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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados.

CERCA DEL CORAZÓN, Nº 63 - marzo 2012

Título original: Mendoza’s Return

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-564-1

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo 1

MELINA Lawrence miró a su hermana de reojo y le guiñó un ojo. Angie era la novia más bella y feliz que había visto en su vida.

—¡No tropieces! —le susurró Angie al ver que había llegado el momento de que la dama de honor comenzara a andar hacia el altar.

Melina sonrió al oír el comentario de su hermana. Estaba muy emocionada. Era uno de los momentos más bellos de su vida. La iglesia estaba llena y decenas de caras sonrientes la recibieron al entrar. A medio camino al altar vio de repente un rostro que no esperaba ver allí, era Rafael Mendoza.

No podía creerlo.

Era Rafael, el amor de su vida, al menos lo había sido en el instituto y algún tiempo después. Los dos habían sido elegidos por sus compañeros los reyes en el baile de fin de curso. Todo el mundo había creído que acabarían casándose.

Pero no había ocurrido.

Sólo tenía ojos para él. El resto de la gente era sólo una visión borrosa. No entendía qué hacía allí. Sabía que vivía en Michigan, muy lejos de Red Rock, la localidad de Texas donde habían nacido y crecido los dos. Allí había sido también donde se habían conocido, en el instituto local.

Recordó lo que su hermana acababa de pedirle, debía tener cuidado para no tropezar. Le dolían los músculos de la cara de tanto sonreír. Eran demasiadas emociones al mismo tiempo. Se sintió algo mareada. Él asintió levemente con la cabeza a modo de saludo y ella siguió adelante.

Le latía tan fuerte el corazón que no podía oír la música.

Siguió andando, con cuidado de no tropezar. Movía las piernas, pero apenas las sentía.

Unos segundos después, pudo concentrarse y reconocer de nuevo las caras que la miraban. Le pareció que la observaban con compasión y curiosidad.

Imaginó que Angie lo habría invitado y ni siquiera se había molestado en avisarla. Sabía que su hermana creía aún en cuentos de hadas con finales felices. Siempre había creído que Rafael y ella iban a encontrar algún día la manera de volver a estar juntos. Sabía que, para Angie, él era como el hermano mayor que no tenían. Lo admiraba tanto que se había pasado años tratando de superar la ruptura de Rafael y su hermana. Y eso que sólo era una niña de doce años cuando ocurrió.

Fue al ver la cara de su madre cuando recobró por completo la compostura. Se dio cuenta de que sabía muy bien en qué estaba pensando en esos momentos.

Consiguió que las sonrisas que les dedicó a su madre y a su abuelo fueran de verdad. Miró entonces al que estaba a punto de convertirse en su cuñado, parecía algo asustado. Tommy Buchanan era un joven dulce y apuesto. Se colocó al lado de las otras siete damas de honor.

Todos los invitados se pusieron en pie al oír la marcha nupcial. Era el momento estelar. Se dio la vuelta para ver cómo entraba la novia y vio con emoción que Angie no dejaba de mirar a Tommy mientras se dirigía hacia él y hacia el altar.

—¿Quién entrega a esta mujer para que se case con este hombre? —preguntó el pastor cuando llegó la novia al altar.

Jefferson Lawrence miró a su hija y fingió estar tratando de decidir qué iba a responder.

—¡Papá! —susurró la novia con impaciencia.

Su padre se rió al verla tan nerviosa.

—La entregamos su madre y yo —repuso entonces.

Se acercó a su hija y le levantó el velo. Le dio un beso muy cariñoso y volvió a sentarse junto a su esposa. Llevaban treinta y dos años casados y era un momento emocionante para los dos.

Melina se concentró en lo que estaba haciendo. Les entregó los anillos a los novios en el momento adecuado. Y cuando terminó la ceremonia y se besaron los recién casados, le devolvió el ramo de tulipanes blancos a su hermana.

Agarró después el brazo del padrino para salir tras Tommy y Angie. Los seguían el resto de las damas de honor, vestidas todas con elegantes vestidos amarillos, y los padrinos.

