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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2012 Patricia Wright. Todos los derechos reservados.

MÁS QUE TRABAJO, N.º 2509 - mayo 2013

Título original: Single Dad’s Holiday Wedding

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2013

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-3074-5

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

 

NO ESTABA segura de si había sido buena idea acudir.

Lorelei Hutchinson condujo por First Street hasta el centro de la pequeña localidad de Destiny, Colorado. Llegó hasta su histórica plaza y aparcó el coche de alquiler junto a una enorme fuente de tres pisos rodeada de bancos para los visitantes. Un sendero comunicaba con el parque donde jugaban los niños.

Tras salir del vehículo se ajustó el abrigo de lana para protegerse del frío otoñal y se acercó a contemplar la cascada que descendía de la estructura de mármol. Después de casi veinte años, muchos de sus recuerdos se habían desvanecido, pero otros se mantenían tan vívidos como si fuesen del día anterior.

Recordaba unas Navidades en que el agua de la fuente se veía roja, había un árbol gigante con luces y adornos multicolores y todo el mundo cantaba villancicos. Por entonces, tenía una familia.

Una oleada de emociones la invadió al verse en aquel mismo lugar asida de la mano de su padre mientras este la llevaba a los columpios del parque, porque fue una de las raras ocasiones en que pasó un tiempo con él. Siempre había estado demasiado ocupado en la construcción de su emporio. Demasiado ocupado para su esposa y su hija. Eran muchas las veces que había deseado un poco de atención y amor por su parte, pero nunca los había obtenido.

Y ya era demasiado tarde. Lyle Hutchinson se había ido.

Se giró hacia la zona comercial y sonrió. El viento levantó las hojas secas mientras cruzaba la calle y pasaba por delante de la ferretería Clark y la farmacia Save More hasta el lugar donde su madre la llevaba a comprar caramelos y helados cuando era niña. Un bonito recuerdo. Ojalá pudiese valerse de unos cuantos en ese momento.

Había un nuevo establecimiento en la manzana, una tienda de novias llamada Rocky Mountain. Continuó avanzando y pasó por delante de un anticuario hasta llegar a una oficina en cuyo escaparate se leía Paige Keenan Larkin, Abogada.

Al empujar la puerta que daba acceso a la zona de recepción, sonó una campanilla. La luz que se filtraba por el escaparate iluminaba los techos altos y los suelos de madera que, aunque olían a cera y a viejo, proporcionaban un ambiente acogedor.

Escuchó el sonido de unos tacones y enseguida apareció una mujer menuda. Tenía una melena castaña oscura que le llegaba hasta los hombros. La blusa blanca y ajustada bajo el suéter negro le otorgaba un aspecto serio y profesional.

Esbozó una amplia sonrisa.

–¿Lorelei Hutchinson? Me llamo Paige Larkin. Bienvenida a casa.

 

 

Tras las cortesías de rigor, condujo a Lori a una pequeña sala de conferencias en la que un hombre de mediana edad examinaba una carpeta sentado a la mesa. Se trataba sin duda del abogado de su padre.

Al verla, se levantó.

–Lorelei Hutchinson, me llamo Dennis Bradley.

Ella le estrechó la mano que le tendía.

–Señor Bradley.

El abogado la había llamado la semana anterior para comunicarle que su padre había fallecido de forma repentina y que la mencionaba en el testamento, dos cosas que le habían sorprendido enormemente. Había dejado de tener contacto con su padre cuando tenía siete años.

Lo único que deseaba era poder firmar los papeles del testamento y marcharse al día siguiente.

–Antes que nada, Lorelei, quería darle el pésame por la muerte de su padre. Lyle no solo era mi socio, sino también mi amigo –miró a Paige y luego volvió a mirarla a ella–. Concerté esta cita sabiendo su renuencia. Su padre dispuso que la lectura formal de su testamento se hiciese mañana en Hutchinson House.

Genial. Esos no eran sus planes.

–Señor Bradley, como sabe, no he visto a mi padre en años y no entiendo bien por qué ha insistido en que viniese –él le había enviado el billete de avión y alquilado el coche–. Si Lyle Hutchinson me dejó alguna cosa, ¿por qué no me la ha enviado?

