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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid

© 2008 Stella Bagwell. Todos los derechos reservados.
CÍRCULO DE AMOR, N.º 1874 - diciembre 2010
Título original: The Christmas She Always Wanted
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Publicada en español en 2010

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
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I.S.B.N.: 978-84-671-9335-0
Editor responsable: Luis Pugni

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Círculo de amor

STELLA BAGWELL

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Capítulo 1

Estoy presentable para servir la cena a los invitados? —preguntó Angela Malone mientras levantaba los brazos y giraba frente a la cocinera del rancho Sandbur.

—No sé, no sé —repuso la cocinera mientras observaba a su joven ayudante—. Si te quitaras el delantal parecerías una princesa con ese vestido negro. Pero, como esta noche servimos parrillada, creo que lo mejor será que te lo dejes puesto.

Angela se dio cuenta de que tenía razón.

Había estado dos años trabajando como camarera en un restaurante de Goliad y sus comienzos habían sido algo accidentados. En muchas ocasiones, las salsas y los purés acababan en su ropa en vez de en el plato del cliente.

Pero las cosas habían cambiado mucho desde entonces y su situación mejoró cuando su amiga Nicci le consiguió ese trabajo en el rancho Sandbur. Desde entonces, se había convertido en la ayudante de la cocinera y trabajaba en la casa principal, donde vivían la matriarca del rancho, Geraldine Saddler, y su hijo, Lex.

Además de ayudar a la cocinera, Angela también servía las comidas, estaba a cargo de las mujeres de la limpieza, hacía las compras necesarias para las dos viviendas del rancho y se ocupaba de otros asuntos varios.

—Creo que tienes razón, no me quitaré el delantal —le dijo a la cocinera—. Pero la señorita Saddler quería que cuidara mucho los detalles esta noche, creo que tiene algún invitado especial.

La cocinera, una mujer de setenta y tantos años muy delgada y alta, se le acercó al ver que estaba a punto de tomar la bandeja con los aperitivos.

—No hay razón para ponerse nerviosa, querida. No es tu primer día de trabajo —le dijo mientras le ajustaba el prendedor que recogía su pelo castaño—. Estás preciosa —añadió dándole una cariñosa palmadita en la mejilla—. Venga, sal ahí y sirve esos aperitivos antes de que Geraldine tenga que entrar en la cocina para ver por qué nos estamos retrasando tanto.

Sonriente, tomó la bandeja con decisión.

Usó el hombro para abrir la puerta batiente de la cocina y recorrió deprisa el pasillo hasta el salón principal. El aroma de las gambas ahumadas que llevaba en la bandeja le recordó que no había comido nada en todo el día.

Con la cena de esa noche a la vista, no había tenido tiempo para nada. Había pasado el día ayudando a la cocinera en la elaboración de esos platos y asegurándose de que las criadas tuvieran las habitaciones de invitados bien limpias y con flores frescas en cada jarrón de la casa.

Empezó a oír voces y risas al acercarse al salón. Alguien había puesto un disco de Bob Wills y los Chicos de Texas y suspiró al escuchar el vals que estaban tocando en ese momento.

Siguió el ritmo en su cabeza. Soñaba con poder bailarlo en los brazos de algún hombre al que no le importara que fuera una madre soltera.

Pero no era el mejor momento para pensar en esas tonterías. Respiró profundamente y entró en el salón. Vio que estaba hasta arriba de gente.

Pasó con cuidado entre los invitados, quería dejar la bandeja en la larga mesa que habían colocado a un lado del salón. Estaba a punto de poner las gambas al lado de un plato de pimientos jalapeños cuando oyó la voz de Geraldine Saddler.

—Angie, ¿qué llevas en la bandeja? Si son las gambas, tráelas aquí, por favor. Hay sitio de sobra en la mesa de centro.

Se volvió para hacer lo que le había pedido su jefa y la dejó con cuidado donde le habían dicho.