Como todos los invitados estaban de pie, no pudo ver a Rafael hasta encontrarse cerca de él. Durante años, había fantaseado con cómo sería volver a verlo. Y, muy a su pesar, estaba más guapo y sexy que nunca. Para colmo de males, le dio la impresión de que estaba solo.

Todo el mundo conocía su historia y no le gustaba nada que su presencia fuera a atraer la curiosidad de los demás.

Poco a poco, fueron saliendo los invitados de la iglesia. El banquete iba a tener lugar cerca de allí, en el hotel Blue Sage. Pero ella tuvo que quedarse unos minutos más para hacerse las fotos con los novios y sus padres. Cuando un par de limusinas blancas los llevaron al hotel, el resto de los invitados disfrutaban ya del cóctel.

Aunque estaban a principios de marzo, las temperaturas habían subido lo suficiente como para que algunos invitados salieran al patio interior del hotel. En cuanto entró, no tardó ni un segundo en encontrar a Rafael. Estaba agachado y hablaba con su abuelo. Aunque éste solía caminar con la ayuda de un bastón, ese día estaba usando una silla de ruedas motorizada para que no se cansara demasiado.

—Pareces muy nerviosa —le comentó Angie mientras iban a la mesa presidencial—. ¿No te lo estás pasando bien?

Intentó que su voz no reflejara cómo se sentía. Pero era difícil, sabía que todos los invitados la miraban a ella y después a Rafael. Se sentía observada.

—Has invitado a Rafael.

—Es mi boda. Se supone que puedo invitar a quien quiera —repuso su hermana algo enfadada.

—No sabía que siguierais siendo amigos.

—Nunca perdimos el contacto —le aseguró Angie—. Y, ahora que está de vuelta, pensé que le gustaría tener esta oportunidad para volver a ver a sus viejos amigos.

—¿Como que está de vuelta? ¿Que quieres decir? ¿Está viviendo en Red Rock? —le preguntó ella tratando de controlar su pulso.

—Sí, lleva aquí unas semanas. Ha comprado la antigua casa de los Dillon, pero trabaja en San Antonio —le dijo su hermana con una sonrisa—. Está muy guapo, ¿verdad?

Eso tenía que reconocerlo. Ya no era el joven con el que había salido durante años, sino un hombre hecho y derecho. Su rostro era más anguloso y tenía un cuerpo fuerte y sólido. El traje gris que llevaba le sentaba a la perfección.

—Los años le han sentado muy bien, ¿no te parece? —le preguntó Angie.

—Hablas de él como si fuera un viejo —replicó ella ofendida—. Sólo tenemos veintinueve años, no es como si se acercara ya el final de nuestras vidas.

Stephanie, la más pequeña de las tres hermanas, aprovechó ese momento para acercarse a ellas e intervenir.

—Bueno, creo que sí estás en las últimas a esa edad si eres una mujer y sigues soltera —le dijo mientras le daba un codazo—. Sé que eres una mujer muy paciente, Melina. Pero a veces es mejor aprovechar lo que tienes a mano y no seguir esperando a que aparezca el hombre perfecto. Además, estoy de acuerdo con Angie. No tienes más que mirar a Rafael para darte cuenta de que es lo más parecido a un príncipe azul que vas a encontrar.

—Creo que estás exagerando, Stephanie —repuso Melina.

Pero tenía que reconocer que era verdad. Con su pelo negro brillante y esos ojos que podían conseguir que se derritiera…

—Rafael es abogado, no un príncipe azul. Y la vida no es como un cuento de hadas. Bueno, la de Angie sí lo es —murmuró mientras levantaba la copa hacia su hermana—. Brindo por tu felicidad —agregó con una sonrisa.

No quería robarle ni un segundo de protagonismo a Angie.

Después de la cena, hicieron algunos brindis, los novios cortaron la tarta y comenzó el baile. Rafael seguía allí. Lo había visto bailar varias veces, cada vez con una mujer distinta, pero no se acercó a ella.

