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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2013 Victoria Pade

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Enemigos del pasado, n.º 2020 - junio 2014

Título original: A Baby in the Bargain

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-4300-4

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

 

Dos horas y veintitrés minutos. Eso era lo que llevaba January Camden esperando en su coche aquel lunes por la tarde: desde las cuatro en punto a las seis y veintitrés. Y había decidido que, para ella, hacer vigilancia no tenía ningún atractivo.

Y, sin embargo, se veía reducida a vigilar la puerta del lugar de trabajo de Gideon Thatcher.

Cerró su libro, lo guardó en el bolso y encendió la calefacción del coche. Estaban a finales de enero, el mes en el que ella había nacido, pero aunque el tiempo en Denver había sido bastante benigno aquel invierno, cuando oscurecía hacía mucho frío.

Con un suspiro, se preguntó cuánto tiempo trabajaba aquel hombre.

Sabía que Gideon Thatcher estaba en la oficina porque había llamado a la recepcionista, dándole un nombre falso, al empezar su vigilancia. La mujer le había dicho que, normalmente, él estaba allí hasta las cinco.

Jani había llegado al centro de Denver a las cuatro en punto. Había rodeado el edificio, una mansión centenaria de ladrillo rojo reconvertida en oficinas, para asegurarse de que no tenía puerta trasera. Después, había aparcado en la calle, frente a la entrada.

Entonces, había vuelto a llamar a la recepcionista de Thatcher Group y, de nuevo, le había preguntado si Gideon Thatcher se encontraba en las oficinas. «Está, pero no puede atender llamadas», había sido la respuesta. Así que ella se había quedado esperando delante del edificio. Había visto fotografías del hombre en cuestión en su página web y en un reciente artículo del periódico, así que estaba segura de que no había salido del estudio de arquitectura sin que ella lo reconociera.

Gideon Thatcher era el propietario de Thatcher Group, una compañía privada que ofrecía servicios de planificación urbana. Aquel artículo había captado inmediatamente la atención de la abuela de Jani, Georgianna Camden, una mujer de setenta y cinco años, que inmediatamente había reclutado a Jani para su proyecto de resarcir a las víctimas del pasado empresarial de la familia.

Los Camden eran los dueños de Camden Incorporated, que englobaba una cadena internacional de supermercados y de muchas de las fábricas, los almacenes, las instalaciones de producción, ranchos y granjas que surtían de género a las tiendas. Un imperio que había construido el bisabuelo de Jani, H. J. Camden.

Un hombre afectuoso que se ocupaba de su familia, a quien ella había querido.

Por desgracia, en lo referente a los negocios, H. J. Camden había sido un hombre muy distinto a como era en su casa. Siempre había corrido el rumor de que era implacable, de que había sacrificado a mucha gente para construir su imperio y, también, de que había instigado aquella crueldad en su hijo, Hank, e incluso en sus nietos, el difunto padre de Jani, Howard, y en su tío Mitchum.

La familia siempre había esperado que los rumores no fueran ciertos, pero desde que habían encontrado los diarios de H. J., todos sus temores se habían visto confirmados.

Georgianna había reclutado a los diez descendientes de H.J. y los había enviado a investigar cómo podían compensar a las víctimas y a sus familias.

Sin embargo, Gideon Thatcher no se lo estaba poniendo fácil a Jani. Se había negado a reunirse con ella, y no había contestado a sus cartas ni a sus correos electrónicos. Por eso se había visto obligada a acecharlo.

Se irguió en el asiento y se puso el abrigo azul marino, que se abotonó sobre el jersey blanco y los pantalones, también azules. Después, por aburrimiento, se retocó el brillo labial mirándose al espejo retrovisor. Entonces, miró el reflejo de sus propios ojos. Eran azules, unos ojos azules que compartía con el resto de sus diez primos, y que en el pueblo eran conocidos como «los ojos azules de los Camden».

Tenía los pómulos marcados y ligeramente maquillados con un colorete rosa, y la nariz un poco puntiaguda. Sacó el cepillo del pelo y se cepilló la melena espesa y ondulada de color azabache. Después, volvió a guardárselo en el bolso.

Para tratar con Gideon Thatcher necesitaba sentirse lo más segura posible; le causaba inquietud el hecho de conocer a alguien que estaba tan negativamente predispuesto hacia los Camden. Y el hecho de forzar aquella reunión no ayudaba.

Respiró profundamente y se resignó a esperar hasta las siete. Si Gideon Thatcher no aparecía para entonces, entraría directamente en las oficinas.

Sin embargo, en aquel preciso instante, la puerta de caoba de la entrada se abrió, y apareció el hombre en carne y hueso.

