Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid

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BESOS ARRIESGADOS, N.º 46 - octubre 2010
Título original: The Texas CEO’s Secret
Publicada originalmente por Silhouette
® Books.
Publicada en español en 2010

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
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I.S.B.N.: 978-84-671-9213-1
Editor responsable: Luis Pugni


E-pub x Publidisa

Capítulo 1

ACÍA una noche espléndida. El cielo parecía una tela de raso oscura, bañada por la luz plateada de la luna. El silencio y la sensualidad que rezumaba el ambiente invitaban al amor.

Pero Katerina Whitcomb-Salgar no estaba con el hombre al que había profesado amor y con el que había estado prometida. No, habían roto definitivamente. Ahora él estaba con otra mujer, que probablemente se convertiría muy pronto en la señora de Tate McCord.

Ella, en cambio, regresaba en aquel momento a casa con el hermano mayor de Tate, preguntándose por qué él se había ofrecido a acompañarla y, sobre todo, por qué ella había aceptado su inesperada proposición.

Katie miró de reojo a Blake McCord, examinando disimuladamente el perfil de su rostro tenuemente iluminado por las farolas de las calles y las luces de los coches que pasaban. Los dos hermanos eran rubios y muy atractivos, pero la arrogancia de Blake y su seguridad en sí mismo se reflejaban claramente en la firmeza y rotundidad de las líneas de su rostro. Tate y él tenían caracteres muy distintos, casi opuestos. No debía haber ninguna razón para que le atrajera Blake.

Sin embargo, allí estaba, a solas con él, sintiendo una extraña mezcla de nerviosismo y excitación que le resultaba desconocida e inquietante a la vez.

—Estás muy callada —dijo él rompiendo el silencio reinante sin apartar los ojos de la carretera y sin mostrar la menor emoción.

—Lo siento, ha sido una noche muy larga, y estoy algo cansada.

Había pensado no asistir a la fiesta del Día del Trabajo en la mansión de los McCord poniendo cualquier excusa. Dado que sólo hacía unos días que Tate y ella habían roto su compromiso, se había imaginado que tendría que soportar las preguntas de todo el mundo. Pero rechazar la invitación habría sido un gesto poco valiente y desconsiderado, de modo que había preferido pasar el trago. Había ido sola con un sencillo vestido negro y una sonrisa muy educada. Aunque, a decir verdad, no había estado sola. Sorprendentemente, Blake había pasado la mayor parte del tiempo atendiéndola y desvelándose por ella. No se había apartado un minuto de su lado, interesándose por las causas de su ruptura con Tate y por cómo lo estaba llevando. Finalmente, se había ofrecido a acompañarla a su casa.

—No hace falta que te disculpes. No debe haberte resultado fácil ver a Tate con otra mujer.

—No, no es por eso —le dijo ella—, sino por haber tenido que dar explicaciones a todo el mundo.

—Te hizo daño…

—Ya te dije antes que no es eso.

Katie suspiró, viendo que él no acababa de entender verdaderamente sus sentimientos, aunque había tratado de explicárselos. No era fácil abrir su corazón a un hombre como Blake. A diferencia de Tate, a quien podía leer sus pensamientos fácilmente, nunca estaba segura de saber lo que Blake estaba pensando, qué emociones se ocultaban tras su imagen fría y distante. Aunque era un amigo de toda la vida, también era hermano de Tate, y eso hacía que aquella conversación resultara extraña e incómoda.

Repitió lo que ya le había dicho en la fiesta.

—Un matrimonio entre Tate y yo nunca habría funcionado. Afortunadamente, los dos nos dimos cuenta a tiempo. Siempre sentiré por él un gran aprecio y amistad. Pero no había ninguna... pasión entre nosotros.

—Fuisteis amantes.

Katie sintió un rubor en las mejillas, y agradeció a la oscuridad de la noche su manto protector.

—No, lo nuestro fue algo diferente. Ninguno de los dos sintió nunca el imperioso deseo o necesidad de estar junto al otro. Nunca hubo nada especial entre nosotros.