—Tienes que probar las gambas, Jubal. Se te derretirán en la boca, ya verás —comentó Geraldine entonces.

Se quedó helada al oír ese nombre, pero sabía que no podía tratarse de él. Sería demasiada coincidencia que lo hubieran contratado para ser el nuevo veterinario de Sandbur, el homenajeado con esa cena.

El corazón comenzó a latirle con fuerza en el pecho y levantó lentamente la cabeza. Fue así como se encontró de repente con el rostro que llevaba cinco años tratando de olvidar.

Jubal...

No supo si habría llegado a pronunciar su nombre o si sólo se lo había imaginado. Palideció al instante y sintió que un sonido ensordecedor le golpeaba en los oídos.

Notó que él la había reconocido. Parecía tan perplejo como lo estaba ella. No esperó a que pudiera reaccionar. Se disculpó rápidamente y salió casi corriendo del salón.

Llegó a la cocina sin aliento. Sus temblorosas piernas apenas la sostenían en pie. No le quedó más remedio que dejarse caer en la primera silla que vio.

La cocinera, al verla así, dejó lo que estaba haciendo para acercarse a su lado.

—¡Angie! ¿Qué te ha pasado? Estás muy pálida, ¿vas a vomitar?

Respiró profundamente para tratar de calmarse y se pasó las manos por la cara. Estaba sudando.

—Estoy bien, cocinera. Es que... No he comido nada en todo el día, eso es todo.

La cocinera seguía mirándola con preocupación, no parecía creerse su excusa.

—Me parece extraño que te hayas dado cuenta tan de repente —le dijo con el ceño fruncido—. ¿Qué es lo que ha pasado en el salón?

Pensó entonces en Jubal, sentado en el sofá con la familia Sandbur y sus amigos.

—Nada.

—¿Se te ha caído la bandeja? ¿Te tropezaste con alguien?

Su elección de palabras le pareció de lo más apropiada. Pero lo cierto era que el tropezón lo había tenido cinco años antes, no esa noche.

—No... No ha pasado nada, cocinera. Es que estoy un poco mareada, sólo es eso.

Cerró los ojos e intentó calmarse. No sabía cómo iba a poder volver al salón y servir la cena de cinco platos que habían preparado. Le parecía imposible, no se veía capaz de hacerlo.

—Toma, come un poco mientras termino de preparar las ensaladas —le ordenó la cocinera—. Puede que así consigas recuperar el color.

Abrió los ojos y vio que la mujer le había puesto delante un plato con alubias negras y pan. Tenía un nudo en la garganta, dudaba que pudiera tragar nada en esas condiciones, pero tomó la cuchara y se obligó a comer un poco.

La comida consiguió tranquilizarla un poco. Se levantó y fue hasta donde estaba la cocinera. Tenía que ayudarla, sabía que tenía que seguir adelante, no podía permitir que sus emociones la paralizaran en un momento así.

—Deja que termine yo las ensaladas —le dijo a la cocinera—. Tú ocúpate del resto.

La mujer la miró, se notaba que seguía muy preocupada por ella.

—Estás aún muy pálida. Será mejor que avise a la señorita Nicci para que te eche un vistazo. Hasta la gente joven puede sufrir infartos, ¿lo sabías?

Le dolía el corazón, pero sabía que no se trataba de una dolencia cardiaca.

—No, no quiero que molestes esta noche a la señorita Nicci. Siempre la molestamos con urgencias médicas de todo tipo.

—Angie...

La interrumpió antes de que pudiera llevarle la contraria.

—No te preocupes por mí. No me pasa nada, no estoy enferma —le confesó entonces—. Es que he visto a alguien en la fiesta... Se trata de alguien a quien hacía años que no veía. De hecho, pensé que nunca iba a volver a encontrarme con él y ha sido una gran sorpresa. Eso es todo, de verdad.

La cocinera no le hizo preguntas personales y se lo agradeció en el alma.