Ella, por su parte, bailó con Jay, padrino de la boda y hermano gemelo de Tommy, y con otros jóvenes. Y, por supuesto, también bailó con su padre, que estaba disfrutando mucho.

—¿No vas a saludar a tu ex? —le preguntó su progenitor mientras bailaban.

Se dio cuenta de que a su padre no le hacía ninguna gracia que Rafael Mendoza estuviera allí.

—No pensaba hacerlo, pero tampoco voy a ser antipática si se acerca a saludarme.

—Creo que es mejor que no abras viejas heridas, cariño.

—No tengo intención de hacerlo.

—Entonces, creo que deberías dejar de mirarlo para que no se haga una idea equivocada.

Hasta ese momento, no había sido consciente de que lo hubiera estado observando. De hecho, había tratado de evitarlo, al darse cuenta de que todos parecían estar pendientes de ellos dos. Casi todos los invitados sabían que siempre habían soñado con casarse, comprar el edificio Crockett de la calle Mayor y abrir su propio bufete de abogados en la planta baja. Pensaban tener un apartamento en el primer piso, al menos hasta que llegara su segundo hijo. Habían decidido incluso que querían tener cuatro. El edificio seguía en el mismo sitio de siempre, pero los planes habían cambiado radicalmente. Había tardado mucho tiempo en superarlo, pero ya conseguía pasar por esa calle sin que se le encogiera el corazón.

—Ha pasado mucho tiempo, papá —le recordó.

—Es verdad. Ha pasado mucho tiempo desde que Rafael rompiera contigo, pero yo recuerdo perfectamente cuánto sufriste después.

Ella tampoco había podido olvidarlo. Lo recordaba como si acabara de ocurrir. Ese hombre le había roto el corazón.

—Tenía diecinueve años, ahora soy más madura y tengo más control sobre mi vida.

Eso era al menos lo que esperaba, pero la verdad era que no había dejado de soñar con la posibilidad de volver a verlo. Y ese hombre aún conseguía que su corazón latiera con fuerza. No sabía por qué, pero era la verdad.

—El caso es que no has tenido ninguna relación seria desde que estuviste con Rafael.

—Pero lo he pasado muy bien, papá, por eso no te preocupes.

Desde que rompiera con Rafael, había salido con unos cuantos chicos, pero todas las relaciones habían sido superficiales y cortas.

Y sabía que su ex novio era el culpable de esa situación. Había querido evitar por todos los medios que un hombre volviera a hacerla sufrir de esa manera. Rafael había conseguido humillarla y no quería volver a pasar por ello. Creía que era importante aprender de los errores para no volver a cometerlos. Ella lo tenía muy claro.

—¿Por qué iba a querer una relación seria, papá?

—Ésa es mi chica. La única persona a la que yo tomo en serio es a tu madre y me ha ido muy bien —le dijo su padre con una sonrisa mientras giraban en la pista de baile.

Era muy buen bailarín. Los dos se sabían los pasos de memoria. Siempre disfrutaba bailando con su padre y consiguió distraerla durante algunos minutos. Dejó de preguntarse qué estaría pensando Rafael en esos momentos y por qué no se había marchado aún del baile. Sabía que, de haber tenido la oportunidad de hacerlo, no se habría quedado tanto tiempo.

Pero, cuando término de bailar con su padre y lo buscó con la mirada, se dio cuenta de que ya no estaba allí.

La orquesta comenzó a tocar una festiva canción que reconoció enseguida, era el baile del pollo y todos los que aún estaban en la pista de baile comenzaron a agitar los brazos como si fueran alas. Sintió cierta envidia al ver que Rafael ya no estaba, a ella también le habría gustado poder escaparse. Estaba deseando quitarse el vestido de dama de honor. Era tan largo que tenía que levantarlo ligeramente del suelo para no tropezar. Algo bastante complicado si tenía que fingir al mismo tiempo ser un pollo.

Pero, por otro lado, fue entonces cuando comenzó a disfrutar más del baile y se divirtió sin que le preocupara hacer el ridículo o que él estuviera observándola.