—Esas palabras me suenan como si vinieran de Tate —dijo Blake con aspereza.

—Parece como si quisieras echarle a él la culpa de todo. Pero créeme, fue una decisión mutua. Lo único que pasa es que ahora me siento un poco... perdida, supongo. Después de tanto tiempo, resulta difícil volver a empezar desde cero.

No esperaba que Blake lo entendiera. Desde que le conocía, todas las mujeres con las que había salido no habían sido más que meros accesorios para él. Guapas, bien vestidas, adecuadas para servirle de compañía en sus actos sociales y, ocasionalmente, como amantes. Muy distinto de Tate, con el que había mantenido una larga relación, propiciada desde la infancia por sus familias.

—Puede que haya sido una decisión mutua, pero en lo que a mí respecta, él no se ha portado bien contigo. Nunca te apreció en lo que vales. En todos los años que habéis pasado juntos, nunca he visto que se portase contigo como habría sido de desear. Tú te mereces algo más.

Le sorprendió la forma airada con que había hablado de su hermano. Hasta ese momento, nunca se había imaginado a Blake defendiéndola de esa forma. Y, sin embargo, tuvo la impresión de que no era la primera vez que expresaba esa opinión delante de alguien. Se sintió algo confusa. ¿Quién era aquel hombre? ¿Qué quería de ella?

La conversación decayó durante el resto del trayecto y luego, cuando se bajaron del coche y caminaron los pocos metros que les separaban de la entrada principal de la mansión de los Salgar, ambos continuaron en silencio. Ella estaba confusa y desconcertada, así que prefirió despedirse de él con un par de frases hechas, tratando de dar por zanjada una velada bastante incómoda para ella.

—Gracias por acompañarme a casa. Te agradezco que te hayas tomado la molestia.

—Es lo menos que podía hacer por ti —le dijo él, mirándola con una expresión misteriosa.

—Te lo agradezco de todas formas. Buenas noches, Blake.

Esperó a que él se despidiera con unas palabras parecidas, pero en lugar de ello, siguió mirándola unos segundos y luego le pasó muy suavemente las yemas de los dedos por la mejilla.

Su tacto, suave e inesperado, la dejó por un instante sin respiración.

—Blake...

Aquello era lo último que ella se habría podido imaginar. No acertaba a ver por qué lo había hecho. No entendía nada.

Se acercó un poco más, mirándola muy fijamente, hasta que sus cuerpos casi se rozaron. Luego, se inclinó y la besó muy suavemente en los labios. Apenas fue un ligero contacto, pero ella se estremeció. Percibió el agradable sabor del vino que él había tomado en la fiesta, mezclado con el aroma de su aftershave. Espontáneamente, ella le devolvió la caricia. Fue más excitante que un beso.

Después de unos segundos, Blake dejó de besarla y la miró, como tratando de descubrir lo que ella estaba pensando. Y lo que vio debió satisfacerle, porque puso una mano detrás de su nuca, enredando los dedos entre su pelo, y, atrayéndola de nuevo hacia sí, volvió a poner sus labios muy suavemente sobre los suyos.

De haber sido un beso apasionado y ardiente, le habría resultado fácil resistirse. Pero fue un beso tan ligero y sensual, con una ternura tan profunda, que se dejó llevar, fundiéndose en sus brazos, cediendo al arrebato del intenso deseo que sentía en esos momentos y que nunca antes había sentido con Tate.

Aquello no podía ser real. Se trataba de Blake. Ellos no podían... Y sin embargo, le estaba devolviendo el beso, con las manos sobre sus hombros, mientras él la estrechaba con la otra mano puesta en su espalda, amoldando su cuerpo al suyo. Por un instante, sintió que todo su mundo quedaba reducido a él.

Podría haberse abandonado a esa locura pasajera, haberse entregado apasionadamente a sus besos, pero Blake no le dio ocasión. De forma inesperada, se apartó ligeramente, y ella advirtió, por su mirada, que él también estaba sorprendido por lo que acababa de ocurrir.