—¿Quieres que le diga a Alida que sirva la mesa esta noche?

Era una de las criadas que más años llevaba trabajando para las familias Sandbur y Sánchez. Estaba en su casa en esos instantes, cuidando de su hija mientras Angela trabajaba. Decidió que no podía molestarla, prefería que se quedara con Melanie.

Levantó la cara y miró a la cocinera con decisión.

—No, no pasa nada. Lo haré yo.

Jubal Jamison trataba de concentrarse en la conversación, pero no lo conseguía. Ver a Angie de nuevo había conseguido conmocionarlo. Había creído que nunca volvería a ver su bello rostro, no después de que se fuera de Cuero cinco años antes. No entendía qué hacía en ese lugar. Parecía claro que trabajaba en el rancho, era la primera noticia que tenía al respecto.

Aunque era lógico que nadie lo hubiera avisado de ese hecho. Después de todo, nadie sabía que Angela había sido el amor de su vida.

«¿Qué vas a hacer ahora, chico? ¿Saldrás corriendo? ¿Vas a darle de nuevo la espalda?», pensó con amargura.

No, no pensaba hacer algo así. Después de que ella se fuera de Cuero, había creído que no volvería a verla nunca más y no pensaba dejar pasar la oportunidad que la vida acababa de presentarle.

Además, ya había aceptado ser el nuevo veterinario del rancho y estaban construyendo una clínica para animales. Al día siguiente, llegaría procedente de Dallas el nuevo y costoso equipamiento para la misma.

Oyó que alguien anunciaba que la cena estaba lista y se levantó del sillón como un zombi, siguiendo al resto de los invitados al comedor. Se encontró sentado poco después a la derecha de Geraldine Saddler, presidiendo la mesa.

Era una habitación larga, de techos bajos y cruzados por rústicas vigas de madera de ciprés. En una de las paredes había varios ventanales en arco por los que se veía el jardín. Habían adornado las palmeras mexicanas con pequeñas luces, un recordatorio de que las fiestas navideñas estaban ya a la vuelta de la esquina. La larga mesa estaba decorada con centros florales en tonos dorados y rojos, añadiendo más color aún a la cena.

Había crecido en una familia adinerada, pero las reuniones y fiestas que sus padres solían organizar eran modestas comparadas con esa elegante y elaborada cena. Aun así, tanto Geraldine como su familia eran personas sencillas y campechanas. Lamentó que sus padres no fueran más como ellos porque quizás entonces habrían entendido su relación con Angie. Pero tenía que reconocer que no podía echarles la culpa de su separación. Por desgracia, él mismo había sido el culpable y llevaba mucho tiempo pagando ese error.

Para cuando terminó de servir el café, Angela estaba fuera de sí. Su sorpresa inicial se había ido transformando en ira al ver que Jubal la había ignorado durante toda la cena. No había tenido siquiera la decencia de saludarla. No entendía por qué se comportaba así, como si la entrometida de su esposa hubiera estado sentada a su lado, vigilándolo. No esperaba nada más de él, sólo que la saludara con cortesía, creía que no era pedir demasiado. Pero Jubal no había sido lo bastante caballero para hacerlo.

—¡Maldito sea! —farfulló entre dientes mientras entraba en la cocina—. Están tomando el postre —anunció a la cocinera.

—Supongo que se quedarán charlando algo más, pero tú ya puedes irte a casa y volver con tu niña. Me encargaré de que las criadas lo recojan todo, no te preocupes.

Con el ceño fruncido, se sentó frente a la cocinera.

—No pienso dejarte sola con este lío. ¿Cómo es que estás tan sonriente? ¿No estás agotada?

—Claro que sí, pero me hace feliz dar de comer a Geraldine y a sus amigos. Creo que esos sofisticados cocineros que salen en la televisión no podrían haberlo hecho mejor.

—Estás orgullosa de tu trabajo —reflexionó ella en voz alta—. Me habría encantado...