Rafael se apoyó en un árbol del jardín. Allí estaban también otros invitados que habían decidido huir del baile al oír la canción que estaba tocando la orquesta.

Estaba en el lugar perfecto para observar la sala de baile sin que lo vieran. Era muy fácil distinguir a las damas de honor. Llevaban vestidos amarillos muy largos y pomposos, casi tanto como el de la novia.

Miró entonces a Angie. Le parecía demasiado joven para casarse. La había visto por última vez un año antes, en el funeral de su madre. En esa ocasión, como era de esperar, había vestido de manera sobria, con un traje oscuro. Con el vestido de novia, en cambio, parecía una estrella de Hollywood. No podía creerlo. Sólo tenía veintidós años y ya estaba casada.

Miró entonces a Melina. Estaba bailando y parecía estar divirtiéndose mucho. Ellos también habían planeado casarse en cuanto terminaran los estudios. No habían dejado ni un detalle al azar y habían decidido incluso abrir su propio bufete en Red Rock y no tener hijos hasta algunos años más tarde, cuando fuera el momento adecuado.

Era un plan que había comenzado a forjarse cuando tenían sólo catorce años. Para él, había sido amor a primera vista. Los hombres de su familia eran apasionados en todas las esferas de su vida, en el trabajo y también en el amor. Y Melina también lo había querido mucho.

Nunca había dudado de ese sentimiento, al menos hasta que ella tomó algunas decisiones sin contar con él. Su pasión por ella no murió entonces, pero algo cambió entre los dos y se apartó de Melina poco a poco. Fue entonces cuando decidió seguir otro camino para avanzar en su profesión.

Le dio la impresión de que había pasado toda una vida desde entonces. Él había continuado con el plan establecido y le había ido muy bien, mucho mejor de lo que podría haber soñado. Se había esforzado mucho y también se había arriesgado, pero la suerte lo había acompañado siempre. Melina, en cambio, había decidido seguir por otro camino. Se preguntó si se arrepentiría de haberlo hecho.

Terminó el baile del pollo y vio que Melina estaba sonrojada por el esfuerzo. Se abanicaba con las manos mientras sonreía. Era mucho más bella de lo que recordaba, toda una mujer.

Se quedó sin aliento al ver que Melina iba hacia él. Con la llegada de la noche, las temperaturas habían bajado mucho. Vio que cerraba un instante los ojos al salir del salón y respiraba profundamente, disfrutando sin duda del aire fresco.

Él se escondió un poco más entre las sombras, para que no lo viera allí.

Normalmente, no le costaba expresarse, era algo fundamental en su trabajo, pero no sabía cómo comenzar una conversación con ella, la mujer a la que tanto había querido, pero que había destrozado su corazón por completo.

Su idea había sido irse de la boda mucho antes y evitar así tener que hablar con ella. No sabía por qué no lo había hecho. Además, sólo conocía a unos cuantos invitados y no le había dado la impresión de que tuvieran demasiado interés por hablar con él.

Desde su regreso a Red Rock, había estado pensando si debía llamarla. Había llegado incluso a visitar su página de Facebook. Aunque habían pasado muchos años, había necesitado saber de ella y encontrar por fin la manera de superar por completo su ruptura. Creía que sólo así podría seguir adelante con su vida. Era algo que le parecía mucho más importante ahora que había decidido regresar a su ciudad.

Vio que Melina abría los ojos y no tardó en verlo entre las sombras del patio. Era casi como si hubiera sentido su presencia.

—Pensé que te habías ido —susurró Melina.

Se preguntó si sería ése el momento que tanto tiempo llevaba esperando, la ocasión perfecta para obtener por fin las respuestas a sus preguntas.

—No, pero oí que estaban tocando el baile del pollo y no me apetecía nada agitar las alas —repuso él con una media sonrisa.

—Yo no he tenido tanta suerte —comentó Melina sonriendo.

—¿Cómo estás? —le preguntó él.

—Muy bien, gracias. ¿Y tú?

El tono era educado, pero bastante frío.

