlará el Mundo entero.

El alemán Klaus Haushofer integrará la idea de Ratzel del espacio vital junto con la idea nietzscheana de la voluntad de poder. Las fundirá para establecer que Alemania tendrá una misión pacificadora del mundo…a través de su dominación, que le asegurará su espacio vital. A ambas teorías se unirán luego las que dividen el mundo de la Política entre «amigos y enemigos», del teórico alemán derechista Karl Schmitt —politólogo maestro de Manuel Fraga Iribarne— que consideraba como principal test de la soberanía estatal la facultad de un Estado para decretar el estado de Excepción. Las teorías de Karl Haushofer, diplomático en Japón, —protegido por Rudolf Hess—, mentor del pacto germano-soviético caído en desgracia tras la invasión alemana de Rusia en 1941 y padre de un hijo asesinado por la Gestapo, pese a que se libró de comparecer ante el tribunal de Nurenberg (él mismo se suicidaría con su esposa), se convirtieron en una racionalización del expansionismo territorial hitleriano manu militari.

De esta mezcla de las tres dimensiones surgirá el siniestro convoluto que presidió la política agresiva, militarista y neo-imperial de Adolf Hitler en la Alemania de los años 30-40 del siglo XX. A ello se añadía previamente la difusión programada, por parte de la derecha militarista más reaccionaria, de una conciencia de humillación germana tras los Acuerdos de Paz de Versalles de 1919 que pusieron fin a la Primera Guerra Mundial y la deslegitimación paulatina y obsesiva contra la República democrática de Weimar, considerada por los sectores militaristas prusianos como una claudicación impuesta por las potencias extranjeras.

El pensador Ernst Cassirer, en una célebre controversia con el filósofo entonces proclive al nazismo Martin Heiddegger, celebrada en la ciudad suiza de Davos, sostuvo en 1928 sin ulterior éxito la tesis del protagonismo republicano en el universo de Goethe, Schiller, Fichte y otros pensadores clásicos alemanes, con el propósito de germanizar los fundamentos doctrinales de aquella república posbélica de Weimar, barrida luego por el nazismo con su discurso pangermanista, xenófobo y racista, antirrepublicano.

En la España de los años 40, también se teorizó sobre una «Geopolítica Imperial» propia, por parte de un historiador burgués, el catalán Jaume Vicens Vives, reivindicado años después, tras su transformación ideológica, por la intelectualidad progresista.

Rimland, la tierra litoral

Para Nicholas Spykman, la importancia cardinal para el control del mundo se hallaba en la tierra orilla, rimland, el espacio litoral de tierras periféricas que rodean a la masa continental cardinal compuesta por lo que denomina Eurasia. Su silogismo será pues: quien controle la tierra litoral, rimland, controlará Eurasia, quien controle Eurasia, dominará el mundo. Siguiendo esta política, Estados Unidos fijó gran parte de sus actuaciones en el siglo XX en Europa y Japón, periferia litoral del «corazón continental» eurásico teorizado por el citado Haltford McKinder. Junto con Robert Strausz-Hupé, Spykman teorizó también sobre el llamado «equilibrio de poder», traducido como el «equilibro derivado de las amenazas», que tendría vigencia doctrinal durante la denominada Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética (1946-1989), de la cual derivaría la «teoría de la contención» del norteamericano George Kennan.

Por su parte el almirante francés Raoul Castex considera que cada caso geoestratégico es distinto y que resulta difícil generalizar. Ve una ventaja doble del mar sobre la tierra, por el elevado valor que concede al espacio, lo cual permite flexibilidad en el uso de la fuerza y puede alargar los conflictos a espacios lejanos, no próximos, pese a que el radio de acción de los buques de guerra es limitado y dependiente de las bases terrestres.

Sobre el poder aéreo ha teorizado el italiano Julio Douhuet quien, en 1909, cuando comenzaba la expansión de los vuelos y de la aeronáutica militar, reparó en que la fuerza aérea acabaría por impedir o controlar el despliegue de las fuerzas en superficie, como así ha sucedido. Preconizaba pues que la Marina y los ejércitos de Tierra debían dejar de considerar a las fuerzas aéreas como meros elementos de apoyo y convertir la lucha en el aire como el esfuerzo principal de toda guerra.