Levantó una mano como si fuera a acariciarle de nuevo la mejilla, pero la dejó caer en seguida.

—Buenas noches, Katie —dijo en voz baja.

Y, dándose la vuelta, se marchó hacia el coche, dejando a Katie al pie de la escalera de su casa, viendo como se alejaba lentamente y tratando de vencer el impulso que sentía de llamarle para que volviera.

—¿Katie?

Vio entonces unos dedos largos y delgados agitándose delante de ella, haciéndole regresar al mundo real.

Tessa Lansing, su ayudante, estaba junto a ella, con un puñado de papeles en la mano, tratando a duras penas de contener una sonrisa.

—Tengo la información sobre las subvenciones que querías, aunque, en estos momentos, me parece que tienes algo más interesante en que pensar. ¿Quién es él? Supongo que debe ser alguien muy especial.

—Sólo estaba pensando —se apresuró a decir Katie sonrojándose.

—Ya, ya veo. Pero, ¿en quién?

De haber sido otra persona, aquella curiosidad por su vida privada la habría molestado. Pero a Tessa, después de ocho años trabajando estrechamente con ella, la consideraba una verdadera amiga. La ayudaba activamente en la administración de la fundación benéfica Salgar, y la conocía demasiado bien como para que se le pasase por alto cualquier cambio en su estado de ánimo.

—En nadie en particular —dijo Katie, tratando de quitarle importancia.

—Está bien —dijo Tessa, mirándola por encima de los cristales de sus gafas—. Pero nunca te vi con esa cara cuando estabas con Tate. Lo de ahora parece que va en serio.

—No, es que empiezo a estar harta de que todo el mundo piense que Tate me dejó por Tanya Kimbrough, o que yo lo dejé a él porque se portaba mal conmigo... Todas esas cosas.

—Ah, ya entiendo —dijo Tessa, bromeando—. Lo que quieres decir es que dejaste a Tate por ese hombre que te hace poner cara de boba.

—No, te equivocas. Déjame echar un vistazo a eso —dijo Katie, tomando los papeles que le ofrecía Tessa, para tratar de cambiar el tema de la conversación.

Pero, por más que lo intentó, no pudo apartar de ella el verdadero tema que ocupaba sus pensamientos: Blake McCord.

Pasó una semana, y Katie fue incapaz de olvidar el beso y el deseo que había despertado en ella.

En otras circunstancias, ella se habría mantenido alejada de él hasta que hubiera conseguido poner en orden sus sentimientos. Pero Blake y ella eran los encargados de la campaña anual para la recaudación de fondos a favor del Hospital Infantil de Dallas, y, en esa fase de los preparativos, no podía limitarse a hablar con él por teléfono o correo electrónico si querían hacer bien su trabajo en pro del hospital.

Miró el reloj. En pocas horas tendría lugar uno de los consejos de dirección de la fundación, y tendría que volver a verlo. No sabía qué esperar del encuentro. ¿Se comportaría él como si no hubiera pasado nada entre ellos?, o, lo que podía ser aún más desalentador, ¿alegaría que no había sido más que un mero impulso pasajero? ¿Reconocería que había algo más?

No estaba segura de cuál de esas posibilidades le producía más inquietud.

Blake McCord consultó la agenda de su Black-Berry donde tenía los compromisos y reuniones de trabajo de ese día, pero en realidad tenía la mente puesta en otra parte, abrumado por la visión pesimista que tenía en ese momento de todo.

Ya no quedaba tiempo material. A menos que saliese bien el arriesgado plan que había concebido para sacar a flote las joyerías McCord, toda la familia se vería en la ruina. Estaba decidido a salvar a toda costa la fortuna familiar. Pero no le gustaba la posibilidad de que su plan pudiera estallar-le en las manos, dejándole en una situación aún más comprometida.

—Esto se está convirtiendo en una costumbre muy fea por tu parte —le dijo su madre, Eleanor McCord, sentada a la cabecera de la mesa, con el ceño fruncido—. No sé por qué te molestas en venir a desayunar. Lo único que parece preocuparte son tus negocios.

