cover.jpg

portadilla.jpg

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Kate Walker

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un pequeño milagro, n.º 1232 - noviembre 2015

Título original: His Miracle Baby

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2001

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-7347-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

ERA el momento que más había estado temiendo Ellie. El peor momento de un día que llevaba esperando atemorizada desde hacía casi un mes.

No, eso no era del todo cierto. En realidad, llevaba alrededor de un año y medio temiendo aquel momento. Desde que había dejado a Morgan y se había trasladado a Cornwall, siempre la había preocupado que este regresara a su vida algún día nuevamente.

Y ese día había llegado. Solo pensarlo la paralizó, despertó un revuelo de cien mil mariposas dentro de su estómago mientras miraba el escaso trecho que la separaba de la casa.

«No puedo, no puedo hacerlo», se dijo, bloqueada.

Morgan estaba a la vuelta de la esquina. Y la estaba esperando. Aunque no sabía que era a Ellie a quien esperaba. Le bastaba imaginarse su reacción para que los pelillos de la piel se le erizaran y los nervios se le hicieran una pelota.

—Vamos, Eleanor —se regañó—. ¿Qué puede hacerte?

Pero no tenía que hacer nada: ese era el problema. Morgan podía poner patas arriba su vida, su cordura y su corazón por el mero hecho de existir y, por más que lo intentara, no había manera de cambiar eso.

Se atusó su rubia melena con una mano y se puso firme.

—Adelante...

Una vez más, se dirigió a sí misma en voz alta. Era el único modo de amortiguar la vocecilla interior que la llenaba de miedo y le hablaba de infelicidad.

—¡En marcha!

La orden le proporcionó el impulso suficiente para arrancar. Paso a paso fue sintiéndose más segura, avanzando más rápido hasta doblar la esquina.

El lujoso y potente Alfa Romeo aparcado en la carretera, frente a la pequeña casa, era un signo elocuente. Si había tenido alguna duda, si había albergado la menor esperanza de que Morgan Stafford pudiera ser un hombre distinto al que temía ver, eso y la figura alta y morena plantada al lado la desengañaron de inmediato.

Había olvidado lo grande que era. Grande y fuerte. Llevaba unos vaqueros gastados, ceñidos como una segunda piel, y una camisa descolorida que marcaba los contornos de sus hombros y brazos. Estaba apoyado contra la pared de piedra de la casa, con las piernas cruzadas a la altura de los tobillos y los brazos cruzados sobre el pecho, en un gesto de impaciencia controlada. Pero al verla aparecer, se puso recto y mostró su censura mirando el reloj significativamente.

—¡Llegas tarde! —fueron los primeras palabras que lo oyó decir desde lo que parecía una eternidad.

Nada más verla aproximarse, se le formó un nudo en las entrañas.

No había cambiado. El sol de la tarde relucía sobre el rubio cabello de Ellie y confería a su suave piel un brillo estimulante. Una falda roja se ajustaba a las caderas de aquel cuerpo alto y sinuoso, y el escote de una camisa blanca ofrecía una vista provocativa de su delicado cuello.

Seguía siendo la mujer más guapa que jamás había visto. La mujer que había cautivado sus sueños por la noche, atormentándolo con un sinfín de fantasías eróticas, hasta hacerlo despertarse sudoroso y necesitado...

Tenía que decir algo. ¿Pero qué podía decirle a la mujer que se había marchado de su vida sin siquiera mirar hacia atrás de reojo?

Una vida que había creído compartir con ella.

La matización alteró su humor al instante. La nostalgia dio paso a la rabia y el rencor:

—¡Llegas tarde!

Ellie alzó la cabeza, levantó la barbilla con aire desafiante. Sus ojos ambarinos destellearon dorados tras el escudo de sus largas pestañas.

—¿Cómo que llego tarde? En todo caso, tú has llegado pronto. Dijimos a las tres en punto y...

Se quedó sin palabras al ver perpleja su reloj. ¡Mira que ir a parársele justo ese día!

—Son casi y media —la informó Morgan mientras ella sacudía la muñeca en un vano intento por reactivar el traicionero reloj—. Veo que sigues tan puntual como hace dieciocho meses.

Se había acercado mientras hablaba, interponiéndose entre ella y el sol, de modo que su largo cuerpo proyectaba una sombra sobre Ellie, concentrada en la inmóvil manilla de su reloj.

«¡No lo mires!», se ordenó. «No te arriesgues a mirarlo mientras no estés más serena».