El aviador naval ruso Alexander Sversky subrayaba, a su vez, que la fuerza aérea era capaz de destruir los medios de guerra del adversario sobre su mismo territorio y que su versatilidad le facultaba para bloquear al enemigo en los territorios continental, marítimo y aéreo, de donde deducía la importancia que cobrarían las fuerzas aéreas en las guerras venideras. Pese a todo, una cosa sería el control que la fuerza aérea procura y otra la dominación, imposible de concebir sin la hegemonía terrestre y naval. Hoy, la lucha por la hegemonía se ha extendido al espacio, con la llamada Guerra de las Galaxias, de la que trataremos en ocasiones venideras.

Por su parte Saúl Bernard Cohen hablará de la existencia de «dos cinturones de quiebra», el Medio Oriente y el Sudeste asiático (vemos cómo la doctrina político-militar estadounidense ha seguido esta línea de actuación en ambos escenarios, donde se ha desplegado política, diplomática y/o militarmente desde el derrocamiento de Mohamed Mossadeg en Irán, en 1953 y Vietnam, mediada la década de 1960).

Más recientemente Isaiah Bowman llevará el principio del lebensraum, el «espacio vital», de Kjellen al terreno económico, preconizando de esta manera la expansión económica global como condición indispensable para la consolidación del dominio geoestratégico. De este modo y siguiendo sus lineamientos, la propuesta de Bowman incorporaba a la lógica del poder político-militar territorial la lógica del capital, mezcla que ha configurado la mayor parte de los espacios geopolíticos contemporáneos.

Como vemos, es Estados Unidos quien más ha impulsado, junto con Alemania, el discurso geopolítico, si bien en Alemania quedó truncado por sus derrotadas en la Primera y la Segunda Guerra Mundiales, mientras Estados Unidos no encuentra derrotas significativas hasta la guerra de Vietnam, habiendo sido capaz de desalojar a Francia e Inglaterra de la supremacía mundial, tras su victoria contra España en 1898, primero y, posteriormente, con el desenlace de las dos guerras mundiales y la crisis de Suez, en 1956, donde el escenario geopolítico pasó a ser geoestratégico y concerniente ya únicamente a las dos superpotencias, Estados Unidos y la Unión Soviética, desplazando a Gran Bretaña y a Francia del primerísimo plano hegemónico. La URSS, gracias al resultado de la Segunda Guerra Mundial inducido por su crucial participación en el conflicto, librado en el escenario europeo y jugado hábilmente por Josif Stalin, se dotó de un llamado glacis de seguridad, el cinturón de países cuyos Estados se mostraron política e ideológicamente identificados con el comunismo y el marxismo, económicamente vinculados por el denominado COMECON (macro-asociación comercial que integraba a esos países en un espacio común de economías planificadas) y militar y políticamente aliados de Moscú, que abarcaba desde la República Democrática de Alemania, hasta Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumanía y Bulgaria, en su frontera occidental europea. Yugoslavia y Albania, comunistas, se desmarcarían de Moscú.

Geopolítica crítica

En el nuevo panorama geoestratégico en que se vive hoy, lo más innovador ha sido el surgimiento en la arena mundial de una Geopolítica crítica, con precedentes en el anarquista Eliseo Reclus, en las revistas Herodote, de Yves Lacoste y la británica Antipode. Esta nueva Geopolítica, —no orientada hacia la guerra, como la tradicionalmente aplicada por la superpotencia hegemónica estadounidense, británica, rusa, japonesa, china— tuvo su origen en la llamada Política de Coexistencia Pacífica inaugurada por la Unión Soviética bajo el mandato de Nikita Krushchev mediados los años 50 del siglo XX, geoestrategia siquiera formalmente orientada hacia la paz, que coincidió con las situaciones internacionales que algunos pensadores han considerado más benévolas en la historia de Europa, que duró hasta la denominada crisis de los misiles; sobrevenida en Cuba en 1963, encrespó el conflicto entre las dos superpotencias. No obstante surgieron otros importantes conflictos de alcance estratégico, sobre todo los derivados de la lucha anticolonial.

La actual Geopolítica para la paz en Europa, como ha escrito el profesor Jaime Pastor, se caracteriza, en sus principios, por su búsqueda de la transversalidad frente al esencialismo etno y eurocéntrico; la hibridación entre los espacios euroatlántico, euroasiático y euromediterráneo; la diplomacia «desde abajo», contraria la verticalidad diplomática de la superpotencia hegemónica de turno; la reivindicación del «derecho a tener derechos» por parte de los sectores sociales excluidos. Y, en las medidas concretas, en la abolición de la deuda externa del Sur pobre frente al Norte rico; independencia de la Unión Europea respecto de la OTAN; y, sobre todo, un nuevo modelo de producción, transporte y consumo que cree un nuevo tipo de desarrollo frente a la filosofía del llamado crecimiento económico, mero derroche despilfarrador de recursos humanos, materiales, ecológicos y energéticos, y que acabe con las pautas de consumo compulsivo en las que se mueven las sociedades dirigidas por el discurso neoliberal, establece Pastor.