Se detuvo antes de seguir hablando, pero la cocinera insistió, quería que le contara que era lo que deseaba.

—Me habría encantado que mi madre hubiera sido más como tú. Vivíamos en un pueblo bastante pequeño y ella trabajaba como cocinera en un restaurante. Siempre estaba quejándose, decía que el de cocinero era un trabajo de pobres, para los que no podían conseguir otro empleo. La verdad es que nada le hace feliz.

—Creo que tu madre no está bien de la cabeza. Yo no me siento menos que ésos de ahí por trabajar en la cocina —repuso la cocinera mientras hacía un gesto hacia el comedor.

—Yo tampoco —repuso Angela.

No sabía si su madre seguiría aún trabajando en el restaurante Mustang ni si ella y su padre seguirían viviendo en su granja cerca de Cuero. No los había vuelto a ver desde que la echaran de casa.

Se puso en pie suspirando y fue hasta la fila de armarios. Había mucho que ordenar. Ya le había afectado demasiado ver a Jubal esa noche, no podía permitirse el lujo de dejarse llevar también por las emociones que sentía cada vez que pensaba en sus padres. Aún le dolía que le hubieran dado la espalda cuando más los había necesitado.

En poco más de media hora, las dos mujeres terminaron de limpiar la cocina y se despidieron hasta el día siguiente.

Angela salió por la puerta de atrás con una caja llena de sobras de la cena. Había suficiente comida para que su hija y ella cenaran dos o tres días.

Fue hasta un lateral de la gran casa, donde había aparcado su coche. Estaba colocando la caja en el asiento de atrás cuando oyó pasos tras ella.

Miró por encima de su hombro y vio que se trataba de Jubal. Estaba solo e iba a su encuentro.

Muy a su pesar, el corazón comenzó a latirle con más fuerza. Cerró la puerta y se giró hacia él. Ese hombre le había hecho mucho daño, pero prefería no pensar en ello. Sabía que sólo debería sentir odio hacia él, nada más. Pero, por mucho que lo intentara, no conseguía despreciarlo. Después de todo, él le había dado sin saberlo el regalo más maravilloso que un hombre podía darle a una mujer, su hija.

—Hola, Angie —le dijo él.

Estaban casi a oscuras y apenas podía distinguir su rostro, pero no importaba. No había olvidado sus facciones. Ni el brillo dorado de sus ojos verdes ni su cabello rubio oscuro cayendo sobre la frente. Tenía una cara demasiado atractiva para olvidarla fácilmente.

Tragó saliva antes de contestar.

—Hola, Jubal.

Llevaba las manos metidas en los bolsillos de sus pantalones. Lo miró de arriba abajo. Seguía estando en forma, su cuerpo no había cambiado mucho durante esos cinco años. Aún tenía anchos hombros, cintura estrecha y unos muslos fuertes y musculosos. Estaba igual que cuando lo conoció, de rodillas en el suelo cuidando de una de las cabras de sus padres.

Se quedaron algún tiempo en silencio.

—Me he quedado esperando tras la cena con la esperanza de poder verte. No pude hablar contigo en el comedor —le dijo Jubal después.

Cada vez estaba más enfadada con él, apenas podía controlar su ira.

—Bueno, he servido nada menos que una cena de cinco platos, no me extraña que no tuvieras ocasión de levantar la vista para saludarme —le dijo ella con ironía.

Jubal suspiró y se pasó la mano por la cara. Parecía muy incómodo, era como si no supiera qué hacer con ella ni cómo hablarle. Pero no podía compadecerse de él. Después de todo, tenía la vida que había decidido tener y la verdad era que esperaba que no le fuera demasiado bien.

—Siento no haberte dicho nada antes —le dijo—. Pero verte de nuevo... La verdad es que ha sido una gran sorpresa. ¿Qué haces en el rancho? Nunca pensé que te encontraría en un sitio como éste.