–Como le dije por teléfono, señorita Hutchinson, usted es la única heredera de Lyle. Y eso es todo lo que puedo permitirme decirle hasta la lectura del testamento. Por favor, quédese hasta entonces. Créame, será un gran beneficio no solo para usted, sino también para la ciudad.

Antes de que ella pudiese reaccionar, la puerta se abrió y un hombre entró en la habitación.

–Así que la hija pródiga volvió finalmente a la ciudad.

Era un hombre alto, de aspecto rudo y pelo abundante. Llevaba unos pantalones gris marengo y una camisa sin corbata. Sus ojos azules, de párpados caídos y enmarcados por largas pestañas negras, no se apartaban de ella.

Paige se levantó.

–Jace, no deberías estar aquí, es una reunión privada entre mi cliente y yo.

–Solo quería asegurarme de que no salía corriendo con el dinero. Lyle tenía deudas pendientes.

Lori no sabía bien cómo tomarse aquel… ataque de Jace. Pero conociendo los hábiles manejos para los negocios que tenía su padre, no le sorprendió el enfado.

–Me llamo Lorelei Hutchinson, señor….

–Yeager. Jace Yeager. Su padre y yo éramos socios en un proyecto de construcción hasta que me di cuenta de que Lyle me había dejado en la estacada.

–Jace –le advirtió Bradley–. La obra se detuvo por la muerte de Lyle.

–Eso no habría ocurrido si Lyle hubiese puesto su parte del dinero en la cuenta. Siento si le molesta mi impaciencia –dijo mirando a Lori–, pero llevo casi tres semanas esperando y mis hombres también.

–Ten un poco más de paciencia –le dijo Bradley–. Mañana se arreglará todo.

–No lo entiendes. Si cierro la obra indefinidamente me arruinaré –luego posó sus ojos airados en Lori, que se sintió extrañamente alterada–. Parece ser que mañana tendrá acceso al dinero. Quiero que sepa que una parte me corresponde a mí.

Lori ahogó un grito.

–Mire, señor Yeager, desconozco sus tratos con Lyle, pero le pediré a Paige que lo estudie.

Jace Yeager tuvo que luchar para contenerse. De acuerdo, no lo estaba haciendo bien. Cuando supo que Lorelei Hutchinson iba a ir a la ciudad, no pensó en nada más. ¿Acaso iba a entrar allí, agarrar el dinero de su padre y largarse sin más? No cuando su empresa estaba a punto de irse a pique junto con su futuro y el de Cassie. Tenía que terminar la obra sin más demora.

Jace examinó a la hija de Lyle. La rubia de ojos marrones le devolvió la mirada. Tenía la nariz cubierta de pecas y apenas llevaba maquillaje.

Muy bien, no era como él esperaba, pero ya se había equivocado con respecto a las mujeres en otra ocasión. Y lo último que quería hacer era trabajar para ella. Después de la experiencia con su exmujer, no pensaba dejar que ninguna otra llevara el mando.

Miró a Bradley.

–¿Qué dice el testamento de Lyle?

–No lo sabremos hasta mañana.

Lori detectó la frustración de Jace Yeager y se sintió obligada a decir:

–Puede que para entonces tengamos noticias sobre el proyecto.

–Yo las pienso tener, eso no lo dude. Puede que no cuente con el dinero de su padre, pero lucharé por conservar lo que es mío.

Jace Yeager se giró y salió apresuradamente justo cuando una mujer pelirroja entraba en la habitación.

–Ay, Dios –dijo–. Esperaba poder llegar a tiempo –sus ojos verdes se iluminaron al ver a Lori–. Hola, me llamo Morgan Keenan Hilliard.

–Lori Hutchinson –dijo Lori, acercándose a estrechar la mano de Morgan.

–Encantada de conocerte. Como alcaldesa, quería estar presente para darte la bienvenida a la ciudad y frenar a Jace. Una tarea difícil.

Dado que Paige y Bradley estaban ocupados con los papeles, salieron al vestíbulo.

–No sé si te acuerdas de mí.

–Recuerdo muchas cosas de Destiny, entre ellas a ti y a tus hermanas. Erais un poco mayores que yo en el colegio, pero todo el mundo conocía a las Keenan.