—No puedo quejarme —le confesó él mientras se acercaba un poco más—. Gracias por la tarjeta que me enviaste cuando murió mi madre. Me gustó mucho recibirla.

Su rostro y su gesto cambiaron al oírlo y lo miró con compasión.

—Siento mucho no haber podido asistir al funeral —le aseguró Melina—. Estaba en un crucero y no supe que había fallecido hasta que volví a casa.

—Lo sé y lo entiendo perfectamente —le aseguró él.

—La admiraba mucho —le dijo Melina mientras alargaba hacia él su mano.

Se dio cuenta de que era un gesto involuntario y ella bajó el brazo antes de que llegara a tocarlo.

—Me dio mucha pena no haber mantenido el contacto con ella, pero no podía hacerlo. No sé si lo entiendes, pero no podía…

Lo entendía perfectamente. Él tampoco habría querido mantener el contacto con Angie, su hermana, pero la joven no se había rendido en ningún momento. Le escribía mensajes y lo llamaba de vez en cuando, siempre con la esperanza de que su hermana y él llegaran a reconciliarse. Era la única persona de la familia Lawrence con la que había seguido comunicándose.

—Tommy parece un chico estupendo para Angie —le dijo entonces para cambiar de tema.

Lo decía con sinceridad. Parecían la pareja perfecta, como lo habían sido también Melina y él.

—Estoy de acuerdo. Es un joven muy romántico. Fue Tommy el que eligió este sitio para celebrar el banquete y el baile, quería que Angie se sintiera como una princesa de cuento.

—Me ha sorprendido mucho ver cuánto ha mejorado esta parte de la ciudad —le dijo él—. Lo único que estropea el paisaje es el viejo edificio Crockett. Me sorprende que no lo hayan derribado.

Melina se quedó callada al oír sus palabras. Después, apartó la vista.

—Bueno, creo que debería volver a entrar —murmuró entonces con algo más de frialdad.

Sabía que su comentario le había dolido.

—¿Seguro que no quieres esperar un poco más? —repuso él al ver que estaban bailando en ese momento la conga.

Le daba la impresión de que no le apetecería nada tener que unirse a esa interminable fila de invitados que bailaba entre las mesas.

—Soy la dama de honor y tengo ciertas responsabilidades —le dijo Melina.

Su comentario consiguió que recordara un momento muy concreto de su pasado, uno muy doloroso.

—Y todos sabemos perfectamente cuánto te importan tus responsabilidades.

Los ojos azules de Melina se tornaron de hielo.

—Así es. Mis responsabilidades y mis compromisos están por encima de todo y no me arrepiento de ninguna decisión que he tomado en mi vida, creo que me comporté de una manera noble. Mis abuelos me necesitaban e hice lo que tenía que hacer. ¿Por qué te cuesta tanto entenderlo?

Melina agarró la falda de su vestido y se fue con paso firme hacia el salón de baile sin decir nada más. Dejó tras ella el rastro de un perfume que no reconoció y mucha indignación.

Rafael no entendía qué había querido decir ella. No creía que él hubiera actuado mal, de manera poco noble, pero era lo que parecía desprenderse de las palabras de Melina.

Le parecía increíble que pudiera haber insinuado algo así.

Se pasó las manos por la cara. Lamentó en ese instante no haber seguido sus instintos y haberse mantenido lejos de ella. Podía haberse limitado a asistir a la ceremonia, felicitar a la feliz pareja y volver a casa. No era el momento ni el lugar para analizar lo que los había separado.

Pero el deseo que había tenido de volver a verla lo había llevado a tomar la decisión equivocada. No era algo común en él. Solía ser una persona muy racional y cauta.

Había pensado que ya había pasado tiempo suficiente desde su ruptura para que los dos lo hubieran superado, pero se daba cuenta de que no era así.

No entendía cómo podía haber cometido ese error.

Capítulo 2

MELINA pasó el domingo como en una especie de nube. La familia de Tommy y la suya se reunieron para desayunar juntos y comentar la boda. Después, el hermano de Tommy, Jay, y ella llevaron a los recién casados hasta el aeropuerto para que volaran a Hawái, el lugar elegido para su luna de miel.