—Lo siento —dijo Blake—. Tengo un montón de cosas que hacer en este momento.

Puso a un lado su BlackBerry para apurar su taza de café, mientras se preguntaba por qué se sentía tan molesto. Esa mañana, en particular, debería haber estado tranquilamente en su despacho en vez de estar desayunando a solas con su madre.

Ya tenía bastantes problemas como para tener que soportar los de la familia.

—Tú nunca has querido compartir tus responsabilidades con nadie —dijo Eleanor, mirándole fijamente—. No recuerdo una sola vez que lo hayas hecho.

—Tampoco recuerdo que nadie me lo haya pedido con demasiado interés. Además, mis responsabilidades son cosa mía.

—Tal vez, pero, aún así, me preocupa cómo te está afectando la situación por la que atraviesa el negocio familiar. No recuerdo haberte visto nunca tan irascible y distante como lo has estado en estas últimas semanas. Tengo la impresión de que el negocio marcha peor de lo que nos has estado contando. ¿O hay algo más?

—No tienes de qué preocuparte —mintió él, muy sereno. —No es sólo por los negocios —dijo Eleanor—. Estoy preocupada por ti. —¡Vaya! Será la primera vez —respondió él, lamentando de inmediato sus palabras.

En otras circunstancias, nunca habría exteriorizado sus sentimientos, pero la relación entre su madre y él se había deteriorado aún más desde que Eleanor había confesado su aventura, veintidós años atrás, con Rex Foley, el patriarca de la familia, fruto de cuya relación había nacido Charlie, su hermano menor. Más aún, el hecho de que el marido de su madre, Devon McCord, se hubiera muerto sin saber que Charlie no era realmente hijo suyo, había hecho que la noticia de su desliz hubiera resultado más difícil de encajar por todos. La traición de su madre, unida a los problemas del negocio de la familia, eran la causa de que Blake se sintiera tan desolado y de mal humor esas últimas semanas. Todo eso estaba deteriorando las relaciones con su propia familia, sobre todo con su madre, con la que nunca se había llevado demasiado bien.

Pese a todo, hizo un esfuerzo por recuperar la calma.

—Todo está bien, o lo estará pronto. Sólo necesito unas pocas semanas para enderezar la situación.

—No soy estúpida, Blake. Sé que hay problemas. Los derroches que hizo tu padre eran un secreto a voces. Todavía me cuesta entender cómo pudo malgastar tanto dinero en tan poco tiempo. Sé el perjuicio que ello causó al negocio, y ahora, con la situación actual del mercado, las joyerías McCord están sufriendo las consecuencias.

—Si hay problemas, yo me encargaré de ellos —afirmó Blake poniéndose de pie, sin hacer caso a los reproches que acababa de oír hacia su padre, pues él, mejor que nadie, sabía cuántos millones había derrochado Devon para mantener el lujoso estilo de vida al que había estado acostumbrado—. Como siempre he hecho.

—Blake…

—Me tengo que ir. Tengo muchas cosas que hacer y además tengo un consejo de dirección en el hospital esta mañana —dijo, refiriéndose a su reunión en el Hospital Infantil de Dallas.

—¿Estará allí también Katie? —preguntó Eleanor.

—Supongo que sí —respondió Blake, tratando de mostrar indiferencia al oír el nombre de la antigua prometida de su hermano—. Forma parte de la dirección.

—Estáis trabajando juntos para preparar la fiesta de Halloween, ¿verdad? —le preguntó Eleanor, haciendo una breve pausa al ver el gesto adusto de Blake—. Es una lástima que las cosas no hayan salido bien entre Tate y ella. Estaban hechos el uno para el otro. Aunque ahora Tate y Tanya parecen estar muy felices juntos, espero que hayan tomado la decisión correcta. Me pregunto cómo estará encajando Katie la ruptura, sobre todo después de ver lo poco que ha tardado Tate en buscarse una nueva compañía.