Cada vez le costaba más trabajo controlar su enfado. Jubal no parecía comprender por qué había servido la cena de esa noche, como si fuera algo que alguien hiciera por diversión.

—Trabajo aquí. ¿Qué haces tú? ¿Pasar el tiempo con los ricos? —le preguntó antes de taparse dramáticamente la boca con la mano—. ¡No, espera, se me olvidaba! Tú eres uno de ellos.

Jubal frunció el ceño y se acercó un poco más a ella.

—Ya esperaba que me echaras algunas cosas en cara, Angie, pero no algo así.

La dureza de su voz le hizo recapacitar y sintió que le ardían los ojos. Tenía ganas de llorar. No era una mujer vengativa ni resentida, no entendía por qué se estaba comportando de esa manera con Jubal.

—Ya no soy una niña, Jubal, ahora soy una mujer. Y supongo que ahora veo todo de otra manera.

Con Jubal había sido una joven feliz, cariñosa y libre. Todo había sido positivo durante ese tiempo, no había lugar en su ser para la amargura, pero todo cambió cuando él decidió dar por terminada su relación e irse con otra mujer. Aquella traumática experiencia la había cambiado para siempre y le costaba confiar en la gente.

Jubal se sacó las manos de los bolsillos y se cruzó de brazos. Miró entonces su dedo anular. Ya se había dado cuenta durante la cena de que no llevaba ninguna alianza. Recordó de nuevo que tampoco había visto a Evette. Era una noche muy importante para Jubal y no podía entender que alguien con las aspiraciones sociales de Evette no aprovechara la ocasión para compartir la atención que habían reservado a su marido.

—No tenía ni idea de que estuvieras trabajando aquí —admitió Jubal—. Si lo hubiera sabido... De haberlo sabido habría venido a verte antes.

Habían pasado cinco largos años sin que supiera nada de él. Pero esa noche el destino lo había llevado de vuelta a su vida. Le costaba creer que él hubiera querido encontrarla.

Había sufrido mucho por su culpa y sus palabras le hicieron recordar ese dolor.

—¿De verdad? —le preguntó ella con incredulidad.

Jubal hizo una mueca. Imaginó que no le haría gracia saber que ella vivía y trabajaba en el rancho. Pero tampoco era plato de gusto para ella.

—No soy tan canalla como piensas, Angie —le dijo él.

No había malicia ni ira en su voz. Tampoco le extrañaba. Jubal no tenía motivos para odiarla. Después de todo, había conseguido lo que quería.

Cada vez le costaba más trabajo dominarse y no echarse a llorar.

—Llevo dos meses trabajando aquí —le explicó ella—. Ya había oído que iban a contratar a un veterinario. Hasta esta noche, no me imaginé que fueran a contratarte a ti. Pero, no te preocupes, Jubal, no voy a molestarte a ti ni a tu familia, no es mi intención tratar de revivir nada.

Vio que parecía muy incómodo.

—No era eso lo que me preocupaba —repuso Jubal bajando la vista.

No dijo nada más y decidió hacerle la pregunta que le rondaba en la cabeza. Después de todo, imaginó que no volverían a hablarse después de esa noche.

—¿Y dónde está Evette? ¿No ha querido venir esta noche?

Jubal levantó la vista. Vio algo en sus ojos que consiguió dejarla un instante sin respiración.

—Ya no estamos casados.

Capítulo 2

Angela se quedó sin aliento al oír que Jubal y Evette ya no estaban casados.

—Nos divorciamos un año después de la boda —le dijo él.

Su rostro no expresaba nada, era como si la conversación no fuera con él, como si estuvieran hablando del tiempo o de cualquier otro tema. Angela, en cambio, no parecía capaz de poner orden en el tumulto de emociones que estaba sintiendo. No podía creer lo que acababa de decirle.