Se despidieron frente a la puerta de la terminal.

—Te vi hablando con Rafael —le susurró Angie mientras se abrazaban—. ¿Vas a volver a verlo?

—No lo sé. Red Rock es una ciudad bastante pequeña, supongo que sí —repuso Melina.

—Sabes muy bien que no era eso a lo que me refería.

Melina sonrió, pero no contestó. No podía hacerlo, tampoco ella tenía la respuesta.

—Le hablé de Elliot —le confesó entonces su hermana.

—¡Angie! ¿Cómo has podido hacer algo así? Es nuestro paciente, no puedes…

—No te preocupes, no le he dado demasiados detalles. Sé que ciertas cosas son confidenciales. No le he dado el nombre de Elliot ni de ninguna otra persona relacionada con el caso. Me limité a hacerle algunas preguntas hipotéticas porque es abogado y pensé que podría ayudarnos.

Le molestaba que hubiera hecho algo así sin consultarla, pero no pudo evitar sentir cierta esperanza.

—¿Y qué te dijo?

—Que no está especializado en ese tipo de casos.

—¿Eso es todo? ¿No te ha dado ninguna opinión? ¿Ni siquiera como jugador de béisbol?

—Sólo estoy contándote lo que pasó, Melina. Tranquilízate, ¿de acuerdo? No le pedí que me diera su opinión ni que me hablara desde su propia experiencia, sólo quería saber lo que pensaba como abogado. Nada más. No te enfades con él.

Le parecía increíble que, después de tanto tiempo, Rafael tuviera aún tanto poder sobre ella. El día anterior, una oleada de emociones la había sacudido al verlo en la iglesia.

—Además, no me has dejado que terminara. Me dijo que, si quieres hablar del asunto con él, puedes llamarlo cuando quieras.

—¿Cuándo tuvisteis esa conversación?

—Anoche. Cuando se acercó a despedirse. Me dijo que había estado pensando en ello.

Melina se preguntó si sería buena idea mezclarlo en un asunto tan delicado. Después de lo que había pasado entre ellos dos, no sabía si era lo más adecuado.

—Y tampoco te enfades conmigo, ¿de acuerdo? —le pidió Angie mientras agarraba con cariño sus manos—. No podré disfrutar de mi luna de miel sabiendo que te he disgustado.

Melina se echó a reír al oírlo.

—Sí, claro. No creo que algo así evite que disfrutes de estos días.

—Le he pedido a Stephanie que no cambie nada en la oficina mientras esté de viaje. Yo he sido la que he estado trabajando contigo durante cuatro años, pero conozco muy bien a nuestra hermana pequeña. Seguro que cree que puede organizar las cosas mejor que yo.

—No dejaré que lo haga, no te preocupes. Y el puesto seguirá siendo tuyo cuando regreses.

—Vamos, señora Buchanan, si no nos damos prisa vamos a perder el avión —le dijo Tommy a Angie—. Estoy deseando llegar al hotel de Hawái —añadió con un guiño.

Le encantó verlos así, parecían muy felices. Entraron corriendo a la terminal.

Los miró con lágrimas en los ojos. Era increíble ver a su hermana tan enamorada.

—¿Comemos juntos? —le sugirió Jay.

—No, gracias. El desayuno ha sido tan abundante que aún no tengo apetito —le confesó ella.

—Entonces, ¿qué te parece si vamos a tu casa y pasamos un buen rato?

Había estado coqueteando con ella durante semanas.

—No, gracias.

—¿Es que no sabes que esto forma parte de la tradición? La dama de honor y el padrino de las bodas siempre acaban juntos. Y eres muy guapa, Melina. Yo creo que tampoco estoy nada mal. ¿Por qué no lo intentamos? A mí no me importa la diferencia de edad.

Jay tenía veintidós años y muy poca modestia. No pudo evitar echarse a reír.

—Bueno, es todo un honor que te fijes en mí, pero no has conseguido convencerme —le dijo ella.