Blake se dio cuenta de que su madre albergaba ciertas reservas sobre el idilio de Tate con Tanya Kimbrough. Apenas habían pasado unas semanas desde que Tate había roto su compromiso con Katie y ya había declarado que Tanya, la hija del ama de llaves de los McCord, era el amor de su vida. Blake también tenía sus dudas, pero se las había guardado para sí para no alentar las falsas esperanzas que tenía su madre en la posible reconciliación de Katie y Tate.

—Katie parece estar llevándolo muy bien — dijo Blake, con cierta indiferencia.

De camino a su oficina, unos minutos más tarde, se lamentó de que su madre hubiera mencionado a Katie. Con todos los problemas que tenía en ese momento, lo último que necesitaba era que le despertasen la desazón que le producía estar pensando en todo momento en una mujer en la que nunca debería haberse fijado, la prometida de su hermano.

Desde hacía unos meses, y especialmente desde la noche de la fiesta del Día del Trabajo, había estado continuamente observándola, buscando una ocasión para hablar con ella, pensando en ella incluso antes de que se separara de Tate.

Aquella noche... El recuerdo aun tenía el poder de eclipsar el resto de sus pensamientos, a pesar de sus esfuerzos por desterrarlo y por decirse a sí mismo que no había sido más que un simple impulso pasajero, que la había acompañado a su casa sólo como un gesto de amistad para ayudarla a sobrellevar el mal rato que había pasado en la fiesta, donde había sido el centro de atención, teniendo que soportar las preguntas de la gente sobre las causas de la ruptura de su compromiso y sobre lo que sentía al ver a Tate enamorado de otra mujer. Podía engañarse a sí mismo sobre todas esas cosas, pero no sobre el beso. Cuando la tocó y la besó, y sus dedos se enredaron en su cabello oscuro y espeso, y sintió las deliciosas curvas de su cuerpo contra el suyo, supo en seguida que no debía haberlo hecho. Pero, ¡maldita fuera!, se había sentido tan a gusto...

Antes, cuando aún era la novia de Tate, no había estado accesible para él. Ahora, a pesar de que ya no estaba con su hermano, tampoco quería aprovecharse de la delicada situación por la que debía estar atravesando tras su ruptura sólo por satisfacer su propio deseo. Katie necesitaba a alguien que la quisiera, que estuviera dispuesto a comprometerse en una relación estable y de futuro. Pero él no era ese hombre. Ni para ella ni para ninguna otra mujer.

A pesar de eso, no se sentía capaz de controlar sus sentimientos cuando estaba cerca de ella, y le disgustaba. También le llevó a pensar que, esa tarde, durante el consejo de dirección, debía adoptar con Katie una actitud más profesional. Lo más probable era que ella hubiera decidido hacer lo mismo. Debían olvidar todo lo ocurrido aquella noche y dedicarse simplemente a trabajar juntos como buenos amigos para sacar adelante el proyecto benéfico que tenían entre manos.

Trató de convencerse de ello, pero cuando entró en la sala y vio que ella no estaba, algo en su interior le hizo darse cuenta de que se estaba engañando.

Olvidarla no le iba a resultar tan fácil como esperaba.

Capítulo 2

ÓNDE estaba Katie? Blake se estiró los inmaculados puños blancos de su camisa y por tercera vez en diez minutos miró su reloj. ¿Habría faltado al consejo de dirección sólo por no verle?

Después de todo, sólo había sido un beso.

Pero, si no había sido más que eso, ¿por qué seguía tan vivo dentro de sí el recuerdo de sus labios? ¿Por qué sus dedos se estremecían con la sensación de seguir enredados en su pelo? ¿Por qué sus sentidos añoraban la fragancia de su perfume?

—Siento haberles hecho esperar.

Blake regresó de sus pensamientos al escuchar la voz melodiosa de Katie entrando en la sala. Pasó frente a él, tras cruzar la larga mesa de la sala de reuniones. Se miraron muy fijamente durante un buen rato ante la mirada sorprendida del resto de los miembros de la mesa.