Jani lo reconoció por las fotografías que había visto, pero, al instante, se dio cuenta de que ninguna le había hecho justicia. Era un hombre alto, imponente, que llevaba un abrigo negro y un maletín de cuero. Incluso a aquella distancia se distinguía que era muy guapo.

La luz de las farolas iluminó su pelo castaño claro, que llevaba corto, y unos rasgos tan perfectos, que Jani se quedó boquiabierta.

Se dio cuenta de que se le iba a escapar, y salió rápidamente del coche. Cruzó la calle y se acercó a él.

—¿Señor Thatcher? —dijo, alegremente.

Al oír su voz, él se detuvo. No se conocían, así que no la reconoció; la miró con confusión. Sin embargo, después de un segundo, sonrió y arqueó unas preciosas cejas. Jani percibió un brillo de interés muy halagador en su mirada.

—Soy Gideon Thatcher, sí —dijo él.

Ella calculó que debía de medir un metro ochenta y cinco, veinte centímetros más que ella. Tenía los ojos verdes como el mar.

—Soy January Camden…

Vaya. Gideon Thatcher entrecerró los ojos y dejó de sonreír. Su expresión se volvió de hostilidad.

Jani fingió que no se daba cuenta.

—He estado intentando hablar con usted…

—No sé por qué ha venido, y no me importa —le anunció él, sin rodeos, con su voz grave—. No tengo nada que decirle a un Camden, ni ahora, ni nunca.

Bien, aquel no era un recibimiento muy caluroso.

Sin embargo, Jani tenía el puesto de relaciones públicas y marketing dentro de la empresa familiar, y parte de su trabajo consistía en no dejarse amedrentar por clientes iracundos, ni por vendedores, ni por clientes.

—Por favor, si pudiera concederme unos minutos…

—No importa lo que estén tramando ustedes, los Camden. No me interesa, pese al mensajero que han enviado para tentarme.

Jani tardó un momento en darse cuenta de que estaba hablando de ella, haciéndole una especie de cumplido.

El problema fue que Gideon Camden aprovechó aquel momento de confusión para rodearla y seguir su camino.

—Por favor, solo le pido un minuto… —dijo ella, y lo siguió.

Al hacerlo, la correa del bolso se le enganchó al extremo final de la barandilla de las escaleras, y se rompió. El bolso cayó al suelo, y el contenido se esparció por la acera.

Gideon Thatcher se detuvo y miró hacia atrás.

Mientras Jani comenzaba a recoger sus cosas, vio por el rabillo del ojo que él estaba fastidiado. Sin embargo, no continuó andando, sino que, después de murmurar algo entre dientes, se acercó y volvió para ayudarla.

Mientras Jani recuperaba la cartera, el teléfono móvil y otros efectos personales, él se acercó al bordillo y se inclinó para recoger el libro que ella estaba leyendo: Así que quieres tener un bebé. Jani lo tomó de su mano y lo guardó. Después, él le dio un disco compacto y la tableta.

—Gracias —dijo ella, con azoramiento. Sin embargo, rápidamente, decidió que tenía que aprovechar la oportunidad.

—Hemos visto un artículo en el periódico, sobre su proyecto de reurbanizar Lakeview, y queremos contribuir con fondos para un parque que lleve el nombre de su bisabuelo.

Gideon Thatcher se quedó inmóvil. Después, agitó la cabeza con incredulidad y soltó un resoplido desdeñoso.

—H. J. Camden utilizó a mi bisabuelo y lo traicionó. Hizo que pareciera que mi bisabuelo había engañado a cientos de personas que habían confiado en él. Destruyó el apellido de los Thatcher y convirtió Lakeview en algo que nunca debería haber sido. No sabe lo mucho que me ha costado que el ayuntamiento de Lakeview me concediera a mí, a un Thatcher, este proyecto. Y, ahora, usted tiene la desfachatez de ofrecerme un parque a modo de compensación.

—H. J. y su bisabuelo fueron buenos amigos durante quince años. Sé que las cosas salieron mal en algunos aspectos, pero no fue culpa de H. J. él quería cumplir las promesas que hizo…

—Yo estoy cumpliendo las promesas que hizo. H. J. Camden nunca hizo nada por nadie, salvo por sí mismo.

Jani no podía negarlo. Se preguntó, ante el desprecio de Gideon Thatcher, si algo de lo que ella le ofreciera podría arreglar la situación.

—Si no es un parque, ¿qué puede ser?

—¿Está bromeando? ¿De veras piensa que algo de lo que pueda ofrecer puede compensar a mi familia por lo que le hizo H. J. Camden?

—Creo que usted ve todo esto únicamente desde su perspectiva, y que hubo otros factores en lo que ocurrió hace décadas. Pero H. J., mi bisabuelo, lamentó cómo terminaron las cosas. Lamentó perder la amistad con su bisabuelo. Lamentó que Lakeview se convirtiera en una ciudad fabril y no en el sueño residencial que él había prometido. Ahora que usted va a remediar algunos de esos problemas, sabemos que H. J. hubiera querido que su tío se viera honrado de algún modo.