Empezaba a sentirse demasiado mayor para estar en compañía de sus hermanas y los amigos de sus hermanas.

Siguieron en silencio durante el resto del trayecto. Jay la dejó en casa y ella fue directa al sofá en cuanto entró. Fue una sensación increíble, poder cerrar los ojos y descansar después de lo estresantes que habían sido los últimos días. Pero no tardó mucho en perder esa sensación de paz que había sentido durante unos minutos. Había visto a Rafael después de mucho tiempo y ese encuentro había despertado muchos recuerdos.

Se levantó y fue hasta su armario. Sacó dos cajas del altillo. Eran cosas que no había tocado durante años. Después de la ruptura, tiró casi todo lo que Rafael le había regalado, osos de peluche, flores secas y un perfume que le provocaba recuerdos demasiado dolorosos. Pero no había podido desprenderse de las fotos ni de los anuarios del instituto. También conservaba el camafeo de oro que Rafael le había regalado cuando hicieron el amor por primera vez. Sabía dónde estaba, pero decidió no abrir esa cajita para verlo. Ojeó muy por encima los anuarios. Casi todos los comentarios y dedicatorias que habían escrito sus amigos cuando se graduaron hablaban de ellos dos y del futuro que les esperaba. Se le había olvidado hasta qué punto todos daban por hecho que acabarían casándose. Pero su plan de convertirse en abogados y trabajar para mejorar la vida de las personas con pocos recursos había terminado por irse al traste antes de que terminaran su primer año en la Universidad de Michigan.

Allí, habían estado demasiado lejos de su Texas natal, pero al menos se tenían el uno al otro.

Cuando su abuela Rose sufrió un infarto cerebral, su vida dio un giro de ciento ochenta grados.

Siempre había adorado a su abuela. Había sido muy duro para ella tener que quedarse en Michigan mientras la mujer era hospitalizada, pero más preocupante aún había sido saber que le daban el alta aunque apenas podía hablar ni andar. Le había sido imposible centrarse en los estudios y no pensar en cuánto estaría sufriendo su querida Rose. Cuando llegaron las vacaciones de Navidad, aprovechó los días libres para visitar a sus abuelos y ayudarlos. Después, decidió no regresar a la universidad.

Rafael no lo entendió, pero ella creía que estaba haciendo lo que debía y siguió al lado de su abuela. Poco a poco, su relación comenzó a deteriorarse. Mientras cuidaba de Rose, Rafael comenzó a disfrutar de su vida en la universidad. Ella llevaba una existencia completamente distinta, encerrada en la casa de sus abuelos y cuidando de ellos. Había renunciado voluntariamente a su libertad, pero no le importaba.

Lo que sí le dolía era saber que Rafael sí gozaba de esa libertad, aunque todo había sido decisión suya.

Poco después, recibió una carta en la que él daba por terminada su relación. No supo cómo luchar para tratar de arreglar las cosas y ni siquiera lo intentó.

Pero prefería no pensar en ello.

Tomó la cajita de terciopelo gris y la abrió muy despacio. El camafeo no llevaba ninguna foto en su interior, pero había grabado una frase: Esto es sólo el principio.

Recordaba como si acabara de suceder el momento en el que Rafael se lo había regalado. Le había pedido que cerrara los ojos y había levantado con cuidado su melena. Besó su cuello y le colocó después con ternura el colgante. Había sido un momento increíble, que conservaba en su corazón, protegido de todo el dolor que había sufrido después. Había pensado que ya no sentía nada por ese hombre, que su presencia no podía afectarla, pero acababa de darse cuenta de que no era así. Se había convertido en un hombre de éxito y mucho más apuesto de lo que recordaba.

Cerró la cajita de terciopelo con un golpe seco, no quería seguir recordando esos años, era demasiado doloroso. Lo guardó todo para meter de nuevo la caja en el armario. Pero, en el último momento, se lo pensó mejor y sacó el anuario.

Decidió que la mejor manera de superar aquello y seguir adelante con su vida era empezando por el pasado.