–Y por supuesto, siendo hija de Lyle, todo el mundo te conocía también a ti. Espero que guardes buenos recuerdos de tu ciudad.

Aparte del momento en que el matrimonio de sus padres se vino a pique junto a su niñez.

–Muchos, sobre todo del árbol de Navidad de la plaza. ¿Lo seguís decorando?

–Sí, cada año es más grande y mejor –hizo una pausa–. Nuestra madre nos dijo que habías reservado habitación en el hostal para esta noche.

–No me apetecía quedarme en la casa.

–No hace falta que des explicaciones. Lo único que quiero es que tu visita sea lo más agradable posible. Mira, sé que Jace no te ha causado buena impresión, pero está teniendo problemas con el complejo Mountain Heritage.

–Por lo que veo mi padre también estaba implicado.

–Dejemos el tema para otra ocasión. Tienes que descansar. Pero te advierto que mamá te invitará a cenar… con la familia.

A Lori no le apetecía nada. Quería una habitación, una cama y llamar a su hermana.

Morgan debió notarlo.

–Solo hablaremos de familia, nada de negocios ni interrogatorios.

Lori se relajó.

–Tienes razón. Es justo lo que necesito esta noche.

 

 

Esa noche, mientras Jace se dirigía en coche al hostal de los Keenan, llegó a la conclusión de que lo había echado todo a perder y golpeó el volante con el puño, enfadado.

–Papá, no me estás escuchando.

Jace miró por el retrovisor hacia el asiento trasero.

–¿Qué dices, cariño?

–¿Estoy bien?

Giró la cabeza. Su hija, Cassandra Marie Yeager, era una niña muy guapa. Llevaba unos vaqueros estrechos y un jersey rosa. El pelo largo y rubio se curvaba alrededor de su cara en diminutas trencitas.

–Estás bien. Como siempre.

–Vamos a casa de la abuela de Ellie, y Ellie Larkin es mi mejor amiga.

–Creo que le gustará tu aspecto.

Aquello la hizo sonreír y a él se le hizo un nudo en la garganta. Lo único que había deseado siempre era verla feliz.

Cuando se mudaron a la ciudad hacía seis meses, las cosas no fueron fáciles para ella. Jace solo tenía una custodia temporal y se suponía que iba a durar el tiempo que tardara su exmujer en volver a casarse con un inglés. Pero Jace tenía otros planes: quería que Cassie viviese allí con él de forma permanente. Optimista ante aquella perspectiva, había comprado una casa abandonada con un terreno para criar caballos. Aunque necesitaba muchas reformas, parecía la casa perfecta para ambos. Con un par de caballos había logrado que su hija de siete años se ajustara un poco más rápido a su nueva vida.

Una vida alejada de una madre que pensaba llevarse a Cassie a Europa. Le aterraba que su hija acabase en un internado y solo la pudiese ver durante las vacaciones.

No, no pensaba permitirlo. Él mismo había crecido en acogida y siempre había deseado tener un hogar y una familia. Las cosas no habían funcionado con Shelly, su exmujer, y el error le había costado caro. Pero a Jace no le importaba el dinero siempre y cuando pudiese estar con su hija. Solo esperaba que no acabasen los dos tirados en la calle.

Entonces pensó en Lorelei Hutchinson. ¿Por qué le había hecho enfadar tanto? Sí sabía el porqué. Ella no tenía nada que ver con los negocios de Lyle, pero al día siguiente iba a heredar un montón de dinero y él podría hundirse al mismo tiempo. Podría costarle todo lo que le importaba. Su hija. No, no iba a permitirlo.

Aparcó ante una casa victoriana pintada de gris con molduras y postigos blancos. El hotel Keenan era un lugar histórico, un bed-and-breakfast que albergaba además el hogar de Tim y Claire Keenan. Jace conocía la historia de que les habían dejado a tres niñas pequeñas para que las criasen como si fueran suyas: Morgan, Paige y Leah. Tras acabar sus estudios en la universidad, habían vuelto a Destiny para casarse y formar sus respectivas familias.

En ese momento había alguien más en el hotel: Lorelei Hutchinson. Tenía que convencerla de que la obra debía avanzar. No solo por él, sino también por Destiny.