Sentía como si hasta el último centímetro de su piel estuviera perforado por agujas y alfileres, y su fragancia varonil la obligó a disimular la respuesta instintiva de su organismo. El corazón se le clavaba contra el pecho igual que un tatuaje, tenía los nervios de punta. Si lo miraba a la cara, estaría perdida.

Así que, a pesar de la ansiedad por ver de nuevo las facciones del hombre que se había apoderado de su corazón, siguió desviando la vista, mirándolo tan solo de reojo.

—Te empeñas en llevar ese viejo trasto y encima querrás que no se te estropee.

—¡Resulta que este viejo trasto me gusta! —contestó Ellie. Además, no tenía dinero para comprarse otro. Aunque eso no se lo diría a él—. Y viviendo como vivo en una granja, tampoco tiene sentido buscarme otro más caro.

—Eso es verdad —concedió Morgan—. Reconozco que no esperaba encontrarte en una granja de Cornwall.

—Yo...

Incapaz de seguir conteniéndose, alzó los ojos, lo miró a la cara... y vio confirmados todos sus temores.

¡Santo cielo!, ¿cómo podía ser tan atractivo?, ¿tan increíble y devastadoramente atractivo?

Después de tantos meses de abstinencia, el hambre la azotó como una resaca voraz que la arrastraba a la deriva.

—¿Esperabas? Lo... ¡lo sabías! —exclamó trastabillándose—. ¡La historia de que estabas documentándote era un invento! —añadió justo antes de acusar un escalofrío.

—No del todo —respondió impasible Morgan—. Es verdad que tengo que documentarme para mi próximo libro. Y he intentado alojarme en hoteles, pero soy incapaz de trabajar en esas habitaciones tan impersonales. Así que me pareció buena idea alquilar una casa.

—¡Pero podías haber alquilado cualquier otra!, ¡las hay mucho más grandes y mejores que esta! ¡Hasta te habrías podido comprar una si hubieses querido. ¿Por qué has tenido que venir aquí?

—Porque estoy a gusto. No necesito una casa grande; me basta con un sitio donde poder comer, dormir y trabajar. Pero para trabajar necesito tranquilidad —Morgan miró hacia el bosque, por un lado, la lejana vista del mar, por otro—. Y no hay muchos sitios tan tranquilos como este —añadió desafiante.

Pero Ellie sabía que aquel no era el único motivo. Se lo decía su sonrisa desafiante, el hecho de no haberse sorprendido al verla. No había estado esperando a cualquier persona. Había sabido desde el principio quién iba a ir a entregarle la llave, a enseñarle la casa. La había estado esperando a ella, y a nadie más.

Y la cuestión era: ¿por qué?

—¿A qué has venido, Morgan?

Había olvidado lo azules que eran sus ojos hasta que, justo en ese instante, estos la atraparon en su brillo hipnótico.

—Puede que a visitar a una amiga.

—¡Amiga! —repitió con sarcasmo Ellie—. Nosotros nunca hemos sido amigos. Las cosas fueron tan deprisa al principio que no tuvimos tiempo para la amistad. Y tú no te mostraste nada amigable cuando me dijiste que me marchara... que saliera de tu vida para siempre.

—Es que no quería volver a verte nunca —replicó él con rudeza—. Estaba deseando que desaparecieras.

—Lo cual dejaste bien claro —respondió ella, todavía dolida.

—Bueno, ¿qué esperabas? Al fin y al cabo, me dijiste que habías estado viendo a otro.

En realidad no le había dicho eso. Era la conclusión a la que Morgan había llegado y, a fin de protegerse, ella le había dejado que se lo creyera. En aquel momento ya estaba demasiado agotada y abatida para seguir luchando.

—Lo que nos devuelve al punto de partida: ¿a qué has venido entonces?

—Quizá esté planeando un encuentro de ex amantes —contestó esbozando una sonrisa helada, salvaje, que a punto estuvo de hacerle perder la compostura a Ellie.

—¡Pues ya puedes ir olvidándote de eso! —repuso esta—. No tengo el menor interés por ese encuentro. Para ti ya no soy más que tu ex, y eso es todo el vínculo que quiero que nos una. Si hubiera podido, habría mandado aquí a otra persona en mi lugar. ¡No creas que he venido para verte!

—Siempre tan hospitalaria, mi querida señorita Thornton —contestó Morgan en un tono burlón, tan ácido que destruyó una de las capas protectoras de Ellie, lo que la hizo sentirse más vulnerable todavía.

Cada vez estaba más convencida de que Morgan había ido allí con segundas intenciones. Y, siendo así, no podría alquilarle la casa. Porque no soportaría despertarse cada mañana sabiendo que él estaba ahí, con miedo a encontrárselo día tras día.