Finalmente, Katie se dirigió a los asistentes.

—Tuve un retraso de última hora —dijo, estirándose la falda de tubo negra antes de tomar asiento frente a Blake.

Él la observó detenidamente. Estaba perfecta, como siempre. Sus ojos negros y su pelo azabache contrastaban con el verde turquesa de su blusa de seda, y cuando hablaba, la sensualidad de los movimientos de su boca captaba la atención de todos los hombres de la sala. Una observación que despertó en él una mezcla de celos y orgullo, aunque comprendió que un simple roce en los labios no le daba derecho a tanto.

El presidente del consejo, sentado a la cabecera de la mesa, reclamó la atención de los asistentes y pasó a exponer el orden del día. Blake escuchó sus monótonas y consabidas fórmulas protocolarias sin prestar la menor atención. Tenía todos los sentidos puestos en la mujer que estaba sentada frente a él, demasiado lejos para tocarla, pero lo bastante cerca como para tratar de descubrir sus pensamientos.

—Blake, tú te encargarás de esos cuadros para la subasta, ¿verdad?... Blake... ¿Estás con nosotros?

—¡Blake! —le susurró Katie—. Evan te está hablando.

—Por supuesto —respondió Blake, sin dudarlo—. Ya te dije hace un mes que me encargaría de ello.

—Bien. Lo siento, pensé que no nos estabas escuchando —dijo Evan Rutherford.

Pero él, sin prestar atención a las palabras del presidente de la mesa, clavó la mirada en Katie.

—Tu familia y tú conocéis a los Kennington mejor que yo. Podrían ser más generosos en sus donaciones si vinieras conmigo a hablar con ellos.

Katie parpadeó varias veces, sorprendida por aquella proposición inesperada.

—Yo… Por supuesto. Estaré encantada de ir a verles contigo. Conozco muy bien su colección.

—Gracias.

La había puesto en un compromiso pero, tras alguna vacilación, había salido airosa con su elegancia habitual. Sin embargo, la mirada que le dirigía ahora venía a decirle que ya hablarían después del asunto, fuera de la sala.

—Muy bien —dijo Evan, con su característica deferencia—. Confío en que entre los dos os las arregléis para conseguir un buen lote de piezas para la subasta. Pasemos ahora a ocuparnos del resto de las donaciones.

Una vez más, Blake se desconectó de Evan. Sin moverse del sitio, con su BlackBerry, podía ponerse en contacto con todo el país y conseguir más objetos de valor para la subasta. No necesitaba que Rutherford le dijera cómo hacerlo.

Lo que necesitaba era estar un rato a solas con Katie. Maldita reunión. Estaba durando una eternidad. Ya habían hecho antes docenas de actos benéficos como ése. ¿Por qué estaban perdiendo el tiempo con detalles que él se sabía de memoria?

Tenía que volver en seguida a la oficina. Tenía muchos asuntos pendientes. Así que decidió tomar el control de la situación, y levantó la mano para pedir la palabra.

—Estamos ya casi acabando, ¿verdad? Es que tengo otra reunión. —Bueno… eh... —dijo Rutherford, carraspeando.

—Perfecto —dijo Blake, empujando la silla hacia atrás y dirigiéndose ahora a Katie—. ¿Puedo hablar un minuto contigo antes de irme?

—Por supuesto. ¿Me disculpan un momento, por favor? —dijo Katie, muy serena—. Sin duda, Blake tiene una agenda muy apretada, como de costumbre.

Tan pronto salieron los dos de la sala y él cerró la puerta tras de sí, ella se puso en jarras, con las manos sobre las curvas de sus caderas, y lo miró con el ceño fruncido.

—Si no fueras un McCord, Evan te habría sacado de la sala a puntapiés, lo sabes, ¿no? No le gusta que le interrumpan, y mucho menos que le quiten la autoridad.

—Evan puede irse al infierno.

—Ya veo que hoy no estás de buen humor.

—Ya me lo han dicho antes. ¿Hay alguna razón para que hayas estado todo este tiempo tratando de esconderte de mí?