—¿De algún modo insignificante, como un parque?

Un parque, o cualquier cosa. Ella debía establecer una relación con aquel hombre, solo lo suficiente para averiguar qué le había ocurrido a su familia después de H. J., y si había alguna forma de redimir el pasado.

—En el periódico lo citaban a usted hablando de un parque en Lakeview. Si hay algo que podamos hacer, algo que le parezca más adecuado para honrar el nombre de su bisabuelo, estaríamos dispuestos a hablar de ello…

—Sí, claro. ¿Los poderosos Camden lo permitirían?

—Eh… señor Thatcher…

—Gideon.

—Gideon —se corrigió ella, pacientemente—. Solo queremos hacer lo que esté en nuestra mano para que Lakeview se convierta, por fin, en lo que debería haber sido, y queremos hacerlo en nombre de su bisabuelo.

—Seguro que no sería en nombre de los Camden. De eso estoy bien seguro.

—Puede ser algo completamente anónimo por nuestra parte. No estamos buscando reconocim…

—Y no van a conseguir ninguno.

Claramente, Gideon Thatcher sentía mucho resentimiento por su familia, y allí estaba ella, tratando de arreglar las cosas con un hombre furioso en el centro de Denver, cuando tenía que ocuparse de algo que era mucho más importante para ella, algo a lo que quería dedicarle todas sus energías.

Sin embargo, como todos sus primos y hermanos, adoraba a su abuela, que era quien los había criado a todos. Y, como Georgianna les había pedido que aceptaran una misión cada uno, Jani estaba obligada a hacerlo. Tenía que hacer las cosas lo mejor posible.

—No queremos obtener ningún reconocimiento —dijo—. Podemos aceptar todas sus condiciones…

Al oír aquello, él entrecerró los ojos aún más, y ella supo que no lo había convencido.

Sin embargo, tal vez viera algo en ella que lo ablandó un poco, porque, después de una larga pausa, dijo:

—Lo pensaré.

Jani sacó una tarjeta de su bolso, escribió varios números de teléfono y se la entregó.

—Estos son todos los números en los que puede dar conmigo, día y noche, lo que le resulte más conveniente…

Gideon Thatcher miró la tarjeta.

—January Camden —leyó, en voz alta.

—Puede llamarme Jani.

—Va a arrepentirse de haberme abordado hoy, January. Si decido aceptar el dinero que me ofrecen para calmar su remordimiento de conciencia, será para algo mucho más grande que un parque. En nombre de Franklin Thatcher y de la comunidad de Lakeview, me aseguraré de que su cuenta bancaria sufra.

Jani alzó la cabeza.

—Queremos honrar a su bisabuelo, y colaborar en lo que usted crea más conveniente. Espero que se ponga pronto en contacto conmigo.

—No lo dude —dijo él.

Jani no supo qué responder. Decidió terminar con aquella conversación.

—Bien, entonces, le dejo para que siga su camino. Yo tengo el coche allí aparcado. Gracias por su atención.

—Ummm —respondió él.

Siguió allí, y Jani se dio cuenta de que, de la misma manera que le había prestado ayuda para recoger las cosas que se le habían caído del bolso, en aquel momento estaba ofreciéndole la cortesía, aunque fuera de manera reticente, de esperar a que ella volviera a su coche. Así que allí fue donde se dirigió.

Con cierto nerviosismo, abrió la puerta y se sentó tras el volante. Gideon Thatcher siguió observándola mientras arrancaba. ¿Acaso no confiaba en que ella se alejara de allí? Porque la estaba mirando con una expresión de sospecha, como si se preguntara qué era lo que se proponía en realidad…

«No te preocupes, soy una buena persona», pensó Jani.

Quería que él lo supiera.

De hecho, se sorprendió al darse cuenta de lo mucho que deseaba que él lo supiera.

Bueno, aquello no tenía importancia. Ella debía hacer un trabajo para su familia, y eso era todo. Cuando terminara, podría continuar con su plan de tener un bebé.

Sin embargo, al frenar para incorporarse al tráfico, lo vio girar y seguir caminando en dirección opuesta por la acera, y lamentó que aquel hombre la desdeñara tanto por su apellido.

Un hombre como aquel…

Sería agradable que un hombre como aquel hubiera tenido una respuesta diferente hacia ella, porque… Un hombre como aquel y ella habrían podido engendrar unos niños maravillosos…

Vaya idea más boba.

Solo se le había ocurrido porque, aquellos días, estaba pensando mucho en tener un bebé.

No por Gideon Thatcher en particular.

Aunque fuera un hombre como aquel…