—Me... me temo que hay un problema con el alquiler —improvisó Ellie.

—¿Un problema?, ¿qué clase de problema?

—Ha... había dos reservas. Y los otros inquilinos ya...

La voz le falló al ver el gesto enfurecido de Morgan, que negaba con la cabeza, rechazando aquella mentira desesperada antes incluso de haber terminado de formularla.

—Los otros inquilinos ya se pueden ir largando —completó él.

—¡Pero no pueden!

—No me compliques la existencia, Ellie —la advirtió Morgan—. O atente a las consecuencias. El alquiler es mío. Tengo un contrato firmado y he pagado la fianza antes de salir de Londres. No pienses que te vas a echar a atrás, porque puedo hacerte la vida muy desagradable. ¿Está claro?

—Como el agua.

¿Qué otra cosa podía decir? No hacía falta que volcara su amenaza en palabras. Ya la percibía en el brillo afilado de sus ojos, en ese mentón implacable que desahuciaba hasta la última esperanza de librarse de él.

Y no podía arriesgarse a que cumpliera la amenaza. La granja necesitaba dinero a toda costa. Se había realizado una gran inversión para poner a punto aquellas viejas viviendas para poder alquilarlas durante el verano. Razón por la que Henry se había alegrado tanto cuando Morgan había hecho su reserva a final casi de temporada.

—Estoy segura de que encontraremos una solución.

—¿Encontraremos? —preguntó Morgan—. Hablé con un tal Knightley por teléfono.

—Henry Knightley —Ellie asintió con la cabeza. Su expresión se dulcificó un poco—. Es el dueño de la granja.

Y Henry no sabía nada de su antigua relación con Morgan. Motivo por el cual no había tenido la menor objeción cuando Morgan había llamado para alquilar Meadow Cottage.

—Está casado con Nan... mi abuela —añadió ella.

Por un segundo, la rígida máscara de Morgan dejó entrever la perplejidad de este:

—¿Con Marion?

No la extrañaba que estuviera asombrado. La última vez que Morgan había visto a su abuela, hacía casi dos años, esta acababa de enviudar. Hasta su propia familia se había sorprendido con el romance entre Marion y Henry Knightley.

—Se volvió a casar el pasado noviembre. Justo después de... —Ellie se frenó a tiempo, espantada por lo que había estado a punto de revelar—. Justo dos meses después de conocer a Henry —se corrigió, incómoda por todo lo que estaba ocultando.

Al mencionar a Henry Knightley, había llevado la conversación a un terreno muy peligroso. Puede que Morgan no supiera nada de Henry, pero sí tenía una idea formada de su nieto. Pete Bedford era el hombre por el que Morgan creía que lo había abandonado. El hombre que ella había dejado pasar por su amante, a fin de encubrir la verdad.

—¿Así es como viniste a parar aquí?

—No, yo estaba antes que Nan. Estaba ayudando a Henry y Nan vino de visita. Conoció a Henry y el resto ya lo sabes.

Algo parecido les había ocurrido a ellos, pensó entristecida Ellie. Su relación no había sido muy diferente.

Se habían conocido, se habían enamorado de pies a cabeza, se habían acostado y habían empezado a convivir tan rápido como su abuela y Henry. La gran diferencia era que Morgan no había mostrado la menor inclinación a comprometerse más con ella en ningún momento. En sus planes de futuro no entraban el matrimonio ni lo que este conllevaba.

En un principio, había estado dispuesta a aceptarlo. Lo quería tanto que no le había pedido más de lo que él quisiera ofrecerle. Había vivido con él, había compartido su vida y su cama y, durante un tiempo, había sido suficiente.

Pero luego cambiaron las cosas y Ellie se vio forzada a tomar una decisión que le rompió el corazón en dos.

—Bueno, si te vas a quedar, necesitarás esto —Ellie buceó en el bolsillo, sacó un manojo de llaves y las sujetó por el aro que las unía. El tintineo metálico aportó una nota alegre, bienvenida—. Espero que disfrutes de tu estancia en Meadow Cottage —añadió por fin.

Ya estaba. Ya había cumplido con su obligación... ¡de sobra! Había quedado con Morgan según lo convenido, había hablado con él, lo había visto y, de resultas, también se había enfrentado a sus propios fantasmas.

Y había sobrevivido.

Si lograra marcharse en seguida, quizá lograra mantener la compostura. Si se fuera a casa...

A casa...