Contra-credo geopolítico

Se produce así una especie de contra-credo geopolítico, como lo denominó el estadounidense ex miembro del Consejo de Seguridad Nacional, Zibgniev Brzezinski. Tal contra-credo tuvo sus primeros chispazos anti-imperiales en el movimiento popular mexicano del Estado de Chiapas en 1994; en las huelgas del sector público en Francia al año siguiente; en el surgimiento de movimientos como Acción Global de los Pueblos, Vía Campesina, ATTAC y el de los indignados, con su expresión española en el 15-M de 2011; así como su convergencia en los distintos Foros Sociales Regionales y Mundiales en los que se gesta y desarrolla lo que algunos han llamado «la nueva superpotencia emergente». Entre sus metas se plantea truncar la llamada solidaridad trasatlántica, considerada «tapadera» de las políticas de gestión imperial compartida entre Estados Unidos y la Europa rica del Norte, así como la de impedir un posible repliegue hacia el Estado nacional-xenófobo, como algunas tendencias hacen ver en Holanda —avance de la extrema derecha chovinista— Dinamarca —victorias conservadoras—; Francia, con el lepenismo, Italia con la impronta de Berlusconi y Gran Bretaña, con el tradicional aislacionismo nacionalista antieuropeo cada día más potente, como ha demostrado el abandono de Europa por parte del Reino Unido, en el referéndum del 23 de Junio de 2016; los efectos de tal decisión cobrarán un amplio alcance. Entre sus causas figuran los permanentes recelos de Londres hacia el eje París-Berlín hegemónico en la unión Europea.

Concretamente en Europa, señalan los profesores Heriberto Cairo y Jaime Pastor, que evocan al marxista David Harvey, la nueva y necesaria geopolítica sale al paso contra el malestar social ante el neoliberalismo destructor de la cohesión social generada por el Estado del Bienestar pactado tras la Segunda Guerra Mundial, y contra el malestar democrático inducido por la concepción elitista dominante sobre la Unión Europea. De esta forma, la nueva geopolítica será una Geopolítica de la Resistencia que detenga la globalización neoliberal, acabe con la guerra global permanente resultado de aquella (concebida la guerra pues como «único poder ordenador del mundo»); que se plantee, asimismo, acabar con las causas que han precipitado la emergencia de grupos transnacionales integristas que se enfrentan asimétricamente contra Occidente; y que ponga fin al discurso binario de la superpotencia que, tras la crisis de las Torres, el 11 de septiembre de 2001, dividió al mundo entre terroristas y no terroristas, se lanzó a dos iniciativas militares contra Afganistán, sin importar el saldo —aún hoy desconocido en todo su alcance— de población civil eliminada, e Irak, en 2003, contraviniendo el Derecho Internacional y el mandato del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, mediante una fortificación sin precedentes del complejo militar-industrial-energético-mediático-cinematográfico.

En suma, la nueva Geopolítica de la paz se basa, según sus artifícies en la frase de Ernesto Che Guevara según la cual, «la solidaridad es la ternura de los pueblos» y en la certeza de que el mundo puede ser gobernado de una manera bien distinta de la que actualmente observamos y padecemos.

Bibliografía

Yves Lacoste. Dictionaire de Geopolitique. IEEE.

F. Quero. Introducción a la teoría de la Seguridad Nacional. Ediciones Ejército. 1998.

Jaime Pastor. Guerra global permanente. Catarata ediciones.

Heriberto Cairo y Jaime Pastor, eds. Geopolítica, guerras y resistencias. Trama editorial. 2006.

Jaume Vicens Vives. España, Geopolítica del Estado y del Imperio. Barcelona, 1940.

Edvard Said. Terror y terrorismo como conceptos totalitarios. 1988.

David Harvey: El nuevo imperialismo. Akal. 2005.

André-Louis Sanguin. Geografía Política. Oikos-PUF.

Gérad Chaliand. Atlas del Nuevo orden mundial. L’Express.