Ella apartó la mirada, dejando caer las manos a lo largo de la falda.

—Yo no me he estado escondiendo de ti.

—Pues es curioso, porque no he oído una sola palabra tuya desde la fiesta del Día del Trabajo. Se supone que debemos trabajar juntos en esta campaña de recaudación de fondos.

—Eso no quiere decir que tengamos que estar continuamente en contacto.

—¿Estás enfadada por lo de la otra noche? —le preguntó Blake, sin rodeos—. ¿Estás enfadada porque te besé?

Los ojos de Katie se iluminaron, y sus labios esbozaron una sonrisa forzada.

—¿Qué? ¡Vamos, Blake! No soy una colegiala. Fue un simple beso de despedida. Nada más. Los dos lo sabemos.

—Estás mintiendo —dijo él, mirándola con los ojos entornados.

—No te hagas ilusiones.

—No me puedes engañar. Te conozco desde que ibas al colegio, ¿recuerdas?

Touché —dijo ella, respirando hondo, como dándose por vencida—. No, no estoy enfadada. Aquello ciertamente fue algo… no sé… agradable.

—¿Agradable? —repitió él, frunciendo el ceño al ver como ella asentía con la cabeza—. Nunca me habían dicho una cosa así.

—Bueno, lamento si no halaga tu ego, pero estoy segura de que sobrevivirá intacto sin mis lisonjas.

—¿Lo crees así? —dijo Blake, dando un paso hacia ella.

—Dudo que te importe mucho mi opinión — respondió ella, sin ninguna expresión en la voz, pero con la respiración jadeante y un ligero rubor.

—Sí me importa —le dijo él, acariciándole la mejilla con el reverso de la mano—. Me importa mucho.

Ella clavó sus ojos negros en los suyos, sintiendo una mezcla confusa de emociones dentro de sí.

Pero, entonces, sonó una alarma programada en la BlackBerry de Blake, rompiendo el encanto del momento. Blake maldijo entre dientes.

—Será mejor que te vayas o llegarás tarde a tu reunión —le dijo Katie. —Te llamaré más tarde para ultimar los detalles de nuestra reunión con los Kennington.

—No hay prisa —dijo ella, muy serena.

—Ten tu móvil conectado.

Fuera de sí y sintiéndose derrotado, se dio la vuelta, prometiéndose que en el siguiente asalto con la serena e imperturbable señorita Whitcomb-Salgar, la victoria sería suya.

Cuando la figura atlética de Blake desapareció por el fondo del pasillo, Katie suspiró aliviada, apoyándose contra la pared. ¿Habría conseguido ocultar sus sentimientos, sus recuerdos, y todo lo que aquel simple beso había despertado en ella? A juzgar por la reacción de él, parecía que sí. Pero, entonces, ¿por qué no se sentía feliz sabiendo que le había engañado, haciéndole creer que el beso de aquella noche no había significado nada para ella?

Miró su reloj. También ella tenía que regresar a su despacho, pero les había dicho a los demás miembros del consejo que volvería con ellos tras hablar con Blake. A regañadientes, deseando escapar de allí cuanto antes, volvió a entrar en la sala para enfrentarse a una docena de miradas curiosas.

El resto de la sesión la pasó dando vueltas a sus contradictorios sentimientos, sin atender a lo que allí se dijo.

Como si el día no hubiera sido ya bastante agotador, Blake se encontró, al llegar a casa y entrar en la biblioteca, a su hermano Tate dispuesto a criticar su conducta en la reunión de esa mañana.

—Tengo entendido que hoy te saliste del consejo de dirección, provocando las iras de todos, y muy en particular de Evan. De todos excepto de Katie, claro.

—Si nuestra empresa funcionase tan eficazmente como se difunden aquí los rumores, gozaríamos de una situación boyante en vez de estar, como ahora, con el agua al cuello —dijo Blake, sirviéndose un whisky con dos cubitos de hielo.

—¿No hemos tenido progresos?