Una ola de nostalgia la arrolló. Sintió una necesidad desbordante de ver a Rosie, de sujetar el cuerpecito caliente de su hija, de inspirar su aroma de bebé, de oír su suave respiración.

Ella era la razón de que hubiese dejado a Morgan. Había sido una decisión desgarradora, pero a Ellie no se le había ocurrido ninguna otra solución. Enfrentada a un dilema que en realidad no ofrecía más que una alternativa, había tenido que elegir entre las dos personas a las que más quería en el mundo. Y había tenido que quedarse con Rosie.

Rosie había pasado a ser su mundo. Por ella había perdido su relación con Morgan y el futuro en común con el que tanto había soñado. Y si Morgan descubría la verdad, ese nuevo mundo podría desbaratársele, y ni siquiera acertaba a imaginar qué futuro la esperaría luego.

Capítulo 2

 

QUIERES las llaves o no? Tengo que irme.

El silencio prolongado de Morgan la intranquilizaba. El modo en que la miraba la incomodaba y le formaba un nudo de nervios en el estómago.

—No.

Respondió con tal suavidad que, por un segundo o dos, Ellie no estuvo segura de haberlo oído bien y frunció el ceño, confundida.

—¿Qué...? —balbuceó estupefacta ella.

¿Sabría el daño que le hacía que lo mirara así?, se preguntó Morgan. ¿Sabría lo que le dolía ver cómo lo rechazaba la misma mujer que antes lo había amado... o al menos eso había creído él? ¿Sabría lo mal que se sentía viéndola tan ansiosa por marcharse cuando en el pasado no parecía capaz de separarse de su lado?

¿O había sido todo una farsa?

—Digo que todavía no puedes irte.

—¡Pero tengo que irme! —contestó airada.

—No.

Había estado meses esperando ese momento. Y no se había pasado tanto tiempo buscándola para dejarla dar media vuelta y salir corriendo nada más reencontrarse con ella. Estaba muy tensa, y no solo por el hecho de estar viéndolo de nuevo. Tenía la impresión de que ocultaba algo y estaba empeñado en averiguar qué.

—Solo quiero lo que me corresponde. Tengo derecho.

—¿Lo que te corresponde? —repitió confundida Ellie.

Tenía tantas ganas de ver a Rosie que le costaba pensar con claridad. Sabía que Marion estaba cuidando de la niña, aunque era por sí misma por lo que quería ver a Rosie.

Una mirada al bebé le bastaría para recordar por qué estaba en la odiosa posición de tener que mentir al hombre al que había amado.

—El contrato decía que me recibirían, me entregarían las llaves... y me enseñarían la casa.

—¡Si está ahí mismo! —protestó Ellie.

El gesto de su mano apuntando hacia la vivienda fue más aspaventoso de lo que habría querido, lo cual delató la facilidad con la que la descomponía. Tenía que tranquilizarse. Morgan parecía un depredador vigilante. Si daba muestras de debilidad, atacaría al instante.

—No hace falta que te acompañe. La casa está a dos minutos andando —añadió ella.

—Aun así, insisto en que cumplas con el contrato. Venga, Ellie —Morgan esbozó una sonrisa seductora—, concédeme este capricho.

Tuvo que cerrar los ojos un instante para protegerse del tono, suave como una caricia, con que había hablado Morgan. Nunca había resistido su encanto cuando se ponía seductor y, por desgracia, parecía que seguía siendo vulnerable a él.

Por fin, hizo acopio de valor y rescató de algún rincón oculto del pasado a la Eleanor Thornton segunda a bordo de una gran y rentable agencia de secretariado. La Eleanor Thornton a la que Morgan había conocido.

Adoptó un tono de voz controlado y sus labios dibujaron una sonrisa tan profesional como falsa.

—De acuerdo. Si hace el favor de acompañarme, le enseñaré dónde está todo. Quizá le interese conocer algo acerca de la zona —arrancó. Así estaba mejor. Había tomado las riendas de la situación—. Cuidado aquí con el suelo. No está totalmente fijo. Como habrá visto en el folleto, Meadow Cottage era un establo en su día, y estas losas de piedra formaban parte del suelo que había —añadió después de abrir la puerta e instarlo a pasar al recibidor.

Hablaba con aplomo, sin que le temblara la voz; pero no tenía el mismo control sobre el resto del cuerpo. Cuando al tirar de la puerta, ligeramente encasquillada, Morgan se había acercado a ayudarla, el roce de su torso contra la espalda había desestabilizado la paz de sus sentidos.