Jubal se había divorciado poco después de que naciera Melanie. Se preguntó qué habría pasado entre los dos si ella hubiera decidido decirle que estaba embarazada. Nunca iba a llegar a saber si había tomado la decisión adecuada.

—Bueno, supongo que debería decirte que lo siento mucho, pero no es verdad, Jubal.

Él se encogió de hombros, como si no le importara ya nada su divorcio. Le entraron ganas de abofetearlo, no entendía cómo podía tomarse algo así tan a la ligera. Era como si no entendiera que ese matrimonio había destrozado por completo la vida de Angela.

—No pasa nada. Lo sientas o no, eso no va a cambiar lo que ocurrió —le dijo él.

No terminaba de creerse lo que estaba ocurriendo esa noche. Era como si estuviera soñándolo. Tenía delante de ella al padre de su hija, alguien que llevaba cinco años sin ver y con el que estaba charlando sobre su divorcio. Se sentía como si fueran los protagonistas de una telenovela, no le parecía real. Cada vez estaba más furiosa, pero trató de controlarse.

—Es verdad. Supongo que ya nada ni nadie puede cambiar lo que sucedió.

—Evette era un tipo de mujer que no se detenía hasta conseguir su propósito. Pero después, perdía el interés demasiado pronto.

No podía creer que Jubal hubiera sido sólo eso para la hija del alcalde. Sólo había sido un juego, una especie de reto...

—¿Y vuestro hijo? ¿Vive con Evette o contigo?

La pregunta consiguió por fin alterar el rostro de Jubal, que se llenó de dolor.

—Perdió el bebé antes de que naciera —murmuró él—. Había un problema con la placenta...

Se quedó sin aliento al oírlo. Era una noticia horrible. No sólo para Evette y Jubal, también para ella. Había renunciado a ese hombre para que pudiera casarse con la mujer que había dejado embarazada, pero ese bebé no había llegado a nacer.

Había creído que su corazón ya no podía romperse más, pero se dio cuenta en ese instante de que no era así, que aún podía sufrir mucho.

—No sé qué decirte, Jubal —murmuró ella—. Supongo que lo siento por ti. Y también por mí, por los dos... Es imposible expresar lo que siento ahora mismo...

Sacudió la cabeza y se dio la vuelta.

—Será mejor que me vaya —susurró mientras hacía ademán de abrir la puerta de su coche.

Jubal no podía dejar que se fuera. Llevaba cinco años pensando en ella durante el día y soñando con ella por las noches. Había intentado olvidarla y había tratado de convencerse de que lo mejor que podía hacer por ella era dejar que siguiera adelante con su vida, pero nunca había dejado de preguntarse dónde estaría, cómo le iría y si las cosas podrían haber pasado de otra forma...

Recordó lo que había sentido esa noche al verla en el salón. Su corazón había dado un triple salto mortal en su pecho. Estaba deseando tocarla, asegurarse de que era real y no uno de sus sueños.

—¡Espera, Angie! No hemos... ¿Podemos hablar un poco más?

—¿Sobre qué?

La observó con detenimiento. Los años la habían hecho más bella aún. Su cara con forma de corazón se había estilizado un poco más y sus rasgos estaban más pronunciados. Su piel aún parecía de marfil, pero le daba la impresión de ser aún más tersa y suave de lo que recordaba. Sus ojos castaños también parecían más brillantes y sus labios más llenos y sensuales.

Imaginó que el tiempo había ido borrando de su memoria todos esos detalles. Lo único que no había desaparecido en ese tiempo era su arrepentimiento. Ese sentimiento lo había acompañado como un pesado yugo atado a su corazón durante cinco largos años. Tampoco había desaparecido la pasión que había sentido por ella.

En cuanto a Angie, sabía que había llegado a amarlo profundamente y no sabía si esos sentimientos habrían desaparecido para siempre.

—¿Dónde has estado viviendo todo este tiempo? —le preguntó él entonces.