En ese momento, Tim Keenan apareció en la puerta seguido de algunas de sus nietas: Corey, Ellie y Kate.

Cassie agarró la mochila y salió del coche antes de que él pudiera decir una palabra.

Tim Keenan lo saludó desde el porche.

–Hola, Jace.

–Hola, Tim –dijo mientras se acercaba–. Gracias por invitar a Cassie a dormir. Creo que está harta de la compañía de su padre.

–Tienes muchas cosas en la cabeza.

Tim tenía sesenta y pocos años, pero parecía mucho más joven. Su esposa también era atractiva y una de las mejores cocineras de la ciudad.

–¿Por qué no te quedas a cenar?

–No creo que sea buena idea. Creo que no le he causado buena impresión a la señorita Hutchinson.

–Ten fe, hijo, y muéstrate amable. Dale a Paige la oportunidad de resolver esto.

Atravesaron la puerta que llevaba al vestíbulo.

–Esta casa siempre consigue impresionarme –dijo.

–Gracias. Ha sido un trabajo de años, pero ha merecido la pena. El hotel me ha permitido pasar más tiempo con Claire y mis niñas.

Atravesaron el comedor del hostal y entraron en una enorme cocina. Había un grupo de mujeres alrededor de una gran mesa redonda. Las reconoció a todas. A Morgan porque estaba casada con su amigo Justin Hilliard, otro empresario de la ciudad. A Paige la había conocido fugazmente con anterioridad. La pequeña rubia era Leah Keenan Rawlins. Vivía fuera de la ciudad con su marido, el ranchero Holt.

Y Lorelei.

Esa noche parecía distinta, más accesible. Llevaba vaqueros, un jersey azul y zapatillas de deporte. Se había recogido el pelo en una coleta que le rozó los hombros al girar la cabeza. Parecía tener unos dieciocho años, lo que implicaba que fuese cual fuera el sentimiento que le invadía por ella resultaba totalmente inapropiado.

Posó sus ojos marrones en él y su sonrisa se desvaneció.

–¿Señor Yeager?

Él se acercó al grupo.

–Llámame Jace.

–A mí puedes llamarme Lori –le dijo.

Jace no quería que le gustara. No podía permitírselo teniendo en juego su futuro.

–De acuerdo.

–Jace –Claire Keenan se acercó a ellos–. Me alegro de que te quedes a cenar. Nos vemos tan poco…

–Y a mí me alegra que Ellie y Cassie sean amigas. Tu nieta ha ayudado mucho a Cassie a adaptarse a la vida aquí.

–Todos queremos que os adaptéis y seáis felices.

Jace pensó que eso dependía de muchas cosas.

–Pues lo habéis conseguido.

La mujer se giró hacia Lori.

–Ojalá pudiese convencerte de que te quedaras más tiempo. Un día no es nada.

Claire miró a Jace.

–Lori es profesora de primaria en Colorado Springs.

Lori no quiso corregir a Claire Keenan. La habían despedido hacía un mes, así que no le había importado que su querido padre hubiese decidido dejarle algo. Le iba a resultar de gran ayuda.

Pero no, no podía quedarse. Solo el tiempo suficiente como para cerrar los asuntos pendientes de Lyle. Y esperaba que todo acabase al día siguiente.

Claire se excusó. Tim les ofreció un vaso de vino y también se marchó, dejándolos solos.

Lori le dio un sorbo al vino e intentó mirar a aquel hombre de espalda ancha y cintura estrecha sin que se notara demasiado. Sin gota de grasa. Sin duda su trabajo ejercía esfuerzo físico.

–¿Cuánto tiempo lleva viviendo en Destiny, señor… Jace?

–Unos seis meses, y espero que ya para siempre.

–Estoy segura de que todo se solucionará mañana.

–Me alegra que haya alguien optimista al respecto.

Lori suspiró.

–¿Podemos dejar el tema por esta noche? He tenido un día muy largo.

–Si prefieres que me vaya, lo haré. Mi idea era únicamente la de venir a dejar aquí a mi hija.

–Con tal de que no intentes atosigarme con preguntas sobre algo que desconozco… Lo único que conseguirás es que nos frustremos los dos.

–De eso creo que ya he tenido suficiente –dijo él, alzando la copa.