Morgan seguía usando el aftershave de entonces: el que ella le había comprado en las únicas navidades que habían compartido, por el día de su cumpleaños. Le bastó olerlo para recordar y saltar de vuelta a aquellos tiempos felices.

Pero, por debajo de la evocadora loción, percibía la sutil e íntima fragancia de su cuerpo. El agridulce recuerdo de las noches que había pasado a su lado, tumbados los dos en la cama, con la cabeza apoyada sobre su potente hombro, fue un puñal para su corazón.

De pronto, las remembranzas fueron tan intensas y reales que le entraron ganas de llorar, y tuvo que pestañear con fuerza para tragarse las lágrimas.

—Esta es la cocina... —fue todo cuanto acertó a decir.

—Obvio —respondió con sarcasmo Morgan.

A partir de ese momento, todo su afán fue terminar su trabajo lo antes posible. Sin darle tiempo a curiosear, lo llevó a la siguiente puerta y la abrió fugazmente.

—El salón... El segundo dormitorio está ahí arriba... —Ellie apuntó hacia la pieza que había encima del salón—. El baño por aquí... Y el dormitorio principal justo enfrente. Puede conseguir leche y huevos en la granja. El resto, en la tienda del pueblo. Si necesita dinero, le harán un vale. Me temo que el banco más cercano está en Saint Austell. Le traeremos sábanas y toallas limpias los lunes. Esto es todo —concluyó, convencida de que ya no seguiría reteniéndola.

—Tengo un par de preguntas. Pero podíamos discutirlas mientras tomamos un café.

—No, gracias —respondió ella, impacientada—. Tengo cosas que hacer.

—Y yo tengo cosas que quiero discutir —Morgan se dio la vuelta y volvió por el pasillo de paredes blancas hasta la cocina, no dándole otra opción más que seguirlo.

—Morgan, no tengo tiempo para cafés. Tengo que trabajar...

Estaba deseando ver a su hija. Su ausencia le dolía en el alma y era un hambre que ningún alimento podía aliviar.

—¿Trabajar? —Morgan la miró con recelo—. No me esperaba que la elegante señorita Thornton trabajara en una granja.

—Ya te he dicho que no soy la persona que era. He cambiado mucho en los últimos dieciocho meses.

—Ya lo veo —murmuró él, al tiempo que sus ojos de zafiro realizaban una inspección insolente del cuerpo de Ellie. Esta no pudo dejar de percibir el modo en que su mirada se detenía sobre sus voluptuosos pechos, por las curvas de sus caderas, ceñidas a la falda.

A consecuencia del embarazo, había ganado algunos kilos, de modo que tenía una figura mucho más sensual y femenina que la de cuando habían estado juntos. Y era evidente que Morgan, que había conocido su cuerpo al detalle, también había advertido tales cambios.

—Sí que lo veo —repitió en tono seductor.

Ellie conocía ese sonido ronroneante. Sabía demasiado bien lo que implicaba. Lo había oído muy a menudo mientras habían vivido juntos. Entonces, le aceleraba el corazón y excitaba todo su cuerpo, anhelante de las caricias por llegar. Bastaba oírlo pronunciar su nombre con ese tono rugoso y apreciativo para iniciar los preliminares del juego amoroso, anunciar lo que tenía en mente y transmitirle a ella el mismo deseo.

Volver a oírlo, de pronto, la dejó aturdida. Sería una tontería, una ingenuidad por su parte, pero había esperado que los sentimientos de Morgan hacia ella, toda clase de sentimientos, habrían muerto, desnutridos después de dieciocho meses sin una llama que los alimentase. Pero no cabía duda del deseo que encendía sus ojos en esos momentos.

—La vida del campo te sienta de maravilla —añadió él—. Estás realmente estupenda.

—Estoy contenta.

Había aprendido a estar contenta, pero no le había resultado fácil. Al principio había sentido como si le hubieran arrancado la mitad del corazón, y solo había seguido adelante impelida por la necesidad de cuidar del bebé que se estaba gestando en sus entrañas.

—Entonces, ¿por qué no preparas ese café mientras saco el equipaje del coche y luego me pones al día?

—Morgan, ¿qué parte de lo que he dicho es lo que no has entendido? —replicó malhumorada Ellie—. No tengo tiempo para...

Pero estaba hablando sola. Morgan ya había abierto la puerta de la casa, rumbo al coche. Ellie salió tras él y, cuando le dio alcance, lo encontró sacando una maleta del portaequipajes.

—¿Quieres hacerme un poco de caso? ¡No puedo quedarme! Nan me está esperando; estará preguntándose dónde estoy.