Poco después de que terminara su relación, oyó que Angela se había ido del pueblo y había imaginado entonces que se habría mudado lejos de allí. Era un sentimiento agridulce saber que había estado tan cerca de él, y al mismo tiempo tan lejos.

Angela lo miró sin darse la vuelta, por encima del hombro. Sabía que no quería hablar con él. Le dolía ver que el amor que había llegado a sentir hubiera desaparecido para siempre, sólo parecía sentir odio y rencor hacia él.

—He estado viviendo en Goliad durante los últimos cinco años.

No podía creerlo. Había estado viviendo a media hora de su casa. Le parecía increíble que no se hubieran encontrado por casualidad hasta ese momento.

Se preguntó si, de haber sabido que Angie estaba tan cerca, habría tratado de encontrarla. Prefería pensar que no lo habría hecho. Había tomado la decisión de casarse con Evette y después trató de que ese matrimonio funcionara. Había sido sumamente difícil dejar a Angela. Creía que, si la hubiera visto durante el duro año de matrimonio con Evette, no habría tenido el valor de dejarla marchar una segunda vez. Y, después de que terminara su relación con Evette, se había sentido un fracasado durante mucho tiempo y había llegado a convencerse de que Angie estaba mucho mejor sin él en su vida.

—Bueno, supongo que habrás tenido tiempo de conocer a mucha gente en el rancho —le dijo él entonces.

—Sí, a unos cuantos. Los Saddler y los Sánchez son muy buena gente.

A pesar de su ropa de trabajo y de su rostro cansado, Angie estaba preciosa. Sin poder evitarlo, y sin pensar en lo que hacía, se acercó más a ella. No podía creer que tuviera por fin frente a él a la mujer que había conseguido cambiar su vida para siempre.

—Te lo he preguntado porque quería saber si estabas casada... —confesó él.

Vio algo en los ojos de Angie muy parecido a la ira. No le habría extrañado nada que se abalanzara en ese instante sobre él con las uñas afiladas, dispuesto a arañarle la cara.

Pero no hizo nada parecido.

—No —replicó Angie con frialdad—. Aunque no es asunto tuyo, sigo soltera. Pero tengo que volver a casa, de verdad. He de irme.

Angie abrió la puerta del coche y él la detuvo agarrándole el brazo. En cuanto la tocó, ella dio un brinco como si acabara de producirle una descarga eléctrica.

Él, en cambio, no se había sentido tan conmovido ni afectado en toda su vida. Era increíble saber que seguía soltera.

Sabía que no era una noticia que debería afectarle, pero no pudo evitarlo. Su corazón se llenó de esperanza.

—Angie... —susurró él—. Siento mucho lo de esta noche. Y siento mucho haberte causado tanto dolor entonces, cuando te dejé y me casé con Evette.

Angie cerró los ojos, como si le repugnara tener que verlo. Él, en cambio, estaba deseando abrazarla.

—No quiero oírlo, Jubal. Tus disculpas llegan demasiado tarde y son insuficientes.

Tenía el corazón en un puño. Angie siempre había confiado en él y lo había amado. Recordaba cuánto lo admiraba y respetaba. Soñaba con atrasar el calendario y recuperar a aquella Angie. Se preguntó si sería posible conseguirlo o si sería un sueño inalcanzable.

Decidió que lo mejor que podía hacer era respetarla y actuar con diplomacia.

—Bueno, Angie, ya que vamos a trabajar los dos en el rancho, ¿no crees que deberíamos intentar ser educados y tener una relación mínimamente civilizada? —le preguntó.

Angela abrió los ojos y lo miró con frialdad.

—El Sandbur es un rancho enorme. No creo que nos veamos con tanta frecuencia como crees.

Entendió perfectamente lo que quería decirle. Angie no deseaba tener que verlo por allí. No le extrañó que reaccionara así, le había hecho mucho daño y no merecía un tratamiento mejor que aquél, pero deseaba poder hablar con ella. Tanto como la deseaba a ella.